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Capitalismo informacional y tecnopolítica:
tensiones y resistencias

Juan Ramos Martín

Introducción

Establecidas como una manera particular de relacionarse con la realidad por parte del individuo, las tecnologías hacen parte de la configuración estructural y política del ser humano. Pensadas como una ruptura parcial de la misma condición humana, en la que la interacción se configura de manera desequilibrada en términos de impactos actor-objeto, las tecnologías tienen un potencial dual en la sociedad moderna en el ejercicio y quiebre de los elementos de control y dominación que transgreden los términos de las relaciones construidas por los mismos sujetos.

En su papel dinamizador de las estructuras y ecologías sociales, la tecnología (Boyd y Crawford, 2012) no puede ser vista a priori ni como beneficiosa ni como perjudicial de forma inherente, pero en ninguna manera se constituye, tal y como muchos intentan afirmar, como una forma meramente neutral:

Technology’s interaction with the social ecology is such that technical developments frequently have environmental, social, and human consequences that go far beyond the immediate purposes of the technical devices and practices themselves. (Kranzberg, 1986, citado en Boyd y Crawford, 2012, p. 662)

Si pensamos históricamente en la tecnología de forma contextualizada, asociada en su desarrollo final al capitalismo —guiado siempre por una condición consustancial de imperialismo (Vercellone, 2000)—, el sometimiento del mundo extraeuropeo y la generación de una desigual división internacional del trabajo han sido dos de las características consustanciales al propio desarrollo tecnológico. Tales características rompen con la perspectiva inocua de una tecnología exógena a la construcción o retracción del espacio público, la política o la cultura, elementos para nada neutrales ante el desarrollo de nuevas ecologías de socialización, en cuanto se configuran a partir de los intereses propios de aquellos que ostentan el poder económico y, por tanto, los medios de producción.

En las nuevas formas de capitalismo, asociadas de forma más directa que nunca en la historia al desarrollo tecnológico, los límites ecológicos al crecimiento industrial y la profundización del imperialismo inherente al modelo de desarrollo han dado lugar a una nueva división internacional del trabajo basada en principios cognitivos e informacionales (Vercellone, 2000). Lo anterior a partir de una privatización parasitaria de lo común, en dirección sur-norte y periferia-centro, basada en la generación de acuerdos internacionales de propiedad intelectual (Khor, 2003) y servicios de la deuda, que casa con un desarrollo desigual del tejido infraestructural necesario para el intercambio de los nuevos bienes informacionales y tecnológicos.

El desarrollo preeminente de una esfera pública digital (Papacharissi, 2008) con lógicas de interacción cada vez más profundamente basadas en las relaciones humano-máquina —y no tanto humano-humano— en cuanto a la construcción del discurso político, el clima de opinión y los intereses públicos, los procesos de personalización de contenidos asociados a la ubicuidad de las formas de desinformación y la dependencia conspicua de gigantes empresariales centrados en la acumulación y el procesamiento de grandes volúmenes de información marcan con claridad las nuevas dinámicas de interacción pública entre los agentes que dominan la base y el desarrollo de los discursos que cubren los intereses y problemáticas presentes en las superestructuras. El control del relato se vuelve más crucial, si cabe, en el dominio de la creación de opiniones (Gutiérrez-Rubí, 2014), cada vez más cercano a las estrategias derivadas del marketing (personalización, posicionamiento).

No obstante, a pesar de la profundización y el robustecimiento de los lazos entre base y superestructuras, se presentan oportunidades para el desarrollo de nuevos esquemas de acción política a partir de la asociación actual entre tecnología y movilización cultural, social y política, que podríamos comprender como tecnopolítica (Treré y Barranquero, 2018). En la medida en que las tecnologías también acercan la posibilidad de involucrar nuevos actores que, de otra manera, nunca hubieran ejercido acción directa en el desarrollo de la decisión pública,

[u]na de las claves de por qué la tecnopolítica puede ser un factor de renovación política extraordinaria no radica sólo en la potencia tecnológica para hacer posible y más fácil la participación y la deliberación a gran escala, sino por la capacidad de reconvertir a los militantes, simpatizantes o votantes en activistas. (Gutiérrez-Rubí, 2014, p. 14)

Bajo esta tensión compleja, será importante revelar cuáles son las condiciones estructurales derivadas del capitalismo informacional que configuran y determinan los modelos de producción, uso y acción política de la información y la tecnología como base para una nueva cultura política; una cultura política que construya, más allá de condiciones hegemónicas (Gramsci, 1980) más férreas, posibilidades de contrahegemonía en la generación de resistencias tecnopolíticas capaces de cuestionar el modelo de capital dominante.

Para ello, este capítulo desarrollará un primer apartado acerca de las bases estructurales del nuevo estadio de capitalismo informacional para, en un segundo y tercer apartados, reflexionar sobre las condiciones de determinación de las nuevas formas de acumulación entre las condiciones materiales de producción y la construcción de conocimiento, cultura e identidad en torno a dichas reconfiguraciones tecnológicas e informacionales. Finalmente, el texto concluye con una serie de necesidades identificadas en la reinterpretación de las formas de resistencia tecnopolítica, en el establecimiento de condiciones propias para la construcción de ontologías de movilización congruentes con la perspectiva co-constitutiva de las nuevas lógicas de producción y sus procesos de resistencia.

Capitalismo e información: bases de un modelo de capital ficticio/especulativo y fallos del mercado

El nuevo estadio capitalista, basado en una concepción informacional-tecnologicista de las relaciones de producción y consumo, despliega unas condiciones de desigualdad de base hasta ahora desconocidas en la historia del sistema-mundo (Wallerstein, 2006). De igual forma que ocurre en los procesos de capitalismo actuales, esta concepción prioriza el desarrollo de capitales especulativos o capital ficticio (Marx, 1867-1883/2014) fuera de las fases reproductivas del capital industrial, basado en el sistema crediticio y de capitalización y cuya principal característica se centra en el procesamiento y conversión de la información como elemento de acumulación en la toma de decisiones de riesgo-beneficio (especulación) y no tanto en torno a la producción real de riqueza, elemento central de las fases del capitalismo clásico o industrial (Pacheco, 2006).

A su vez, la apuesta por el capital ficticio o especulativo se integra con procesos de inequidad. Desde la teoría económica y en la especificidad de intercambio y desarrollo de externalidades vinculada al sector de las industrias culturales, aquello se podría entender como un fallo de mercado conocido como información imperfecta (Stiglitz, 2002). Precisamente por la naturaleza del capital ficticio o especulativo, la necesidad de reducir las dinámicas de riesgo y la inexistencia de formas de regulación de la información como un bien público, con la información imperfecta el mercado fomenta el desarrollo de asimetrías entre principal y agente —en este caso, consumidores y productores-distribuidores de información—. En este intercambio desregulado, se producen situaciones de riesgo moral y selección adversa en condiciones de desigualdad de información. Es el agente el único que conoce de manera real los intereses y la intención de dicho intercambio.

De esta forma, la apuesta por el capital ficticio o especulativo desarrolla las condiciones preferenciales para un capitalismo monopolista —de igual forma que en el sistema financiero— en el desarrollo del capitalismo informacional. En esta fase —iniciada ya en el desarrollo de los mercados bursátiles en la segunda mitad del siglo XIX— el acaparamiento de información y su exclusividad constituyen la base de los procesos de acumulación y plusvalía.

Coincidente entonces con los cambios en el sistema productivo, en la apuesta de base generalizada por un modelo especulativo de acumulación y la entrada a una economía posfordista (Holloway, 2005), tecnocapitalista (Suárez-Villa, 2009), de capitalismo informacional (Fuchs, 2014) o de capitalismo cognitivo (Vercellone, 2000), el fortalecimiento del discurso digital (Fisher, 2010) o tecnodeterminista ha tenido como papel fundamental la legitimación de dicho sistema en torno a las bases estructurales del propio cambio tecnológico y sus supuestas bondades. Más específicamente, ha consagrado la generación de formas aparentes (Marx, 1867-1883/2014) que determinan límites culturales (Williams, 1973) contundentes a partir del ocultamiento de las relaciones, las estructuras y los procesos de dominación haciéndolos parecer, por el contrario, como si fueran formas de libertad auténtica y realización (Tapia, 2014).

Nada más lejos de la realidad. Nos encontramos ante otra de las mutaciones de un sistema, el del capitalismo neoliberal, que configura, en la medida en que se extinguen, nuevos nichos de acumulación (Harvey, 2007), desde la generación de discursos funcionalistas-desarrollistas que operan en la superficie de las superestructuras, pero que ocultan gran parte de las metamorfosis estructurales. Hoy, los discursos de la neutralidad y el acceso son las formas aparentes de nuevos procesos de estructuración capitalista, de ultraconcentración y desregulación asociados al colonialismo, a través de complejas formas de dominación basadas en la construcción de jerarquías de legitimación. Tales jerarquías no se dirigen tanto a la reinversión de la riqueza como a la maximización, la visibilidad y el impacto, a partir de dinámicas de convergencia y concentración de servicios y mercados, procesos de desregulación monopolística y la reducción consciente del conocimiento en valor informacional (Lopes, 2006). El impacto de dichas transformaciones se verá muy claramente en el sector de las industrias creativas, culturales y de la comunicación e información, principalmente en el abandono definitivo de sus funciones como servicio público.

La apuesta especulativa del capitalismo informacional, en cuanto sujeta a la paradoja del valor informacional identificada por Arrow (1962), se basa entonces en la exclusividad y la selección adversa. Aprovecha las condiciones de desigualdad generadas en la estructura sectorial de mercado con la generación de tendencias, dinámicas de posicionamiento y procesos de microtargeting que ayuden a consignar, de manera más efectiva, las condiciones de riesgo-beneficio para la apuesta por desarrollos productivos de los capitales que concentran el sector en la generación de ventajas competitivas (Lopes, 2006).

No obstante, los criterios de eficacia instituidos por el discurso tecnodeterminista muestran tan solo una comprensión parcial, estratégica (De Certeau, 1986), de los elementos de configuración legitimadora de las relaciones de poder en un mundo cada vez más tecnificado. Para una visión más compleja del fenómeno, será necesario comprender las condiciones actuales de determinación de dichas lógicas de construcción político-culturales.

Capitalismo, política y conocimiento: tecnología como herramienta o como proceso

La apuesta por la tecnología como elemento regulador del mercado y la información como principal producto en los procesos de acumulación especulativa, así como su papel en los procesos de reconfiguración de las condiciones de desigualdad estructural, surgen de la tensión diacrónica entre la comprensión tecnológica y la construcción de la cultura y el conocimiento en las sociedades occidentales protocapitalistas. En torno a una relación compleja (Williams, 1973), cuya base establece formas de mediación cultural que influyen en la configuración final de las condiciones superestructurales que operan como elementos legitimadores de una forma específica de relacionamiento y gestión económica entre relaciones y fuerzas de producción, resultan elementos de determinación de los límites de la propia comprensión tecnológica.

Pensadas desde la lógica del marxismo cultural (Williams, 1973), estas condiciones se irán configurando y reconfigurando a lo largo de la historia, a partir de procesos de relacionamiento que exaltan y ocultan diferentes características que influirán en la forma discursiva hegemónica como elementos legitimadores de las diferentes relaciones de producción establecidas.

Así, en un primer momento, la visión de la tecnología como única relación despolitizada con la realidad y la sociedad surge —en términos avanzados por Winner (1997)— de la desconfianza contra el elemento tecnológico de los filósofos griegos de la escuela clásica o conservadora, tales como Platón y, en menor medida, Aristóteles, quienes configuraban la techné como un elemento disruptor y corruptor de la virtù del ser humano (Maquiavelo, 1971), en oposición a la episteme. A propósito de la separación entre técnica y sabiduría, se comprende el elemento tecnológico como una forma ajena a la capacidad consciente y abstracta que elimina la materialidad presente en la técnica y a los límites establecidos por esta, argumentos que, parcialmente, serán luego recogidos también por la escuela pragmática.

De manera contradictoria —aunque, a su vez, complementaria—, la apuesta por la tecnología asociada al desarrollo del conocimiento se puede rastrear a partir de la difusión de la ética protoburguesa o ética protestante de Weber (1920/1991) y la apuesta por la acumulación como elemento social de legitimación del lugar representado por el individuo en el esquema social de poder-obediencia. A mayor capacidad de producción, distribución y consumo, mejores condiciones para la generación de nuevo conocimiento diferenciado, sin tener en cuenta las propias condiciones de producción.

Precisamente en la tensión generada entre la desconfianza (asepsis) y la confianza (acumulación) en el hecho tecnológico como regulador del marco de las relaciones de producción surge la idea de una tecnología neutra y orientada al desarrollo de los procesos productivos y, por tanto, sublime y deseable.

Distanciándose de dicho argumento funcionalista y apoyado en una lectura desde la escuela pragmática de los textos de Hannah Arendt (2009), Richard Sennett (2009) asume el hecho tecnológico como eminentemente político, y anima a que en el “ámbito público la gente debería decidir, a través del debate, qué tecnologías habría que estimular y cuáles debieran reprimirse” (p. 10). Pero, en este caso, Sennett no separa producción y pensamiento, tal y como lo haría la filósofa alemana en su primera etapa, sino que los considera procesos conjuntos, en los que la producción debe ser comprendida en cuanto generación de curiosidad y conocimiento, vindicando la técnica como un proceso cultural de autorrealización.

Surge entonces el concepto de artesanía (Sennett, 2009) como un impulso humano asociado a la excelencia en el proceso, el simple deseo de realizar una tarea de la mejor manera posible. Dicho ejercicio, en la mayoría de las ocasiones, resulta perjudicado por la intervención de patrones objetivos en el término de su proceso, en donde se vincula la posibilidad del conocimiento y la producción a las propias condiciones materiales y sociopolíticas que influyen en la toma de decisiones por parte del trabajador material. La ambigüedad asociada al proceso es una característica tan humana como política.

Artesanía, tecnología y conocimiento son parte de un mismo proceso cultural asociado a las condiciones materiales de producción y pensamiento. En tal proceso, la relación que se establecerá entre cualquiera de las dos primeras y el producto final (conocimiento) configurará las condiciones de construcción de una cultura política capaz de generar y cuestionar las diferentes relaciones de producción. Así, la apuesta por la tecnología como delimitadora de los procesos de construcción del conocimiento comienza a ser capitalizada por los modelos de desarrollo capitalista, mientras la concepción artesana guardará un eminente espacio para los procesos de resistencia y lucha contrahegemónica frente a los procesos de hegemonía tecnológica: es decir, la resistencia tecnopolítica.

Perdiendo por un momento la perspectiva política y asumiendo un desarrollo neutral, tal y como pretenden los esquemas de racionalidad tecnológica (Fuchs, 2016), los actuales procesos de acumulación y masificación informacional abordan, desde el terreno del fetichismo tecnológico (Anders, 2016), un profundo proceso de reificación tecnológica que abarcaría, al menos, tres etapas principales en la reconfiguración de las dinámicas de interacción humano-máquina:

• Pérdida del control humano de los medios de producción.

• Vergüenza asociada a la ausencia de pertenencia.

• Sentimiento de inferioridad ante la máquina, autodegradación frente a lo construido.

Estas tres características, constituidas a partir de la mediación de procesos estructurales de capitalización, mercantilización y masificación monopolista del desarrollo tecnológico, entroncan desde la actualidad con la crítica histórica al hecho tecnológico como determinante de los límites de base en el desarrollo del capitalismo industrial. Desde un punto de vista tecnopesimista, ya Marx (1867-1883/2014) apuntaba a que el auge del capitalismo estaría apoyado en las máquinas para la explotación, con el fin último de la profundización de los procesos de acumulación de capital por parte de los dueños de los medios de producción. En ese sentido, el optimismo tecnológico de las masas se asumiría como un nuevo proceso de creación de falsa conciencia, pero a su vez de falsa acción.

Al no asumir el desarrollo tecnológico como un proceso político vinculado a las condiciones de la cultura y el pensamiento, los trabajadores perderían la capacidad de intervención en el desarrollo material de las condiciones de producción (la robotización del trabajador material). En consecuencia, se volvería a la dialéctica animal laborans vs. homo faber (Arendt, 2009), en la que el primero supedita de forma acrítica el desarrollo de sus acciones a la toma de decisiones del segundo y se generan condiciones propicias para la asimetría informacional que configura los nuevos estadios del capitalismo informacional.

En otras palabras, la ideología tecnodeterminista se convierte en una forma de involución histórica en la que el fetichismo de las mercancías produce una alienación no solo asociada a la falta de control, a la ceguera o a la indiferencia, sino a la falta de amor hacia los aparatos que son precisamente usados para el control, la dominación y la explotación de los propios trabajadores que los producen. En este sentido, la base y las superestructuras entablan una relación co-constitutiva de necesidad en la construcción misma de los determinantes, tanto materiales como discursivos, en torno a los cuales la tecnología se constituirá como elemento central de los procesos de producción. En definitiva, no solo se determina el control de los medios y las fuerzas de producción, sino de las relaciones de producción, inamovibles y, sin embargo, mediadas por el control y la tenencia de la información —desde la paradoja de su valor (Arrow, 1962)— como elemento de acumulación de capital especulativo.

Capitalismo y big data: determinación, mediación y lucha

En palabras de Anders (1980), en sociedades contradictorias será común encontrar tecnologías contradictorias que tienen efectos contradictorios en las sociedades y que no podrán ser del todo predichos. En el caso del big data y sus supuestos beneficios, no se puede olvidar que los problemas sociales que pretende resolver están arraigados a las propias estructuras de poder que, en gran medida, los configuran. Numerosos ejemplos en el desarrollo de nuevas formas de inteligencia artificial y la reproducción de patrones de prejuicio social o injerencia política muestran la importancia del código tecnológico (Feenberg, 2005) en los procesos de interacción humano-máquina.

Como gran masa de información informe y desorganizada, el big data no ofrece formas de explicación propias (Boyd y Crawford, 2012). Además, existen problemas de errores no buscados o vínculos de apofenia que confirman que, extraídos del contexto, los datos pierden valor y significado o, en la mayor parte de los casos, dicho valor y significado se adaptan de forma consciente a las necesidades que marcan las fuerzas que regulan cualquier sistema social (Lessig, 1999); más concretamente, se hace referencia a las ecologías informacionales y de datos impuestas de forma global, tales como el mercado (capitalismo informacional), la regulación (desregulación), la sociología (banalización del uso) y el diseño (código tecnológico).

Precisamente, para el análisis de dichas relaciones, los estudios críticos marxistas sobre digitalización y ecología de la información han constituido un esquema propio (Fuchs, 2014). En particular, han centrado su mirada en el desarrollo concreto de los procesos de acumulación de capital, las relaciones de clase y las formas de dominación e ideología, así como en las luchas contra el orden dominante y los medios de los movimientos sociales en apoyo al establecimiento de una sociedad democrática basada en la capacidad de constituir communication commons como parte de estructuras de propiedad comunal de los medios de producción.

En el entorno de los estudios críticos sobre capitalismo informacional, la información y la tecnología son vistas entonces como elementos sujetos al control de los dueños del capital. Pero no solo de las fuerzas de producción, sino también, y muy especialmente, del sostenimiento de las relaciones de producción, capaces de construir, dentro de un esquema determinista, elementos de efectividad y control en el desarrollo del capitalismo avanzado a partir de la transformación de los medios y las fuerzas productivas (Fuchs, 2014). La democratización suscrita en el esquema capitalista de la comprensión tecnológica en su relación con la sociedad queda por tanto inserta en el control de las relaciones de producción y no tanto de la riqueza o las fuerzas de producción. La autonomía operacional a la que se refiere Feenberg (2005) reconfigura de nuevo las relaciones de producción dentro del mismo desarrollo capitalista y desplaza la autonomía del trabajo, del artesano, hacia la autonomía del gerente, el encargado de construir las mismas relaciones de producción. La racionalidad tecnológica (Fuchs, 2017) asumida por las ecologías informacionales centra su gestión en “elementos de pensamiento que ajustan las reglas del pensamiento a las reglas del control y la dominación” (Marcuse, 1964, citado en Fuchs, 2017, p. 69), cuyo fin último consistirá en eliminar cualquier elemento de racionalidad opuesta o trascendente.

En los procesos de gestión de la información como elementos centrales de la mediación entre base y superestructuras (Williams, 1973), desde un acercamiento a la teoría instrumental, la tecnología inherente al procesamiento de los datos cumple dos procesos asumidos desde su concepción capitalista como elemento de respuesta a un conflicto social o de intereses: los objetos son descontextualizados y analizados desde las perspectivas de control de los actores para, en un segundo nivel, introducirlos en dispositivos o sistemas diseñados a partir de la simplificación e interacción dirigida en el entorno de un proceso dialéctico en el que, por muy aséptica que fuese la deconstrucción inicial, se adhieren elementos sociopolíticos en el momento mismo de su ontología. La fase de diseño implica, a su vez, el reconocimiento de sus oportunidades. En ese sentido, el papel que desempeñan el control y la evolución de las infraestructuras, así como la dirección de los procesos de transferencia, en la construcción y la profundización de desigualdades y formas de discriminación a partir de la asimilación de formas de dominación tecnológica son hechos ya avanzados, entre otros, por la teoría crítica latinoamericana (Beltrán, 1970; Mattelart y Smuchler, 1983; Herrera, 1973).

No se trata, por tanto, de procesos novedosos de determinación. En la configuración final de la dominación impersonal inherente (Marx, 1867-1883/2014), las tecnologías como mitología (Barthes, 2008) siempre han sido pantalla funcional para los cambios más profundos a nivel estructural (Marvin, 1988). Desde los inicios de las comunicaciones eléctricas, pasando por las teorías de efectos de los años 1920 y el estudio del impacto de las TIC a partir de los años 1970, los enfoques deterministas han predominado en la investigación social sobre tecnologías (Lievrouw, 2014), a las cuales les han otorgado un poder predeterminado, y se han centrado tan solo en la influencia de estas sobre el devenir social, obviando los procesos de configuración, estructura y organización presentes en su construcción.

En los actuales procesos de gestión y procesamiento, la reificación final es aquella en la que la superioridad asumida (Anders, 1980; 2016) hacia las tecnologías desarrolla las personalidades del propio individuo, mientras se construyen nuevos nichos de explotación y producción basados en lógicas especulativas. En otras palabras, se convierte al usuario y consumidor en el perfecto trabajador que produce, por un lado, datos como mercancía que puede entrar al mercado especulativo de lo sublime digital (Mosco, 2004), a partir de los llamados procesos de personalización de contenidos, y por otro lado, tiempo de ocio transformado en fuerza de trabajo, a partir de su venta a las empresas de publicidad y propaganda.

Más allá de la cosificación del individuo, en el ámbito superestructural, las supuestas libertades ampliadas de expresión y asociación que trae inscrito el desarrollo del acceso a internet como nuevo modelo de espacio público, tal y como ocurría en los sistemas mediáticos tradicionales, son derivadas de la profundización en los modelos de hiperconcentración y “están limitadas por condiciones desiguales de acceso y por la dominación de visibilidad y de atención por parte de grandes organizaciones económicas y políticas” (Fuchs, 2017, p. 78). Estos procesos de fetichización requieren, según Anders (2016), de formas de banalización en los que la relación entre el individuo y su entorno se convierte en unidireccional; en donde, por ejemplo, el uso pragmático del inglés a la hora de desarrollar lenguajes de programación, comentarios y conversaciones, elimina imperativos elementos de potencia, en la medida en que centra su discurso a partir de los procesos gramaticales y semánticos de un idioma concreto, un código tecnológico (Feenberg, 2005) propio que se asimila a los procesos de soberanía, imperialismo y dominación tecnológica del mundo y produce tanto una desincorporación de elementos propios como una reificación de los procesos locales de organización, debate y puesta en acción.

No obstante, a partir de las mismas décadas de 1970 y 1980, se puede rastrear también el surgimiento de un enfoque crítico acerca de la propia ontología tecnológica. Un enfoque que cuestiona las ontologías (Woolgar y Pawluch, 2004) o los límites (Star y Griesemer, 1989) determinados y deriva perspectivas más integrales, como la referente a la construcción social de la tecnología (Pinch y Bijker, 1984) y el estudio de sus resistencias, algo que también se deja sentir, incluso antes, en el contexto latinoamericano (Mattelart y Schmucler, 1983; Herrera, 1973; Beltrán, 1970).

Desde una crítica a la economía política de la información y la tecnología, tomando en cuenta la noción de Fuchs (2014) de capitalismo informacional, podemos convenir en que las nuevas configuraciones sociales y productivas en torno al capital sujeto a la información —al igual que ocurría en estadios anteriores del capitalismo, como el capitalismo industrial— se mueven en una dialéctica en la que las fuerzas de producción se tornan informacionales, mientras las relaciones de producción profundizan su carácter capitalista, invariablemente desde el siglo XIX en adelante. Esto es, la nueva división internacional del trabajo obliga, desde las necesidades de las fuerzas de producción informacionales, la profundización de los esquemas capitalistas e imperialistas en torno al extractivismo material, cognitivo y simbólico de las materias primas y de los saberes —en flujo sur-norte y periferia-centro— para su procesamiento y comercialización.

Más allá de los estudios críticos de base marxista, algunos autores proponen, además, problemas de foco a partir de la mistificación de los procesos tecnológicos en la confrontación de procesos hegemónicos/contrahegemónicos, centrados en la fetichización, la inescrutabilidad, el control y acceso y el desarrollo de la regulación. Aquello termina por ocultar la ontología colonial (Ali, 2017) constitutiva del propio sistema; por acallar su carácter racista, patriarcal y discriminatorio (Davis et al., 2020); por ignorar las consideraciones bio- y geopolíticas de la construcción del conocimiento; por alejarse de la dialéctica utópica/distópica; por circunscribir las brechas y plusvalías digitales y de datos en procesos de división colonial; por sostener procesos de enlace entre el colonialismo de datos y la tierra/territorio, los pueblos y los recursos materiales (Mejías y Couldry, 2019; Gudynas, 2017; Lander, 2004), también en términos cultural/discursivos, en la reconfiguración de las dinámicas del trabajo (Lopes, 2006).

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