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El año de la peste

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Из серии: Fichas para el siglo XXI #44
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La pandemia y la crisis en el trabajo

Christophe Dejours (Francia)*

Este texto es un fragmento de la charla y debate realizado online con el autor organizado por la revista Topía el 30 de mayo de 2020.

Buenas tardes o buenos días para todos. Buen día Enrique, Alejandro, los amigos argentinos y a todos los que están aquí conectados. Gracias por brindarme esta ocasión de poder retomar la discusión con los colegas argentinos.

Debo confesarles que no me siento muy cómodo, no estoy muy a gusto. Es la primera vez que voy a dar una conferencia de esta manera. Imagino que ustedes están esperando que yo les de algún análisis como si fuera un panorama de lo que ocurrió en Francia con esta epidemia del Covid-19. Podría proceder a una larga reseña de todas las dificultades, de los incidentes y de los disfuncionamientos del sistema de salud y de las instituciones hospitalarias, porque todos estos disfuncionamientos y mal funcionamientos fueron muchos. Pero todo esto ya fue ampliamente difundido por la prensa y también hay numerosos comentarios de los intelectuales y también de los investigadores, y en todo esto no hay nada novedoso para nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a los clínicos, porque nosotras ya conocemos muy bien la degradación que se le ha dado a los servicios públicos franceses. Esta degradación que le dio este desvío, este giro de la gestión y este tipo de gestión que se da por los números, por las cifras, por el rendimiento. La pandemia únicamente confirmo el diagnóstico que se obtuvo a partir de la clínica del trabajo. Esta epidemia no es como un gran trueno en un cielo límpido. El cielo no estaba calmo, ni estaba límpido, y ya había mucha gente que estaba enferma que ya no estaba siendo cuidada o que estaba siendo mal cuidada en Francia. Los hospitales funcionaban muy mal, con largas listas de espera y urgencias que estaban sobresaturadas, y el sufrimiento en el trabajo dentro del personal de los cuidados, ya era de alguna manera terrible antes del coronavirus, con numerosos suicidios que se daban dentro del personal del cuidado de la salud y con licencias en los trabajos, hasta con huelgas de hambre incluso … Y en todo este ruido que contextualizo esta crisis, los únicos análisis originales que han sido producidos a la ocasión de esta epidemia son aquellos análisis que muestran que se trata de una catástrofe ecológica, además vinculada también con los tsunamis, las sequias, las inundaciones, las lluvias torrenciales, las tempestades y los incendios.

Estos análisis son muy interesantes para dar cuenta del camino causal ecológico de esta epidemia.

Pero la discusión entre la epidemia y las condiciones ecológicas que la han provocado solo desembocan en precarizaciones, en materia de modos de vida y consumo. Pero el trabajo nunca es cuestión, nunca se habla del trabajo. Se habla de la técnica o de la tecnología, pero no del trabajo humano, y no de trabajo vivo. Sin embargo, sin una transformación de la organización del trabajo, no podrá nunca haber un progreso ecológico. No solamente no se habla del trabajo en la esfera de la ecológica, sino en todas las otras esferas de las demás actividades implicadas.

En lo que refiere a las medidas a implementar en la esfera de la salud, el estado francés fue no solamente deficiente, sino que además fabricó una cantidad impresionante de mentiras, no solamente para calmar la angustia o bien reconfortar a la población, sino, por el contrario, también para fabricar miedo e incrementar de esta manera la sumisión de la población. Por ejemplo, el presidente Macron, no paró de repetir en su primer discurso que estábamos en guerra, lo cual es un absurdo evidentemente. Se dio además una represión policial creciente para activar ese miedo, con prácticas de represión que han demostrado estar más allá de toda posibilidad de recurso. Una especie de arbitraje policial, como un espectro siniestro de un estado policial en perspectiva. El Estado no fue únicamente deficiente, lo que queda del estado social en Francia apareció de una manera más importante de lo que yo hubiera creído, y esto es una sorpresa. El Estado implementó muy rápidamente dispositivos de desempleo parcial y de indemnización de los trabajadores que estaban de alguna manera imposibilitados de trabajar. Estoy hablando de los asalariados, aquellos que estaban inscriptos en empleos estables. Buena parte de la población no pudo entonces verse beneficiada por estas medidas de indemnización. Pero gran cantidad de asalariados pudieron atravesar este período sin demasiados inconvenientes. Estos restos del estado social, no deberíamos despreciarlos en comparación por ejemplo con los Estados Unidos. ¿Qué es lo que va a pasar ahora con estos restos de estado social cuando van a tener que reembolsar los préstamos enormes que han sido acordados por los bancos centrales? Luego volveré a hablar de esto.

Voy a hablar ahora más específicamente de esta vinculación entre la epidemia y la crisis del trabajo

Si queremos formarnos una idea del trabajo, de la manera en la cual el trabajo se verá afectado por la experiencia política que el Estado y la patronal adquirieron por el ejercicio del gobierno durante la crisis, es preciso dejar todos estos problemas generales de costado o a un lado.

Entonces voy a aburrirlos un poquito más con las exigencias y los métodos de la clínica del trabajo, abandonando estas cuestiones más generales y entrando en detalle de lo que ocurre del lado del trabajo vivo, sino temo que dejemos de lado lo esencial.

Creo personalmente que esta crisis del coronavirus es la ocasión para el poder neoliberal de iniciar una nueva etapa en la transformación de la organización del trabajo que arriesga devenir o transformarse en una dominación creciente, más poderosa aún de la que conocimos desde que se dio este giro liberal.

Voy a darles algunos ejemplos.

El primer ejemplo es el de las casas de retiro, de los geriátricos. Lo que ocurrió con los viejitos en Francia fue algo horrible, y lo que ocurre además es que los viejitos son muy numerosos en Francia y van a ser aún más numerosos en el futuro. No se trata entonces de un problema marginal, sino de un espacio central para analizar la evolución de nuestra sociedad. El aislamiento de las personas mayores en esos geriátricos por orden del ejecutivo engendro una verdadera catástrofe moral y política. Los viejitos fueron totalmente cortados del vínculo con el mundo exterior con la prohibición de recibir visitas de quien sea. Muchos han muerto sin poder volver a ver a sus hijos en una soledad horrible. Y al interior de esos geriátricos, todas las actividades comunes y los lugares comunes al interior han sido prohibidas, hubo una degradación masiva de la higiene y de los cuidados y de la alimentación de esos ancianos. Hubo una prohibición sin ninguna discusión de trasladar a aquellos ancianos que lo necesitaban hacia el hospital. Aquellos que se enfermaban, estaban de entrada condenados a morir sin cuidados, sin atención. En el interior de esos geriátricos no había más medicamentos, los ancianos estaban recluidos cada uno en su habitación, dejados en su cama todo el día, las escaras ya no eran tratadas/cuidadas, estaban siendo abandonados en dolores atroces sin ninguna posibilidad de tener cuidados. De hecho, estábamos en una verdadera selección del derecho a la vida y del derecho al cuidado en función, en primer lugar, de la edad, no en función de la raza. Era una selección absolutamente aterradora, al igual que para los homosexuales durante la época del nazismo. Esta situación que yo les describo de manera muy breve, porque la clínica es mucho más dura de lo que yo soy capaz de contarles ahora en algunas palabras, pero esta situación en realidad no es el resultado del coronavirus. Eso es lo que nos dicen, pero no es verdad. Antes del coronavirus, el maltrato ya existía y la selección también ya existía. Era extremadamente difícil lograr conseguir una cama en un hospital para un anciano que lo necesitara, y esto desde hace muchos años. Tener que luchar o pelearse durante horas por teléfono para poder lograr que cuiden y que traten a una persona anciana hoy en día en Francia, y antes del coronavirus. El maltrato dentro de esos geriátricos ya estaba muy extendido. La falta de personal, la desaparición de toda deliberación colectiva a raíz de esta falta de personal, la desaparición de la cooperación entre el personal de cuidado, llevaba a que ocurrieran prácticas indignas. Cuando un anciano no comía rápido, se le apretaba la nariz con la mano izquierda y cuando abría la boca, le ponían con una cuchara la comida. De manera no excepcional, no se limpiaba ya a las personas enfermas, se ponía a los ancianos desnudos contra la pared en fila y se los lavaba a todos juntos con un chorro de agua. Las estrategias colectivas de defensa que habían sido construidas por el personal de esas casas de retiro, de esos geriátricos, muchas veces culminaban en muchos lugares, en una inversión de los valores y la cultura del desprecio hacia los viejos, al desprecio de los dementes, y el desarrollo de una crueldad increíble hacia las personas mayores, todo esto sucedía antes del coronavirus. Y si queremos cerrar el análisis y situamos esto dentro del neoliberalismo, en primer lugar, con la privatización de esos geriátricos con precios e importes de pensión extremadamente elevados, que no solamente arruinaba o consumían todos los recursos que habían sido ahorrados por esa persona mayor, sino que también arruinaban a los hijos (aclaración: arruinar en el sentido de consumirle todos los ahorros, también de las herencias de esas personas mayores). El coronavirus únicamente vuelve más visible el horror de la condición de los ancianos. Y ahora nos dicen que todo esto es por culpa del coronavirus. No hay una sola palabra por parte de los periodistas, no hay una sola palabra por parte del personal de cuidado, ni tampoco de los investigadores, sobre el horror ordinario y cotidiano que ocurría antes del coronavirus. Del trabajo tal como se da en los geriátricos no se habla. No hay nada a declarar. Por el contrario, en la oscuridad, en la sombra, sí se desarrolló a la ocasión de este coronavirus un paso más, un paso suplementario en la banalización del mal y se le hizo admitir al conjunto de la población que la selección de los ancianos está justificada por la racionalización económica.

 

Ahora voy a darles un segundo ejemplo, y es un ejemplo tomado dentro del hospital. Se trata de un equipo de cuidados paliativos, es decir los cuidados que se les dan a las personas que están al final de su vida, en un gran hospital universitario en el centro de París. Este equipo es móvil e intervienen todos los servicios del hospital cuando hay un problema de final de la vida en perspectiva. Este equipo de cuidados paliativos me llamó en el medio de la crisis, y querían verme para hablar conmigo y conversar de algo que no estaban entendiendo. Y era que al principio de la crisis del coronavirus y del desbordamiento por la llegada masiva de enfermos y de un compromiso muy fuerte dentro del trabajo hospitalario, no entendían por qué durante algunos días todos se sentían invadidos por un sentimiento de fatiga, de cansancio. Y ellos intuían que no era la sobrecarga de trabajo la causa de esa fatiga. En realidad, el análisis de la fatiga de todo el personal se reveló una vez que hice la investigación dentro de ese equipo. Se revelaba como el origen de una crisis moral y no por una sobrecarga física. Cuando la epidemia se volvió muy importante, la organización del trabajo en hospital cambio efectivamente, no en todos los hospitales en Francia, pero en este hospital en particular, los encargados de la gestión cedieron el paso, han retrocedido un poco y se han organizado en algo que se llaman células o reuniones de crisis. Y en estas reuniones el poder de la gestión de los números dio unos pasos atrás. Los médicos pudieron retomar la iniciativa y reorganizar el trabajo y la acción. Pero en las sombras, seguía intacto el poder de los cuadros intermedios de los enfermeros, aquellos que conforman la jerarquía, los mandos jerárquicos de todos los enfermeros y de los paramédicos. Y éstos han continuado a dirigir de una manera muy dura al personal de cuidado que ellos gestionaban con formas extremadamente autoritarias y a partir de lo que se había decidido en estas células de crisis. Pero, sin embargo, de todas maneras, el poder de la gestión se debilito un poco y la prioridad del cuidado vio la luz durante un buen momento. Pero a la vez ocurrió también algo bastante feo, ni bien el poder de estos gerentes se corrió de lugar lo que volvió a estar delante de la escena es el poder médico y entonces volvió a empezar a reanudarse la guerra entre los jefes en la que se disputaban los lugares dentro del territorio del hospital y a este poder médico no le importa para nada, se burla completamente del trabajo de los demás personales de cuidado. Lo que importaba era la conquista del poder. Y entonces se perfilaba la ausencia de perspectiva de cambio de trabajo y lo que le ocurrió a este equipo es que empezó a sentir que todo este movimiento de retroceso del poder de la gestión era transitorio y que en realidad nada iba a cambiar en el fondo. Cuando empezaron a dudar que, gracias a sus esfuerzos y a su entusiasmo, gracias a los riesgos que ellos tomaban incluso para su propia salud y todos los esfuerzos que ponían en el trabajo, empezaron a pensar que nada de eso iba a ser finalmente reconocido. Ahí es cuando de golpe se produce una caída del ánimo y de golpe la fatiga los toma, se apodera de ellos. Ese es el primer signo que me ha brindado a mí el personal de cuidado mientras que, al mismo tiempo, el poder político y la dirección de los hospitales y el conjunto de la prensa solo hablaban de una cosa: el surgimiento extraordinario de la nueva solidaridad. ¿Y qué significaba esa solidaridad? ¿Qué era? ¿De qué manera reconstruir una solidaridad entre asalariados que han pasado sus 20 años anteriores a odiarse unos a otros, a vigilarse unos a otros, a desconfiar unos de otros? Una solidaridad no se reconstruye en 5 minutos por el efecto de una epidemia. ¿De qué se trataba entonces esa solidaridad? Consistía en la distribución de cajas de chocolate, cajas de bombones que eran ofrecidas por ciertas empresas como por ejemplo Jeff de Bruges, Nestlé… que han distribuido de manera muy amplia en todos los hospitales cajas de bombones y huevos de pascua en chocolate. Y cuando yo fui para hacer mi investigación en el servicio hospitalario, había un amontonamiento increíble de cajas de chocolate. La solidaridad entonces consistía en ese chocolate, eran también los aplausos de la población que se acercaban a balcones a las ocho de la noche todos los días para expresar así su solidaridad con el personal de cuidado. Entonces ese chocolate, esos aplausos, no es para despreciar por supuesto, pero eso no es solidaridad, en esto no consiste la solidaridad. Sino que la solidaridad debería ser la reorganización del trabajo sobre el principio de la cooperación. Y en la sombra de esa solidaridad de escenografía, los cuadros, los mandos medios, los enfermeros y el personal de cuidado en realidad han enviado al personal de cuidado, a los enfermeros, a los jóvenes, a aquellos que eran alumnos todavía, sobretodo a los internos en medicina, los han enviado para que ellos cuiden y traten a los enfermos de coronavirus sin protección, sin máscaras, sin camisas de protección, bajo un modo extremadamente autoritario. Y el último elemento del dispositivo, es que cada mañana, todos los días, había que redactar un informe para todo el conjunto de los enfermeros, un boletín que era enviado por el director general de los hospitales, que consistía siempre en felicitaciones y agradecimiento al personal hospitalario y que repetía todo el tiempo la nueva retórica del management de la solidaridad, la nueva ley del management de esta solidaridad y del pseudoreconocimiento que ocupaba el lugar de todo lo que hubiera sido necesario decir sobre los horrores de la situación real del trabajo. Las consecuencias de este proceso en los hospitales es que todo esto finalmente va a reducirse al otorgamiento de un premio de dinero para el conjunto del personal de cuidado, que va a ser de un monto de entre 1000-1500 euros según criterios puramente geográficos. Toda la cuestión del trabajo ha sido evacuada y transformada en un premio, en una prima…

Traducción Gabriela Neffa

* Es psicoanalista, Psiquiatra. Está especializado en temas laborales. Es profesor del conservatorio Nacional de Artes y Oficios y Director del Laboratorio de Psicología del Trabajo en Francia. Posee una vasta bibliografía en su país de origen siendo traducido al castellano algunas de sus obras. Entre ellas citamos las que publicó la editorial Topia. La banalización de la injusticia social, Los dos tomos sobre Trabajo Vivo: Trabajo Vivo y Sexualidad I y Trabajo Vivo y Emancipación II y El sufrimiento en el trabajo.

Música para sostenernos en cuarentena

Alejandro Vainer*

La música es una experiencia. Siempre desborda lo meramente sonoro. La música son cuerpos, relaciones, pasiones, sociedades y culturas. Cada cual tiene sus propias experiencias. Vemos, bailamos, tocamos, sentimos la música.

La música es una experiencia que nos sostiene desde los inicios de nuestra vida. Es una de las facetas de los variados sostenes corporales de nuestra subjetividad. Desde las voces que nos acariciaron mientras nos alzaban hasta aquellas que sonorizaron algunos de los momentos más importantes de nuestra vida: las crisis, los amores, el sexo, los viajes, las angustias.

En tiempos difíciles, como la cuarentena de hoy, tenemos posibilidades que no se tenían durante la peste negra y la fiebre amarilla. Además de contar con nuestra voz y otros sonidos del cuerpo e instrumentos, tenemos la diferente gama de reproducción musical. Desde nuestros discos hasta el streaming, que amplió nuestras discotecas a ser prácticamente infinitas. Pero tener todo es como tener nada. Porque llueven recomendaciones sobre músicas para estos momentos. Son recomendaciones de otras vidas. No de la nuestra. No hay 1001 discos que uno tiene que escuchar durante la cuarentena. La música es social y a la vez singular, dependiendo de la historia de cada cual.

Vivimos una situación traumática. Un paradigma para pensar cómo funciona la música en situaciones traumáticas son los campos de concentración. No hablo del conocido uso siniestro de la música por parte de los nazis con sus orquestas del horror. Me refiero a la música que permitió resistir en situaciones extremas. Allí, en muchos casos, la música compartida funcionó como uno de los soportes subjetivos. Toda vivencia traumática implica una realidad que nos lleva al desvalimiento originario. Es allí cuando regresamos a esos sostenes intra e intersubjetivos. Tarareos y cantos solitarios reproducen los primeros otros que nos sostuvieron. Los cantos colectivos de canciones entrañables tienen mucha más potencia. En aquellos momentos también se crearon músicas, desde el “Cuarteto para el fin de los tiempos” de Oliver Messiaen o los variados tangos cantados y compuestos por prisioneros o quienes estaban presos en un gueto.

Todos estos casos dejan al descubierto la función de sostén de la música frente al desvalimiento que implica una situación traumática. Una estructura invisible del funcionamiento de las músicas cuando se produce una fractura en nuestra vida.

Al día de hoy, la música puebla la cuarentena como forma de soportarla. Hemos visto como en distintos lugares del mundo cantan en los balcones, músicos hacen presentaciones en sus casas transmitidas por streaming, músicos dan clases por Skype Y se revela cada vez más esa función de sostén de la música, un sostén intersubjetivo, porque cuando uno está con la música nunca está solo. Vuelve a aquellos sostenes que nos hacer ser quienes somos.

En estos tiempos ponemos esas músicas que funcionaron de sostén en otros tiempos. Funcionan como reconocimiento y una columna vertebral flexible que se mueve al son de un tempo entrecortado. Por ello volvemos a escuchar esas músicas que nos constituyeron y nos sostienen.

Y también son tiempos para intercambios. Para que otros cercanos nos muestren músicas que los sostienen y que quizá nos produzcan nuevas experiencias subjetivantes. Para ello tenemos que olvidar una impersonal playlist. Ir al contacto posible hoy. Un “distanciamiento social” no implica la falta de contacto. Cuidarnos del virus implica también reconocer la necesidad de contacto y de sostenes. Así como nos sostenemos con nuestras familias, algunos vecinos, lo hacemos con músicas compartidas en una experiencia intersubjetiva. Como fue en otros tiempos: canciones o músicos que nos recomendaron para tiempos difíciles. Seguramente, además de consejos, en momentos difíciles de la vida, uno recibió esas músicas que nos calmaron. En estos momentos también puede ser posible tener experiencias para intercambiar y conocer músicas nuevas.

Hoy escuchamos esas músicas que se transformarán en nuevos sostenes. El mejor link es con nosotros mismos. Con uno que siempre es un nosotros.

Por eso, la mejor recomendación es volver a esas músicas que nos hicieron ser quienes somos.

Quienes queremos seguir siendo.

Y quienes queremos aún ser.

Abril 2020

*Psicoanalista. Coordinador general de la revista Topía. Su último libro publicado fue Más que sonidos. La música como experiencia, editorial Topía, Buenos Aires 2017

alejandro.vainer@topia.com.ar

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