Бесплатно

Un Trono para Las Hermanas

Текст
Из серии: Un Trono para Las Hermanas #1
0
Отзывы
iOSAndroidWindows Phone
Куда отправить ссылку на приложение?
Не закрывайте это окно, пока не введёте код в мобильном устройстве
ПовторитьСсылка отправлена
Отметить прочитанной
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

CAPÍTULO DIECIOCHO

Catalina sentía que la emoción crecía en su interior mientras caminaba con Will hacia las afueras de Ashton. Allí, las casas daban paso a más espacios abiertos y catalina pudo ver el verdor de las Vueltas a lo lejos, llanas, abiertas y libre.

Un día, se dirigiría hacia ese espacio abierto, pero no esta mañana. Esta mañana, a Catalina le interesaba más el lugar en el extremo de la ciudad donde estaban las banderas grises y azules del regimiento de Will.

—¿Estás segura de que quieres ir a ver a mi compañía? —preguntó Will. Parecía sorprenderle el pensar que para Catalina pudiera ser interesante—. Hay cientos de otras cosas que podríamos hacer hoy.

Catalina atrapó algunos destellos en sus pensamientos. Podían ir al teatro o caminar en uno de los espacios verdes cerca de la ciudad. Podían ir a buscar comida juntos en una de las tabernas o deambular hacia un lugar donde Will sabía que un violinista estaría tocando y la gente estaría bailando. Todo eso sonaba bien, pero no era lo que Catalina deseaba.

—Quiero ver cómo es –dijo Catalina—. ¿Cómo se supone que voy a hacer las mejores armas si no sé nada del tipo de personas que van a usarlas?

Era una buena razón, pero no era toda la verdad. La verdad era que tan solo pensar en que una de las compañías libres estaba allí hacía que a Catalina le picara la curiosidad. Esos hombres viajaban por el mundo, luchaban contra los enemigos y visitaban lugares exóticos. Quería saberlo todo sobre ello. Quería verlo por sí misma.

Aun así, Will parecía un poco nervioso mientras iban acercándose, y catalina veía que le preocupaba lo que podría suceder cuando llegara allí y cómo reaccionarían ante Catalina los otros miembros de su regimiento. Catalina estaba decidida a no dejar que eso le afectara. Ella lo quería.

Finalmente, llegaron al lugar donde el regimiento estaba acampado, las tiendas se extendían en un pulcro cuadrado para aquellos miembros que no tenían familias en la ciudad para acogerlos, o para los que no podían confiar que regresaran si se iban. catalina imaginaba que, en parte, también era para mantener a los soldados en el límite de la ciudad, donde no pudieran hacer mucho daño.

Allí había hombres entrenando y trabajando, de brazos cruzados bajo el calor del día o haciendo apuestas entre ellos. Catalina vio unos soldados rasos únicamente con sus uniformes practicando el quedarse en formación mientras un sargento les gritaba órdenes. Había hombres con más experiencia practicando la lucha con espadas y el tiro con arco, entrenando con mosquetes y peleando.

También había una ventaja en ello. Catalina recogió preocupaciones ante la posibilidad de una guerra, hombres que entrenaban más porque querían estar preparados en caso de que llegara la violencia. Dos hombres que peleaban con espadas desafiladas parecían estar provocándose moratones el uno al otro por la violencia de sus esfuerzos.

—Sé que no es gran cosa —dijo Will—, y ahora mismo todo es un poco hostil, pero…

—Es perfecto —dijo Catalina.

Se puso rumbo al campamento, sintiéndose atraída por la tienda de suministros donde las espadas y las picas, las ballestas y los trabucos estaban pulcramente amontonados. Había moldes para disparar al lado de piedras para afilar cuchillos y alabardas. Un intendente con la cabeza afeitada la miró con desconfianza hasta que vio que Will estaba con ella. Entonces dejó que se moviera entre las armas, para admirar el trabajo.

—¿Buscando defectos en las espadas? —preguntó, aunque era evidente que no creía que catalina tuviera ni idea de por dónde empezar.

—Bueno, los filos de esos cuchillos podrían trabajarse más –dijo Catalina—, y creo que aquel hacha se ha deformado un poco mientras se endurecía.

Ahora el intendente la miró con un nivel de sorpresa que a Catalina le pareció ofensivo.

—Catalina ha estado aprendiendo de mi padre mientras yo no estaba —dijo Will.

—¿Por qué no iba a saber sobre espadas? —exigió catalina.

Continuó caminando por el campamento, fijándose en todo lo que allí sucedía, desde el entusiasmo de los reclutas mientras trabajaban para aprender las habilidades para servir en el ejército a los movimientos cuidadosos y para ahorrar energía de los veteranos.

En aquel instante, Catalina supo que aquello se acercaba más a lo que ella quería que la vida en la forja. En la forja, ella fabricaba las armas y aprendía sobre ellas, pero estos hombres las usaban. Tenían vidas en las que viajaban y luchaban, trabajaban juntos y escapaban del tedio de la ciudad.

Aun más, si existía un camino por el que catalina se podía acercar más a la venganza, era este.

—¿Te gustaría pelear? —le preguntó Catalina a Will, mientras cogía dos de las espadas de práctica de madera. Pesaban más que la que ella había diseñado, los mangos de roble eran ásperos en su mano.

—¿Estás segura? —preguntó.

Como respuesta, Catalina le lanzó una. Will la cogió y la colocó en posición de guardia. Catalina le copió. Él golpeó lentamente y ella lo bloqueó, devolviéndole el golpe. Iban de un lado para el otro, y Catalina notaba que estaba cogiendo el ritmo, desviando los golpes que se le acercaban demasiado, mientras sus propios golpes oscilaban para que Will los parara. Las espadas eran pesadas, pero Catalina consiguió mantener la suya para que se interpusiera a los ataques que venían hacia ella.

—¿Intentas prepararte para unirte a la compañía, Will? —gritó un hombre mayor—. ¿O solo intentas impresionarla?

Catalina dio un paso atrás, preguntándose cómos ería. Ella y Will podrían ir por ahí juntos, luchando uno al lado del otro, viajando a lugares de los que catalina apenas había oído hablar.

—Tal vez quiera unirme yo –dijo catalina, poniendo los puños sobre las caderas.

El veterano rió como si fuera el mejor chiste que había oído en todo el día.

—¿Quieres unirte? Ah, muy bueno. Deberías haberla traído antes, Will. Unas buenas risas siempre van bien.

Catalina notaba que su mano apretaba la empuñadura de su espada de madera.

—Lo digo en serio —dijo bruscamente.

—¿Habéis oído, chicos? —exclamó el veterano y todavía parecía que estuviera repitiendo un buen chiste que había oído—. Lo dice en serio. ¡Quiere unirse a los hombres de Lord Cranston!

Aquello provocó más risas alrededor del campamento y ahora se empezó a formar un círculo irregular alrededor de Catalina y Will. Era evidente que habían decidido que eso era un entretenimiento.

Catalina notaba lo preocupado que estaba Will por todo aquello. Ahora mismo, quería marcharse de allí. Quería llevar a Catalina a la forja antes de que sucediera algo más. En cambio, Catalina se quedó allí, enfrentándose a ellos.

—¿Por qué no podría unirme a vosotros? —exigió Catalina—. Si todos estáis tan preocupados de que pueda venir una guerra, ¿no vais a necesitar a todo el que podáis conseguir?

—A todos los hombres que podamos conseguir —dijo el veterano—. Los ejércitos no son un lugar para chicas. especialmente las que no son lo suficientemente mayores para estar lejos de sus madres.

Catalina notó que su expresión se endurecía mientras su rabia crecía.

—Cierra la boca. Tú no sabes nada sobre mi madre.

Vio que el veterano encogía los hombros.

—Oh, ¿vas a obligarme? ¿Bailando por aquí con tu espada de madera como si tuvieras alguna idea de qué hacer con ella? Will fue suave contigo, chica. ¿Quieres saber lo que es una lucha de verdad?

Ahora catalina notaba que se estaba enfureciendo.

—Yo sé lo que es una lucha de verdad.

Aquello provocó otra risa de los hombres allí reunidos y, tras ella, había cierta crueldad. Catalina cogió pensamientos de batallas, de momentos en los que los hombres habían ido hacia ellos con espadas. No se la estaban tomando en serio. Incluso Will parecía desear más sacarla de allí que apoyarla.

—No lo creo —dijo el veterano. Hizo una señal hacia uno de los reclutas más jóvenes, un chico que tenía más grasa que músculo pero que aun así era más grande que Catalina—. Tú, sal ahí con una espada de prácticas. Vamos a enseñarle a esta niñita que no está hecha para la guerra.

El chico dio un paso hacia delante, con aspecto de estar nervioso mientras cogía una espada de madera. Aun así, se puso frente a Catalina, ajustando su agarre mientras alzaba el arma, como si intentara recordar lo que estaba haciendo.

—No es una buena idea —dijo Will—. ¿Por qué no nos…?

—Tú la trajiste aquí —dijo el veterano con brusquedad—. Ahora recuerda dónde estás en esta compañía y no te entrometas. Si la chica quiere luchar, que luche.

Catalina alargó el brazo y puso la mano en el hombro de Will.

—No pasa nada, Will.

Salió a encararse con su rival, levantando el arma en el modo que había estado practicando con Will. Los hombres que había alrededor se reían, o bromeaban el uno con el otro, o hacían apuestas sobre cuánto tiempo duraría exactamente.

—La lucha continúa hasta que uno de vosotros se rinda —dijo el veterano—. ¿Quieres ser uno de nosotros, chica? Debes demostrarnos que no eres débil. ¡Empezad!

Sus poderes le advirtieron lo suficiente acerca de los primeros dos ataques, permitiéndole esquivarlos y haciendo que cortaran el aire. Pero sus poderes no eran una guía perfecta y Catalina aún tenía que confiar en sus reflejos y en sus reacciones, bloqueando por instinto, intentando interponer su espada.

Al hacerlo, el impacto hizo que su brazo temblara. Puede que el recluta al que se enfrentaba tuviera que perder algo de peso, pero todavía tenía la fuerza que su tamaño le daba. La espada de Catalina temblaba con cada golpe y sabía que este chico quería hacerle daño. Deseaba demostrar a los hombres que había allí que era uno de ellos; que tenía la misma dureza, la misma crueldad. Catalina cedía ante los ataques.

 

Catalina podía ver lo mucho que se había contenido Will cuando había estado luchando con ella. No había habido este impacto incesante, o este grado de agresión detrás de los golpes. A pesar de ello, Catalina apretaba los dientes e intentaba contraatacar. Imaginaba que, al menos, sería más veloz que el chico, aunque el peso de la espada de prácticas lo hacía aún más difícil.

Catalina atacaba y golpeaba, aunque el chico paraba sus golpes con más violencia que antes. Catalina retrocedió para intentar pensar, calculando si podría hacer un amago para evitar los bloqueos del chico, tal vez, o rodearlo con su menor tamaño y su agilidad.

—¡No te quedes ahí! —chilló el veterano—. ¡Atácala! ¡Liquídala!

Catalina deseaba quejarse de que al chico le dieran instrucciones desde los lados pero no había tiempo para ello. El chico fue al ataque, apretando, forzando su espada contra la de ella mientras se iba acercando. De aquella forma, no había espacio para que Catalina usara su velocidad, mientras él podía usar todo su tamaño y fuerza para resistir.

Él golpeó con la empuñadura de su espada de entrenamiento de madera y su cesta redondeada alcanzó a catalina en la mandíbula. Sintió el ruido sordo de la madera contra el hueso del golpe seco y chirriante y, por un instante, le pareció que el mundo daba vueltas. El chico la golpeó de nuevo y ella cayó sobre una rodilla.

—No te detengas —gritó el veterano—. Si un enemigo cae, ¡acaba con él!

Catalina intentó levantar la espada para bloquear el siguiente golpe, pero el impacto bastó para que el arma le cayera de la mano esta vez, haciendo que diera vueltas sobre la hierba llena de barro. El chico la golpeó una y otra vez con la espada de madera. No se echaba atrás, como si hacerlo fuera mostrar debilidad frente a los demás. En su lugar, tenía la cara enrojecida por el esfuerzo de blandirla, como si el hecho de que Catalina todavía estuviera allí le enfureciera más.

A Catalina ya la habían pegado antes. Sabía que se trataba de asimilar los golpes, no mostrar nunca dolor, simplemente aceptar lo que no podías cambiar. Pero ella no iba a ceder ante eso. En su lugar, se lanzó hacia delante, intentando derribar al chico y que la lucha continuara.

La empuñadura de la espada de madera le golpeó de nuevo la mandíbula y cayó sobre la hierba de cuerpo entero. El chico dirigió la espada hacia sus hombros, después hacia su espalda, decidido evidentemente a no detenerse hasta que se lo dijeran.

Entonces Will estaba allí y le arrancó la espada de las manos violentamente y con facilidad. Catalina imaginó que debía estar agradecida de que él se metiera, pero ahora mismo, solo parecía una muestra de lo inexperto que era el rival que la acababa de derrotar. Will fue a ayudarla y Catalina rechazó la ayuda, forzándose a ponerse de pie.

—Puedo hacerlo —dijo.

—Hablando de lo que puedes hacer —dijo bruscamente el veterano desde un lado—. Will, llévate a esta chica de nuestro campamento. No quiero volver a verla. El único lugar para las mujeres en el ejército es como esposas o como putas.

Catalina deseaba escupirle en la cara, pero sospechaba que lo único que ganaría sería otra paliza y, ahora mismo, apenas podía mantenerse en pie después de la que le acababan de dar. Esta vez, dejó que Will la cogiera del brazo.

—Vamos —dijo Will—, tenemos que salir de aquí antes de que decidan hacer algo peor.

Catalina asintió y dejó que la ayudara a salir del campo de entrenamiento. Nunca antes se había sentido tan humillada como entonces. Pensaba que sabía luchar, pero un chico más grande había bastado para derrotarla. Hubiera añadido su nombre a la lista de aquellos de los que se quería vengar, pero eso era un problema en sí mismo.

¿Cómo iba ni tan solo esperar vengarse si ni tan solo podía ganar una lucha en un campo de prácticas? ¿Cómo podía hacerlo si era así de débil e indefensa?

CAPÍTULO DIECINUEVE

Sofía se sentía extraña, yéndose discretamente del área del castillo hacia la ciudad. Uno de los guardias de las puertas le seguía el paso, ella se giró y lo miró fijamente, sin saber qué quería.

«El príncipe nos quitará el puesto, si dejamos que suceda algo».

—¿Me estás siguiendo porque crees que es lo que quiere el Príncipe Sebastián? —preguntó Sofía.

—Sí, mi señora —dijo el guardia.

Una parte de ella deseaba explicarle que eso no era lo que ella quería, pues había lugares a los que tenía que ir hoy que era mejor visitar sin que te observaran. Pero no lo hizo, y no solo porque hubiera sido sospechoso que una mujer noble rechazara este tipo de protección.

Lo cierto era que Ashton era un lugar peligroso. Solo pensar que tenía que bajar allí llenaba a Sofía con una sensación de miedo por todas las cosas que podrían suceder. Durante el poco tiempo que estuvo en la calle, había visto el lado más oscuro de la ciudad y, lo que era peor, sabía que todavía podía haber cazadores por allí.

_Muy bien —dijo Sofía, intentando pensar en cómo lo diría una noble—, pero es un asunto un poco… delicado. ¿Puedo confiar en tu discreción?

—Totalmente, mi señora. ¿Quiere que le lleve su bolsa?

Sofía agarró el zurrón de piel que había hecho traer a un sirviente. Lo que había dentro le podía traer muchos problemas.

—Está bien —dijo—. Se trata de un regalo para Sebastián—. La mentira le vino con bastante facilidad. Era lo único que Sofía pudo pensar que podría asegurar que el príncipe no sabría ni un detalle.

—Por mí no lo sabrá —prometió el guardia.

Pero primero debía mandar un mensaje.

«¿Catalina? ¿Puedes oírme?

Evidentemente, no obtuvo respuesta. Era pedir demasiado que su poder funcionara tan fluidamente a través de la ciudad como a través de una sala. Aun así, Sofía evocó una imagen de una de las plazas que había por debajo del castillo, con la esperanza de que su hermana la recibiría y podría venir.

Era imposible saber si Catalina había recibido el mensaje, así que Sofía fue a por la otra tarea en la ciudad. preguntó por la plaza, con discreción, levantando pensamientos cuando tenía que hacerlo hasta que encontró lo que buscaba. Era difícil hacerlo con la presencia del guardia a solo unos pasos por detrás, pero en su favor, no hizo comentarios ni intentó disuadirla. En sus pensamientos pudo ver por qué.

«Los nobles hacen cosas extrañas. No me voy a meter».

Cuando llegó a la casa de empeños, Sofía hizo todo lo que pudo para que pareciera que era una joven noble nerviosa. No tuvo que interpretar mucho, solo necesitó unos cuantos pensamientos acerca de lo que podría pasar si las personas equivocadas la veían allí. Ya era lo bastante malo que el guardia todavía estuviera cerca de ella, observando todos sus movimientos.

—Espérame aquí —ordenó Sofía y, a continuación, se metió deprisa en la tienda.

Dentro, un hombre vestido con un traje con telas que, evidentemente, habían sido remendadas muchas veces la observaba cautelosamente.

—¿Qué puedo hacer por usted… mi señora?

—Es delicado –dijo Sofía.

—La discreción es mi lema.

—Me he quedado sin fondos después del último baile y, obviamente, no puedo volver a llevar este vestido… ¿estaría interesado en este tipo de cosas?

Resultó ser que sí, aunque ni de cerca por lo que verdaderamente valían. Aun así, el pequeño montón de Monedas Reales y chelines que le entregó parecían una fortuna. Por primera vez, su robo de la ropa le parecía lo que era, porque ahora Sofía podía ver exactamente lo mucho que había quitado a Angelica y a las demás.

Sin embargo, necesitaría el dinero si tenía que interpretar el papel de la noble Sofía de Meinhalt, y no podía permitirse guardar el vestido donde algún día podrían reconocerlo. Era mejor estar segura, deshacerse de él.

Acababa de terminar la venta cuando miró a través de la ventana de la tienda y vio una silueta conocida en un extremo de la multitud. Sofía vio que su hermana observaba como si estuviera preparada para salir corriendo al primer indicio de problema.

Llevar con ella un guardia para ver a Catalina probablemente no sería una buena idea.

—¿Hay otra salida aquí? —preguntó Sofía.

—Mi señora va con mucho cuidado para que no la vean —dijo el prestamista—. No debe preocuparse. Por alguna razón estoy tan cerca del barrio noble.

No obstante, la dejó salir por una puerta trasera y Sofía pasó de largo del lugar donde estaba el guardia. Pudo comprar dos pasteles de anguila y algo de cerveza mientras atravesaba la plaza de camino hacia su hermana. Se puso a pensar en cómo le habrían ido las cosas a su hermana durante los últimos dos días y esperaba que le hubieran ido bien. Realmente esperaba que las cosas fueran menos complicadas para su hermana de lo que lo eran para ella.

El momento en el que Sofía vio a su hermana caminando hacia ella en la plaza, el momento en que vio la cara de Catalina, vio que las cosas eran cualquier cosa menos sencillas para ella.

Tenía moratones, parecía que tenía el labio partido y se le estaba empezando a formar costra. Tenía una mano vendada, como si estuviera quemada, y se movía sin su energía y fuerza habituales. Sofía fue corriendo hacia Catalina y la rodeó con sus brazos.

_¿Qué te ha pasado? —preguntó Sofía—. ¿Estás bien?

—No es nada —dijo Catalina y Sofía vio la mirada de decisión que significaba que Catalina estaba intentando ser valiente.

«No puedes esconderme cosas» —envió Sofía y, al estar tan cerca, no fue como enviarlo a ciegas al otro lado de la ciudad—. «¿Qué pasó?»

—Todo tipo de cosas —dijo Catalina. Cogió uno de los pasteles de anguila que Sofía le ofreció—. En parte pude venir por eso. Tomás me absolvió de la forja después de todo.

—¿Es él el que te hizo esto? —preguntó Sofía. No sabía lo que le podía hacer a alguien que había herido así a su hermana, pero encontraría algo.

—¿Qué? —preguntó Catalina—. ¡No! Esto… me da vergüenza. Intenté unirme a una de las compañías libres.

—¿Intentaste unirte a un regimiento? —dijo Sofía—. ¿Y es por eso que te pegaron? ¿De aquí vienen todas estas heridas?

—No todas ellas —confesó Catalina—. Me quemé en la forja por torpeza. Ah, y los trabajadores de una barcaza me lanzaron de ella cuando intentaba salir de la ciudad.

Esto era lo último que Sofía quería oír. Quería que su hermana fuera feliz.

—Ay, Catalina, ¿por qué no podías mantenerte a salvo? ¿Ser la clase de chica a la que le gusta sentarse a leer en una biblioteca?

—Lo soy, ¿no te acuerdas? —replicó Catalina—. Por mí vinimos aquí.

Sofía había olvidado que la biblioteca había sido el primer lugar al que habían ido en busca de seguridad. Parecía que hacía toda una vida, aunque solo había sido cuestión de días.

—Te encantaría la biblioteca de palacio —dijo Sofía—. Tiene más libros de los que nadie puede esperar leer.

—Entonces debes estar encantada de estar allí —dijo catalina—. No puedo creer que consiguieras entrar.

—No fue fácil —le aseguró Sofía—. Tuve que colarme en medio de un baile.

Sofía empezó a contar la historia y vio que su hermana había los ojos como platos en respuesta.

—¿Sedujiste a un príncipe? —dijo Catalina, con evidente incredulidad.

—Creo… que más bien nos sedujimos el uno al otro —dijo Sofía. No quería pensar que lo que tenía con Sebastián era la clase de manipulación que algunas nobles perpetraban con aquellos que tenían más dinero—. Es maravilloso, Catalina.

—Y es evidente que te va bien —dijo Catalina, con un gesto hacia las ricas ropas de Sofía.

—Sí, y… —Sofía dudó y, a continuación, negó con la cabeza—. Esto también es peligroso. Ya hay gente que hace preguntas, que quiere saber quién soy. Puede que no me peguen, pero allí hay chicas que… están molestas conmigo porque Sebastián me escogió a mí. No lo olvidarán.

—Catalina alargó la mano y la puso sobre su brazo.

_parece que las dos debemos tener cuidado. ¿Estás segura de que estás haciendo lo correcto?

—¿Y tú? —replicó Sofía. No podía permitir que Catalina viera la verdad: que no estaba segura. Que había una parte de ella que deseaba alejarse de todo aquello antes de que fuera demasiado mal. tenía algo de dinero. Ella y Catalina podían subir a una barca y alejarse de la ciudad. Solo que… no estaba segura de poder dejar a Sebastián tan fácilmente.

 

—tengo que hacerlo —dijo Catalina—. Estos moratones no son nada. Voy a aprender a luchar. Voy a ir a donde no tenga que fiarme de nadie.

A Sofía le pareció que estaba intentando convencerse a sí misma, pero Sofía no dijo anda. Sabía lo que era querer creer que las cosas saldrían bien, incluso cuando había tantas cosas que podían salir mal.

—Y —dijo Catalina— hay un chico. Se llama Will.

Ahora su hermana parecía esperanzada. Sofía conocía ese tono, pues era el que oía en su propia voz cuando hablaba sobre Sebastián.

—Háblame de Will —dijo Sofía con una sonrisa.

—Es maravilloso —dijo Catalina—. Iba a ir a su regimiento y…

—¿E intentabas impresionarlo? —preguntó Sofía.

Catalina parecía algo avergonzada.

—Un poco.

Sofía rodeó con un brazo a su hermana.

—Catalina, no deberías hacer cosas con las que puedas hacerte daño.

—Tú tampoco deberías —replicó catalina—. El palacio parece realmente peligroso. —Se detuvo por un momento—. Todavía podemos escapar. ven conmigo. Podemos marcharnos, dejar la ciudad y encontrar otro lugar.

Sofía deseaba poder hacerlo. No había nada que deseara más que cuidar de su hermana y asegurarse de que nunca volvía a resultar herida.

—No puedo —dijo en cambio, aunque le doliera hacerlo—. Tengo que hacerlo. Tengo que regresar.

Catalina la abrazó.

—¿Estás segura?

Sofía no estaba segura, pero no podía permitir que su hermana lo viera.

—Puedes confiar en mí —dijo en cambio—. Si oigo tu llamada, vendré.

—Yo también —prometió Catalina—. Dondequiera que estés, dondequiera que vayas, vendré si me necesitas. Asaltaré el palacio si es necesario.

Probablemente lo haría y solo pensarlo hizo sonreír a Sofía.

—Mientras tanto, toma esto —dijo Sofía, apretando contra la mano de su hermana la mayoría de las monedas que había conseguido por el vestido—. Y, Catalina, ¿por qué no intentas pasar más tiempo en las bibliotecas que recibiendo golpes?

Vio que su hermana asentía.

—Tal vez lo haga —dijo Catalina—. Tal vez lo haga.

***

Catalina se dirigió de nuevo a la ciudad, vigilando como lo hacía habitualmente por si alguien quisiera hacerle daño. La lucha en los campos de entrenamiento le había enseñado que siempre había alguien que intentaría herirla. Dondequiera que fuera, alguien siempre querría demostrar que era más fuerte, o que ella era inútil.

Había estado a punto de pedirle a su hermana que la sacara de todo en lo que estaba atrapada, a punto de pedirle a su hermana mayor que la arrancara del peligro como si fuera una niña desamparada. Si no hubiera visto lo peligrosas que eran las cosas también para Sofía, puede que Catalina lo hubiera hecho.

O tal vez no. No antes de que hubiera aprendido a luchar. No antes de haberse vengado. Por lo menos, su hermana le había podido dar una pista de cómo hacerlo.

No había estado en la biblioteca del centavo desde el día en que ella y Sofía habían escapado de la casa de los Abandonados. Incluso ahora, acercarse al viejo edificio parecía un movimiento estúpido, pues ¿qué sucedería si alguien estaba observando, esperando a que lo hiciera? Catalina solo podía confiar en que incluso las monjas enmascaradas no serían tan vengativas. Al fin y al cabo, había más chicas a las que atormentar además de ella.

Se coló dentro y, como era de esperar, Godofredo estaba allí en el escritorio exterior, arrojando una mirada que probablemente él pensaba que era seria a aquellos que intentaban entrar. Cuando Catalina se acercó, pudo ver su sorpresa.

—Catalina, no te atraparon. Me… me alegro. Y siento no haberme atrevido a esconderos.

Catalina no le dijo que lo perdonaba. No tenía la costumbre de perdonar a la gente. Aun así, lo ignoró y cogió un centavo del dinero que Sofía le acababa de dar.

—Quiero utilizar la biblioteca. ¿Vas a llamar a la guardia mientras lo hago?

—No, por supuesto que no. Y no hace falta que pagues. Te debo por lo menos esto.

Le debía más que esto, pero por ahora, Catalina estaba preparada para ignorarlo. Necesitaba saber algunas cosas Y Godofredo siempre sabía dónde encontrar las cosas dentro de la caótica organización de la biblioteca del centavo.

—¿Dónde puedo encontrar libros sobre lucha, Godofredo? —preguntó Catalina—. ¿Existen libros sobre eso?

Godofredo extendió las manos.

Tenemos historias sobre algunos de los grandes guerreros del pasado y manuales sobre la guerra moderna con picas y mosquetes. Incluso hay un par de libros escritos por los maestros de la espada del continente.

Catalina empezó por esos, pues parecían los más prometedores, aunque en algunos aspectos eran los libros más decepcionantes que había leído. Uno contenía serie tras serie de ilustraciones, pero no tenía palabras que las acompañaran, y parecía seguir un orden completamente aleatorio. Uno estaba escrito en uno de los idiomas del otro lado del Puñal-Agua, e incluso sin saber las palabras, Catalina vio que iba más de mostrar todas las cosas que sabía el autor que de enseñarlas. Era una manera de proclamar sus habilidades, o tal vez de asegurarse un puesto como maestro de esgrima, no estaba pensado para aprender de él.

En su lugar, empezó a leer los libros que se centraban en las historias de los grandes guerreros del pasado: Renaud de Bevan, el isleño McIlty. Desde el principio, Catalina vio que eran solo colecciones de leyendas, e incluso las partes que hablaban sobre cómo habían conseguido su gran fuerza parecían algo que Catalina no podía esperar hacer. ¿Llevar un ternero sobre los hombros cada día hasta que fuera adulto? ¿Luchar con cada hombre que se encontrara hasta que ninguno se le acercara? eso parecía imposible.

El siguiente libro no parecía mucho mejor. Era un volumen delgado y extraño, que parecía ser medio manual de espada, medio crónica fantástica de la vida de un espadachín llamado Argento. Al principio parecía prometedor, pues su obra aseguraba que era de Ashton, pero había fragmentos que parecían pura fantasía. Había una sección que aseguraba que había empezado su vida como un espadachín hábil pero débil, pero que había ganado fuerza yendo a un claro del bosque al sur de la ciudad y había engañado a los espíritus que había encontrado allí en una fuente. Lo completaba un mapa, asegurando que mostraba el lugar al que había ido y señalaba las señales que llevaban hasta allí: un indicador del camino, una serie de escalones de piedra y más. Catalina suspiró y dejó el libro con más fuerza de lo que debería haberlo hecho.

—Con cuidado, Catalina —la advirtió Godofredo—. Ya sabes que no se deben dañar los libros que otros pueden querer leer.

—No creo que nadie quiera leer esto —replicó Catalina—. ¿Espadachines que consiguen su fuerza de fuentes mágicas? ¿Maestros de la espada invencibles que aparecen de la nada? Son tonterías.

Vio que Godofredo miraba hacia el libro.

—Es la historia de Argento, ¿verdad? Sí… sí, tienes razón… deberías ignorarla.

«No quiero que ella acabe como él. Es mejor que piense que es una fábula».

—Godofredo —dijo Catalina—, ¿qué es lo que no me cuentas? Este Argento fue una persona real.

—No, yo solo te dije…

«Real y peligrosa».

—Godofredo —dijo Catalina con un tono de advertencia—. No me ayudaste cuando te necesité. Me lo debes. Dime la verdad.

—Argento fue un espadachín cuando yo era joven _dijo—. No era muy bueno. Un día se marchó de la ciudad. No por mucho tiempo. Desde luego, no el tiempo suficiente para ser tan bueno como fue cuando regresó. ¡Derrotó a d’Aquisto y Newman uno tras otro en combates de práctica! Cuando la gente le preguntaba cómo lo hizo, él hablaba de una fuente al sur de la ciudad y eso es todo lo que dijo sobre ello.

—¿Estás diciendo que fue real? —preguntó Catalina—. ¿Estás diciendo que yo podría…?

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»