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Introducción de Ianina Echodas2

Cuando Diego me propuso que escribiera una introducción para este libro, lo primero que sentí fue una fuerte emoción y al instante un profundo desafío.

Emoción por su hermoso gesto de amor, una muestra más de su deseo de hacerme parte de este proyecto tan ansiado. Y, por eso, también, el profundo desafío de estar a la altura. Lo asumo con la intención de aportar una visión sobre la gestación de este libro y sobre su autor.

Hace más de veinte años que caminamos juntos, y si hay algo que lo caracteriza es su pasión. Esa fuerza interna que genera un empuje hacia un cierto objetivo que definimos motivación, la disposición de energía suficiente para mantener esa fuerza constante hasta lograrlo.

Y vaya que lo caracteriza ese empuje: años de dedicación, de estudio, de trabajo, de creación, de esfuerzo y la visualización de nuevas metas llevaron a Diego a soñar con castillos que fueron construidos uno a uno.

En este camino nos sorprende como a “todo el mundo” la pandemia y, como a todos, nos obliga a “parar la pelota”, como le gusta decir –y leerán en el libro– a Diego. El mundo se detiene y junto con él las metas y los objetivos más cercanos.

El trabajo, el presente y el futuro laboral quedan suspendidos para algunas personas por minutos, por días o por meses, y están los que aún no se pudieron rearmar, como explica Diego en detalle, al profundizar en diferentes variables individuales y organizacionales que nos atravesaron y dispusieron diversas condiciones para el trabajo.

Una vez más, en medio de las más variadas invitaciones a reinventarnos, Diego asume el desafío y pone “la pelota” en juego. Desde ya que se trata de otro juego, parecido seguramente al ya conocido, pero distinto.

Desde marzo de 2020 lo vi investigar, leer, preguntar, estudiar, debatir y aportar para entender esta nueva realidad. Como muchos, pudo adaptarse en su rol de docente, de analista y de consultor. Y en ese transcurrir reencontró su esencia: esa pasión que le hace concebir nuevas metas. Entonces, como producto de esta forma de atravesar la pandemia, con la mirada en lo que viene y a la vez como un generoso legado, comenzó a gestar este libro.

La realidad pandémica nos sometió y nos somete a una extrema despersonalización (número de contagios, número de fallecidos, cantidad de vacunas, cuadros en las pantallas). En cada capítulo, Diego, desde un relato sostenido por la teoría, rescata la subjetividad de las personas en situación de trabajo.

En Mundo post Covid. La Psicología del trabajo tras la pandemia, encontrarán un necesario recorrido y un análisis de los avatares y aprendizajes construidos en esta etapa, estrategias para afrontar el presente y el futuro escenario, rescatando siempre el valor del “contenido humano” en las organizaciones.

2. Licenciada en Psicología (UBA). Se desempeña como psicóloga clínica y deportiva, siendo miembro del equipo de Psicología Deportiva del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo; es Jefa de Trabajos Prácticos de la materia Psicología Organizacional y Empresaria de la Universidad Maimónides, y codirectora de la consultora “Contenido Humano”, concentrándose en capacitación y facilitación de procesos de aprendizaje en grupos, equipos y profesionales, en organizaciones públicas y privadas de la Argentina y de América Latina.

1. 2021: Hacer zoom en la post pandemia

Quiero un zoom anatómico, quiero el fin del secreto.

(Soda Stereo, Zoom)

—-

Fuimos atravesando –y fuimos atravesados por– la pandemia. Mucho de lo vivido, sufrido, aprendido en el “inolvidable” período 2020-2021 reconfigurará el futuro cercano y aun más allá.

La pandemia del coronavirus o Covid-19 fue registrada el 31 de diciembre de 2019 por la OMS (Organización Mundial de la Salud) en China como epidemia regional, y casi inmediatamente se trasladó a máxima velocidad por todo el planeta.

La Argentina, por ejemplo, decretó una cuarentena total el 20 de marzo de 2020, prohibiendo actividades que no fueran relacionadas con la salud o esenciales, limitando la circulación, como en la mayoría de los países del mundo.

Un año más tarde, en marzo de 2021, el Covid-19 continuó extendiéndose y ya ha infectado aproximadamente a ciento dieciocho millones de personas, ocasionando tres millones de decesos. Ha habido, además, noventa y dos millones de personas recuperadas. Pero el mundo ya empezaba a aplicar las vacunas.

Esto da cuenta del impacto del virus a nivel global, que deviene de la movilidad de la humanidad. Se sabe, luego de mucho aprendizaje sobre la marcha, cuáles son los cuidados para prevenir la infección y no contagiarse, pero aún no se conoce cuánto tiempo sobrevivirá el virus, ni la potencialidad de daños que dejará en el mundo. Sí se sabe –y de esto no hay duda– que las secuelas durarán años. Se trata de una crisis desconocida, de la que no tenemos registro, y que la sociología reconoce como un hecho social total, que afecta todos los aspectos de nuestras vidas. Sin embargo, de un modo particular, provocó un fuerte impacto en el aspecto del trabajo.

Como define mi amigo y colega Claudio Alonzo, “el trabajo es un fenómeno multidimensional que se despliega en entornos complejos”. Podemos arriesgar, sin temor a equivocarnos, que durante la pandemia del coronavirus se produce el contexto más complejo que haya impactado al trabajo en los últimos cien años en un nivel global.

Cuando hablamos de trabajo nos referimos al que se desarrolla en sistemas organizacionales, pero también fuera de ellos, y –como sostiene Alonzo– se trata de pensar el trabajo desde la perspectiva de la salud, poniendo en relieve la dimensión psicológica del trabajo. A partir del contexto mencionado, aparecen nuevos modos de organización del trabajo y debemos enfocarnos en el impacto de estas transformaciones sobre la producción de la subjetividad.

El trabajo es una de las actividades humanas centrales; estructura la vida de las personas, ya que organiza desde nuestra rutina hasta nuestros ciclos vitales, y posibilita, desde la perspectiva freudiana, la sublimación. El trabajo favorece el desarrollo social e individual y es potencialmente una fuente de autoestima, generador de realización personal.

Sabemos que el trabajo nos posibilita construir nuestra identidad fundamentalmente a través de los otros –ya que siempre el trabajo es colectivo– y del reconocimiento que obtenemos en lo que hacemos. Dependiendo de la movilización subjetiva, en el trabajo se pondrá en juego nuestra salud emocional a partir de la posibilidad de crear y de modificar la realidad, apropiándonos de nuestros actos de un modo activo y crítico. Nuestra salud psíquica en el trabajo se encuentra vinculada con la posibilidad de modificar la realidad que nos rodea y con las acciones que realizamos. El trabajo –desde nuestra perspectiva– excede a la mera obtención del dinero. Es una actividad que nos transforma mientras transformamos la realidad sobre la que operamos, y, en ese sentido, es una fuente de satisfacción.

Sabemos también que el trabajo es fuente de malestar. En palabras de Sigmund Freud, “Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana. La posibilidad de desplazar sobre el trabajo profesional, y sobre los vínculos humanos que con él se enlazan, una considerable medida de los componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y hasta eróticos, le confiere un valor que no le va en zaga a su carácter indispensable para afianzar y justificar la vida en sociedad. La actividad profesional brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegida libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente. No obstante, el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia las otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos solo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales”.

La pandemia fue un acelerador de circunstancias que estaban latentes y que por el contexto debieron ser aceleradas. Deja tras de sí nuevos modos de organización del trabajo que llegaron para quedarse y que analizaremos a lo largo de este libro.

Durante la pandemia, aquello que el trabajo ha atravesado en su acelerada y forzada adaptación, dentro y fuera de las organizaciones, no fue “el gran año del teletrabajo”. O no exactamente aquel paraíso que la promesa del home office parecía incluir. Sucede que el salto de las oficinas a las casas se dio empujado por una crisis, y en medio de la pandemia nosotros tratamos de desarrollar nuestros trabajos lo mejor que pudimos, en un contexto donde también hubo angustia e incertidumbre.

En general, nuestras tareas no estaban pensadas para ser desarrolladas en soledad y en el hogar. Según un informe de abril de 2020 de CIPPEC3, solo un tercio de los trabajos tienen potencial de ser desarrollados desde el hogar. Esa cifra se reduce a un cuarto de los trabajos si se analizan los hogares preparados con la infraestructura necesaria para teletrabajo.

Nuestras casas no estaban preparadas como escenarios de un home office prolongado: rápidamente tuvimos que generar espacios a fuerza de creatividad, con conexiones que a veces fallan y generan culpa y estrés, exhibiendo nuestra intimidad y, en algunos casos, además, siendo casi maestros de nuestros hijos en casa, debido al cierre de las clases presenciales.

Y al mismo tiempo aparece públicamente una nueva “entidad” de trabajadores: los “esenciales”. Los que no pudieron hacer teletrabajo, los que estaban autorizados a salir de sus casas para atender a los enfermos, para velar por la seguridad de los países, de sus bienes y de las personas.

Los autorizados a salir para producir alimentos, energías, transportar bienes, es decir, aquellas personas que fueron imprescindibles para enfrentar la pandemia y cuyas tareas fueron vitales para toda la sociedad, en buena parte de los países no recibieron el reconocimiento ni la paga acordes con esa tarea que la pandemia reveló como vital, esencial.

¿Volverán luego de terminada la pandemia a ser no tan esenciales, a dejar de oír aplausos y de obtener reconocimientos? ¿Habrá algún aprendizaje que nos permita como comunidad no olvidarnos de lo que consideramos esencial cuando la salud de todos se vio amenazada? En este sentido no soy optimista; basta recordar cómo, al poco tiempo del curso de la pandemia, se dejaron de escuchar los aplausos a los médicos y demás agentes de la salud.

La post pandemia nos permitirá, sin duda, valorar la salud, pero desde una mirada individual o individualista; no se trata de la preocupación por la salud pública y, en esta línea, el enorme trabajo y el esfuerzo de los que fueron esenciales en pandemia serán lamentablemente desconocidos u olvidados.

La post pandemia nos dejará algunas incertidumbres y nuevas certezas para mirar al futuro. Pero lo cierto es que el coronavirus no trajo todos nuestros padecimientos.

Recordemos que antes de la pandemia también había dificultades. No veníamos de un panorama maravilloso, ni de un mundo de trabajo con satisfacciones y crecimiento garantizado.

Muy lejos de eso, el mundo pre pandemia, que hoy quizás añoramos, ya venía convulsionado, con crisis diversas, inestabilidad y desafíos crecientes. Se ha hablado del mundo VICA y el universo RUPT, para intentar resumir en una palabra un diagnóstico sobre el cambio global. El mundo Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo (vica), sintetiza una sensación que se ha padecido aún más en época de pandemia.

El inicio del mundo VICA es posterior al afianzamiento de la globalización. Diversos autores sostienen que la sigla se empezó a utilizar a partir de los atentados a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001. El mundo VICA se puede definir de la siguiente manera:

• Volátil, en tanto inesperado, inestable y de duración desconocida.

• Incierto, porque podemos conocer las causas y los efectos, pero no la resolución. En este caso, es posible orientarse al cambio pero no a sus resultados.

• Complejo, con infinidad de variables y conexiones. Si bien hay información disponible, la cantidad de esa información y las conexiones posibles lo vuelve abrumador.

• Ambiguo, porque las relaciones entre causa y efecto no son claras y no hay antecedentes.

Después del VICA apareció de otro neologismo, el RUPT (por sus componentes en inglés, Rapid, Unpredictable, Paradoxical y Tangled) o, en español, Rápido, Impredecible, Paradójico y Entrelazado; por eso también se lo encuentra como ripe.

Hacia finales de 2020, se fue ajustando el diagnóstico, nuevamente en busca de poder pensar y generar los nuevos interrogantes frente al mundo. Entonces se sumó BANI (Bien frágil/quebradizo, Ansioso, No Lineal, Incomprensible).

La crisis del mundo pre pandemia hizo eclosión con el Covid-19, y muchos autores, periodistas y comunicadores de diversos medios tomaron a toda velocidad estas siglas, como herramientas de urgencia para explicar en forma resumida lo que se estaba viviendo en simultáneo en todo el mundo.

Este recorrido nos permite ver que se fueron ajustando los neologismos para conseguir precisión y, a medida que se iba haciendo ese ajuste, se hablaba de una situación cada vez más impredecible y desorientadora.

Resulta claro que la pandemia en sí ha resultado un catalizador de la transformación digital, de la automatización de procesos, y, al mismo tiempo, un acelerador del “sujeto de rendimiento”, así como un interrogante profundo sobre nuestros hábitos, nuestras formas de vivir y también de convivir.

Más adelante, se profundizarán ciertos conceptos, luego de recorrer algunos ejemplos que nos ayudarán a analizar la situación desde una perspectiva concreta sobre cómo se han adaptado las personas y las organizaciones.

1.1 2021: Ya no hay dónde esconderse

Como consultor de empresas me ha tocado conversar con los responsables de recursos humanos y líderes de empresas. Alguna vez el tema en cuestión fue el ausentismo por enfermedad. “Fijate en este panorama” –me dijo un viernes por la tarde en un frío invierno en Buenos Aires un gerente de Recursos Humanos de una multinacional de consultoría señalando sus oficinas con miles de empleados. “El desafío es que todos estos chicos el lunes a las 9 de la mañana estén acá de vuelta” –afirmó con una sonrisa pero con algo de preocupación–. Y seguimos hablando sobre la cultura de la empresa, sobre “tener la camiseta puesta” y el compromiso. Además, también sobre temas más superficiales pero igual de reales, como las lesiones de quienes hacen deportes los fines de semana, o la diversión y las salidas.

Hablamos luego del clima laboral de la empresa y también nuevamente de anécdotas como aquel clásico llamado de lunes a las 8 de alguien que con voz ronca decía que se sentía mal y que no iba a ir a la oficina. O del esguinzado en alguna actividad deportiva durante el fin de semana.

Aquellas interesantes conversaciones e intercambio de experiencias han quedado probablemente desdibujadas.

En 2021 la llamada del lunes diciendo “me esguincé el tobillo y no puedo ir a la oficina” ha quedado rápidamente desactualizado. Hoy ya es una expresión del pasado.

Una vez que los equipos se han adaptado rápidamente a trabajar en forma remota, esa llamada es innecesaria. O quizás, si esa persona justamente ese día iba a viajar para trabajar en forma presencial en la oficina, cambie su esquema y trabaje desde su casa hasta que pueda volver a caminar. Y aun así, quizás siga trabajando desde su casa. Para los trabajadores, esto podría acarrear un temor al control por parte de la empresa, y un pensamiento interno: “No tengo dónde esconderme”.

Es en este sentido que el límite entre el control y la autonomía es un nuevo punto de debate.

En pandemia, y con el empuje “furioso” hacia el teletrabajo, surgieron una gran cantidad de productos informáticos que miden y controlan la productividad, a través del seguimiento del tiempo en pantalla, la cantidad de horas de conexión, qué es lo que se hizo y lo que no se hizo, lo que incrementa el panóptico digital organizacional. El control a través de esta tecnología es como tener una cámara en tu propio hogar. ¿Están vulnerando el derecho a la privacidad y a la intimidad? ¿Está avisado el colaborador de este sistema instalado, de la medición de rendimiento? Seguramente, aún no hay legislación al respecto y, como suelen decir algunos abogados, “lo que no está prohibido está permitido”. Desde lo legal... pero, ¿desde lo ético?

En cambio, otras organizaciones se ocuparon de empoderar, de delegar, de promover trabajar por resultados. En este sentido, ¿qué es lo que las empresas buscan? ¿Autonomía o control?

Buscar autonomía y control al mismo tiempo es una paradoja, lo mismo que trabajar por resultados y por cantidad de horas. ¿Las empresas pagan por horas o por logros? Gilles Deleuze sostiene que las sociedades disciplinarias dejaron lugar a las sociedades de control. De la tríada disciplina, vigilancia y castigo de la sociedad disciplinaria, se da paso, en una sociedad de control, a la tríada control, monitoreo y regulación, donde el control está internalizado, instalado en cada uno de nosotros. ¿Es necesario sumar más control?

El problema del trabajo flexible justamente suele ser el exceso de trabajo. “Es cierto que puedo no ir a trabajar un miércoles –dice una de las personas a las cuales asesoro–, pero también trabajo los fines de semana y hasta en mis vacaciones”. Agregar más control externo al fuerte control interno, ¿es saludable para la persona?, ¿es saludable para la organización?

Como planteaba Elliott Jaques, es deseable encontrar un equilibrio saludable, con organizaciones que generen confianza, para beneficiar el desarrollo de los colaboradores, y no, en cambio, organizaciones generadoras de paranoia (o paranoigénicas) que se convierten en lugares de trabajo alienantes, de los cuales uno suele querer irse en la primera oportunidad que encuentre.

Al mismo tiempo, como sabemos a la luz de lo que ocurre en la pandemia, el cuidado de la salud y el acompañamiento que la empresa haga del bienestar de sus colaboradores serán cada vez más importantes, porque ahí radicará el involucramiento y el compromiso, que son impulsores de resultados, de buen clima laboral, de efectividad y de aprendizaje. Además, le dan sustentabilidad a la organización.

1.2 2021: La dinámica de la nueva oficina

¿Mueren las oficinas? No, se reinventan.

Crece el componente tecnológico en las oficinas, que serán cada vez más reducidas y esparcidas, alejadas del centro. Pasarán a ser espacios de reuniones, diseminados en las ciudades, y ya las grandes instalaciones, que hasta hace muy poco daba tanto orgullo inaugurar, quedarán para las organizaciones más tradicionales.

En algunos casos hay tareas que no se pueden hacer desde otro país. Una argentina, gerenta de un banco suizo que trabaja en la ciudad de Zurich, me comentaba que por regulaciones relacionadas con el secreto bancario no le permitían trabajar a distancia si eso implicaba salir del país. Aunque quiso, no pudo pasar el largo tiempo del home office trabajando desde Argentina.

Si bien no morirá del todo, sí, ciertamente, va a peligrar la subsistencia de todo un ecosistema alrededor de los sectores de oficinas. Por ejemplo, los llamados “microcentro” de Buenos Aires, de Bogotá, de Lima, ofrecen un panorama de grandes edificios semivacíos y algunos comercios que brindaban servicios. Actualmente, se pueden ver carteles de venta o de alquiler.

Los nuevos diseños de oficinas incluyen boxes personalizados con, en promedio, dos pantallas de frente y una a cada costado del personal, combinando pantallas para trabajar y pantallas para monitorear; cámaras ubicadas, por ejemplo, en la casa del trabajador.

A la inversa del home office, el espacio se usa, entonces, para intercambiar cara a cara con algunos colaboradores presentes y con otros en forma remota, pero también para “teletrabajar en tareas domésticas” o, al menos, monitorearlas.

Ya no se trata, entonces, de las oficinas con el nombre de la persona, en tamaño mayor según su prestigio, sino que el índice de prestigio o de poder de la persona y de la empresa se va a manifestar en la infraestructura tecnológica puesta a disposición, en forma personalizada, para cada colaborador, así como la posibilidad de disponer, a su manera, de su tiempo y de su lugar de trabajo en la empresa. La cantidad de oficinas y boxes personales baja, y los espacios de colaboración, si aprendimos la lección, deben aumentar.

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