Ensayos de Michel de Montaigne

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"Et quo quemque modo fugiatque feratque laborem".

["Y cómo se puede rehuir o sostener toda dificultad".

-Virgilio, AEneida, iii. 459.]

por qué resortes secretos nos movemos, y la razón de nuestras diversas agitaciones e irresoluciones: porque, a mi parecer, la primera doctrina con la que uno debe aderezar su entendimiento, debe ser la que regule sus modales y su sentido; la que le enseñe a conocerse a sí mismo, y cómo cavar y vivir bien. Entre las ciencias liberales, empecemos por la que nos hace libres; no es que no sirvan todas en alguna medida para la instrucción y el uso de la vida, como lo hacen también todas las demás cosas en alguna medida; pero elijamos la que sirva directa y manifiestamente para ese fin. Si somos capaces de restringir los oficios de la vida humana dentro de sus límites justos y naturales, encontraremos que la mayoría de las ciencias en uso no son de gran utilidad para nosotros, e incluso en las que sí lo son, que hay muchas cavidades y dilataciones muy innecesarias que sería mejor dejar a un lado, y, siguiendo la dirección de Sócrates, limitar el curso de nuestros estudios a aquellas cosas sólo donde hay una verdadera y real utilidad:

"Sapere aude;

Incipe; Qui recte vivendi prorogat horam,

Rusticus exspectat, dum defluat amnis; at ille

Labitur, et labetur in omne volubilis oevum".

["Atrévete a ser sabio; ¡empieza! el que aplaza la hora de vivir bien es

como el payaso, que espera hasta que el río se haya desbordado: pero

pero el río sigue fluyendo, y seguirá corriendo, con un curso constante, hasta

Hora de vivir bien es como el payaso que espera a que el río se acabe; pero el río sigue fluyendo, y correrá, con un curso constante, hasta las edades sin fin".]

Es una gran tontería enseñar a nuestros hijos:

"Quid moveant Pisces, animosaque signa Leonis,

Lotus et Hesperia quid Capricornus aqua,"

["Qué influencia tiene Piscis, o el signo de Leo enojado, o

Capricornio, bañado por la ola de Hesperia" -Propercio, iv. I, 89.]

el conocimiento de las estrellas y el movimiento de la octava esfera antes que el suyo propio:

["¿Qué me importan las Pléyades o las estrellas de Tauro?"

-Anacreonte, Oda, xvii. 10.]

Anaxímenes escribía a Pitágoras: "¿Con qué fin -dijo- he de preocuparme por escudriñar los secretos de las estrellas, teniendo continuamente ante mis ojos la muerte o la esclavitud?", pues los reyes de Persia se preparaban entonces para invadir su país. Cada uno debería decir así: "Estando asaltado, como estoy, por la ambición, la avaricia, la temeridad, la superstición, y teniendo dentro otros tantos enemigos de la vida, ¿voy a ponderar los cambios del mundo?"

Después de haberle enseñado lo que le hará más sabio y bueno, puedes entonces entretenerle con los elementos de la lógica, la física, la geometría, la retórica y la ciencia a la que entonces él mismo se inclinará más, estando su juicio de antemano formado y apto para elegir, hará rápidamente la suya. El modo de instruirlo debe ser a veces por medio de discursos y a veces por medio de lecturas; a veces su gobernador pondrá en sus manos el autor que considere más apropiado para él, y a veces sólo la médula y la sustancia del mismo; y si él mismo no es lo suficientemente versado en los libros como para recurrir a todos los discursos finos que los libros contienen para su propósito, puede haber algún hombre erudito junto a él, que en cada ocasión le suministre lo que necesita, para proporcionárselo a su alumno. Y quién puede dudar de que este modo de enseñar es mucho más fácil y natural que el de Gaza -[Teodoro Gaza, rector de la Academia de Ferrara]-, en el que los preceptos son tan intrincados, y tan duros, y las palabras tan vanas, magras e insignificantes, que no hay nada que aprovechar, nada que aviva y eleva el ingenio y la fantasía, mientras que aquí la mente tiene con qué alimentarse y digerir. Esta fruta, por lo tanto, no sólo es sin comparación, mucho más hermosa y bella; sino que también será mucho más temprana en su maduración.

Es una lástima que los asuntos estén en tal estado en esta época nuestra, que la filosofía, incluso entre los hombres de entendimiento, sea considerada como un nombre vano y fantástico, una cosa sin utilidad, sin valor, ni en opinión ni en efecto, de lo cual creo que esos ergotismos y sofismas mezquinos, al preposicionar las avenidas hacia ella, son la causa. Y la gente tiene mucha culpa de representársela a los niños como una cosa de tan difícil acceso, y con un aspecto tan ceñudo, sombrío y formidable. ¿Quién lo ha disfrazado así, con este semblante falso, pálido y fantasmal? No hay nada más aireado, más alegre, más juguetón, y me gustaría haber dicho, más desenfadado. No predica más que la fiesta y la juerga; una mirada ansiosa y melancólica demuestra que no habita allí. Demetrio, el gramático, al encontrar en el templo de Delfos a un grupo de filósofos que charlaban juntos, les dijo: [Plutarco, Tratado sobre los oráculos que han cesado]: "O bien estoy muy engañado, o bien, por vuestros semblantes alegres y agradables, estáis enfrascados en un discurso no muy profundo". A lo que uno de ellos, Heracleón el Megarense, respondió: "Es para los que están desconcertados preguntando si el tiempo futuro del verbo -—se escribe con doble A, o que cazan después de la derivación de los comparativos -—y—-, y de los superlativos—y—-, para fruncir el ceño mientras discurren sobre su ciencia: pero en cuanto a los discursos filosóficos, siempre divierten y alegran a los que los entretienen, y nunca los desaniman ni los entristecen."

"Deprendas animi tormenta latentis in aegro

Corpore; deprendas et gaudia; sumit utrumque

Inde habitum facies".

["Puedes discernir los tormentos de la mente que acechan en un cuerpo enfermo; puedes

puede discernir sus alegrías: cualquiera de las dos expresiones que el rostro asume de la

Juvenal, ix. 18]

El alma que alberga la filosofía debe tener una constitución tan saludable que haga que el cuerpo también sea saludable; debe hacer que su tranquilidad y satisfacción brillen de tal manera que aparezcan en el exterior, y su satisfacción debe moldear el comportamiento exterior según su propio molde, y en consecuencia fortificarlo con una confianza graciosa, un porte activo y alegre, y un semblante sereno y contento. El signo más manifiesto de la sabiduría es una alegría continua; su estado es como el de las cosas en las regiones por encima de la luna, siempre claras y serenas. Son Baroco y Baralipton -[Dos términos de la antigua lógica escolástica]- los que ensucian y afean a sus discípulos, y no ella; no la conocen sino de oídas. Es ella la que calma y apacigua las tormentas y tempestades del alma, y la que enseña a reír y a cantar al hambre y a las fiebres; y eso, no por ciertos epígrafes imaginarios, sino por razones naturales y manifiestas. Ella tiene por fin la virtud, que no está, como dicen los escolares, situada en la cumbre de un precipicio perpendicular, escarpado e inaccesible: Los que se han acercado a ella la encuentran, por el contrario, asentada en una llanura hermosa, fructífera y floreciente, desde la cual descubre fácilmente todas las cosas de abajo; a cuyo lugar cualquiera puede, sin embargo, llegar, si conoce el camino, a través de avenidas sombreadas, verdes y dulcemente florecientes, por un descenso agradable, fácil y suave, como el de la bóveda celeste. Es por no haber frecuentado a esta suprema, a esta hermosa, triunfante y amable, a esta igualmente deliciosa y valiente virtud, a esta tan profesa e implacable enemiga de la ansiedad, de la pena, del miedo y del apremio, que, teniendo a la naturaleza por guía, tiene a la fortuna y al placer por compañeros, que han ido, según su propia y débil imaginación, y han creado esta ridícula, esta dolorosa, quejumbrosa, despechada, amenazante y terrible imagen de ella para sí mismos y para los demás, y la han colocado en una roca aparte, entre espinas y zarzas, y han hecho de ella un duende para asustar a la gente.

Pero el gobernador que yo quisiera, que es uno que sabe que es su deber poseer a su alumno con tanto o más afecto que reverencia a la virtud, podrá informarle que los poetas se han acomodado siempre al humor público, y hacerle sentir que los dioses han sembrado más trabajo y sudor en las avenidas de los gabinetes de Venus que en los de Minerva. Y cuando una vez lo encuentre comience a aprehender, y le represente una Bradamante o una Angélica-[Heroínas de Ariosto. ]- como amante, una belleza natural, activa, generosa, y no varonil, sino varonil, en comparación con una forma blanda, delicada, artificial, simpática y afectada; la una con el hábito de una juventud heroica, llevando un casco reluciente, la otra engalanada con rizos y cintas como una descarada pícara; entonces considerará su propio afecto como valiente y masculino, cuando elija todo lo contrario a ese afeminado pastor de Frigia.

Tal tutor hará que el alumno asimile esta nueva lección, que la altura y el valor de la verdadera virtud consiste en la facilidad, la utilidad y el placer de su ejercicio; tan lejos de la dificultad, que los niños, así como los hombres, y los inocentes, así como los sutiles, pueden hacerla suya; es por orden, y no por fuerza, que debe ser adquirida. Sócrates, su primer adlátere, es tan reacio a todo tipo de violencia, como para desecharla totalmente, para deslizarse hacia la facilidad más natural de su propio progreso; es la madre lactante de todos los placeres humanos, que al hacerlos justos, los hace también puros y permanentes; al moderarlos, los mantiene en el aliento y el apetito; al prohibir los que ella misma rechaza, despierta nuestro deseo hacia los que permite; y, como una madre amable y liberal, permite abundantemente todo lo que la naturaleza requiere, incluso hasta la saciedad, si no hasta la lasitud: a menos que queramos decir que el régimen que detiene al bebedor antes de que se haya emborrachado, al glotón antes de que haya comido hasta la saciedad, y al lujurioso antes de que haya contraído la viruela, es un enemigo del placer. Si la fortuna ordinaria falla, ella prescinde de ella, y forma otra, totalmente propia, no tan voluble e inestable como la otra. Puede ser rica, ser potente y sabia, y sabe acostarse en lechos suaves y perfumados: ama la vida, la belleza, la gloria y la salud; pero su oficio propio y peculiar es saber regular el uso de todas estas cosas buenas, y cómo perderlas sin preocupación: un oficio mucho más noble que problemático, y sin el cual todo el curso de la vida es antinatural, turbulento y deforme, y ahí es donde los hombres pueden representar justamente a esos monstruos sobre las rocas y los precipicios.

 

Si este alumno resulta ser de una disposición tan contraria, que prefiere oír el cuento de una bañera que la verdadera narración de alguna noble expedición o algún discurso sabio y erudito; que al toque de tambor, que excita el ardor juvenil de sus compañeros, lo deja para seguir a otro que llama a una morriña o a los osos; que no desearía, y encontraría más delicioso y más excelente, volver todo polvo y sudor victorioso de una batalla, que del tenis o de la pelota, con el premio de esos ejercicios; No veo otro remedio, sino que se le obligue a ser aprendiz en alguna buena ciudad para que aprenda a hacer pasteles picados, aunque sea hijo de un duque; según el precepto de Platón, de que los hijos han de ser colocados y dispuestos, no según la riqueza, cualidades o condición del padre, sino según las facultades y la capacidad de sus propias almas.

Puesto que la filosofía es lo que nos instruye para vivir, y que la infancia tiene allí sus lecciones al igual que otras edades, ¿por qué no se comunica a los niños a tiempo?

"Udum et molle lutum est; nunc, nunc properandus, et acri

Fingendus sine fine rota".

["La arcilla está húmeda y blanda: ahora, date prisa, y forma el

cántaro en la rueda rápida". -Persio, iii. 23.]

Comienzan a enseñarnos a vivir cuando ya casi hemos terminado de vivir. Un centenar de estudiantes han contraído la viruela antes de llegar a leer la conferencia de Aristóteles sobre la templanza. Cicerón dijo que, aunque viviera dos edades de hombre, nunca encontraría tiempo para estudiar a los poetas líricos; y yo encuentro a estos sofistas aún más deplorablemente inútiles. El niño que queremos criar tiene mucho menos tiempo libre; sólo debe los primeros quince o dieciséis años de su vida a la educación; el resto se debe a la acción. Empleemos, pues, ese corto tiempo en la instrucción necesaria. Dejemos de lado las espinosas sutilezas de la dialéctica; son abusos, cosas por las que nuestra vida nunca podrá ser enmendada: tomad los discursos filosóficos sencillos, aprended a elegirlos correctamente, y luego a aplicarlos correctamente; son más fáciles de entender que una de las novelas de Boccaccio; un niño de pecho es mucho más capaz de ellos, que de aprender a leer o a escribir. La filosofía tiene discursos propios de la infancia, así como de la edad decrépita de los hombres.

Soy de la opinión de Plutarco, que Aristóteles no molestó tanto a su gran discípulo con la destreza de formar silogismos, o con los elementos de la geometría, como con infundirle buenos preceptos sobre el valor, la destreza, la magnanimidad, la templanza y el desprecio del miedo; y con esta munición, le envió, siendo todavía un niño, con no más de treinta mil pies, cuatro mil caballos, y sólo cuarenta y dos mil coronas, a subyugar el imperio de toda la tierra. Por lo que respecta a los demás actos y ciencias, dice que Alejandro alabó mucho su excelencia y encanto, y los tuvo en gran honor y estima, pero no se entusiasmó con ellos hasta el punto de sentirse tentado a practicarlos en su propia persona:

"Petite hinc, juvenesque senesque,

Finem ammo certum, miserisque viatica canis".

["Los jóvenes y los viejos, derivan de ahí un cierto fin para la mente

y almacena las miserables canas" -Persio, v. 64.]

Epicuro, en el comienzo de su carta a Meniceo,-[Diógenes Laercio, x. 122.]-dice: "Que ni el más joven se niegue a filosofar, ni el más viejo se canse de ello". Quien hace lo contrario, parece implicar tácitamente que, o bien el tiempo de vivir felizmente no ha llegado todavía, o bien que ya ha pasado. Sin embargo, a pesar de todo esto, no quiero que este alumno nuestro sea encarcelado y convertido en un esclavo de su libro; tampoco quiero que se entregue a la morosidad y al humor melancólico de un pedante de mal carácter.

No quiero que su espíritu se acobarde y se someta, aplicándolo al potro de tortura y atormentándolo, como hacen algunos, catorce o quince horas al día, para convertirlo en un caballo de carga. Tampoco me parece bien, cuando por su complexión solitaria y melancólica se descubre que es demasiado adicto a su libro, alimentar ese humor en él; porque eso le incapacita para la conversación civil, y le distrae de mejores ocupaciones. ¿Y a cuántos he visto en mi época totalmente embrutecidos por una sed inmoderada de conocimiento? Carneades estaba tan obsesionado con ella, que no encontraba tiempo ni para peinarse la cabeza ni para cortarse las uñas. Tampoco quería que sus generosos modales se estropeasen y corrompiesen por la incivilidad y la barbarie de los ajenos. La sabiduría francesa se convirtió antiguamente en proverbio: "Temprano, pero sin continuidad". Y, en verdad, aún vemos que nada puede ser más ingenioso y agradable que los hijos de Francia; pero ordinariamente engañan la esperanza y la expectativa que se ha concebido de ellos; y crecidos hasta ser hombres, no tienen nada extraordinario ni digno de ser tomado en cuenta: He oído decir a hombres de buen entendimiento que estos colegios a los que enviamos a nuestros jóvenes (y de los que tenemos demasiados) los convierten en los animales que son -[Hobbes dijo que si hubiera estado en la universidad tanto tiempo como otras personas, habría sido tan idiota como ellos. W.C.H.] [Y Bacon antes de la época de Hobbe había discutido la "inutilidad" de la enseñanza universitaria. D.W.]

Pero para nuestro pequeño señor, un armario, un jardín, la mesa, su cama, la soledad y la compañía, la mañana y la tarde, todas las horas serán iguales, y todos los lugares para él un estudio; porque la filosofía, que, como formadora del juicio y de las costumbres, será su principal lección, tiene ese privilegio de tener una mano en todo. El orador Isócrates, al ser rogado en un banquete para que hablara de su arte, toda la compañía quedó satisfecha y elogió su respuesta: "Porque hacer oraciones y disputas retóricas en una compañía reunida para reírse y alegrarse, había sido muy poco razonable e impropio, y lo mismo podría haberse dicho de todas las demás ciencias. Pero en lo que se refiere a la filosofía, al menos la parte que trata del hombre y de sus oficios y deberes, ha sido opinión común de todos los sabios que, por respeto a la dulzura de su conversación, debe ser admitida siempre en todos los deportes y entretenimientos. Y Platón, habiéndola invitado a su banquete, vemos de qué manera amable y servicial, acomodada tanto al tiempo como al lugar, entretuvo a la compañía, aunque en un discurso de la más alta e importante naturaleza:

"Aeque pauperibus prodest, locupletibus aeque;

Et, neglecta, aeque pueris senibusque nocebit".

["Beneficia a los pobres y a los ricos por igual, pero, descuidado, perjudica igualmente a los viejos y a los jóvenes.

Horacio, Ep., i. 25.]

Con este método de instrucción, mi joven alumno se empleará mucho más y mejor que sus compañeros del colegio. Pero como los pasos que damos al caminar de un lado a otro en una galería, aunque sean tres veces más, no cansan a un hombre tanto como los que empleamos en un viaje formal, así nuestra lección, como si ocurriera accidentalmente, sin ninguna obligación establecida de tiempo o lugar, y cayendo naturalmente en cada acción, se insinuará insensiblemente. Por lo que nuestros mismos ejercicios y recreaciones, correr, luchar, música, bailar, cazar, montar y esgrimir, resultarán ser una buena parte de nuestro estudio. Me gustaría que su forma y aspecto exterior, y la disposición de sus miembros, se formaran al mismo tiempo que su mente. No es un alma, no es un cuerpo lo que estamos formando, sino un hombre, y no debemos dividirlo. Y, como dice Platón, no debemos formar uno sin el otro, sino hacer que se unan como dos caballos enjaezados en una carroza. Con esta afirmación, ¿no parece que permite más tiempo y cuida más los ejercicios para el cuerpo, y sostiene que la mente, en una buena proporción, también hace su trabajo al mismo tiempo?

Por lo demás, este método de educación debería llevarse a cabo con una severa dulzura, muy al contrario de la práctica de nuestros pedagogos, que, en lugar de tentar y atraer a los niños a las letras con maneras aptas y suaves, en realidad no presentan ante ellos más que varas y férulas, horror y crueldad. Fuera esta violencia, fuera esta compulsión, que, ciertamente, creo que nada embota y degenera más una naturaleza bien descendida. Si queréis que se avergüence y se castigue, no lo endurezcáis: acostumbradlo al calor y al frío, al viento y al sol, y a los peligros que debería despreciar; despojadlo de toda afeminación y delicadeza en la ropa y en el alojamiento, en la comida y en la bebida; acostumbradlo a todo, para que no sea un Sir Paris, un caballero de alfombra, sino un joven nervudo, robusto y vigoroso. Desde mi infancia hasta la edad en que me encuentro, he sido siempre de esta opinión, y sigo siendo constante en ella. Pero, entre otras cosas, el estricto gobierno de la mayoría de nuestros colegios me ha disgustado siempre; tal vez, podrían haber errado menos perniciosamente en el lado indulgente. Es una verdadera casa de corrección de la juventud encarcelada. Se les hace libertinos al castigarlos antes de que lo sean. Si entráis cuando están a punto de recibir la lección, no oiréis más que los gritos de los muchachos que están siendo ejecutados, con el ruido atronador de sus pedagogos ebrios de furia. Es una manera muy bonita de tentar a estas tiernas y tímidas almas a amar su libro, con un rostro furioso y una vara en la mano. ¡Maldita y perniciosa manera de proceder! Además de lo que Quintiliano ha observado muy bien, que esta autoridad imperiosa suele ir acompañada de consecuencias muy peligrosas, y en particular nuestro modo de castigar. ¿Cuánto más decente sería ver sus clases sembradas de hojas verdes y finas flores, que con los sangrientos tocones de abedules y sauces? Si me dejaran ordenar. Yo pintaría la escuela con los cuadros de la alegría y el gozo; Flora y las Gracias, como el filósofo Speusippus hizo con la suya. Donde está su beneficio, que tengan también su placer. Las viandas que son apropiadas y sanas para los niños, deben ser endulzadas con azúcar, y las que son peligrosas para ellos, amargadas con hiel. Es maravilloso ver lo solícito que es Platón en sus Leyes en cuanto a la alegría y diversión de la juventud de su ciudad, y lo mucho y frecuente que se extiende sobre las carreras, los deportes, las canciones, los saltos y los bailes, de los cuales, dice, la antigüedad ha dado la ordenación y el patrocinio particularmente a los propios dioses, a Apolo, Minerva y las Musas. Insiste mucho y es muy particular en dar innumerables preceptos para los ejercicios; pero en cuanto a las ciencias letradas, dice muy poco, y sólo parece recomendar particularmente la poesía a causa de la música.

Toda singularidad en nuestras costumbres y condiciones debe ser evitada, como inconsistente con la sociedad civil. ¿Quién no se asombraría de una constitución tan extraña como la de Demofonte, mayordomo de Alejandro Magno, que sudaba a la sombra y tiritaba al sol? He visto a algunos que han huido del olor de una manzana tierna con mayor precipitación que de un disparo de arcabuz; otros temen a un ratón; otros vomitan a la vista de la nata; otros están dispuestos a desmayarse al hacer una cama de plumas; Germánico no podía soportar ni la vista ni el canto de un gallo. No negaré que puede haber, por ventura, alguna causa oculta y aversión natural en estos casos; pero, en mi opinión, un hombre podría vencerla, si la tomara a tiempo. El precepto ha actuado tan eficazmente en mí, aunque no sin algunos dolores de mi parte, confieso, que, exceptuando la cerveza, mi apetito se acomoda indiferentemente a toda clase de dieta. Los cuerpos jóvenes son flexibles; por lo tanto, en esa edad hay que doblegarlos y someterlos a todas las modas y costumbres: y siempre que un hombre pueda contener el apetito y la voluntad dentro de sus debidos límites, que un joven, en nombre de Dios, se haga apto para todas las naciones y todas las compañías, incluso hasta el libertinaje y el exceso, si es necesario; es decir, cuando lo haga por complacencia con las costumbres del lugar. Que sea capaz de hacer todo, pero que no ame hacer más que lo que es bueno. Los mismos filósofos no justifican a Calístenes por haber perdido el favor de su maestro Alejandro Magno, al negarse a prometerle una copa de vino. Que ría, que juegue, que se prostituya con su príncipe; es más, quisiera que, incluso en sus desenfrenos, se esforzara demasiado para el resto de la compañía, y que superara a sus compañeros en habilidad y vigor, y que no dejara de hacerlo, ni por defecto de poder ni de saber cómo hacerlo, sino por falta de voluntad.

 

"Multum interest, utrum peccare ali quis nolit, an nesciat".

["Hay una gran diferencia entre el soportar pecar y el no saber pecar".

Séneca, Ep., 90].

Me pareció hacer un cumplido a un señor, tan libre de esos excesos como cualquier hombre en Francia, preguntándole ante una gran cantidad de muy buena compañía, cuántas veces en su vida se había emborrachado en Alemania, en el tiempo que estuvo allí por los asuntos de su Majestad; lo que también tomó como se pretendía, e hizo responder: "Tres veces"; y con ello nos contó toda la historia de sus desenfrenos. Conozco a algunos que, por falta de esta facultad, han encontrado un gran inconveniente para negociar con esa nación. A menudo he reflexionado con gran admiración sobre la maravillosa constitución de Alcibíades, que con tanta facilidad podía transformarse a tan diversas modas sin ningún perjuicio para su salud; una superando la pompa y el lujo persas, y otra, la austeridad y frugalidad lacedemonias; tan reformado en Esparta, como voluptuoso en Jonia:

"Omnis Aristippum decuit color, et status, et res".

["Toda complexión de vida, y estación, y circunstancia se convirtió en

Aristippus" -Horace, Ep., xvii. 23.]

Quisiera que mi alumno fuera así,

"Quem duplici panno patentia velat,

Mirabor, vitae via si conversa decebit,

Personamque feret non inconcinnus utramque".

["Debería admirar a aquel que con paciencia portando una prenda remendada

soporta bien una fortuna cambiada, actuando ambos papeles igualmente bien".

-Ep. Horacio, xvii. 25.]

Estas son mis lecciones, y el que las ponga en práctica cosechará más ventajas que el que sólo se las han leído, y así sólo las conoce. Si lo ves, lo oyes; si lo oyes, lo ves. No quiera Dios, dice uno en Platón, que para filosofar sólo haya que leer muchos libros y aprender las artes.

"Hanc amplissimam omnium artium bene vivendi disciplinam

vita magis quam literis, persequuti sunt".

["Han procedido a esta disciplina de vivir bien, que de

de todas las artes es la mayor, por su vida, más que por su

Cicerón, Tusc. Quaes., iv. 3.]

León, príncipe de los flasios, preguntando a Heráclides Póntico -[No fue Heráclides del Ponto quien dio esta respuesta, sino Pitágoras]- de qué arte o ciencia hizo profesión: "No sé", dijo, "ni arte ni ciencia, pero soy filósofo". Uno le reprochó a Diógenes que, siendo ignorante, pretendiera ser filósofo; "Yo, pues", respondió, "lo pretendo con mucha más razón." Hegesias le rogó que le leyera cierto libro: "Eres agradable", le dijo; "eliges los higos que son verdaderos y naturales, y no los que están pintados; ¿por qué no eliges también los ejercicios que son naturalmente verdaderos, en lugar de los escritos?"

El muchacho no se aprenderá la lección de memoria, sino que la practicará: la repetirá en sus acciones. Descubriremos si hay prudencia en sus ejercicios, si hay sinceridad y justicia en su conducta, si hay gracia y juicio en su hablar; si hay constancia en su enfermedad; si hay modestia en su alegría, templanza en sus placeres, orden en su economía doméstica, indiferencia en el paladar, sea lo que come o bebe carne o pescado, vino o agua:

"Qui disciplinam suam non ostentationem scientiae, sed legem vitae

putet: quique obtemperet ipse sibi, et decretis pareat".

["Quien considera su propia disciplina, no como una vana ostentación de

ciencia, sino como ley y regla de vida; y que obedece sus propios

decretos, y las leyes que se ha prescrito a sí mismo".

-Cicerón, Tusc. Quaes., ii. 4.]

La conducta de nuestra vida es el verdadero espejo de nuestra doctrina. Zeuxidamus, a uno que le preguntó por qué los lacedemonios no ponían por escrito sus constituciones de caballería y las entregaban a sus jóvenes para que las leyeran, respondió que era porque los inculcarían a la acción y no los entretendrían con palabras. Con uno así, después de quince o dieciséis años de estudio, comparad a uno de nuestros latinistas universitarios, que ha perdido tanto tiempo en nada más que en aprender a hablar. El mundo no es más que balbuceo; y casi nunca he visto a un hombre que no prefiriera hablar demasiado, antes que hablar demasiado poco. Y, sin embargo, la mitad de nuestra edad se malgasta de esta manera: se nos mantiene cuatro o cinco años para aprender sólo palabras, y para hilvanarlas en cláusulas; otros tantos para formarlas en un largo discurso, dividido en cuatro o cinco partes; y otros cinco años, por lo menos, para aprender sucintamente a mezclarlas y entrelazarlas según una manera sutil e intrincada dejemos todo esto a los que hacen profesión de ello.

Yendo un día a Orleans, encontré en aquella llanura de este lado de Clery, a dos pedantes que iban hacia Burdeos, a unos cincuenta pasos de distancia el uno del otro; y, un buen trecho más atrás de ellos, descubrí una tropa de caballos, con un caballero a la cabeza, que era el difunto señor Conde de la Rochefoucauld. Uno de los míos preguntó al más destacado de estos maestros de las artes, quién era ese caballero que venía detrás de él; él, no habiendo visto el tren que le seguía, y creyendo que se refería a su compañero, contestó agradablemente: "No es un caballero; es un gramático; y yo soy un lógico." Ahora bien, nosotros, que, por el contrario, no pretendemos aquí criar a un gramático o a un lógico, sino a un caballero, dejémosles que abusen de su ocio; nuestro asunto está en otra parte. Si nuestro alumno está bien provisto de cosas, las palabras le seguirán demasiado rápido; las arrastrará tras él si no las sigue voluntariamente. He observado que algunos se excusan por no poder expresarse, y pretenden tener sus fantasías llenas de muchas cosas muy bonitas, que sin embargo, por falta de elocuencia, no pueden expresar; es un mero cambio, y nada más. ¿Sabéis lo que pienso al respecto? Creo que no son más que sombras de algunas imágenes y concepciones imperfectas que no saben qué hacer en su interior ni, por consiguiente, sacar a la luz; ellos mismos no entienden todavía lo que quieren hacer, y si observas cómo regatean y tartamudean a punto de dar a luz, pronto concluirás que su trabajo no es para el parto, sino para la concepción, y que no hacen más que lamer su embrión sin forma. Por mi parte, sostengo, y Sócrates lo ordena, que quien tenga en su mente una imaginación ágil y clara, la expresará lo suficientemente bien en una u otra clase de lengua, y, si es mudo, por medio de signos-.

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