Una Promesa De Gloria

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Из серии: El Anillo del Hechicero #5
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Читает Fabio Arciniegas
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Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller #1: DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1: TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de fantasía épica, bestseller #1: EL ANILLO DEL HECHICERO, que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa, y la traducción de los libros está disponible en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos gratuitos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter, y ¡mantenerse en contacto!

Algunas Opiniones Acerca de las Obras de Morgan Rice

“EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERER’S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepciones y traiciones. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad.   Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía”.

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

“Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer”.

–-Black Lagoon Reviews (acerca de Turned)

“Es una historia ideal para lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante… Innovador y singular. La saga se centra alrededor de una chica… ¡una chica extraordinaria!  Es fácil de leer, pero con un ritmo sumamente rápido…  Clasificación PG (Guía Paternal)”.

–-The Romance Reviews (acerca de Turned)

“Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio.   No hay un momento aburrido”.

–-Paranormal Romance Guild (con respecto a Turned)

“Lleno de acción, romance, aventura y suspenso.   Ponga sus manos en él y vuelva a enamorarse”.

–-vampirebooksite.com (con respecto a Turned)

“Tiene una trama estupenda y este libro en particular, le costará dejar de leer en la noche.  El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue”.

–-The Dallas Examiner (referente a Loved)

“Es un libro equiparable a TWILIGHT y DIARIO DE UN VAMPIRO (VAMPIRE DIARIES), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página!  Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!”.

–-Vampirebooksite.com (con respecto a Turned)

“Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía.   El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto”.

–-Reseñas de The Romance Reviews (con respecto a Loved)

"Una fantasía animada que entreteje elementos de misterio e intriga en la historia. La Senda de los Héroes trata acerca del valor y sobre la realización de un propósito de vida que conduce al crecimiento, la madurez y la excelencia… Para los que buscan aventuras de ficción sustanciosa, los protagonistas, los mecanismos y la acción proporcionan un conjunto vigoroso de encuentros que se centran en la evolución de Thor de ser un niño soñador a un adulto joven que enfrenta a situaciones imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una saga épica para adultos jóvenes".

– Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)

Libros de Morgan Rice 
EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING)
LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) – (Libro #1)
LA MARCHA DE LOS REYES (A MARCH OF KINGS) – (Libro #2)
EL DESTINO DE LOS DRAGONES (A FATE OF DRAGONS) (Libro #3)
EL GRITO DE HONOR (A CRY OF HONOR) (Libro #4)
UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) (Libro #5)
UN DEBER DE VALOR (A CHARGE OF VALOR)  (Libro #6)
UN GRITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) (Libro #7)
UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS)  (Libro #8)
UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS)  (Libro #9)
UN MAR DE ESCUDOS (A SEA OF SHIELDS) (Libro #10)
UN REINADO DE HIERRO (A REIGN OF STEEL) (Libro #11)
UNA TIERRA DE FUEGO (A LAND OF FIRE) –  (Libro #12)
EL DECRETO DE LAS REINAS (A RULE OF QUEENS) –  (Libro #13)
LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY)
ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (SLAVERSUNNERS) –  (Libro #1)
ARENA DOS (ARENA TWO) – (Libro #2)
DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS)
TRANSFORMACIÓN (TURNED) (Libro #1)
AMORES (LOVED)  (Libro #2)
TRAICIÓN (BETRAYED) – (Libro #3)
DESTINADO (DESTINED) (Libro #4)
DESEO (DESIRED) (Libro #5)
PROMETIDO (BETROTHED) (Libro #6)
PROMESA (VOWED) (Libro #7)
ENCUENTRO (FOUND) (Libro #8)
RESURRECCIÓN (RESURRECTED) (Libro #9)
ANSIAS (CRAVED) (Libro #10)
DESTINO (FATED) (Libro #11)
Escuche la saga de “EL ANILLO DEL HECHICERO) THE SORCERER’S RING en formato de ¡audio libro!

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Derechos Reservados © 2013 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia.  Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.

Imagen de la cubierta: Derechos Reservados, Unholy Vault Designs, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.

"Todos aman a la vida, pero el hombre honrado ama más el honor que la vida".

—William Shakespeare
Troilo y Crésida


CAPÍTULO UNO

Andrónico cabalgó orgullosamente por el centro de la ciudad real de McCloud, flanqueado por cientos de sus generales y arrastrando detrás de él su posesión más preciada: Al Rey McCloud. Despojado de su armadura, medio desnudo, con su cuerpo peludo con rollos de grasa, al rey McCloud lo ataron con cuerdas y lo pusieron en la parte posterior de la silla de montar de  Andrónico con una larga cuerda que rodeaba sus muñecas.

Mientras Andrónico montaba lentamente, deleitándose con su triunfo, arrastró a McCloud a través de las calles, sobre la tierra y las piedras, agitando una nube de polvo. La gente de McCloud se reunió y miraron boquiabiertos. Él podía oír a McCloud clamando a gritos, retorciéndose, mientras lo hacía desfilar por las calles de su ciudad. Andrónico sonreía. Los rostros de la gente de McCloud estaban arrugados de miedo. Aquí estaba su antiguo rey, ahora era el más humilde de los esclavos. Fue uno de los mejores días que Andrónico podía recordar.

 

Andrónico estaba sorprendido de lo fácil que había sido tomar la ciudad de McCloud. Parecía como si los hombres de McCloud se hubieran desmoralizado antes de que el ataque hubiera comenzado siquiera. Los hombres de Andrónico los habían conquistado en el resplandor de un rayo; sus miles de soldados se abalanzaban, siendo mayoría ante los pocos soldados que se atrevían a defenderse y arremolinaron la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. Deben haberse dado cuenta de que no tenía caso resistirse. Todos habían depuesto sus armas suponiendo que, si se rendían, Andrónico los apresaría.

Pero ellos no conocían al gran Andrónico. Detestaba la rendición. Él no tomaba prisioneros y deponer sus armas hacía todo más fácil para él.

En las calles de la ciudad de McCloud corría sangre, mientras los hombres de Andrónico llenaban cada callejón, cada calle, matando a todos los hombres que podían encontrar. A las mujeres y niños que había tomado como esclavos, como lo hacía siempre. Las casas que saquearon, una a la vez.

Mientras Andrónico cabalgaba lentamente por las calles, inspeccionando su triunfo, veía cadáveres por todas partes; los despojos de la guerra amontonados, los hogares destruidos. Se volvió y asintió con la cabeza a uno de sus generales, e inmediatamente el general elevó a lo alto una antorcha, hizo una señal a sus hombres, y cientos de ellos se diseminaron por toda la ciudad, prendiendo fuego a los techos de paja. Las llamas se levantaron a su alrededor, hacia el cielo, y Andrónico ya comenzaba a sentir el calor desde ahí.

"¡NO!". McCloud gritó, revolcándose en el suelo.

Andrónico sonrió más ampliamente y aceleró su ritmo, dirigiéndose hacia una roca particularmente grande; hubo un golpe satisfactorio, y sabía que el cuerpo de McCloud había cabalgado sobre ella.

Andrónico sintió gran satisfacción al ver arder esta ciudad. Como había hecho en cada ciudad que había conquistado en su Imperio, primero arrasaría la ciudad por completo, y después la volvería a construir, con sus propios hombres, con sus propios generales, su propio Imperio. Era su forma de actuar. No quería ningún rastro de lo antiguo. Estaba construyendo un mundo nuevo. El mundo de Andrónico.

El Anillo, el Anillo sagrado que habían evadido todos sus antepasados, era ahora su territorio. Apenas podía creerlo. Respiró profundamente, pensando en cuán grande era él. Muy pronto, cruzaría la Zona Montañosa y conquistaría también la otra mitad del Anillo. Entonces no habría ningún lugar del planeta que su pie no habría pisado.

Andrónico subió a la imponente estatua de McCloud, en la Plaza de la ciudad y se detuvo ante ella. Estaba ahí como un santuario, con sus quince metros de altura, hecha de mármol. Mostraba una versión de McCloud que Andrónico no reconocía – un McCloud joven, en forma, musculoso, blandiendo una espada con orgullo. Era egocéntrico. Por eso, Andrónico lo admiraba. Una parte de él quería llevarse la estatua de vuelta a casa, instalarla en su palacio como un trofeo.

Pero otra parte de él se sentía a disgusto con ella. Sin pensarlo, bajó la mano, sacó su honda – tres veces mayor que la de cualquier ser humano, lo suficientemente grande para sostener  una piedra del tamaño de una pequeña roca – la jaló hacia atrás y la lanzó con todas sus fuerzas.

La pequeña roca voló por el aire y pegó en la cabeza de la estatua. La cabeza de mármol de McCloud se hizo pedazos, haciendo explotar el cuerpo. Andrónico entonces soltó un grito, levantó su mayal de dos manos, lo cargó y lo lanzó con todas sus fuerzas.

Andrónico rompió el torso de la estatua y el mármol se vino abajo, entonces se estrelló en el suelo, rompiéndose con un gran ruido. Andrónico dio vuelta a su caballo y se aseguró, mientras cabalgaba, de que el cuerpo de McCloud fuera raspado sobre los fragmentos.

"¡Pagarás por eso!", gritó débilmente un agonizante McCloud.

Andrónico rió. Había encontrado a muchos seres humanos en su vida, pero éste podría ser el más patético.

"¿La pagaré?". gritó Andrónico.

McCloud era demasiado testarudo; no apreciaba el poder del gran Andrónico. Se le tenía que enseñar, de una vez por todas.

Andrónico analizó la ciudad, y sus ojos se fijaron en lo que sin duda era el castillo de McCloud. Pateó a su caballo y se fue a galope, sus hombres iban detrás de él, mientras arrastraba a McCloud por el patio polvoriento.

Andrónico subió docenas de escalones de mármol, con el cuerpo de McCloud haciendo ruido por los golpazos que recibía, gritando y gimiendo con cada paso, y luego continuó avanzando, hasta la entrada de mármol. Los hombres de Andrónico ya estaban haciendo guardia en las entradas; a sus pies estaban los cadáveres sangrientos de los ex guardias de McCloud. Andrónico sonrió con satisfacción al ver que ya todos los rincones de la ciudad eran suyos.

Andrónico continuó cabalgando, a través de las puertas del gran castillo, dentro de un corredor de altísimos techos abovedados, todos hechos de mármol. Se maravilló ante la desmesura de este rey McCloud. Era obvio que no había reparado en gastos para complacerse a sí mismo.

Ahora su día había llegado. Andrónico continuó cabalgando con sus hombres por los amplios corredores, las pezuñas de los caballos haciendo eco de las paredes, a lo que claramente era la sala del trono de McCloud. Atravesó las puertas de roble y fue directo al centro de la sala, un trono insultante, hecho a mano, de oro, en el centro de la cámara.

Andrónico desmontó, lentamente subió los escalones oro y se sentó en él.

Respiró profundamente mientras se volvía y miraba a sus hombres, a sus docenas de generales sentados a caballo, a la espera de sus órdenes. Miró al ensangrentado McCloud, aún atado a su caballo, gimiendo. Observó esa habitación, examinó las paredes, las banderas, la armadura, el armamento. Miró la elaboración de ese trono y lo admiró. Estaba consideraba derretirlo, o tal vez llevárselo para sí mismo. Tal vez se lo daría a uno de sus generales de menor rango.

Por supuesto, ese trono no era nada comparado con el trono de Andrónico, el trono más grande de todos los reinos, que había tomado a veinte obreros, cuarenta años para construirlo. La construcción había comenzado en la época de su padre y se había terminado  el día en que Andrónico había asesinado a su propio padre. Había sido el momento perfecto.

Andrónico miró con desprecio a McCloud, ese ser humano patético y se preguntó cuál sería la mejor forma para hacerlo sufrir. Analizó la forma y el tamaño de su cráneo y decidió que le gustaría encogerlo y ponerlo en su collar, con las otras cabezas encogidas que tenía alrededor de su cuello. Pero Andrónico se daba cuenta de que antes de matarlo, necesitaría algún tiempo para quitar volumen de su cara, de sus pómulos, para que se viera mejor alrededor de su cuello. No quería una cara regordeta  rechoncha que arruinara la estética de su collar. Lo dejaría vivo durante algún tiempo y mientras tanto, lo torturaría. Sonrió para sí mismo. Sí, era un plan muy bueno.

"Tráiganmelo", ordenó Andrónico a uno de sus generales, con su antiguo y ronco gruñido.

El general saltó sin dudarlo un instante, corrió hacia McCloud, cortó la cuerda y arrastró el cuerpo sangriento a través del suelo, manchándolo de rojo mientras se acercaba. Lo dejó ante los pies de Andrónico.

"¡No te saldrás con la tuya!", murmuró McCloud, débilmente.

Andrónico meneó la cabeza; este humano nunca aprendería.

"Aquí estoy, sentado en tu trono", dijo Andrónico. "Y estás tú, tirado a mis pies. Debo pensar que es seguro decir que puedo hacer lo que me dé la gana. Y ya lo hice”.

McCloud yacía ahí, gimiendo y retorciéndose.

"Lo primero que tengo planeado hacer", dijo Andrónico, "será obligarte a rendir pleitesía a tu nuevo rey y amo. Acércate a mí ahora y ten el honor de ser el primero que se arrodille delante de mí en mi nuevo reino, el primero en besar mi mano y en llamarme rey de lo que fue una vez el lado McCloud del Anillo”.

McCloud miró hacia arriba y a gatas se mofó de Andrónico

"¡Nunca!", dijo él y se dio vuelta y escupió en el suelo.

Andrónico se reclinó y rió. Sinceramente disfrutaba eso. No había conocido a un humano tan voluntarioso desde hacía bastante tiempo.

Andrónico se dio la vuelta y asintió con la cabeza, y uno de sus hombres sujetó a McCloud por detrás, mientras que otro se le acercó y le sostuvo la cabeza para que no la moviera. Un tercero se acercó con una navaja larga. Mientras se acercaba, McCloud se desplomó de miedo.

"¿Qué haces?", preguntó McCloud con pánico, con voz varias octavas más arriba.

El hombre se agachó y rápidamente afeitó la mitad de la barba de McCloud. McCloud levantó la mirada, claramente desconcertado de que el hombre no lo hubiera lastimado.

Andrónico asintió con la cabeza, y otro hombre dio un paso adelante con un largo atizador, en cuyo extremo estaba tallado en hierro el emblema del Reino de Andrónico – un león con un pájaro en su pico. Brillaba en  color naranja, ardiendo, y mientras los demás mantenían agachado a McCloud, el hombre bajó el atizador hacia su ahora descubierta mejilla.

"¡NO!". McCloud chilló, al darse cuenta.

Pero ya era demasiado tarde.

Se oyó un grito terrible a través del aire, acompañado de un silbido y el olor a carne quemada. Andrónico vio con alegría cómo el atizador quemaba más y más profundamente la mejilla de McCloud. El silbido creció más fuerte, los gritos eran casi intolerables.

Finalmente, después de unos diez segundos, tiraron a McCloud.

McCloud se desplomó al suelo, inconsciente, babeando, mientras salía  humo desde la mitad de su rostro. Ahora portaba el emblema de Andrónico, quemado en su carne.

Andrónico se inclinó hacia adelante, miró hacia abajo al inconsciente McCloud y admiró la obra.

"Bienvenido al Imperio".

CAPÍTULO DOS

Erec estaba parado en la cima de la colina, en el borde del bosque y vio al  pequeño ejército acercarse, y su corazón enardeció. Había nacido para un día como éste. En algunas batallas, la línea era borrosa entre lo justo y lo injusto – pero no en este día. El Lord de Baluster había robado a su novia sin reparo, y había sido jactancioso y no sentía arrepentimiento. Se le había hecho consciente de su crimen, se le había sido dado la oportunidad de enmendar su error y se había negado a rectificarlo. Se había buscado su infortunio. Sus hombres debieron haber dejado las cosas así – sobre todo ahora que estaba muerto.

Pero ahí iban cabalgando, cientos de ellos, mercenarios a sueldo de ese Lord menor – todos empeñados en matar a Erec únicamente porque ese hombre les había pagado. Iban hacia él en su brillante armadura verde, y cuando se acercaron, soltaron un grito de guerra. Como si eso pudiera asustarlo.

Erec no tenía miedo. Había visto demasiadas batallas así. Si algo había aprendido en todos sus años de formación, era a nunca temer cuando luchaba del lado de los justos. Le habían enseñado que la justicia, no siempre  prevalecer— pero le daba a su portador la fuerza de diez hombres.

No era miedo lo que Erec sintió cuando vio a cientos de hombres acercándose, sabiendo que  probablemente moriría ese día. Era una expectativa. Le habían dado la oportunidad de morir en la forma más honorable, y eso era un regalo. Había hecho una promesa de gloria, y hoy, su promesa exigía el cumplimiento.

Erec sacó su espada y caminó hacia la ladera a pie, corriendo hacia el ejército mientras se dirigían hacia él. En este momento deseaba más que nunca tener a su fiel caballo, Warkfin, para acompañarlo en la batalla— pero tuvo una sensación de paz sabiendo que Warfkin llevaba a Alistair de regreso a Savaria, a la seguridad de la corte del Duque.

Mientras se acercaba a los soldados, a unos 15 metros de distancia, Erec tomó velocidad, corriendo hacia el caballero líder que estaba en el centro. Ellos no redujeron la velocidad, y tampoco él y se preparó para el enfrentamiento.

Erec sabía que tenía una ventaja: trescientos hombres no podían caber físicamente lo  suficientemente cerca para que todos atacaran a un hombre al mismo tiempo; él sabía de su entrenamiento que a lo sumo seis hombres a caballo podrían acercarse lo suficiente para atacar a un hombre a la vez. La manera en que Erec lo veía, eso significaba que sus posibilidades no eran trescientas en una – sino seis en una. Mientras pudiera acabar con los seis hombres delante de él en todo momento, tenía la oportunidad de ganar. Era sólo cuestión de si tenía la resistencia para lograrlo.

Mientras Erec bajaba por la colina, sacó de su cintura el arma que sabía que sería mejor: un mayal con una cadena de nueve metros de largo, en cuyo extremo había una bola con pinchos, de metal. Era un arma para poner una trampa en el camino – o para una situación justo como ésta.

 

Erec esperó hasta el último momento, hasta que el ejército no tuvo tiempo de reaccionar, luego giró el mayal por lo alto de la cabeza alta mayal y lo lanzó al otro lado del campo de batalla. Apuntó hacia un pequeño árbol, y la cadena con picos se extendió por el campo de batalla; mientras la pelota se envolvía alrededor de ella, Erec se enrolló y cayó al suelo, evitando las lanzas que estaban a punto de ser lanzadas hacia él, y sostuvo el mango con todas sus fuerzas.

Él lo tenía perfectamente calculado: no hubo tiempo para que el ejército reaccionara. Lo vieron en el último segundo y trataron de detener a sus caballos— pero iban demasiado rápido y no hubo tiempo.

Toda la línea del frente corrió hacia ella, la cadena con picos le cortó las patas a los caballos, haciendo que los jinetes cayeran de bruces hacia el suelo; los caballos cayeron encima de ellos. Docenas de ellos fueron aplastados en el caos.

Erec no tenía tiempo para estar orgulloso del daño que había hecho: otro flanco del ejército se dio vuelta y se dirigió hacia él con un grito de batalla, y Erec rodó a sus pies para enfrentarlos.

Mientras el caballero al mando levantaba una jabalina, Erec aprovechó la ventaja que tenía: él no tenía un caballo y no podía enfrentarse a esos hombres a su altura, pero ya que estaba abajo, le vendría bien hacer uso del suelo. Erec se lanzó al suelo repentinamente, enrollado, levantó su espada y cortó las patas del caballo del hombre. El caballo se desplomó y el soldado cayó de bruces antes de que tuviera oportunidad de soltar su arma.

Erec continuó rodando y logró evitar la estampida de las patas de los caballos alrededor de él, quienes tuvieron que separarse para evitar chocar con el caballo derribado. Muchos no lo lograron, tropezando con el animal muerto y docenas de caballos más se estrellaron en el suelo, levantando una nube de polvo y provocando un estancamiento entre el ejército.

Era exactamente lo que Erec había esperado: polvo y confusión, docenas más cayendo al suelo.

Erec se puso de pie de un salto, levantó su espada y bloqueó una espada que iba a caer sobre su cabeza. Se giró y bloqueó una jabalina, después una lanza, luego un hacha. Se defendió de los golpes que le llovían desde todos los ángulos, pero sabía que no podría aguantar así mucho tiempo. Tenía que atacar si quería tener alguna oportunidad.

Erec rodó, se arrodilló y lanzó su espada como si se tratara de una lanza. Voló por el aire y llegó hasta el pecho de su atacante más cercano; sus ojos se abrieron de par en par y cayó de su caballo hacia un lado, muerto.

Erec aprovechó la oportunidad para saltar sobre el caballo del hombre, arrebatando el mayal de sus manos antes de que muriera. Era un buen mayal y Erec le había elegido por esa razón; tenía un mango plateado largo y adornado y una cadena de un metro veinte centímetros, con tres bolas con pinchos en la punta. Erec retrocedió y le dio vueltas por  encima de la cabeza, golpeando las armas de las manos de varios oponentes a la vez; después volvió a darle vueltas y los derribó de sus caballos.

Erec observó el campo de batalla y vio que había hecho un daño considerable, derribando a casi un centenar de caballeros. Pero los otros, por lo menos doscientos de ellos, se estaban reagrupando y dirigiéndose hacia él— y estaban todos decididos.

Erec salió a enfrentarlos, era un hombre  contra doscientos y elevó un gran grito de batalla, subiendo su mayal todavía más alto y orando a Dios para mantener su fuerza.

*

Alistair lloraba mientras se sostenía de Warkfin con todas sus fuerzas; el caballo galopaba, llevándola por el conocido camino a Savaria. Ella había estado gritándole y pateando a la bestia todo el camino, tratando con todas sus fuerzas hacerlo dar la vuelta, para volver con Erec. Pero no le hizo caso. Ella nunca antes había encontrado un caballo como éste – obedecía inquebrantablemente al comando de su amo y no vacilaría. Claramente, tenía el objetivo de llevarla exactamente al lugar al que Erec le había ordenado – y ella finalmente se resignó al hecho de que no había nada que pudiera hacer al respecto.

Alistair tenía sentimientos encontrados mientras cabalgaba a través de las puertas de la ciudad; ciudad en la que había vivido mucho tiempo como esclava. Por un lado, estaba familiarizada con el lugar – pero por otro lado, le traía recuerdos del mesonero que la había tiranizado, de todo lo malo que había en ese lugar. Tanto había esperado para seguir adelante, para irse de ahí con Erec y empezar una nueva vida con él. Aunque se sentía segura al pasar sus puertas, también sentía una premonición creciente acerca de Erec, quien estaba ahí solo, enfrentando a ese ejército. Solo de pensarlo, sentía náuseas.

Al darse cuenta de que Warkfin no se daría la vuelta, sabía que lo mejor que podía hacer era buscar ayuda para Erec. Erec le había pedido que se quedara aquí, dentro de la seguridad de esas puertas— pero eso sería lo último que ella haría. Después de todo, era hija de un rey, y no era de las que huían por miedo ni por confrontación. Erec había encontrado a su media naranja en ella: era tan noble y tan decidida, como él. Y no se perdonaría a sí misma si algo malo le pasaba a él allá.

Conociendo bien esta ciudad real, Alistair dirigió a Warkfin al castillo del Duque , y ahora que estaban dentro de las puertas, el animal escuchó. Ella cabalgó a la entrada del castillo, desmontó y corrió más allá de los asistentes quienes trataron de detenerla. Ignoró sus intentos por atraparla y corrió por los pasillos de mármol del corredor  que conocía tan bien cuando fue sirvienta.

Alistair puso sus hombros en las grandes puertas reales hacia la sala de la cámara, las abrió y entró en la habitación privada del Duque.

Varios miembros del Consejo se volvieron para mirarla, todos vistiendo túnicas reales, el Duque estaba sentado en el centro, con varios caballeros a su alrededor. Todos tenían expresiones de asombro; ella había interrumpido claramente un asunto importante.

"¿Quién eres, mujer?", gritó uno.

"¿Quién se atreve a interrumpir los asuntos oficiales del Duque?", gritó otro.

"Reconozco a la mujer", dijo el Duque, poniéndose de pie.

"Yo también", dijo Brandt, a quien ella reconoció como amigo de Erec. "Es Alistair, ¿no?", preguntó él. "¿La nueva esposa de Erec?".

Ella corrió hacia él, llorando y lo tomó de lass manos.

"Por favor, mi señor, ayúdame. ¡Se trata de Erec!".

"¿Qué ha ocurrido?", preguntó el Duque, alarmado.

"Está en grave peligro. ¡En este momento se enfrenta a un ejército hostil él solo! No me dejó quedarme. ¡Por favor! ¡Necesita ayuda!".

Sin decir una palabra, todos los caballeros se pusieron de pie de un salto y comenzaron a correr desde el hall, ninguno de ellos vaciló; ella se volvió y corrió con ellos.

"¡Quédate aquí!", le exhortó Brandt.  "¡Nunca!", dijo ella, corriendo detrás de él.

"¡Yo los conduciré hacia él!".

Todos corrieron como al unísono por los pasillos saliendo por las puertas del castillo y hacia un nutrido grupo de caballos en espera, cada uno montando el suyo sin dudarlo un instante. Alistair saltó sobre Warkfin, lo pateó y fue al mando del grupo, como tantas ganas de irse, como el resto de ellos.

Mientras se dirigían hacia la corte del Duque, todos los soldados alrededor de ellos comenzaron a montar sus caballos y a unirse – y para cuando salieron de las puertas de Savaria,  iban acompañados por un contingente grande y creciente de por lo menos cien hombres; Alistair montando al frente, al lado de Brandt y del Duque.

"Si Erec averigua que viajas con nosotros, será mi cabeza", dijo Brandt, montando a su lado. "Por favor,  solamente dinos dónde está, mi lady".

Pero Alistair meneó la cabeza obstinadamente, limpiándose las lágrimas mientras cabalgaba con más fuerza, con un gran retumbo de todos esos hombres alrededor de ella.

"¡Prefiero ir a la tumba que abandonar a Erec!".

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