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Antes de que Mate

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CAPÍTULO CINCO

Mackenzie se sorprendió al entrar al apartamento de Hailey Lizbrook; no era tal y como lo esperaba. Estaba ordenado y limpio, con los muebles colocados con buen gusto y libres de polvo. La decoración era sin duda la de una mujer domesticada; se veía hasta en las tazas de café con leyendas simpáticas y las cazuelas que colgaban de ganchos ornamentados junto al fogón. Era evidente que había manejado un presupuesto ajustado, hasta en los cortes de pelo y los pijamas de sus hijos. Se parecía bastante a la familia y el hogar con los que ella siempre había soñado.

Mackenzie recordó por el informe que los chicos tenían nueve y quince años; el mayor era Kevin y el pequeño era Dalton. Cuando le conoció, estaba claro que Dalton había estado llorando de lo lindo; sus ojos azules estaban ribeteados de manchas rojizas y abultadas.

Kevin, por otra parte, parecía más enfadado que otra cosa. Cuando se acomodaron y Porter tomó la palabra, fue perfectamente obvio que Porter trataba de hablarles en un tono que estaba a caballo entre la condescendencia y un maestro de preescolar esforzándose demasiado.

Mackenzie se encogió por dentro mientras Porter hablaba.

“Necesito saber si tu madre tenía amigos,” dijo Porter.

Estaba en pie en el centro de la habitación con los chicos sentados en el sofá de la sala de estar. La hermana de Hailey, Jennifer, estaba de pie en la cocina contigua, fumando un cigarrillo junto al fogón con la campana extractora en funcionamiento.

“¿Quiere decir como un novio?” preguntó Dalton.

“Claro, eso podría ser un amigo,” dijo Porter. “Pero no quiero decir eso. Cualquier hombre con el que pueda haber hablado más de una vez. Incluso alguien como el cartero o alguien en la tienda de comestibles.”

Ambos chicos miraban a Porter como si esperaran que realizara un truco de magia o quizá que entrara en proceso de combustión espontánea. Mackenzie hacía lo mismo. Nunca le había oído hablar en un tono tan suave. Era casi gracioso escuchar un tono tan apaciguador saliendo de su boca.

“No, creo que no,” dijo Dalton.

“No,” Kevin asintió. “Y tampoco tenía un novio. No que yo sepa.”

Mackenzie y Porter miraron a Jennifer junto al fogón en busca de una respuesta. Ella se encogió de hombros. Mackenzie estaba bastante segura de que Jennifer había entrado en algún tipo de shock. Le hizo preguntarse si habría otro miembro de la familia que pudiera cuidar de los chicos un tiempo, ya que Jennifer no parecía una tutora apta en este momento.

“Y bien, ¿qué hay de personas con las que vosotros y vuestra madre no os llevarais bien?” preguntó Porter. “¿Alguna vez la oísteis discutir con alguien?”

Dalton simplemente sacudió la cabeza. Mackenzie estaba bastante segura de que el chico estaba a punto de echarse a llorar de nuevo. En cuanto a Kevin, miró directamente a Porter con desdén.

“No,” dijo. “No somos imbéciles. Sabemos lo que está tratando de preguntarnos. Quiere saber si podemos pensar en alguien que pueda haber matado a nuestra madre. ¿Verdad?”

Parecía que a Porter le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Echó una mirada nerviosa a Mackenzie, pero se las arregló para recuperar la compostura bastante deprisa.

“Bueno, pues sí,” dijo. “Ahí es donde quiero llegar, pero está claro que no tenéis ninguna información.”

“¿Usted cree?” dijo Kevin.

Hubo un momento de tensión en que Mackenzie tuvo la certeza de que Porter se iba a poner duro con el chico. Kevin miraba a Porter con dolor en su expresión, casi retando a Porter a que siguiera.

“Bueno,” dijo Porter, “creo que ya os he molestado bastante, chicos. Gracias por vuestro tiempo.”

“Espera,” dijo Mackenzie, con la objeción saliendo de su boca antes de que pudiera pensar en detenerla.

Porter le echó una mirada que podía haber derretido una vela. Estaba claro que él creía que estaban perdiendo el tiempo hablando con estos dos hijos de luto, especialmente con el quinceañero que claramente tenía problemas con la autoridad. Mackenzie pasó por alto su expresión y se arrodilló hasta tener los ojos a la altura de Dalton.

“Oye, ¿crees que podrías ir a la cocina con tu tía un momento?”

“Sí,” dijo Dalton, con voz ronca y apagada.

“Detective Porter, ¿por qué no va con él?”

De nuevo, la mirada que Porter le dirigió estaba llena de odio. Mackenzie le miró de vuelta, imperturbable. Mantuvo su expresión hasta que pareció petrificada. Estaba determinada a mantenerse firme esta vez. Si él quería discutir, lo llevaría afuera. Estaba claro que hasta en una situación con dos chicos y una mujer casi catatónica, no quería sentir que le dejaban en ridículo.

“Desde luego,” dijo él apretando los dientes.

Mackenzie esperó a que Porter y Dalton entraran en la cocina.

Mackenzie se puso otra vez de pie. Sabía que sobre los doce años de edad más o menos, la táctica de ponerse al nivel ocular con los niños dejaba de funcionar.

Miró a Kevin y vio que la actitud desafiante que le había mostrado a Porter seguía allí. Mackenzie no tenía nada en contra de los adolescentes, pero sabía que con frecuencia eran difíciles de manejar—especialmente en medio de circunstancias trágicas. Pero había visto cómo había respondido Kevin a Porter y pensó que podía saber cómo llegar a él.

“Sé franco conmigo, Kevin,” dijo ella. “¿Te parece que aparecimos demasiado pronto? ¿Crees que somos unos desconsiderados por haceros preguntas tan pronto después de que hayáis recibido la noticia sobre tu madre?”

“Algo así,” dijo él.

“¿Es que no te apetece hablar ahora mismo?”

“No, no tengo problema en hablar,” dijo Kevin. “Pero ese tipo es un imbécil.”

Mackenzie sabía que esta era su oportunidad. Podía adoptar un enfoque profesional y formal como haría normalmente, o podía utilizar esta oportunidad para establecer una conexión con un adolescente enfurecido. Sabía que lo que más valoraban los adolescentes era la honestidad. Podían ver a través de cualquier cosa cuando les dirigían sus emociones.

“Tienes razón,” dijo ella. “Es un imbécil.”

Kevin le miró fijamente, con los ojos abiertos de par en par. Le había sorprendido; sin duda, él no esperaba esa respuesta.

“Claro que eso no cambia el hecho de que tenga que trabajar con él,” añadió ella, con la voz matizada por la simpatía y la comprensión. “Tampoco cambia el hecho de que estamos aquí para ayudarte. Queremos encontrar a quienquiera que hizo esto a tu madre. ¿Tú no?”

Guardó silencio durante largo tiempo; y finalmente, asintió de vuelta.

“¿Crees que puedes hablar conmigo entonces?” preguntó Mackenzie. “Solo unas cuantas preguntas rápidas y nos iremos de aquí.”

“¿Y quién viene después de eso?” preguntó Kevin, receloso.

“¿En serio?”

Kevin asintió y ella se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar. Se preguntó si se las habría estado aguantando todo el tiempo, tratando de ser fuerte para su hermano y su tía.

“Pues cuando nos vayamos, llamaremos con cualquier información que podamos obtener y después vendrán de servicios sociales para asegurarse de que tu tía Jennifer está capacitada para cuidar de vosotros mientras se realizan las últimas disposiciones sobre tu madre.”

“Está bien la mayoría del tiempo,” dijo Kevin, mirando a Jennifer. “Pero mamá y ella se llevaban realmente bien. Eran las mejores amigas.”

“Las hermanas pueden ser así,” dijo Mackenzie, sin tener ni idea de si era verdad o no. “Por ahora, tengo que ver si te puedes concentrar en mis preguntas. ¿Puedes hacer eso?”

“Sí.”

“Muy bien. Ahora, odio tener que preguntarte esto, pero es realmente esencial. ¿Sabes a qué se dedicaba tu madre?

Kevin asintió mientras sus ojos se hundían en el suelo.

“Sí,” dijo. “Y no sé cómo, pero los chicos en la escuela también lo saben. Seguro que el calenturiento del padre de alguno fue al club y la vio y la reconoció de una función de la escuela o algo así. Da asco. Me dan la lata con ello todo el tiempo.”

Mackenzie no podía imaginarse ese tipo de tortura, pero también le hizo respetar a Hailey Lizbrook muchísimo más. Claro que se desnudaba por dinero por las noches, pero durante el día parece que era una madre que pasaba tiempo con sus hijos.

“Vale,” dijo Mackenzie. “Si sabes sobre su trabajo, te puedes imaginar la clase de hombres que va a esos sitios, ¿verdad?”

Kevin asintió, y Mackenzie vio cómo se deslizaba la primera lágrima por su mejilla izquierda. Casi se acerca y le toma la mano como señal de apoyo, pero no quería fastidiarle.

“Necesito que pienses si tu madre vino alguna vez a casa realmente molesta o enfadada por algo. También necesito que pienses en cualquier hombre que pueda… en fin, cualquier hombre que pueda haber venido a casa con ella.”

“Nadie venía a casa con ella jamás,” dijo él. “Y casi nunca vi a mamá enfadada o molesta por nada. La única vez que la vi enfadada fue cuando estaba lidiando con abogados el año pasado.”

“¿Abogados?” dijo Mackenzie. “¿Sabes por qué estaba hablando con abogados?”

“Más o menos. Sé que algo sucedió una noche en el trabajo y le hizo acabar por ir a hablar con algunos abogados. Escuché algo cuando hablaba por teléfono. Estoy bastante seguro de que estaba hablando con ellos de una orden de alejamiento.”

“¿Y crees que eso era en relación con el sitio donde trabajaba?”

“No lo sé seguro,” dijo Kevin. Parecía que se había animado un poco al darse cuenta de que había dicho algo que podía ser de ayuda. “Pero creo que sí.”

“Eso es de gran ayuda, Kevin.” dijo Mackenzie. “¿Se te ocurre algo más?

 

Sacudió su cabeza lentamente y después miró a Mackenzie a los ojos. Trataba de mantenerse fuerte, pero había tanta tristeza en los ojos del chico que Mackenzie no tenía ni idea de cómo no se había derrumbado todavía.

“Mamá se avergonzaba de ello, ¿sabes?” dijo Kevin. “Trabajaba también desde casa durante el día. Era una especie de escritora técnica, para páginas web y cosas así. Pero no creo que estuviera haciendo mucho dinero. Hacía lo otro para hacer más dinero porque nuestro padre… bueno, se largó hace mucho tiempo. Ya no envía dinero nunca. Así que mamá… tuvo que aceptar este otro trabajo. Lo hizo por mí y por Dalton y…”

“Lo sé,” dijo Mackenzie, y esta vez se acercó a tocarle. Colocó la mano en su hombro y él pareció agradecido. También podía asegurar que quería llorar con todas sus ganas, pero probablemente no iba a permitírselo delante de desconocidos.

“Detective Porter,” dijo Mackenzie, mientras él surgía de la otra habitación, mirándola fijamente. “¿Tienes más preguntas?” Ella sacudió la cabeza con sutileza mientras hacía la pregunta, esperando que él le entendiera.

“No, creo que ya hemos terminado aquí”, dijo Porter.

“Muy bien,” dijo Mackenzie. “De nuevo, chicos, muchas gracias por vuestro tiempo.”

“Sí, gracias,” dijo Porter, uniéndose a Mackenzie en la sala de estar. “Jennifer, tienes mi número así que si se te ocurre cualquier cosa que pueda ayudarnos, no dudes en llamarnos. Hasta el detalle más minúsculo podría ser útil.”

Jennifer asintió y dejó escapar con una voz ronca, “Gracias.”

Mackenzie y Porter salieron, descendiendo una serie de escalones de madera que daban al aparcamiento del edificio de apartamentos. Cuando se encontraban a una distancia sensata del apartamento, Mackenzie acortó la distancia entre ellos. Podía sentir la inmensa ira que emanaba de él como el calor pero la ignoró.

“Tengo una pista,” dijo ella. “Kevin dice que su madre estaba preparándose para solicitar una orden de alejamiento contra alguien del trabajo el año pasado. Dijo que era la única vez que la había visto visiblemente enfadada o molesta por algo.”

“Muy bien,” dijo Porter. “Eso quiere decir que algo bueno resultó de que socavaras mi autoridad.”

“No socavé tu autoridad,” dijo Mackenzie. “Simplemente vi cómo se estropeaba la situación entre tú y el hijo mayor, así que intervine para resolverlo.”

“Mentira,” dijo Porter. “Hiciste que pareciera débil e inferior delante de esos chicos y de su tía.”

“Eso no es cierto,” dijo Mackenzie. “Incluso si lo fuera, ¿qué importa? Estabas hablando con esos chicos como si fueran idiotas que apenas podían entender inglés.”

“Tus actos fueron una clara señal de falta de respeto,” dijo Porter. “Deja que te recuerde que he estado haciendo este trabajo más tiempo del que tú llevas con vida. Si necesito que intervengas para ayudarme, maldita sea, te lo haría saber.”

“Tú lo dejaste, Porter,” replicó ella. “Ya habías terminado, ¿recuerdas? No quedaba ninguna autoridad que socavar. Estabas en la puerta. Esa era tu decisión. Y era la decisión equivocada.”

Ya habían llegado al coche y mientras Porter lo desbloqueaba, miró por encima del techo, con sus ojos clavados en Mackenzie.

“Cuando regresemos a la comisaría, voy a ir donde Nelson y le voy a entregar una solicitud para que me reasignen. Estoy harto de esta falta de respeto.”

“Falta de respeto,” dijo Mackenzie, sacudiendo la cabeza. “Ni siquiera sabes lo que esa palabra significa. Por qué no empiezas por examinar detenidamente la manera en que me tratas a mí.”

Porter dejó escapar un suspiro entrecortado y se montó en el coche, sin decir nada más. Decidida a no permitir que el estado de ánimo tenso de Porter pudiera con ella, Mackenzie también entró. Miró de nuevo al apartamento y se preguntó si Kevin se habría permitido aún echarse a llorar. En el esquema general de las cosas, el conflicto que existía entre Porter y ella no parecía tan importante.

“¿Quieres llamar para comunicarlo?” preguntó Porter, claramente irritado porque se le habían sublevado.

“Sí,” dijo ella, sacando el teléfono. Mientras buscaba el número de Nelson, no podía negar la creciente satisfacción que estaba surgiendo dentro de ella. Una orden de alejamiento emitida hace un año y ahora Hailey Lizbrook estaba muerta.

Tenemos a ese cabrón, pensó.

Pero al mismo tiempo, no podía evitar preguntarse si solucionar este asunto sería realmente tan fácil.

CAPÍTULO SEIS

Al final, Mackenzie llegó a su casa a las 10:45, exhausta. Había sido un día largo y agotador, pero sabía que no sería capaz de quedarse dormida durante algún tiempo. Su mente estaba demasiado concentrada en la pista que le había proporcionado Kevin Lizbrook. Le había comunicado la información a Nelson y él le había asegurado que haría que alguien llamara al club de striptease y a la firma de abogados con la que Hailey Lizbrook había estado trabajando para conseguirle una orden de alejamiento.

Con su mente disparándose en miles de direcciones distintas, Mackenzie puso algo de música, agarró una cerveza del frigorífico, y comenzó a prepararse un baño. Normalmente no le gustaba darse baños, pero esta noche todos los músculos de su cuerpo estaban completamente tensos. Mientras la bañera se llenaba de agua, caminó por la casa y la ordenó desde el punto en que parecía que Zack había estado esperando hasta el último minuto para volver al trabajo.

Zack y ella se habían mudado juntos hace poco más de un año, intentando tomar todos los pasos posibles en una relación que pudieran evitar el matrimonio durante el mayor tiempo posible. A Mackenzie le parecía que estaba lista para casarse, pero a Zack esa idea parecía aterrarle. Ya habían estado juntos tres años y aunque los dos primeros años habían sido fabulosos, la última etapa de su relación se había basado en la monotonía y en el temor de Zack a quedarse solo y a casarse. Si pudiera quedarse en un punto medio entre esos dos, con Mackenzie haciendo de amortiguador, estaría contento.

Pero mientras recogía dos platos sucios de la mesa de café y pisaba sin querer un CD de la Xbox en el suelo, Mackenzie se planteó que quizá ya estaba harta de hacer de amortiguador. Además, ni siquiera estaba segura de que se casaría con Zack si se lo pidiera mañana. Le conocía demasiado bien; había visto una imagen de lo que sería estar casada con él y, con toda sinceridad, no prometía gran cosa.

Estaba atascada en una relación sin futuro, con un compañero que no la apreciaba. De la misma manera, se daba cuenta de que estaba atascada en un trabajo con unos compañeros que no la apreciaban. Toda su vida parecía estar atascada. Sabía que era necesario hacer cambios, pero le resultaban demasiado intimidantes. Y dado su nivel de cansancio, ni siquiera contaba con la energía necesaria.

Mackenzie se retiró al cuarto de baño y cerró el agua. Olas de vapor ascendieron desde la parte superior de la bañera, a modo de invitación. Se quitó la ropa, mirándose a sí misma en el espejo y cayendo todavía más en la cuenta de que había desperdiciado tres años de su vida con un hombre que no tenía un deseo genuino de comprometerse con ella. Le parecía que era atractiva de una manera sencilla. Tenía un rostro bonito (quizá más cuando llevaba el pelo en cola de caballo) y tenía una figura sólida, si bien algo delgada y muscular. Su estómago estaba plano y firme—tanto que a veces Zack bromeaba diciendo que sus abdominales resultaban algo intimidantes.

Se deslizó dentro de la bañera, con la cerveza apoyada en la mesita de las toallas a su lado. Dejó escapar un profundo suspiro y dejó que el agua caliente hiciera su trabajo. Cerró los ojos y se relajó lo mejor que pudo, pero la imagen de los ojos de Kevin Lizbrook regresaba a su mente de manera cíclica. La enorme tristeza que había en ellos había sido casi insoportable, y hablaban de un dolor que la misma Mackenzie había conocido en su día pero que había conseguido empujar hasta el fondo de su corazón. Cerró los ojos y se quedó dormida, con la imagen acosándola todo el tiempo. Sentía una presencia palpable, como si Hailey Lizbrook estuviera con ella en la habitación ahora mismo, instándole a que resolviera su asesinato.

*

Zack regresó a casa una hora más tarde, en cuanto terminó un turno de doce horas en la planta textil de la zona. Cada vez que Mackenzie olía los olores de la suciedad, el sudor y la grasa en él, le recordaban la poca ambición que tenía Zack. Mackenzie no tenía ninguna pega sobre el trabajo en sí; era un trabajo respetable para hombres que estaban hechos para el trabajo duro y la dedicación. Sin embargo, Zack tenía una licenciatura que había pensado utilizar para conseguir una plaza en un Masters y hacerse profesor. Ese plan había acabado hace cinco años y desde entonces se había quedado atascado en el rol de jefe de turno en la planta textil.

Mackenzie estaba tomando su segunda cerveza cuando él llegó, sentada en la cama y leyendo un libro. Pensó que trataría de quedarse dormida sobre las tres, para conseguir cinco horas sólidas de sueño antes de irse a trabajar a las nueve de la mañana siguiente. Siempre le dio igual dormir y había descubierto que cuando conseguía dormir más de seis horas por las noches, se sentía letárgica y confundida al día siguiente.

Zack entró a la habitación con su ropa sucia del trabajo. Se quitó los zapatos junto a la cama mientras la miraba de arriba abajo. Ella llevaba una camiseta ajustada y un culote.

“Hola, chica,” le dijo, con una mirada de admiración. “Vaya, es un placer encontrar esto al volver a casa.”

“¿Cómo te fue el día?” preguntó ella, sin apenas levantar la vista de su libro.

“Estuvo bien,” dijo él. “Entonces regresé a casa y te vi así y se puso mucho mejor.” Dicho eso, se encaramó a la cama poniéndose a su lado. Su mano se dirigió a un lado de su cara mientras se inclinaba para darle un beso.

Dejó caer su libro y se retiró al mismo tiempo. “Zack, ¿te has vuelto loco?” le preguntó.

“¿Qué?” dijo él, claramente confundido.

“Estás completamente sucio. Y no solo es que me haya dado un baño, es que estás dejando suciedad y grasa y Dios sabe qué más en las sábanas.”

“Oh, Dios,” dijo Zack, disgustado. Rodó por la cama, cubriendo a propósito todo lo que podía de las sábanas. “¿Por qué eres tan estrecha?”

“No soy una estrecha,” dijo ella. “Solo prefiero no vivir en una pocilga. A propósito, gracias por limpiar lo que utilizaste antes de irte a trabajar.”

“Oh, es tan agradable estar en casa,” dijo Zack de manera burlona, entrando al cuarto de baño y cerrando la puerta detrás de él.

Mackenzie suspiró y se tomó el resto de la cerveza de un trago. Entonces miró al otro lado de la habitación donde aún estaban las botas sucias de Zack en el suelo—donde estarían hasta que se las pusiera mañana de nuevo. También sabía que cuando se levantara por la mañana y fuera al cuarto de baño a prepararse, encontraría su ropa sucia en una pila en el suelo.

Al diablo con ello, pensó, volviendo a su lectura. Leyó solo unas pocas páginas mientras escuchaba el agua de la ducha de Zack en el baño. Entonces puso el libro a un lado y regresó a la sala de estar. Recogió su maletín, lo trajo al dormitorio, y sacó los archivos más actualizados sobre el asesinato de Lizbrook que había obtenido en la comisaría antes de regresar a casa. Por mucho que quisiera descansar, aunque solo fuera por unas horas, no podía hacerlo.

Repasó los archivos, buscando cualquier detalle que se les hubiera podido pasar por alto. Cuando estuvo segura de que habían cubierto todo, vio de nuevo los ojos llenos de lágrimas de Kevin y eso le incitó a mirar de nuevo.

Mackenzie estaba tan ensimismada con los archivos que no se dio cuenta de que Zack había vuelto a la habitación. Ahora olía mucho mejor, y, vestido solamente con una toalla alrededor de la cintura, también tenía mucho mejor aspecto.

“Siento lo de las sábanas,” dijo Zack casi distraído mientras se deshacía de la toalla y se ponía un par de calzoncillos. “Es que yo… no sé… no recuerdo la última vez que me prestaste alguna atención.”

“¿Quieres decir sexo?” preguntó ella. Para sorpresa suya, se dio cuenta de que realmente le apetecía tener sexo. Puede que fuera justo lo que necesitaba para relajarse del todo y conseguir dormir.

“No solo sexo,” dijo Zack. “Quiero decir cualquier tipo de atención. Llego a casa y estás ya durmiendo o repasando tus casos.”

“Bueno, eso es después de que haya recogido tu basura de todo el día,” dijo ella. “Vives como un crío que espera que su mami venga a limpiar detrás suyo. Así que ya ves, a veces vuelvo al trabajo para olvidar lo frustrante que puedes ser.”

 

“¿Así que volvemos de nuevo a esto?” preguntó él.

“¿Volvemos a qué?”

“Volvemos a que tú utilizas el trabajo como una manera de ignorarme.”

“No lo utilizo como una manera de ignorarte, Zack. Ahora mismo estoy más preocupada de descubrir quién asesinó brutalmente a la madre de dos chicos que de asegurarme de que recibes la atención que necesitas.”

“Eso es exactamente,” dijo Zack, “esa es la razón por la que no tengo prisa en casarme. Tú ya estás casada con tu trabajo.”

Había unas mil respuestas que podía haberle escupido de vuelta, pero Mackenzie sabía que no tenía sentido. Sabía que, en cierto modo, él tenía razón. Casi todas las noches, los casos que se traía a casa le parecían más interesantes que Zack. Todavía le quería, sin duda alguna, pero no había nada nuevo en él, nada que le retara.

“Buenas noches,” dijo agriamente mientras se metía a la cama.

Miró su espalda desnuda y se preguntó si, de algún modo, era su responsabilidad prestarle atención. ¿Le convertiría eso en una buena novia? ¿Haría de ella una mejor inversión para un hombre al que aterraba el matrimonio?

Ahora que la idea del sexo era un impulso que había caído en el olvido, Mackenzie se encogió de hombros y volvió a mirar los archivos.

Si su vida personal tenía que diluirse hasta pasar a un segundo plano, que así fuera. De todos modos, esta vida, la vida dentro del caso, le parecía más real.

*

Mackenzie entró al dormitorio de sus padres, y antes de que cruzara el umbral, olió algo que revolvió su estómago de siete años. Era un olor ácido, que le recordaba a la parte interior de su hucha—un olor como el cobre de los centavos.

Entró a la habitación y vio el pie de la cama, una cama en la que su madre no había dormido durante un año más o menos—una cama que parecía demasiado grande solo para su padre.

Le vio allí, con las piernas colgando del lado de la cama, los brazos extendidos como si estuviera tratando de volar. Había sangre por todas partes: en la cama, en la pared, hasta había algo de sangre en el techo. Tenía la cabeza girada hacia la derecha, como si estuviera alejando la mirada de ella.

Ella supo que estaba muerto al instante.

Se acercó a él con sus pies descalzos pisoteando un charco de sangre; no quería acercarse, pero tenía que hacerlo.

“Papi,” susurró ella, que ya se había echado a llorar.

Se acercó, aterrorizada, pero atraída como un imán.

De repente, él se dio la vuelta y la miró fijamente, todavía muerto.

Mackenzie gritó.

Mackenzie abrió los ojos y miró la habitación que le rodeaba, con aire confundido. Los archivos del caso estaban en su regazo, esparcidos. Zack estaba dormido a su lado, todavía dándole la espalda. Respiró hondo, limpiándose el sudor de sus cejas. Solo había sido un sueño.

Y entonces oyó el crujido.

Mackenzie se quedó petrificada. Miró hacia la puerta del dormitorio y salió despacio de la cama.

Acababa de escuchar cómo crujía la débil tarima del piso de la sala de estar, un sonido que solo había escuchado cuando alguien caminaba por la sala. Claro que estaba dormida y en medio de una pesadilla, pero ella lo había oído.

¿O no?

Salió de la cama y cogió la pistola de servicio de la parte superior de su vestidor donde estaba junto a su placa y un pequeño bolso. Se inclinó sigilosamente junto al umbral de la puerta y salió al pasillo. El tenue brillo de las farolas se filtraba a través de las persianas de la sala de estar, revelando una habitación vacía.

Entró a la sala, sosteniendo el arma en posición de ataque. Todos sus instintos le decían que no había nadie allí, pero todavía estaba temblando. Ella sabía que había oído crujir la tarima. Caminó a esa parte de la sala, justo enfrente de la mesa de café, y la oyó crujir.

Sin saber cómo, la imagen de Hailey Lizbrook cruzó su mente. Vio los latigazos en la espalda de la mujer y las huellas en la tierra. Se estremeció. Se quedó mirando el arma en sus manos y trató de recordar la última vez que un caso le había afectado tanto. ¿Qué demonios estaba pensando? ¿Que el asesino estaba en su sala de estar, espiándola?

Irritada, Mackenzie regresó al dormitorio. Colocó el arma de vuelta en el vestidor con sigilo y se fue a su lado de la cama.

Todavía sobresaltada y con los restos del sueño aún flotando en su cabeza, Mackenzie se volvió a tumbar. Cerró los ojos e intentó conciliar el sueño de nuevo.

Sin embargo, sabía que tardaría en llegar. Sabía que le estaban acosando tanto los vivos como los muertos.

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