Бесплатно

El Reino de los Dragones

Текст
Из серии: La Era de los Hechiceros #1
0
Отзывы
iOSAndroidWindows Phone
Куда отправить ссылку на приложение?
Не закрывайте это окно, пока не введёте код в мобильном устройстве
ПовторитьСсылка отправлена
Отметить прочитанной
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

CAPÍTULO NUEVE

El rey Godwin se estiró al llegar al salón principal, cambiando el peso del ciervo que cargaba. La luz del mediodía lo encandiló mientras entraba dando zancos porque la cacería y el banquete que la precedió habían tenido suficiente de beber. Arrojó a la criatura sobre una mesa y escuchó cómo rechinaba la madera. Del otro lado del salón, su esposa levantó la vista del trabajo que realizaba junto a Lenore y sus criadas, preparando sus vestidos para las próximas celebraciones.

–¡Allí estás, Aethe, mi amor! —gritó él—. Te dije que compensaría los gastos del banquete de ayer. ¡Cazamos a este, y también jabalíes y faisanes!

–¿Y de qué sirve allí, sobre las mesas del salón,  haciendo un desastre? —preguntó  Aethe con un paciente suspiro.

Le hizo gestos a un par de criados,  que rápidamente llevaron al ciervo a las cocinas.

–Ah, no tienes corazón —dijo el rey Godwin .

Él fue hacia ella, la levantó en brazos y la besó. Para él, ella aún era tan hermosa como cuando se conocieron por primera vez. No era la pasión devoradora que había sentido por su primera esposa sino algo puro, simple y necesario.

–Y tú a veces no tienes cabeza —respondió Aethe.

Lo llevó hacia el lugar en donde estaban sus tronos, esculpido en el basalto de los volcanes que contaminaban sus tierras y que, afortunadamente, hacía mucho que estaban inactivos.

–¿Cómo van los preparativos? —Preguntó el rey Godwin— ¿Está todo en orden?

–Todo es un caos, gracias a ti. Un banquete adicional no es solo más comida sino también más tiempo, así que ahora estamos intentando hacer todo al mismo tiempo. Además está el hecho de que la mitad de tus hijos no están haciendo nada para ayudar, tu hechicero anda dando vueltas por ahí haciendo cosas que nadie puede comprender, y la familia de Finnal está complicando las cosas.

El rey Godwin dio un suspiro. Por esto le gustaba salir de cacería: las cosas eran más simples, solamente perseguir y cazar.

–Bueno, Rodry está conmigo, junto  con los muchachos que lo siguen de cerca—alzó la voz—. Rodry, ven aquí para que podamos verte.

Rodry se acercó dando zancos, y se inclinó en una reverencia en dirección a su padre. Estaba vestido con ropa holgada de caza, y llevaba una espada a la altura de las caderas.

–¿Qué necesitas de mí, padre?

–¿Qué estás haciendo para ayudar en los preparativos de la boda, hijo mío? —le preguntó.

–¿Además de haber cazado al jabalí más grande esta mañana? —replicó su hijo con  una mirada llena de confianza.

Sus seguidores lo habían aclamado cuando lo hizo, claramente impresionados. El rey solamente había podido pensar en qué hubiese ocurrido si el jabalí hubiese corneado a su hijo, su heredero, con los colmillos.

–Aún hay mucho para hacer —dijo Aethe .

Rodry asintió.

–Entonces yo y mis amigos haremos todo lo que podamos para ayudar. Solo dinos en dónde se nos necesita y lo haremos. También planeé algo especial como obsequio de bodas.

–¿Qué?—preguntó el rey Godwin .

Por supuesto, su hijo sacudió la cabeza antes de apresurarse a hacer lo que fuera que estaba empecinado en hacer..

–¿Te das cuenta de que estos aspirantes a caballero intentando ayudar generarán más caos? —Dijo Aethe—. Dejas que el muchacho se salga con la suya con su comportamiento demasiado impulsivo.

Godwin extendió las manos.

–No se puede tener todo, mi amor —dijo él, y luego se dirigió a un criado—. Busca a mis otros hijos y tráelos. También a la familia de mi futuro yerno para que vengan a hablar conmigo. Quiero saber cuál es el problema.

Aethe se rio de él.

–Lo dices como si lo único que necesitaran fuese una buena reprimenda.

Godwin se encogió de hombros.

–Quizás la necesiten. Voy a empezar por hablar con la hija que contraerá matrimonio.

Se paró y fue hacia Lenore, que lucía tan perfecta como siempre. Estaba allí parada mientras sus criadas trabajaban en su vestido. Al mismo tiempo, estaba revisando las listas y notas que una de las criadas le leía.

–Lord Forster y su hijo estarán en la segunda mesa. Recuerda que ellos aborrecen la música porque a su hijo le resulta dolorosa de escuchar…

–¿Intentas recordar todos los detalles de nuestros invitados? —Preguntó el rey Godwin— Se supone que somos nosotros los que tenemos que hacer que ese día sea perfecto para ti.

–Pero aún tengo mucho para hacer —dijo Lenore—. Conoceré a mucha gente y quiero desenvolverme bien. No querría avergonzarte.

–Nunca podrías hacerlo —le prometió el rey Godwin.

–También está el recorrido por el reino —dijo Lenore—. Eso lleva mucha preparación.

Eso hizo que el rey Godwin sonriera y le recordara cuando lo había recorrido con Illia. La gente había salido a verlos, les habían dado regalos y, más importante, le habían  jurado su lealtad.

–Estoy seguro de que saldrá bien —dijo él, y giró la mirada hacia las puertas del salón principal que se abrían—. Y aquí están tus hermanos y hermanas.

Los hermanos, al menos, lo que tomó al rey un poco por sorpresa. Vars y Greave caminaban juntos, Vars parecía tener una resaca, tenía la camisa y jubón desarreglados como si se los hubiese puesto apresuradamente.  Greave estaba vestido de gris y negro, llevaba un libro de algún tema en la mano, y su expresión era abatida. Honestamente, Godwin no sabía qué podía hacer que su hijo menor sonriera, y no estaba seguro de tener la energía suficiente como para que le importara. Su presencia siempre ponía a Godwin un poco en ascuas, simplemente porque se parecía mucho a su madre, desde su cabello rubio a la altura de los hombros y ojos azules hasta los surcos casi femeninos de su rostro.

–¿En dónde están tus hermanas? —reclamó él.

Greave se encogió de hombros, y también logró hacer esto tristemente.

–No he visto a Erin. Nerra está en su habitación, indispuesta, creo.

Godwin se retorció de miedo ante la idea de que Nerra estuviese indispuesta otra vez. Tendría que ir a verla para asegurarse de que estaba bien. En cuanto a Erin…

Recurrió a un par de caballeros, Jorin y Borus. Ambos le habían servido durante muchos años. Ambos eran completamente fieles.

–Busquen a mi hija menor, a donde sea que se haya ido, y tráiganla de vuelta.

–Sí, su majestad —dijeron al unísono mientras se dirigían juntos hacia la puerta.

El rey Godwin volvió la atención a sus hijos.

–¿Qué hay de ustedes dos? ¿Por qué no han estado haciendo lo que debían para ayudar con la boda? ¿Vars? Tú no estuviste en la cacería.

–Encontré cosas más útiles que hacer —dijo él—. Por supuesto que ayudaré en todo lo que pueda.

–¿Entonces no te importará ser el guardia de Lenore y apoyarla en la procesión nupcial? —dijo el rey .

Era el tipo de trabajo para el que Rodry se hubiese ofrecido, pero sus otros hijos necesitaban curtirse. Vars tenía que aprender lo que significaba ser un guerrero.

–Por supuesto —dijo Vars , aunque su voz era tensa.

Eso solo le demostraba a Godwin que su hijo necesitaba que lo obligaran a  asumir responsabilidades.

–¿Y tú, Greave?—preguntó el rey, pero lo interrumpió antes de que pudiese responder— No, no me respondas, estabas perdido en un tonto libro de poesía, o el mundo te pareció demasiado lúgubre como para levantarte de la cama, o…¿qué tienes ahí?

–Una refutación de los argumentos de Serek en relación a la autonomía del espíritu —dijo Greave en su serio tono de voz.

–¿O sea, nada útil? —Dijo el rey Godwin .

Si le hubiese hablado así a una de sus hijas, Aethe probablemente hubiese intervenido, pero nunca interfería cuando se trataba de los hijos de Illia.

–Si deseas que ayude con la boda, entonces quizás pueda asistir a los músicos con las composiciones…

–No —dijo el rey Godwin—. Realizarás tareas acordes a un hijo del rey, y a un noble.

–¿Como por ejemplo qué? —Exigió Greave en un tono crispado que siempre hacía enojar a Godwin—. Quizás podría golpear campesinos como uno de mis hermanos, o apuñalar animales como hace el otro.

El rey abrió la boca para regañar a su hijo, sabiendo perfectamente que esto empeoraría.. Fue casi un alivio que resonara la trompeta y la familia de Finnal ingresara. Casi.

El joven en sí era apuesto, y hacía buena pareja con su hija, pero Godwin podía prescindir del resto que había venido con él: sus primos y tíos junto con su padre, el duque Viris, a la delantera. El cabello oscuro del duque se estaba tornando gris, quien iba sobriamente vestido, como siempre, con ropa apropiada tanto para la guerra o la cacería como para la corte.

–Su majestad, ¿puedo felicitarla por su éxito en la cacería?

–Eres amable —dijo el rey— A la vez entiendo que no todo es de su agrado aquí.

–Oh, son solo unos pocos asuntos —dijo el duque Viris—. El orden de llegada a la boda, por ejemplo.

–Eso se decide por normas de primacía —dijo Aethe—, como ya se lo he explicado.

–Y yo remarqué que el orden que han elegido no es el universal. Normalmente los duques desfilan antes que los príncipes.

–Quizás podamos discutirlo más profundamente —dijo el rey Godwin—. No quiero que digan que soy muy estricto con las normas cuando se interponen. ¿Qué más?

–Está el pequeño asunto acerca de cuándo y cómo pagará la dote de su hija —dijo el duque.

El rey Godwin suspiró y se acomodó en su trono. Quien fuera que había dicho que los reyes podían hacer lo que querían claramente nunca había sido uno. Este iba a ser un día largo. Había mil detalles para discutir ahora, y si él arruinaba alguno de ellos, sospechaba que su hija no se casaría después de todo.

CAPÍTULO DIEZ

Vars sentía que la vergüenza crecía en su interior, burbujeando lentamente y convirtiéndose en ira, mientras repasaba las cosas que tenía que hacer ese día. El vino mantenía todo a raya, pero apenas. Volvió a llevar el cáliz a su boca.

 

–Por favor, permanezca totalmente inmóvil, su alteza —dijo el sastre que estaba con él, y Vars apenas pudo contener las ganas de golpearlo.

Era tan ridículo que gente así pudiera ser impertinente con él y no esperar un castigo como consecuencia.

Eso le trajo recuerdos del muchacho en la Casa de las Armas, el que lo había humillado. Vars aún no había decidido cuál sería la mejor manera de vengarse de él y eso solo acrecentaba su mal humor. ¿Por qué Rodry no había dejado que lo ejecutara y terminara con el asunto?

Volvió su atención a la prueba de ropa; el sastre aún seguía con su trabajo.

–¿Estamos terminando? —preguntó Vars.

Tomó otro sorbo de vino deliberadamente.

–Por poco, su alteza, pero queremos que su nuevo jubón y pantalones cortos queden perfectos para la boda.

La boda, siempre la boda. En ese momento parecía que todo en el castillo tenía que ver con la boda de Lenore, cuando Vars no podía entender que su media hermana mereciera tanto escándalo.

–Ah, te ves maravilloso, como siempre —dijo Lyril mientras entraba a la habitación sin pedir permiso— ¿Más preparativos para la boda?

–No empieces con la boda —dijoVars—. Mi media hermana está ubicada tan lejos de la sucesión como puedas imaginar, sin embargo tendrá una boda digna de una reina —entonces recordó la presencia del sastre—. Tú, afuera.

–Su alteza…

–¡Afuera!—

El hombre se marchó apresurado, llevándose las herramientas.

–Bueno, él andará por el castillo contando la historia del príncipe que está celoso de la atención que está teniendo su hermana —dijo Lyril.

–¿Me estás criticando? —le reclamó Vars.

Ella levantó una ceja en respuesta. Si tenía miedo, no lo demostraba.

–Simplemente señalando que usualmente eres más sutil, príncipe mío. Es una de las cosas que amo de ti.

–¿Amar?—dijo Vars .

Esa siempre parecía una palabra tan estúpida. El amor era una transacción, y definitivamente también las cosas que resultaban de él. Te doy dinero y tú me das placer. Me entrego a ti en matrimonio y tú me das tierras u hombres para mis ejércitos, o una línea sucesoria segura. El amor no estaba involucrado.

–Eres un hombre excepcional, Vars —dijo Lyril, acercándose a él.

Vars intentó agarrarla, pero Lyril retrocedió fuera de su alcance.

–Hoy no, querido —le dijo ella— Yo también tengo muchos preparativos para la boda.

–¿Vas a usar la boda de mi hermana como excusa para no acostarte conmigo? —le reclamó Vars.

Sentía que su ira continuaba creciendo.

–¿Sabes lo que he tenido que soportar por el bien de esta farsa? Mi padre me arrojó al peligro. Me puso a cargo de escoltar la procesión de mi hermana por el reino.

–¿Entiendo que no es un honor como él lo pinta? —supuso Lyril.

Vars resopló ante la idea de que alguien pudiera pensar así.

–Mi hermana recorre las tierras luciendo hermosa y recibiendo regalos mientras yo estoy atrapado ahí como si fuese alguien menos importante, solo cabalgando a su lado como un… un guardia.

–Estarás lejos de Royalsport por mucho tiempo —dijo Lyril, y se quedó pensativa por un momento—. Mmm… Quizás tenga que encontrar a alguien más para que me haga compañía…

–¿Crees que me cruzaré de brazos y toleraré todo eso? —Protestó Vars—. Recuerda que hay otras nobles allí afuera.

–Ah, pero ninguna tan adorable, ¿no lo crees?—dijo Lyril .

Se volteó lentamente dejando que él la observara, y en ese momento Vars no quiso nada más que arrancarle el vestido y poseerla allí en el suelo sin importar las consecuencias.

–Ninguna tan adorable —admitió Vars—. Y tú lo sabes.

–Sí, lo sé —admitió Lyril—. Y lo utilizo junto con otras cosas. Tú lo ves en mí, y  creo que una parte de ti lo desea más que cualquier otra cosa que tenga que ver con mi cuerpo.

Vars sonrió.

–Quizás. Entonces, ¿qué ves tú en mí? ¿Es simplemente que soy un príncipe apuesto al que puedes intentar cazar?

–Creo que eres un hombre que obtiene lo que quiere —dijo Lyril—. Un hombre astuto e inteligente. Y creo que si lo pensaras, encontrarías una solución fácil para todas las maneras en que la boda de tu hermana te hace sombra. Una solución que te aseguraría que yo me acueste únicamente en tu cama.

Vars pensó que sabía a dónde iba todo esto.

–Lyril, ya te lo dije…

–Cásate conmigo, Vars. Cásate conmigo, y será la boda del segundo en la línea de sucesión al trono, no una joven que está al detrás de todos los hombres de la familia en esa línea. Cásate conmigo.

A Vars no le gustaba cuando la gente lo presionaba. Nunca usaría la palabra “cobarde”, porque era una palabra que gente como Rodry utilizaba para hacerlo sentir pequeño, pero él sabía que no podía hacerle frente directamente a alguien realmente fuerte.

–Está bien —dijo él—. Está bien, ¡me casaré contigo!

Lyril se arrojó en sus brazos, besándolo.

–¡Eso es maravilloso! Vars, acabas de hacerme la mujer más feliz de Royalsport.

A Vars le alegraba que al menos uno de ellos estuviera muy feliz. Sentía que iba a explotar de ira al haber sido presionado así, y sabía que iba a tener que hacer algo para descargarla. Afortunadamente, sabía exactamente qué.

***

La Casa de los Suspiros era un establecimiento discreto en una de las áreas más adineradas de la ciudad, dorado y pintado para que pareciera a algo similar a un teatro o a una taberna. Aunque las mujeres que se veían allí demostraban su verdadero propósito.

Un criado tomó el manto y la espada del príncipe Vars en la puerta, mientras que un hombre, discretamente ubicado y antiguamente un mercenario, lo analizaba para asegurarse de que era un cliente apropiado que no causaría problemas; al menos del tipo de problemas por los que no había pagado. El hombre era bastante grande y por un momento el príncipe Vars se encogió de miedo, y eso alimentó todo lo demás que estaba sintiendo.

Madame Meredith estaba allí, como siempre, supervisando el salón en donde sonaba música suave y las conversaciones fluían entre hombres y mujeres, algunos nobles, algunos allí para entretenerse. Para algunos de los que iban allí, la música, el vino y la conversación era todo lo que querían. Vars creyó haber visto varios rostros conocidos, aunque muchos allí utilizaban máscaras. Incluso había un rostro masculino demasiado apuesto que definitivamente le era conocido, pero Vars se encogió de hombros. Ese era el equilibrio en este lugar: al revelar los secretos de otros, revelaba los suyos.

Meredith era tan hermosa como cualquiera de los hombres y mujeres que trabajaban para ella; probablemente no tenía más de treinta, el cabello color azabache y una de las manos cubierta de anillos, supuestamente en señal de todos los esposos a los que había sobrevivido.

–Su alteza —le dijo—. ¿Qué le puedo ofrecer hoy? ¿Vino? ¿Algo de compañía?

Vars miró alrededor hasta que vio a una mujer de apariencias adecuada, delgada, rubia, de ojos azules y expresión inocente a pesar de su profesión. Él la señaló.

–Ella.

–Su alteza, Yasmine no se adecúa a sus gustos.

–Ella —dijo Vars, en tono amenazador.

Sacó una bolsa de dinero lo suficientemente pesada para ponerla sobre la mano de Meredith, quien la movió levemente.

–O podría sugerirle a mi padre que es el momento de reconsiderar la forma en que funciona la Casa de los Suspiros.

Meredith vaciló por un momento, luego asintió.

–Yasmine, acércate. Le has agradado al príncipe. La habitación de arriba.

La mujer parecía un poco asustada, pero extendió la mano y Vars la tomó delicadamente, por ahora. Fue con ella a la habitación que normalmente utilizaba cuando estaba allí, y podía sentir cómo crecía su excitación habitual, junto con la ira, una alimentando a  la otra.

Llegaron al lugar, opulento con sedas y tapices, hasta parecer un mundo de gasa roja y dorada. El príncipe Vars la empujó sobre la cama con fuerza. La joven se volvió hacia él.

–Su alteza, por favor, sea delicado…

Vars la golpeó con fuerza con la palma de la mano y ella cayó sobre sus rodillas.

–No me hables sin que te lo ordene.

Ella levantó la mirada, el miedo en sus ojos era ahora evidente.

–Ese es un mejor comienzo —dijo él, y volvió a levantar la mano—. En cuanto a ser delicado, no te pago por eso, mujerzuela. Veamos si puedes gritar tan bien como te arrodillas.

CAPÍTULO ONCE

Devin deambulaba por las calles de Royalsport aún aturdido, cruzando los puentes y reflexionando acerca de todo lo que le había ocurrido. En ese momento debía estar en su trabajo; nunca vagaba por las calles a esta hora del día, y no parecía lo correcto. Ya no tenía un trabajo al cual asistir. Se sentía sin un propósito.

Pero al mismo tiempo sentía que un fuerte propósito rondaba alrededor de sus dedos, sabía que lo rodeaba pero no podía entenderlo.

Magia. ¿Era eso lo que había ocurrido unos momentos atrás? ¿Realmente había hecho que la mano del príncipe se moviera? ¿O lo había imaginado? ¿Quizás el príncipe había tenido un calambre?

La memoria le trajo otros recuerdos más incómodos, de cuando Devin era niño. Los recuerdos rondaban los límites de su mente aturdida; ni siquiera estaba seguro de que fuesen recuerdos reales o solo fantasías o sueños. Pero aún estaban allí. Momentos, recuerdos súbitos de un poder que Devin había ejercido. De otros mirándolo como si fuese diferente.

¿Lo era?

Su padre se iba a enojar mucho, no solo por haber perdido su trabajo, sino por la forma en que había ocurrido. Devin sabía que gritaría y se enfurecería, le exigiría saber en qué estaba pensando. La idea de que lo había hecho para proteger a Nem no sería justificación suficiente, porque su padre solo pensaría en el futuro que les depararía a todos ellos.

No podía volver a casa hasta que decidiera qué hacer a continuación, eso al menos estaba claro.

¿Pero qué podía hacer a continuación?

Devin no lo sabía, así que siguió caminando. Siguió el camino hacia el mercado que estaba instalado en frente de la Casa de los Mercaderes, el enorme espacio abierto era solo una extensión de las actividades comerciales que ocurrían en el interior. Adentro, los comerciantes obtenían préstamos para financiar sus expediciones o negocios; afuera, vendían los frutos de esos esfuerzos, intentando recuperar lo suficiente como para empezar el proceso otra vez.

Hoy había un ánimo festivo, con malabaristas y músicos en los espacios entre los puestos, mientras que los pregoneros gritaban en celebración de la boda de la princesa Lenore que se aproximaba.

–¡El rey ha declarado que habrá banquetes en el castillo, los patios externos estarán abiertos para todos! —anunció un hombre mientras Devin pasaba.

En ese momento, un banquete parecía una buena idea. Mientras caminaba por los puestos, Devin sentía los aromas de las comidas que se hacían en decenas de lugares, puestos al aire libre con fogatas que les permitían preparar carne o estofado para aquellos que pasaban, pero Devin estaba bastante seguro de que no podía permitírselo ahora. Había telas teñidas de colores vivos por los tejedores y granjeros que se habían instalado con la esperanza de vender sus reservas.

Devin aún estaba demasiado aturdido como para asimilar todo, aunque miraba alrededor con la vana esperanza de que alguien necesitara ayuda con su trabajo. A veces había ferias en donde los comerciantes buscaban a los fuertes y voluntariosos para cualquier tarea que tuvieran. Ahora parecía que uno de ellos sería la mejor oportunidad que Devin tendría para volver a conseguir trabajo.

Entonces, comenzó a afectarle todo el impacto de haber perdido su puesto en la Casa de las Armas. Devin había estado camino a convertirse en un maestro herrero; todos sabían que él entendía el metal y la forma en que funcionaba como cualquiera de allí. Y en la Casa de las Armas podría haber seguido entrenando con armas y esforzándose para ser el guerrero que quería ser.

Ahora no tenía nada. No tenía trabajo y probablemente tampoco la posibilidad de conseguir otro. Cuando la gente se enterara de que lo habían echado de la Casa de las Armas, nunca le ofrecerían otro puesto, excepto en los trabajos más modestos.

El estómago le hacía ruido mientras pasaba por una taberna, pero no se permitió entrar. No le sobraba el dinero, y no creía que sus padres fuesen a ofrecerles más. Su padre ya soltaba ocasionalmente la indirecta de que era momento de que buscara un hogar propio.

Devin siguió caminando, pasando la taberna y siguiendo hacia la ciudad. Cruzó otro de los puentes con el agua corriendo debajo, los guardias lo observaban como si intentaran decidir si era alguien a quien debían detener. En esta zona había casas más grandes y suntuosas, la mayoría con entramado de madera, las tiendas tenían vidrio en las ventanas, y los adoquines de las calles estaban en mejor estado.

 

El camino que tomó Devin lo llevó a pasar por las torres enroscadas de la Casa del Conocimiento. Se detuvo brevemente y observó sus puertas al final de una escalinata, detrás de unas verjas de hierro que claramente habían sido forjadas por un montón de herreros distintos. Tenía una inscripción por encima que rezaba Dejad que aquellos que buscan conocimiento entren en paz.

Devin sintió que en su interior empezaba a surgir lo que había estado evitando. La pérdida de su trabajo y la breve pelea con un príncipe ya habían sido bastante desfavorables, pero una parte de eso parecía desafiar el entendimiento. Había existido un momento en el que las cosas parecían extenderse, en el que él había hecho que el príncipe Vars arrojara su arma sin siquiera tocarlo.

Había hecho magia.

No había otra explicación para eso, sin embargo no tenía sentido. ¿Cómo alguien como él, de baja cuna, tan solo un herrero, podía hacer magia?

Quizás, tuviesen una respuesta en la Casa del Conocimiento. Aunque puede que no la tuvieran; después de todo, el reino parecía tener solo un verdadero hechicero. Inexorablemente, los ojos de Devin se desviaron hacia el castillo y a la torre que sobresalía de él, sobre el agua que lo rodeaba, de forma que parecía débil e incluso peligrosa. Devin sabía que el ocupante de esa torre tendría respuestas para él, incluso se le había aparecido una vez, en sueños.

De pronto, sintió surgir una sensación de propósito, de empeño en su interior. Por supuesto. El sueño. Maese Gris. Tenía que ver a Maese Gris, tenía que preguntarle qué estaba ocurriendo. Nadie más podría explicarlo todo.

Pero ¿cómo se suponía que iba a entrar para ver al hechicero del rey?

Un pregonero volvió a gritar, anunciando el banquete otra vez, y Devin supo que esa era la mejor oportunidad que tenía. Empezó a caminar con los ojos puestos en el castillo, haciendo su camino hacia el interior a través de los círculos de la ciudad. Cruzó más puentes, y ahora los guardias hacían más muecas, interponiéndose casi enfrente de él mientras pasaba.

–Voy de camino al banquete —dijo Devin todas las veces, y todas las veces retrocedían, como si fuese una contraseña para dejar que incluso un plebeyo como él entrara en las partes más animadas de la ciudad.

Muy pronto, las paredes exteriores del castillo se elevaron por encima de él, altas, grises y escarpadas como la pendiente de un acantilado, aunque adornadas con estandartes en homenaje a los linajes nobles que asistían a las celebraciones.

Una vez más los guardias detuvieron a Devin, aunque esta vez uno de ellos le habló mientras pasaba.

–Solo recuerda que en el salón principal en sí solo se admiten nobles. Mantente en los patios externos con el resto.

–Lo haré —dijo Devin , y partió en dirección a los sonidos de las festividades en curso.

Incluso en los patios exteriores la fastuosidad era mayor a la que podía haberse imaginado. Había gente en todos lados, aunque la mayoría parecía ser comerciantes y burgueses más que verdaderos plebeyos. Había jabalís enteros asados, y mesas de caballete con más comida de la que Devin había visto antes. Estaba lo suficientemente hambriento como para tomar un tajadero y servirse una pila alta de cisne y urogallo, chirivías enmantecadas y bolas de sebo. Eso le dio una excusa para merodear entre la multitud, evitó bailar mientras tocaba un trío de trovadores e intentó decidir qué haría a continuación.

En ese momento Devin estaba cerca, pero no lo suficiente. Si iba a lograr encontrarse con Maese Gris, tendría que acceder al resto del castillo, y eso era imposible mientras estuviese atrapado afuera de las áreas interiores.

Podría acercarme a un guardia y decirle quién soy y a quién quiero ver, pensó. Aunque Devin podía adivinar cómo resultaría eso. Pensarían que estaba borracho, o le prohibirían la entrada solo por principios o… o peor, atraería la atención equivocada. Devin dudaba que resultara bien si el príncipe Vars se enteraba de que el muchacho contra el que había peleado estaba allí, en el castillo, justo debajo de sus narices.

Por el momento, todo lo que podía hacer era esperar. Las puertas hacia el salón principal se abrían frecuentemente, para dejar que los criados pasaran con más comida o para dejar que volvieran a entrar con las fuentes vacías. Cada vez que se abrían, Devin miraba para adentro del salón, buscando cualquier indicio del hechicero.

De repente lo vio allí, parado en el medio del salón, mirándolo. Los ojos de Maese Gris se encontraron con los suyos y Devin estaba seguro de que había habido un momento de reconocimiento, de entendimiento, de conexión.

Devin se halló atraído hacia adelante por esa mirada, adentrándose en las festividades más allá.

En ese instante, Devin sintió unas manos bruscas sobre él.

Se volteó, sorprendido de ver a guardias allí, que lo sujetaban con las manos y lo detenían.

–¿Qué hice? —preguntó Devin .

Pero ellos no respondieron.

En su lugar, lo arrastraron hacia atrás, lejos de Maese Gris.

Devin estaba seguro de que lo estaban escoltando hacia afuera del salón de las festividades por alguna razón, quizás hacia afuera de los muros del castillo. Quizás no estaba vestido de forma apropiada.

Pero sintió una sacudida de miedo cuando se dio cuenta de que no lo estaban arrastrando hacia afuera del castillo, sino hacia adentro. Iban por un corredor oscuro hacia una puerta de acero.

Y hacia lo que solo podía ser un calabozo.

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»