Читать книгу: «El misterio de los Fader»
© Luis Fader, 2025
ISBN 978-5-0068-4788-0
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Prólogo
Escribo estas páginas en un momento singular de mi existencia. Hace ya más de dieciséis años que partí de mi Mendoza natal. Me establecí en Moscú, donde la vida me deparó una transformación radical: me volví profesor de idiomas y empecé a viajar mucho. Aunque cambié la tranquilidad mendocina por la vida agitada moscovita, mi visión del mundo se mantuvo firme, pues siempre supe que Rusia era ese faro que guiaba mi camino, esta tierra eslava que tanto me fascinaba y atraía.
Fue aquí, en Rusia, donde conocí al amor de mi vida, Natalia. Ella me inspiró a escribir esta novela donde compartimos la gran aventura de viajar a Mendoza. Es mi regalo para ella, y también una forma de preservar aquellas cosas buenas de la Argentina que llevo dentro, tan distintas al país actual que no he vuelto a pisar en todos estos años.
El enigma Fader
Llevo uno de los apellidos más reconocidos de mi tierra. No creo en misticismos ni en la sangre, sino en la elección. Varias circunstancias hicieron que este apellido me sacara de aprietos en momentos cruciales. Me ayudó tanto en Argentina como en el exterior, y fue precisamente ser Fader lo que me permitió resolver una situación vital extremadamente peligrosa – historia que contaré en otro libro, si la vida me da la oportunidad. Así fue como elegí ser Fader, honrando a quienes antes que yo llevaron este nombre y contribuyeron a hacer grande a Mendoza. Por eso agradezco a mi padre, Sergio, por habérmelo legado.
Así como elegí no solo portar un apellido sino que también honrarlo, elegí ser escritor, dibujante y profesor de idiomas. El mundo es fascinante, y estoy seguro de que, de haber tenido otro apellido, quizá habría seguido otros caminos. Fueron el ingeniero Carlos Fader y su hijo Fernando quienes me inspiraron a soñar, a ver el mundo con amplitud y a creer en lo imposible.
Recuerdo cuando le dije a mi padre que quería irme a Rusia. Su respuesta fue sencilla y contundente: «Hacelo. Alcanzá tu sueño». Y así lo hice.
Mendoza, la tierra que me vio nacer
A menudo los rusos me llaman «latinoamericano». Siempre les corrijo: entiendo que cargan con un estereotipo que homogeniza a toda una región diversa. Les digo que soy argentino, aunque para ellos Argentina sigue siendo lejana, incomprensible y un tanto exótica. No obstante, incluso «argentino» me queda pequeño. Si tuviera que elegir un gentilicio que me definiera por completo, sería «mendocino». Como diría Fernando Fader, nacido en Burdeos: «yo soy mendocino por elección».

Durante mis primeros años fuera, yo renegaba de todo. Después de una década lejos de Mendoza, comencé a entender todo lo que extrañaba: el otoño mendocino, el murmullo del agua en las acequias, la brisa del atardecer, el sol escondiéndose tras Los Andes, los viñedos, los parrales, la tierra seca y firme donde se puede patear una pelota, la sencillez de su gente, con quien se puede hablar de cualquier cosa y luego, espontáneamente, ir a tomar algo así nomás.
Añoro Mendoza, pero soy consciente de que la crueldad inhumana que ha consumado la Argentina, extendiéndose incluso a las nuevas generaciones, convertiría mis recuerdos en una especie de broma de mal gusto. Por eso, con un romanticismo consciente, evoco desde la distancia temporal y física aquellas cosas bellas que me formaron. La Mendoza donde crecí y viví mis primeros años difíciles me hizo quien soy. Esa gente tranquila y soñadora que conocí en mi ciudad permanece viva en mi corazón, y de alguna manera se refleja en otras obras que he escrito.
Gracias, Mendoza. Estoy seguro de que algún día nos volveremos a encontrar.
Luis Fader
Octubre de 2025

Capítulo 1: Un encuentro inolvidable
Era un frío día de invierno en Moscú. Las calles estaban cubiertas de nieve y la pista de patinaje estaba llena de gente. Natalia patinaba sobre el hielo con elegancia en una pista de hielo no muy lejos de la calle Petrozavodskaya, en Jóvrino, un barrio norteño de la capital rusa. Llevaba un abrigo rojo y una bufanda blanca que contrastaba con su pelo castaño, el cual brillaba bajo el tenue sol de invierno. Luis la observaba desde el borde de la pista. Tenía una cámara en las manos y no dejaba de tomar fotos de Natalia mientras ella se deslizaba sobre el hielo.
Natalia lo notó y se acercó a él con una sonrisa. Sus mejillas estaban sonrosadas por el frío. Cuando llegó a donde estaba Luis, lo besó suavemente y le dijo:
– ¿Ves? Aquí empezó nuestra historia de amor.
Luis sonrió y tomó su mano. Con voz emocionada, le dijo:
– Natalia, tengo una gran noticia. Me hice rico. Ahora quiero viajar con vos por el mundo. Quiero llevarte a Mendoza, ese lugar que siempre soñaste visitar.
Natalia abrió los ojos de par en par, sin poder creer lo que escuchaba.
– ¿En serio? – preguntó con emoción – . ¿Vamos a Mendoza?
– Sí – respondió Luis – . Quiero mostrarte la tierra del sol y del buen vino.
Natalia se sintió invadida por una felicidad inmensa. Lo abrazó fuerte y le dijo:
– ¡Es el mejor regalo que podrías haberme dado! ¿Cómo te hiciste rico? – preguntó con curiosidad.
– Mejor no hablemos de eso ahora – respondió Luis, evadiendo la pregunta – . Vamos a disfrutar la vida, mi amor.
Los dos se quedaron abrazados, mirando la pista de patinaje. El frío ya no importaba, porque su amor los mantenía cálidos. Y así, en ese momento, comenzó una nueva aventura para Luis y Natalia.
Capítulo 2: Buenas noticias
Luis, todavía emocionado por la noticia de su nueva fortuna y el viaje a Mendoza con Natalia, decidió llamar a su padre, Sergio. Sostuvo el teléfono con una sonrisa en el rostro, ansioso por compartir las buenas noticias. Después de unos tonos, Sergio contestó al otro lado de la línea.
– ¡Hola, papá! – dijo Luis con entusiasmo – . Tengo una gran noticia. Natalia y yo vamos a viajar a Mendoza. ¡Finalmente la puedo llevar a la tierra del sol y del buen vino!
Sergio, sorprendido pero contento, respondió con una risa:
– ¡Eso es maravilloso, hijo! A Natalia le va a encantar Mendoza. Pero tengo otra noticia para vos.
Luis se quedó en silencio, intrigado.
– ¿Qué pasa, papá?
– Me compré una finca – anunció Sergio con orgullo – . Quiero emprender en el negocio del vino. Ya tengo planes para plantar viñedos de malbec. Será un nuevo proyecto para la familia.
Luis no pudo contener su alegría.
– ¡Eso es increíble, papá! Mendoza es el lugar perfecto para eso. Estoy seguro de que te va a ir muy bien. ¡Natalia y yo queremos ver cómo te va con ese proyecto!
Sergio se rió, satisfecho de la reacción de su hijo.
– Me alegra escuchar eso, Luis. Pero contame, ¿cómo está Natalia? ¿Cómo va todo entre ustedes?
Luis hizo una pausa, sabiendo que era el momento de compartir otra noticia importante.
– Bueno, papá, hay algo más que tenés que saber. La familia Fader tiene un nuevo integrante: Natalia Fader.
Sergio se quedó en silencio por un momento, confundido.
– ¿Natalia Fader? ¿Es tu hermana adoptiva o qué? – preguntó, tratando de entender.
Luis rió suavemente.
– No, papá. Natalia es mi esposa. En Rusia, la mujer tradicionalmente toma el apellido del marido. Nos casamos hace poco.
Sergio se quedó sin palabras por un momento, pero luego su voz se llenó de emoción.
– ¡Hijo mío! ¡Esto es maravilloso! ¡Felicidades! No sabía que tenías planes de casarte. Natalia es una gran mujer, y estoy feliz de que sea parte de nuestra familia.
Luis sonrió, sintiéndose aliviado y feliz por la reacción de su padre.
– Gracias, papá. Significa mucho para mí. Natalia también está muy emocionada de conocerlos a todos.
Después de una larga y alegre conversación, Sergio propuso:
– Bueno, cuando lleguen a Mendoza, los recibo en el aeropuerto El Plumerillo. Quiero que Natalia se sienta como en casa desde el primer momento.
– Eso sería perfecto, papá – respondió Luis – . Estamos ansiosos por verte y comenzar esta nueva etapa juntos.
Al colgar el teléfono, Luis se sintió lleno de emoción. No solo estaba a punto de cumplir el sueño de Natalia de visitar Mendoza, sino que también estaba comenzando un nuevo capítulo en la vida de su familia. Con su padre embarcándose en el negocio del vino y Natalia ahora oficialmente parte de la familia Fader, Luis supo que el futuro estaba lleno de posibilidades.
Mientras tanto, Natalia entró a la habitación, mirando a Luis con curiosidad.
– ¿Qué pasa, mi amor? Parecés muy contento.
Luis la abrazó y le dijo:
– Acabo de hablar con mi padre. No solo nos recibe en Mendoza, sino que también tiene una gran sorpresa para nosotros. ¡La familia Fader está a punto de entrar en el mundo del vino!
Natalia sonrió, emocionada.
– ¡Esto es increíble, Luis! No puedo esperar para conocer a tu familia y ser parte de todo esto.
Los dos se abrazaron, sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Con el amor como su guía y un futuro lleno de sueños por cumplir, Luis y Natalia estuvieron listos para emprender esta nueva aventura juntos.
Capítulo 3: Un intercambio con sabor alemán
El otoño en Mendoza teñía los viñedos de tonos dorados y rojizos, y el aire fresco anunciaba la llegada de una nueva estación. El Museo Emiliano Guiñazú, ubicado en la Casa de Fader, era un lugar lleno de historia y arte. Sus paredes albergaban algunas de las obras más importantes de Fernando Fader, el famoso pintor argentino cuyos cuadros capturaban la esencia de la vida rural y los paisajes mendocinos.
En una de las salas del museo, dos hombres se encontraban. Uno de ellos, vestido con un traje oscuro y elegante, portaba un maletín de cuero negro sostenido con guantes del mismo material. Su aspecto era impecable, demasiado pulcro para el ambiente relajado de Mendoza, especialmente en esa época del año. El hombre, de complexión robusta y rostro serio, parecía fuera de lugar. Sus ojos escudriñaban la sala con cautela, como si estuviera esperando a alguien. Su acento, al hablar, delataba un origen alemán.

Cerca de una de las pinturas más famosas de Fader, titulada «El estanque», se encontraba el segundo hombre. Era un hombre de mediana edad, de complexión robusta y piel curtida por el sol. Llevaba una remera holgada que dejaba ver un tatuaje en su brazo derecho: un diseño circular con líneas entrelazadas que formaban una especie de espiral, rodeado de símbolos que representaban el sol, la luna y las estrellas. Era un «Kultrún», un símbolo mapuche que representaba el tambor ceremonial usado en rituales y que simbolizaba la conexión entre el mundo terrenal y el espiritual. A pesar de ser otoño, el calor en Mendoza parecía no dar tregua, y el hombre se abanicaba levemente con su sombrero mientras esperaba. Su aspecto era más rudo, menos refinado que el del hombre elegante, pero había algo en su mirada que denotaba experiencia y astucia.
El hombre con el tatuaje se acercaba lentamente, mirando de reojo a los pocos visitantes que recorrían la sala. Cuando llegaba frente al hombre elegante, se detenía y lo miraba fijamente.
– ¿Lo tenés? – preguntaba el hombre con el tatuaje, con voz baja pero firme.
El hombre elegante asentía levemente y respondía en un tono mezclado entre alemán y español:
– Ja, natürlich. Hier ist es.
En ese momento, ambos hombres intercambiaban los maletines con movimientos rápidos y precisos. El sonido del cuero rozándose era casi imperceptible, pero el peso de lo que contenían esos maletines parecía cargar el aire de tensión.
El hombre con el tatuaje asentía con satisfacción, como si el intercambio hubiera sido más que suficiente para confirmar algo. Luego, se daba la vuelta y comenzaba a caminar hacia la salida, pero antes de desaparecer por la puerta, se detenía un momento y murmuraba en voz baja, primero en mapuche y luego en español:
– Tüfachi tañi che. Esto es para mi gente.
El hombre elegante lo miraba con seriedad y respondía en un tono solemne, mezclando nuevamente alemán y español:
– Jetzt wird es wahre Gerechtigkeit für dein Volk geben. Ahora habrá justicia para tu pueblo.
El eco de esas palabras se desvanecía en la sala, y el hombre con el tatuaje se quedaba solo, sosteniendo el maletín con una mezcla de satisfacción y cautela. Miraba la pintura de Fader por un momento, como si buscara inspiración o consuelo en sus pinceladas, antes de salir discretamente por otra puerta.
La sala quedaba en silencio, como si nada hubiera sucedido. Los visitantes continuaban admirando las obras de arte, ajenos al intercambio que acababa de ocurrir. Pero en ese momento, algo cambiaba. Algo que, aunque invisible, podría alterar el curso de muchas vidas.
Capítulo 4: El encuentro en Mendoza
El avión surcaba los cielos, dejando atrás el frío invierno de Moscú. En clase business, Luis y Natalia disfrutaban de la comodidad de sus asientos. Natalia, con un cuaderno de dibujo en su regazo, trazaba líneas suaves y precisas. Sus hábiles y delicadas manos daban vida a un paisaje de viñedos que parecía salido de un sueño. Los trazos eran tan vívidos que casi se podía sentir el aroma de las uvas maduras y el sol acariciando las hojas.
– Nunca dejás de sorprenderme – dijo Luis, observando con admiración el dibujo de Natalia – . ¿Cómo es que una moscovita como vos puede captar tan bien la esencia de los viñedos?
Natalia sonrió, sus ojos brillando con picardía.
– Quizás es porque llevo tanto tiempo soñando con Mendoza que ya la siento parte de mí – respondió, mientras terminaba de sombrear una fila de vides.
Luis la miró con cariño, pero en su expresión había un destello de inquietud. Natalia lo notó y, dejando el lápiz a un lado, lo tomó de la mano.
– Luis, hay algo que no entiendo – dijo con suavidad – . ¿Cómo te volviste rico de repente? No me lo explicaste bien.
Luis soltó una risa nerviosa y desvió la mirada hacia la ventana del avión.
– Ah, ya estamos de nuevo con eso – dijo, intentando aligerar el tono – . ¿Qué tal si te digo que encontré un tesoro enterrado en el patio de mi casa? ¿O que gané la lotería sin comprar un boleto?
Natalia lo miró fijamente, sabiendo que estaba evadiendo la pregunta. Pero en lugar de insistir, simplemente lo abrazó.
– Está bien, Luis – susurró – . No necesito saberlo todo. Solo quiero que estemos juntos.
Luis la abrazó con fuerza, sintiendo un alivio momentáneo. Sin embargo, en lo más profundo de su mente, una sombra de preocupación persistía. Sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentar la verdad.
—
El avión aterrizó en el aeropuerto El Plumerillo bajo un cielo despejado. Las montañas de los Andes se alzaban majestuosas en el horizonte, sus picos nevados brillando bajo el sol. Natalia quedó boquiabierta al ver el paisaje.
– ¡Es increíble! – exclamó, apretando la mano de Luis – . Nunca había visto algo tan hermoso.
Luis, por su parte, sintió una oleada de emociones al pisar tierra mendocina después de 16 años. Respiró hondo, sintiendo el aire fresco y seco que tanto había extrañado. Sus ojos se humedecieron levemente al recordar los recuerdos de su infancia: los días de verano en los viñedos, las tardes de asados familiares, las risas compartidas con su padre y sus amigos. Mendoza no era solo un lugar; era parte de su identidad.
– ¿Estás bien? – preguntó Natalia, notando la expresión de Luis.
– Sí – respondió Luis, sonriendo con nostalgia – . Es solo que… hace mucho que no estaba acá. Mendoza es mi hogar, y volver después de tanto tiempo es… abrumador.
Natalia lo abrazó, sintiendo la emoción en su voz.
– Entonces esto es aún más especial – dijo – . Estoy feliz de estar acá contigo, en tu tierra.
Luis asintió, agradecido por su comprensión. Juntos, caminaron hacia la terminal, donde Sergio los esperaba con una sonrisa amplia. Al ver a su hijo, lo abrazó con fuerza.
– ¡Luis! ¡Cuánto tiempo! – dijo, emocionado. Luego, se dirigió a Natalia con una mirada cálida – . Y vos debés ser Natalia. Bienvenida a Mendoza, hija.
Natalia sonrió, sintiéndose inmediatamente acogida.
– Gracias, Sergio. Es un honor estar acá.
Sergio los guió hacia su Volkswagen Gacel, un auto clásico que parecía tan mendocino como las montañas que los rodeaban. Mientras se subían al auto, Natalia no podía apartar la vista del paisaje.
– Es como si las montañas nos estuvieran acompañando – comentó, maravillada.
– Así es Mendoza – respondió Sergio, arrancando el auto – . Las montañas son parte de nuestra vida. Y ahora, son parte de la tuya también.
Durante el trayecto, Sergio les habló entusiasmado sobre su nueva finca y los planes que tenía para los viñedos.
– Ya planté las primeras cepas de malbec – dijo, mientras conducía por caminos rodeados de viñas – . Pronto tendremos nuestro primer vino Fader.
Luis sonrió, sintiendo un orgullo inmenso por su padre.
– Es increíble, papá. No puedo esperar para verlo.
Natalia, por su parte, estaba fascinada.
– Sergio, ¿podemos visitar la finca mañana? – preguntó, ansiosa por sumergirse en este nuevo mundo.
– ¡Por supuesto! – respondió Sergio – . Mañana les muestro todo. Pero primero, vamos a casa. Mi esposa los está esperando con un asado mendocino.
Natalia, curiosa, volvió a mirar a Luis.
– Luis, ¿hay alguna diferencia entre el asado mendocino y el asado normal? – preguntó con inocencia.
Luis no pudo evitar soltar una carcajada.
– Claro que hay una diferencia, mi amor – respondió con una sonrisa pícara – . El asado mendocino es correcto, y el normal… bueno, simplemente no lo es.
Natalia lo miró con incredulidad, pero luego se rió.
– ¡Qué manera de pensar! – dijo, dándole un suave codazo – . Bueno, entonces tendré que probarlo para entender qué lo hace tan especial.
– Ya lo vas a ver – dijo Luis, guiñándole un ojo – . El asado mendocino es una experiencia que no se olvida.
– —
Al llegar a la casa de Sergio, el aroma del asado los recibió. La familia Fader estaba lista para recibir a Natalia con los brazos abiertos. Mientras compartían la comida y reían juntos, Luis y Natalia supieron que, sin importar lo que el futuro les deparara, estaban donde debían estar: juntos, en la tierra del sol y del buen vino.
Natalia probó el asado mendocino y sus ojos se iluminaron.
– ¡Es increíble! – exclamó – . Ahora entiendo por qué decís que es el correcto.
Luis sonrió, satisfecho.
– Te lo dije, mi amor. Mendoza tiene algo mágico.
Y así, entre risas, vino y asado, comenzó una nueva etapa en la vida de Luis y Natalia, llena de amor, aventuras y, por supuesto, el mejor asado del mundo. Luis, con el corazón lleno de gratitud, supo que había vuelto a casa, no solo a un lugar, sino a un sentimiento que lo había acompañado toda su vida.

Capítulo 5: En el parque
El Parque General San Martín, un lugar muy bonito y lleno de árboles en Mendoza, estaba tranquilo bajo un cielo azul. La entrada del parque tenía grandes portones con detalles antiguos. A los lados, había muchos árboles altos que hacían sombra. El aire olía a tierra mojada y a flores, y se escuchaba el canto de los pájaros. Era un lugar muy tranquilo.
Cerca de la entrada, un hombre elegante caminaba a paso rápido. Era el mismo que había estado en el museo Fader. Llevaba un traje oscuro y un maletín de cuero negro. Tenía guantes y miraba alrededor con cuidado. Se acercó a otro hombre, que estaba esperando cerca de un árbol. Este hombre era barbudo, vestía ropa vieja y parecía nervioso.

Los dos hombres comenzaron a hablar en alemán, en voz baja.
– Es zieht ein Sturm auf – dijo el hombre elegante, mirando al cielo.
(Se acerca una tormenta.)
El barbudo sonrió y respondió:
– Nichts kann schlimmer sein als der Zonda-Wind.
(Nada es peor que el viento Zonda.)
Después de hablar un poco, los dos hombres intercambiaron sus maletines rápidamente. El hombre elegante se fue sin decir nada más, y el barbudo se quedó con el maletín nuevo.
El barbudo comenzó a caminar por el parque, pero parecía preocupado. De repente, tres jóvenes lo rodearon. Uno de ellos tenía un cuchillo.
– Flaco, ¿qué llevás en ese maletín? – preguntó el joven con el cuchillo.
El barbudo intentó correr, pero los jóvenes lo detuvieron. En la lucha, el maletín cayó en una acequia. El agua se lo llevó rápidamente.
– ¡No! – gritó el barbudo, desesperado. Intentó agarrar el maletín, pero no pudo. Los jóvenes se rieron y corrieron hacia el maletín.
En ese momento, el barbudo sacó una pistola y disparó. Dos de los jóvenes cayeron al suelo, y el tercero escapó corriendo. El barbudo intentó recuperar el maletín, pero el agua lo arrastró lejos.
– ¡La puta que los parió! – gritó el barbudo, frustrado. Sabía que el maletín tenía algo muy importante, y ahora lo había perdido.
Mientras tanto, el maletín seguía flotando en el agua arrastrado por la corriente.
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