Бесплатно

Un Trono para Las Hermanas

Текст
Из серии: Un Trono para Las Hermanas #1
0
Отзывы
iOSAndroidWindows Phone
Куда отправить ссылку на приложение?
Не закрывайте это окно, пока не введёте код в мобильном устройстве
ПовторитьСсылка отправлена
Отметить прочитанной
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

CAPÍTULO NUEVE

Sofía se dirigió de nuevo al palacio, intentando parecer más segura de sí misma de lo que se sentía. Por lo que había visto en las chicas nobles de alrededor hasta ahora, nunca aceptaban ni un solo momento de duda.

Le ayudaba ver que se empezaban a formar multitudes, que se deslizaban por el castillo haciendo grupos con los demás. Pilló algunas miradas que le lanzaban y, por uno o dos instantes, le preocupó que pudieran ver a través de su disfraz. Cuando una de las mujeres más mayores se acercó a ella, Sofía estaba segura de que la desenmascararía y la mandaría de vuelta al orfanato. Su talento le dio cierto consuelo.

«¿Quién es? Debe ser nueva. Todos hubiéramos visto a una chica tan hermosa, estoy segura. Me recuerda a mí misma cuando tenía esa edad. Estoy segura de que habrá rumores».

—Bienvenida —dijo la mujer mayor, ofreciéndole su mano—. Yo soy Lady Oliva Casterston.

—Sofía… de Meinhalt —dijo Sofía, tomando la mano de la mujer y recordando tanto su voz como su nombre adoptados justo a tiempo—. Mucho gusto en conocerla.

«Ah, de los estados Mercantes. No me extraña que no haya oído hablar de ella. Supongo que esto explica también el modo en que tomó mi mano sin hacer una reverencia».

Sofía extendió su talento mientras ella hablaba, leyendo lo que podía de la mujer. No parecía desconfiada. Más bien al contrario, parecía decidida a ser amable. Parlotearon sobre nada en concreto y Sofía lo usó como un momento para continuar estudiando la sala.

—Disculpe si mis costumbres no son a lo que usted está acostumbrada —dijo Sofía—. Aquí las cosas son… muy diferentes, creo.

—Espero que no sean demasiado diferentes —dijo Lady Oliva—. Pero imagino que, con la guerra… oh, pobrecita. ¿Estuviste atrapada en todo aquello? Vamos, ven conmigo. Te presentaré a la gente. Sir Geofredo, esta es Sofía de Meinhalt, tiene que conocerla.

De este modo, Sofía empezó a conocer a una serie de personas con tanta rapidez que era imposible controlar quién era quién. Lady Oliva se quedó con ella con los primeros, presentando la imagen de una chica que huía de las guerras en el continente, lo que significaba que Sofía nunca tuvo que decir una mentira descarada, tan solo… dejar que la gente continuara pensando lo que estaban pensando.

Por supuesto, sabía lo que estaban pensando y sus poderes eran la única razón por la que se mantenía a flote en el mar de gente que debía conocer. Le permitían entrever lo que esperaba esa gente y coger pedazos de información que permitían que ellos pensaran que, por lo menos, había oído hablar de la política de Ashton.

Dejó que la marea de gente a la que sencillamente tuvo que conocer la llevara hasta el salón de baile y, allí, Sofía tuvo que resistir la necesidad de dar un soplido ante todo aquel espectáculo.

—¿Está todo bien, querida? —le preguntó un oficial retirado, con la esperanza claramente de tener una ocasión para ser cortés. Evidentemente, no había tenido mucho éxito en lo de esconder su conmoción.

Pero ¿cómo iba a poder hacerlo? Todas las paredes de la sala de baile estaban cubiertas de espejos y los espejos rodeados por marcos dorados. El suelo era una obra maestra de madera empotrada, que formaba un mapa del mundo conocido que incluso incluía algunas de las tierras descubiertas al otro lado del mar. En el techo había unos candelabros que parecía que podían contener mil velas entre ellos, mientras un trío de músicos vestidos color de oro ocupaban un pequeño espacio a un lado. En las paredes no había espacio para cuadros, pero los arquitectos habían lo habían compensado con un fresco por encima de ellos al estilo moderno, que hacía que pareciera que la sala de baile se abría hacia un gran paisaje pastoril.

—¿Señorita?

—Sí, estoy bien —le aseguró—. Es solo que nunca pensé que tendría una ocasión como esta… de nuevo. —Evidentemente, Sofía de Meinhalt había asistido a cosas de estas antes—. Pero gracias por preguntar.

Todavía no había baile. En su lugar, los asistentes comían huevos de codorniz y manzanas pochadas en vino, bebían vinos suaves en copas o los tomaban de lo que parecía ser una pequeña fuente en un rincón, de la que fluía su rojo intenso.

Pero, en su mayoría, parecían competir por la posición como la gente en un mercado buscando las mejores gangas, o como ejércitos en busca del terreno más alto. Tal vez ambas cosas, porque verdaderamente parecía haber un poco de cada cosa en la sala. Los pedazos de pensamiento que Sofía captaba dejaban claro que había más que baile en marcha.

«Por supuesto que yo no estoy por debajo de su rango».

«¿Cómo se puso permitir el Conde de Charlke la casa nueva de la que habla?»

«¿Encontrará mi hija un marido esta noche? ¡Casi tiene veinte años!»

Sofía tenía una imagen de estas cosas como asuntos majestuosos y elegantes, pero los pensamientos intermitentes de los que estaban a su alrededor dejaban claro cuánto estaba pasando bajo la superficie. Parecía que cada gesto, cada palabra, era parte de un juego más grande de posición y ascenso. Todos los que estaban allí parecía que asistían porque querían algo, aunque solo fuera para mostrar el poder y la posición que ya poseían.

Pero allí había elegancia. Algunas de las chicas que estaban allí se veían tan elegantes como cisnes con sus máscaras, mientras todo el mundo parecía haber hecho todo lo que podía con sus atuendos y sus máscaras. Era el tipo de acontecimiento que en cualquier otro lugar podría haber hecho a todo el mundo anónimo, pero aquí servía más para alardear de su gusto y su habilidad para permitirse las mejores cosas.

O para robarlas, en el caso de Sofía.

Se deslizaba por la sala con pasos delicados, escuchando tanto los chismes que los nobles intercambiaban entre ellos y la capa más profunda por debajo de ello que solo pensaban. Oía los rumores sobre qué hombres y mujeres habían perdido a las cartas o apostando en los caballos, junto con preocupaciones más profundas de aquellos que sospechaban que esta vez no podrían pagar sus deudas. Oyó las historias de aventuras e infidelidades, y su talento le permitía distinguir las que eran ciertas de aquellas que solo se difundían intencionadamente para causar problemas.

Quizás si ella hubiera sido otro tipo de persona, podría haber intentado hacer una fortuna traficando con esos secretos. Pero eso no es lo que ella quería. Ella quería ser feliz, no odiada. Ella quería ser parte de este lugar, no un depredador en sus bordes. Quería ser algo más que simplemente el don que tenía.

Aquello significaba encontrar un modo más permanente de conectar con esta corte. Significaba encontrar un marido aquí. Sofía tragó saliva al pensar en ello. Este era un compromiso grande que hacer y, visto de esta manera, sonaba increíblemente mercenario. Pero ¿era algo peor que los nobles que estaban por allí intentando hacer buenos matrimonios entre ellos o para su descendencia?

Desde luego que era mejor que ser una criada, pasara lo que pasara.

Y, de alguna manera, Sofía tenía una ventaja por encima de los demás que estaban allí: por lo menos podía ver qué tipo de personas eran realmente los hombres que había a su alrededor. Podía mirar muy dentro de ellos y ver que el hombre honesto de su izquierda tenía algo de crueldad, o localizar al joven que pensaba en la cortesana a la que visitaría de nuevo esta noche.

Sofía echó un vistazo a la sala, sentía las miradas sobre ella, sentía las expectativas de algunos de los hombres que miraban en su dirección. Algunos de ellos parecían depredadores, como los lobos rodeando a un ciervo. Otros, evidentemente, querían utilizarla y deshacerse de ella.

Había un hombre joven que llevaba una máscara en forma de sol y un vestido de tela de oro que no hacía más que realzar las hermosas líneas de sus rasgos. estaba en el centro de un nido de parásitos, y Sofía supo incluso antes de mirar a través de sus pensamientos que se trataba de Ruperto, el hijo mayor de la viuda y heredero del reino.

Un vistazo a los pensamientos de él hizo que Sofía apartara la mirada. Para él, ella no era más que un trozo de carne. Peor, bajo aquella fachada de broma, había un toque de violencia. Sofía había oído que el Príncipe Ruperto era un buen soldado a quien le gustaba entrenar junto a otros oficiales del ejército nobles. pero aún había más y era suficiente para que Sofía se asegurara de no querer acercarse a él.

Empezó a concentrarse en buscar al noble que Cora le había recomendado: Phillipe van Anter. Pero intentar buscar a una persona concreta en una multitud enmascarada era difícil, incluso con un talento como el suyo. Miró a un hombre alto con el pelo igual de pelirrojo que el suyo. No, no era él. Tampoco era un hombre que llevaba un traje de arlequín o uno que pensaba que su uniforme militar era un traje perfecto.

Se giró y se quedó helada al ver a un hombre joven en los bordes de la multitud que había allí. Iba lujosamente vestido, con un traje que parecía evocar el agua que fluye y el tiempo variante del reino de la isla. Llevaba una túnica gris y plateada encima de unas calzas y una camisa azules, con unas botas ligeramente enjoyadas que en cierto modo resultaban más elegantes que exageradas.

La máscara le tapaba media cara, pero aún con ella, Sofía vio que era guapo. No tenía los rasgos duros de algunos de los soldados de la sala, pero aun así parecía fuerte y atlético.

No era uno de los que la miraban lascivamente, a ella o a las otras mujeres jóvenes de la sala. A Sofía no le daba nada de la sensación de violencia que había tenido con el Príncipe Ruperto ni de ninguno de los problemas que había visto en muchos otros pensamientos allí. Él tenía algo tranquilo, casi pacífico.

 

Pero así no era como Sofía se sentía. Notaba que respiraba más rápido al verlo y no le sacaba los ojos de encima mientras él se movía por la sala. Hasta que un hombre hizo una gran reverencia frente a él, no se percató de lo que nos e había dado cuenta:

Era el Príncipe Sebastián, hijo pequeño de la viuda. No era el que iba a heredar, pero aun así era más de lo que ella podía esperar jamás.

Sofía intentó apartar la mirada, pero su mirada volvía hacia él como si no pudiera parar. Al dirigirse hacia allí, avistó a Lady D’Angelica y sus amigas y, aunque no hubiera podido leer sus pensamientos, Sofía hubiera visto la mirada deseoso que la noble lanzó al príncipe.

Cuando miró a los pensamientos de Angelica, Sofía se quedó paralizada.

«Una bebida y no tardará en estar adormilado».

Sofía se dirigió hacia la chica a través de la multitud que parloteaba. Sofía vio que tocaba una bolsita que tenía colocada en la cintura.

«Solo espero que el galeno no me engañara. Si esto no funciona con suficiente rapidez, nunca seré la que lo lleve a la cama».

Ahora Sofía podía imaginar su plan. Angelica planeaba darle algún tipo de sedante al Príncipe Sebastián y, a continuación, marchar del baile de su brazo. Le iba a engañar para que se fuera a la cama con ella, sin tener en cuenta sus deseos.

«Cuando esté encinta, tendrá que casarse conmigo».

Este pensamiento interceptado llevó a Sofía al límite. Tenía que parar esto. Se colocó a hurtadillas cerca detrás de la chica, usando su talento tal y como lo había usado para robar en la calle, vigilando el momento en que Angelica desviara su atención, para después estirar el brazo para agarrar la bolsa de su cinturón, con la misma tranquilidad que si se estuviera abanicando.

Sofía se hubiera deshecho del sedante en aquel mismo momento, pero ahora mismo sentía que la noble merecía más que eso –como mínimo, por cómo se había portado con Cora. Sofía cogió una copa de vino, le añadió algo de los polvos que había dentro discretamente y los mezcló con la bebida. Volvió a acercarse a Angelica, esperando el instante en el que dejaría por un instante su vino en una de las mesitas que había por la sala.

Fue cuestión de unos segundos como mucho, pero Sofía había estado esperándolo y eso facilitó el que pudiera cambiar el vino. Se marchó, dando un sorbo a la bebida de Angelica, mientras la joven noble bebía de la que Sofía había adulterado.

Tardó un rato en verse el efecto. De hecho, durante un par de minutos Sofía no estaba segura de haber conseguido hacer algo en absoluto. Entonces vio que Angelica se tambaleaba ligeramente, apartando de un golpe a una de sus amigas que pretendía ayudar.

«¿Qué sucede? ¿Me he equivocado?».

Sofía vio que se agarraba el cinturón, en busca de la bolsita ahora desaparecida. Angelica tropezó y esta vez sí que la cogió una de sus compinches. Parecía que quería pelear, o discutir, pero toda la camarilla la sacó rápidamente de la sala, supuestamente en busca de algún lugar en el que descansar.

Sofía sonrió al pensar que la chica estaba recibiendo lo que merecía. Echó un vistazo a Sebastián.

Ahora iba a por la parte que ella merecía.

Pues lo cierto era que no tenía ojos para nadie más en la sala que no fuera él.

CAPÍTULO DIEZ

Catalina se sentía peor de lo que había estado antes de subir a la barca. Tiritaba mientras caminaba por la ciudad, la luz endeble ni se acercaba a secar la ropa empapada que llevaba.

También tenía hambre, tanta hambre que ya estaba pensando en robar para llenar su barriga rugiente. Catalina empezó a mirar a cada tienda y puesto, buscando una oportunidad, pero de momento no había ninguna ocasión, incluso cuando su talento le permitía divisar cuando la costa estaba despejada.

Casi empezaba a desear estar de nuevo en el orfanato, pero ese era un deseo estúpido. Antes de escapar, había sido un lugar incluso peor que este. Por lo menos, en las calles no había monjas que te azotaran por equivocarte, ni horas interminables trabajando en tareas inútiles para evitar el pecado de la pereza.

Pero se le acercaba y Catalina esperaba que en mejores circunstancias que estas. Sin embargo, sus intentos por conectar con Sofía no estaban funcionando. O eso, o estaba atrapada en algo que tenía su atención y no podía responder. También intentó conectar con Emelina otra vez. De nuevo, no hubo respuesta.

Catalina continuó caminando.

Ahora no estaba segura de dónde estaba dentro de la ciudad, pero por su aspecto, no había desembarcado en un barrio noble. Ella imaginaba que allí los adoquines serían de un mármol blanco reluciente, más que de ladrillo y granito resquebrajado cubierto de una capa de excrementos de caballo. Las casas que había a su alrededor parecían incluso más baratas que las que había alrededor de la Casa de los Abandonados y, desde su interior, Catalina de vez en cuando oía gritos y chillidos, discusiones y risas.

Pasó por delante de una taberna, donde la luz de las velas de dentro iluminaba a los hombres y trabajadores de las barcazas corriéndose una juerga. Las palabras de una canción obscena llegaban hasta la calle y, muy a su pesar, Catalina se sonrojó. Uno de los hombres le hizo un gesto para que se acercara y Catalina empezó a andar a toda prisa.

A la luz del día, Ashton era un lugar ajetreado y tosco. A medida que oscurecía, este rincón parecía mucho menos afable. En un callejón de por cercano, Catalina estaba segura de haber oído ruidos de violencia. Al pasar por otro, pilló a un hombre y a una mujer apretados juntos contra una pared y apartó la mirada.

Catalina sabía que debía calentarse más de lo que estaba. Durante el día, hacía el calor suficiente como para secarse simplemente caminando por allí, pero por la noche, ¿qué iba a hacer con la luz de la luna cayendo sobre ella como una neblina de plata y el viento desbrozándola a cuchilladas siempre que no estaba cerca de una de las paredes?

Si no encontraba una hoguera, iba a congelarse hasta la muerte.

Había hogueras en chimeneas y hogares por toda la ciudad. Las chimeneas de las casas de alrededor escupían humo al cielo nocturno mientras sus habitantes cocinaban en ellas y se calentaban. Pero no era cuestión de entrar en una de sus casas.

Podía probar en una taberna, pero las tabernas costaban dinero y, si merodeaba por una, Catalina no tenía ninguna duda de que alguien querría saber qué estaba haciendo allí. Así que continuó caminando, mirando con anhelo las tabernas cercanas e intentando ignorar los ruidos de los habitantes más peligrosos de la ciudad mientras estaban ocupados con sus asuntos nocturnos.

Finalmente, Catalina sintió que ya no podía seguir. A la siguiente taberna a la que llegó, se coló en el patio que la rodeaba. Puede que no pudiera pagar una habitación, pero esta tenía un establo y, por lo menos, podría mantenerse caliente allí si iba con cuidado. Por algún lugar estarían los trabajadores del establo y los propietarios de los caballos que estaban dentro saldrían por la mañana para llevárselos. Sin embargo, por ahora, Catalina no recibía ningún pensamiento que apuntara que había gente demasiado cerca.

En ese momento, había tres caballos en los establos. Uno era un semental oscuro, grande y con aspecto agresivo. Otro era un poni blanco y manso que parecía estar demasiado delgado y mal cuidado. El tercero era una yegua de color castaño, que resopló al acercarse Catalina y volvió de nuevo al establo para acurrucarse entre la paja. Ella cogió una manta que estaba colocada sobre el lomo del caballo y a este no pareció importarle que Catalina se envolviera con ella.

No era gran cosa, pero era mucho mejor que andar por la calle intentando secarse. No intentó dormir, pues no quería arriesgarse a que alguien se acercara sigilosamente mientras lo hacía. Simplemente, se quedó sentada hasta que, lenta y gradualmente, empezó a entrar un poco en calor.

También empezó a pensar. Había planeado salir de la ciudad cuando los chicos la encontraron y se había visto obligada a correr. Su plan había sido robar todo lo que necesitaba, desde comida a armas, desde ropa a… bueno, un caballo. ¿Existía alguna razón por la que no pudiera hacerlo todavía?

Catalina fue lentamente hasta la parte delantera del establo, vigilando a la vez que desplegaba sus otros sentidos. No quería ni pensar qué le sucedería si la pillaban robando algo tan caro como un caballo. Como mínimo, sería el hierro de marcar y, más probablemente, la horca.

Pero ahora mismo, cuando la alternativa era morir de una muerte lenta en la ciudad, el riesgo parecía valer la pena de sobras.

Hacerlo de verdad era lo difícil. Catalina vio algunos de los arreos para un caballo puestos en la pared y la yegua color castaño se quedó quieta mientras Catalina ponía la manta en su sitio y le colocaba la silla encima. Era evidente que estaba acostumbrada a que la ensillaran personas extrañas en lugar de su dueño. Encontró más arreos para ella y las clases del orfanato, que recordaba a medias, sobre cómo ser una buena sirvienta le revelaron parte de lo que necesitaba saber sobre dónde iba todo. El restó se lo imaginó y, al no alejarse el caballo con todos sus esfuerzos, supuso que lo había hecho bien.

Abrió la puerta del establo lo más silenciosamente que pudo, cada crujido de la madera o chirrido del pestillo sonaba tremendamente fuerte en contraste con el silencio de la noche. No se atrevía a salir de los establos montando a caballo, así que en su lugar lo guió silenciosamente, paso a paso, hasta llegar al portón que daba a la calle.

—¡Oye, tú! ¿Qué te crees que estás haciendo?

Catalina no lo dudó. Su subida a la silla no fue elegante, pero fue rápida. Clavó los tacones en los flancos del caballo y gritó todo lo que su voz le permitía. A la vez, mandó con tanta fuerza como pudo, la necesidad de correr.

Catalina no sabía qué fue lo que llevó al caballo al galope, pero ahora mismo no importaba. La única cosa que realmente importaba era que estaba agarrada al caballo mientras este atravesaba a toda prisa las calles por la noche. Detrás suyo se oían gritos, pero rápidamente desaparecieron en la distancia.

La verdadera dificultad era aferrarse al caballo. Catalina no había montado antes. En el orfanato daban por sentado que los únicos que iban a montar a su alrededor serían los que la compraran como criada. Desde luego que ella no y, desde luego, no tan rápido.

Eso significaba que se aferraba al cuello del caballo con todas sus fuerzas, sin tan solo intentar dirigirlo, ya que él escogía su propio camino por delante de las carretas y los transeúntes que todavía estaban por allí fuera. Se agarró hasta que la fuerza del caballo empezó a desvanecerse y, en ese momento, tiró de las riendas para intentar detenerlo.

Consiguió frenarlo hasta llegar a caminar para, por lo menos, poder orientarse. No sabía exactamente dónde estaba dentro de la ciudad, pero tenía una idea de dónde estaba el río, pues no hacía tanto que había salido de él. Si continuaba en dirección contraria al mismo, acabaría saliendo de la ciudad.

Catalina dirigió al caballo en la dirección que esperaba que fuera la correcta y continuó cabalgando. Puede que no hubiera cabalgado antes, pero rápidamente le cogió el ritmo, agarrándose fuerte con las piernas y continuando la marcha mientras su nuevo caballo la llevaba por delante de tiendas y tabernas, prostíbulos y salones de apuestas.

Pasó por uno de los agujeros que había en las viejas murallas. Hubo un tiempo en el que hubiera tenido que pasar una puerta cerrada, superando guardias que hubieran querido saber dónde había conseguido el caballo. Pero aquellos días hacía tiempo que habían pasado, las puertas fueron destruidas por los cañones en una de las guerras civiles. Ahora, catalina podía pasar con facilidad, cruzando hacia la mayor tranquilidad de la periferia de la ciudad.

Todavía había gritos en algún lugar tras ella, pero Catalina dudaba de que alguien pudiera alcanzarla ahora. Solo para asegurarse, no iba por los caminos principales, de tal modo que cualquiera que la persiguiera tendría que buscarla. Aquí fuera, eso significaba pasar por delante de hileras de edificios de madera, la mayoría de los cuales tenía su propio huerto pequeño para intentar cultivar algo más de comida.

Por primera vez en su vida, se sentía verdaderamente libre. Podía continuar hasta las Vueltas, con sus campos abiertos y sus pequeñas aldeas, y nadie la detendría. Allí podría encontrar lo que necesitaba, tanto si era comida, o armas o simplemente la libertad para vivir de la tierra.

 

Respiró profundamente, aguantando las ganas de dar un puntapié al caballo para que galopara de nuevo. Ya había corrido lo suficiente por una noche. Por ahora, quería continuar a un paso que el castaño pudiera mantener hasta la mañana, así que dejó que este continuara a su paso ligero a través de las extensiones de la periferia de la ciudad.

No fue hasta que vio la tienda de un herrero que Catalina hizo que el caballo se detuviera de nuevo. Era el único grupo de edificios construidos con piedra en un mar de construcciones de madera y ladrillos de arcilla, con un aspecto tan sólido que parecía que siempre había estado allí. Había muestras del trabajo del propietario por el espacio que la rodeaba por fuera, desde puertas de hierro forjado hasta guadañas esperando a ser afiladas, o hasta barriles de astas para flechas, que aguardaban que les ajustaran las puntas.

Estas llamaron la atención de Catalina. Si había puntas de flecha, podría ser que hubiera otras cosas que fueran con ellas dentro. Podría ser que hubiera arcos cortos de caza, a la espera del tipo de accesorios de metal elaborado que algunas personas adoraban. Podría haber cuchillos. Podría incluso haber espadas.

Catalina sabía que debía continuar. Lo más seguro sería no arriesgarse a robar más hasta que estuviera fuera de la ciudad. Incluso el caballo había sido un riesgo enorme. Pero había sido un riesgo que por el que ahora estaba mejor, ¿verdad?

Y tal vez era mejor hacerlo ahora, todo de una vez. Ya había gente que la buscaba, así que tal vez era mejor correr todos los peligros esta noche, más que arriesgarse a que las cosas se estropearan una vez estuviera en campo abierto. De algún modo, catalina tenía la sensación de que debía dejar atrás todos sus pequeños crímenes una vez dejara Ashton. Esto aún era parte de la vida que estaba intentando dejar atrás; ella no quería echar a perder su nueva vida haciéndose enemigos en las aldeas de las Vueltas o los Condados que hay más allá.

Se decidió, ató el caballo a la valla que rodeaba el lateral de la tienda del herrero. Saltó por encima de la valla y, en el instante que lo hubo hecho, le apreció que había hecho algo irrevocable. Fue lentamente hacia la tienda del herrero, agachada todo el rato.

Había tres edificios. Uno estaba claro que era la tienda principal, otro parecía que podía ser la casa del herrero, mientras que el tercero era probablemente una especie de zona de almacenaje y el taller. Ese fue en el que se coló Catalina en la oscuridad, basándose en que era el que tenía menos posibilidades de estar firmemente cerrado y el que tenía más posibilidades de albergar armas terminadas.

Como era de esperar, cuando catalina miró por una de las diminutas ventanas, vio barriles de los que sobresalían empuñaduras de espada y arcos, mezclados con forja decorativa y clavos largos diseñados para la construcción de barcas.

Ahora, solo tenía que encontrar una manera de entrar. Catalina se dirigió hacia la puerta, pero en ella había una gran cerradura de hierro forjado y un picaporte que no se movió cuando lo probó. Volvió de nuevo a la ventana y observó el vidrio emplomado que había allí. ¿Cabría por allí? Si lo hacía sería justo, pero Catalina pensaba que podía conseguirlo.

Tendría que romper la ventana para hacerlo, pero con tantos objetos esparcidos por el patio, eso resultaba ser fácil. Simplemente cogió el barrote de una reja de hierro forjado y lo balanceó.

El ruido al romperse el cristal fue demasiado fuerte en contraste con el silencio y catalina se quedó inmóvil, escuchando por si había movimiento. Al ver que no había, destrozó el resto del cristal y entró por la ventana.

Catalina buscó entre los barriles. No sabía tanto sobre armas como ella quería, pero Catalina vio que algunas de las creaciones que había aquí eran mejores que otras. Había algunas espadas que parecían ligeras y flexibles, mientras otras parecían copias baratas de las mismas. Incluso algunas de las espadas con las empuñaduras con un aspecto más trabajado tenían hojas que no se doblaban nada y con un brillo apagado, en lugar de metal que dibuja ondas de las mejores.

Lo mismo pasaba con los arcos. Algunos eran simplemente tejo y ceniza, mientras otros parecían ser compuestos de muchas capas de madera y cuerno, atado con metal. Catalina cogió lo mejor que encontró. Si lo iba a hacer, iba a hacerlo bien. No había manera de volver a saltar de nuevo por la ventana si los llevaba atados a ella, así que los tiró antes que ella y después salto de nuevo, cayó al suelo en la oscuridad y se levantó hasta quedar en cuclillas.

Una mano la agarró por el hombro, tan grande y fuerte que catalina no tuvo ocasión de escapar. Se giró, para intentar apartarse y unos brazos fuertes la rodearon.

Catalina tragó saliva, sabiendo que estaba acabada.

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»