Ensayos de Michel de Montaigne

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En cuanto a ese personaje del que os hablo, señor, me aleja mucho de este tipo de lenguaje, pues el peligro en su caso no es que yo le preste algo, sino que le quite algo; y es su mala suerte que, mientras él me ha proporcionado, tanto como un hombre podría, con oportunidades justas y obvias para el elogio, yo me encuentro incapaz y no calificado para dárselo -yo, que soy su deudor por tantas comunicaciones vívidas, y que sólo tengo en mi poder responder por un millón de logros, perfecciones y virtudes, latentes (gracias a sus estrellas poco amables) en un alma tan noble. Porque la naturaleza de las cosas ha permitido (no sé cómo) que la verdad, justa y aceptable -como puede serlo por sí misma-, sólo sea abarcada donde hay artes de persuasión, para insinuarla en nuestras mentes, me veo tan falto, tanto de autoridad para apoyar mi simple testimonio, como de la elocuencia necesaria para darle valor y peso, que estuve a punto de renunciar a la tarea, al no tener nada suyo que me permitiera exhibir al mundo una prueba de su genio y conocimiento.

En verdad, señor, habiendo sido alcanzado por su destino en la flor de su edad, y en el pleno disfrute de la más vigorosa salud, había sido su designio publicar algún día obras que demostraran a la posteridad la clase de hombre que era; y, tal vez, era lo suficientemente indiferente a la fama, habiendo formado tal plan en su cabeza, como para no seguir adelante con él. Pero he llegado a la conclusión de que era mucho más excusable en él enterrar todas sus raras dotes, que lo que sería de mi parte enterrar también conmigo el conocimiento de ellas que había adquirido de él; y, por lo tanto, habiendo recogido con cuidado todos los restos que encontré esparcidos aquí y allá entre sus papeles, tengo la intención de distribuirlos para recomendar su memoria a tantas personas como sea posible, seleccionando a los más adecuados y dignos de mi conocimiento, y a aquellos cuyo testimonio podría hacerle el mayor honor: como usted, señor, que muy posiblemente haya tenido algún conocimiento de él durante su vida, pero seguramente demasiado escaso para descubrir el alcance perfecto de su valor. La posteridad puede acreditarme, si así lo desea, cuando juro por mi conciencia que lo conocí y lo vi como, considerando todas las cosas, no podía desear ni imaginar un genio que lo superara.

Le ruego muy humildemente, señor, que no sólo tome su nombre bajo su protección general, sino también estas diez o doce estrofas francesas, que se encuentran, como de necesidad, bajo la sombra de su patrocinio. Porque no le ocultaré que su publicación fue aplazada, al aparecer sus otros escritos, bajo el pretexto (como se alegó allá en París) de que eran demasiado burdos para salir a la luz. Usted juzgará, señor, cuánta verdad hay en esto; y puesto que se piensa que aquí no se puede producir nada en nuestro propio dialecto sino lo que es bárbaro y sin pulir, le corresponde a usted, que, además de su rango como la primera casa en Guienne, de hecho desde sus antepasados, posee toda otra clase de calificación, establecer, no sólo por su ejemplo, sino por su testimonio autorizado, que tal no es siempre el caso: más aún que, aunque es más natural en los gascones actuar que hablar, a veces emplean la lengua más que el brazo, y el ingenio en lugar del valor.

Por mi parte, señor, no me corresponde juzgar tales asuntos; pero he oído decir a personas que se supone que las entienden, que estas estrofas no sólo son dignas de ser presentadas en la plaza, sino que, independientemente de eso, en cuanto a belleza y riqueza de invención, están llenas de médula y materia como cualquier composición de este tipo que haya aparecido en nuestra lengua. Naturalmente, cada obrero se siente más fuerte en alguna parte especial de su arte, y hay que considerar como más afortunados a los que ponen sus manos en las más nobles, porque todas las partes esenciales para la construcción de cualquier conjunto no son igualmente preciosas. Tal vez encontremos en otra parte mayor delicadeza de frase, mayor suavidad y armonía de lenguaje; pero en gracia imaginativa, y en el caudal de ingenio punzante, no creo que haya sido superado; y debemos tener en cuenta que no hizo de estas cosas su ocupación ni su estudio, y que apenas tomaba una pluma en la mano más de una vez al año, como lo demuestra la escasísima cantidad de sus restos. Pues vea usted aquí, señor, madera verde y seca, sin ningún tipo de selección, todo lo que ha llegado a mi poder; hasta el punto de que hay entre el resto esfuerzos incluso de su niñez. En realidad, parece haberlos escrito sólo para demostrar que era capaz de tratar todos los temas: porque de lo contrario, miles de veces, en el curso de la conversación ordinaria, he oído caer de él cosas infinitamente más dignas de ser admiradas, infinitamente más dignas de ser conservadas.

Esto es, señor, lo que la justicia y el afecto, formando en este caso una rara conjunción, me obligan a decir de este gran y buen hombre; y si me he ofendido por la libertad que me he tomado al dirigirme a usted sobre un tema tan extenso, tenga la bondad de recordar que el principal resultado de la grandeza y la eminencia es exponerse a importunos llamamientos en nombre del resto del mundo. Por la presente, después de desearle que acepte mi afectuosa devoción a su servicio, le ruego a Dios que le conceda, señor, una vida afortunada y prolongada. De Montaigne, este 1 de septiembre de 1570. Su obediente servidor,

MICHEL DE MONTAIGNE.

VII. A Mademoiselle de Montaigne, mi esposa.

-[Impreso como prefacio a la "Consolación de Plutarco a su esposa", publicada por Montaigne, con varios otros tratados de La Boetie, hacia 1571].

ESPOSA MÍA,-Comprendes bien que no es propio de un hombre de mundo, según las reglas de este nuestro tiempo, seguir cortejándote y acariciándote; pues dicen que una persona sensata puede tomar una esposa ciertamente, pero que desposarla es actuar como un tonto. Dejemos que hablen; yo me adhiero por mi parte a la costumbre de los buenos tiempos; también llevo el pelo como entonces; y, en verdad, la novedad le cuesta a este pobre país hasta el momento tan cara (y no sé si hemos llegado ya al punto más alto), que en todas partes y en todo renuncio a la moda. Vivamos, esposa mía, tú y yo, con el viejo método francés. Recuerde que el difunto Sr. de la Boetie, mi hermano y compañero inseparable, me regaló, en su lecho de muerte, todos sus libros y papeles, que han sido desde entonces la parte más preciada de mis efectos. No quiero guardarlos mezquinamente para mí solo, ni merezco tener el uso exclusivo de ellos, por lo que he resuelto comunicarlos a mis amigos; y porque no tengo ninguno, creo, más particularmente íntimo a usted, le envío la Carta Consolatoria escrita por Plutarco a su Esposa, traducida por él al francés; lamentando mucho que la fortuna te haya hecho un regalo tan adecuado, y que, habiendo tenido un solo hijo, y eso una hija, largamente buscada, después de cuatro años de tu vida matrimonial te haya tocado perderla en el segundo año de su edad. Pero dejo a Plutarco el deber de consolarte, de informarte de tu deber en esto, rogándote que confíes en él por mí, pues él te revelará mis propias ideas y expresará el asunto mucho mejor de lo que yo mismo lo haría. Por ello, esposa mía, me encomiendo de todo corazón a vuestra buena voluntad, y ruego a Dios que os tenga bajo su custodia. Desde París, este 10 de septiembre de 1570,

MICHEL DE MONTAIGNE.

VIII. A Monsieur DUPUY,

-[Este es probablemente el Claude Dupuy, nacido en París en 1545, y uno de los catorce jueces enviados a Guienne después del tratado de Fleix en 1580. Tal vez fue en estas circunstancias que Montaigne le dirigió la presente carta]-el Consejero del Rey en su Corte y Parlamento de París.

MONSIEUR,-El asunto del sieur de Verres, un prisionero, que me es muy conocido, merece, en la llegada de una decisión, el ejercicio de la clemencia que os es natural, si, en el interés público, podéis ponerla en juego con justicia. Ha hecho una cosa no sólo excusable, según las leyes militares de esta época, sino necesaria y (según nuestra opinión) encomiable. Cometió el acto, sin duda, involuntariamente y bajo presión; no hay ningún otro pasaje de su vida que pueda ser reprochado. Le ruego, señor, que preste al asunto su atenta consideración; encontrará el carácter del mismo tal y como se lo represento. Es perseguido por este crimen, de una manera que es mucho peor que el propio delito. Si puede serle útil, deseo informarle de que es un hombre criado en mi casa, emparentado con varias familias respetables, y una persona que, habiendo llevado una vida honorable, es mi amigo particular. Al salvarle, me pone usted en una obligación extrema. Le ruego muy humildemente que lo considere como recomendado por mí, y, después de besar sus manos, pido a Dios, señor, que le conceda una vida larga y feliz. Desde Castera, este 23 de abril de 1580. Su afectuoso servidor, MONTAIGNE.

IX.-A los Jurados de Burdeos.

-[Publicado del original entre los archivos de la ciudad de Burdeos, M. Gustave Brunet en el Bulletin du Bibliophile, julio de 1839].

SEÑORES,-Confío en que el viaje del Sr. de Cursol sea ventajoso para la ciudad. Teniendo en sus manos un caso tan justo y tan favorable, ha hecho usted todo lo posible para poner el negocio en buen estado; y estando los asuntos tan bien situados, le ruego que disculpe mi ausencia por algún tiempo más, y acortaré mi estancia en la medida en que la presión de mis asuntos lo permita. Espero que la demora sea breve; sin embargo, me mantendrá, si le place, en su buena disposición, y me ordenará, si se presenta la ocasión, que me emplee en el servicio público y en el suyo. El señor de Cursol también me ha escrito y me ha informado de su viaje. Me encomiendo humildemente a ustedes y pido a Dios, señores, que les conceda una vida larga y feliz. De Montaigne, este 21 de mayo de 1582. Su humilde hermano y servidor, MONTAIGNE.

 

X.-Al mismo.

-[El original se encuentra en los archivos de Toulouse].

Señores, he tomado mi parte de la satisfacción que me anuncian ustedes por el buen despacho de sus asuntos, según les informan sus diputados, y considero una señal favorable que hayan hecho un comienzo de año tan auspicioso. Espero poder reunirme con ustedes lo antes posible. Me encomiendo muy humildemente a su amable consideración, y pido a Dios que les conceda, señores, una vida feliz y larga. De Montaigne, este 8 de febrero de 1585. Su humilde hermano y servidor, MONTAIGNE.

XI.-Al mismo.

Señores, he recibido noticias de usted por parte de M. le Marechal. No escatimaré ni mi vida ni ninguna otra cosa para vuestro servicio, y dejaré a vuestro juicio si la ayuda que podría prestar con mi presencia en las próximas elecciones, valdría el riesgo que correría entrando en la ciudad, viendo el mal estado en que se encuentra, -[Esto se refiere a la peste que entonces hacía estragos, y que se llevó a 14.000 personas en Burdeos.]- sobre todo para las personas que vienen de un aire tan fino como es éste en el que me encuentro. Me acercaré a ustedes el miércoles como pueda, es decir, a Feuillas, si la peste no ha llegado a ese lugar, donde, como le escribo a M. de la Molte, me complacerá mucho tener el honor de ver a uno de ustedes para tomar sus indicaciones, y aliviarme de las credenciales que M. le Marechal me dará para todos ustedes: encomendándome desde aquí humildemente a su buena gracia, y rogando a Dios que les conceda, señores, una larga y feliz vida. En Libourne, este 30 de julio de 1585. Vuestro humilde servidor y hermano, MONTAIGNE.

XII.

-["Según el Dr. Payen, esta carta pertenece a 1588. Su autenticidad ha sido puesta en duda; pero erróneamente, en nuestra opinión. Ver 'Documents inedits', 1847, p. 12."-Nota en 'Essais', ed. París, 1854, iv. 381. No se sabe a quién iba dirigida la carta].

MONSEIGNEUR,-Habéis oído que nos han quitado el equipaje ante nuestros ojos en el bosque de Villebois; después, tras muchas discusiones y retrasos, la captura fue declarada ilegal por el Príncipe. Sin embargo, no nos atrevimos a seguir nuestro camino, por la incertidumbre en cuanto a la seguridad de nuestras personas, que debería estar claramente expresada en nuestros pasaportes. La Liga ha hecho esto, M. de Barrant y M. de la Rochefocault; la tormenta ha estallado sobre mí, que tenía mi dinero en mi caja. No he recuperado nada de eso, y la mayor parte de mis papeles y dinero en efectivo-[La palabra francesa es hardes, que San Juan traduce como cosas. Pero compárese con los "Anales domésticos de Escocia" de Chambers, 2ª ed. i. 48.]- siguen en su poder. No he visto al Príncipe. Se perdieron cincuenta... en cuanto al Conde de Thorigny, perdió algunos platos y algunas prendas de vestir. Se desvió de su ruta para hacer una visita a las damas de luto en Montresor, donde están los restos de sus dos hermanos y su abuela, y vino de nuevo a esta ciudad, desde donde reanudaremos nuestro viaje en breve. El viaje a Normandía se ha pospuesto. El Rey ha enviado a MM. De Bellieure y de la Guiche a M. de Guise para citarlo a la corte; estaremos allí el jueves.

Desde Orleans, este 16 de febrero, por la mañana [¿1588-9?].-Su muy humilde servidor, MONTAIGNE.

XIII. A Mademoiselle PAULMIER.

-Esta carta, en el momento de la publicación de la edición variorum de 1854, parece haber estado en manos privadas. Ver vol. iv. p. 382].

MADEMOISELLE,-Saben mis amigos que, desde el primer momento en que nos conocimos, he destinado un ejemplar de mi libro para usted; pues siento que le ha hecho mucho honor. La cortesía de M. Paulmier me privaría del placer de dárselo ahora, pues me ha obligado desde entonces a mucho más que el valor de mi libro. Lo aceptaréis entonces, si os place, como si hubiera sido vuestro antes de que os lo debiera, y me conferiréis el favor de quererlo, ya sea por su propio bien o por el mío; y yo mantendré mi deuda con M. Paulmier sin saldar, para poder corresponderle, si tengo en otro momento los medios de servirle.

XIV. Al REY, HENRY IV.

-El original se encuentra en la biblioteca nacional francesa, en la colección Dupuy. Fue descubierto por M. Achille Jubinal, quien lo imprimió con un facsímil del autógrafo completo, en 1850. San Juan da la fecha erróneamente como el 1 de enero de 1590].

SIRE, Es estar por encima del peso y de la muchedumbre de vuestros grandes e importantes asuntos, saber, como lo hacéis, prestaros y atender a los pequeños asuntos a su vez, según el deber de vuestra real dignidad, que os expone en todo momento a toda clase y grado de personas y empleos. Sin embargo, el hecho de que Vuestra Majestad se haya dignado a considerar mi carta y a ordenar que se le responda, prefiero debérselo no tanto a su gran comprensión como a su bondad de corazón. Siempre he deseado que disfrutéis de vuestra actual fortuna, y podéis recordar que, incluso cuando tuve que confesarlo a mi cura, veía vuestros éxitos con satisfacción: ahora, con mayor propiedad y libertad, los abrazo afectuosamente. Os sirven donde estáis como hechos positivos; pero nos sirven aquí no menos por la fama que difunden: el eco tiene tanto peso como el golpe. No podríamos derivar de la justicia de vuestra causa argumentos tan poderosos para el mantenimiento y la reducción de vuestros súbditos, como lo hacemos de los informes del éxito de vuestra empresa; y entonces tengo que asegurar a vuestra Majestad, que los recientes cambios en vuestro beneficio, que observáis por aquí, el próspero resultado de vuestros procedimientos en Dieppe, han secundado oportunamente el honesto celo y la maravillosa prudencia de M. el Mariscal de Matignon, de quien me halaga que no reciba usted día a día cuentas de tan buenos y señalados servicios sin recordar mis seguridades y expectativas. Espero el próximo verano, no sólo por los frutos que podamos comer, sino por los que crezcan de nuestra común tranquilidad, y que pase sobre nuestras cabezas con el mismo tenor uniforme de felicidad, disipando, como sus predecesores, todas las bellas promesas con las que vuestros adversarios sostienen los espíritus de sus seguidores. Las inclinaciones populares se asemejan a un maremoto; si la corriente comienza una vez a vuestro favor, seguirá por su propia fuerza hasta el final. Hubiera deseado mucho que la ganancia privada de los soldados de vuestro ejército, y la necesidad de satisfacerlos, no os hubieran privado, especialmente en esta ciudad principal, del glorioso crédito de tratar a vuestros súbditos amotinados, en medio de la victoria, con mayor clemencia que sus propios protectores, y que, a diferencia de una reputación pasajera y usurpada, hubierais podido demostrar que eran realmente vuestros, mediante el ejercicio de una protección verdaderamente paternal y real. En la conducción de asuntos como los que tenéis entre manos, los hombres se ven obligados a recurrir a expedientes inusuales. Siempre se ve que son superados por su magnitud y dificultad; no resultando fácil completar la conquista por las armas y la fuerza, el fin se ha logrado por la clemencia y la generosidad, excelentes señuelos para atraer a los hombres particularmente hacia el lado justo y legítimo. Si ha de haber severidad y castigo, que se difiera hasta que el éxito esté asegurado. Un gran conquistador de tiempos pasados se jacta de haber dado a sus enemigos un incentivo tan grande para amarlo como a sus amigos. Y aquí sentimos ya algún efecto de la impresión favorable producida en nuestros pueblos rebeldes por el contraste entre su trato rudo, y el de aquellos que son leales a vos. Deseando a vuestra Majestad una felicidad más tangible y menos peligrosa, y que podáis ser amado más que temido por vuestro pueblo, y creyendo que vuestro bienestar y el de ellos están necesariamente unidos, me alegra pensar que el progreso que hacéis es uno hacia condiciones más practicables de paz, así como hacia la victoria.

Señor, su carta del pasado mes de noviembre acaba de llegar a mis manos, cuando ya había pasado la hora que le agradó nombrar para reunirse con usted en Tours. Me parece un favor singular que os hayáis dignado a desear la visita de una persona tan inútil, pero que es enteramente vuestra, y más aún por afecto que por deber. Ha actuado usted de manera muy encomiable al adaptarse, en lo que respecta a las formas externas, a su nueva fortuna; pero la conservación de su antigua afabilidad y franqueza en las relaciones privadas tiene derecho a una parte igual de elogios. Ha tenido usted la condescendencia de pensar en mi edad, no menos que en el deseo que tengo de verle, donde pueda descansar de estas laboriosas agitaciones. ¿No será eso pronto en París, Sire? y que nada me impida presentarme allí... Su muy humilde y muy obediente servidor y súbdito, MONTAIGNE.

De Montaigne, este 18 de enero de 1590.

XV.-A la misma.

-Esta carta también se encuentra en la colección nacional, entre los papeles de Dupuy. Se imprimió por primera vez en el "Journal de l'Instruction Publique", el 4 de noviembre de 1846].

SIRE,-La carta que tuvo a bien escribirme Vuestra Majestad el 20 de julio, no me fue entregada hasta esta mañana, y me ha encontrado postrado con una agonía terciana muy violenta, dolencia muy común en esta parte del país durante el último mes. Señor, me considero muy honrado por la recepción de sus órdenes, y no he omitido comunicar al Sr. Mariscal de Matignon tres veces con la mayor insistencia mi intención y obligación de ir hacia él, e incluso indicarle la ruta por la que me proponía unirme a él en secreto, si lo consideraba oportuno. Al no haber recibido respuesta, considero que ha sopesado la dificultad y el riesgo del viaje para mí. Señor, Vuestra Majestad me hará el favor de creer, si os place, que nunca me quejaré de los gastos en ocasiones en las que no dudaría en dedicar mi vida. Nunca he obtenido ningún beneficio sustancial de la generosidad de los reyes, que no he buscado ni merecido; ni he tenido ninguna recompensa por los servicios que he prestado para ellos: de lo que vuestra majestad es en parte consciente. Lo que he hecho por vuestros predecesores lo haré aún más fácilmente por vosotros. Soy tan rico, Señor, como deseo serlo. Cuando haya agotado mi bolsa asistiendo a vuestra majestad en París, me tomaré la libertad de decíroslo, y entonces, si me consideráis digno de ser retenido por más tiempo en vuestra suite, me encontraréis más modesto en mis pretensiones sobre vos que el más humilde de vuestros oficiales.

Señor, pido a Dios por su prosperidad y salud. Su muy humilde y obediente servidor y súbdito, MONTAIGNE.

De Montaigne, este 2 de septiembre de 1590.

XVI.-Al Gobernador de Guiena.

MONSEIGNEUR,-He recibido esta mañana vuestra carta, que he comunicado a M. de Gourgues, y hemos cenado juntos en casa de M. [el alcalde] de Burdeos. En cuanto al inconveniente de transportar el dinero mencionado en su memorándum, ya ve usted lo difícil que es de prever; pero puede usted estar seguro de que lo vigilaremos tan estrechamente como sea posible. He hecho todo lo posible por descubrir al hombre del que usted habla. No ha estado aquí; y el señor de Burdeos me ha mostrado una carta en la que menciona que no ha podido venir a ver al director de Burdeos, como pretendía, al haber sido informado de que usted desconfía de él. La carta es de anteayer. Si hubiera podido encontrarlo, tal vez habría seguido un camino más suave, al no estar seguro de sus opiniones; pero le ruego, no obstante, que no tenga ninguna duda de que me niego a cumplir cualquier deseo suyo, y que, en lo que respecta a sus órdenes, no conozco ninguna distinción de persona o asunto. Espero que tenga usted en Guiena muchos tan afectos a usted como yo. Informan que las galeras de Nantes avanzan hacia Brouage. M. el Mariscal de Biron aún no ha salido. Los encargados de transmitir el mensaje a M. d'Usee dicen que no lo encuentran; y creo que, si ha estado aquí, ya no lo está. Vigilamos nuestras puertas y guardias, y las cuidamos un poco más en vuestra ausencia, lo que me hace temer, no sólo por la preservación de la ciudad, sino también por el bien de vuestro horno, sabiendo que los enemigos del rey sienten lo necesario que sois para su servicio, y lo mal que nos iría sin vos. Me temo que, en la parte en la que os encontráis, os veréis superados por tantos asuntos que requieren vuestra atención por todas partes, que os llevará mucho tiempo y os supondrá una gran dificultad antes de que hayáis dispuesto de todo. Si hay alguna noticia importante, enviaré un expreso de inmediato, y puede usted concluir que nada se mueve si no tiene noticias mías: al mismo tiempo le ruego que tenga en cuenta que los movimientos de este tipo suelen ser tan repentinos e inesperados que, si se producen, me agarrarán por el cuello, antes de decir una palabra. Haré lo que pueda para recoger noticias, y para ello me esforzaré en visitar y ver a hombres de todos los matices. Hasta el momento nada se mueve. M. de Londel me ha visto esta mañana, y hemos estado arreglando algunos avances para el lugar, al que iré mañana por la mañana. Desde que empecé esta carta, me he enterado por Chartreux de que dos caballeros, que se describen como al servicio de M. de Guise, y que vienen de Agen, han pasado cerca de Chartreux; pero no he podido saber qué camino han tomado. Le esperan en Agen. El señor de Mauvesin llegó hasta Canteloup y regresó después de recibir información. Estoy buscando a un tal capitán Rous, a quien... le escribió, tratando de atraerlo a su causa con toda clase de promesas. El rumor de las dos galeras de Nantes listas para descender sobre Brouage se confirma como cierto; llevan dos compañías de a pie. M. de Mercure está en Nantes. El señor de la Courbe dijo al presidente Nesmond que el señor d'Elbeuf está en este lado de Angiers y se aloja con su padre. Se dirige hacia el Bajo Poictou con 4000 pies y 400 o 500 caballos, reforzado por las tropas del Sr. de Brissac y otros, y el Sr. de Mercure va a unirse a él. También se dice que M. du Maine está a punto de tomar el mando de todas las fuerzas que han reunido en Auvernia, y que cruzará Le Foret para avanzar sobre Rouergue y sobre nosotros, es decir, sobre el Rey de Navarra, contra quien todo esto se dirige. El Sr. de Lansac está en Bourg, y tiene dos buques de guerra, que permanecen a su servicio. Sus funciones son navales. Os digo lo que he aprendido, y mezclo los rumores más o menos probables de la ciudad con los hechos reales, para que estéis en posesión de todo. Os ruego humildemente que volváis en cuanto los asuntos os lo permitan, y os aseguro que, mientras tanto, no escatimaremos nuestro trabajo, ni (si fuera necesario) nuestra vida, para mantener la autoridad del rey en todo el territorio. Monseñor, le beso las manos muy respetuosamente, y pido a Dios que le tenga en su poder. Desde Burdeos, la noche del miércoles 22 de mayo (1590-91),

 

MONTAIGNE.

No he visto a nadie del rey de Navarra; dicen que le ha visto el señor de Biron.

EL AUTOR AL LECTOR.

-[Omitido por Cotton.]-

Lector, tienes aquí un libro honesto; al principio te advierte que, al concebirlo, no me he propuesto más que un fin doméstico y privado: No he tenido en cuenta en absoluto ni tu servicio ni mi gloria. Mis facultades no son capaces de tal designio. Lo he dedicado a la comodidad particular de mis parientes y amigos, para que, habiéndome perdido (lo que han de hacer en breve), puedan recuperar en él algunos rasgos de mis condiciones y humores, y conservar así más entero y más vivo el conocimiento que tenían de mí. Si mi intención fuera buscar el favor del mundo, seguramente me habría adornado con bellezas prestadas: Deseo que se me vea tal y como aparezco en mi propia manera genuina, sencilla y ordinaria, sin estudios ni artificios, pues soy yo misma la que pinto. Mis defectos deben ser leídos a la vida, y cualquier imperfección y mi forma natural, hasta donde la reverencia pública me ha permitido. Si hubiera vivido entre esas naciones, que (dicen) aún habitan bajo la dulce libertad de las leyes primitivas de la naturaleza, os aseguro que de muy buena gana me habría pintado completamente y desnudo. Así pues, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que emplees tu tiempo libre en un tema tan frívolo y vano. Por lo tanto, adiós.

De Montaigne, el 12 de junio de 1580-[Así en la edición de 1595; la edición de 1588 tiene el 12 de junio de 1588]

De Montaigne, el 1 de marzo de 1580.

-[Véase Bonnefon, Montaigne, 1893, p. 254. El libro había sido

El libro había sido autorizado para la imprenta el 9 de mayo anterior. La edición de 1588

tiene el 12 de junio de 1588;]-

ENSAYOS DE MICHEL DE MONTAIGNE

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Traducido por Charles Cotton

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Editado por William Carew Hazlitt

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1877

CAPÍTULO I—QUE LOS HOMBRES POR DIVERSOS CAMINOS LLEGAN AL MISMO FIN.

El modo más usual de apaciguar la indignación de aquellos a quienes hemos ofendido de algún modo, cuando los vemos en posesión del poder de la venganza, y descubrimos que estamos absolutamente a su merced, es mediante la sumisión, para moverlos a la conmiseración y a la piedad; y sin embargo, la valentía, la constancia y la resolución, aunque sean medios muy contrarios, han servido a veces para producir el mismo efecto.-[La versión de Florio comienza así: "La forma más segura de apaciguar los ánimos que hemos ofendido, cuando la venganza está en sus manos, y que estamos a su merced, es la sumisión para moverlos a la conmiseración y a la piedad: Sin embargo, el coraje, la constancia y la resolución (medios totalmente opuestos) han producido a veces el mismo efecto".] [La ortografía es D.W. de Florio]

Eduardo, Príncipe de Gales [Eduardo, el Príncipe Negro. D.W. ] (el mismo que durante tanto tiempo gobernó nuestra Guiena, un personaje cuya condición y fortuna tienen en sí mucho de las partes más notables y más considerables de la grandeza), habiendo sido altamente indignado por los lemosinos, y tomando su ciudad por asalto, no fue, ni por los gritos del pueblo, ni por las oraciones y las lágrimas de las mujeres y de los niños, abandonados a la matanza y postrados a sus pies por misericordia, que se le impidiera proseguir su venganza; hasta que, penetrando más en la ciudad, se fijó por fin en tres caballeros franceses... [Estos eran Jean de Villemure, Hugh de la Roche y Roger de Beaufort. -Froissart, i. c. 289. {La ciudad era Limoges. D.W.}]-que con increíble valentía sostuvo por sí solo el poder de su victorioso ejército. Entonces fue que la consideración y el respeto a tan notable valor detuvo primero el torrente de su furia, y que su clemencia, empezando por estos tres caballeros, se extendió después a todos los restantes habitantes de la ciudad.

Cuando Scanderbeg, Príncipe de Epiro, persiguió a uno de sus soldados con el propósito de matarlo, el soldado, habiendo intentado en vano por todas las vías de la humildad y la súplica apaciguarlo, resolvió, como último refugio, dar la cara y esperarlo espada en mano: este comportamiento suyo hizo cesar repentinamente la furia de su capitán, quien, al verlo asumir tan notable resolución, lo recibió en gracia; un ejemplo, sin embargo, que podría sufrir otra interpretación con aquellos que no han leído la prodigiosa fuerza y valor de aquel príncipe.

El emperador Conrado III, habiendo asediado a Guelph, duque de Baviera -[En 1140, en Weinsberg, Alta Baviera]-, no quiso ser convencido, por más satisfacciones mezquinas y poco varoniles que se le ofrecieran, de condescender a condiciones más suaves que la de que las damas y las señoras que estaban en la ciudad con el duque pudieran salir sin violar su honor, a pie, y con lo único que pudieran llevar consigo. Entonces ellas, por magnanimidad de corazón, se las ingeniaron para sacar a hombros a sus maridos e hijos, y al propio duque; espectáculo que agradó tanto al emperador, que, extasiado por la generosidad de la acción, lloró de alegría, y apagando inmediatamente en su corazón el odio mortal y capital que había concebido contra este duque, lo trató desde entonces a él y a los suyos con toda humanidad. La una y la otra de estas dos maneras obrarían con gran facilidad en mi naturaleza; porque tengo una maravillosa propensión a la piedad y a la suavidad, y en tal grado que me parece que de las dos preferiría entregar mi ira a la compasión que a la estima. Y, sin embargo, la compasión se considera un vicio entre los estoicos, que quieren que socorramos a los afligidos, pero no que nos sintamos tan afectados por sus sufrimientos como para sufrir con ellos. Estos ejemplos no me parecieron mal adaptados a la cuestión que nos ocupa, y más aún porque en ellos observamos a estas grandes almas asaltadas y puestas a prueba por estos dos diversos caminos, para resistir el uno sin ceder, y para ser sacudidas y sometidas por el otro. Puede ser cierto que sufrir que el corazón de un hombre sea totalmente sometido por la compasión puede ser imputado a la facilidad, afeminamiento y exceso de ternura; De donde resulta que las naturalezas más débiles, como la de las mujeres, la de los niños y la del común de las gentes, son las más sujetas a ella, pero después de haber resistido y desdeñado el poder de los gemidos y de las lágrimas, para ceder a la sola reverencia de la sagrada imagen del Valor, esto no puede ser más que el efecto de un alma fuerte e inflexible enamorada y que honra el valor masculino y obstinado. Sin embargo, el asombro y la admiración pueden, en mentes menos generosas, producir un efecto similar: Testigo de ello es el pueblo de Tebas, que, habiendo sometido a juicio a dos de sus generales por haber continuado en las armas más allá del plazo preciso de su comisión, muy difícilmente perdonó a Pelópidas, quien, doblegado bajo el peso de una acusación tan peligrosa, no hizo ningún tipo de defensa para sí mismo, ni presentó otros argumentos que las oraciones y súplicas; mientras que, por el contrario, Epaminondas, cayendo en la narración magnilocuente de las hazañas que había realizado a su servicio, y, después de una manera altanera y arrogante reprochándoles ingratitud e injusticia, no tuvieron el corazón para proceder más en su juicio, sino que rompieron el tribunal y se fueron, toda la asamblea elogiando el alto valor de este personaje. -[Plutarco, Hasta dónde puede alabarse un hombre, c. 5.]

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