Ensayos de Michel de Montaigne

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Y he aquí una maravilla: tenemos muchos más poetas que jueces e intérpretes de la poesía; es más fácil escribirla que entenderla. Hay, ciertamente, una clase de poesía baja y moderada, que un hombre puede juzgar bastante bien por ciertas reglas de arte; pero la verdadera, suprema y divina poesía está por encima de todas las reglas y de la razón. Y quien discierne su belleza con la vista más segura y más firme, no ve más que el reflejo rápido de un relámpago: no ejerce, sino que arrebata y sobrecoge nuestro juicio. La furia que posee quien es capaz de penetrar en ella hiere aún a un tercero al oírla repetir; como una piedra de carga que no sólo atrae a la aguja, sino que le infunde la virtud de atraer a otras. Y es más evidentemente manifiesto en nuestros teatros, que la sagrada inspiración de las Musas, habiendo incitado primero al poeta a la cólera, a la pena, al odio, y fuera de sí, a lo que quieran, hace además por el poeta poseer al actor, y por el actor consecutivamente a todos los espectadores. Tanto penden nuestras pasiones y dependen unas de otras.

La poesía siempre ha tenido ese poder sobre mí, desde que era niño, de traspasarme y transportarme; pero este vívido sentimiento que me es natural ha sido manejado diversamente por una variedad de formas, no tanto más altas o más bajas (porque siempre fueron las más altas de cada clase), como diferentes en color. En primer lugar, una fluidez alegre y vivaz; después, una sutileza elevada y penetrante; y por último, un vigor maduro y constante. Sus nombres los expresarán mejor: Ovidio, Lucano, Virgilio.

Pero nuestros poetas están empezando su carrera:

"Sit Cato, dum vivit, sane vel Caesare major,"

["Que Catón, mientras viva, sea más grande que César".

-Marcial, vi. 32]

dice uno.

"Et invictum, devicta morte, Catonem,"

["Y Catón invencible, venciendo a la muerte".

-Manilius, Astron., iv. 87.]

dice el segundo. Y el tercero, hablando de las guerras civiles entre César y Pompeyo,

"Victrix causa diis placuit, set victa Catoni."

["La causa victoriosa bendijo a los dioses, la derrotada a Catón.

-Lucano, i. 128.]

Y el cuarto, sobre las alabanzas a César:

"Et cuncta terrarum subacta,

Praeter atrocem animum Catonis".

["Y conquistó todo menos la mente indomable de Catón".

-Horace, Od., ii. 1, 23.]

Y el maestro del coro, después de haber expuesto todos los grandes nombres de los más grandes romanos, termina así:

"Su dantem jura Catonem".

["Catón dando leyes a todos los demás" -AEneida, viii. 670.]

CAPÍTULO XXXVII—QUE REÍMOS Y LLORAMOS POR LO MISMO

Cuando leemos en la historia que Antígono se disgustó mucho con su hijo por haberle presentado la cabeza del rey Pirro, su enemigo, pero recién muerto luchando contra él, y que al verla lloró; y que René, duque de Lorena, también lamentó la muerte de Carlos, duque de Borgoña, a quien él mismo había derrotado, y se presentó de luto en su funeral; y que en la batalla de D'Auray (que el conde Montfort obtuvo sobre Carlos de Blois, su competidor por el ducado de Bretaña), el vencedor al encontrarse con el cadáver de su enemigo, se afligió mucho en su muerte, no hay que gritar en este momento:

"E cosi avven, l'animo ciascuna

Sua passione sotto 'l contrario manto,

Ricopre, con la vista or'chiara, or'bruna".

["Y así sucede que la mente de cada uno vela su pasión bajo

bajo una apariencia diferente, y bajo un rostro sonriente, alegre bajo un

alegre bajo un aire sombrío".]

Cuando la cabeza de Pompeyo fue presentada a César, las historias nos dicen que apartó su rostro, como de un objeto triste y desagradable. Había habido entre ellos una inteligencia y una sociedad tan larga en la gestión de los asuntos públicos, una comunidad de fortunas tan grande, tantos cargos mutuos y una alianza tan cercana, que este semblante suyo no debería sufrir ninguna mala interpretación, ni ser sospechoso de ser falso o falsificado, como parece creer este otro:

"Tutumque putavit

Jam bonus esse socer; lacrymae non sponte cadentes,

Effudit, gemitusque expressit pectore laeto;"

["Y ahora pensó que era seguro jugar al suegro amable,

derramando lágrimas forzadas, y desde un pecho alegre descargando suspiros

y gemidos". -Lucano, ix. 1037.]

pues si bien es cierto que la mayor parte de nuestras acciones no son otra cosa que visos y disfraces, y que a veces puede ser cierto que

"Haeredis fletus sub persona rises est,"

["Las lágrimas del heredero detrás de la máscara son sonrisas".

-Publius Syrus, apud Gellium, xvii. 14.]

Sin embargo, al juzgar estos accidentes, hemos de considerar lo mucho que nuestras almas se agitan a menudo con diversas pasiones. Y como se dice que en nuestros cuerpos hay una congregación de diversos humores, de los cuales es soberano el que, según la complexión que tenemos, es comúnmente más predominante en nosotros: así, aunque el alma tiene en ella diversas mociones que le dan agitación, sin embargo debe haber necesariamente una que domine a todas las demás, aunque no con un dominio tan necesario y absoluto, sino que por la flexibilidad e inconstancia del alma, las de menor autoridad pueden en ocasiones reasumir su lugar y hacer una pequeña salida por turno. De ahí que no sólo veamos a los niños, que inocentemente obedecen y siguen a la naturaleza, reír y llorar a menudo por la misma cosa, sino que ninguno de nosotros puede presumir de qué viaje tiene entre manos y en el que más ha puesto su corazón, pero cuando llega a separarse de su familia y amigos, encontrará algo que le inquieta por dentro; y aunque contenga sus lágrimas, pone el pie en el estribo con un semblante triste y nublado. Y por más que una suave llama caliente el corazón de las modestas y bien nacidas vírgenes, se ven obligadas a echarse al cuello de sus madres para acostarse con sus maridos, sea cual sea el gusto de este compañero de fortuna:

"Estne novis nuptis odio Venus? anne parentum

Frustrantur falsis gaudia lachrymulis,

Ubertim thalami quasi intra limina fundunt?

Non, ita me divi, vera gemunt, juverint".

["¿Es Venus realmente tan alarmante para la novia recién hecha, o se

honestamente se opone al regocijo de sus padres las lágrimas que tan abundantemente

derrama al entrar en la cámara nupcial? No, por los Dioses, estas no son

No, por los dioses, no son lágrimas verdaderas".]

["¿Es realmente Venus tan repugnante para las doncellas recién casadas? ¿Reciben las sonrisas de los padres

las sonrisas de los padres con lágrimas fingidas? Lloran copiosamente

en el mismo umbral de la cámara nupcial. No, por lo que los dioses

me ayudan, no se afligen de verdad" -Catulo, lxvi. 15.]-.

[Una traducción más literal. D.W.]

Tampoco es extraño lamentar la muerte de una persona a la que un hombre no quisiera de ninguna manera que estuviera viva. Cuando pongo a prueba a mi hombre, lo hago con todo el temple que tengo, y no lo cargo con maldiciones fingidas, sino con verdaderas maldiciones; pero pasado el calor, si me necesitara, estaría muy dispuesto a hacerle un bien, pues al instante le doy la vuelta a la hoja. Cuando le llamo ternero y coxcomb, no pretendo que esos títulos le acompañen para siempre; ni creo que me mienta al llamarlo un tipo honesto poco después. Ninguna cualidad nos absorbe pura y universalmente. Si no fuera el signo de un tonto el hablar consigo mismo, difícilmente habría un día o una hora en la que no se me oyera refunfuñar y murmurar para mí y contra mí mismo: "¡Maldito sea el tonto!" y, sin embargo, no creo que esa sea mi definición. Quien por verme un tiempo frío y al presente muy cariñoso con mi mujer, crea que lo uno o lo otro es falso, es un asno. Nerón, despidiéndose de su madre, a la que mandaba ahogar, sin embargo, sintió cierta emoción por esta despedida, y se sintió horrorizado y compadecido. Se dice que la luz del sol no es una cosa continua, sino que lanza nuevos rayos tan densos unos sobre otros que no podemos percibir el intervalo:

"Largus enim liquidi fons luminis, aetherius sol,

Irrigat assidue coelum candore recenti,

Suppeditatque novo confestim lumine lumen".

["Así que la amplia fuente de luz líquida, el sol etéreo, constantemente

fertiliza los cielos con nuevo calor, y suministra un continuo

Lucrecio, v. 282].

De la misma manera, el alma lanza sus pasiones de forma variada e imperceptible.

Artabanus, al encontrarse por sorpresa con su sobrino Jerjes, lo reprendió por la repentina alteración de su rostro. Estaba considerando la inconmensurable grandeza de sus fuerzas que pasaban por el Helesponto para la expedición griega: primero le invadió una palpitación de alegría, al ver tantos millones de hombres bajo su mando, y esto se manifestó en la alegría de sus miradas: pero sus pensamientos en el mismo instante le sugirieron que de tantas vidas, dentro de un siglo a lo sumo, no quedaría ni una, al momento frunció las cejas y se entristeció, hasta las lágrimas.

Hemos perseguido resueltamente la venganza de un daño recibido, y hemos sentido una singular satisfacción por la victoria; pero lloraremos a pesar de ello. No es por la victoria, sin embargo, por lo que lloraremos: no hay nada que cambie en ello, sino que el alma mira las cosas con otros ojos y se las representa a sí misma con otro tipo de rostro; porque todo tiene muchas caras y varios aspectos.

 

Las relaciones, los viejos conocidos y las amistades, se apoderan de nuestra imaginación y la hacen tierna por un tiempo, según su condición; pero el giro es tan rápido, que se va en un momento:

"Nil adeo fieri celeri ratione videtur,

Quam si mens fieri proponit, et inchoat ipsa,

Ocius ergo animus, quam res se perciet ulla,

Ante oculos quorum in promptu natura videtur;"

["Nada, pues, parece hacerse de manera tan rápida que si

la mente se lo propone, y ella misma comienza. Es más

Es más activo que todo lo que vemos en la naturaleza" -Lucrecio, iii. 183.]

y, por tanto, si queremos hacer una cosa continuada de toda esta sucesión de pasiones, nos engañamos. Cuando Timoleón se lamenta del asesinato que había cometido tras una deliberación tan madura y generosa, no se lamenta de la libertad devuelta a su país, no se lamenta del tirano, sino que se lamenta de su hermano: una parte de su deber está cumplida; dejémosle cumplir la otra.

CAPÍTULO XXXVIII—DE LA SOLEDAD

Dejemos de lado esa larga comparación entre la vida activa y la solitaria; y en cuanto a las bellas frases con que la ambición y la avaricia palian sus vicios, de que no hemos nacido para nosotros mismos, sino para el público, -[Este es el elogio que hizo Lucano a Catón de Útica, ii. 383.]-apelemos audazmente a los que están en los asuntos públicos; que pongan la mano en el corazón, y digan entonces si, por el contrario, no aspiran más bien a títulos y cargos y a ese tumulto del mundo para hacer su provecho privado a costa del público. Los caminos corruptos por los que en este nuestro tiempo llegan a la altura a que aspiran sus ambiciones, declaran manifiestamente que sus fines no pueden ser muy buenos. Digamos a la ambición que es ella misma la que nos da el gusto de la soledad; porque ¿qué evita tanto como la sociedad? ¿Qué busca tanto como el espacio en el que se encuentra? A un hombre le va bien o mal en todas partes; pero si es cierto lo que dice Bias, que la mayor parte es la peor, o lo que dice el Predicador: no hay un bien de mil:

"Rari quippe boni: numero vix sunt totidem quot

Thebarum portae, vel divitis ostia Nili,"

["Los hombres buenos, por el contrario, son escasos: apenas hay tantos como

puertas de Tebas o bocas del rico Nilo".

-Juvenal, Sat., xiii. 26.]

el contagio es muy peligroso en la multitud. Un hombre debe imitar a los viciosos u odiarlos, ambas cosas son peligrosas, ya sea para parecerse a ellos porque son muchos o para odiar a muchos porque no se parecen a nosotros. Los mercaderes que se hacen a la mar están en lo cierto cuando se cuidan de que los que se embarcan con ellos en el mismo fondo no sean ni blasfemos disolutos ni viciosos de otras maneras, considerando tal sociedad como desafortunada. Y por eso fue que Bias dijo agradablemente a algunos, que estando con él en una peligrosa tormenta imploraron la asistencia de los dioses: "Y, como ejemplo más apremiante, Alburquerque, virrey en las Indias de Manuel, rey de Portugal, en un extremo peligro de naufragio, tomó sobre sus hombros a un muchacho, con el único fin de que, en la sociedad de su común peligro, su inocencia sirviera para protegerlo y recomendarlo al favor divino, para que llegaran a salvo a la orilla. No es que un hombre sabio no pueda vivir contento en todas partes, y estar solo en la misma multitud de un palacio; pero si se le deja elegir, el escolar os dirá que debería huir de la misma vista de la multitud: la soportará si es necesario; pero si se le remite, elegirá estar solo. No puede pensar que se ha librado suficientemente del vicio, si aún debe luchar con él en otros hombres. Charondas castigó como hombres malos a los que fueron condenados por tener mala compañía. No hay nada tan insociable y sociable como el hombre, lo uno por su vicio, lo otro por su naturaleza. Y Antisthenes, en mi opinión, no le dio una respuesta satisfactoria, a quien le reprochaba frecuentar malas compañías, diciendo que los médicos vivían bastante bien entre los enfermos, pues si contribuyen a la salud de éstos, sin duda, sino por el contagio, la vista continua y la familiaridad con las enfermedades, deben necesariamente perjudicar la suya.

Ahora bien, el fin, entiendo, es todo uno, vivir con más ocio y a gusto: pero los hombres no siempre toman el camino correcto. A menudo creen que se han desprendido totalmente de todos los negocios, cuando sólo han cambiado un empleo por otro: hay poco menos problema en gobernar una familia privada que un reino entero. Dondequiera que la mente esté perpleja, está en un completo desorden, y los empleos domésticos no son menos problemáticos por ser menos importantes. Además, por habernos sacudido la corte y el intercambio, no nos hemos despedido de las principales vejaciones de la vida:

"Ratio et prudentia curas,

Non locus effusi late maris arbiter, aufert;"

["La razón y la prudencia, no un lugar con una vista dominante del

gran océano, destierran la preocupación" -Horace, Ep., i. 2.]

la ambición, la avaricia, la irresolución, el miedo y los deseos desmedidos, no nos abandonan porque abandonemos nuestra patria:

"Et

Post equitem sedet atra cura;"

["El cuidado negro se sienta detrás del hombre del caballo".

-Horace, Od., iii. 1, 40].

nos siguen a menudo hasta los claustros y las escuelas filosóficas; ni los desiertos, ni las cuevas, ni las camisas de pelo, ni los ayunos, pueden desprendernos de ellos:

"Haeret lateri lethalis arundo".

["El eje fatal se adhiere al costado" -AEneida, iv. 73.]

Uno de ellos le dijo a Sócrates que tal cosa no había mejorado con sus viajes: "Lo creo muy bien", dijo él, "pues se llevó a sí mismo con él"

"Quid terras alio calentes

Sole mutamus? patriae quis exsul

Se quoque fugit?"

["¿Por qué buscamos climas calentados por otro sol? ¿Quién es el hombre

que huyendo de su país, puede también huir de sí mismo?"

-Horace, Od., ii. 16, 18.]

Si un hombre no se libera primero a sí mismo y a su mente de la carga con la que se encuentra oprimido, el movimiento no hará más que apretarla con más fuerza y hacerla más pesada, como la carga de un barco es de menor estorbo cuando está sujeta y colocada en una posición estable. A un enfermo se le hace más daño que bien al moverlo de un lugar a otro; se fija y establece la enfermedad mediante el movimiento, como las estacas se hunden más profunda y firmemente en la tierra al ser movidas hacia arriba y hacia abajo en el lugar donde están diseñadas para estar. Por lo tanto, no basta con alejarse del público; no basta con mover el suelo solamente; un hombre debe huir de las condiciones populares que se han apoderado de su alma, debe secuestrar y volver a sí mismo:

"Rupi jam vincula, dicas

Nam luctata canis nodum arripit; attamen illi,

Quum fugit, a collo trahitur pars longa catenae".

["Dices, tal vez, que has roto tus cadenas: el perro que tras

que después de largos esfuerzos ha roto su cadena, todavía en su huida arrastra una pesada porción de ella tras él.

Persio, Sat., v. 158.]

Todavía llevamos nuestros grilletes con nosotros. No es una libertad absoluta; todavía echamos una mirada a lo que hemos dejado atrás; la fantasía todavía está llena de ello:

"Nisi purgatum est pectus, quae praelia nobis

Atque pericula tunc ingratis insinuandum?

Quantae connscindunt hominem cupedinis acres

Sollicitum curae? quantique perinde timores?

Quidve superbia, spurcitia, ac petulantia, quantas

Efficiunt clades? quid luxus desidiesque?"

["Pero si no se purifica la mente, ¿en qué combates y peligros internos

¡debemos incurrir a pesar de todos nuestros esfuerzos! Cuántas amargas

¡Cuántas angustias amargas, cuántos terrores, siguen a la pasión no regulada!

¡Cuánta destrucción nos sobreviene por el orgullo, la lujuria, la ira petulante!

Cuántos males surgen del lujo y la pereza" -Lucrecio, v. 4.]

Nuestra enfermedad está en la mente, que no puede escapar de sí misma;

"In culpa est animus, qui se non effugit unquam,"

-Horace, Ep., i. 14, 13.

y, por lo tanto, debe llamarse hogar y confinarse en sí mismo: ésa es la verdadera soledad, y puede disfrutarse incluso en ciudades populosas y en las cortes de los reyes, aunque más cómodamente aparte.

Ahora bien, ya que vamos a intentar vivir solos, y renunciar a todo tipo de conversación entre ellos, ordenémoslo de tal manera que nuestro contento dependa enteramente de nosotros mismos; disolvamos todas las obligaciones que nos unen a los demás; obtengamos esto de nosotros mismos, para poder vivir solos en serio, y vivir también a nuestras anchas.

Habiendo escapado Estilpo del incendio de su ciudad, donde perdió esposa, hijos y bienes, Demetrio Poliorcetes, al verle, en tan gran ruina de su país, aparecer con un semblante imperturbable, le preguntó si no había recibido ninguna pérdida. A lo que él respondió que no, y que, gracias a Dios, no había perdido nada. [Séneca, Ep. 7.] -Este fue también el sentido del filósofo Antístenes, cuando dijo agradablemente que "los hombres deben proveerse de cosas que floten, y que puedan con el dueño escapar de la tormenta"; [Diógenes Laercio, vi. 6.] y ciertamente un hombre sabio nunca pierde nada si se tiene a sí mismo. Cuando la ciudad de Nola fue arruinada por los bárbaros, Paulino, que era obispo de ese lugar, habiendo perdido allí todo lo que tenía, él mismo prisionero, oró de esta manera: "Oh, Señor, defiéndeme de ser sensible a esta pérdida; porque tú sabes que aún no han tocado nada de lo que es mío" -[San Agustín, De Civit. Dei, i. 10.]-Las riquezas que lo enriquecían y los bienes que lo hacían bueno, aún se conservaban enteros. Se trata de elegir los tesoros que puedan protegerse del saqueo y de la violencia, y de esconderlos en un lugar en el que nadie pueda entrar y que no pueda ser traicionado por nadie más que por nosotros mismos. Las esposas, los hijos y los bienes deben ser tenidos, y especialmente la salud, por aquel que pueda conseguirla; pero no debemos poner nuestro corazón en ellos de tal manera que nuestra felicidad deba depender de ellos; debemos reservar una tienda trasera, totalmente nuestra y enteramente libre, donde establecer nuestra verdadera libertad, nuestra principal soledad y retiro. Y en ella debemos entretenernos la mayor parte del tiempo con nosotros mismos, y de forma tan privada que no se admita allí ningún conocimiento o comunicación exóticos; allí reír y hablar, como si no tuviéramos esposa, hijos, bienes, tren o asistencia, para que cuando nos toque perder alguno de ellos o todos, no sea ninguna novedad estar sin ellos. Tenemos una mente flexible en sí misma, que será compañía; que tiene medios para atacar y defender, para recibir y dar: no temamos entonces en esta soledad languidecer bajo una incómoda vacuidad.

"In solis sis tibi turba locis".

["En la soledad, sé compañía para ti mismo" -Tíbulo, vi. 13. 12.]

La virtud se satisface a sí misma, sin disciplina, sin palabras, sin efectos. En nuestras acciones ordinarias no hay una de las mil que se refiere a nosotros mismos. Aquel que ves trepar por las ruinas de esa muralla, furioso y transportado, contra el que se disparan tantos arcabuces; y aquel otro todo lleno de cicatrices, pálido y desfallecido por el hambre, y sin embargo resuelto a morir antes que abrirle las puertas; ¿crees que estos hombres están allí por su propia cuenta? No; tal vez en nombre de alguien a quien nunca vieron y que nunca se preocupa por sus penas y peligros, sino que yace revolcándose todo el tiempo en la pereza y el placer: este otro tipo esclavizado, de ojos claros y desaliñado, que ves salir de su estudio después de la medianoche, ¿crees que ha estado dando vueltas a los libros para aprender a ser un hombre mejor, más sabio y más contento? No es así; allí terminará sus días, pero enseñará a la posteridad la medida de los versos de Plauto y la verdadera ortografía de una palabra latina. ¿Quién es el que no cambia voluntariamente su salud, su reposo y su propia vida por la reputación y la gloria, la moneda más inútil, frívola y falsa que circula entre nosotros? Nuestra propia muerte no nos aterroriza y perturba suficientemente; carguemos, además, con las de nuestras esposas, hijos y familia: nuestros propios asuntos no nos producen suficiente ansiedad; emprendamos los de nuestros vecinos y amigos, para rompernos aún más el cerebro y atormentarnos:

 

"¡Vah! quemquamne hominem in animum instituere, aut

Parare, quod sit carius, quam ipse est sibi?"

["¡Ah! ¿puede algún hombre concebir en su mente o darse cuenta de lo que es más querido

que él mismo?" -Terencio, Adelph., i. I, 13.]

La soledad me parece que lleva el mejor favor en aquellos que ya han empleado su edad más activa y floreciente en el servicio del mundo, a ejemplo de Tales. Ya hemos vivido bastante para los demás; vivamos al menos el pequeño remanente de vida para nosotros mismos; llamemos ahora nuestros pensamientos e intenciones a nosotros mismos, y a nuestra propia facilidad y reposo. No es cosa ligera hacer un retiro seguro; nos bastará con no mezclar otras empresas. Ya que Dios nos da tiempo para ordenar nuestra mudanza, preparémonos, atamos nuestro equipaje, despidámonos a tiempo de la compañía, y desenredémonos de esas violentas importunidades que nos comprometen en otra parte y nos separan de nosotros mismos.

Debemos romper el nudo de nuestras obligaciones, por muy fuertes que sean, y en adelante amar a éste o a aquél, pero no desposar nada más que a nosotros mismos: es decir, que el resto sea nuestro, pero no tan unido y tan estrecho como para no ser forzado a alejarse sin desollarnos o arrancarnos parte de nuestro todo. Lo más grande del mundo es que un hombre sepa que es suyo. Es hora de desprendernos de la sociedad cuando ya no podemos añadir nada a ella; el que no está en condiciones de prestar debe prohibirse a sí mismo pedir prestado. Nuestras fuerzas empiezan a fallar; llamémoslas y concentrémoslas en y para nosotros mismos. El que pueda desprenderse de sí mismo y resolver los oficios de la amistad y la compañía, que lo haga. En esta decadencia de la naturaleza que le hace inútil, pesado e importuno para los demás, que tenga cuidado de no ser inútil, pesado e importuno para sí mismo. Que se tranquilice y se acaricie a sí mismo, y sobre todo que se asegure de gobernarse con reverencia a su razón y a su conciencia hasta el punto de avergonzarse de dar un paso en falso en su presencia:

"Rarum est enim, ut satis se quisque vereatur".

[Porque rara vez se ve que los hombres tengan suficiente respeto y reverencia por sí mismos.

para sí mismos". -Quintiliano, x. 7.]

Sócrates dice que los niños deben instruirse, los hombres ejercitarse en el bien, y los ancianos retirarse de todos los empleos civiles y militares, viviendo a su propia discreción, sin la obligación de ningún cargo. Hay algunas complexiones más apropiadas para estos preceptos de retiro que otras. Los que tienen un entendimiento blando y aburrido, y una voluntad y un afecto tiernos, que no se dejan dominar ni emplear fácilmente, entre los que me cuento, tanto por su condición natural como por la reflexión, se inclinarán antes por este consejo que las almas activas y ocupadas, que lo abarcan todo, se dedican a todo, que se ofrecen, se presentan y se entregan a cualquier ocasión. Hemos de utilizar estos bienes accidentales y extraños, en la medida en que nos resulten agradables, pero de ningún modo hemos de poner en ellos nuestro fundamento principal; no es verdadero; ni la naturaleza ni la razón lo permiten. ¿Por qué, pues, en contra de sus leyes, hemos de esclavizar nuestro propio contento al poder de otro? Anticiparnos también a los accidentes de la fortuna, privarnos de las comodidades que tenemos en nuestro poder, como han hecho varios por devoción, y algunos filósofos por razonamiento; ser el propio siervo, mentir con dureza, sacarnos los ojos, arrojar nuestras riquezas al río, ir en busca de la pena; éstos, por la miseria de esta vida, aspirando a la dicha en otra; aquéllos, por el hecho de rebajarse para evitar el peligro de caer: todos estos son actos de una virtud excesiva. Las naturalezas más robustas y decididas hacen que incluso su reclusión sea gloriosa y ejemplar:

"Tuta et parvula laudo,

Quum res deficiunt, satis inter vilia fortis

Verum, ubi quid melius contingit et unctius, idem

Hos sapere et solos aio bene vivere, quorum

Conspicitur nitidis fundata pecunia villis".

["Cuando los medios son deficientes, alabo una condición segura y humilde,

contento con poco: pero cuando las cosas mejoran y son más fáciles, yo

igualmente digo que sólo tú eres sabio y vives bien, cuyo

dinero invertido es visible en hermosas villas".

-Horace, Ep., i. 15, 42.]

Mucho menos serviría a mi vez lo suficiente. Me basta, bajo el favor de la fortuna, con prepararme para su desgracia, y, estando a mis anchas, representarme, hasta donde mi imaginación pueda llegar, el mal que se avecina; como hacemos en las justas y en las tentaciones, donde fingimos la guerra en la mayor calma de la paz. No creo que Arcesilao el filósofo sea menos templado y virtuoso por saber que hizo uso de los vasos de oro y plata, cuando la condición de su fortuna se lo permitía; de hecho tengo mejor opinión de él que si se hubiera negado lo que usaba con liberalidad y moderación. Veo los límites máximos de la necesidad natural: y considerando a un pobre hombre que pide limosna a mi puerta, a menudo más jocoso y más sano que yo mismo, me pongo en su lugar, e intento vestir mi mente a su modo; y repasando, de la misma manera, otros ejemplos, aunque me parezca que la muerte, la pobreza, el desprecio y la enfermedad me pisan los talones, resuelvo fácilmente no asustarme, ya que un menor que yo los soporta con tanta paciencia; y no estoy dispuesto a creer que un menor entendimiento pueda hacer más que un mayor, o que los efectos del precepto no puedan llegar a una altura tan grande como los de la costumbre. Y sabiendo la duración incierta de estas conveniencias accidentales, nunca me olvido, en el apogeo de todos mis goces, de hacer mi principal oración a Dios Todopoderoso, para que tenga a bien hacerme feliz conmigo mismo y con la condición en que me encuentro. Veo a jóvenes muy alegres y juguetones que, sin embargo, guardan en su baúl de casa un montón de píldoras para tomar cuando tienen un resfriado, que temen mucho menos, porque piensan que tienen el remedio a mano. Todo el mundo debería hacer lo mismo, y, además, si se encuentra sujeto a alguna enfermedad más violenta, debería proveerse de las medicinas que puedan adormecer y aturdir la parte.

El empleo que un hombre debe elegir para una vida así no debe ser ni laborioso ni desagradable; de lo contrario, no sirve de nada estar retirado. Y esto depende del gusto y del humor de cada uno. El mío no tiene ninguna complacencia por la agricultura, y los que la aman deben aplicarse a ella con moderación:

["Procura que las circunstancias se sometan a mí,

y no que yo me someta a las circunstancias".

-Horacio, Ep., i. i, 19.]

Por lo demás, la ganadería es un empleo muy servil, como lo llama Salustio; aunque algunas partes de ella son más disculpables que el resto, como el cuidado de los jardines, que Jenofonte atribuye a Ciro; y se puede encontrar un término medio entre la aplicación sórdida y baja, tan llena de perpetua solicitud, que se ve en los hombres que hacen de ella su entero negocio y estudio, y la estúpida y extrema negligencia, dejando que todas las cosas vayan al azar que vemos en otros

"Democriti pecus edit agellos

Cultaque, dum peregre est animus sine corpore velox".

["El ganado de Demócrito se come su maíz y estropea sus campos, mientras su

mientras que su mente se desplaza sin el cuerpo".

-Horace, Ep., i, 12, 12.]

Pero oigamos qué consejo da el joven Plinio a su amigo Caninio Rufo sobre el tema de la soledad: "Te aconsejo que, en el pleno y abundante retiro en el que te encuentras, dejes a tus ciervas el cuidado de tu labranza, y te dediques al estudio de las letras, para extraer de ellas algo que pueda ser total y absolutamente tuyo". Con ello quiere decir reputación; como Cicerón, que dice que emplearía su soledad y retiro de los asuntos públicos para adquirir con sus escritos una vida inmortal.

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