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Balmes Jaime Luciano
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§ IV

El tintorero y el filósofo

Un hábil tintorero estaba en su laboratorio ocupado en las tareas de su profesion. Acertó á entrar un observador minucioso, razonador muy analítico, y entabló desde luego discusion sobre los tintes y sus efectos, proponiéndose nada ménos que convencer al tintorero, de que iba á echar á perder las preciosas telas á que se aplicarian sus composiciones. A la verdad, la cosa presentaba mal aspecto, y el crítico no dejaba de apoyarse en reflexiones especiosas. Aquí se veia una serie de cazuelas con líquidos negruzcos, cenicientos, parduzcos, ninguno de buen color, todos de mal olor; allí unos pedacitos de goma pegajosa, desagradable á la vista; enormes calderas estaban hirviendo, donde se revolvian trozos de madera en bruto, y en las cuales se iban echando unas hojas secas, que al parecer solo podian servir para tirar á la calle. El tintorero estaba machacando en un mortero cien y cien materias que andaba sacando ora de un pote, ora de una marmita, ora de un saquillo; y revolviéndolo todo, y pasándolo de una cazuela á otra, y echando ora acá, ora acullá, cucharadas de líquidos que apestaban, y de cuyo contacto era preciso guardar el cútis porque le roian mas que el fuego, se aprestaba á vaciar los ingredientes en diferentes calderas, y sepultar en aquella inmundicia gran número de materias y manufacturas de inestimable valor. «Esto se va á desperdiciar todo, decia el analítico. En esta cazuela hay el ingrediente A, que como V. sabe, es extremadamente cáustico, y que ademas da un color muy feo. En esta otra hay la goma B, excelente para manchar, y cuyas señales no se quitan sino con muchísimo trabajo. En esta caldera hay el palo C, que podria servir para dar un color grosero y comun, pero que no alcanzo cómo ha de producir nada exquisito. En una palabra, examinado todo por separado, encuentro que V. emplea ingredientes contrarios á lo que V. se propone; y desde ahora doy por seguro, que en vez de sacar nada conforme á las bellísimas muestras que tiene V. en el despacho, va á sufrir una pérdida de consideracion en su fama é intereses.» «Todo es posible, señor filósofo, decia el inexorable tintorero, tomando en sus manos las preciosas materias y ricas manufacturas, y sumergiéndolas sin compasion en las sucias y pestilentes calderas, todo es posible, mas para dar fin á la discusion, déjese V. ver por aquí dentro pocos días.» El filósofo volvió en efecto, y el tintorero desvaneció todas las objeciones, desplegando á sus ojos las telas que por rigurosa demostracion debian estar malbaratadas. ¡Qué sorpresa! ¡qué humillacion para el analítico! Unas mostraban finísima grana, otras delicado verde, otras hermoso azul, otras exquisito naranjado, otras subido negro, otras un blanco lijeramente cubierto con variado color; otras ostentaban riquísimos jaspes donde campeaban á un tiempo la belleza y el capricho. Los matices eran innumerables y encantadores, las manufacturas limpias, tersas, brillantes como si hubieran estado cubiertas con cristales sin sufrir el contacto de la mano del hombre. El filósofo se marchó confuso y cabizbajo, diciendo para sí: «no es lo mismo saber lo que es una cosa por sí sola, ó lo que puede ser en combinacion con otras; en adelante no me contentaré con descomponer y separar, que tambien hace prodigios el componer y reunir: testigo el tintorero.»

§ V

Objetos vistos por una sola cara

Entendimientos por otra parte muy claros y perspicaces, se echan á perder lastimosamente por el prurito de desenvolver una serie de ideas que no representando el objeto sino por un lado, acaban por conducir á resultados extravagantes. De aquí es, que con la razon todo se prueba y todo se impugna; y á veces un hombre que tiene evidentemente la verdad de su parte, se halla precisado á encastillarse en las convicciones, y resistir con las armas del buen sentido y cordura á los ataques de un sofista que se abre paso por todas las hendiduras, y se escurre al traves de lo mas sólido y compacto como filtrándose por los poros. La misma sobreabundancia de ingenio produce este defecto, como las personas demasiado ágiles y briosas se mantienen difícilmente en un paso mesurado y grave.

§ VI

Inconvenientes de una percepcion demasiado rápida

Es calidad preciosa la rapidez de la percepcion; pero conviene estar prevenido contra su efecto ordinario, que es la inexactitud. Sucédeles con frecuencia á los que perciben con mucha presteza, no hacer mas que desflorar el objeto; son como las golondrinas, que deslizándose velozmente sobre la superficie de un estanque, solo pueden coger los insectos que sobrenadan; miéntras otras aves que se sumergen enteramente ó posan sobre el agua, y con el pico calan muy adentro, hacen servir á su alimento hasta lo que se oculta en el fondo.

El contacto de estos hombres es peligroso; porque sea que hablen, sea que escriban, suelen distinguirse por una facilidad encantadora; y, lo que es todavía peor, comunican á todo lo que tratan cierta apariencia de método, claridad y precision que alucina y seduce. En la ciencia se dan á conocer por sus principios claros, sus definiciones sencillas, sus deducciones obvias, sus aplicaciones felices. Caractéres que no pueden ménos de acompañar el talento de concepcion profunda y cabal; pero que imitados por otro de ménos aventajadas partes, solo indican á veces superficialidad y lijereza, como brilla limpia y trasparente el agua poco profunda, regalando la vista con sus arenas de oro13.

CAPÍTULO XIV

EL JUICIO

§ I

Qué es el juicio. Manantiales de error

Para juzgar bien conduce poco el saber si el juicio es un acto distinto de la percepcion, ó si consiste simplemente en percibir la relacion de dos ideas. Prescindiré pues de estas cuestiones, y solo advertiré que cuando interiormente decimos que una cosa es ó no es, ó que es ó no es de esta ó de aquella manera, entónces hacemos un juicio. Así lo entiende el uso comun; y para lo que nos proponemos, esto nos basta.

La falsedad del juicio depende muchas veces de la mala percepcion; así lo que vamos á decir, aunque directamente encaminado al modo de juzgar bien, conduce no poco á percibir bien.

La proposicion es la expresion del juicio.

Los falsos axiomas, las proposiciones demasiado generales, las definiciones inexactas, las palabras sin definir, las suposiciones gratuitas, las preocupaciones en favor de una doctrina, son abundantes manantiales de percepciones equivocadas ó incompletas y de juicios errados.

§ II

Axiomas falsos

Toda ciencia ha menester un punto de apoyo; y quien se encarga de profesarla, busca con tanto cuidado este punto, como el arquitecto asienta el fundamento sobre el cual ha de levantar el edificio. Desgraciadamente, no siempre se encuentra lo que se necesita; y el hombre es demasiado impaciente para aguardar que los siglos que él no ha de ver, proporcionen á las generaciones futuras el descubrimiento deseado. Si no encuentra, finge; en vez de construir sobre la realidad, edifica sobre las creaciones de su pensamiento. A fuerza de cavilar y sutilizar llega hasta el punto de alucinarse á sí mismo, y lo que al principio fuera un pensamiento vago, sin estabilidad ni consistencia, se convierte en verdad inconcusa. Las excepciones embarazarian demasiado; lo mas sencillo es asentar una proposicion universal: hé aquí el axioma. Vendrán luego numerosos casos que no se comprenden en él; nada importa: con este objeto se halla concebido en términos generales y confusos ó ininteligibles, para que interpretándose de mil maneras diferentes, sufra en su fondo todas las excepciones que se quiera sin perder nada de su prestigiosa reputacion. Entre tanto el axioma sirve admirablemente para cimentar un raciocinio extravagante, dar peso á un juicio disparatado, ó desvanecer una dificultad apremiadora: y cuando se ofrecen al espíritu dudas sobre la verdad de lo que se defiende, cuando se teme que el edificio no venga al suelo con fragorosa ruina, se dice á sí mismo el espíritu: «no, no hay peligro; el cimiento es firme; es un axioma, y un axioma es un principio de eterna verdad.»

Para merecer este nombre, es menester que la proposicion sea tan patente al espíritu, como lo son al ojo los objetos que miramos presentes, á la debida distancia, y en medio del dia. En no dejando al entendimiento enteramente convencido desde que se le ofrece, y una vez comprendido el significado de los términos con que se le enuncia, no debe ser admitido en esta clase. Viciadas las ideas por un axioma falso, vense todas las cosas muy diferentes de lo que son en sí; y los errores son tanto mas peligrosos, cuanto el entendimiento descansa en mas engañosa seguridad.

§ III

Proposiciones demasiado generales

Si nos fuese conocida la esencia de las cosas, podríamos asentar con respecto á ella proposiciones universales, sin ningun género de excepcion; porque siendo la esencia la misma en todos los seres de una misma especie, claro es que lo que del uno afirmásemos, seria igualmente aplicable á todos. Pero como de lo tocante á dicha esencia conocemos poco, y de una manera imperfecta, y muchas veces nada, es de ahí que por lo comun no es posible hablar de los seres, sino con relacion á las propiedades que están á nuestro alcance, y de las que á menudo no discernimos si estan radicadas en la esencia de la cosa, ó si son puramente accidentales. Las proposiciones generales se resienten de este defecto; pues como expresan lo que nosotros concebimos y juzgamos, no pueden extenderse sino á lo que nuestro espíritu ha conocido. De donde resulta que sufren mil excepciones que no preveíamos; y tal vez descubrimos que se habia tomado por regla lo que no era mas que excepcion. Esto sucede aun suponiendo mucho trabajo de parte de quien establece la proposicion general; ¿qué será, si atendemos á la lijereza con que se las suele formar y emitir?

§ IV

Las definiciones inexactas

De estas puede decirse casi lo mismo que de los axiomas; pues que sirven de luz para dirigir la percepcion y el juicio, y de punto de apoyo para afianzar el raciocinio. Es sobre manera difícil una buena definicion, y en muchos casos imposible. La razon es obvia; la definicion explica la esencia de la cosa definida; y ¿cómo se explica lo que no se conoce? A pesar de tamaño inconveniente, existen en todas las ciencias una muchedumbre de definiciones que pasan cual moneda de buena ley; y si bien sucede con frecuencia que se levantan los autores contra las definiciones de otros, ellos á su vez cuidan de reemplazarlas con la suyas, las que hacen circular por toda la obra tomándolas por base en sus discursos. Si la definicion ha de ser la explicacion de la esencia de la cosa, y el conocer esta esencia es negocio tan difícil, ¿porqué se lleva tanta prisa en definir? El blanco de las investigaciones es el conocimiento de la naturaleza de los seres; la proposicion pues en que se explicase esta naturaleza, es decir la definicion, debiera ser la última que emitiese el autor. En la definicion está la ecuacion que presenta despejada la incógnita; y en la resolucion de los problemas esta ecuacion es la última.

Lo que nosotros podemos definir muy bien es lo puramente convencional; porque la naturaleza del ser convencional es aquella que nosotros mismos le damos por los motivos que bien nos parecen. Así, ya que no nos es posible en muchos casos definir la cosa, al ménos debiéramos fijar bien lo que entendemos cuando hablamos de ella; ó en otros términos, deberíamos definir la palabra con que pretendemos expresar la cosa. Yo no sé lo que es el sol; no conozco su naturaleza; y por tanto si me preguntan su definicion, no podré darla. Pero sé muy bien á qué me refiero cuando pronuncio la palabra sol, y así me será fácil explicar lo que con ella significo. ¿Qué es el sol? no lo sé. ¿Qué entiende V. por la palabra sol? Ese astro cuya presencia nos trae el dia, y cuya desaparicion produce la noche. Esto me lleva naturalmente á las palabras mal definidas.

§ V

Palabras mal definidas. Exámen de la palabra igualdad

En la apariencia nada mas fácil que definir una palabra, porque es muy natural que quien la emplea sepa lo que se dice, y de consiguiente pueda explicarlo. Pero la experiencia enseña no ser así, y que son muy pocos los capaces de fijar el sentido de las voces que usan. Semejante confusion nace de la que reina en las ideas, y á su vez contribuye á aumentarla. Oiréis á cada paso una disputa acalorada en que los contrincantes manifiestan quizas ingenio nada comun: dejadlos que den cien vueltas al objeto, que se acometan y rechacen una y mil veces, como enemigos en sangrienta batalla; entónces si os quereis atravesar de mediador, y hacer palpable la sinrazon de ambos, tomad la palabra que expresa el objeto capital de la cuestion, y preguntad á cada uno, ¿qué entiende V. por esto? ¿qué sentido da V. á esta palabra? Os acontecerá con frecuencia que los dos adversarios se quedarán sin saber qué responderos, ó pronunciando algunas expresiones vagas, inconexas, manifestando bien á las claras que les habeis salido de improviso, que no esperaban el ataque por aquel flanco, siendo quizas aquella la primera vez que se ocupan, mal de su grado, en darse cuenta á sí mismos del sentido de una palabra que en un cuarto de hora han empleado centenares de veces, y de que estaban haciendo infinitas aplicaciones. Pero suponed que esto no acontece, y que cada cual da con facilidad y presteza la explicacion pedida: estad seguro que el uno no aceptará la definicion del otro, y que la discordancia que ántes versaba ó parecia versar sobre el fondo de la cuestion, se trasladará de repente al nuevo terreno entablándose disputa sobre el sentido de la palabra. He dicho ó parecia versar, porque si bien se ha observado el giro de la discusion, se habrá echado de ver que bajo el nombre de la cosa se ocultaba con frecuencia el significado de la palabra.

Hay ciertas voces que expresando una idea general, aplicable á muchos y muy diferentes objetos y en los sentidos mas varios, parecen inventadas adrede para confundir. Todos las emplean, todos se dan cuenta á si mismos de lo que significan, pero cada cual á su modo; resultando una algarabia que lastima á los buenos pensadores.

«La igualdad de los hombres, dirá un declamador, es una ley establecida por el mismo Dios. Todos nacemos llorando, todos morimos suspirando: la naturaleza no hace diferencia entre pobres y ricos, plebeyos y nobles; y la religion nos enseña que todos tenemos un mismo orígen y un mismo destino. La igualdad es obra de Dios; la desigualdad es obra del hombre; solo la maldad ha podido introducir en el mundo esas horribles desigualdades de que es víctima el linaje humano; solo la ignorancia, y la ausencia del sentimiento de la propia dignidad han podido tolerarlas.» Esas palabras no suenan mal al oido del orgullo: y no puede negarse que hay en ellas algo de especioso. Ese hombre dice errores capitales, y verdades palmarias; confunde aquellos con estas; y su discurso seductor para los incautos, presenta á los ojos de un buen pensador una algarabía ridicula. ¿Cuál es la causa? Toma la palabra igualdad en sentidos muy diferentes, la aplica á objetos que distan tanto como cielo y tierra; y pasa á una deduccion general, con entera seguridad, como si no hubiese riesgo de equivocacion.

¿Queremos reducir á polvo cuanto acaba de decir? Hé aquí como deberemos hacerlo.

– ¿Qué entiende V. por igualdad?

– Igualdad, igualdad… bien claro está lo que significa.

– Sin embargo no será de mas que V. nos lo diga.

– La igualdad está en que el uno no sea ni mas ni ménos que el otro.

– Pero ya ve V. que esto puede tomarse en sentidos muy varios; porque dos hombres de seis pies de estatura serán iguales en ella, pero será posible que sean muy desiguales en lo demas; por ejemplo, si el uno es barrigudo, como el gobernador de la ínsula Barataria, y el otro seco de carnes como el caballero de la Triste Figura. Ademas dos hombres pueden ser iguales ó desiguales en saber, en virtud, en nobleza, y en un millon de cosas mas; con que será bien que ántes nos pongamos de acuerdo en la acepcion que da V. á la palabra igualdad.

– Yo hablo de la igualdad de la naturaleza, de esta igualdad establecida por el mismo Criador, contra cuyas leyes nada pueden los hombres.

– Así no quiere V. decir mas sino que por naturaleza todos somos iguales…

– Cierto.

– Ya; pero yo veo que la naturaleza nos hace á unos robustos, á otros endebles, á unos hermosos, á otros feos, á unos ágiles, á otros torpes, á unos de ingenio despejado, á otros tontos, á unos nos da inclinaciones pacificas, á otros violentas, á unos… pero seria nunca acabar si quisiera enumerar las desigualdades que nos vienen de la misma naturaleza. ¿Dónde está la igualdad natural de que V. nos habla?

– Pero estas desigualdades no quitan la igualdad de derechos…

– Pasando por alto que V. ha cambiado ya completamente el estado de la cuestion, abandonando ó restringiendo mucho la igualdad de la naturaleza, tambien hay sus inconvenientes en esa igualdad de derechos. ¿Le parece á V. si el niño de pocos años tendrá derecho para reñir y castigar á su padre?

– V. finge absurdos…

– No señor, que esto y nada ménos que esto exige la igualdad de derechos; si no es asi deberá V. decirnos de qué derechos habla, de cuáles debe entenderse la igualdad y de cuáles no.

– Bien claro es que ahora tratamos de la igualdad social.

– No trataba V. de ella únicamente; bien reciente es el discurso en que hablaba V. en general y de la manera mas absoluta, solo que arrojado de una trinchera se refugia V. en la otra. Pero vamos á la igualdad social. Esto significará que en la sociedad todos hemos de ser iguales. Ahora pregunto, ¿en qué? ¿en autoridad? Entónces no habrá gobierno posible. ¿En bienes? Enhorabuena; dejemos á un lado la justicia, y hagamos el repartimiento: al cabo de una hora, de dos jugadores el uno habrá alijerado el bolsillo del otro, y estarán ya desiguales; pasados algunos dias, el industrioso habrá aumentado su capital, el desidioso habrá consumido una porcion de lo que recibió; y caeremos en la desigualdad. Vuélvase mil veces al repartimiento, y mil veces se desigualarán las fortunas. ¿En consideracion? pero ¿apreciará V. tanto al hombre honrado como al tunante? ¿se depositará igual confianza en este que en aquel? ¿Se encargarán los mismos negocios á Metternich que al mas rudo patan? Y aun cuando se quiesese, ¿podrian todos hacerlo todo?

– Esto es imposible; pero lo que no es imposible es la igualdad ante la ley.

– Nueva retirada, nueva trinchera; vamos allá. La ley dice: el que contravenga sufrirá la multa de mil reales, y en caso de insolvencia diez dias de cárcel. El rico paga los mil reales, y se rie de su fechoria; el pobre que no tiene un maravedí, expia su falta de rejas adentro. ¿Dónde está la igualdad ante la ley?

– Pues yo quitaria esas cosas; y estableceria las penas de suerte que no resultase nunca esta desigualdad.

– Pero entónces desaparecerian las multas, arbitrio no despreciable para huecos del presupuesto y alivio de gobernantes. Ademas voy á demostrarle á V. que no es posible en ninguna suposicion esta pretendida igualdad. Demos que para una transgresion está señalada la pena de diez mil reales; dos hombres han incurrido en ella, y ambos tienen de que pagar; pero el uno es opulento banquero, el otro un modesto artesano. El banquero se burla de los diez mil reales, el artesano queda arruinado. ¿Es igual la pena?

– No por cierto; mas ¿cómo quiere V. remediarlo?

– De ninguna manera; y esto es lo que quiero persuadirle á V. de que la desigualdad es cosa irremediable. Demos que la pena sea corporal, encontraremos la misma desigualdad. El presidio, la exposicion á la vergüenza pública, son penas que el hombre falto de educacion, y del sentimiento de dignidad, sufre con harta indiferencia; sin embargo un criminal que perteneciese á cierta categoría preferiria mil veces la muerte. La pena debe ser apreciada, no por lo que es en sí, sino por el daño que causa al paciente y la impresion con que le afecta; pues de otro modo desaparecerian los dos fines del castigo: la expiacion y el escarmiento. Luego, una misma pena aplicada á criminales de clases diferentes, no tiene la igualdad sino en el nombre, entrañando una desigualdad monstruosa. Confesaré con V. que en estos inconvenientes hay mucho de irremediable, pero reconozcamos estas tristes necesidades, y dejémonos de ponderar una igualdad imposible.

La definicion de una palabra, y el discernir las diferentes aplicaciones que de ella podrian hacerse, nos ha traido la ventaja de reducir á la nada un especioso sofisma, y de demostrar hasta la última evidencia que el pomposo orador ó propalaba absurdos, ó no nos decia nada que no supiésemos de antemano; pues no es mucho descubrimiento el anunciar que todos nacemos y morimos de una misma manera.

13.Pág. 115. – La confusion de ideas acarrea grandes perjuicios á las ciencias: pero el aislamiento de los objetos es causa tambien de mucha gravedad. Uno de los vicios radicales de la escuela enciclopédica fué el considerar al hombre aislado, y prescindir de las relaciones que le ligan con otros seres. El análisis lleva á descomponer, pero es necesario no llevar la descomposicion tan léjos que se olvide la construccion de la máquina á que pertenecen las piezas. Algunos filósofos á fuerza de analizar las sensaciones, se han quedado con las sensaciones solas; lo que en la ciencia ideológica y psicológica, equivale á tomar el pórtico por el edificio.
Balmes Jaime Luciano
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