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El Reino de los Dragones

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Из серии: La Era de los Hechiceros #1
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CAPÍTULO DOCE

Greave no podía entender cómo alguien podía celebrar cuando había tanta tristeza y maldad en el mundo. Estaba sentado en la biblioteca del castillo, alejado de la necesidad de estar involucrado en nada de eso, y sabiendo que su presencia solo desanimaría al resto. Su padre, en particular, parecía considerarlo una intrusión desde el día en que su madre se había desmayado, cayéndose y golpeándose la cabeza en un escalón. El golpe había sido brusco, repentino, y fatal…

–No pensaré en eso —dijo Greave—. No lo haré.

Aunque era difícil no pensar en su madre, cuando veía el eco de sus facciones cada vez que se miraba en el espejo. Sus hermanos se parecían más a su padre, excepto por el cabello rubio de Rodry, pero Greave… bueno, sus facciones eran las más suaves y delicadas que un hombre podía tener, el cabello le caía en ondas, no tenía callos en las manos por el manejo de la espada y su cuerpo era delgado a los veinte. Cada vez que se veía volvían los recuerdos de la sangre, y entonces Greave tenía que refugiarse aquí, en el único lugar que parecía seguro.

La biblioteca era una de las más grandes afuera de la Casa del Conocimiento, con repisa tras repisa de tomos apilados en lo alto, copiados por las mejores manos entre los académicos, o por los monjes de la isla de Leveros. Aquí había obras que datan de los tiempos previos a la división de los reinos, y para Greave era el único lugar en el que se sentía realmente como en su casa.

Empezó a revisar las Citas para una Vida Sincera del Hermano Marcus, ya que el monje, fallecido hacía mucho tiempo, era considerado una autoridad, y ya que Greave se había decidido a leer todos los contenidos de la biblioteca, pero vio que no podía avanzar mucho sin que sus pensamientos tuviesen objeciones lógicas.

–‘Un buen hombre es honesto y está dispuesto a confiar en los otros’ —leyó, y luego sacudió la cabeza—. Pero ¿qué pasa si las personas en las que confía no se lo merecen, o lo traicionan? Y esto… ‘un hombre debería luchar por la esperanza en todos los aspectos’. ¿Será que no había visto lo que era el mundo cuando escribió esto?

Greave dejó el libro a un lado y se concentró en Sobre los Manejos del Gobierno de LeNere, quien había sido rechazado por la Casa del Conocimiento durante mucho tiempo por considerarse una simple defensa de las malas acciones. Greave entendía esto, y sin duda nunca podría imaginarse la destrucción de familias enteras, a favor de lo cual el hombre parecía argumentar, pero había fragmentos que simplemente lo conmovían.

–‘El mundo es un lugar lóbrego y cruel’ —leyó—, ‘y un hombre involucrado en la corte debe reconocer esta verdad. Imaginar que es más alegre, confiar o ser amable con nuestros enemigos no es una virtud sino un vicio, porque aquel que tiene poder debe proteger las vidas de quienes sirve por todos los medios.

¿”Servir” era palabra correcta? ¿Realmente LeNere concebía a los gobernantes como servidores de aquellos a quienes gobernaban? Quizás Greave escribiese algo al respecto y se lo enviara a  la Casa de los Académicos para probar que realmente merecía estar allí, o quizás escribiese una obra de teatro en la cual un gobernante que realmente creyera en ello fuese engañado por toda su corte…

–¿Greave? ¿Te vas a perder todas las celebraciones?

Se volteó ante el sonido de la voz de Nerra, se paró y fue a abrazar a su hermana. Había algo muy delicado y frágil acerca de Nerra que casi hacía que le rompiese el corazón.

–No soy bueno para eso —dijo él .

–Porque no tienes suficiente práctica —respondió ella—. Estoy segura de que habrá varias jóvenes nobles allí. Quizás puedas bailar con alguna.

Greave sacudió la cabeza. No se podía imaginar que se interesaran en él. No podía imaginarse que alguien lo viese como algo más que un obstáculo para su felicidad.

–¿Qué hay de ti? —preguntó él—. Parece que hubieses salido al bosque otra vez.

–Lo hice —dijo Nerra—. Es el único lugar en donde puedo estar sin tener que preocuparme porque la gente me vea.

–¿Te arremangaste?—preguntó Greave con repentina preocupación.

Él sabía de la enfermedad de su hermana, lo suficiente como para saber que la gente exigiría la muerte de Nerra si lo descubriera.

–Está bien —dijo Nerra— Estoy bien…

–No suenas muy segura —dijo Greave.

–Me… me desmayé —dijo Nerra .

–¿Otra vez? —Greave sacudió la cabeza.

Estaba seguro de que se estaban volviendo más frecuentes.

–Ves, esa es otra razón para no ir a la fiesta. Debo quedarme aquí y revisar más libros en caso de que haya una cura para ti.

–¿No crees que alguien la hubiese encontrado si estuviese aquí? —Replicó Nerra— Solo estás intentando librarte de bailar.

–¿Así que saldrás corriendo al salón?—respondió Greave.

Ambos sabían que ella no lo haría. Con esa cantidad de gente, corría demasiados riesgos de que alguien viese la enfermedad de las escamas en sus brazos.

–Necesito encontrar al galeno Jarran —dijo Nerra—. Yo… necesito discutir algunas cosas con él.

–¿Acerca de tu enfermedad?

Por supuesto que sí. El curandero era uno de los pocos fuera de la familia que sabía de la enfermedad de Nerra. También era el único que había podido al menos enlentecerla. Pero él no tenía la cura.

–Prométeme que no te pasarás todo el tiempo aquí —dijo Nerra—. Estoy segura de que a Lenore le encantará verte allí.

–Lo intentaré —prometió Greave, aunque sabía que no lo haría.

Tenía demasiados libros para revisar.

***

A Greave le parecía que, en la biblioteca del castillo, un hombre podía leer durante toda su vida y no encontrar lo que necesitaba .

–Sin embargo, lo encontraré —se comprometió Greave.

Él sabía que no siempre había sido el mejor hermano, pero en esto no le fallaría a su hermana.

Se zambulló en las pilas, intentando cazar los tomos de medicina como Rodry entraría en el bosque detrás de un jabalí. Greave apartó obras sobre los grados más elevados de la filosofía, sobre la forma correcta de construir un sistema de canales, sobre los supuestos fundamentos de la magia, buscando solo algo que prometiera el misterioso funcionamiento del cuerpo. Greave recordaba parcialmente un texto de tapa verde del médico antiguo Velius, y se puso a buscar.

Por supuesto que había muchas tapas verdes en la biblioteca, pero Greave los revisó uno por uno, apartando un tomo que mostraba las técnicas de un maestro de la espada y una obra sobre el diseño de puentes, algo vital para Royalsport.

Vamos, intentó animarse. Recuerda el título. Recuérdalo.

Entonces, mientras filtraba los libros, lo recordó de repente:

Sobre el Cuerpo.

Greave gritó fuerte por la emoción, feliz de haberlo recordado. Un volumen delgado y verde.

Aunque él sabía que recordar el título no era lo mismo que tener el libro en sí. De seguro tendría que estar allí, en algún lado.

Con más urgencia aún, Greave empezó a filtrar pilas de libros.

–Tiene que estar aquí —dijo—. Tiene que estar aquí.

–¿Qué? —preguntó una voz de mujer.

Greave levantó la vista y quedó paralizado. La joven mujer enfrente de él era lo más cercano a la perfección que había visto. Debía tener más o menos su edad, delgada y pelirroja, con ojos verdes que parecían cuestionar el mundo a su alrededor con cada mirada. Llevaba un vestido gris y plateado que de alguna manera ella hacía que pareciera todo menos común, y su sonrisa… su sonrisa era la cosa más bella que Greave había visto. Las joyas que tenía sugerían que era de cuna noble, pues ¿quién más podía permitirse tanto oro, anillos de plata y cadenas? Tenía un lazo, también plateado, trenzado en el cabello, y la punta le caía sobre el hombro.

–Estoy… estoy buscando un libro —logró decir Greave, recordando respirar—. Lo siento, ¿tú quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí?

–Te estaba buscando a ti —dijo ella.

Su voz era tan hermosa como el resto de ella, parecía cantar las notas del país más allá de la ciudad.

–Mi nombre es Aurelle Hardacre.

Greave enseguida reconoció el nombre de una familia noble de poca importancia, pero aún no podía comprender el resto de su presencia.

–¿Me buscas a mí? —dijo él .

No tenía sentido.

–En donde mi familia tiene sus propiedades, se cantan canciones acerca del hermoso príncipe que se sienta en su biblioteca, envuelto en la tristeza —dijo Aurelle, y apartó la mirada por un momento—. Parecías demasiado bueno para ser cierto, pero sin embargo aquí estás.

¿Demasiado bueno para ser cierto? Greave no sabía nada de eso. Sabía que para algunas personas sus facciones eran atractivas, pero nunca había sido robusto y apuesto como eran sus hermanos, y quienes realmente lo apreciaban se terminaban distanciando rápidamente cuando descubrían cómo era realmente.

–¿Te ayudo a levantar alguno de estos? —le preguntó Aurelle, yendo a ayudar a  Greave a levantar los libros que había desparramado en su búsqueda.

–No, No tienes que hacerlo, está bien —logró decir él.

¿Cómo podía ser que la presencia de una mujer que acababa de conocer lo hiciera sentir como si el mundo se inclinara de un lado a otro? No tenía ningún sentido.

–Quiero ayudar —dijo Aurelle—. ¡Oh, mira! ¡Una copia de los poemas de amor de Francesca di Vere! Son tan hermosos, ¿no lo crees?

Greave quiso decir que ninguno era tan hermoso como ella, pero no encontraba las palabras.

–No los he leído —pudo decir en cambio.

Se le ocurrió que esta era una oportunidad para saber algo de ella.

–¿Estás aquí por la boda?

–Así es —dijo Aurelle—. Mi familia es apenas lo suficientemente importante como para haber sido invitada. Aunque estoy bastante perdida. El castillo es mucho más grande de lo que esperaba, y en cuanto a la ciudad…

 

–Quizás pueda hacerte un recorrido —soltó Greave abruptamente, aunque no había sido su intención.

Aunque tenía muchas cosas más importantes qué hacer.

–Me gustaría —dijo Aurelle, extendiendo el brazo—. ¿Ahora? Quiero decir, ya que has terminado de buscar tu libro.

Greave no podía decirle que los poemas de amor no eran lo que estaba buscando, que aún tenía que encontrar un libro, sin expliCArle cuál y por qué. Bueno, podría, pero entonces hubiese parecido como si ella no le interesara, y eso simplemente no era cierto. En cambio se irguió, tomó el libro de poemas de Francesca di Vere, y se agarró del brazo de Aurelle.

–A mí también me gustaría —dijo él .

Después de todo, ¿cuánto le podría llevar? Cualquiera que fuese el secreto que se escondía en la biblioteca, aún estaría allí cuando ellos terminaran.

Y él lo encontraría, fuera lo que fuese.

CAPÍTULO TRECE

Nerra fue a los aposentos del galeno Jarran y golpeó la puerta, impresionada por el extraño aroma del lugar. Solía haber una mezcla de podredumbre y frescura en torno al lugar, la  intensidad de las hierbas con las que él trabajaba mezclada con la putrefacción de los cuerpos de criminales que utilizaba para la disección.

–¡Adelante, adelante! —gritó él en tono alegre.

Para alguien que trabajaba mucho con la muerte y los moribundos, siempre lograba sonar más alegre de lo que debería.

Nerra empujó la puerta y entró, intentando dejarla abierta el mayor tiempo posible antes de volver a tomar aire. Las habitaciones eran grandes, en la planta baja del castillo, con rendijas en lo alto por las que la luz se estampaba a través de vitrales. La mayor parte de la luz era de unas velas dentro de frascos, a una distancia suficiente de lo que tuviese ocupado al galeno en ese momento para evitar que se incendiaran.

La habitación probablemente había sido una cripta o una capilla alguna vez, con bloques que ahora contenían cuerpos en distintos estados de disección, y todo el fondo destinado al dormitorio, con una capa de tapetes y alfombras que lo diferenciaban del resto. Allí había un escritorio, una pizarra enorme llena de observaciones escritas en tiza, una cama y una mesa con sillas alrededor.

El galeno Jarran era un hombre grande cuyas togas de la Casa del Conocimiento apenas contenían su complexión. Ahora llevaba un delantal sobre ellas, y estaba trabajando en cortar el brazo de un cuerpo en uno de los bloques más cercanos. Nerra intentó no horrorizarse ante esa visión, a pesar de que había estado allí abajo varias veces para sus clases.

–¿Por qué está cortando ese brazo? —preguntó Nerra , y estaba segura de que se había notado su disgusto ante ello.

–En la Casa del Conocimiento se dice que ningún conocimiento es desaprovechado —dijo el galeno Jarran—. En este caso, al poder comprender mejor cómo funciona el brazo, quizás pueda ayudar más a aquellos que se lo hayan lastimado. Es un estudio que te ayudará mucho si realmente deseas curar a los demás.

La mayor parte de las cosas que Nerra sabía sobre hierbas, las había aprendido del galeno. Sus padres pensaban que el interés era  por su tratamiento, pero el galeno había notado rápidamente su curiosidad y le enseñó mucho más, al punto que Nerra podía reconocer casi cualquier planta en el bosque y sus propiedades. Aún así…

–No, gracias —le dijo.

Algunas cosas simplemente no eran para ella.

–No te esperaba hoy para una clase —dijo Jarran.

Todos los hermanos y hermanas de Nerra habían tenido clases con el galeno, ya que como egresado de la Casa del Conocimiento podía enseñar a leer, escribir, historia y filosofía como cualquier académico de la Casa del Conocimiento. Las clases de Nerra incluían cada vez más conocimiento acerca de las hierbas desde que él había visto que ella estaba interesada, además de información sobre otros lugares que ella sabía que no vivirías lo suficiente para conocer. El galeno además era una de las pocas personas que sabía la verdad acerca de su enfermedad, ya que había sido quien había logrado al menos enlentecerla por algunos años.

–Hoy no tengo clase —dijo Nerra .

De pronto se sintió nerviosa, y se preguntaba si debía haber venido.

–Yo… supongo que debería estar en el banquete.

–Con tantos banquetes, ¿quién puede asistir a todos? Ni siquiera yo —replicó el galeno Jarran, dándose palmaditas en el estómago —. Entonces, ¿por qué estás aquí, Nerra? No es para participar en mi investigación.

–Yo…

Nerra no sabía si simplemente contarle lo que había descubierto o no. Recordó sus miedos en el bosque: que alguien se llevara el huevo de dragón y lo destruyera, o diseccionara el dragón que había dentro. Sabía que no podía arriesgarse, pero también necesitaba saber más de lo que sabía.

–¿Qué sabe acerca de dragones? – preguntó Nerra .

–¿Dragones? —El galeno preguntó, levantando una ceja—. Hubiera pensado que esa era el área de Maese Gris más que la mía.

–Sabe que él no responderá —dijo Nerra .

Maese Gris casi nunca hablaba de dragones, aunque había rumores que decían que él los había visto, que había luchado contra ellos…

El galeno Jarran se quitó el delantal y fue hacia la sala de estar, sentándose en una de las sillas de la mesa, que rechinó bajo su peso.

–Puede que sepa algunas cosas acerca de ellos, desde luego. Leí sobre ellos en la Casa del Conocimiento.

–¿Qué me puede decir sobre ellos? —Preguntó Nerra— ¿Y sobre sus huevos?

–¿Sus huevos? —dijo Jarran .

–Por ejemplo, ¿cómo me daría cuenta si es real? —preguntó Nerra .

–Eso es fácil —dijo el galeno—. No sería real. Un huevo de dragón conservado es algo muy poco común en estos tiempos… —extendió las manos—. Uno real sería más o menos así de grande, si recuerdo bien lo que dicen los libros. Estaría atravesado por venas color rojo, dorado o verde. El color del cascarón reflejaría el de la criatura en su interior, y… bueno, las fuentes dicen que, sorprendentemente, el huevo estaría tibio.

Nerra contuvo la respiración. Todos los detalles coincidían con los del huevo que había encontrado.

–Esto es algo curiosamente muy específico para preguntar, Nerra —dijo Jarran— ¿Alguien te ha ofrecido un cascarón falso? Sé que existe un mercado para ese tipo de cosas, y la gente cree que sabe qué es lo que tiene que buscar. Ven un huevo grande y asumen que debe ser de un dragón.

–Bueno, quería saber más sobre dragones en general —dijo Nerra .

Cuanto más averiguara, mejor.

–¿De dónde vienen? ¿Cómo crecen? ¿De qué se alimentan?

–Generalmente, lo que quieran —dijo el galeno, y a Nerra le tomó un momento darse cuenta de que era lo que él consideraba una broma—. Según los libros, los dragones son criaturas de poder. Sus propios seres son conductos para el poder, permitiéndoles planear transformar esa energía en fuego, relámpagos, niebla o sombra. Son longevos, viven mil años si no mueren en combate, y su declive comienza solo en los años posteriores a la luna de dragón. Se dice que hacen nido entre volcanes y lugares con fuego, para que sus huevos  mantengan el calor al ponerlos, justo antes de morir.

–¿Ponen sus huevos inmediatamente antes de morir? —dijo Nerra .

–Tiene algo de lógica —explicó el galeno—. Al ser criaturas longevas, si dieran a luz a sus crías antes, pronto infestarían el mundo. Estarían criando a sus propios competidores. Mira a los humanos.

–No entiendo —dijo Nerra .

–¿De verdad? Tú has visto que las familias pueden ser complicadas. ¿Cuántas veces en la historia humana los hijos se han sublevado contra los padres, o los hermanos se han enfrentado en guerras? Es una historia tan antigua como el tiempo.

La expresión del galeno Jarran se torno seria.

–Me preguntas sobre dragones. ¿En dónde viven? Si queda alguno ahí afuera, viven más allá de los reinos de los hombres, en los lugares con fuego. Son poderosos, tanto que los reinos se separaron en la guerra contra los que gobernaban usando dragones. Pero no es un tema en el que deberías perder tu tiempo, Nerra.

–¿Por qué no?—replicó Nerra.

–Porque ambos sabemos que te queda poco tiempo. ¿Cómo está tu enfermedad ahora? ¿Las hierbas que te recomendé la están enlenteciendo?

Lo repentino de la pregunta tomó a Nerra por sorpresa. También la aspereza.

–Yo…—

–Muéstrame tus brazos —insistió él.

Nerra se arremangó, dejándolo ver la enfermedad de las escamas allí. Él se colocó guantes y presionó la piel,  aparentemente observando cómo las líneas oscuras se distorsionaban al tacto.

–A pesar de todos nuestros esfuerzos, la enfermedad ha avanzado —dijo él—. Lo siento, pero a este nivel de avance morirás o te transformarás en cuestión de semanas.

–¿Transformarme? —dijo Nerra .

Había escuchado las cosas que produce la enfermedad de las escamas, pero nunca las había creído ciertas hasta ahora.

El galeno Jarran volvió a sentarse.

–Conoces las historias.

Nerra asintió, abrochándose las mangas una vez más.

–Pero ¿qué es cierto? Pensaba que era todo inventado, que la gente había visto la marca de las escamas y pensaba que eso significaba algo.

–¿Pensaste que la gente había hecho lo que hace siempre, rodear la verdad con tantas historias y verdades a medias que termina siendo poco claro?

–Sí —admitió Nerra—. Creí… cuando expulsaban a la gente, creía que simplemente se morían. Pensé que el miedo era por la forma en que podía extenderse.

–¿Pensabas o esperabas?

–Yo… esperaba —admitió Nerra.

El galeno Jarran sacudió la cabeza.

–La enfermedad de las escamas es una transformación. La gente muere cuando su cuerpo no es lo suficientemente fuerte para completarla. Los resultados… tú sabes de las horribles bestias de las leyendas, los seres que habitaban Sarras.

No era una pregunta, pero Nerra asintió de todos modos. Había escuchado de ellos, los seres que estaban muy lejos de ser humanos. Sin embargo, si lo que el galeno decía era cierto…

–¿Lo que hay al oeste fue alguna vez humano? —le preguntó.

El miedo la inundaba de solo pensarlo. ¿Ella se transformaría en otra… cosa? ¿Algo que no era humano, ni amable, ni capaz de hacer lo que quisiera?

–Esa es una pregunta más adecuada para el Maese Gris —dijo Jarran—. Él sabe más acerca de la naturaleza de esas cosas que yo.

Nerra solo podía admitir que él tenía razón. Maese Gris sabía más que cualquier persona viva acerca de lo extraño y lo oculto, pero no quería hablar con él sobre esto, no podía arriesgarse.

–Debo preguntarte otra vez —dijo Jarran—. ¿Por qué quieres saber sobre dragones, Nerra?

–Yo… —Nerra pensó en contárselo, de verdad, pero no podía hacerlo, no aún—. Solo quería saber más acerca de ellos

–Ah, pensé que habías escuchado una de las antiguas historias —dijo el galeno.

–¿Qué historias? —preguntó Nerra.

–Las que hablan de que de todos los intentos de detener la enfermedad de las escamas, solo una cura ha probado ser efectiva: romper un huevo de dragón y consumir su yema.

Él miraba a Nerra mientras lo decía, por lo que ella suprimió la expresión de sorpresa. Aún así, sintió que fluía por su cuerpo como un relámpago, y parecía expandirse por todo su cuerpo en un instante.

–¿Una…cura? —dijo ella, con temor a preguntar.

–Un rumor, una nota en los libros —dijo Jarran—. Pero no hay huevos de dragón reales. Es la única razón por la que no te lo he contado antes. No quisiera que tuvieras esperanzas por algo imposible.

Excepto que no era imposible.

Podía curarse. Curarse.

Podía vivir una vida normal, no como un bicho raro, sino como una muchacha común. En lugar de contar los días para su muerte, podría contar los días de vida que la esperaban.

Se levantó de un salto, tumbando una mesa, y corrió hacia la puerta.

Había una cura no muy lejos de los muros del castillo. Y ella sabía exactamente dónde encontrarla.

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