Sky Rider

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—Madre mía —pensó en Kirbie con la boca abierta—. ¡Es el líder de los Indómitos! ¡Wind Rilay! —exclamaron señalando a uno de los hombres que habían entrado en la celda de al lado, entonces miraron a los que entraban por el hueco de su propio calabozo—. ¡Su mano derecha, Napoleón! ¡Y...! —Los dos se quedaron en silencio—. A ti no te conozco.

El aludido, un chico de piel naranja y pelo negro se inclinó amenazadoramente hacia ellos, tensando la mano derecha y haciendo que una especie de bola de fuego incandescente apareciera sobre ella.

—Mi nombre es Hytche —dijo caminando despacio con cara de pocos amigos. Los dos chicos se abrazaron uno al otro, completamente aterrados, retrocediendo hasta chocar sus espaldas contra los barrotes. Hytche extendió el brazo hacia sus cabezas, y sujetando el candado, lo derritió, rompiéndolo—. Que no se os olvide —añadió tirándolo a un lado, divertido, mientras abría la puerta y salía. El dúo se dejó caer al suelo. La personalitas que entró en la celda de Happy, una mujer de piel verde oscuro con dibujos blanquecinos, cuernos de ciervo y pelo verde claro rompió el candado de la misma manera y entró en la estancia también.

Una vez más, este proceso se repitió en todas las celdas en las que habían entrado las figuras. Los personalitas hacían arder una bola brillante sobre sus manos, y la usaban para romper las cerraduras desde dentro, así uno tras otro se introdujeron en el interior de la sala rompiendo todos los candados, liberando a cada reo, que sonreían con júbilo.

—¡Esos son los últimos! ¿Qué tal tú, Lémura? —exclamó Eros, un personalitas de piel morada y cuernos de carnero que también había entrado por uno de los boquetes.

—Listo, Eros, están fuera —anunció la mujer de piel verde.

—¡Muy bien, ya estamos todos, nos vamos! —exclamó Wind.

—¡Yo no puedo irme! —replicó la niña.

—¿Por qué motivo? —preguntó el hombre aproximándose a ella.

—Mi amigo Feiry está encerrado en las galeras, no puedo irme sin él.

—¿Las galeras? Esas prisiones están destinadas a verdaderos criminales, si tu amigo está allí quizá sea mejor no liberarlo.

—¡Feiry nunca haría daño a nadie! ¡Lo encerraron allí solo por ser un dragón! —exclamó Happy defendiendo a su amigo. Wind alzó sus finas cejas al oír ese comentario.

—¿Acaso tú eres la niña que llegó volando a lomos de una bestia voladora?

—Sí, ¡por eso tengo que ir a por él!

—Ni hablar. Es imposible sacar a un animal como ese de aquí sin ser vistos. No podemos arriesgarnos a que nos descubran. Te vienes con nosotros.

—Espera Wind —pidió una voz a sus espaldas. Un hombre joven y de gesto amable se acercó a ellos. Su pelo era rojo y largo hasta los hombros. Tenía unas marcadas ojeras negras bajo sus ojos azules—. Yo la ayudaré, marchaos vosotros.

—¿Estás seguro, Napoleón?

—Recuerda que me conozco este castillo como la palma de mi mano, nadie se enterará de que estamos aquí —aseguró sonriendo—. Dices que se han llevado a tu amigo a las galeras, ¿verdad? —Happy asintió—. Está bien, como ha dicho Wind, esas celdas están diseñadas para retener a verdaderos monstruos, su seguridad es especial, así que antes de ir allí tendremos que hacernos con unas llaves que solo los miembros de la Guardia Blanca tienen.

—¿Unas llaves como estas? —Happy y Napoleón se giraron. En sus manos los antiguos vecinos de celda de la niña sujetaban unas llaves—. Robbie y yo os acompañaremos —aseguró el rubio con aires de galán.

—No te hagas el héroe, Kirk, tú lo que quieres es ver al dragón.

—¡Nunca he visto uno! —exclamó el rubio entusiasmado, dando saltos.

—¡¡Yo tampoco!! —Su compañero se unió a su entusiasmo. Los ojos les hacían chiribitas.

—Vamos, que los dos quieren ver al dragón —pensó en alto Hytche al lado de Wind, que contemplaba la escena sin habla.

—Buena suerte, Napoleón —le deseó de corazón el hombre antes de marcharse.

—La vas a necesitar... —murmuró el chico de piel naranja. Napoleón sonrió divertido ante el comentario, y se giró hacia sus nuevos compañeros.

—Muy bien, ¡seguidme!

***

Acatando las instrucciones del pelirrojo, consiguieron moverse por el castillo sin ser detectados, no parecían un grupo de cuatro personas.

Sin duda, Napoleón se conocía a la perfección el castillo, haciendo uso de pasadizos secretos consiguieron llegar hasta las galeras, unos pasillos inmensos que parecían ser subterráneos ya que no había ninguna ventana. Un par de guardias se encontraban haciendo patrulla, Napoleón esperó a que girasen la esquina para salir, tenían unos minutos antes de que volvieran.

—Despejado —susurró el hombre—. Vamos.

La tropa salió del escondrijo y se pusieron a revisar las pequeñas «ventanas» de las puertas, abriéndolas en busca de Feiry. Las posibilidades de dar con él parecían bastante remotas, y es que había cientos y cientos de celdas allí abajo, pero Happy sabía que ella podía hacerlo. En su interior había una fuerza que los unía a ambos, un lazo que jamás se rompería. Concentrándose, Happy cerró los ojos y extendió la mano derecha. En ella, atado a su dedo meñique, apareció un brillante hilo azul que flotaba suavemente en el aire. Haciendo un giro de muñeca con esa misma mano, la niña agarró el cordel y en un flash pudo ver hasta dónde llegaba la otra punta del hilo. Al momento abrió los ojos. Sabía exactamente dónde se encontraba Fey.

—¡Es aquí! —exclamó Happy sonriente corriendo hacia unas de las celdas del fondo, justo hacia donde Napoleón se estaba dirigiendo.

Kirbie, que estaba caminando en dirección contraria, salió corriendo como un rayo hacia allí. Abrieron la celda y, al hacerlo, en su interior hallaron... ¡a un niño! El chico se encontraba libre, flotando alegremente en el aire con las piernas cruzadas (como si meditara), aunque nada más verlos entrar corrió hacia ellos posando los pies en la tierra con una gran sonrisa.

—¡No puede ser! ¿Dónde está el dragón? —preguntaron los dos jóvenes con enorme decepción. Empezaron a lloriquear, dejándose caer de rodillas sobre el suelo de piedra.

—¡Sabía que era mentira!

Napoleón se aproximó al chico, que abrazaba a Happy.

—¿La criatura eres tú? —preguntó Napoleón señalándole comprendiendo lo que debía haber pasado, los poderes que tenía.

—Así es —respondió Fey alegremente.

—Ya me caes bien —declaró el pelirrojo sonriendo—. ¡Vosotros dos! Arriba, ¡es hora de marcharse, deprisa!

Kirbie se repuso. Levantándose avanzaron hacia la puerta cuando al salir por ella se cruzaron de bruces con Bauer.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó el hombre confundido. Napoleón abrió la boca para intentar explicarse, pero sin darle tiempo a pronunciar ni una palabra, Kirbie, en un acto reflejo, le dio un puñetazo directo a la cara, rompiéndole las gafas y haciendo que el hombre cayera de espaldas contra el suelo, inconsciente.

—¿¡Por qué has hecho eso!? —se preguntaron al unísono el uno al otro.

—No podemos dejarlo ahí tirado, si se despierta dará la alarma —dijo Robbie. Kirk y él tiraron de sus pies y lo metieron en el calabozo. El grupo salió fuera de la celda dejando al hombre dentro.

—¡Hey! ¿Quiénes sois vosotros? —preguntaron los guardias de la ronda, que habían vuelto, y se aproximaron hacia ellos apuntándoles con sus armas—. ¡Arriba las manos! —El grupo obedeció. Napoleón se inclinó levemente hacia sus compañeros, susurrando.

—Yo me encargo, mantened la calma y no hagáis nada precipitado.

—¡¡Corred!! —exclamó Kirbie, que se esfumó como alma que lleva el diablo. Era obvio que no se les daba bien aguantar bajo presión. Napoleón contempló anonadado la escena.

—En fin, qué remedio... ¡¡corred!! —exclamó e inmediatamente él, Happy y Fey siguieron la estela que Kirbie había dejado.

—¡¡Volved aquí!! —exclamaron los guardias yendo tras ellos.

Aunque solo habían tardado unos segundos más que Kirbie en salir corriendo, estos les llevaban tanta ventaja que Happy y los demás los habrían perdido de no ser por los gritos que iban pegando por los pasillos de todo el castillo. No hacían más que subir y subir escaleras. Saltaba a la vista que el dúo había salido corriendo sin tener ni idea de a dónde escapar, se dedicaban a correr por el lugar a lo loco. Napoleón tenía cada vez peor presentimiento. «Yendo en esta dirección... », pensó acelerando el paso. Finalmente llegaron a una bifurcación. Napoleón estaba de piedra.

—Que no hayan girado a la izquierda —murmuró el hombre apretando el gesto y afinando los oídos. En ese momento se oyó un griterío en la lejanía. Venía de la izquierda. Y por detrás, los guardias se acercaban.

—Hay que alcanzarlos, ¡rápido! —La tropa reanudó el paso, mientras Fey flotaba alegremente por el aire.

~CAPÍTULO 5~

Ideas y planes

Tras mucho correr, finalmente Happy y los demás dieron con Kirbie.

—¡Quietos! ¡La salida no está por ahí! —exclamó Napoleón, pero los dos jóvenes no tenían intención de detenerse.

—¿Por dónde ahora?

—Pito, pito, gorgo… ¡Por aquí!

Siendo ese su sistema de guía, a Napoleón le extrañaba que no se hubiesen metido ya de bruces en los aposentos del Albor.

Continuaron corriendo por los pasillos, cuando una joven de pelo dorado y un mechón rojo salió de una de las habitaciones, parecía que los gritos la habían desvelado.

Kirbie frenó en seco su carrera intentando no colisionar con ella, seguidos de Napoleón y los demás, que al detenerse, tropezaron chocándose contra ellos. La chica se apartó mientras el grupo, al fin reunido, se estampó contra la pared del pasillo. Acabaron todos en el suelo doloridos ante la mirada atónita de la joven y un animal semejante a un león de pelaje amarillo que era de un tamaño considerable.

 

—¡He oído algo! ¡Seguidme! ¡¡Vuelve aquí, Napoleón!! —exclamaron los guardias al fondo del pasillo. Napoleón, Kirbie, Happy y Fey se ocultaron rápidamente tras una esquina que había frente al cuarto del que había salido la chica. Pudieron oír cómo los pasos de los guardias se acercaban cada vez más hacia ellos. En ese momento, la joven de cabellos dorados pegó un grito y, girándose, corrió hacia los guardias exclamando:

—¡Guardias! ¡Intrusos! ¡Los he visto! ¡Han huido por allí!

Por un momento el grupo se quedó sin aire, dándose ya por perdidos, hasta que vieron el brazo de la chica apuntar en dirección al pasillo por el que habían venido. Los guardias contemplaron sus espaldas boquiabiertos.

—¡Pe... Pero si acabamos de venir por ahí!

—¡Pues dad la vuelta ahora mismo! ¡Antes de que huyan! —exclamó—. Milo les seguirá el rastro, ¡adelante, Milo! —Dándose por aludido, el león empezó a olisquear el suelo en círculos, imitando torpemente a un perro. Finalmente levantó la cabeza y salió corriendo por donde los guardias acababan de llegar. Estos lanzaron una última mirada de incredulidad a la joven, que aplaudió apremiante.

—¡Seguidle, deprisa!

Los hombres se encogieron de hombros y salieron corriendo tras el felino.

Happy y los demás liberaron un gran suspiro de alivio, cuando otra chica de pelo rubio rizoso con cara de pocos amigos llegó desde el fondo del pasillo en el que se ocultaban.

—¡Pero bueno! ¿A qué viene tanto alboroto?

Lanzando una rápida mirada a la estancia, Napoleón vislumbró una ruta de escape.

—¡Por la ventana! —exclamó sin dudar.

—¿¡Qué!? ¡No, no, no, no! —se opuso Kirbie negando enérgicamente con la cabeza. Happy, en cambio, salió corriendo junto a Fey y abrieron uno de los enormes ventanales que había frente a ellos—. ¡No pienso ir por ahí! —Desde luego los miedos de Kirbie no eran infundados, después de todo, en su huida subiendo pisos, habían llegado a una de las torres más altas del castillo. Napoleón agarró a cada uno sujetándolos bajo el brazo y saltó con ellos por la ventana después de que Happy y Fey lo hicieran.

Los gritos de Kirbie podían oírse por toda Penumbra mientras caían sin remedio, separados de Napoleón. Pero ahora que estaban fuera del edificio, en el aire, Fey se transformó rápidamente en dragón, mientras Happy se agarraba a él.

Kirbie seguía gritando, hasta que grácilmente el enorme animal agarró a cada uno con sus gigantes patas delanteras. Napoleón se aferró al lomo de la criatura, sonriendo.

—¡Sois muy valientes! ¡Eso me gusta! —exclamó el pelirrojo encantado.

—Lo sé —replicó Kirk dándose por aludido erróneamente, con la cara pálida.

—Es una de nuestras mejores cualidades .—añadió Robbie, sin aliento. Happy y Napoleón se rieron con ganas.

Finalmente el dragón se elevó por los aires, ganando altura y alejándose mientras las dos jóvenes contemplaban la escena desde la ventana.

Los ciudadanos de Penumbra, asombrados ante esa visión, se asomaban estupefactos por sus ventanas y salían a la calle, señalando al animal algunos con miedo y otros, los más pequeños, entusiasmados.

—Creo que estamos llamando un poco la atención —comentó Napoleón—. Descendamos. Ya nos hemos alejado suficiente del castillo. Seguiremos a pie.

Feiry asintió suavemente con la cabeza y comenzó a bajar. El animal era demasiado grande para aterrizar en alguna calle de la ciudad, por lo que, enroscándose cual serpiente alrededor de un edificio, dejó a sus pasajeros sobre el tejado, mientras descendían lentamente.

Napoleón fue el primero en tocar tierra firme, seguido de Kirbie, que se dejó caer abrazando el suelo. Por último, Fey, recobrando su forma humana, descendió con acrobáticos saltos flotando por el aire llevando a Happy en volandas. Inmediatamente un grupo de niños llegó corriendo al lugar donde habían aterrizado, pero sus caras reflejaron decepción al cruzarse con ese grupo de personas «normales».

—¿Y el dragón? —preguntaron dispersándose por la calle mientras Happy y los demás se alejaban como si nada.

Caminaron por las calles. El gigante reloj marcaba las nueve y media, y para sorpresa de Happy, la iluminación artificial de las calles se había atenuado con respecto a cuando llegaron, si no fuera por el inmenso cielo negro que había sobre ellos, Happy pensaría que la luz que iluminaba la ciudad era como la de un atardecer, pero esta parecía mucho más fría. En Penumbra no conocían la calidez del Sol.

—Muy bien, por aquí —dijo Napoleón llegando a un callejón. Se agachó y levantó una trampilla, la cual daba a unas escaleras que todo el grupo siguió. Una vez bajo tierra, quedaron sumidos en total oscuridad—. Oh, oh... —murmuró el pelirrojo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Happy.

—Me había olvidado de que sin un personalitas, tendremos que movernos por aquí a oscuras —admitió, avergonzado por el lapsus—. Si al menos tuviese algo que ilumine...

—¡Yo me encargo de eso! —exclamó la jovial voz de Feiry. Nada más decirlo, se transformó en su aspecto megobari inicial. Las tramas de su pelaje comenzaron a brillar a modo de antorcha, iluminando con una acogedora luz el inmenso pasillo que se extendía ante ellos. Kirbie, que a estas alturas parecía curado de espanto, lo contempló con gesto inexpresivo.

—Ahora es un gato-dragón que brilla.

—Conveniente —asintió Kirk.

—¡Cada vez me gustas más! —exclamó Napoleón entusiasmado. Fey hizo una pirueta en el aire, halagado.

Ahora que contaban con una fuente de luz, iniciaron la marcha por el pasillo. Las telarañas y el polvo depositado sobre las lámparas que antiguamente iluminaban el lugar hacían pensar que debía llevar mucho tiempo abandonado. Aprovechando este momento de tranquilidad, Happy se giró hacia el hombre de pelo rojo para hablar.

—Muchas gracias por habernos ayudado, Napoleón.

—No hay por qué darlas. Cuando nos enteramos de que el Albor Lázarus había decidido prohibir las Pléyades y encarcelar a todo aquel que intentase celebrarlas no pudimos quedarnos de brazos cruzados. Nadie debería ver su libertad coartada por los caprichos de un déspota. Por eso organizamos un plan de rescate —explicó—. Disculpa a Wind, probablemente es la persona con la moral más recta que conozco, pero como líder de los Indómitos su deber es asegurar el bienestar de la mayoría, y eso implica tener la resolución necesaria para tomar decisiones difíciles. —Happy asintió.

—No pasa nada, lo entiendo —comentó la niña despreocupadamente—. Por suerte estabas ahí. Me alegro de que todo haya salido bien —dijo acariciando a su amigo volador, que se dejó querer. Napoleón le devolvió la sonrisa y volvió la vista al frente.

—Yo me uní a los Indómitos hace solo cinco años pero en ellos puedo ver el camino hacia una Penumbra mejor, o mejor dicho, el fin de ella. Cien años de oscuridad son suficientes. —Su tono se volvió más serio, igual que su expresión—. Lo que nunca se olvida vive para siempre, pero es imposible recordar algo que nunca has visto o conocido. Los habitantes de Penumbra no tienen ni idea de cómo eran el Sol, la luna o las estrellas, tan solo pueden confiar en las historias que sus mayores les contaron. Está en nuestras manos mantener vivas esas memorias, por eso renunciar a la Pléyades no es una opción. —El pelirrojo apoyó la mano sobre el hombro de la chica—. ¿Qué me dices, tu amigo y tú nos echaréis una mano?

—¡Pues claro! —exclamo Happy entusiasmada.

—¡Lo mismo digo! —exclamó Kirbie al unísono. Napoleón los miró sorprendido.

—Vosotros sois miembros de la Guardia Blanca, ¿seguro que queréis involucraros con los Indómitos? —preguntó.

—¿Qué importa a dónde pertenezcamos?, las Pléyades son nuestra tradición favorita, ¡si podemos ayudar a que se celebren, lo haremos! —anunció Kirk entusiasmado.

—Además, después de lo que ha pasado, quizá lo mejor sea no volver aún al castillo. —Robbie recordó su estrepitosa huida, las probabilidades de ser bien recibidos eran escasas. Napoleón sonrió.

—En ese caso, bienvenidos al equipo.

—¡Vaya!, ¿es que te fías de nosotros tan fácilmente? Es decir, ¿y si estuviésemos intentando ganarnos tu confianza para que nos lleves hasta la Hueste de los Indómitos y descubrir vuestro escondrijo?

Napoleón se rio como si acabase de escuchar una chanza.

—Si de verdad fuera eso lo que pretendéis, ni se te habría pasado por la cabeza mencionarlo.

—Por cierto, ¿qué es todo eso de la Guardia Blanca? —preguntó Happy—. Venimos de Hereford —se apresuró a añadir antes de que la mirasen otra vez como a un mono verde por sus extrañas preguntas.

—Son los soldados que están al mando de las Piezas Blancas —fue la escueta respuesta de Kirk. Happy esperó unos instantes a que ampliara esa información pero parecía que no pensaba profundizar más en el tema.

—¿Y qué son las Piezas Blancas? —insistió.

—Es un grupo que fue creado hace cien años por el Albor Tirano Aldo después de que cubriera el Sol, seguramente para que ejercieran como sus guardaespaldas personales ante las posibles represalias. —Afortunadamente, esta vez Robbie tomó el relevo de la narración, se notaba que disfrutaba con ello—. Está compuesto por cinco miembros: Quin, dirigente de las Piezas Blancas; Läufer, encargado de la artillería; Cavalier, al mando de la caballería; Tour, responsable de la vigilancia; y Bauer, líder de la infantería, nuestro escuadrón.

—Aunque puede que eso cambie después de haberlo golpeado... y encerrado —pensó en alto Kirk. A los dos se les empezó a poner la cara pálida, parecían darse cuenta ahora de las futuras consecuencias de sus actos.

—¡Relajaos! Apuesto a que Bauer es un buen tipo, solo tenéis que disculparos —zanjó Napoleón sin darle mayor importancia.

—Por casualidad no tendrás también por ahí algún consejo útil para ayudarnos a impresionar a Quin, ¿verdad? —comentó Kirk.

Napoleón se sujetó la barbilla, entrecerrando los ojos con expresión pensativa.

—No, lo siento. La verdad es que ahora que lo pienso ese chico es un misterio.

Kirbie suspiró desanimado.

—¿Por qué queréis impresionarlo? —curioseó Happy.

—Para que nos ayude a promocionar. Solo hay tres formas de llegar a hacerse con el título de Pieza Blanca: Heredándolo de tu familia, como en el caso de Cavalier, Tour y Läufer. Ellos son los únicos descendientes directos de las primeras Piezas Blancas, en tiempos del Albor Tirano. La segunda opción consiste en que el líder de un escuadrón decida delegar el puesto a otra persona, la que quiera, como le pasó a Bauer.

—Y la tercera y última opción es ascendiendo desde las filas de soldados rasos como nosotros, hasta superar al líder. Siempre que seas un miembro de la Guardia Blanca y consigas los méritos suficientes, puedes retar a cualquiera de las Piezas Blancas a un duelo. Si sales vencedor te haces con su puesto. Así es como Quin llegó adonde está...

—¡Ese tío es increíble! Apareció hace dos años en la Guardia Blanca, y en un abrir y cerrar de ojos llegó a lo más alto. Quién lo habría dicho al verlo. Era un tipo muy solitario, apenas se relacionaba con los demás. Ni siquiera recuerdo cómo se llamaba antes de adoptar el sobrenombre de «Quin».

—Así es, perdimos nuestra oportunidad de impresionarlo cuando era uno de los nuestros, ¡y ahora que está en la cumbre es imposible llamar su atención, seguro que ni se acuerda de nosotros! Si queremos que nos convierta en sus sucesores debemos impresionarlo. Por eso nos dedicamos a intentar ganar notoriedad y demostrar nuestra valía. La verdad es que eso nos mete en algún lío que otro... ¡pero hasta ahora solo nos caen castigos de manos de mindundis como Bud o Jared! ¡Así Quin nunca sabrá de nuestra existencia! ¡Él solo castiga a los subordinados de las Piezas Blancas que se merezcan una sanción severa! ¡Debemos hacer algo realmente grande, tan gordo que no pueda pasarlo por alto! —exclamaron entusiasmados. A Feiry le hizo gracia la lógica de los dos soldados.

—Toda publicidad es buena, hasta la mala, ¿verdad? —comentó sonriendo.

—Pero si los dos aspiráis a convertiros en Quin algún día y solo hay un puesto eso significa que tendréis que luchar por él, ¿no? —observó la niña.

Los dos jóvenes se miraron el uno al otro, pareciera que acababan de caer en la cuenta de ese pequeño inconveniente.

 

—Eso ya lo discutiremos —sentenciaron ambos dejándolo correr—. El Kirbie del futuro se encargará de ello.

—Por cierto, ¿lo de Kirbie a qué viene? Es que además de sueño, ¿compartís nombre? —preguntó Feiry.

—¡Para nada! Él es Kirk, y yo soy Robbie —dijo el chico de pelo coral—. Pero Bauer dice que como estamos todo el tiempo juntos le sale más a cuento ponernos el mismo nombre, para abreviar. —Sus compañeros asintieron ante la explicación. Entonces Napoleón aceleró el pasó.

— ¡Hey, pequeñín, ven aquí! —Feiry, dándose por aludido, lo siguió. Napoleón se colocó enfrente de la pared, y abrió uno de los farolillos—. Enciende la vela, por favor.

El animal lo miró ladeando la cabeza.

—¿Cómo esperas que haga eso?

—Escupiendo fuego por la boca —respondió como si fuera algo obvio.

—Siento decepcionarte pero los megobari no podemos hacer eso.

—Mego… ¿qué? —preguntó Napoleón descolocado.

Sonriendo Happy corrió hacia ellos y se colocó delante del pelirrojo.

—¡Levántame! —exclamó. El hombre obedeció. Happy rodeó con las manos la vela, y cerró los ojos.

—¡Lux! —Al momento de pronunciar esas palabras, apartó las manos. La vela estaba encendida.

—Me vale —asintió Napoleón, prefiriendo no hacer preguntas y volviendo a posarla en tierra. En ese momento se formó un hueco en la pared, como una puerta. Napoleón empujó, y abrió. Una intensa luz salió de allí. Happy se quedo boquiabierta. Ante ella se extendían unos pasillos inmensos, totalmente iluminados y cuidados, nada que ver con los túneles por los que se habían estado moviendo.

—¡Es impresionante! —exclamó. Entonces se fijó en unos mosaicos que adornaban las paredes, y caminó hacia ellos. Parecían simbolizar una escena cotidiana del pasado. Napoleón narró la historia que representaban.

—Hace más de cien años, en tiempos de Vega Lucífera, había tantas personas viviendo allí que fue necesaria la creación de estos túneles para facilitar el tráfico por la ciudad, eran conocidos como «la ciudad subterránea».

—¿Qué es esa cosa voladora? —preguntó Kirk intrigado.

—¡Un globo! —exclamó Happy entusiasmada, era la primera similitud que encontraba entre Penumbra y su hogar, Phira.

—¡Impresionante! ¿Lo reconoces? Bueno, supongo que en Hereford serán algo habitual. Efectivamente, es un Globo Montgolfier. Antes eran artilugios muy cotidianos, pero tras la creación del Mar de Nubes se volvió imposible viajar con ellos y cayeron en el olvido.

Happy contempló con atención esas preciosas imágenes, elaboradas con pequeñas piezas de piedra.

—Desearía haber conocido Vega Lucífera —pensó en alto.

—Tiempo al tiempo, por el momento al menos podrás disfrutar de las Pléyades —declaró convencido Napoleón—. Sigamos, los demás nos estarán esperando, ¡seguro que se les ha ocurrido mil formas de seguir adelante con la celebración!

El grupo siguió caminando hasta reunirse con los demás Indómitos. Había unas treinta personas. Happy pudo reconocer entre ellos a los doce rescatadores que habían irrumpido en las celdas horas antes, y a varios de los reos, como Azura y Marco (ahora sin las manos esposadas).

—¡Han llegado! —exclamó Azura, que salió corriendo hacia Happy—. ¡Me alegro de verte, renacuaja! —exclamó con una sonrisa.

—Napoleón, ¿qué hacen ellos aquí? —preguntó Wind con actitud prudente mirando en especial a Kirbie—. La idea era liberar a los civiles, este no es lugar para ellos. Y mucho menos para miembros de la Guardia Blanca.

—Tranquilo, Wind, no son unos cualquiera, y ahora mismo toda ayuda es bien recibida para la causa.

Los Indómitos se miraron entre ellos, alicaídos.

—Siento decepcionarte, Napoleón, pero ya no hay ninguna causa.

—¿Qué estás diciendo?

—No tenemos nada —aseveró Wind—. No hay manera de poner ni una luz en el cielo sin que nos atrapen, y menos hacer algo digno de recordar como las Pléyades.

—Precisamente quienes llenan de grandeza un evento tan importante son las miles de personas que año tras año participan en él... Es imposible que treinta de nosotros consigan hacer algo así… —se lamentó Marco.

—¿Y ya está? ¿Vamos a dejar que el Albor gane sin más? —replicó Napoleón. Él y Wind empezaron a discutir, mientras Happy observaba a Hytche sentado en el suelo con expresión aburrida y uno de esos orbes brillantes en su mano, jugando a hacer flotar una pequeña pluma. La mirada de la niña se iluminó.

—¡Mira hay patrullas por toda la ciudad! ¡La única forma de evitar que nos arresten sería volando! Y como mínimo deberíamos hacerlo a unos cincuenta metros de altura, ¿tienes idea de cómo hacer algo así? Porque soy todo oídos.

—¡Yo sí lo sé! —exclamó Happy—. ¡Tengo una idea!

~CAPÍTULO 6~

Las Pléyades

Las miradas de todos se centraron en la niña.

—¿Y qué idea es esa? —preguntó Wind.

—¡Los globos, podemos usarlos para elevarnos por los aires!

—¿Qué es un globo? —preguntó una joven personalitas con cornamenta, ojos vivos y piel amarilla. La inmensa mayoría de los presentes tenían una expresión en su rostro que reflejaba la misma duda.

—Unos artilugios antiguo —aclaró el líder de los Indómitos—. Tan antiguos que nadie tiene ni idea de cómo usarlos. Ni siquiera sabemos cómo lograban hacer que se elevaran —criticó.

—De donde yo vengo los usamos a diario, ¡es muy sencillo! Mirad. —Happy se acercó hacia Hytche y señaló la pluma con la que jugueteaba—. Es una cuestión de densidad: el aire caliente es menos denso que el frío, por lo que tiende a subir. Si se encierra ese aire dentro de una envoltura muy liviana, se elevará y volará.

Una vez más, todos la miraban como a un mono verde.

—Muy bonito, pero ¿cómo funciona? —preguntó Kirk, que obviamente no había entendido nada.

—Podría servir —admitió Wind ignorando el comentario, no quería cantar victoria todavía—. Cuando los viajes y el comercio desaparecieron los globos que quedaban se guardaron en varias salas de estos pasillos, los he visto alguna vez.

—Yo sé cómo funcionan, ¡puedo enseñaros a vosotros! —lo animó la niña.

—¿Dices que hay que llenarlos con aire caliente para que se eleven? —preguntó Hytche incorporándose. Happy asintió, y el chico sonrió—. Sin problema, los personalitas podemos encargarnos de eso —dijo encendiendo en ambas manos los orbes. Todos los personalitas con cornamenta lo imitaron, y se pudo notar al instante cómo aumentaba la temperatura de la sala, que se iluminó aún más, como si fuese de día.

—Al manipularlos, los orbes liberan energía en forma de calor, pueden ir desde unas pequeñas brasas hasta una hoguera —afirmó Lémura, la personalitas astada de piel verde.

—Muy bonito, ¿pero cómo funciona? —preguntó esta vez Robbie. Wind aún mantenía el ceño fruncido.

—¿Y qué hay de las luces? ¿Dónde esperáis conseguir suficientes como para cubrir toda la ciudad?

—En las calles —dijo Napoleón—. Hay miles de casas, puentes y árboles decorados con kilómetros de luces, podríamos tomarlas prestadas.

Todos empezaron a murmurar, sin duda era una buena idea. El ambiente empezaba a cargarse de optimismo, entonces se callaron, esperando el veredicto de Wind.

—Se aleja un poco de la tradición pero estamos improvisando, al fin y al cabo —suspiró—. Está bien. Irán un humano y un personalitas por cada globo, la chica os dirá cómo funcionan y entonces nos dispersaremos en círculo por toda la ciudad a través de los túneles. Saldremos a la superficie usando las entradas del suelo. Cuando el Canto del Sol haga sonar las doce, comenzará la ascensión. Una vez en el aire, usaremos al dragón para tejer una red en el cielo con las luces llevándolas de un globo a otro. ¿Podréis hacerl…? —El discurso de Wind se vio interrumpido cuando se giró hacia Fey y por primera vez reparó en su dócil aspecto—. ¿Esta es la «bestia voladora» que atraparon? —preguntó levantando una ceja. Napoleón se rio.

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