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El Reino de los Dragones

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Из серии: La Era de los Hechiceros #1
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CAPÍTULO VEINTIDÓS

Bern estaba sentado, rodeado de gente que se reía y le compraba tragos, como hacían siempre cuando él se sentaba en el medio de la taberna. No era que les agradara, Bern no tenía tiempo para esas cosas, pero sabían lo que les convenía. Un hombre que no había yacido en el suelo, con varios dientes desparramados entre la paja sucia.

Sus ‘amigos’ lo rodeaban, aunque no eran amigos de verdad, solo hombres más pequeños y menos violentos que él, pero que habían entendido que estar de su lado era más seguro que no estar. Para ser justo, la mayoría de los hombres eran más pequeños y menos violentos que Bern; él era un hombre imponente que podía aplastar un cráneo con sus propias manos llegado el caso, y tenía tatuajes en los hombros que serpenteaban por los brazos como para destacar los músculos.  Había mucho para destacar. Se había rasurado la cabeza para que no hubiese nada de qué agarrarse cuando daba cabezazos, y su rostro estaba demacrado y áspero por los golpes que había recibido durante los años.

Estaba allí sentado, en el centro de la atención, contando las historias que tenía ganas de contar y escuchando las novedades que la gente le traía. La gente le traía noticias con frecuencia porque habían entendido que era la única cosa por la que Bern realmente pagaba, y pagaba bien. La gente asumía que él no pensaba, pero él había descubierto que ganaba más lastimando a la gente que pensando.

Ubicó al niño campesino al instante, porque este no era un lugar en donde los niños entraran a salvo. Uno de los hombres de Bern se corrió para interceptarlo, pero Bern lo apartó de un empujón  con aire despreocupado, porque no era que a él le importara.

–Tienes algo para contarme —dijo él, con voz ronca.

El niño asintió. Bern sacó una moneda, y la sostuvo fuera de su alcance.

–Cuéntame entonces.

–Es de la princesa Nerra —dijo el niño.

–¿Cómo reconocerías a una princesa? —Replicó Bern— Si estás perdiendo mi tiempo…

–Va al bosque muy seguido —dijo el niño—. Y la he visto salir del castillo, es ella.

Podía ser ella o no. Probablemente, el niño no sabía la diferencia entre una princesa y una fregona.

–¿Qué hay de ella? —exigió Bern.

–Hay… dos cosas —intentó el niño.

Entonces, Bern lo agarró de la túnica.

–¿Intentas robarme otra moneda? Cuéntame, y entonces decidiré si lo vale.

–¡Tiene la marca de la escama! —espetó el niño.

Eso fue suficiente para hacer que Bern se detuviera. De ser cierto, podía causarles muchos problemas a la realeza. También podía hacer que ganara mucho dinero. Había quienes pagaban incluso más que él por la información correcta.

–¿Y se supone que voy a creer eso? —dijo él .

–Lo vi —respondió el niño—. En todo su brazo. Lo juro.

–¿Sabes lo que haré si estás mintiendo? —dijo Bern .

–¡No miento!

Pudo ver su miedo. Más que suficiente para decir que esto era cierto.

–Está bien —dijo Bern—. ¿Cuál es la otra cosa?

–Es… lo que descubrió allí —dijo el niño—. No… no me creerá.

–Creeré lo que sea cierto —dijo Bern .

–Encontró… ¡encontró un huevo de dragón!

Por un momento, Bern consideró golpear al niño por decir algo tan estúpido. Luego vio el temor en el rostro del chico. Estaba siendo sincero, y aunque Bern nunca había oído algo así en su vida, le creía.

–¿Un huevo de dragón? —Dijo uno de los hombres junto a él— ¿Crees que somos…

Bern lo golpeó sin mirarlo, y el hombre cayó desparramado en el suelo.

–Cállate. Estoy escuchando. ¿Qué te hace pensar que era un huevo de dragón?

–Era más grande que cualquier otro huevo que haya visto —dijo el niño, estirando los brazos para indicar el tamaño—. También tenía venas doradas, como en las historias.

Bern vaciló. Él había escuchado las mismas historias. Incluso ya le habían ofrecido huevos petrificados antes, cuando no los podían traficar en otro lado. Parecía cierto, aunque no podía serlo.

–¿En dónde está ese huevo?

Algo así… bueno, podría no ser real, pero sí lo era ¿cuánto pagarían por él? ¿Cuánto pagaría un hombre rico para tener el único huevo de dragón fresco del que se tenga memoria?

–Está en el bosque —dijo el niño—. Hay un claro. Puedo mostrarle.

–Lo harás —dijo Bern.

Chasqueó los dedos a otro de los que estaban allí.

–Corre hasta el castillo. Lleva las noticias de la… enfermedad de la princesa a uno de los que paga por estas cosas. Quiero que paguen con oro, no plata.

–Sí, Bern —dijo el hombre.

–Si me engañas lo sabré —Bern volvió su atención al niño—. Ahora, muéstrame en dónde puedo encontrar ese huevo, y veremos si encontraste algo increíble. Y si me mentiste…

***

—¡No está aquí! —gritó Bern, haciendo eco en el silencio del bosque.

Arremetió contra un árbol cercano, y su fuerza fue suficiente para hacer astillas el tronco.

–¿En dónde está? ¿En dónde está el niño?

Miró alrededor en busca del campesino y lo encontró trepando un árbol rápidamente. Era un chico inteligente. De no ser así, Bern lo hubiese abofeteado, y algo así de chiquito se hubiese quebrado.

–¡Tú, tú me mentiste! —gritó Bern, subiendo por el tronco.

Media docena de hombres lo siguieron, rodeando el árbol. Ellos eran los que estaban más cerca cuando él gritó, hombres duros, todos ellos. Ninguno le daría importancia si derribaban al niño al suelo porque les había mentido.

–¡No! —gritó el niño.

Estaba temblando tanto que todo el árbol parecía sacudirse.

–¿Entonces en dónde está el huevo? —reclamó Bern.

–Aquí es donde ella lo encontró —respondió el niño—, lo prometo, este es el lugar.

–¿Entonces en dónde está? —exigió Bern.

–Ella me vio y tuve que salir corriendo. ¿Quizás… lo llevó a otro lugar?

Bern gruñó para sí.

–¿Lo crees?

–Así que probablemente esté en algún lugar del castillo —dijo uno de los otros.

Bern sacudió la cabeza.

–Si estuviera allí, me hubiese enterado. ¿Crees que esa piltrafa es el único que me cuenta cosas? No, está escondido en algún lugar. Lo encontraremos.

–¿Y si no podemos? —dijo el hombre.

Bern lo silenció con la mirada.

–Entonces esperaremos a que esta joven vuelva por él, y le preguntaremos a dónde está.

–¿Lastimar a una princesa?

Bern se rio.

–¿Crees que realmente es una princesa?

Los otros se rieron con él. Era lo que mejor hacían.

La verdad era que a Bern no le importaba. Un huevo de dragón era suficiente para que valiera la pena el riesgo, y una princesa… bueno, podría desaparecer tan fácilmente como una campesina en un bosque de este tamaño.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

Las criaturas seguían rodeándolos y Devin no sabía qué hacer. ¿Cuánto faltaría para que volvieran a abalanzarse sobre él y los otros? Halfin, Twell, Lars y Rodry eran todos excelentes guerreros, pero morirían tan rápido como él. Devin tragó ante la idea. Él se estaba por morir; todos se estaban por morir.

Se encontró pensando en el momento en la Casa de las Armas, cuando había evitado que Vars lo matara. Lo había hecho accidentalmente, pero ¿podía hacerlo intencionadamente? ¿Podía realmente utilizar la magia a propósito?

Devin pensó en todas las cosas que perdería cuando las criaturas lo despedazaran. Era una lista más corta de lo que quería. Ya había perdido su puesto en la Casa de las Armas. Sus padres… bueno, su padre estaba furioso todo el tiempo y su madre era todo menos amable. Intentó pensar en las cosas que podría tener ahora. Nunca podría tener su propia familia, nunca podría ver el mundo, nunca…

–No —dijo Devin, sacudiendo la cabeza—. No.

Las criaturas se babearon las quijadas por la expectativa de las matanzas que vendrían. Tenían los ojos enfocados con aversión, y Devin podía ver cómo sobresalían los músculos de una de las criaturas antes de saltar.

No estaba seguro de qué había ocurrido después. Era como si algo del miedo, de la certeza de su propia muerte hubiese presionado algún botón en él, y hubiese cambiado algo en él de una manera en que parecía familiar. Devin reconoció la sensación, porque la había sentido una vez. Intentó alcanzarla, intentó recordar cómo se sentía. En ese momento, contemplando el mundo, podía ver una capa por encima, algo parecido a otro mundo, un lugar compuesto por energías entrelazadas , y con cosas que se movían como sombras al límite de la vista.

Devin entendió en ese momento cómo sacar la energía de ese otro lugar a través de sí mismo, supo cómo hacerlo de la misma forma en que sabía cómo respirar. Estiró el brazo, y, tan fácil como si hubiese corriendo una cortina, arrancó un fragmento de la barrera que separaba los dos lugares.

En ese instante, la energía se desparramó por el mundo en una ola expansiva que hizo que las criaturas lobunas rodaran hacia atrás. Se cayeron unas sobre otras, y no eran las únicas, porque Rodry y los otros también habían sido derribados. Solo Devin parecía poder quedarse allí parado, quizás porque había sido quien había hecho esto.

Se miró los brazos, y pudo ver algo que parecían destellos de fuego negro que se extendían hacia sus extremidades y hasta la punta de su espada. Las criaturas lobunas se levantaron y lo observaron, luego se voltearon al unísono con un quejido y huyeron, lejos del arroyo.  Devin no podía entenderlo, no tenía palabras para adivinar lo que estaba ocurriendo, pero de todos modos los observó correr, y supo que no regresarían.

Las llamas se extinguieron tan rápido como habían aparecido, con el soplido de una avalancha de aire. A su alrededor, Devin podía ver el mundo como era, sin señales del otro lugar, a la distancia de un pensamiento. Todo lo que había allí era Rodry y los otros, que volvían a estabilizarse luego de haber sido derribados.

 

–¿Qué —preguntó Rodry— acaba de ocurrir?

Él y los caballeros observaban a Devin, la expresión de Rodry estaba entre la conmoción y el asombro.

–¿Qué acaba de ocurrir? —Repitió Rodry— ¿Qué… tú hiciste eso?

–Yo… no lo sé —dijo Devin, porque no estaba seguro de poder explicárselo todo al príncipe—. Yo… quizás.

–Esas criaturas estaban aquí en un momento, y en seguida nos derribaron a todos y ellas salieron corriendo —dijo Halfin—. Simplemente huyeron. ¿Twell?

El otro caballero sacudió la cabeza.

–No tengo idea —se volteó hacia Devin—. ¿Cómo pudiste mantenerte en pie? ¿Hiciste algo?

–No lo sé —dijo Devin .

Se dio cuenta de que ellos no habían visto lo que él había visto. No lo habían visto desgarrar el mundo para atrapar energía, no habían visto el fuego negro a su alrededor, ellos solo habían sentido los efectos de la energía que había conjurado.

Pudo intentar explicarles, pero por algún motivo sabía que era una mala idea decir demasiado. Hechiceros como Maese Gris eran extraños y temidos, y hombres como estos podrían reaccionar mal ante la idea repentina de viajar con uno que no sabía lo que hacía.

Rodry observó a Devin con algo parecido al asombro.

–Hiciste magia.

–Yo… —Devin sacudió la cabeza—. No hice nada.

Los otros lo observaron y en ese momento, Devin esperaba que se alejaran de él, que le temieran ahora que sabían lo que podía hacer. En cambio, lo observaron con algo parecido al asombro.

–Eso fue… sorprendente —dijo sir Twell—. Lo que sea que haya sido.

–Realmente —coincidió sir Halfin—. ¿Puedes hacerlo otra vez?

Devin sacudió la cabeza, aunque la sensación de lo que había hecho ahora estaba en su interior, oculta y a su alcance. No sabía lo suficiente acerca de lo que hacía como para arriesgarse a intentarlo.

–Entonces no hay tiempo para quedarse aquí —dijo Rodry—. Debemos ponernos en marcha por si esas criaturas regresan. Aún tenemos que encontrar el metal de estrella. Devin, monta tu caballo.

Devin asintió, muy agradecido por la distracción, y más agradecido porque Rodry no parecía tratarlo como si fuera un bicho raro. De todos ellos, su opinión era la que más le importaba.

Los otros parecían agradecidos por la oportunidad de poner algo de distancia entre ellos y las criaturas que habían intentado matarlos. Devin se levantó, encontró su caballo y logró montarlo. Los cinco partieron otra vez.

Siguieron cabalgando hasta que llegaron a un lugar en donde la pendiente era aún más pronunciada, y a medida que avanzaban, el paisaje alrededor estaba curiosamente tranquilo. No había animales que se les abalanzaran, ni siquiera que los observaran. Era como si todo allí hubiese visto lo que Devin podía hacer, y no se acercara.

Él aún no lo entendía. ¿Cómo podía hacer algo tan poderoso? No era un mago entrenado, como Maese Gris, o alguien que hubiese hecho un pacto de poder. Él era solo un herrero que sabía de acero pero no de magia.

–Allí —dijo Rodry, señalando y quebrando la cadena de pensamientos de Devin.

Devin vio a lo que se refería de inmediato. Una enorme roca yacía en el suelo, en un cráter obviamente causado por su caída de los cielos. Brillaba con un tinte plateado, y el arroyo corría a su alrededor. Desde donde estaba con su caballo, Devin podía ver que el arroyo era normal, pero que tenía un leve brillo pasando la roca. De ahí venía la extrañeza del lugar, todo alrededor de la roca se retorcía y cambiaba por su presencia, por lo que había flores por encima de sus cabezas, y criaturas peludas con alas de mariposa y libélula que las revoloteaban.

–Tendremos que recoger el metal —dijo Devin.

–Yo tengo un pico —dijo Twell, sacando uno de su montura y pasándoselo a Devin.

A esta altura, ya no era una sorpresa que tuviera uno.

–Estaremos atentos ante cualquier peligros mientras tú recoges lo que necesitas —dijo Rodry.

Para Devin eso parecía justo, ya que ellos eran los caballeros y él solo un campesino. Aún así, una parte de él quería remarcar que él había sido quien había ahuyentado a las criaturas lobunas. Aunque por otro lado, Devin era quien había trabajado con metal lo suficiente como para saber lo que hacía. Se bajó de su caballo y se dirigió a la roca caída del cielo, buscando los puntos en donde podría sacarle mayor provecho al mineral metálico con su labor.

Se puso a trabajar, golpeando la roca. Era un trabajo duro, incluso para alguien que había trabajado en las forjas por tanto tiempo, y en poco tiempo, Devin estaba transpirando.

–Vamos  —dijo Rodry luego de un rato—, déjame intentar con ese pico.

Devin se lo entregó, aunque nunca hubiera pensado que  un príncipe fuese a trabajar de esa manera. Rodry removió la piedra, y pronto había suficiente mineral para llenar un costal y más. Devin lo cargó sobre su caballo, sintiendo su peso. Ahora que tenía el mineral, tenía que fabricar una espada, y luego tendría que decidir a quién dársela y a quién enfurecer.

También estaba el asunto de la magia. Devin aún podía sentir la conexión que burbujeaba en su interior. Siempre había querido ser un espadachín, un caballero, pero sabía que este poder tenía otras cosas en mente. Necesitaba entenderlo, necesitaba aprender de él,  para eso, tendría que buscar a Maese Gris.

CAPÍTULO VEINTICUATRO

La torre que alojaba el salón del trono del rey Ravin les había llevado tres años de construcción a mil hombres y mujeres, junto con las mentes más destacadas que egresaban de las escuelas del sur. Él había contratado no uno, sino tres arquitectos, para que ninguno de ellos pudiera entender todo el diseño, con sus pasadizos y secretos.

Por supuesto que se había asegurado de que todos los involucrados murieran poco tiempo después. Con los criados había sido fácil, porque eran esclavos  y compraba cosas con ellos. Los arquitectos… bueno, acusó a uno de traición, se aseguró de que otro se resbalara desde un punto alto del edificio, y el tercero aparentemente se había atragantado con una espina de pescado un año después de la finalización. El rey Ravin era un hombre minucioso.

Había valido el esfuerzo: se alzaba sobre cualquiera que entrara, con los símbolos de las tierras que él reclamaba organizados en lo alto, y  un mapa del mundo conocido cubría el techo. Había galerías para la alta nobleza, un área extensa con pisos de mosaico para aquellos que eran  inferiores, y guardias organizados en cada pilar del salón, para asegurarse que recordaran su lugar.

Ravin había forjado su lugar con sangre, el trono se ubicaba a la cabeza de todo en blanco y oro puro que combinaban con las togas que vestía. A sus treinta años, llenaba ese trono con una complexión musculosa y la corona de platino sobre el cabello oscuro rapado. Una barba oscura y enrulada le llegaba al pecho; su gran espada, Heart Splitter, estaba a su lado en su funda, mientras que las togas púrpuras del gobierno hacían poco para ocultar que él era un guerrero, y más que eso. Tenía los símbolos de la magia antigua tejidos en los dobladillos y mangas como un recordatorio a los demás de que había pasado el mismo tiempo con los académicos y con los guerreros, que él no era el mismo bárbaro tonto que habían sido su padre y el padre de su padre.

No había un segundo trono a su lado para una esposa. En cambio, la última de sus concubinas estaba arrodillada sobre las sedas más finas al costado del trono, con una cadena angosta que iba de su tobillo a la mano de él. Antes había sido la hija de una familia noble, y había sido entregada a él como un honor. Quizás hasta se quedara con ella por un tiempo.

Pero por ahora, estaba el asunto de gobernar el Reino del Sur y sus posesiones del otro lado del mar..

–¿Hay noticias de la última expedición al continente occidental? —preguntó él, mirando hacia donde estaba el almirante de su flota.

–Hasta ahora no, mi rey —dijo el hombre—. Pero quizás los mensajes estén atrasados.

–Estarán muertos como el resto —dijo Ravin—. Eso me dicen mis adivinos.

Eso lo enfurecía. Cuando ordenaba a unos hombres a hacer algo, esperaba que ellos encontraran la forma de lograrlo. Con estos, había ordenado que secuestraran a sus familias como forma de incentivarlos a ir y regresar con noticias. Ahora tendría que venderlos, o simplemente matarlos.

–¿Qué más? —exigió él.

–Mi rey…

Un hombre avanzó, por su apariencia era claramente un comerciante. Se puso de rodillas.

–Le ruego su ayuda. Un noble se ha llevado mercancía de mis carretas sin pagar,, alegando que le pertenecen por derecho, sin embargo tengo documentos que demuestran que son mías.

Ravin arqueó una ceja. Acudir a él por algo así requería coraje, ya que podía sufrir sanciones por perder su tiempo. Aún así, no dejaba que nadie dijera que él no era un gobernante justo e incluso generoso.

–Traerás esos documentos a mi canciller —ordenó—. Si todo es como dices, se te devolverán tus mercancías, y además el noble tendrá que pagar.

–Es de los más sabios gobernantes —dijo el comerciante .

–Sin embargo —dijo Ravin—, también le enviaré un mensaje al noble. Si tus mercancías entran dentro de sus impuestos legítimos, se te quitará el resto de tus pertenencias para dar el ejemplo.

Vio que el comerciante tragaba, y se preguntó si sería tan tonto para decir algo ahora.

–Por… por supuesto, su majestad —dijo el hombre, gateando hacia atrás—. Gracias.

Ravin suspiró y miró a su alrededor a los hombres y mujeres allí. Se preguntaba cuántos de ellos entendían lo que realmente era sentarse en donde estaba él. Todos tenían sus conspiraciones y planes, razón por la cual él tenía tantos guardias y espías, sus hechiceros y sus hombres del silencio, pero aún así, ¿alguno de ellos pensaba en cómo sería si realmente tuvieran éxito? ¿Entendían que no había fin, que todos los días había que lidiar con los problemas de un reino, intentar aumentar las ganancias, ser superior, para pagar el resto? Por supuesto que no.

En cambio, acudían a él, uno por uno con sus problemas. Los guardias traían prisioneros y Ravin ordenaba que algunos fueran sacrificados para los dioses, otros enviados al anfiteatro para luchar y morir, otros vendidos, otros  mutilados por sus crímenes. Incluso dejaba libres a un par, con lágrimas en los ojos y agradecidos por su justicia, porque era importante que un rey fuese justo.

Finalmente, una figura entró tambaleándose. Estaba harapiento y con apariencia tosca, por lo  que los guardias de Ravin salieron hacia él, e incluso al rey le tomó un momento reconocer la silueta de su enviado a las tierras del norte.

–Dejen que pase —dijo Ravin, y aunque no levantó la voz, esta se escuchó por encima del resto de los sonidos del salón.

Sus arquitectos fallecidos también se habían encargado de eso.

El hombre avanzó, se tambaleó levemente, y luego logró hacer una reverencia perfecta a pesar de su falta de equilibrio.

–Su majestad, traigo noticias graves.

–Por lo que veo, mi generosa oferta para el norte ha sido rechazada —adivinó Ravin.

–Así es, mi rey —dijo el emisario—. También lamento informarle que fui atacado por Rodry, el hijo del rey Godwin del norte. Él mató a mis guardias a sangre fría, y luego… me humilló de la forma en que puede ver ahora.

El rey Ravin se levantó y fue hasta el hombre, viendo el miedo que tenía. ¿De verdad creía que el rey le haría daño?

–Has soportado muchas cosas, mi amigo —le dijo, con una mano sobre el hombro del emisario—. No tantas como hubiese esperado, pero quizás suficientes.

–¿Mi rey? —dijo el emisario .

El rey Ravin sonrió.

–Es bien sabido que el hijo de Godwin no tiene control. Había esperado que te matara por las cosas que les ofrecí. Aún así, mató a tus hombres, y eso es algo.

Miró alrededor del salón..

–Desde este momento, estamos en guerra con el norte. Se realizarán ataques para subyugarlos.

–Su majestad —dijo el almirante de su flota—. ¿Cómo vamos a hacer esto cuando el río…?

El rey Ravin inclinó la cabeza, y tres de sus hombres del silencio salieron de la multitud con sus cuchillos destellando. Estaban enmascarados para que nadie pudiera adivinar sus verdaderos nombres, o intentara sobornarlos. El almirante cayó con un gorgoteo mientras a su alrededor otros retrocedían, esperando no ser los próximos.

–Hace tiempo que siento que no has estado haciendo tu máximo esfuerzo —dijo Ravin al hombre moribundo—. Tus flotas fracasaron una y otra vez. Sospecho que tu sucesor estará más motivado a tener éxito.

Volvió su atención al salón.

–En este momento, soldados intentan cruzar los puentes en grupos pequeños, listos para atacar. Hombres del silencio matarán a sus nobles y capturarán a aquellos que más aprecian. Los hombres desesperados del anfiteatro tendrán la oportunidad de arrojarse a los puentes y tomarlos. Al mismo tiempo, mi flota atacará sus costas. ¿Ninguno me preguntará cómo?

 

Nadie se atrevía, por supuesto, así que Ravin tuvo que contestar la pregunta que no se hizo.

–No navegaremos hacia el norte directamente —dijo él—. Primero iremos hacia el este, por donde la corriente no nos aleje.

Escuchó el murmullo  cuando la gente empezó a entender lo que quería decir.

–Por mucho tiempo, nos reprimieron pensamientos de paz y neutralidad, ideas de lugares que deberían ser dominados solo por los dioses —dijo él—. El tiempo para esas cosas ha terminado. Actuaremos, y reunificaremos el reino como debe ser.

–Pero ¿cómo? —preguntó el emisario , y el rey Ravin volvió a sonreír, porque una vez más el hombre había hecho algo útil.

Casi le complacía que no hubiese muerto.

–Esa parte es simple —dijo él—. Tomaremos una escala desde la cual atacaremos a nuestros enemigos. Los vamos a rodear y a aplastar, porque ellos creen que nadie se atrevería a hacer lo que haremos.

Volvió al trono y se rasgó las togas púrpuras, revelando una armadura de escamas  debajo. Ravin sacó su espada y apuntó hacia arriba, al punto en el mapa que estaba al este de los dos reinos.

–Preparen los barcos —ordenó—. Pronto tomaremos la isla de Leveros.

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