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El Reino de los Dragones

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Из серии: La Era de los Hechiceros #1
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Las Casas sobresalían en el horizonte, sus edificios habían sido entregados a instituciones tan antiguas como el reino; más antiguas, ya que eran reliquias de los días en los que se decía que gobernaban los reyes de los dragones, mucho antes de que las guerras los expulsaran. La Casa de las Armas se erigía arrojando humo a pesar de ser tan temprano, mientras que la Casa del Conocimiento se levantaba como dos agujas enroscadas, la Casa de los Mercaderes estaba bañada en oro hasta brillar y la Casa de los Suspiros se levantaba en el corazón del distrito de entretenimiento. Devin avanzó zigzagueando por las calles y evitando las pocas siluetas que se habían levantado tan temprano como él, mientras corría hacia la Casa de las Armas.

Cuando llegó, la Casa de las Armas estaba casi tan quieta como el resto de la ciudad. Había un vigilante en la puerta, pero conocía a Devin de vista y estaba acostumbrado a que él entrara a horas extrañas. Devin pasó saludándolo con la cabeza y luego se dirigió hacia adentro. Tomó la espada con la que había estado trabajando recientemente, sólida y fiable, adecuada para la mano de un verdadero soldado. Terminó de envolver la empuñadura y la llevó para arriba.

Este espacio no tenía el hedor de la forja, ni la mugre. Era un lugar con madera limpia y aserrín para atrapar sangre suelta, en donde había soportes con armas y armaduras y un espacio   de doce caras en el medio, rodeado de algunos bancos para que los que esperaban por su clase se sentaran. Allí había postes y fardos para cortar, todos dispuestos para que los estudiantes de la nobleza pudieran practicar.

Devin se acercó a un estafermo para maestros de armas, un poste más alto que él sobre una base con pértigas de metal que hacían las veces de armas y podían girar en respuesta a los golpes de los espadachines. La destreza consistía en atacar y luego moverse o rebatir, atravesarlo sin que el arma quedara atrapada y golpearlo sin ser golpeado. Devin adoptó una postura defensiva y luego atacó.

Sus primeros golpes fueron constantes, metiéndose en la actividad y probando la espada. Bloqueó los primeros giros de respuesta de los postes y luego esquivó los siguientes, acostumbrándose lentamente a la espada. Empezó a aumentar el ritmo y a ajustar el juego de piernas, moviéndose de una posición a otra con sus golpes: del buey al espectro, luego al largo y volver a empezar.

En algún momento en medio del ajetreo dejó de pensar en los movimientos individuales; los golpes, los bloqueos y las estocadas empezaron a fluir en un todo en donde el acero sonaba contra el acero y su hoja se movía rápidamente para cortar y apuñalar. Practicó hasta transpirar, cuando el poste se movía a una velocidad que podía magullarlo o herirlo si incluso calculaba mal una sola vez.

Finalmente, retrocedió e hizo el saludo que había visto que hacían los espadachines a sus oponentes, antes de revisar el daño de su espada. No tenía cortes ni rajaduras. Eso era algo bueno.

–Tienes una buena técnica —dijo una voz, y Devin se volteó.

Frente a él vio a un hombre de unos treinta años, con pantalones cortos y una camisa ajustada al cuerpo para evitar que la tela se enredara en la trayectoria de una espada. Tenía el cabello largo y oscuro, atado con trenzas difíciles de deshacer en una pelea y rasgos aguileños que culminaban en unos ojos grises penetrantes. Caminaba con una leve cojera, como si fuera de una herida vieja.

–Pero deberías quitarle el peso a los talones cuando te volteas; hace que sea más difícil estabilizarte hasta que completas el movimiento.

–Tú…Tú eres Wendros, el maestro espadachín —dijo Devin.

En la Casa había muchos maestros espadachines, pero los nobles pagaban más por aprender con Wendros, algunos incluso después de años de espera.

–¿Lo soy? —Se tomó un momento para observar su reflejo en una armadura de placas—. Pues, sí lo soy. Hum, entonces si fuera tú, yo prestaría atención a lo que dije. Dicen que yo sé todo lo que hay que saber acerca de la espada, como si eso fuera mucho.

–Ahora, escucha otro consejo —agregó el maestro espadachín Wendros—. Abandónalo.

–¿Qué? —Dijo Devin con asombro.

–Abandona tu intento de convertirte en un espadachín —le dijo—. Los soldados solo tienen que saber cómo parase en línea. Ser un guerrero implica más —Se acercó—. Mucho más.

Devin no sabía qué decir. Sabía que se refería a algo más importante, algo que superaba su sabiduría; pero no tenía idea de qué podía ser.

Devin quería decir algo, pero no le salían las palabras.

Y de repente, Wendros se volteó y marchó hacia la salida del sol.

Devin se encontró pensando en el sueño que había tenido. No podía evitar sentir que estaban relacionados.

No podía evitar sentir como si hoy fuese el día que cambiaría todo.

CAPÍTULO TRES

La princesa Lenore apenas daba crédito a la belleza del castillo, mientras los criados lo transformaban durante los preparativos para la boda. Había pasado de ser una cosa de piedra gris a estar revestido con seda azul y tapices elegantes, cadenas de promesas tejidas y abalorios colgantes. Alrededor de ella, una decena de doncellas se mantenían ocupadas con elementos de vestidos y decoraciones, yendo de un lado para otro como un enjambre de abejas obreras.

Lo hacían por ella, y Lenore estaba realmente agradecida por ello, aún sabiendo que, como princesa, debía esperarlo. A Lenore siempre le había parecido increíble que los demás estuviesen preparados para hacer mucho por ella, simplemente por quién era ella. Valoraba la belleza casi más que a cualquier otra cosa, y allí estaban ellos, arreglando el castillo con seda y encaje para que luciera magnífico…

–Estás perfecta —dijo su madre.

La reina Aethe estaba dando instrucciones en el centro de todo, luciendo resplandeciente en terciopelo oscuro y alhajas brillantes mientras lo hacía.

–¿Lo crees?—preguntó Lenore.

Su madre la llevó a pararse en frente del enorme espejo que las criadas habían colocado. En él, Lenore pudo ver las similitudes entres ellas, desde el cabello casi negro a la complexión alta y delgada. Excepto Greave, todos sus hermanos se parecían a su padre, pero Lenore era definitivamente la hija de su madre.

Gracias al esfuerzo de las criadas, brillaba entre sedas y diamantes, su cabello estaba trenzado con hilo azul y su vestido bordado en plata. Su madre hizo cambios mínimos y luego la besó en la mejilla.

–Estás perfecta, exactamente como debe estar una princesa.

Viniendo de su madre, ese era el mayor halago que podía recibir. Siempre le había dicho a Lenore que como la hermana mayor, su deber era ser la princesa que el reino necesitaba y verse y actuar como tal en todo momento. Lenore hacía lo mejor que podía, con la esperanza de que fuese suficiente. Nunca parecía serlo, pero aún así Lenore intentaba estar a la altura de todo lo que debía ser.

Por supuesto, eso también permitía que sus hermanas menores fueran… otras cosas. Lenore deseaba que Nerra y Erin también estuviesen allí. Oh, Erin se estaría quejando de que le confeccionaran un vestido y Nerra probablemente tendría que detenerse a medio camino por sentirse indispuesta, pero Lenore quería verlas allí más que a nadie.

Bueno, había UNA persona.

–¿Cuándo llega él? —le preguntó Lenore a su madre.

–Dicen que el séquito del duque Viris llegó a la ciudad esta mañana —le dijo su madre—. Su hijo debería estar entre ellos.

–¿De veras?

Lenore corrió inmediatamente hacia la ventana y el balcón más cercanos, inclinándose sobre el balcón, como si estar un poco más cerca de la ciudad le permitiera ver a su prometido cuando llegara. Buscó sobre las islas conectadas por puentes constituían Royalsport, pero desde esa altura no era posible distinguir individuos, solo los círculos concéntricos que formaba el agua entre las islas, y los edificios que se erigían entre ellas. Podía ver las barracas de los guardias, de donde los hombres salían en masa cuando la marea estaba baja para dirigir el tráfico por los ríos, y las Casas de Armas y de Suspiros, del Conocimiento y de Mercaderes, cada una en el corazón de su distrito. Estaban las casas de la población más pobre en las islas hacia los límites de la ciudad, y las magníficas casas de los adinerados, cercanas a la ciudad, algunas incluso en su propia isla. Por supuesto que el castillo sobrepasaba todo eso, pero eso no quería decir que Lenore pudiera encontrar al hombre con quien se iba a casar.

–Estará aquí —le prometió su madre—. Tu padre ha organizado una caza para mañana como parte de las celebraciones, y el duque no se arriesgará a perdérsela.

–¿Su hijo vendrá para la caza de mi padre, pero no para verme a mí? —le preguntó Lenore.

Por un momento se sintió nerviosa como una niña, no como una mujer de dieciocho veranos. Era demasiado fácil imaginarse que él no la deseara ni la amara en un matrimonio arreglado como este.

–Él te verá, y te amará—le prometió su madre—. ¿Cómo podría no hacerlo?

–No lo sé, madre… Ni siquiera me conoce—dijo Lenore, sintiendo que los nervios la amenazaban con agobiarla.

–Te conocerá muy pronto, y… —Su madre hizo una pausa al sentir que golpeaban la puerta de la cámara—. Adelante.

Entró otra doncella, esta con vestimenta menos elaborada que las otras; una criada del castillo más que de la princesa.

–Su majestad, su alteza —dijo con una reverencia—. Me han enviado para informarles que el hijo del duque Viris, Finnal, ha llegado, y está esperando en la antecámara mayor si tienen tiempo de conocerlo antes del banquete.

Ah, el banquete. Su padre había declarado una semana de banquete y más, lleno de entretenimientos y abierto para todos.

–¿Si tengo tiempo? —dijo Lenore, y luego recordó cómo se hacían las cosas en la corte.

Después de todo, era una princesa.

 

–Por supuesto. Por favor, dile a Finnal que bajaré inmediatamente —se volvió hacia su madre— ¿Padre puede permitirse ser tan generoso con el banquete? —le preguntó—. No soy… No merezco una semana entera y más, y esto consumirá nuestras reservas de dinero y alimentos.

–Tu padre quiere ser generoso —dijo la madre de Lenore—. Él dice que la caza de mañana traerá suficientes presas para compensarlo —se rió—. Mi esposo aún se cree el gran cazador.

–Y es una Buena oportunidad para organizar las cosas mientras la gente está ocupada con el banquete —supuso Lenore.

–Eso también —dijo su madre—. Bueno, si va a haber un banquete debemos asegurarnos de que tengas la apariencia adecuada, Lenore.

Siguió inquieta alrededor de Lenore por unos instantes más, y Lenore esperaba verse lo suficientemente bien.

–Ahora, ¿vamos a conocer a tu futuro esposo?

Lenore asintió sin poder calmar el entusiasmo que prácticamente explotaba de su pecho. Caminó con su madre y con su grupito de doncellas a lo largo del castillo hacia la antecámara que conducía al salón principal.

Había mucha gente en el castillo, todos trabajando en los preparativos para la boda, y también muchos de ellos en dirección al salón principal. El castillo era un lugar de esquinas zigzagueantes y de salas que conducían a otras salas; toda la distribución formaba un espiral al igual que la disposición de la ciudad, para que cualquier atacante tuviese que enfrentar capa tras capa de defensa. Aunque sus ancestros habían hecho del Castillo más que algo con defensas de piedra gris, cada sala estaba pintada con colores tan vivos que parecían traer al mundo exterior hacia adentro. Bueno, quizás no la ciudad, demasiado apagada por la lluvia, el barro, el humo y los vapores sofocantes.

Lenore se dirigió por una galería con pinturas de sus ancestros en una pared, cada uno parecía más fuerte y refinado que el anterior. Desde allí tomó las escaleras serpenteantes que llevaban a una serie de salas de recepción hacia un área en donde había una antecámara previa al salón principal. Se detuvo frente a la puerta con su madre, esperando que los criados la abrieran y la anunciaran.

–La princesa Lenore del Reino del Norte y su madre, la reina Aethe.

Entraron, y allí estaba él.

Era…perfecto. No había otra palabra para describirlo mientras se volteaba hacia Lenore, inclinándose en la reverencia más elegante que había visto en mucho tiempo. Tenía el cabello oscuro con rizos cortos y espléndidos, sus rasgos eran refinados, casi hermosos, y una silueta que parecía esbelta y atlética, vestida con un jubón rojo y calzas grises. Parecía ser uno o dos años mayor a Lenore, pero eso la entusiasmaba más que asustarla.

–Su majestad —dijo él mirando a la madre de Lenore—Princesa Lenore. Soy Finnal de la Casa Viris. Solo diré que he estado esperando este momento por mucho tiempo. Eres aún más bonita de lo que pensaba.

Lenore se avergonzó, pero no se ruborizó. Su madre siempre le decía que era impropio. Cuando Finnal extendió la mano, ella la tomó lo más elegantemente posible, sintiendo la fuerza de esas manos, imaginándose como sería si la empujaran hacia él para poder besarse, o más que besarse…

–A tu lado, difícilmente me siento bonita —dijo ella.

–Si yo brillo es solo con el reflejo de tu luz —le respondió él.

Tan apuesto, ¿y también podía elogiar de forma tan poética?

–Me cuesta creer que en una semana estaremos casados —dijo Lenore.

–Quizás sea porque nosotros no tuvimos que negociar el matrimonio durante largos meses —respondió Finnal, y sonrió hermosamente—. Pero me alegra que nuestros padres lo hayan hecho —. Miró alrededor de la sala, a su madre y a las criadas que estaban allí —. Es casi una lástima no tenerte aquí para mí solo, princesa, pero quizás sea mejor así. Me temo que me perdería en tu mirada, y luego tu padre se enojaría conmigo por perderme la mayor parte del banquete.

–¿Siempre haces cumplidos tan lindos? —le preguntó Lenore.

–Solo cuando son justificados —respondió él.

Lenore se quedó enganchada pensando en él mientras esperaba a su lado frente a la puerta que había entre la antecámara y el salón principal. Cuando los criados la abrieron, pudo ver el banquete en pleno movimiento; escuchó la música de los trovadores y vio a los acróbatas entreteniendo al final del salón, en donde se sentaban los plebeyos.

–Deberíamos entrar —dijo su madre—. Tu padre sin dudas querrá demostrar que aprueba este matrimonio, y estoy segura de que querrá ver lo feliz que estás. Porque ¿estás feliz, Lenore?

Lenore miró a los ojos a su prometido y solo pudo asentir.

–Sí —dijo ella.

–Y yo me esforzaré por que sigas sintiéndote así —dijo Finnal.

Le tomó la mano y la acercó a sus labios, y ese contacto intensificó el calor en Lenore. Se encontró imaginándose todos los lugares en donde él podría besarla, y Finnal volvió a sonreírle como si supiera el efecto que había causado.

–Muy pronto, mi amor.

¿Su amor? ¿Lenore ya lo amaba, aunque recién lo hubiese conocido? ¿Podía amarlo cuando solo habían tenido ese breve contacto? Lenore sabía que era ridículo pensar que podía, eran las cosas que decían las canciones de los bardos, pero en ese momento lo sentía. Oh, cómo lo sentía.

Se adelantó en perfecta sintonía con Finnal, sonriendo, consciente de que juntos deberían parecer como algo salido de una leyenda para aquellos que los observaban, moviéndose al unísono, unidos. Pronto lo estarían, y ese pensamiento era más que suficiente para Lenore mientras iban a sumarse al banquete.

Nada, pensó, podría arruinar este momento.

CAPÍTULO CUATRO

El príncipe Vars vació una jarra de ale, asegurándose de tener una buena vista de Lyril mientras lo hacía. Ella estaba sentada sobre su cama, aún desnuda, y observándolo con el mismo interés, con los moretones de la noche anterior apenas asomándose.

Como debería, pensó Vars. Después de todo, él era un príncipe de sangre, quizás no tan musculoso como su hermano mayor, pero a sus veintiún años aún era joven, aún apuesto. Ella debería mirarlo con interés, sumisión y quizás con miedo, si pudiese adivinar las cosas que él pensaba hacerle en ese momento.

No, por ahora era mejor no hacerlo. Ser violento con ella era una cosa, pero ella tenía la nobleza suficiente para que fuese importante. Sería mejor descargarse plenamente con alguien a quien nadie fuese a extrañar.

Por su parte, Lyril era muy hermosa, por supuesto, porque Vars no se acostaría con ella si no lo fuese: pelirroja y con la piel color crema, con buen cuerpo y ojos verdes. Era la hija mayor de un noble que se creía mercader, o un mercader que había comprado un título de nobleza, Vars no recordaba cuál de las dos, y tampoco le importaba. Ella era inferior a él, por lo que hacía lo que él le ordenaba. ¿Qué más necesitaba?

–¿Has visto suficiente, mi príncipe? —le preguntó ella.

Se levantó y caminó hacia él. A Vars le gustaba la forma en que ella lo hacía. Le gustaba la forma en que hacía muchas cosas.

–Mi padre quiere que vaya de caza con él mañana —dijo Vars.

–Podría cabalgar contigo —dijo Lyril—. Observarte y ofrecerte mis favores mientras cabalgas.

Vars se rió, y si eso la hería ¿a quién le importaba? Además, a esta altura Lyril ya debería estar acostumbrada. Habitualmente, se acostaba con mujeres por un tiempo hasta que se aburría de ellas, o ellas deambulaban a otra parte, o él las lastimaba demasiado y ellas huían. Lyril le había durado más que la mayoría, años, aunque obviamente había habido otras al mismo tiempo.

–¿Te avergüenza que te vean conmigo? —preguntó ella.

Vars se acercó a ella, deteniéndola con la mirada. En ese momento de temor, era tan hermosa como cualquier otra que él hubiese visto.

–Haré lo que me plazca —dijo Vars.

–Sí, mi príncipe —respondió ella, con otro temblor que hizo que los brazos de Vars se estremecieran de deseo.

–Eres tan bonita como cualquier otra mujer, y de cuna noble, y perfecta —dijo él.

–Entonces ¿por qué te está tomando tanto tiempo casarte conmigo? —Preguntó Lyril.

Era una vieja discusión.

Le había estado preguntando, insinuando y comentando desde que Vars tenía memoria.

Dio un paso adelante, rápido y brusco, y la tomó del cabello.

–¿Casarme contigo? ¿Por qué debería casarme contigo? ¿Crees que eres especial?

–Debo serlo —argumentó—. O un príncipe como tú nunca me hubiese querido.

En eso tenía razón.

–Muy pronto —dijo Vars, reprimiendo la ira súbita—. Cuando el momento sea apropiado.

–¿Y cuándo será apropiado? —exigió Lyril.

Se comenzó a vestir, y solo con verla hacerlo era suficiente para que Vars quisiera volver a desvestirla. Se acercó a ella y la besó profundamente.

–Pronto —prometió Vars, porque era fácil prometer—. Sin embargo, por ahora…

–Por ahora se supone que vayamos al banquete de tu padre para celebrar la llegada del prometido de tu hermana —dijo Lyril.

Permaneció pensativa por un momento.

–Me pregunto si será apuesto.

Vars la giró hacia él y la sujetó con fuerza entre sus brazos, haciendo que jadeara.

–¿No soy suficiente para ti?

–Suficiente y más que suficiente.

La trampa hizo gruñir a Vars. Luego encontró una petaca de vino y le dio unos sorbos mientras iba a vestirse. Se la ofreció a Lyril, quien también tomó unos tragos. Salieron y se dirigieron por los caminos zigzagueantes del castillo hacia el salón principal.

–Su alteza, señora mía —dijo un criado mientras ellos pasaban—, el banquete ya ha comenzado.

Vars atacó al hombre.

–¿Crees que necesito que me lo digas? ¿Crees que soy estúpido o que no tengo idea de la hora?

–No, mi príncipe, pero su padre…

–Mi padre estará ocupado con sus asuntos políticos o escuchando como Rodry se jacta de lo que sea que mi hermano haya hecho ahora —dijo Vars.

–Como usted diga, su alteza —dijo el hombre, y atinó a marcharse.

–Espera —dijo Lyril—. ¿Crees que puedes marcharte así como así? Deberías disculparte con el príncipe y conmigo por interrumpirnos.

–Sí, por supuesto —dijo el criado—. Estoy muy…

–Una verdadera disculpa —dijo Lyril— Arrodíllate.

El hombre vaciló por un momento, y Vars se lanzó de lleno.

–Hazlo.

El criado se puso de rodillas.

–Pido disculpas por haberlos interrumpido, su alteza, señora mía. No debí haberlo hecho.

Vars vio que Lyril sonreía.

–No —dijo ella—. Ahora vete, fuera de nuestra vista.

El criado salió prácticamente corriendo ante su orden, como un galgo detrás de un conejo. Vars se rio mientras se iba.

–A veces puedes ser deliciosamente cruel —dijo él.

Le gustaba eso de ella.

–Solo cuando es divertido —respondió Lyril.

Continuaron su camino hacia el banquete. Por supuesto que para cuando entraron estaba en pleno auge, todos tomaban y bailaban, comían y se divertían. Vars podía ver a su media-hermana al frente, el centro de atención junto con su futuro esposo. No entendía por qué la hija de la segunda esposa del rey justificaba tanta atención.

Ya era suficiente que Rodry estuviese allí con un grupo de jóvenes nobles en una esquina, admirándolo mientras él contaba historias de sus hazañas una y otra vez. ¿Por qué el destino había considerado conveniente que él fuese el mayor? Vars no le encontraba sentido cuando era obvio que Rodry era tan apropiado para su futuro rol de rey como él era para volar aleteando sus brazos demasiado musculosos.

–Por supuesto, una boda como esta ofrece posibilidades —dijo Lyril—Reúne a tantos lores y ladies

–Que luego podrán convertirse en nuestros amigos – dijo Vars.

Él entendía cómo funcionaba el juego.

–Por supuesto, es más fácil si uno conoce sus debilidades. ¿Sabías que el conde Durris allí tiene la debilidad de fumar ámbar de sangre?

–No lo sabía —dijo Lyril.

–Ni lo sabrá nadie más si él se acuerda que soy su amigo —dijo Vars.

Él y Lyril siguieron por la multitud, dejándose llevar lentamente en direcciones opuestas. La podía ver estudiando detenidamente a las mujeres, intentando decidir en todas las formas en que eran menos bonitos que ella, o más débiles, o simplemente no estaban a su nivel. Probablemente intentaba decidir también todas las ventajas que podía ganar con ellas. Había una frialdad en ese examen que a Vars le gustaba. Quizás era una de las razones por las que había estado con ella por tanto tiempo.

–Por supuesto, esa es otra razón para no participar de la cacería de mañana —dijo él—. Con todos los idiotas lejos puedo hacer lo que me plazca, quizás hasta pueda acomodar las cosas a mi favor.

 

–¿Escuché que alguien mencionaba la cacería?

La voz de su hermano era estridente y fanfarrona, como de costumbre. Vars se volteó hacia Rodry, con la risa forzada que había aprendido a utilizar durante gran parte de su niñez.

–Rodry, hermano —le dijo—. No me había dado cuenta de que había vuelto de…¿me repites a dónde fueron con mi padre?

Rodry se encogió de hombros.

–Podrías haber venido y haberlo descubierto.

–Ah, pero tú fuiste corriendo —dijo Vars— y eres el que a él le importa.

Si Rodry había captado la aspereza con que lo había dicho, no lo demostraba.

–Vamos —dijo Rodry, dándole una palmada en la espalda— Acompáñame a mí y a mis amigos.

Lo decía como si acompañar al puñado de tontos jóvenes que prácticamente lo adoraban como a un héroe fuese un gran obsequio, más que un horror por el que Vars hubiese pagado oro puro por evitar. Jugaban a ser como los Caballeros de la Espuela de su padre, pero ninguno de ellos había llegado a ser alguien hasta ahora. Su sonrisa se volvió más tensa mientras caminaba hacia el centro del grupo, y tomó un cáliz de vino para distraerse. En un breve instante  lo vació, así que tomó otro.

–Estamos hablando de todas nuestras cacerías —dijo Rodry—. Berwick dice que una vez derribó a un jabalí con una daga.

Uno de los jóvenes que estaba allí hizo una reverencia que hizo que Vars quisiera darle un golpe en la cabeza.

–Me corneó dos veces.

–Entonces quizás debiste usar una jabalina —dijo Vars.

–Mi jabalina se quebró en los campos de entrenamiento de la Casa de las Armas —dijo Berwick.

–¿Cuándo fue la última vez que pisaste los campos de entrenamiento, hermano? —Le preguntó Rodry, obviamente sabiendo la respuesta— ¿Cuándo te unirás a los caballeros, como lo hice yo?

–Yo entreno con la espada —dijo Vars, en un tono más defensivo del que hubiese debido—. Solo creo que hay cosas más útiles que hacer que pasar todo el día haciéndolo.

–O quizás no te guste la idea de enfrentarte  a un enemigo preparado para derribarte, ¿eh, hermano? —Dijo Rodry, dándole un golpecito en el hombro—. De la misma forma en que no te gusta salir a cazar, por si te llegara a pasar algo.

Él se rio, y lo más cruel era que su hermano probablemente no lo consideraba como un comentario hiriente. Rodry no era un hombre que fuese por el mundo con preocupaciones, después de todo.

–¿Estás diciendo que soy un cobarde, Rodry? —dijo Vars.

–Oh no —dijo Rodry—. Hay algunos hombres que están destinados a salir a pelear, y otros que es mejor que se queden en su casa, ¿verdad?

–Podría cazar si quisiera hacerlo —dijo Vars.

–Ah, ¡el caballero valiente! —Dijo Rodry, y eso produjo otra de esas carcajadas que nadie consideraría cruel excepto Vars—. ¡Bueno, entonces deberías venir con nosotros! Vamos a ir a la ciudad para asegurarnos de tener las armas que necesitamos para mañana.

–¿Y dejar el banquete? —Replicó Vars.

–El banquete durará días —le contestó Rodry—. Vamos, podemos elegirte una buena jabalina para que nos muestres cómo cazar un jabalí.

Vars deseó poder darse la vuelta, o aún mejor, estrellarle la cara a su hermano en la mesa más cercana. Quizás seguir estrellándola hasta que se hiciese añicos, y él quedara como el heredero que siempre debió haber sido. En cambio, él sabía que iba a tener que ir a la ciudad, cruzar los puentes, pero al menos allí podría encontrar a alguien en quien descargar su ira. Sí, Vars estaba esperando eso con ansias, y más que eso. Quizás incluso llegar a ser rey algún día.

Aunque por ahora, la parte de él que le gritaba que se mantuviese a salvo para evitar el peligro, le decía que no confrontara a su hermano. No, esperaría para eso.

Pero quien se cruzara en su camino en la ciudad, se las iba a pagar.

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