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Antes de que Mate

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CAPÍTULO VEINTISIETE

Su sensación de incomodidad no hizo sino aumentar cuando Mackenzie entró a la comisaría y vio a Nancy sentada en la recepción. Cuando Mackenzie entró, Nancy solamente le lanzó una breve sonrisa y después miró de nuevo a su escritorio. Esto era de lo más extraño en Nancy, una mujer que normalmente parecía estirar su rostro para acomodar una sonrisa para cualquiera que atravesara las puertas de la comisaría.

Mackenzie casi preguntó a Nancy si sabía que era lo que estaba pasando, pero decidió no hacerlo. Lo último que quería era parecer débil y desinformada mientras intentaba crear la punta de lanza para cerrar este caso. Por tanto, pasó la recepción de largo y se dirigió a la parte trasera, caminando humildemente hacia el despacho de Nelson.

Abrió la puerta y entró, tratando de aparentar confianza y como si estuviera al mando. No obstante, en el momento que cerró la puerta detrás de sí, supo que había sido un error tomarse dos horas y media de su tarde para visitar Santa Cruz. Había hecho lo imposible en un intento de ser tan perfecta como fuera posible, asegurándose de que agotaba cada oportunidad, especialmente las ofrecidas por impresionantes agentes del FBI, para llegar al fondo de este caso.

Nelson levantó la vista para mirarla y por un brevísimo instante, su rostro estuvo marcado por una expresión de ansiedad.

“Toma asiento, White,” dijo Nelson, señalando a las sillas al otro lado de su desordenado escritorio.

“¿Qué pasa?” preguntó ella. Los nervios eran evidentes en su voz, pero eso era lo último que tenía en mente mientras Nelson parecía estudiarla.

“Tenemos un problema,” dijo él. “Y no te va a gustar la solución. Nuestro amigo chupapiedras Ellis Pope ha presentado una queja oficial contra ti. Por ahora, lo está manteniendo en silencio—solo entre nosotros y su abogado, pero ha dicho que si no tomamos acción de inmediato, lo llevará a los periódicos. Normalmente ni siquiera me preocuparía de una amenaza como esa, pero los periódicos y hasta algunos medios televisivos te han presentado como la mente principal en esta investigación. Si Pope va donde los medios con su queja, las cosas se van a poner muy feas.”

“Señor, actué por impulso,” suplicó Mackenzie. “Una figura misteriosa estaba pululando en los límites de una escena del crimen. Era una propiedad privada. Estaba entrando en terreno prohibido. Entonces salió corriendo de manera sospechosa. ¿Es que tenía que dejarle correr sin más? Todo lo que hice fue detenerle. No le agredí.”

Él frunció el ceño.

“White, estoy de tu parte en esto. Al cien por cien. Pero hay otro factor que no puedo pasar por alto. La policía estatal está implicada. Se enteraron de la confrontación con Pope. Además, está el hecho de que hubieras desaparecido cuando aparecieron en la escena en la Ruta Estatal 411 esta tarde. En lo que a eso respecta, hasta yo estoy disgustado. Pero ellos lo tomaron como un mal trabajo por tu parte. No causaste una buena impresión.”

Levantó una mano antes de que ella pudiera hablar.

“Y por si eso no fuera suficiente, he recibido una llamada de Ruth-Anne Costello como hace media hora. Se quejó de que fuiste grosera y agresiva. Y ella también ha presentado una queja.”

“¿Hablas en serio?”

Nelson tenía aspecto deprimido cuando hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

“Sí, por desgracia, así es. Suma todo eso y tenemos un buen problema.”

“¿Y qué vamos a hacer para arreglar esto?” preguntó ella. “¿Qué está pidiendo Pope para seguir callado? ¿Cómo podemos conciliar a la estatal y complacer a la monja?”

Nelson suspiró y entonces miró con hartazgo al techo, mostrando sin lugar a dudas que no estaba contento con lo que estaba a punto de decir.

“Quiere decir que, con efecto inmediato, tengo que relevarte del caso del Asesino del Espantapájaros.”

Mackenzie sintió cómo se le enfriaba la piel. Pensar que el asesino andaba suelto, que seguía matando, y que ella no sería capaz de detenerle, le resultaba demasiado.

No sabía qué decir.

El gesto de disgusto de Nelson se hizo más visible.

“Me puse de tu lado y traté de que se calmaran,” dijo él. “Hasta intenté que te dejaran terminar con este caso y que luego se te suspendiera durante una semana o algo así. Pope y la policía estatal no quisieron saber nada de eso. Mis manos están atadas en este asunto. Lo siento.”

Mackenzie sintió como la furia reemplazaba al miedo que había comenzado a hervir en su estómago. Su primer instinto fue enfadarse con Nelson, pero estaba bastante claro que él también estaba enfadado por este giro de los acontecimientos. Además, dada la manera en que le había mostrado mayor respeto durante los últimos días, no dudaba de que él decía la verdad y que había hecho todo lo que podía.

Esto no era su culpa. Si había alguien a quien echar la culpa, era Ellis Pope. Y, posiblemente, a ella misma también. Desde que había escuchado ese suelo que crujía hacía tres noches, no había sido ella misma. Y que las cosas salieran por la culata con Ellington tampoco le había ayudado precisamente.

Sí, la culpa de todo la tenía ella. Y eso era quizá lo peor de todo.

“¿Y quién va a llevar el caso ahora?” preguntó Mackenzie.

“La policía estatal. Y tienen al FBI dispuesto a intervenir si es necesario. Dado que creemos tener la ubicación exacta de hacia dónde se dirige el asesino a continuación, esperamos que sea un caso bastante simple.”

“Señor, yo ni siquiera…”

Se detuvo ahí, sin saber qué decir. Nunca se le había dado muy bien llorar, pero sentía tal ira allí sentada en el despacho de Nelson que parecía que su cuerpo no tuviera otra manera de expresarla que con la amenaza de las lágrimas.

“Lo sé,” dijo él. “Esto es muy frustrante. No obstante, cuando todo esté dicho y hecho—cuando este imbécil esté entre rejas y se esté trabajando en el papeleo—me voy a asegurar de que tu nombre esté por todas partes de la mejor manera posible. Te lo prometo, White.”

Permaneció de pie en estado de shock, mirando a la puerta como si la pudiera transportar a algún mundo mágico donde esta conversación nunca hubiera tenido lugar.

“¿Y qué se supone que voy a hacer ahora?” preguntó ella.

“Vete a casa. Emborráchate. Haz lo que tengas que hacer para sacudirte esto. Y cuando el caso esté cerrado, te llamaré para decírtelo. A la estatal le va a dar igual esta película una vez atrapemos al asesino. Ellis Pope será todo de lo que nos tengamos que preocupar y eso va a ser fácil cuando dejes de estar en el candelero.”

Ella abrió la puerta y salió.

“Lo siento muchísimo, White,” dijo él antes de que ella cerrara la puerta. “De verdad que sí.”

Solo pudo asentir mientras cerraba la puerta detrás de sí.

Avanzó por el pasillo, con la mirada fija en el suelo para no tener que hacer contacto visual con nadie que se cruzara. A medida que se acercaba a la entrada de la comisaría, miró a Nancy. Asumiendo que Mackenzie ya se había puesto al día, Nancy le hizo un gesto compungido y amable.

“¿Estás bien?” preguntó Nancy.

“Lo estaré,” dijo Mackenzie, sin saber si era verdad o no.

CAPÍTULO VEINTIOCHO

A pesar de lo apetecible que le resultaba la idea de emborracharse, también le recordaba lo que había pasado la última vez que había tomado un trago. Claro que solo había sido ayer pero el ridículo de lo que había pasado hacía que pareciera que hubiera sucedido hace años y que le había estado atosigando todo este tiempo. Así que antes de beber para olvidar su ira, Mackenzie hizo lo único que sabía hacer.

Se largó a casa y colocó todos los archivos relativos al Asesino del Espantapájaros sobre la mesita de café. Hirvió una tetera para el café y repasó cada recorte que conservaba sobre el caso. Si bien había una parte de ella que creía que tener la cuarta escena del crimen acordonada suponía un arresto seguro, su instinto le decía que el asesino sería más listo. Solo sería necesario que él viera el más mínimo signo de presencia policial para que cambiara de planes. Probablemente tanto Nelson como la policía estatal también se daban cuenta de que este era el caso, pero el hecho de que ahora estuvieran tan cerca podía hacerles demasiado conservadores en su enfoque.

Afuera, había caído la noche. Observó a través de las persianas por un instante, preguntándose cómo los acontecimientos de los últimos días podían afectar el rumbo de su vida. Pensó en Zack y se dio cuenta, quizás por primera vez, que se alegraba de que se hubiera ido. Si era honesta consigo misma, solamente había tolerado la relación para no estar sola—algo que había temido desde aquella ocasión en que entró a la habitación de sus padres y se encontró a su padre muerto.

También se preguntó lo que estaría haciendo Ellington. La llamada que le había hecho antes para hablarle del perfil era prueba de que aún estaba implicado en el caso del Asesino del Espantapájaros, aunque solo fuera en tareas de respaldo. Al pensar en él, también se preguntó si se hubiera tomado tan en serio el perfil y la visita a Santa Cruz si hubiera llegado por medio de otra persona. ¿Había estado tratando de impresionarle o había estado intentando impresionar a Nelson?

Al volver la mirada a los archivos que tenía delante de ella, un pensamiento simple aunque provocativo le llenó la mente: ¿Y por qué impresionar a nadie? ¿Por qué no simplemente hacer un buen trabajo y trabajar al máximo? ¿Por qué preocuparse de lo que nadie más piense de mí, mucho menos de un ex-novio inútil, supervisores machistas o un agente del FBI que está casado?

 

Como si lo hubieran provocado sus pensamientos, sonó su teléfono. Lo recogió de entre la pila de archivos y carpetas que había sobre la mesita del café y vio que se trataba de Ellington. Lanzó una sonrisa amarga al teléfono y estuvo a punto de no responder la llamada. Seguramente le estaba llamando para que le diera las gracias por la pista de Santa Cruz, o quizá tuviera alguna otra idea ingeniosa que le sacaría de su trayectoria y le conseguiría una reprimenda. Si hubiera tenido la cabeza más clara en ese instante, hubiera ignorado la llamada. No obstante, el caso era que parte de la furia que se había traído del despacho de Nelson todavía estaba pululando en su corazón y le exigió que le respondiera.

“Hola, Agente Ellington,” dijo.

“Hola, White. Ya sé que no dejo de dar la lata, pero estoy terminando por hoy y quería saber si el perfil del que hablamos te dio algún resultado.”

“No, no fue así,” dijo Mackenzie, saltándose las formalidades. “De hecho, parece que lo único que conseguí con mi visita a la escuela católica fue fastidiar a la monja que hace de directora.”

Era obvio que Ellington no se esperaba esa respuesta; el otro lado de la línea se quedó en silencio durante cinco segundos enteros antes de que respondiera.

“¿Qué ocurrió?” preguntó.

“Era un callejón sin salida. Y mientras yo estaba allí recibiendo un sermón de la directora sobre la naturaleza del mal, la policía estatal apareció en la escena de lo que creemos va a ser el cuarto asesinato. Como resulta que yo no estaba allí, decidieron abusar de su autoridad.”

“Ah, mierda.”

“No, si se pone todavía mejor,” replicó Mackenzie. “¿Recuerdas a Ellis Pope?”

“Sí, el periodista.”

“El mismo. Pues bien, ha decidido presentar cargos hoy con la amenaza de ir a los periódicos a contarles nuestra pequeña escaramuza. Los chicos de la estatal también se enteraron de ello. Así que hablaron con Nelson y, desde hace como una hora, estoy oficialmente suspendida del caso.”

“¿Me tomas el pelo?” preguntó.

Su incredulidad todavía desató más ira en ella y, por suerte, le ayudó a caer en la cuenta de que estaba siendo grosera sin ninguna razón. La situación en que ella se encontraba no era culpa de él. Él solamente estaba haciendo una puesta en común y ofreciendo un hombro en el que apoyarse.

“No, no bromeo,” dijo ella, tratando de controlarse. “Me han pedido que me quede sentada sin hacer nada mientras los buenos chicos de siempre terminan con este asunto.”

“Eso no es justo.”

“Estoy de acuerdo,” dijo ella. “Aunque sé que Nelson no tuvo otra opción.”

“¿Y qué puedo hacer?” preguntó Ellington.

“Me temo que no gran cosa. Si de verdad quieres ayudar con este caso un poco más, llama a Nelson. Puede que te estés metiendo en problemas solo por hablar conmigo del asunto.”

“White, lamento mucho todo esto.”

“Es lo que hay,” dijo ella.

El silencio se cernió sobre la línea de nuevo y esta vez no le dio oportunidad a Ellington de que resucitara la conversación. Si lo hacía, mucho se temía que toda esa ira desplazada podía resurgir y que él sin duda no se lo merecía.

“Tengo que irme,” dijo ella. “Cuídate.”

“¿Vas a estar bien?” le preguntó él.

“Claro,” dijo ella. “Ha sido todo un shock, eso es todo.”

“En fin, cuídate.”

“Gracias.”

Terminó la llamada sin esperar una respuesta. Arrojó el teléfono sobre la mesa junto a las páginas que había fotocopiado de los pasajes de la Biblia que había descifrado en los postes. Los releyó una y otra vez, pero no encontró nada nuevo. Entonces miró al mapa que había tomado de la contraportada de la Biblia y un mapa dibujado a mano que había hecho Nancy, donde se mencionaban todas las potenciales escenas de asesinatos. Todo parecía muy organizado y sencillo.

Y por eso a Mackenzie le resultaba incómodo. Por eso le parecía que tenía que seguir escarbando, para descubrir alguna verdad que todavía no habían desvelado. Tomó su café y leyó los archivos con detenimiento como si se tratara de un día más en la comisaría, perdiéndose dentro de su trabajo a pesar de estar relevada del caso.

*

Cuando sonó su teléfono móvil de nuevo, la pantalla del reloj decía que eran las 7:44. Parpadeó un par de veces y se frotó la cabeza, ligeramente aturdida. Habían pasado casi dos horas entre la llamada de Ellington y esta llamada, pero no le había parecido tanto tiempo ni de lejos.

Sintió confusión cuando vio el nombre de Nelson en la pantalla. Dejó escapar una cruda risita al responder el teléfono, preguntándose qué más podía haber hecho que mereciera un castigo mayor.

Respondió, con la mirada de nuevo viajando hacia la ventana y la noche al otro lado. ¿Estaba ahí fuera el asesino, listo para atar a su próxima víctima? ¿O ya estaba cometiendo el acto?

“Eres como la última persona de la que esperaba tener noticias,” dijo Mackenzie.

“White, necesito que cierres la boca y que me escuches con mucha atención,” dijo Nelson. Hablaba en voz baja y amable, de un modo que ella jamás le había escuchado antes.

“Está bien,” dijo ella, insegura respecto a cómo tomar su tono y sus instrucciones.

“Hace veinte minutos, el Agente Patrick detuvo a un hombre en la Ruta Estatal 411. Conducía una vieja camioneta Toyota de color rojo. Había una Biblia en el asiento del copiloto y trozos de cuerda en el salpicadero. Este hombre, Glenn Hooks, es un pastor en una pequeña parroquia bautista en la localidad de Bentley. Aquí viene lo bueno: había ocho pasajes marcados en su Biblia. Uno de ellos hablaba de las Seis Ciudades de Refugio.

“Dios mío,” Mackenzie suspiró.

“Patrick no ha arrestado todavía a este hombre, pero le insistió para que viniera a comisaría. Se defendió con fuerza, pero Patrick lo tiene consigo en este momento. Como están de camino, he enviado a otra unidad a su casa para ver si encuentran algo sospechoso.”

“Muy bien,” fue todo lo que pudo decir Mackenzie.

“La policía estatal no sabe nada de esto,” continuó Nelson. “Entre tú y yo, es porque así lo he querido. Quería ser el primero en hablar con este tipo antes de implicar a la estatal. Acabo de hablar por teléfono con Patrick. Estarán en la comisaría en unos diez minutos. Quiero que estés aquí para interrogar al tipo. Y necesito que lo hagas deprisa porque no sé cuánto tiempo podemos evitar que los chicos de la estatal se enteren de ello. Puede que tengas unos veinte o treinta minutos antes de que tenga que sacarte de aquí.”

“Después de todo lo que me has dicho en tu despacho, ¿realmente crees que eso es buena idea?”

“No, no es buena idea,” dijo Nelson. “Pero es todo lo que tengo en este momento. Ya sé que te envié a freír espárragos hace menos de cinco horas, pero no te estoy preguntando si quieres hacer esto, te lo estoy ordenando. Todavía sigues oficialmente fuera del caso. Eso no cambia. Estamos haciendo esto por nuestra cuenta. Te necesito en esto, White. ¿Me entiendes?”

Nunca se había sentido tan despreciada y tan valorada a la vez. Su corazón se encendió con una ráfaga de emoción que estaba apuntalada por la ira que le había estado molestando la mayor parte de la tarde.

Recuerda, pensó. No se trata de impresionar a nadie. No se trata de tener razón o de no tenerla o de guardar las apariencias. Se trata de hacer tu trabajo y de encerrar a un hombre que tortura y mata a mujeres.

“White?” replicó Nelson.

Volvió la mirada a la mesita de café y vio las fotos. Las mujeres a las que les habían despojado de su dignidad, aterrorizado, azotado y asesinado. Les debía justicia. Les debía a sus familias un poco de tranquilidad.

Agarrando el teléfono con firmeza y con una mirada de fría determinación extendiéndose por su rostro, Mackenzie dijo:

“Estaré allí en quince minutos.”

CAPÍTULO VEINTINUEVE

Cuando Mackenzie llegó a comisaría, había dos agentes en la entrada principal esperándola. Le sorprendió agradablemente comprobar que Porter era uno de ellos. Le lanzó una sonrisa cómplice cuando ella llegó a la puerta y sin mediar palabra, los hombres le abrieron las puertas y la escoltaron al interior. Habían dado tres pasos dentro de la comisaría cuando Mackenzie se dio cuenta de que Porter y el otro agente estaban haciendo de escudo. Caminaban a ambos lados de ella a un ritmo acelerado, ayudándole a mezclarse con el entorno en caso de que alguien le viera en la comisaría y quisiera buscarle problemas.

Rápidamente, llegaron al pasillo principal donde ella vio a Nelson de pie fuera de la sala de interrogatorios. Se enderezó al verlos llegar y Mackenzie observó que parecía muy estresado, como si pudiera salir disparado como un cohete en cualquier momento.

“Gracias,” dijo él cuando llegaron.

“Por supuesto,” dijo Mackenzie.

Nelson lanzó un gesto brusco a Porter y al otro agente y se fueron de inmediato. Sin embargo, tras solo dar un paso, Porter se dio la vuelta y le susurró. “Muy buen trabajo,” le dijo con la misma sonrisa que le había mostrado a la entrada.

Ella simplemente asintió por respuesta, devolviéndole la sonrisa. Entonces, los agentes se dirigieron hacia el pasillo, de vuelta a la entrada del edificio.

“Muy bien,” dijo Nelson. “Este Hooks está siendo de lo más cooperativo. Solo está nervioso y asustado. Está hablando de lo lindo y todavía no ha solicitado hablar con un abogado. Así que no le presiones demasiado y puede que salgamos de esta sin que venga un abogado y lo detenga todo.”

“Está bien.”

“Estaremos observando desde la sala de revista así que, si algo va mal, alguien puede entrar en menos de diez segundos. ¿Estás bien?”

“Sí, estoy bien.”

Nelson le dio una palmadita de apoyo en la espalda y entonces le abrió la puerta. Para su sorpresa, Nelson se alejó de la habitación por el pasillo hacia la sala de revistas. Mackenzie lanzó una mirada a la puerta abierta por un instante antes de entrar.

Está ahí dentro, pensó. El Asesino del Espantapájaros está ahí dentro.

Cuando entró a la sala de interrogatorios, el hombre sentado a la mesa en el centro de la sala atravesó una serie de extrañas emociones; primero, se sentó tan rígido como una tabla; después un gesto de preocupación llenó su rostro, al que le siguió confusión y por fin, un ligero alivio.

Mackenzie atravesó una gama similar de emociones cuando vio al asesino por primera vez. Parecía tener unos cincuenta y pocos años, con el pelo canoso en las sienes y las arrugas de la edad empezando a aparecer en su rostro. Era un hombre delgado, pero bastante alto. El la miró con sus profundos ojos pardos que eran muy fáciles de leer: estaba asustado y profundamente confundido.

“Hola, señor Hooks,” dijo ella. “Soy la detective White. Creo que si puede responder a unas cuantas preguntas tan honestamente como le sea posible, podrá salir de aquí bastante rápido. Me han dicho que hasta el momento se ha mostrado cooperativo, así que sigamos en esa línea, ¿le parece?”

Él asintió. “Esto es un enorme malentendido,” dijo Hooks. “Creen que maté a tres mujeres. Creen que soy ese Asesino del Espantapájaros.”

“¿No lo es?” preguntó ella.

“¡Por supuesto que no! Soy un pastor de la parroquia bautista de Grace Creek.”

“Eso es lo que me han contado,” dijo Mackenzie. “La Biblia en su camioneta estaba marcada en ciertos pasajes. Resulta que uno de ellos guarda una estrecha relación con el caso del Asesino del Espantapájaros.”

“Sí, eso es lo que han dicho los otros agentes. Las Ciudades de Refugio, ¿no es así?”

Mackenzie se tomó un momento para ordenar sus pensamientos. Le fastidiaba que alguien ya hubiera revelado sus cartas y le hubiera hablado a Hooks sobre la conexión de las Ciudades de Refugio. Iba a tener que probar a utilizar un ángulo distinto. Lo único que sabía con seguridad es que su instinto le decía implícitamente que Hooks sin duda no era el Asesino del Espantapájaros. El miedo en su mirada era auténtico y, por lo que a ella se refería, le decían todo lo que necesitaba saber.

“¿Y qué hay de los trozos de cuerda que encontramos en su salpicadero?”

“La Escuela Bíblica de Vacaciones de Grace Creek empieza en dos semanas,” dijo Hooks. “Los trozos de cuerda son restos de una de las decoraciones para escenarios que estamos creando. Estamos representando el tema de la selva este año y utilizamos la cuerda para lianas y para un pequeño puente ficticio suspendido.”

 

“¿Y dónde se encuentra la parroquia de Grace Creek?

“En la Autopista 33.”

“Y esa corre paralela a la Ruta Estatal 411, ¿correcto?”

“Así es.”

Mackenzie tuvo que darle la espalda a Hooks por un instante para ocultar la expresión en su cara. ¿Cómo era posible que Nelson y los lameculos de sus agentes hubieran sido tan ciegos y estúpidos? ¿Es que no habían investigado en absoluto antes de traerse a este pobre hombre a la comisaría?

Cuando logró recuperar la compostura, se dio la vuelta hacia él, haciendo lo posible para no demostrarle que ya estaba segura de que él no era el asesino. “¿Cuál era, exactamente, la razón de que tuviera marcado el pasaje sobre las Ciudades de Refugio?”

“Estoy pensando en hacer un sermón sobre ello en tres o cuatro semanas.”

“¿Puedo preguntarle por qué?” preguntó Mackenzie.

“Es para hablar de cometer pecados de manera que no hagan sentir culpables a los miembros de la congregación. Todos pecamos, sabe. Incluso yo. Hasta el más devoto. Sin embargo, mucha gente aprende que pecar significa la condenación eterna y las ciudades son una perfecta representación de la misericordia que Dios siente por los pecadores. Tienen que ver con el grado del pecado. Fueron concebidas principalmente para aquellos que habían cometido un asesinato sin querer. No todos los pecados son iguales. Y hasta aquellos que cometen un asesinato, si no es intencional, pueden ser perdonados.”

Mackenzie consideró esto durante un momento, sintiendo como una conexión intentaba formarse dentro de su cabeza. Había algo allí, pero todavía no se estaba revelando.

“Una pregunta para terminar, señor Hooks,” dijo ella. “Su Toyota es bastante viejo. ¿Cuánto tiempo hace que lo tiene?”

Hooks reflexionó por un instante y se encogió de hombros. “Ocho años más o menos. Se lo compré de segunda mano a un miembro de Grace Creek.”

“¿Alguna vez ha acarreado algún tipo de madera con él?”

“Sí. Llevé varias láminas de madera chapada la semana pasada para más decoraciones. Y de vez en cuando, ayudo a la gente a recoger leña en el invierno y llevarla a sus casas.”

“¿Algo más grande que eso?”

“No, no que yo recuerde.”

“Muchas gracias, señor Hooks. Ha sido de gran ayuda. Estoy bastante segura de que saldrá de aquí en un abrir y cerrar de ojos.”

Él asintió, más confundido que antes. Mackenzie le echó una última mirada mientras salía de la sala, cerrando la puerta al hacerlo. En el instante en que salió de la sala de interrogatorios, Nelson salió de la sala de revista unas cuantas puertas más abajo. Parecía agitado cuando se le acercó y ella pudo sentir cómo salía la tensión de él en forma de ondas.

“Eso fue rápido,” dijo él.

“No es el asesino,” dijo Mackenzie.

“¿Y cómo diablos estás tan segura?” preguntó él.

“Con el debido respeto, señor, ¿acaso le preguntaron sobre la cuerda?”

“Lo hicimos,” replicó Nelson. “Se le ocurrió un cuento sobre que lo necesitaba para la Escuela Bíblica de vacaciones en su parroquia.”

“¿Se molestó alguien en comprobarlo?”

“Estoy esperando una llamada en cualquier momento,” dijo él. “Envié un coche allí como hace media hora.”

“Señor, su parroquia se encuentra a quince minutos de distancia de la escena en cuestión. Dijo que tenía planeado escribir un sermón sobre las Ciudades de Refugio próximamente.”

“Parece muy conveniente, ¿no es cierto?”

“Sí que lo parece,” dijo ella. “¿Pero desde cuándo una conexión tan débil sirve de base para un arresto?

Nelson la miró con desdén y colocó las manos a la altura de sus caderas. “Sabía que era una equivocación traerte para esto. ¿Es que estás determinada a alargar esto todo el tiempo que te sea posible? ¿Quieres la atención para seguir en los titulares?”

Mackenzie no pudo evitar dar un paso adelante, sintiendo cómo la ira le ascendía por el cuerpo. “Hágame el favor de decirme que eso es la voz de la frustración,” dijo ella. “Me gustaría pensar que tiene mejor cabeza de lo que eso demuestra.”

“Controla tu tono, Mackenzie,” dijo él. “En este momento, tú estás relevada de este caso. Levántame la voz una vez más, y te suspendo indefinidamente.”

Se cernió sobre ellos un tenso silencio que apenas duró tres segundos, interrumpido por el sonido del teléfono móvil de Nelson. Desvió la mirada de Mackenzie, le dio la espalda y tomó la llamada.

Mackenzie permaneció allí en pie y escuchó su extremo de la conversación, esperando que se tratara de lo que se tratara, pudiera ayudarles a aclarar las cosas y a liberar al Pastor Hooks.

“¿De qué se trata?” preguntó Nelson, con su espalda todavía girada. “¿Sí? Muy bien… ¿estás seguro? Vaya mierda. Sí… entiendo.”

Cuando Nelson se dio la vuelta hacia ella, parecía que quisiera arrojar su teléfono móvil por el pasillo. Se le habían puesto las mejillas de un color rojizo y parecía completamente derrotado.

“¿De qué se trata?” preguntó Mackenzie.

Nelson titubeó, mirando hacia el techo y dejando escapar un suspiro. Se trataba claramente de la posición de alguien que estaba a punto de tragarse una buena porción de su amor propio.

“La cuerda en su camioneta coincide exactamente con la cuerda que se ha utilizado para crear diseños para el escenario para la Escuela Bíblica de Vacaciones en Grace Creek. Además de eso, había papeles impresos y notas escritas a mano en un pequeño despacho en la parte de atrás de la parroquia que demuestran que Hooks estaba preparando un sermón sobre las Ciudades de Refugio.”

Le costó Dios y ayuda no hacer ningún comentario sobre lo equivocados que habían estado él y sus hombres, sobre cómo estaban tan deseosos de terminar con este caso sin la ayuda de la policía estatal o del FBI que habían arrestado a un hombre que no tenía por qué estar esposado.

“¿Así que ya puede marcharse?” dijo Mackenzie.

“Sí. Es libre de irse.”

Se permitió una leve sonrisa. “¿Se lo dice usted, o se lo digo yo?”

Parecía que la cabeza de Nelson estuviera a punto de explotar. “Hazlo tú,” dijo él. “Y cuando hayas terminado, haz el favor de salir urgentemente de aquí. Puede que sea buena idea que tú y yo no hablemos en un día o dos.”

Será un placer, pensó ella.

Regresó a la sala de interrogatorios, contenta de alejarse de Nelson. Cuando cerró la puerta detrás de sí, Hooks la miró con esperanza en sus profundos ojos pardos.

“Es usted libre de irse.”

Él asintió agradecido, respiró profundamente, y dijo: “Gracias.”

“¿Le importa si le hago otra pregunta antes de que se vaya?” preguntó ella.

“Claro que no.”

“¿Por qué razón diseñaría Dios unas ciudades a las que podían escapar los pecadores? ¿No es la tarea de Dios castigar a los pecadores?”

“Eso es discutible. Lo que yo creo personalmente es que Dios quería que sus hijos tuvieran éxito. Quería darles la oportunidad de reconciliarse con él.”

“¿Y estos pecadores creían que podían encontrar a Dios en estas ciudades? ¿Creían que podían ser sujetos de su misericordia allí?”

“En cierto modo, así es. Claro que también sabían que Dios está en el centro de todas las cosas. Dependía de ellos salir a buscarle. Y esas ciudades eran los lugares designados para que lo hicieran.”

Mackenzie ponderó esto mientras se dirigía hacia la puerta. Acompañó a Hooks durante los pasos necesarios para marcharse, pero tenía la mente en otra parte. Pensaba en seis ciudades colocadas en círculo y en cómo un Dios vengativo pero en definitiva misericordioso lo supervisaba todo.

¿Qué es lo que había dicho Hooks?

Pero también sabían que Dios está en el centro de todas las cosas.

De repente, Mackenzie sintió como si le hubieran retirado un filtro de su tercer ojo. Con ese simple comentario flotando en su cabeza, la conexión que casi había hecho en la sala de interrogatorios encajó en su sitio.

Cinco minutos más tarde, estaba acelerando de camino a casa, dejando que ese sencillo pensamiento le recorriera todos los rincones de su mente.

Dios está en el centro de todas las cosas.

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