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El año de la peste

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Из серии: Fichas para el siglo XXI #44
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Una ruptura antropológica importante

David Le Breton (Francia)

El suceso catastrófico puede ser el fin de la civilización política, o luso de la especie ‘hombre’. Puede ser también la Gran Crisis, es decir la oportunidad de una elección sin precedentes. Previsible e inesperada, la catástrofe sólo será una crisis, en el sentido literal de la palabra, si cuando golpea, los prisioneros del progreso exigen escapar del paraíso industrial y que una puerta se abra en el cerco de la prisión dorada

Ivan Illich, La Convivialidad

La crisis sanitaria recuerda la estrecha interdependencia de nuestras sociedades, la imposibilidad de cerrar las fronteras. La polución, el calentamiento climático con sus desequilibrios nos lo recuerda a diario. El surgimiento del coronavirus es una nueva vuelta de tuerca. Por otra parte, la paradoja es que al reducirse la circulación automotriz y aérea, y detenerse innumerables actividades que producen polución, el virus provee una especie de respiración ecológica para el planeta. Es necesario que los mundos contemporáneos entren en una era postmoderna radicalizando principios que todavía eran potenciales las semanas precedentes. No creo de ningún modo que se trate de cuestionar las medidas de protección, por supuesto legítimas, sino solamente de resaltar la ironía trágica de su subtexto.

Todos los días los medios de comunicación desgranan la cantidad de personas afectadas y el número de muertes aquí y en el extranjero. Nuestras sociedades, más que nunca, están bajo la tutela de la ordalía1, un juicio de Dios o más bien del azar que alcanza a unos y a otros, pero más electivamente a aquellos que participan aún de la trama social con su trabajo, en especial el personal sanitario. Dentro de este contexto, la letanía de la muerte por accidentes automovilísticos ha sido suplantada por la del coronavirus. La ordalía de las rutas está suspendida por el momento, pocos vehículos están en circulación y la cantidad de accidentes es casi inexistente. Es cierto, cada automovilista al volante de su vehículo está convencido que únicamente los demás son malos conductores, fantasea con ser un experto. Frente al contagio, es más difícil para cada uno de nosotros afirmar su omnipotencia.

El confinamiento en nuestras casas manteniendo las relaciones con los demás por medio de las herramientas de comunicación a distancia transforma a las poblaciones en un archipiélago innumerable de individuos. Cada uno está frente a sus pantallas aunque no quiera, transformado en un hikikomori ordinario, como esos jóvenes japoneses que viven en reclusión voluntaria mientras continúan un intercambio sin fin con los otros a través de las redes sociales. Se mantienen encerrados a veces durante años rechazando al mundo exterior. Con esta imposibilidad de salir se borra la presencia física con el otro, aún la conversación desaparece de antemano en beneficio de la única comunicación sin cuerpo, sin contacto, e incluso sin voz (salvo la amplificada por el smartphone o la computadora). Ya no hay más comunicación cara a cara, es decir del rostro al rostro en la proximidad de la respiración del otro. Y más allá de la pantalla, en la calle o en otra parte, la mascarilla lo disimula. El confinamiento acentúa la adicción al smartphone y en principio destruye también la conversación, o sea el reconocimiento plenario del otro a través de la atención hacia él.

Ahora el cuerpo es el lugar de la vulnerabilidad, donde yacen la enfermedad y la muerte para precipitarse por la brecha más pequeña. Más que nunca el cuerpo es el lugar de la amenaza, es importante sellarlo, clausurarlo, por medio de los “protocolos de barrera”, tan adecuadamente nominados. La “fobia del contacto”, señalada anteriormente por Elias Canetti también se radicaliza en nuestras sociedades. El cuerpo debe ser lavado, fregado, examinado, purificado constantemente, mantenido fuera de todo contacto con el otro desconocido, y por ende sospechoso. No más besos, no más apretones de manos o abrazos en las pocas relaciones todavía físicas que sólo se sostienen a distancia. El deseo es un peligro porque escapa a todo control y expone a lo peor a quienes ceden a él. Una forma inédita de puritanismo acompaña las medidas de confinamiento y las precauciones a tomar para no ser alcanzado por la enfermedad y no contaminar a los otros. Asistimos a un endurecimiento sociológico del individualismo con esta reclusión necesaria. La privatización de la existencia elimina el espacio público. El individuo hace un mundo sólo para él “comunicándose” permanentemente pero sin la incomodidad de la presencia física del otro.

El confinamiento con la pareja o la familia no siempre se asume con comodidad. Vivir el día completo unos con otros a veces es fuente de tensión. Más bien se trata de alegrarse por el reencuentro luego del trabajo o durante las vacaciones. En ese contexto, la vida en común es una imposición, no es algo elegido. Además es difícil salir para recuperar el aliento en vista de las restricciones para desplazarse. Lejos del viento pleno del mundo, el aburrimiento nos acecha, nos hace andar en círculos, rumiar nuestras preocupaciones, inquietarnos por nuestra gente querida y preguntarnos con ansiedad por las próximas semanas, y por el mundo del después. Podemos temer también brotes de violencia por parte de los hombres contra sus parejas o sus hijos. Los matrimonios que no se llevan bien pueden pasar momentos difíciles, y también los niños de las familias donde son maltratados.

La llegada de la primavera en el hemisferio norte suma todavía más dificultades. Los pájaros cantan por doquier, los brotes explotan, el llamado del afuera es irresistible, pero debemos mantenernos más o menos enclaustrados o en la proximidad de nuestras casas y resistir a la tentación del sol y de la naturaleza en plena metamorfosis. Una experiencia terrible para los niños que penan por comprender el motivo de tal encierro.

Redescubrimos con asombro el precio de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer los bosques, de encontrarse con amigos, de tomar un café en la terraza, ir a un cine o a un teatro, a una librería… Una cierta banalidad envuelve estos comportamientos cotidianos, y encuentran hoy su dimensión de sacralidad, su valor infinito. La crisis sanitaria en ese sentido es un memento mori, el recuerdo de nuestra incompletud y de una fragilidad que no dejamos de olvidar. Restablece una escala de valores banalizada por nuestras rutinas. La privación vuelve deseable lo que estaba dado sin siquiera pensarlo. Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado. El hecho de desplazarse era tan obvio que no se percibía como un privilegio.

Esta crisis sanitaria es una travesía por la noche, por el duelo, por la angustia, más allá nos espera una forma de renacimiento. Al término de la crisis sanitaria, el retorno a la normalidad será un momento de júbilo formidable, de reencuentro con los otros y con el mundo, de recuperación de la alegría de vivir y de la sensación de estar vivo. Los primeros días serán muy fuertes. Nunca deberíamos olvidar esta enseñanza propicia del sabor del mundo, pero esa es otra historia. Estamos en un cruce de caminos, las posturas políticas serán determinantes: la crisis sanitaria puede engendrar un impulso humanista, una mayor preocupación ecológica por el planeta, una inquietud social por luchar contra las desigualdades y las injusticias.

Traducción: Carlos Trosman

1 He escrito mucho sobre esta noción de ordalía, en especial en En Souffrance. Adolescence et entrée dans la vie (Metailié), en Conductas de Riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), o en La sociología del rischio (Mimesis).

La gran depresión

Juan Carlos Volnovich*

Intervención en la presentación de la Revista Topia N°89, abril de 2020 (Realizada online a causa de la cuarentena obligatoria)

La Gran Depresión, fue una gran crisis financiera mundial que comenzó alrededor de 1929 y se extendió hasta finales de la década de los años treinta y principios de los cuarenta. Fue la depresión más larga en el tiempo, de mayor profundidad y la que afectó a mayor número de países en el siglo XX. Ha sido utilizada con frecuencia como ejemplo del deterioro de la economía a escala mundial.

La gran depresión tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, donde la inseguridad y la miseria se transmitieron como una epidemia.

Lo que vino después, ya lo sabemos: la política intervencionista de los EEUU, que se conoce como el new deal, permitió la recuperación económica de los EEUU a costa de los países subdesarrollados, pero también fue el contexto propicio para que las dificultades económicas de Alemania generaran la aparición del nacional-socialismo y la llegada de Hitler al poder.

Para este número de la Revista Topia, Depresión es el signo de un Era en la que “los imperativos del capitalismo tardío han llevado a la civilización toda a los límites mismos del colapso construyendo, al decir de Enrique Carpintero, un sujeto inhibido, un sujeto que al perder sus lugares identificatorios cae en la depresión.”

Si cuando queremos aludir a la economía de los años 30 hablamos de “la Gran Depresión” a sabiendas de los estragos que ocasionó en la subjetividad de la época -quién puede olvidar la ola de suicidios que desencadenó- tal vez deberíamos bautizar a la actual como la Mega Depresión.

Mega depresión porque, como nos dice Eduardo Grüner: “La multiplicación estadística de los diversos estados depresivos en determinados contextos sociales podría autorizar a pensar la depresión también, en un sentido amplio, como fenómeno de masas”,

 

Pero esta Mega depresión –este fenómeno de masas-- no nos autoriza a imaginar un mundo habitado solo por zombies, tristes, desganados y apesadumbrados. Luis Hornstein dice que “Muchos hombres deprimidos no son diagnosticados porque su actitud no consiste en recluirse en el silencio del abatimiento sino en el ruido de la violencia, el consumo de drogas o la adicción al trabajo”.

Los autores y las autoras que colaboran en este número antológico de la Revista abordan temas de gran actualidad que, en algunos casos, tienen una vigencia profética. Topía en la Clínica -por ejemplo- está dedicada a la asistencia a distancia; profundiza en lo que se ha convertido -a raíz del aislamiento- práctica cotidiana para muchos analistas.

Ricardo Carlino, Diana Tabacof y Silvia Di Biasi reflexionan acerca del dispositivo analítico que permite Internet mientras César Hazaki acomete contra el sexo tecnológico “esa parafernalia que no resuelve las incertidumbres del amor”.

Susana Toporosi, Carlos Barzani y Tom Máscolo se introducen en el abuso sexual infantil, la homosexualidad y los tratamientos hormonales para personas travestis y trans.

Mérito de los editores, cada página de la Revista, desborda en ideas incitantes y novedosas.

Este número de la Revista Topía fue gestado en un mundo y nació en otro. Fue gestado en papel y nació digital. Pasó de tener un precio en dinero, a tener un incalculable valor simbólico. Nació en medio de una pandemia que al tiempo que se ha encargado de desnudar el amplio grado de indefensión y vulnerabilidad de nuestra existencia, denuncia y descubre, pone en evidencia las características de un Sistema que en nombre de maximizar el capital ha destruido la naturaleza y ha precarizado hasta el límite las condiciones de vida y de muerte de la humanidad.

“Tal vez la imagen de la muerte sea el verdadero estadio del espejo humano. Dice Héctor Freire. Mirarse en un doble, y en lo visible inmediato (la imagen), ver también lo no visible (la muerte). Y la nada en sí.”

Nos dormimos en un mundo y nos despertamos en otro. Nos despertamos y transitamos una vigilia que es una pesadilla cuyo argumento es la inermidad y el desamparo en estado puro. El cuerpo, ese espesor corporal sede de una dramática subjetiva e intersubjetiva, social, vincular y política que describe Raquel Guido, se ha convertido en amenaza, en peligro mortal.

La distancia entre los cuerpos se ha impuesto como un acto de amor. La proximidad, el encuentro de los cuerpos, en riesgo letal. Prohibido tocarse; prohibido acercarse. Menos de dos metros de proximidad y recibo una puñalada. Un abrazo equivale a una granada. Un beso: a un exocet.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

Renunciar a reunirme con amigos se ha vuelto un gesto cariñoso. Por amor, ni mis hijos ni mis nietos me visitan.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

De repente, un bombardeo indetenible de información al abrir el primer ojo de la mañana, me llega por la tele. No paran de recordarme que soy de los primeros en las listas de la muerte. Población de riesgo se me hace un eufemismo para disimular la evidencia de que es conmigo la cosa. En ayunas, nomás, las noticias me sopapean con el augurio de la enfermedad y la muerte por asfixia en soledad, y las cifras de fallecidos, contagiados y recuperados a lo largo del mundo, se convierten en números que vuelan, adquieren formas fantasmales, terroríficas y se disuelven para dejarle el lugar al tsunami de cifras que se renuevan incansablemente. Confinado con los datos de finados que no cesan de abrumarme no llego ni al café de la mañana cuando me arrastro al balcón para obtener una imagen pura de la desolación urbana solo atravesada de vez en cuando por un cow boy.

La Muralla China dejó de ser el emblema de una fortaleza protectora. Mientras París, la “ciudad luz”, se convierte en destino oscuro y mortífero; en Londres no resisten ni los príncipes ni el primer Ministro y New York, aquella que le hizo cantar a Frank Sinatra I won´a wake up in a city that doesn´t sleep…new York, “la ciudad que nunca duerme”, solo despierta para cavar fosas comunes que tanto me hacen recordar a aquellas otras de los campos.

Mientras, el Papa no renuncia a un vano ritual en una Plaza de San Pedro tan vacía como vacía está la Meca y de Italia, ni canzonetas ni tarantelas: solo llegan aullidos desesperados.

En fin, que estamos aquí unidos por nuestros aislamientos para celebrar este número de Topía que será memorable. Es el resultado de un trabajo, de un trabajo en equipo hecho por psicoanalistas, corpoterapeutas, antropólogos que queremos el cambio o que, al menos, nos negamos a ser cómplices de este régimen de oprobio, compañeros que confiamos sin límites en el poder instituyente que dispara este mundo desgraciado.

“Si las masas no están sostenidas en una armazón crítica, en una voluntad de poder transformadora, -dice Grüner- cualquier intento de mantener a raya a la depresión, es un nuevo engaño”.

De modo tal que no se trata de visualizar la depresión ni de intentar suprimirla. “Historizar la depresión, la tristeza o el desgano -afirma Enrique- implica dejar que no sea solamente la droga la que atenúe sus efectos para pasar a analizar las causas que la provocan”

Durante tres décadas Topía se instaló como un referente, se convirtió en un espacio que resistió al colapso simbólico, al arrasamiento del pensamiento, a esa devastadora onda expansiva que en el campo de la cultura impuso la reconversión neoliberal de la economía mundial. Con la aparición de este número en medio de la Pandemia, Topía inscribe un hito definitivo en la producción del pensamiento crítico en épocas de catástrofe no solo para mostrarnos que otro mundo es posible sino, que otro mundo es inevitable porque éste ya no se aguanta más.

*Médico. Psicoanalista. Integra el comité científico del Foro de Psicoanálisis y Género de la APBA. Es miembro del Consejo de Asesores de la revista Topía.

jcvolnovich@gmail.com

Las epidemias no conocen fronteras,

la solidaridad tampoco debe conocerla

Entrevista a Antonino Infranca

Filósofo italiano. Se doctoró en filosofía en la Academia Húngara de Ciencias con una tesis sobre el concepto de trabajo en Lukács. Entre sus libros se destacan Trabajo, individuo, historia. El concepto de trabajo en Lukács y Los filósofos y sus mujeres, recientemente publicado como ebook por Topía.

¿Cómo vive usted en Europa este hecho inédito en el mundo desde hace más de un siglo?

Creo que la respuesta debe estar en dos niveles: uno personal y otro comunitario. En cuanto al nivel personal, en verdad no vivo mal este estado de excepción, porque tengo el privilegio de vivir en el campo y con una biblioteca de casi diez mil volúmenes y con una discreta conexión con el mundo exterior. Incluso, antes de la epidemia de coronavirus, viví mucho en casa para dedicarme a estudiar, leer y escribir. El único obstáculo para mi vida privada es calcular y racionalizar mis movimientos; después de todo, no es un gran problema. Desde el punto de vista de la comunidad, las dificultades son grandes y muy visibles. Además de las calles vacías, observamos el nivel de aceptación de las restricciones por parte de los italianos: la gran mayoría no sale de la casa, a excepción de la minoría habitual de “inteligentes” que intentan evadir ridículamente las reglas. Además, la abrumadora mayoría de los involucrados en la primera línea (médicos, enfermeras, agentes de la ley, trabajadores y trabajadores de bienes necesarios) realizan regularmente su trabajo y su servicio a la comunidad, de una forma verdaderamente admirable. Como siempre, los italianos muestran su valor real en un estado de excepción. Confundida es la reacción de la clase política, que, como es la tradición de la clase política italiana, es digna de la comedia italiana.

Desde su perspectiva teórica y profesional, ¿cuáles son sus efectos en la subjetividad de la población en los diferentes sectores sociales y en el tejido social y ecológico?

La subjetividad de la población italiana está muy afectada por la epidemia. La población está mostrando conciencia y responsabilidad por su papel dentro de la comunidad, respetando las reglas de aislamiento y exigiendo respeto por estas reglas. También crea conciencia de que menos tráfico de personas y bienes está mejorando las condiciones ambientales. Esta conciencia podría ser un buen punto de partida para futuras acciones políticas en el mantenimiento de esta mejora del medio ambiente.

¿Cuáles considera las problemáticas de salud mental por efecto de la pandemia y la necesaria cuarentena? ¿Qué formas de trabajo considera necesarias de implementar para esta situación?

Sin lugar a dudas, las tareas del hogar, donde sea posible, es la mejor medida para lidiar con el aislamiento necesario; lo que implica una completa capacidad de autogestión del trabajador, que en casa no tiene límites externos para su trabajo, pero debe poder encontrar dentro de sí mismo la disciplina correcta para un trabajo y una vida fuera del trabajo que valga la pena vivir. El otro aspecto a tratar estrictamente es la mayor atención a la salud de los trabajadores. Muchas infecciones en Italia han ocurrido en hospitales, incluido el personal de salud; por lo tanto, el trabajador debe tener mayor y completa seguridad en el lugar de trabajo Esta seguridad se logra no solo con los medios adecuados, sino también con un mayor empoderamiento de los trabajadores y un mayor respeto por los derechos laborales.

A partir de esta pandemia, ¿es posible pensar un antes y después en la cultura del capitalismo tardío sobre la relaciones sociales, laborales y políticas?

Sí, creo que los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud en su trabajo de la tarea al servicio de la comunidad. Será una tarea difícil, pero es posible explotarla política, económica y socialmente. Hay algunos signos, por ejemplo, en la actitud actual de los sindicatos para cerrar las fábricas, cuya producción no es necesaria para enfrentar la epidemia. Sin embargo, esta es una actitud respaldada por el trabajo continuo y reforzado de los trabajadores directamente involucrados en la lucha contra la epidemia. Las organizaciones de empresarios italianos están en contra, porque temen el perjuicio económico, aunque no les importa la salud de los trabajadores, por lo que muestran la cara inhumana del capitalismo a toda la sociedad civil.

Desde todo lo anterior ¿cómo piensa sus consecuencias a largo plazo en la mundialización capitalista?

La globalización debe ser repensada y reestructurada. Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad. La solidaridad tendrá que ser el próximo virus en propagarse por todo el mundo. Hasta ahora, Italia solo ha recibido ayuda de países no europeos, como China, Cuba y Rusia. La globalización continental no ha dado ninguna respuesta efectiva a la epidemia. Este es el ejemplo de la globalización capitalista. Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras.

Italia, marzo de 2020

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