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Antes de que Mate

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CAPÍTULO OCHO

De niño, uno de sus pasatiempos favoritos había sido sentarse fuera en el patio de atrás y observar cómo su gato acechaba el patio. Era especialmente interesante cada vez que daba con un pájaro o, en cierta ocasión, con una ardilla. Había observado cómo el gato se pasaba quince minutos acechando un pájaro, jugueteando con él hasta que finalmente le atacaba, rompiéndole el cuello y lanzando sus plumitas por el aire.

Pensaba ahora en ese gato, mientras observaba a la mujer llegar a casa de una noche más de trabajo—un lugar de trabajo donde se ponía de pie en un escenario y complacía sus deseos carnales. Como el gato de su vecindad, él la había estado acechando. Había desechado la idea de llevársela del trabajo; la seguridad era estricta y hasta debajo del resplandor apagado de las farolas por la mañana, había demasiadas posibilidades de que le cogieran. En vez de ello, había estado esperando en el aparcamiento de su edificio de apartamentos.

Aparcó directamente delante de las escaleras en el extremo derecho del edificio, ya que esas eran las que ella solía utilizar para subir a su apartamento en el segundo piso. Más tarde, después de las tres, subió esas escaleras y se quedó a esperar en el descansillo entre la primera y la segunda escalera. Había una iluminación precaria y un silencio total a estas horas de la noche. Aun así, tenía un viejo teléfono móvil que utilizaba de señuelo y se ponía rápidamente al oído para aparentar que hablaba con alguien si alguna persona pasaba por allí.

Ya le había estado siguiendo dos noches y sabía que llegaría a casa en algún momento entre las tres y las cuatro de la mañana. En las dos ocasiones que le había seguido y había aparcado en el lado opuesto de la calle, solo había visto a una persona utilizar esas escaleras entre las tres y las cuatro de la madrugada, y estaba claramente embriagada.

De pie en el descansillo, vio cómo ella aparcaba su coche y ahora la observó salir de él. Incluso con ropa de calle, parecía que estuviera presumiendo de piernas. ¿Y qué otra cosa había estado haciendo toda la noche? Mostrando esas piernas, haciendo que los hombres la desearan.

Ella se acercó a la escalera y él se puso el teléfono a la oreja. Unos cuantos pasos más y ella estaría justo enfrente de él. Sintió como sus pantorrillas se ponían tensas, anticipando una carrera, y una vez más pensó en el gato de su infancia.

Al escuchar los leves sonidos de sus pasos más abajo, empezó a fingir que hablaba. Hablaba en voz baja pero no de una manera sospechosa. Pensó que quizá hasta le lanzaría una sonrisa cuando apareciera.

Y entonces llegó ella, subiendo al descansillo, dirigiéndose al segundo tramo de escaleras. Ella le miró, vio que estaba ocupado y que parecía inofensivo, y le hizo un breve gesto con la cabeza. El asintió de vuelta, sonriendo.

Cuando le dio la espalda, actuó con rapidez.

Metió la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta, y sacó una bayeta que había empapado en cloroformo unos segundos antes de salir del coche. Utilizó su otro brazo para agarrarla por el cuello, arrastrándola hacia atrás y levantándola del suelo. Ella solo pudo dejar escapar un pequeño chillido de sorpresa antes de que la bayeta le presionara la boca.

Se defendió de inmediato, mordiendo y arreglándoselas para hundir los dientes en su dedo meñique. Le mordió con fuerza y al principio estaba seguro de que le había arrancado el dedo. Se retiró por un instante, pero fue suficiente para que ella pudiera alejarse de él, deshaciéndose de la sujeción que le había aplicado alrededor del cuello con su brazo izquierdo.

Ella comenzó a subir las escaleras y dejó escapar un gemido. Sabía muy bien que ese gemido se convertiría en un grito en cuestión de segundos. Se lanzó hacia delante, extendiendo su mano y agarrando esa pierna desnuda y sedosa. Las escaleras le golpearon en el pecho y el estómago, dejándole sin respiración, pero aun así fue capaz de tirar fuerte de su pierna. Con un gritito desesperado, ella se cayó al suelo. Hubo un sonido estremecedor cuando su rostro se dio de bruces con las escaleras. Ella se puso a cojear y él subió las escaleras de inmediato para echar un vistazo con más detenimiento. Se había golpeado en la sien con las escaleras. Sorprendentemente, no había sangre, pero hasta en esa débil luz, podía asegurar que se estaba empezando a formar un coágulo.

Moviéndose con rapidez, puso la bayeta de vuelta en su bolsillo, descubriendo que le había hecho una mordedura bastante seria en su dedo meñique. Entonces la recogió y se dio cuenta de que sus piernas carecían de firmeza. Había perdido el conocimiento, pero él ya se había encontrado antes con esto. La recogió por el lado donde se estaba formando el coágulo y apoyó todo su peso en ese lado. Entonces la bajó por las escaleras con un brazo alrededor de su cintura, sus pies arrastrándose inútilmente detrás de ella. Con su otra mano, llevó el teléfono mudo a su otra oreja en caso de que pasara alguien en los cerca de cinco metros que les separaban de su coche. Tenía sus respuestas preparadas en caso de que eso sucediera: No sé qué decirte, hombre. Estaba borracha—inconsciente. Creí que era mejor llevarla de vuelta a su casa.

Sin embargo, la hora tardía hizo que esa pequeña interpretación no fuera necesaria. Las escaleras y el aparcamiento estaban absolutamente vacíos. La metió en su coche sin incidencias, sin ver a nadie.

Arrancó el coche y salió del aparcamiento dirigiéndose hacia el este.

Diez minutos después, cuando su cabeza se golpeó suavemente contra la ventanilla del copiloto, ella murmuró algo que él no pudo entender.

Él extendió la mano y le dio unas palmaditas en la suya.

“Está bien,” dijo. “Todo va a ir bien.”

CAPÍTULO NUEVE

Mackenzie estaba repasando el informe final sobre Clive Traylor, preguntándose dónde se había equivocado, cuando Porter entró a su despacho. Todavía parecía un poco disgustado por los sucesos de la mañana. Mackenzie sabía que él estaba convencido de que Traylor era su hombre y que él odiaba equivocarse. Sin embargo, su estado de ánimo constantemente irritable era algo a lo que Mackenzie se había acostumbrado hacía mucho tiempo.

“Nancy dice que me estabas buscando,” dijo Porter.

“Sí,” dijo ella. “Creo que tenemos que hacer una visita al club de striptease donde trabajaba Hailey Lizbrook.”

“¿Por qué?”

“Para hablar con su jefe.”

“Ya hemos hablado con él por teléfono,” dijo Porter.

“No, tú hablaste con él por teléfono,” señaló Mackenzie. “Unos tres minutos en total, podría añadir.”

Porter asintió con lentitud. Entró finalmente al despacho, cerrando la puerta detrás de sí. “Mira,” le dijo, “esta mañana me equivoqué con Traylor. Y me dejaste realmente impresionado con ese arresto. Está claro que no te he estado mostrando suficiente respeto. Claro que eso no te da el derecho de hablarme como si fuera un crío.”

“No te estoy tratando como a un crío,” dijo Mackenzie. “Simplemente estoy indicando que en un caso donde nuestras pistas son casi nulas, necesitamos agotar todas las avenidas posibles.”

“¿Y crees que el dueño de este club de striptease puede ser el asesino?”

“Seguramente no,” dijo Mackenzie. “No obstante, creo que merece la pena hablar con él para ver si nos puede llevar a alguna parte. Además, ¿has visto sus antecedentes?”

“No,” dijo Porter. La mueca en su rostro dejó claro que odiaba admitirlo.

“Tiene un historial de violencia doméstica. Además, hace seis años, estuvo envuelto en un caso en el que supuestamente tenía una chica de diecisiete años trabajando para él. Ella resurgió más tarde y dijo que solamente había conseguido el trabajo después de realizar favores sexuales para él. Se desestimó el caso porque la chica se había escapado de su casa y nadie podía comprobar su edad.”

Porter suspiró. “White, ¿sabes cuándo fue la última vez que puse un pie en un club de striptease?”

“Prefiero no saberlo,” dijo Mackenzie. Y válgame Dios, ¿había logrado sacarle una sonrisa de verdad?

“Fue hace mucho tiempo,” dijo él, poniendo la vista en blanco.

“Bueno, esto se trata de trabajo, no de placer.”

Porter se echó a reír. “Cuando llegas a mi edad, la línea entre ambos suele difuminarse. Vamos allá. Imagino que los clubs de striptease no han cambiado tanto en los últimos treinta años.”

*

Mackenzie solo había visto clubs de striptease en las películas y aunque no se había atrevido a decírselo a Porter, no estaba segura de lo que podía encontrarse. Cuando entraron al club, eran apenas las seis de la tarde. El aparcamiento se estaba empezando a llenar de hombres estresados que salían de sus turnos de trabajo. Algunos de esos hombres prestaron demasiada atención a Mackenzie mientras Porter y ella caminaban por la recepción hacia la zona del bar.

Mackenzie asimiló el lugar lo mejor que pudo. La iluminación era tenue, como en un crepúsculo permanente, y la música estaba muy alta. En ese momento, había dos mujeres en el escenario en forma de pasarela, bailando con una barra entre ellas. Vestidas solamente con un par de delgadas braguitas, hacían lo que podían para bailar con un estilo sexy una canción de Rob Zombie.

“Dime,” dijo Mackenzie mientras esperaban al barman, “¿han cambiado?”

“Nada excepto la música,” dijo Porter. “Esta música es horrible.”

Tenía que reconocerlo; no estaba mirando al escenario. Porter era un hombre casado hacia casi veinticinco años. Cuando vio cómo se concentraba en las hileras de botellas de licor detrás de la barra en vez de fijarse en las mujeres semidesnudas encima del escenario, su respeto por él creció en cierto grado. Era difícil imaginar que Porter sería un hombre que respetara a su mujer de tal manera y en ese sentido, le gustó haberse equivocado.

 

Finalmente, el barman se acercó a ellos y su rostro se relajó de inmediato. Aunque ni Porter ni Mackenzie llevaban ningún tipo de uniforme, su vestimenta todavía les presentaba como personas que se encontraban aquí por motivos de trabajo—y seguramente no se trataba de un trabajo positivo.

“¿Puedo ayudarles?” preguntó el camarero.

¿Puedo ayudarles? pensó Mackenzie. No nos preguntó qué queríamos tomar. Preguntó si podía ayudarnos. Ha visto gente como nosotros antes. Primer tanto para el dueño.

“Nos gustaría hablar con el señor Avery, por favor,” dijo Porter. “Y yo voy a tomar un ron con Coca-Cola.”

“Está ocupado en este momento,” dijo el camarero.

“Seguro que lo está,” dijo Porter. “Aun así, tenemos que hablar con él.” Entonces sacó su placa del bolsillo interior de su abrigo y la mostró de frente, poniéndola de vuelta en su lugar como si hubiera realizado un truco de magia. “Aun así, tiene que hablar con nosotros o puedo hacer un par de llamadas y hacerlo verdaderamente oficial. Es decisión suya.”

“Un momento,” dijo el camarero, sin perder otro minuto. Se dirigió al otro lado de la barra y cruzó unas puertas dobles que le recordaron a Mackenzie al tipo de puertas que había visto en los salones de esas películas tan cursis sobre el oeste.

Volvió a mirar al escenario donde ahora solo había una mujer, bailando al son de “Running with the Devil” de Van Halen. Había algo en la manera en que se movía la mujer que hizo que Mackenzie se preguntara si las bailarinas de striptease carecían de dignidad y por tanto les daba lo mismo exhibir sus cuerpos, o si realmente estaban tan seguras de sí mismas. Sabía que no había manera humana o divina de que ella pudiera hacer algo como eso. A pesar de que se sentía segura de sí misma en muchas cosas, su cuerpo no era una de ellas, sin que importaran las muchas miradas lascivas que le lanzaban hombres desconocidos de vez en cuando.

“Pareces estar un poco fuera de lugar,” dijo alguien a su lado.

Miró a su derecha y vio que se acercaba un hombre. Parecía tener unos treinta años y daba la impresión de haber estado sentado en el bar durante algún tiempo. Tenía ese resplandor en sus ojos que ella había visto en muchos altercados con borrachos.

“Hay una razón para ello,” dijo Mackenzie.

“Quiero decir,” dijo el hombre. “Que no se ven muchas mujeres en lugares como este. Y cuando están aquí, generalmente vienen con su marido o su novio. Y si te soy sincero, no creo que vosotros dos,” dijo, señalando a Porter, “seáis pareja.”

Mackenzie oyó a Porter reírse de esto. No estaba segura de qué le molestaba más; si el hecho de que este hombre se hubiera envalentonado lo suficiente como para sentarse a su lado o que Porter estuviera disfrutando de cada minuto de ello.

“No somos pareja,” dijo Mackenzie. “Trabajamos juntos.”

“Así que solo estás aquí para tomar unos tragos después del trabajo, ¿eh?” preguntó él. Se estaba inclinando cada vez más cerca— tan cerca que Mackenzie podía oler el tequila en su aliento. “¿Por qué no me permites que te invite a un trago?”

“Mira,” dijo Mackenzie, todavía sin mirarle. “No estoy interesada. Así que lárgate y encuentra otra víctima inconsciente.”

El hombre se acercó aún más y la miró fijamente por un segundo. “No tienes que ser una amargada al respecto.”

Mackenzie acabó girándose hacia él y cuando sus miradas se encontraron, algo cambió en la mirada del hombre. Se dio cuenta de que ella hablaba en serio, pero había tomado un par de tragos de más y aparentemente no podía controlarse. Le puso una mano en el hombro y le sonrió. “Lo siento,” dijo él. “Lo que quise decir es, bueno, no, quise decir lo que dije. No tienes por qué ser una amargada al respecto—”

“Quítame la mano de encima,” dijo Mackenzie en voz baja. “Último aviso.”

“¿No te gusta el contacto de una mano masculina?” preguntó él, riéndose. Su mano se deslizó por su brazo, asiéndola más que simplemente tocándola. “Supongo que por eso estás aquí para ver mujeres desnudas, ¿eh?”

Mackenzie levantó el brazo a toda velocidad. El pobre borracho no supo lo que había sucedido hasta después de que ella pusiera el antebrazo en su cuello y se cayera del taburete, atragantándose. Cuando se golpeó, hizo suficiente ruido como para atraer a uno de los guardias de seguridad que habían permanecido de pie al borde de la zona de descanso.

Porter se había puesto en pie, interviniendo entre el guardia y Mackenzie. Le mostró su placa y, para sorpresa de Mackenzie, se puso casi a la altura del guardia, mucho más grande que él.

“Tranquilo, chicarrón,” dijo Porter, casi frotando la cara del tipo con su placa. “De hecho, si quieres evitar el espectáculo de un arresto en este establecimiento de mala muerte, te sugiero que eches a este cabrón de aquí.”

El guardia miró a Porter y al borracho en el suelo, que seguía tosiendo y resoplando. El guardia comprendió la elección a la que se enfrentaba y asintió. “Claro,” dijo, poniendo al borracho en pie.

Mackenzie y Porter observaron cómo el guardia escoltaba al borracho hasta la salida. Porter le dio un codazo a Mackenzie y se rió. “Eres una caja de sorpresas, ¿eh?”

Mackenzie se encogió de hombros. Cuando volvieron a la zona de la barra, el camarero había regresado. Había otro hombre a su lado, mirando a Mackenzie y a Porter como si fueran perros callejeros en los que no confiaba.

“¿Quieren contarme de qué se trataba todo eso?” preguntó el hombre.

“¿Es usted el señor William Avery?” preguntó Porter.

“Así es.”

“Pues bien, señor Avery,” dijo Mackenzie, “sus clientes tienen mucho que mejorar respecto a mantener el pico cerrado y las manos en su sitio.”

“¿De qué se trata?” preguntó Avery.

“¿Hay algún sitio más privado en el que podamos hablar?” preguntó Porter.

“No. Aquí está bien. Es el periodo más ajetreado del día para nosotros. Tengo que estar aquí para ayudar a atender el bar.”

“Seguro que sí,” dijo Porter. “Pedí un ron con Coca-Cola hace cinco minutos y todavía estoy esperando.”

El camarero frunció el ceño y después se giró hacia las botellas que tenía detrás. En su ausencia, Avery se inclinó hacia delante y dijo, “Si se trata de Hailey Lizbrook, ya les dije a sus otros colegas de la policía todo lo que sé sobre ella.”

“Pero no habló conmigo,” dijo Mackenzie.

“¿Y qué?”

“Pues que yo tengo un enfoque diferente del caso que todos los demás, y este es nuestro caso,” dijo, asintiendo mientras miraba a Porter. “Así que necesito que responda más preguntas.”

“¿Y si no lo hago?”

“Bueno, si no lo hace,” dijo Mackenzie, “puedo entrevistar a una mujer llamada Colby Barrow. ¿Le resulta familiar ese nombre? Creo que tenía diecisiete años cuando empezó a trabajar aquí, ¿no es cierto? Consiguió el trabajo después de practicarle sexo oral, creo. Ya sé que el caso está cerrado. Me pregunto, sin embargo, si tendrá algo que contarme acerca de las costumbres de su negocio que se pueda haber barrido debajo de la alfombra hace seis años. Me pregunto si ella me podrá decir por qué no parece que le importe un bledo que una de sus bailarinas fuera asesinada hace tres noches.”

Avery la miró como si deseara abofetearla. Ella casi quería que lo intentara. Se había topado con demasiados hombres como él en los últimos años—hombres a los que les importaban muy poco las mujeres hasta que las luces se apagaban y necesitaban sexo o algo a lo que dar puñetazos. Sostuvo su mirada, haciéndole saber que ella era mucho más que algo a lo que pegar puñetazos.

“¿Qué quiere saber?” preguntó él.

Antes de que ella respondiera, el camarero sirvió por fin el trago de Porter. Porter tomó un sorbito, sonriendo con complicidad a Avery y al camarero.

“¿Había hombres que venían y se dirigían a Hailey habitualmente?” preguntó Mackenzie. “¿Tenía clientes regulares?”

“Tenía uno o dos,” dijo Avery.

“¿Sabe cómo se llaman?” preguntó Porter.

“No. No presto atención a los hombres que vienen aquí. Son como cualquier otro hombre, ¿sabe?”

“Pero si dependiera de ello,” dijo Mackenzie, “¿cree que algunas de las otras bailarinas sabrían sus nombres?”

“Lo dudo,” dijo Avery. “Y seamos honestos: la mayoría de las bailarinas preguntan por el nombre de un tipo solo por amabilidad. Les importa una mierda cómo se llamen. Solo quieren que les paguen.”

“¿Era Hailey buena empleada?” preguntó Mackenzie.

“Sí, lo cierto es que lo era. Siempre estaba dispuesta a hacer un turno extra. Quería mucho a sus hijos, ¿sabe?”

“Sí, ya les conocimos,” dijo Mackenzie.

Avery suspiró y miró hacia el escenario. “Oiga, no hay problema en que hable con cualquiera de las chicas si cree que le pueden ayudar a averiguar quién mató a Hailey. Pero no puedo dejar que lo haga aquí, no en este momento. Les molestaría y me fastidiaría el negocio. Pero puedo darle una lista con sus nombres y números de teléfono si de verdad la necesita.”

Mackenzie consideró esto durante un minuto y entonces sacudió la cabeza. “No, no creo que eso sea necesario. Pero gracias por su tiempo.”

Dicho esto, se levantó y le tocó a Porter en el hombro. “Hemos terminado aquí.”

“Yo no,” dijo él. “Todavía tengo que terminar mi trago.”

Mackenzie estaba a punto de defender su postura cuando sonó el teléfono de Porter. Lo respondió, presionando su mano libre en su otra oreja para bloquear el terrible ruido de la canción de Skrillex que sonaba en ese momento por el sistema de megafonía. Habló brevemente, asintiendo en unos cuantos puntos antes de colgar. Entonces se bebió lo que quedaba de su trago y le entregó las llaves del coche a Mackenzie.

“¿Qué pasa?” preguntó ella.

“Parece que ya he terminado,” dijo él. Entonces su rostro se puso serio. “Ha habido otro asesinato.”

CAPÍTULO DIEZ

Tras recibir la llamada, condujeron poco más de dos horas y media desde el club de striptease, la noche cayendo lentamente todo el camino, incrementando el ánimo depresivo de Mackenzie, y cuando llegaron a la escena del crimen, la noche ya había caído del todo. Finalmente salieron de la autopista principal a una tira de asfalto sin pavimentar, y después a una pista de tierra que llevaba a un gran campo abierto. A medida que se acercaban a su destino, comenzó a sentir una inminente sensación de fatalidad.

Los focos centelleaban por delante de ella mientras conducía cuidadosamente por una pista de tierra llena de baches, y lentamente, empezó a ver los numerosos coches patrulla que ya estaban en la escena del crimen. Unos cuantos apuntaban en dirección al centro del campo, y sus focos revelaban una visión espeluznante, aunque familiar.

Por más que intentó no hacerlo, se estremeció ante la vista.

“Dios mío,” dijo Porter.

Mackenzie aparcó, pero no retiró sus ojos de la escena mientras salía del coche y caminaba lentamente hacia delante. La hierba estaba alta en el campo, le llegaba a las rodillas en algunos lugares, y podía ver el sendero ligeramente trillado que habían estado utilizando los agentes de policía. Había demasiados agentes aquí; ya se estaba preocupando de que la escena hubiera sido contaminada.

Elevó la vista y respiró hondo. Era otra mujer, que habían dejado en ropa interior, atada a un poste que parecía medir casi tres metros de largo. En esta ocasión, al ver a la mujer atada de tal manera, Mackenzie no fue capaz de reprimir un pensamiento sobre su hermana. Steph también había sido una bailarina de striptease. Mackenzie no estaba del todo segura de lo que Steph andaba haciendo en la actualidad, pero era muy fácil imaginar que pudiera acabar así.

Mientras Mackenzie se acercaba a la víctima, miró alrededor de la escena del crimen y contó siete agentes en total. Dos agentes estaban a un lado, hablando con dos adolescentes. Por delante, de pie a un par de metros del poste y de la víctima, Nelson estaba hablando con alguien por teléfono. Cuando les vio, les hizo un gesto para que se acercaran y terminó su llamada rápidamente.

“¿Algo sustancial en el club de striptease?” preguntó Nelson.

“No señor,” dijo Mackenzie. “Estoy convencida de que Avery está limpio. Nos ha ofrecido los nombres y números de contacto de todas sus empleadas por si los necesitamos, pero no creo que necesitemos esa ayuda.”

 

“Necesitamos la ayuda de alguien,” dijo Nelson, mirando al poste con aspecto de estar a punto de ponerse enfermo.

Mackenzie se acercó al cuerpo y de inmediato se dio cuenta de que este estaba en peor estado que el cuerpo de Hailey Lizbrook. Para empezar, había un bulto grande y un moratón en el lado izquierdo del rostro de la mujer. También había sangre seca dentro y alrededor de su oreja. Parecía que los latigazos en su espalda se habían realizado con el mismo arma, solo que esta vez se habían infligido con más intensidad y en sucesión más rápida.

“¿Quién descubrió el cadáver?” preguntó Porter.

“Esos chicos de ahí,” dijo Nelson, apuntando adonde uno de los agentes hablaba con los dos adolescentes. “Han admitido que vinieron aquí para liarse y fumar algo de hierba. Dicen que lo han hecho durante un mes más o menos. Pero hoy, se encontraron con esto.”

“El mismo tipo de cuerpo que Hailey Lizbrook,” dijo Mackenzie, pensando en voz alta. “Creo que seguramente podemos asumir la misma profesión, o similar, en este caso.”

“Necesito respuestas sobre esto, vosotros dos,” dijo Nelson. “Y las necesito ahora.”

“Lo estamos intentando,” dijo Porter. “White está que arde con este asunto y—”

“Necesito resultados,” dijo Nelson, casi furioso. “White, hasta podría aceptar algunas de esas estrambóticas ideas tuyas en este caso.”

“¿Me prestas una linterna?” preguntó ella.

Nelson metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó una pequeña Maglite que le lanzó con entusiasmo. Ella la atrapó, la encendió, y empezó a investigar la escena. Se desconectó de la charla nerviosa de Nelson y dejó que soltara su estrés con Porter.

Con la exacta precisión que la embargaba en momentos como este, el mundo se desvaneció cuando empezó a estudiar la escena en busca de cualquier pista. Había varias que llamaron su atención de inmediato. Por ejemplo, sabía que Nelson y los demás agentes habían empleado el mismo sendero trillado para acercarse al cuerpo y así prevenir la contaminación de la escena del crimen. A las afueras del sendero pisoteado entre sus coches y el cuerpo, había varias hendiduras en la hierba crecida, probablemente realizadas por el asesino.

Se desvió un poco hacia fuera del sendero y arqueó lentamente la luz de la linterna alrededor del campo que rodeaba al poste. Tomó algunas notas de memoria, miró de nuevo a los dos adolescentes, y entonces se dirigió de nuevo al poste. Miró el cuerpo de arriba abajo en busca de más pistas y supo sin ninguna duda que este cuerpo, al igual que el de Hailey Lizbrook, no mostraría señales de abuso sexual.

Se preguntó si la preparación del poste era algo más que una maniobra teatral. Algo acerca de ello parecía predeterminado, casi como una necesidad para el asesino. Por un breve instante pudo verle, sus manos agarrando el poste y poniéndose a trabajar.

Lo arrastra con orgullo, quizá hasta alzándolo sobre su espalda. Hay trabajo en esta tarea, un prerrequisito para los asesinatos. El esfuerzo del poste, traerlo al sitio elegido, cavar el agujero y colocarlo—implica una satisfacción por un trabajo bien hecho. Prepara el sitio para el asesinato. Siente tanta satisfacción por esto como por el asesinato.

“¿Qué estás pensando, White?” preguntó Nelson mientras la observaba circulando alrededor del cuerpo. Mackenzie parpadeó, distanciándose de la imagen del asesino en su mente. Al darse cuenta de lo absorta que se había quedado, sintió un ligero temblor atravesándola.

“Lo más sencillo a primera vista es que se puede ver un sendero por el que arrastró el poste desde la pista de tierra hasta aquí,” dijo ella. “Eso nos lleva a la conclusión de que el poste no estaba aquí originalmente. Él lo trajo consigo. Y eso indica que conduce una camioneta o una furgoneta de algún tipo.”

“Eso es lo que me imaginaba,” dijo Nelson. “¿Algo más?”

“Bueno, es difícil estar segura de noche,” dijo ella, “pero estoy bastante segura de que el asesino había envuelto a la víctima con algo para traerla hasta aquí.”

“¿Por qué dices eso?”

“No veo nada de sangre en la hierba, pero algunas de las heridas en su espalda—sobre todo estas en la zona de los glúteos—todavía están bastante frescas.”

Mientras Nelson digería esto, Mackenzie se puso en cuclillas detrás del poste y aplastó la hierba con una mano. Con la otra, apuntó la luz de la linterna sobre la parte inferior del poste.

Su corazón se aceleró cuando vio los números: N511/J202.

Utiliza un cuchillo o un cincel, y dedica mucho tiempo y esfuerzo para asegurarse de que el grabado sea legible. Estos grabados son importantes para él y, lo que es más, él quiere que se vean. Ya sea consciente o inconscientemente, quiere que alguien adivine por qué está haciendo todo esto. Necesita que alguien entienda sus motivaciones.

“¿Jefe?” dijo ella.

“¿Qué, White?”

“Tengo esos números otra vez.”

“Mierda,” dijo Nelson, acercándose a donde estaba ella de rodillas. Miró hacia abajo y soltó un suspiro. “¿Tienes idea de lo que significan?”

“Ninguna en absoluto, señor.”

“Está bien,” dijo Nelson. Tenía las manos en las caderas y miraba hacia el cielo negro como un hombre derrotado. “Así que tenemos unas cuantas respuestas más aquí, pero nada que nos vaya a solucionar este lío pronto. Un hombre que conduce una camioneta o furgoneta que tiene acceso a postes de madera y—”

“Espera,” dijo Mackenzie. “Acabas de decir algo.”

Regresó a la parte trasera del poste. Se inclinó para mirar el lugar donde las muñecas de la mujer estaban atadas con cuerda.

“¿Qué pasa?” preguntó Porter, acercándose a echar un vistazo.

“¿Se te dan bien los nudos?” preguntó ella.

“La verdad es que no.”

“A mí sí,” dijo Nelson, acercándose también a echar un vistazo. “¿Qué has encontrado?”

“Estoy bastante segura de que este es el mismo nudo que se utilizó para Hailey Lizbrook.”

“¿Y qué pasa si lo es?” dijo Porter.

“Es algo inusual,” replicó Mackenzie. “¿Sabes hacer un nudo como ese? Yo no.”

Porter lo miró de nuevo, con aspecto perplejo.

“Estoy bastante seguro de que es un nudo marinero,” dijo Nelson.

“Eso me pareció,” dijo Mackenzie. “Y aunque puede que no lleve a ninguna parte, consideraría la posibilidad de que nuestro asesino esté familiarizado con barcos. Quizá viva cerca del agua o haya vivido cerca del agua en algún momento.”

“Conduce una camioneta o furgoneta, quizá viva cerca del agua, y tiene asuntos maternales por resolver,” dijo Nelson. “No es mucho para continuar, pero es mejor que donde nos encontrábamos ayer.”

“Y considerando el formato ritual de estos asesinatos,” dijo Mackenzie, “y el breve espacio temporal entre los dos, solo podemos asumir que lo vaya a hacer de nuevo.”

Se dio la vuelta y le miró, reuniendo toda la seriedad que pudo.

“Con el debido respeto, señor, creo que es hora de que llamemos al FBI.”

Él frunció el ceño.

“White, solamente sus procedimientos ya nos harían perder tiempo. Tendríamos dos cadáveres más antes de que nos enviaran a alguien.”

“Creo que merece la pena intentarlo,” dijo ella. “Estamos entrando en terreno desconocido.”

Odiaba admitirlo, pero la cara de Nelson le mostró que él estaba de acuerdo. Asintió con solemnidad y miró de nuevo al cadáver en el poste. “Voy a hacer esa llamada,” dijo finalmente.

Por detrás de ellos, escucharon una maldición enfática que provenía de uno de los otros agentes. Todos se dieron la vuelta para ver lo que pasaba y vieron el resplandor saltarín de los focos que provenía de la pista de tierra.

“¿Quién diablos es?” preguntó Nelson. “Nadie más debería saber nada sobre esto y—”

“Una furgoneta de los periódicos,” dijo el agente que había soltado la maldición.

“¿Cómo?” dijo Nelson. “Maldita sea, ¿quién demonios sigue pasándoles información a esos gilipollas?”

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