El Criterio De Leibniz

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—Gracias por tu ayuda, Marlon. Ven, te invito a un té.

Mientras caminaban por el pasillo hacia la cocina de la universidad, Marlon no pudo resistir a la curiosidad:

—Profesor Drew, perdone mi indiscreción, pero me parece que el profesor Kamaranda ha sido increíblemente rápido para aceptar el trabajo; quién sabe si ya está preparando las maletas. ¿Es normal?

—No sabría decirte, Marlon. A lo mejor necesita solo cambiar de aire —no le habló de la bruja del teléfono; podría ser, de hecho, que le hubieran endosado la mujer a Kamaranda solo porque era de la familia de alguien importante, aunque fuera completamente inepta para el trabajo. Era posible que el matemático estuviese en conflicto continuo con ella, y la oportunidad de escaparse a Manchester se le presentaba como un salvavidas inesperado. Si hubiese contado a Marlon la conversación con la mujer, habría tenido que explicarle también las razones de su desmotivación, y como Marlon era un estudiante negro, Drew pensó que sería mejor no sacar el tema de la época colonial y todos sus delitos, que, ciertamente, no era menos graves que los que se perpetraron contra las poblaciones africanas deportadas como esclavos. Esto podría haber molestado a Marlon, o incluso ofenderle, lo cual no habría sido positivo para el ambiente del grupo de investigación. Mejor no sacar ciertos temas.

La cocina estaba dotada de todo lo necesario para preparar un típico té al estilo inglés, con algunas teteras, varias tazas, una placa de cocina para calentar el agua, los tés más consumidos, tanto en bolsas como a granel, platos, azúcar, y un surtido discreto de pastelillos y galletas. No faltaba la leche, que debía ser añadida rigurosamente al final de la preparación. Según los adeptos a la ortodoxia del té original, los ingleses habían arruinado aquella bebida deliciosa al añadir la leche, cosa probablemente cierta, pero, si a ellos les gustaba así, ¿por qué hacer un problema de ello? Para gustos no hay colores: ¿qué deberían decir los italianos, entonces, al ver que los americanos cocinan la pizza en la parrilla?

Drew hirvió el agua, vertió un poco en la tetera para calentarla por dentro, la vació, añadió tres cucharillas de hojas de Darjeeling, su té preferido: una cuchara por taza y una más para la tetera, según la tradición. Añadió el agua hirviendo y dejó la infusión cuatro minutos, el tiempo necesario para conseguir la concentración ideal para él.

—Otra cosa, profesor —retomó Marlon—, ¿quién va a pagar a los científicos a los que ha convocado? El profesor Kamaranda, por ejemplo, ha aceptado el encargo simplemente y mañana estará aquí. ¿Quién va a pagar el viaje, los gastos de la estancia, la prestación profesional?

—La Universidad de Manchester tiene una convención anual con muchas universidades, gracias a la cual los científicos que trabajan en los distintos centros que la han suscrito reciben su sueldo como si permanecieran en su universidad de origen; los gastos son reembolsados automáticamente porque entran dentro de las categorías previstas en los presupuestos. Como el movimiento de personas es bastante equilibrado entre las distintas universidades, el equilibrio final no se ve alterado prácticamente, pero todas las universidades obtienen un beneficio desde el punto de vista científico, gracias a la contribución de los cerebros que emigran durante un cierto periodo de tiempo.

—Entiendo. Entonces, los compañeros que ha elegido ¿vienen todos de universidades dentro del convenio con Manchester?

—Exacto, Marlon. Cuando le di la lista a McKintock ayer por la tarde para su visto bueno, lo primero que miró fue precisamente eso. Él tiene que hacer que las cuentas cuadren. Independientemente del aspecto económico, además, para los científicos, las estancias suponen un beneficio desde el punto de vista intelectual y cultural, ya que la colaboración directa con los compañeros de otros centros es siempre estimulante y atractiva. Observar métodos distintos para enfocar los problemas, confrontar sus puntos de vista, por muy distantes que sean, o incluso solamente trabajar en un entorno distinto al habitual, hace surgir conceptos nuevos a menudo, enriqueciendo la ciencia y las mentes que viven esa experiencia.

—Me parece evidente—. Marlon cogió la caja con los pasteles mientras Drew llenaba las tazas. Se sentaron en una mesa baja y tomaron el té, ejecutando ese rito tan importante para los ingleses, y que les produce una satisfacción que define uno de los aspectos fundamentales del espíritu británico.

Después volvieron al despacho y Drew llamó a Schultz. Este respondió directamente, algo bastante extraño teniendo en cuenta que, por lo que Drew sabía, el alemán siempre hacía responder a sus becarios, e iba al teléfono solo por cuestiones fundamentales.

—Ja9?

—Soy Drew, de Manchester, hola, Dieter.

—¡Oh! Hola, Lester. ¿Qué tal estás?

—Bien, gracias. ¿Y tú? ¿Sigues ocupado con tu barco?

Schultz había comprado un barco de segunda mano en bastante mal estado un año antes, y estaba intentando repararlo para ir a pescar al río Néckar.

—Todo bien por aquí. Todavía entra agua en el barco; pensaba que había reparado todas las grietas, pero, evidentemente, alguna escapó a mi control. De todas formas, en estos momentos no tengo tiempo para ocuparme de ella; todos mis becarios están de visita en los distintos observatorios europeos de ondas gravitacionales y yo me he quedado aquí a cuidar del cuartel.

—¿No has ido con ellos? —Drew estaba perplejo.

—No. Han ido con un compañero que se ofreció amablemente a acompañarlos —dijo Schultz sonriendo—. Al menos esta es la versión oficial. La verdad es que Hoffner quería irse de vacaciones en junio, aunque solo podría haberlas tomado en julio. Creo que su mujer lo estaba chantajeando: seguramente ella tenía vacaciones en junio y pretendía irse de viaje con su marido. Para contentarlo le dije que le sustituiría en junio si él fuera con los estudiantes en mi lugar; aceptó al vuelo. Mejor pasearse arriba y abajo por laboratorios subterráneos con los estudiantes novatos que sufrir la venganza de tu esposa —y volvió a sonreír.

—Entiendo. Bien, Hoffner tiene toda mi simpatía. —Drew suspiró—. De todas formas, Dieter, te he llamado porque me gustaría que colaboraras en el estudio de un fenómeno experimental muy particular que hemos descubierto aquí. ¿Podrías?

Schultz lo pensó un momento.

—A ver... ¿Tendría que ir allí?

—Sí, es indispensable. Tengo que mostrarte el fenómeno cuando ocurre, y el aparato que lo produce. Además, serías parte de un grupo de investigación que estoy constituyendo con este objetivo, y tenemos que trabajar todos juntos.

—Está bien. ¿Cuándo quieres que esté allí?

—Ejem... —Drew se sentía incómodo—. Kamaranda llega mañana por la tarde.

—¿Mañana por la tarde? —exclamó Schultz, sorprendido—. Como aviso no es demasiado tarde, ¿verdad, Lester?

Reflexionó unos segundos y luego añadió:

—En resumidas cuentas, ahora no tengo que seguir a ningún estudiante y me pueden sustituir con las clases; Ebersbacher, que es muy brillante. De acuerdo, hablaré con el rector y me organizo para estar en Manchester pasado mañana.

—Muchísimas gracias, Dieter. No te arrepentirás, ya lo verás.

—Eso espero —rio de nuevo Schultz—. No te pregunto si también estará Kamaranda. Prefiero las sorpresas. ¡Hasta pronto, Lester!

—Adiós, Dieter.

A Schultz le gustaban las sorpresas, pero también el riesgo, que ahora se presentaba en la última persona a la que tenía que llamar: Jasmine Novak.

Drew mandó a Marlon a fotocopiar los recibos de unas compras. No quería que asistiera a posibles discusiones con la noruega, ni que lo viese sometido por esa valquiria. Mejor no arriesgarse.

—Hallo10? —Voz masculina en el teléfono.

—Soy Drew, de la Universidad de Manchester. Estoy buscando a la profesora Jasmine Novak.

—Buenos días, profesor. Está aquí. Voy a buscarla.

—Gracias, que tenga un buen día.

Drew oyó a lo lejos unas voces en noruego, y después el teléfono cambió de mano.

—Novak al aparato.

El acento nórdico era solo un detalle en esa voz gélida como hielos del círculo polar Ártico.

—Soy el profesor Drew, de la Uni...

—... de la Universidad de Manchester, ya lo sé. Me lo ha dicho mi compañero, ¿qué creía?

«Empezamos bien», pensó Drew. Intentó recurrir a sus mejores habilidades.

—Gracias por dedicarme tiempo. La llamo por una cuestión muy importante que solo usted podría resolver. Por una serie de casualidades he topado con un efecto físico absolutamente extraordinario, de una tal complejidad que requiere las mejores mentes para poder ser explorado y explicado. Por eso me he permitido llamarla, con la esperanza de que usted pueda formar parte del grupo de investigación que estoy creando con este fin. Su intuición y su capacidad de síntesis son conocidas en todo el mundo y ...

—¿Qué efecto? —Novak era completamente indiferente a los halagos de Drew y seguía siendo tan fría como al principio. Mostraba interés por el efecto, sin embargo, y eso ya era muy buen signo.

—Lo siento, profesora Novak, pero se me ha ordenado mantener todo en secreto y no puedo hablar de ello al teléfono. Se dará toda la información únicamente a los miembros del grupo. Espero vivamente que usted quiera ser parte de él. —Drew lo había hecho lo mejor que podía. Ahora era el turno de Novak.

—¿Quién estará en el grupo?

 

Drew se esperaba esta pregunta, pero se acongojó igualmente.

—Kamaranda, Schultz y... —dudó— ... Kobayashi —concluyó en un susurro.

—¿Kobayashi? —repitió Novak—. ¿Kobayashi? ¡Ja, ja, ja! —explotó con una potente carcajada—. ¡Qué elección más buena, profesor Drew! ¡Será un placer cantarle las cuarenta a ese incompetente machista y engreído!

Drew estaba aturdido, aunque se esperaba una reacción de ese tipo. La noruega se estaba partiendo de risa solo con la idea de poder discutir con Kobayashi. Qué locura. Aquella mujer debía tener cuentas muy pesadas con los hombres, para comportarse de esa manera. De todas maneras, había aceptado el encargo implícitamente, y esto era un resultado que Drew no pensaba poder conseguir tan fácilmente. Sabía que estaba poniendo al pobre Kobayashi en las garras de Novak, pero también sabía que Maoko actuaría como moderadora y las cosas no serían seguramente difíciles. Al fin y al comandante, se trataba de científicos a punto de estudiar un problema complejo, y la investigación debía ser la prioridad número uno.

—¿Sería posible para usted estar en Manchester pasado mañana? —preguntó Drew fingiendo que ignoraba la hilaridad de su compañera.

Tras un momento de pausa, la noruega respondió casi con simpatía:

—Creo que sí. Delegaré mis tareas a mis compañeros. Tengo curiosidad por ver ese fenómeno del que habla. —Y entonces volvió el hielo del Ártico—: espero que sea verdaderamente algo inédito y no una tontería como otros descubrimientos falsos.

Drew tembló, pero mantuvo el control.

—No se arrepentirá, profesora Novak. Le agradezco enormemente que haya aceptado mi invitación. La espero con ansia. De nuevo gracias y nos vemos dentro de poco.

—Adiós —se despidió ella.

Drew estaba en el séptimo cielo. Había conseguido formar el equipo e iban a empezar a trabajar sobre el fenómeno dentro de unos días.

Llamó a Kobayashi para informarle de la fecha de la reunión. A pesar de tener tan poco tiempo para prepararse, el japonés lo aceptó y confirmó su presencia ese día.

Marlon volvió con las fotocopias y Drew lo puso al corriente del acuerdo con los científicos del recién nacido grupo de investigación.

—Profesor —observó el estudiante—, estaba pensando que cuando mostremos el efecto a los compañeros, la profesora Bryce no podrá estar en su despacho, y nosotros tendremos que recuperar, sin que ella lo sepa, todo el material que hayamos mandado allí; si no, habrá problemas. La escena en el despacho del rector le preocupaba.

—Tienes razón, Marlon —convino Drew—. Tenemos dos alternativas: o, de acuerdo con McKintock, la informamos sobre el experimento y le pedimos que colabore, o hacemos todo cuando ella no esté en el despacho. En este caso, entonces, tendremos que pedir al rector las llaves de ese despacho —reflexionó un momento y concluyó—: Veamos qué dice McKintock. Que decida él.

—¿Es una broma? —saltó McKintock—, Bryce me da ya suficientes problemas como para añadir esto. Tiene que ser parte del grupo, no hay otra alternativa. Además, cuando hagas experimentos con animales será útil tener una bióloga.

Drew no había pensado en ello, pero el rector tenía razón.

—¿Crees que estará disponible para una reunión ahora? —preguntó Drew.

Por toda respuesta, McKintock llamó directamente a su secretaria.

—Señorita Watts, ¿dónde está la profesora Bryce en este momento? —esperó unos segundos, escuchó la respuesta y añadió—: Muy bien. Gracias. ¿Puede pedirle que venga a mi despacho inmediatamente? Perfecto. De nuevo, gracias.

La señorita Watts era un modelo de eficacia. Inteligente, intuitiva y despierta, era el brazo operativo del rector, y él la tenía en su máxima consideración.

—Bryce acababa de tomar una pausa. Debería estar aquí en breves instantes —les informó McKintock.

Drew notó que el rector tenía unas enormes ojeras y una expresión adormecida. Debía haber pasado la noche con su amiga; siempre estaba así al día siguiente. Drew lo envidiaba, pero tenía que admitir que no se había esforzado mucho para estar con una mujer. Evidentemente, McKintock era mejor que él, o había tenido más suerte.

—El grupo de investigación estará aquí dentro de dos días, McKintock. Esperamos empezar a trabajar enseguida —lo informó Drew.

El rector miró a Marlon. Lo estudió bien y luego le dirigió la palabra por la primera vez desde que había comenzado esa historia.

—Así que tú eres el estudiante de Lester —dijo, pensativo—. Este, aquí... —señaló a Drew bromeando—, dice que eres tú quien ha visto el efecto producido por su montaje. ¿Es verdad?

Marlon se sentía embarazado e intimidado frente a la figura más alta de la universidad.

—Ejem..., sí, señor. Así es. Gracias a las características únicas del dispositivo que construyó el profesor Drew, y a una serie de coincidencias afortunadas, he tenido el privilegio de observar la manifestación del fenómeno. Ahora tenemos que estudiarlo a fondo y con el grupo de investigación creado por el profesor...

En ese momento la profesora Bryce abrió la puerta de par en par y entró con paso militar con la taza de té todavía en la mano, y, sin decir nada, cogió una silla y la golpeó con fuerza contra el suelo, al lado del escritorio; se sentó y miró al rector con ojos encendidos.

—¿Entonces? —preguntó con arrogancia.

McKintock estaba acostumbrado a la actitud provocadora de esa mujer y ya no reaccionaba nunca ante ella.

—Estimada profesora Bryce, Megan... —intentó suavizar la situación llamándola por su nombre, pero ella, por toda respuesta, entornó el ojo derecho y curvó las comisuras de la boca hacia abajo; posó la taza sobre la mesa con violencia, salpicando con el té caliente las notas del rector y una pequeña ánfora antigua de adorno, se cruzó de brazos y lo miró aún más letalmente.

—¿Sí, Lachlan? —dijo con voz burlona.

McKintock suspiró.

—Necesitamos su ayuda para una investigación...

—Si habéis perdido las llaves, llamad a un bedel. ¡Yo tengo cosas mejores que hacer!

—¡Maldición, Bryce! —explotó McKintock, dando un puñetazo sobre la mesa y haciendo que salpicara el té fuera de la taza. Esta saltó en la silla, asustada. Y el rector volvió a hablar, con violencia:

—Si la he mandado llamar es porque la necesito, si no fuera así habría evitado gustosamente este trance, porque no siento ningún placer teniéndola cerca, ¿está claro?

La profesora estaba pálida como una vela y lo miraba tensa, sin mover un músculo.

McKintock retomó la palabra, más calmado.

—Ya conoce al profesor Drew. Este es su estudiante de física, Joshua Marlon. —Bryce entrecerró los ojos mirando a Marlon y volvió a mirar al rector, atónita. Este continuó.

—Han descubierto un fenómeno físico revolucionario y van a empezar a estudiarlo con un grupo de investigación con los mejores científicos, elegidos por Drew. Como la investigación incluirá, en un momento dado, formas biológicas, creemos que usted podría ser la persona justa para esta tarea. ¿Va a ser de los nuestros? —concluyó con decisión.

Bryce permaneció inmóvil durante unos segundos, después se relajó y respiró por primera vez desde que McKintock había golpeado el escritorio con el puño. En ese momento había dejado de respirar.

—Señores, disculpen mi comportamiento. Rector, ¿uso de formas biológicas, ha dicho? ¿Con qué fin?

McKintock miró a Drew, que intervino de manera jovial, como si no hubiera pasado nada.

—Profesora, debo informarle de que esta investigación es secreta. — Bryce entornó los ojos. Drew continuó:

—Podemos desplazar materia, de manera instantánea, entre dos lugares distantes. Los objetos que encontró el otro día en su silla llegaron desde nuestro laboratorio, en el que Marlon y yo estábamos haciendo unos experimentos sobre el efecto apenas descubierto. Discúlpenos por el disgusto que le hemos causado, pero no podíamos saber a dónde iba a parar la materia. —Bryce abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas, y después volvió a escuchar con atención.

Drew siguió explicando:

—Con el grupo de científicos que he seleccionado, intentaremos construir una teoría que explique el fenómeno, tras lo cual podríamos intentar desplazar seres vivos, plantas y animales. Su ayuda es fundamental.

—¿Por qué me lo pedís a mí? Hay muchos biólogos muy buenos por aquí —preguntó la profesora.

—El instrumento que produce la trasferencia está regulado para que el destino sea la silla de su despacho, pero es una casualidad. No sabemos todavía cómo variar estas coordenadas, así que la primera fase de la experimentación comprenderá también su despacho. ¿Querrá ayudarnos?

La expresión de Bryce cambió completamente. Ahora estaba alegre, como una estudiante en sus primeros experimentos en el laboratorio. A lo mejor era aquella la verdadera profesora Megan Bryce: una científica que necesitaba tan solo un desafío al que hacer frente, que la alejase de la monotonía de la enseñanza con estudiantes pasotas e irrespetuosos.

—¡Por supuesto, profesor Drew! —exclamó—, pero esto tendrá un coste...

Drew la miró con expresión interrogativa, y ella continuó:

—Ahora sé a quién tengo que mandar la cuenta de la lavandería que limpió mi falda —le guiñó un ojo y salió, sonriente, del despacho.

Los tres hombres se quedaron en silencio durante unos instantes, y después McKintock concluyó:

—Es una buena mujer, en el fondo. Debe ser que está muy estresada por la vida que lleva. Hay que comprenderla. Pero creo que este proyecto la motiva mucho, y será bueno para ella y para vuestra investigación.

—¡Amén! —comentó Drew.

—Bueno, Lester —dijo el rector— ¿has comprobado si el laboratorio donde tienes el experimento sigue estando cerrado? Ordené que lo cerraran de manera oficial cuando me lo pediste.

—Era nuestra próxima etapa —respondió Drew levantándose, seguido por Marlon—. Nos veremos en cuanto todos los científicos estén aquí. Adiós, Lachlan.

—Adiós, rector McKintock —se despidió Marlon con respeto.

La puerta del laboratorio seguía sellada, y un cartel bien hecho había sustituido al trozo de papel escrito apresuradamente por Drew la noche del descubrimiento.

El profesor quitó los sellos y los dos volvieron a entrar por primera vez desde entonces. Todo estaba como lo habían dejado. Los numerosos laboratorios de la Universidad de Manchester permitían que el hecho de cerrar uno no supusiera un problema para las actividades curriculares.

Salieron y Drew volvió a sellar la puerta con adhesivos nuevos que había cogido previamente en la secretaría.

Volvieron al despacho de Drew y pasaron el resto del día reorganizando los apuntes del experimento, preparando tablas de datos y gráficos y una breve redacción sobre las acciones realizadas y los resultados obtenidos, para poder ofrecer a los miembros del grupo de investigación un cuadro sintético pero definitivo del problema que iban a estudiar. Era un punto de partida discreto, pero Drew intuía que el camino que debían recorrer iba a ser largo y complicado.

Al día siguiente Drew dio las lecciones que le correspondían, mientras Marlon permaneció en su habitación, estudiando.

Esa noche llegó Kamaranda a Manchester. Cogió un taxi para ir directamente al alojamiento que se le habían reservado en el campus, y desde allí llamó a Drew para informarle de su llegada. Cenó y se fue a dormir. A la mañana siguiente, mientras esperaban a los demás científicos, que llegarían a lo largo del día, fue a Sackville Park, justo fuera del campus, y se sentó a meditar en el banco a los pies de la estatua de Turing11. Para él era como estar bajo su higuera.

Kobayashi, Maoko y Schultz llegaron por la tarde. Novak llegó por la noche.

La primera reunión estaba prevista al día siguiente por la mañana, a las nueve, en el laboratorio del experimento.

La aventura iba a comenzar.

Capítulo IX

Unos sentados en las sillas y otros en los taburetes, los participantes se dispusieron en semicírculo alrededor de la mesa sobre la que el artilugio que Drew había construido parecía un prototipo anónimo para un experimento de electrodinámica. El profesor estaba cercano a las regulaciones micromecánicas, mientras Marlon estaba sentado frente al ordenador.

 

Drew empezó a hablar.

—Parece ser que el montaje que tenéis frente a vosotros es capaz de intercambiar dos porciones de espacio distantes. Es decir, lo que está en el punto A se intercambia instantáneamente con lo que está en el punto B.

Al oír este anuncio, a Schultz casi se le salieron los ojos de sus órbitas, quizá previendo la relación con lo que sus estudios sobre la relatividad ya habían insinuado.

Kamaranda permaneció absorto, como en meditación, mientras Kobayashi empezó a observar con una leve sonrisa el generador de alta tensión y las conexiones entre los distintos componentes del dispositivo. Maoko, a su lado, miró el montaje con expresión escéptica.

Novak observaba la escena con frialdad, sin mostrar ninguna reacción, mientras Bryce sonreía con una sonrisa de anticipación.

McKintock estaba sentado con los brazos cruzados, esperando.

—Ahora haremos una demostración del efecto. Nuestro punto A está sobre esta placa —continuó Drew, señalando la posición—. El punto B está sobre la silla de la profesora Bryce, en su oficina, a trescientos metros de aquí. Hemos colocado una cámara que enfoca a su silla, a la que hemos conectado la pantalla que está al lado de la placa.

Drew cogió un bloque de plástico blanco de una caja y lo colocó sobre la placa.

—Observad el trozo de plástico y la pantalla.

Todos fijaron sus ojos en el punto indicado.

Con voz baja, Drew ordenó a Marlon:

—¡Vamos!

Marlon apretó una tecla y el bloque de plástico despareció de la placa y apareció en el campo de la cámara, en medio del aire, cayendo inmediatamente sobre la silla de la profesora Bryce.

A todos los presentes se les cortó la respiración por el desconcierto. Algunos se pusieron de pie y se acercaron para examinar la placa de la que había desaparecido la materia.

Novak estaba pálida, mucho más blanca de lo que su condición de noruega le otorgaba.

Kobayashi había dejado de sonreír. Con el ceño fruncido observaba el invento, mientras Maoko tenía los ojos desorbitados por el estupor.

Schultz estaba radiante. De pie al lado de la mesa, miraba la pantalla como si se viera el nacimiento de su primer hijo.

McKintock estaba satisfecho y disfrutaba ya de los beneficios para la Universidad, mientras Kamaranda parecía ya meditar sobre el modelo matemático de lo que acababa de ver.

—¡Profesora Bryce! —exclamó Marlon.

Todos se volvieron hacia la silla ocupada por ella.

La profesora se había desmayado y yacía, abandonada, contra el respaldo, con la cabeza vuelta hacia atrás y los brazos inertes a los lados.

El rector se situó delante de ella y la agitó vigorosamente por los hombros.

—¡Megan! ¡Megan! —la llamó, gritando.

Bryce no reaccionaba, por lo que McKintock le dio dos fuertes bofetadas y la llamó de nuevo:

—¡Megan! ¡Megan!

La mujer abrió los ojos y se agitó, incorporándose, desorientada. Estaba pálida como un cadáver.

—¿Qué... ha pasado? —preguntó.

—Se ha desmayado, profesora Bryce —respondió el rector—, ¿cómo se siente?

—Mejor, gracias. Estoy un poco mareada, pero se me pasará. Me arden las mejillas. No lo entiendo —dijo Bryce, dándose un masaje en la cara.

McKintock comenzó a reír, mientras todos los demás se miraban con expresión divertida.

—Marlon, haz un té para la profesora, rápido. Con mucho azúcar, mejor —dijo Drew.

El estudiante se retiró al rincón del laboratorio que servía de cafetería y empezó a preparar la tetera.

—¿Ha desayunado por la mañana, profesora Bryce? ¿Podría ser que tuviera un nivel bajo de azúcar en sangre? —preguntó Drew.

—Sí, he desayunado —respondió la mujer—. No ha sido la falta de alimento lo que ha hecho que me desmaye, ¡sino la gran emoción que he sentido al ver funcionar el experimento!

Todos la miraron, perplejos.

—¿Pero, no lo entendéis? —exclamó Bryce—. Con un instrumento como ese podremos conseguir muestras de lugares inaccesibles, como los fondos oceánicos, el núcleo terrestre, ¡el interior de los seres vivos! Y sin ningún esfuerzo. Pensad a la curación de enfermedades. No hará más falta abrir un vientre para extirpar masas tumorales de manera estimativa e incompleta. Bastará regular correctamente el aparato sobre la silueta del tumor y realizar el intercambio. El tumor desaparecerá del cuerpo del enfermo, sin que tenga que ver siquiera un bisturí. ¡Nos encontramos frente a una nueva era en el campo de la biología y de la medicina!

—Aquí tiene el té, profesora —dijo Marlon acercándole la taza, que ella tomó con gratitud.

—Tome alguno de estos —intervino Maoko, ofreciéndole unos dulces que llevaba en una bolsa—. Son muy nutritivos.

—Gracias, señorita Yamazaki —aceptó Bryce. Bebió unos sorbos de té y después comenzó a mordisquear las pastas—. ¡Qué buenos! ¿De qué están hechos?

—Son productos naturales, sin colorantes ni conservantes —declaró inocentemente Maoko. Omitió precisar que estaban hechos fundamentalmente de judías Azuki, ya que conocía la dificultad de los occidentales para apreciar dulces que no estuvieran basados en harina de algún cereal.

La profesora Bryce comía con apetito y se había recuperado completamente.

Los otros se habían relajado, mientras tanto, y habían vuelto a sus puestos.

—No había pensado a todas estas implicaciones —admitió McKintock, pensativo, que hasta entonces sólo había pensado en el transporte de objetos—. En efecto, las posibilidades de aplicación son enormes. Con este sistema podremos revolucionar la ciencia y la técnica.

—Por eso estamos aquí —dijo Drew, dirigiéndose a todos ellos—. Tenemos que estudiar este fenómeno y llegar a controlarlo. Durante los experimentos que hemos hecho hasta ahora Marlon y yo hemos conseguido cambiar la forma y la dimensión de la materia desplazada, pero nunca hemos podido cambiar el destino, el punto B, no sabemos por qué. El material que os hemos dado esta mañana contiene la información sobre el dispositivo, y los informes de cada transferencia de materia que hemos realizado, con los parámetros correspondientes, las regulaciones micrométricas, la energía utilizada y el resultado obtenido. Ahora tenemos que encontrar la base teórica del experimento.

—¿A qué debía servir esta máquina? —preguntó Kobayashi—. ¿Por qué la construiste, al principio?

—Quería hacer experimentos sobre una ionización a baja energía de los gases —mintió Drew, para no revelar su tentativo pueril de liberarse del yugo de su hermana con el corte de césped.

—Entiendo. —Kobayashi empezó a ojear la documentación—. ¿Has intentado sustituir este generador y ver si el efecto se sigue produciendo? —preguntó, señalando una parte del esquema.

—No, Nobu. No hemos modificado nada, para no arriesgarnos a perder para siempre la posibilidad de realizar el experimento con éxito.

—Muy bien, Drew-san. Lo primero que hay que hacer, sin duda alguna, es construir un sistema idéntico a este y ver si funciona.

Drew no lo había pensado.

Era obvio que Nobu tenía razón.

—Marlon, haz una copia de la lista de elementos y consigue rápidamente todos los elementos disponibles comercialmente. Algunas partes las construimos a mano. Me ocuparé de ello personalmente. —Miró a su grupo de investigación—. Compañeros, ¿qué pensáis de todo esto?

Schultz estaba hablando con Kamaranda. Interrumpió lo que decía y se dirigió a Drew.

—Lester, nos parece muy extraño que hayas podido producir un efecto tan revolucionario con un método tan simple. Piénsalo un poco. Han pasado ya dos siglos que el hombre experimenta con los campos electromagnéticos, usando las máquinas más complejas con los enfoques más variados. En todo este tiempo, es sorprendente que nadie se haya topado nunca con este fenómeno.

—Yo también estoy sorprendido, amigos míos. Por eso tenemos que comprender por qué se produce, y así podremos comprender también por qué todavía no lo había observado nadie.

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