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Antes de que Mate

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CAPÍTULO VEINTIUNO

Mackenzie no había pisado una iglesia desde la boda de su compañera de universidad. Tras la muerte de su padre, su madre había intentado arrastrarle a ella y a Steph a la iglesia en numerosas ocasiones y era por esa misma razón por la que Mackenzie hacía todo lo posible para evitarlas.

Aun así, cuando entró al santuario de la Iglesia Metodista de la Nueva Vida, tuvo que admitir que había cierto grado de belleza en el lugar. Era algo más que las cristaleras pintadas y el ornamentado altar—había algo totalmente diferente que, con toda sinceridad, no podía definir con exactitud.

A medida que se acercaba a la parte delantera del santuario, vio a un hombre mayor sentado en uno de los bancos delanteros. Aparentemente, no la había oído entrar porque tenía la cabeza agachada, y estaba leyendo un libro.

“¿Pastor Simms?” preguntó. Su voz resonó como el Todopoderoso en el cavernoso santuario.

El hombre elevó la vista del libro que estaba leyendo y se dio la vuelta. Era un hombre de unos cincuenta y tantos, vestido con una camisa de botones y unos caquis. Llevaba el tipo de gafas de sol que te hacen parecer infinitamente bondadoso de inmediato.

“¿Supongo que usted es la Detective White?” preguntó él, poniéndose en pie.

“Supone correctamente,” dijo ella.

Él parecía algo sorprendido, pero se reunió con ella al frente del santuario de todos modos.

“Disculpe mi sorpresa,” dijo él. “Cuando el Jefe Nelson me telefoneó para pedirme algo de tiempo para su investigación, no estaba esperando una mujer, Debido al carácter atroz de estos crímenes, me parece bastante extraño que una mujer esté dirigiendo el caso. Sin intención de ofenderla, por supuesto.”

“Sin problemas.”

“Sabe una cosa, Clark habla muy bien de usted.”

El nombre Clark la confundió y le llevó un momento darse cuenta de que estaba hablando de Nelson —Jefe de Policía Clark Nelson.

“Últimamente he oído eso a menudo,” dijo ella.

“Pues debe ser agradable.”

“E inesperado,” dijo ella.

Simms asintió, como si entendiera perfectamente. “Nelson puede resultar algo asfixiante a veces, pero también es realmente bondadoso cuando tiene que serlo. Imagino que no es una parte de sí mismo que pueda mostrar en el trabajo.”

“¿Así que viene a esta iglesia?” preguntó Mackenzie.

“Oh sí,” dijo él. “Todos los domingos. Pero me estoy desviando. Por favor,” añadió, señalando al banco en el que había estado sentado. “Tome asiento.”

Mackenzie así lo hizo y miró al libro que el Pastor Simms había estado leyendo y no le sorprendió en absoluto ver que era la Biblia.

“Entonces, me dice el Jefe Nelson que usted tiene preguntas sobre las escrituras que pueden llevar al arresto del hombre que ha estado matando a esas pobres mujeres.”

Sacó su teléfono móvil y buscó la fotografía que había tomado de la vieja Biblia de la casa abandonada. Se la entregó a él y él la tomó, ajustándose las gafas mientras la miraba.

“Números, capítulo cinco, versos once a veintidós más o menos. ¿Cree que me puede decir cuál es su interpretación del verso? preguntó ella.

Miró brevemente a la fotografía y entonces le devolvió el teléfono.

“Bien, es bastante obvio. No todos los pasajes bíblicos han de estar codificados. Este simplemente habla de mujeres adúlteras a las que se obliga a tomar aguas amargas. Si fueran puras, no recibirían ningún daño. No obstante, si hubieran participado en relaciones sexuales con cualquier otro que no fuera su marido, las aguas traerían una maldición sobre ellas.”

Ella pensó en eso.

“El asesino ha tallado N511 en cada poste del que ha colgado a una víctima,” dijo ella. “Y basándonos en el tipo de mujeres que ha estado eligiendo, la alegoría encaja bastante bien.”

“Sí, estoy de acuerdo,” dijo Simms.

“También está tallando J202 en los postes. Hay demasiados libros de la Biblia que comienzan por la J como para que pueda adivinarlo correctamente. ¿Esperaba que usted me proporcionara alguna idea?”

“Bien, Números es un libro del Antiguo Testamento y si este asesino está matando en base a lo que él cree es la ley del Antiguo Testamento—a pesar de lo erróneas que sus interpretaciones y acciones puedan ser—creo que será bastante acertado decir que esta otra referencia también provendría del Antiguo Testamento. Si ese es el caso, creo que seguro que se está refiriendo al libro de Josué. En el Capítulo Veinte de Josué, Dios habla de las Ciudades de Refugio. Estas eran ciudades donde la gente que había matado a alguien por accidente podía huir sin ser perseguida.”

Mackenzie ponderó esto por un momento, con el corazón acelerado, y algo empezó a encajar por dentro. Tomó la Biblia y encontró Josué y buscó el pasaje.

Cuando lo encontró, lo leyó en voz alta, un poco asustada por el sonido de la escritura saliendo de su boca en esta iglesia vacía.

Y el SEÑOR le dijo a Josué: Pídeles a los israelitas que designen algunas ciudades de refugio, tal como te lo ordené por medio de Moisés. Así cualquier persona que mate a otra accidentalmente o sin premeditación podrá huir a esas ciudades para refugiarse del vengador del delito de sangre. Cuando tal persona huya a una de esas ciudades, se ubicará a la entrada y allí presentará su caso ante los ancianos de la ciudad. Acto seguido, los ancianos lo aceptarán en esa ciudad y le asignarán un lugar para vivir con ellos. Si el vengador del delito de sangre persigue a la persona hasta esa ciudad…

Se quedó callada, asombrada, con la certeza de que finalmente había descubierto el origen de los números. Era emocionante y desmoralizante al mismo tiempo. Tenía una ventana de acceso a su modus operandi—pero todavía era todo muy vago. Nada de esto podía llevarla a romper el caso.

“Hay más, sabe,” dijo Simms.

“Sí, ya veo eso,” dijo ella. “Pero creo que esto es suficiente. Dígame, Pastor, ¿sabe cuántas Ciudades de Refugio había?”

“Seis en total,” dijo Simms.

“¿Sabe dónde se encontraban?”

“Más o menos,” replicó él.

Recogió la Biblia y fue a las últimas páginas, mostrándole una serie de glosarios y mapas. Llegó a un mapa que representaba a Israel en tiempos bíblicos y, ajustándose de nuevo las gafas, señaló seis lugares.

“Desde luego,” dijo él, “puede que estos lugares no sean exactos, pero—”

Su corazón empezó a latir deprisa cuando hizo una conexión que casi parecía demasiado buena para ser cierta. Agarró el libro con fuerza.

“¿Puedo hacer una foto?” preguntó.

“Por supuesto,” replicó él.

Ella lo fotografió con manos temblorosas.

“Detective, ¿de qué se trata?” preguntó él, estudiándola. “¿He servido de ayuda de alguna manera que no comprendo?”

“Más de lo que usted cree,” dijo ella.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Cuando Mackenzie entró a la sala de conferencias, el lugar era un hervidero. Nancy estaba sentada en su lugar habitual al final de la mesa, repartiendo los informes más actualizados sobre el caso del Asesino del Espantapájaros. Varios agentes de policía tomaban sus asientos a la mesa, murmurando con solemnidad como si estuvieran atendiendo un funeral. Cuando Mackenzie se hizo paso hasta la parte frontal de la sala donde vio que Nelson hablaba con otro agente, notó que los agentes que pasaban de largo le estaban lanzando muchas miradas. Algunos todavía la miraban con desprecio igual que lo habían hecho hacía tres días en esta misma sala. Sin embargo (y quizá fuera culpa de su imaginación) algunos le estaban mirando con auténtico interés y, se atrevía a decir, con respeto.

Nelson la vio acercándose y terminó su conversación con el otro agente de inmediato. Puso su brazo alrededor de ella y la desvió de la multitud que seguía acumulándose en la sala. “Estas novedades,” dijo. “¿Van a proporcionarnos un arresto en las próximas horas?”

“No lo sé,” dijo Mackenzie. “pero sin duda pueden centrar nuestra búsqueda. Nos van a acercar mucho.”

“Entonces tú te encargas de esto,” dijo él. “¿Puedes hacer eso?”

“Sí,” dijo ella, ignorando la sensación de preocupación que crecía en su estómago.

“Pues bien, allá vamos,” dijo él. Dicho eso, se giró para mirar de frente a la sala y dio varias palmaditas con sus manos carnosas en la mesa. “Está bien, todo el mundo,” gritó. “Tomad asiento y cerrad el pico,” dijo. “Mackenzie ha encontrado una buena pista en el caso y le vais a prestar completa atención. Ahorraos todas las preguntas para cuando termine de hablar.”

Para sorpresa de Mackenzie, Nelson tomó uno de los asientos restantes contra la pared, alejado de la mesa de conferencias. Él la miró y ahí es cuando se dio cuenta de que todo dependía de ella. Quizá era una prueba o quizá Nelson ya no podía más. De cualquier manera, esta era su oportunidad de enfrentarse con esta comisaría y probar su valía.

Ella echó una mirada a la sala y vio a Porter sentado entre las demás caras. Él le lanzó una rápida sonrisa, casi como si quisiera asegurarse de que nadie más la viera. Seguramente era la cosa más dulce que él había hecho por ella y se dio cuenta de que Porter estaba empezando a sorprenderla a cada paso.

“Revisité una de las escenas del crimen esta mañana,” explicó Mackenzie. “Aunque la visita en sí no reveló ninguna pista, me llevó directamente a ella. Como muchos sabéis, cada poste que el asesino ha utilizado para atar las mujeres contenía dos grupos de letras y números a modo de código: N511 y J202. Después de charlar con un pastor esta mañana, descubrí que eran referencias a Números 5:11 y Josué 20:2.

 

“El pasaje de Números habla del enfoque sobre el adulterio que hace el Antiguo Testamento. Llevaban todas las mujeres adúlteras a los sacerdotes y les daban a tomar lo que se denominan aguas amargas. La idea era que el agua bendita maldeciría a las mujeres adúlteras y no afectaría a las mujeres puras. En esencia, era la manera que tenía la iglesia de juzgar o acusar a las mujeres que se pensaba que eran sucias.

“En cuanto a la referencia a Josué, ese pasaje se refiere a las Ciudades de Refugio, ciudades a las que los hombres podían escapar si cometían un asesinato accidentalmente o si mataban para protegerse a sí mismos, a su familia o su pueblo. En estas Ciudades de Refugio, no podían juzgarse los asesinatos. De hecho, se dice en el pasaje que todos los hombres que residan en una Ciudad de Refugio se salvarían del vengador de sangre.

“Ahora, según el pastor con el que hablé, había seis de estas ciudades. Y eso me lleva a pensar que va a haber al menos tres asesinatos más.”

“¿Por qué crees eso?” preguntó Nelson, haciendo caso omiso de la norma que había impuesto previamente sobre reservarse las preguntas para el final.

“Creo que el asesino está matando a estas mujeres para usarlas como una representación de cada Ciudad de Refugio. Y, a medida que las mata, él cree que está tomando el papel del vengador de sangre. Lo que es más, está, en cierto sentido, construyendo una ciudad.”

La sala se quedó en silencio por un momento mientras esperaban a que ella se explicara. Se giró hacia la pared detrás de ella donde una pizarra blanca desgastada había sido recientemente borrada. Agarró el marcador y dibujó un mapa de memoria, haciendo un boceto del mapa que le había mostrado el Pastor Simms en la iglesia.

“Estas son las ubicaciones aproximadas de las seis ciudades,” dijo ella, colocando puntos grandes por el mapa hecho a ciegas. Formaban un óvalo, cada ciudad a casi exacta distancia de la siguiente.

“Ahora, si fueras a tomar un mapa del área conteniendo los lugares donde hemos encontrado cada uno de los cadáveres,” dijo ella, “se parecería a esto casi con exactitud.”

De inmediato, Nancy empezó a teclear algo en su ordenador al final de la mesa. Sin elevar la mirada de su pantalla, dijo, “Traeré un mapa,” dijo. “Luces, por favor.”

El agente que estaba más cerca del interruptor de la luz encendió las luces mientras que otro encendió el proyector que se encontraba en medio de la atiborrada mesa de conferencias. Mackenzie se echó a un lado para permitir que la luz iluminara directamente la pizarra para marcadores.

Nancy le había traído el mismo mapa que estaba pegado a los informes que ella había repartido previamente. Mostraba cada autopista, carretera secundaria, y población en un radio de ciento cincuenta millas a la redonda. En el mapa, se habían colocado tres X donde se habían encontrado cada una de las víctimas.

“Aunque los lugares no encajan perfectamente,” dijo Mackenzie, “se encuentran en extrema proximidad. Lo que esto significa es que si esto no es simplemente una coincidencia—y en este momento, creo que es obvio que no lo es—entonces podemos señalar la ubicación aproximada de donde va a estar la siguiente escena del crimen.”

“¿Cómo sabemos el orden que va a seguir?” preguntó uno de los agentes sentados a la mesa. “Si quedan todavía tres, ¿hay alguna garantía de que vaya a ir en orden geográfico?”

“No, no hay ninguna garantía,” admitió Mackenzie. “Pero hasta el momento, así ha sido.”

“¿Y todavía no estamos seguros de cómo selecciona sus víctimas?” preguntó Porter.

“Eso se está comprobando en este mismo instante,” dijo Mackenzie. “Tenemos hombres haciendo comprobaciones en los tres clubs de striptease dentro de ese radio de cien millas. Aunque creo que también tenemos que asumir que no pasaría a las prostitutas de largo.”

“¿Qué pasa con esas aguas amargas?” preguntó alguien más. “¿Qué tipo de agua es esa?”

“No lo sé con certeza,” dijo Mackenzie. “Pero ya hemos informado al forense para que compruebe el contenido de los estómagos de las víctimas para ver si hay algo fuera de lo normal: venenos, sustancias químicas, algo así. Personalmente creo que podría ser simplemente agua bendita y en caso de que así sea, sería imposible de señalar.”

“¿Quieres decir que el agua bendita no brilla mágicamente?” preguntó otro agente. Hubo unas cuantas risas alrededor de la mesa.

“Escuchad,” dijo Nelson, ocupando de nuevo la parte delantera de la sala. Fue hacia la pizarra y agarró un marcador de color rojo. Trazó un círculo en el área fantasma del mapa proyectado que parecía encajar mejor con la cuarta ciudad en el mapa que había dibujado Mackenzie.

“Voy a poner a White a cargo de controlar esta zona de aquí,” dijo. “Quiero al menos ocho hombres disponibles ahí fuera en la próxima hora para hacer una inspección del lugar. Realizad una configuración del terreno, aprendeos las carreteras, y permaneced patrullando el área hasta que yo os lo diga. Nancy, necesito que llames al departamento de policía del estado y solicites el uso de un helicóptero para hacer un barrido de la zona.”

“Sí, señor,” dijo Nancy.

“Una cosa más,” dijo Mackenzie. “Solamente coches particulares. Lo último que queremos es alertar a este tipo.”

Nelson consideró esto y ella tuvo la certeza de que algo acerca de ello le irritaba. “Bien, con solo cuatro coches particulares, eso nos va a limitar. Así que voy a permitir coches patrulla, pero no que estén aparcados o estacionarios. Ahora bien, con todo lo que sabemos ahora, no hay excusa para no atrapar a este tipo antes de que tenga que morir una cuarta mujer. ¿Alguna pregunta?”

Nadie dijo nada mientras todo el mundo en la sala se ponía en pie. Había un hormigueo de emoción en el aire que Mackenzie casi pudo sentir como una presencia física. Los agentes empezaron a salir ansiosamente, sintiendo que el final de este miserable caso se cernía sobre ellos. Ella ya conocía la mentalidad; en este momento, cualquiera de ellos podía potencialmente tener la oportunidad de arrestar al sospechoso. Aunque alguien más (en este caso, ella) hubiera hecho las conexiones y las hubiera presentado con una solución para terminar con el caso, ahora todos estaban metidos de lleno en el juego.

Cuando Mackenzie se dirigió a la puerta, Nelson la detuvo. “Hiciste un gran trabajo, Mackenzie. Y te diré algo más: Ellington estuvo hablando maravillas sobre ti cuando regresó a Quantico. Recibí una llamada de su director y alabaron tu trabajo.”

“Gracias.”

“Si pudiera conseguir que dejaras de perseguir periodistas de Internet con unos kilos de más y de darles el susto de sus vidas, creo que tendrías una prometedora carrera por delante. Ese pringado de Pope ha hecho que dos abogados diferentes me llamen preguntando por ti. No creo que vaya a dejar esto de lado.”

“Lo siento, Jefe,” dijo ella, con contrición.

“Bueno, deja esto a un lado por ahora,” dijo Nelson. “Por el momento, concentrémonos en atrapar a este asesino. Los periodistas son casi tan malos, pero al menos Ellis Pope no está atando mujeres a postes y azotándoles hasta que mueren.”

Ella se contrajo por dentro al percibir la ligereza con la que Nelson se refería a las víctimas. Le recordaba que, hasta en medio de una ráfaga repentina e inesperada de confianza y alabanzas de este hombre, era la misma criatura de costumbres que había sido desde que ella empezó a trabajar para él.

“Y si te parece bien,” dijo, “voy a ir en el coche contigo. Aunque te haya puesto a cargo de la escena, me gustaría ser tu ayudante.”

“Claro,” dijo ella, inmediatamente disgustada por la idea.

Mientras salían de la sala de conferencias, ella buscó a Porter con la mirada. Irónicamente, le divertía darse cuenta de que prefería compartir el coche con Porter ahora que el caso estaba llegando a su conclusión. Quizá fuera la familiaridad o solo el hecho de que a ella todavía le parecía que Nelson era demasiado machista como para tomarla en serio, a pesar de las alabanzas del FBI.

Sin embargo, Porter se había perdido entre el movimiento y la emoción ya que todo el mundo había salido de la sala de conferencias. No le vio en el pasillo cuando se detuvo junto a su oficina para coger su placa y su arma y no estaba por ninguna parte en el aparcamiento.

Nelson se encontró con ella en el coche y no iba a permitir ninguna discusión sobre quién iba a conducir. Se puso al instante detrás del volante con aspecto muy impaciente mientras esperaba a que ella entrara al asiento del copiloto y se ajustara el cinturón de seguridad. Ella hizo lo que pudo para ocultar su disgusto, pero pensó que realmente daba igual. Nelson estaba tan empecinado con la posibilidad de atrapar al Asesino del Espantapájaros que ella no era más que una coletilla—solo un engranaje en la máquina compuesta principalmente por hombres que la había traído hasta aquí.

De pronto, la sugerencia de Ellington de intentar entrar al FBI le pareció más atractiva que nunca.

“¿Lista para atrapar a esta basura?” preguntó Nelson mientras salían del aparcamiento detrás de dos coches patrulla.

Mackenzie se mordió el labio inferior para esconder una sonrisa sarcástica que intentaba abrirse camino y dijo:

“Más de lo que crees.”

CAPÍTULO VEINTITRÉS

El teléfono de Mackenzie empezó a sonar cuando llevaba rodando con Nelson menos de diez minutos. Miró el número en su pantalla y aunque todavía no lo había guardado, estaba aún fresco y familiar en su mente. Casi se le había olvidado que Ellington le había enviado un mensaje de texto diciendo que la iba a llamar. Sabía que había enviado el texto esa mañana, pero parecía que hubiera sido hace mucho tiempo. Miró la hora en la barra de tareas de su teléfono y vio que eran solo las 3:16. Este día estaba resultando ser increíblemente largo.

Ignoró la llamada, evitando añadir otro nivel de complejidad a la que estaba resultando ser una tarde bastante caótica. Al tiempo que ignoraba la llamada de Ellington, Nelson hablaba por teléfono con Nancy. Hablaba con sequedad, directo y al grano. Estaba claro que estaba al límite y más que estresado, algo que Mackenzie estaba empezando a sentir también.

Terminó la llamada varios segundos después y comenzó a dar palmaditas nerviosas en el volante con sus dedos pulgares. “Nancy acaba de hablar con los chicos de la estatal,” dijo. “Van a tener un helicóptero sobrevolando el área en una hora y media.”

“Eso son buenas noticias,” dijo Mackenzie.

“Dime,” dijo Nelson. “¿Crees que está matando a las mujeres antes de subirlas a los postes o las mata allí?”

“No hay nada sólido para probar ninguna de las dos cosas,” dijo Mackenzie. “Sin embargo, la primera escena en el maizal me hizo pensar que las mujeres están con vida cuando las pone en los postes. Había marcas en el suelo donde el látigo o lo que fuera que utiliza había sido arrastrado.”

“¿Y?”

“Pues que estaba caminando de un lado a otro. Estaba ansioso y esperando su momento. Si la mujer ya estuviera muerta, ¿por qué esperar con el látigo en la mano?”

Nelson asintió y le lanzó una sonrisa de agradecimiento. “Vamos a atrapar a ese bastardo,” dijo él, todavía tamborileando el volante.

Mackenzie deseaba con todas sus fuerzas unirse a su entusiasmo, pero algo parecía incompleto. Casi podía sentir que se le había pasado algo por alto, pero no podía figurarse de qué se trataba hasta con sus mejores intenciones. Guardó silencio, ensimismada con este asunto, mientras Nelson seguía conduciendo.

Entraron a lo que Nelson se refería como el Área de Interés veinte minutos más tarde. Ella había estado escuchando hablar a Nelson en varias llamadas breves de teléfono y se había enterado de que Nelson estaba estableciendo un perímetro de algún tipo para bloquear un área de treinta millas cuadradas. El área consistía principalmente de terrenos trillados y carreteras secundarias. Unas cuantas de esas carreteras secundarias estaban rodeadas de maizales iguales al de la escena del crimen original que había desatado toda esta locura.

Mientras Nelson les llevaba por una de esas carreteras, la radio de la policía les lanzó un graznido. “Detective White, ¿está ahí?” preguntó una voz masculina.

Mackenzie miró a Nelson, como buscando su aprobación. Él hizo un gesto a la radio instalada debajo del salpicadero con una sonrisa. “Adelante,” dijo él. “Es tu caso.”

 

Mackenzie descolgó el micrófono de la radio y apretó el botón de envío. “Aquí White. ¿Qué tienes?”

“Estoy aquí a la salida de la Ruta Estatal 411 donde me encontré con esta carretera lateral—nada más que un camino de gravilla, en realidad. El camino lleva directamente a un maizal y no está en los mapas. Es como de media milla de largo y viene a morir a un pequeño claro en el maizal.”

“Bien,” dijo ella. “¿Encontraste algo?”

“Eso es decirlo muy a la ligera, Detective,” dijo el agente al otro lado. “Creo que necesita venir aquí tan rápido como le sea posible.”

*

Le resultaba más que inquietante encontrarse de nuevo en otro maizal. Era como si hubiera dado la vuelta completa al círculo, con la diferencia de que a ella no le parecía que estuviera llegando al final de nada. Al contrario, le parecía que estuviera empezando de cero otra vez.

Permaneció en pie al extremo del claro con Nelson y el Agente Lent, el que la había contactado por radio. Los tres estaban de pie entre los delgados tallos de maíz y miraban al pequeño claro.

Habían levantado un poste de madera en medio del claro. A diferencia de los otros postes que habían visto recientemente que eran idénticos a este, no había ningún cuerpo atado a él. El poste estaba desnudo y casi tenía el aspecto de un antiguo monolito en el claro vacío.

Lentamente, Mackenzie se aproximó a él. Era de cedro, igual que los otros tres. Se puso de rodillas y tocó la tierra alrededor de la base del poste. Estaba blanda y era obvio que la habían cavado y luego la habían vuelto a apilar recientemente.

“Este poste no lleva aquí mucho tiempo,” dijo Mackenzie. “La tierra suelta está muy fresca. Casi podría adivinar que lo hicieron hoy por la mañana.”

“Así que prepara los sitios antes de traerse a las víctimas,” especuló Nelson. “No sé si eso es de genios o de arrogantes.”

Aunque a Mackenzie le repulsaba escuchar la palabra genio asociada con el asesino, le ignoró. Regresó a la parte de atrás del poste y al instante descubrió los grabados en la parte baja, a varias pulgadas de la tierra suelta que mantenía el poste en el suelo: N511/J202.

“Yo no diría que es ninguna de las dos cosas,” dijo Mackenzie. “Lo que sí sé es que básicamente nos ha dejado su tarjeta de presentación. Sabemos que va a regresar, y que probablemente traerá a su última víctima consigo.”

A la vez que se ponía en pie, le sorprendió un deseo de venganza que no había sentido nunca antes. El hombre detrás de estos crímenes la había perturbado de alguna manera. Se había convertido en una especia de espectro, un fantasma con la capacidad de atormentarle en su casa y su mente, y de hacer tambalear su confianza en sí misma. Le había hecho saltar ante el sonido de un suelo que crujía y la había llevado al punto ínfimo de hacerle proposiciones sexuales a un agente del FBI que era como un sueño hecho realidad. Le había afectado tanto que había carecido de la energía o de la emoción para preocuparse de la marcha de Zack.

Además de esto, elegía mujeres por víctimas simplemente porque utilizaban sus cuerpos como medio para ganarse la vida. ¿Y quién demonios era él para juzgarles por eso?

“Quiero estar aquí,” dijo Mackenzie. “Quiero estar patrullando o apostada o lo que sea que hagamos para asegurarme de que lo atrapamos. Quiero ponerle las esposas a ese imbécil.”

Sabía que eso sonaba egoísta, pero no le importaba. En ese momento, no le importaba un carajo lo que Nelson pensara de ella. No le importaba que regresara con los chicos a la comisaría y se riera de cómo la atractiva mujercita se había puesto exigente. De repente, atrapar al hombre detrás de estos asesinatos era más importante que ninguna otra cosa —incluso su trabajo y su reputación.

“Puedo ayudarte con eso,” dijo Nelson con una sonrisa. “Cómo me complace ver algo de rabia dentro de ti, White. No sabía que tenías nada de eso en tu interior.”

Reprimió el comentario que le danzaba en la lengua, y simplemente lo pensó.

Ni yo tampoco.

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