Los Obsidianos

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CAPÍTULO SEIS

La Señorita Obsidiana estaba sentada en su despacho, mirando fijamente el cuenco de las visiones. Lo había estado vigilando de cerca casi de manera constante, ignorando todas las señales de fatiga que había en su interior que le pedían que durmiera, todas las señales de hambre que le decían que comiera. Nada era más importante para ella que encontrar a Oliver Blue y destruirlo de una vez por todas.

Pero el agotamiento ya era difícil de combatir. Había perdido la cuenta de los días. ¿Dos? ¿Posiblemente tres? Su vida se había convertido en mirar fijamente y de manera obsesiva dentro del cuenco de las visiones, escuchando los gritos constantes del Coronel Caín desde fuera de su ventana mientras entrenaba a Christopher Blue en las artes oscuras.

El pensamiento dibujó una retorcida sonrisa en sus labios. Esta vez no había ninguna posibilidad de fracaso. Christopher tenía la magia más peligrosa en su interior. Junto con el mejor entrenamiento que podía ofrecer el ejército oscuro y el incomparable deseo asesino de Chris por matar a Oliver, esta vez lo lograrían.

Solo deseaba que su topo se diera prisa. ¿De qué servía colar a un espía en la Escuela de Videntes de Amatista, para tender una trampa que atrajera a Oliver, si le iba a llevar mucho tiempo llevar a cabo el plan?

Puede que tuviera que hacer aparecer otro, uno que acelerara un poco las cosas. Quizá pudiera encontrar a alguien a quien manipular dentro de la escuela. Añadir algo de viaje en el tiempo por diversión. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de lo divertido que sería. Tenía que haber un estudiante dentro de la Escuela de Videntes que se sintiera insatisfecho. Moldear una joven mente influenciable –tal como había hecho con Malcolm Malice, y ahora con Christopher Blue- era una de las cosas que más le gustaba hacer.

Sí, embaucaría a uno de los estudiantes para que obedeciera sus órdenes.

En cuanto hubo decidido su nuevo plan, algo parpadeó en su cuenco de las visiones.

La Señorita Obsidiana se alzó de golpe, con la espalda erguida y se inclinó más hacia el cuenco. A través de las oscuras nubes de tormenta que le habían tapado la visión durante días, ahora veía una resplandeciente luz lila que giraba.

Enseguida supo lo que estaba mirando. Era un portal. Oliver Blue estaba en marcha.

La emoción chisporroteaba por sus venas. Observó atentamente mientras la imagen se volvía aún más clara. Entonces el corazón le dio un vuelco en el pecho.

¡Allí estaba! ¡Oliver Blue!

Estaba en una calle muy ornamentada. La Señorita Obsidiana frunció el ceño, intentando identifica la arquitectura.

—¿Roma? —murmuró en voz baja—. ¿Siglo dieciséis?

Continuó observando, las náuseas daban vueltas en la boca de su estómago, mientras Oliver y sus molestos amiguitos se acercaban. Entonces vio a otro chico que los llevaba a toda prisa por las calles.

El grupo llegó a una pared de ladrillos y el chico presionó una serie de ladrillos. La pared se abrió.

La Señorita Obsidiana supo lo que estaba sucediendo de inmediato. ¡El otro chico era un vidente de la ciudad que llevaba a Oliver Blue a su escuela para que estuviera a salvo! ¡En el instante en el que se metieron dentro, ya no pudo verlo más!

La frustración la venció. Dio un golpe con los puños sobre la mesa cuando la rabia se apoderó de ella. De su pecho salió un gruñido de rabia.

—¡No importa donde vaya, ese mocoso siempre consigue ayuda! —gritó furiosa.

Echando humo, se dirigió hacia la ventana y se agarró al alféizar. No soportaría otros tres días mirando fijamente dentro del cuenco de las visiones. Había visto lo suficiente como para averiguar que Oliver Blue estaba en Roma en el siglo dieciséis. Ya tenía ventaja. Y ayuda. No había tiempo que perder.

Abrió la ventana de golpe, ignorando la lluvia torrencial que le caía encima.

—¡Es la hora! —vociferó hacia el cielo oscuro.

Su voz, magnificada, resonó en la noche como una campana descascarillada.

Volvió a la mesa hecha una furia y se dejó caer en su trono. Un instante después, oyó que se abría la puerta. Entraron el Coronel Caín, Christopher Blue y Malcolm Malice, en respuesta a su llamada. Parecían ratas ahogadas, cubiertas de barro, tenían las mejillas muy rojas por el esfuerzo excesivo. Era satisfactorio verlos de ese modo.

—Sentaos —les dijo de forma brusca a todos.

Ellos hicieron lo que les ordenó. Lo que más le gustaba a la Señorita Obsidiana era la obediencia absoluta.

—He localizado a Oliver Blue —anunció—. No hay tiempo que perder. Debéis viajar hacia él de inmediato.

Christopher puso cara de espanto.

—Pero yo he estado entrenando desde el amanecer. Es casi medianoche. Estoy agotado.

La Señorita Obsidiana sintió que el enfado chisporroteaba en su interior. Estos estudiantes eran muy quejicas siempre. Ella les daba la mejor educación, los poderes más oscuros, todas las oportunidades para prosperar y poder apoderarse del universo, y lo único que hacían era quejarse.

—He estado aquí sentada durante tres días esperando esta señal —le dijo la Señorita Obsidiana—. Cuando tú hayas hecho lo mismo, entonces podrás hablarme de estar cansado.

Hizo una pausa. Pensándolo mejor, quizá Christopher tenía razón. Mandar a dos videntes cansados para esta tarea era una pérdida de tiempo. Necesitarían ayuda, al menos hasta que hubieran descansado y hubieran renovado sus fuerzas.

—Cada uno de vosotros puede llevarse a alguien con él —dijo—. Vigilantes que se preocupen de cuándo necesitáis dormir. Pero debéis decidiros rápidamente. ¿A quién os llevaréis?

—A Natasha Armstrong —dijo Malcolm sin perder un segundo.

—Buena elección —respondió la Señorita Obsidiana. Natasha era una de las alumnas que asistía a sus clases para los dotados y los que tenían talento. Sería una buena incorporación a la misión—. ¿Christopher?

Chris se había quedado sin palabras.

—Yo no conozco a nadie. Nunca he tenido la oportunidad de hacer amigos aquí.

—Entonces llévate a alguien que conocieras en tu última misión —le dijo impaciente la Señorita Obsidiana, intentando meterle prisa—. Quien sintieras que más te ayudó.

—Madeleine —dijo Christopher, encogiendo los hombros.

La Señorita Obsidiana se mofó.

—¿Madeleine? La pelo de zanahoria a quien le cerré la boca con cremallera el otro día? Muy bien. Es tu decisión.

Accedió a sus poderes de vidente, buscando en su interior el arranque de energía que necesitaba para mover átomos. Conocía todos los rincones y recovecos de su adorada escuela y para su mente era fácil captar los lugares exactos done Madeleine y Natasha estaban durmiendo. Sería un despertar muy brusco para ellas.

Usando su espléndido talento, la Señorita Obsidiana agarró sus átomos, los movió y tiró de ellos hasta su despacho. Los recolocó de nuevo hasta que las dos chicas se materializaron delante de ella.

Ambas parpadeaban, parecían sobresaltadas, se sonrojaron al darse cuenta de que estaban en camisón en pleno despacho de la directora.

—Madeleine. Natasha —anunció la Señorita Obsidiana—, hoy es vuestro día de suerte. Hoy vais a ir a una misión muy importante, una que tendrá como consecuencia la aniquilación de Amatista de una vez por todas. Hoy vais a ir a Roma. Hoy mataréis a Oliver Blue.

CAPÍTULO SIETE

Gianni, el vidente italiano, guiaba a los cuatro amigos a través de la pared de ladrillos encantada. Cuando aparecieron al otro lado a través del velo, Oliver soltó un grito ahogado al ver lo que les aguardaba.

Nunca había visto nada parecido. La versión italiana de la Escuela de Videntes era el lugar con el aspecto más extravagante que había visto. Al contrario que la escuela de la Hermana Judith en Inglaterra, que tenía el ambiente de un monasterio, y su propia escuela en los EE. UU., que a veces daba la sensación de ser una nave espacial futurista, esta tenía el ambiente de un palacio real. De alguna manera esperaba ver a un rey entrando a sus anchas por las enormes puertas, o a una fila de músicos con corneta para anunciar su llegada.

—Por aquí —dijo David, informándoles de lo que Gianni estaba diciendo.

Entraron a toda prisa dentro de la enorme escuela. Aquí, la opulencia no hacía más que aumentar. Había columnas de mármol y estatuas por todas partes, por no hablar del techo abovedado y pintado con gran detalle. Esto hizo pensar a Oliver en los artistas de la época Renacentista, como da Vinci y especialmente Miguel Ángel, que pintaban enormes murales en los techos de edificios religiosos. Se preguntaba si algunos habían visitado la escuela.

Mientras iban a toda prisa por los pasillos, Oliver sintió que una extraña sensación de déjà vu se apoderaba de él. No podía entenderlo, pero le daba la sensación de que él ya había estado allí.

—¿Estás bien? —preguntó Hazel.

Oliver asintió.

—He tenido una sensación extraña, eso es todo. Como si yo ya hubiera estado aquí.

Entre las cejas de Hazel apareció un ceño fruncido.

—Tal vez has estado. Otro tú, quiero decir. De una línea temporal diferente.

Oliver reflexionó sobre sus palabras. Evidentemente, era posible que una versión diferente de sí mismo hubiera estado antes en este lugar, pero esto no justificaba la extraña sensación de familiaridad que estaba teniendo Oliver. Cualquier Oliver diferente de una línea temporal diferente tendría recuerdos diferentes. No había manera de que él pudiera acceder a ellos.

 

Era un completo misterio. Y aun así, a cada paso que daba, más tenía la sensación de que él ya había hecho este camino.

Oliver se sacudió los pensamientos de la cabeza. Era imposible. Debía de haber estado pensando en un libro de historia que había leído o en un documental que había visto. Tal vez estaba recordando un sueño. En cualquier caso, no tenía tiempo que perder pensando en ello. Tenía que concentrarse en Ester, en encontrar el Elixir para salvarle la vida.

Gianni los llevó hasta una gran puerta barnizada y la golpeteó con los nudillos. Giró la cabeza y le dijo algo a David. David pasó el mensaje en inglés a los demás.

—Esta es la oficina de la directora.

Oliver tragó saliva. No podía evitar sentirse nervioso cada vez que conocía a otro vidente poderoso y venerado. Respetaba al Profesor Amatista más que a nadie en el universo y conocer a sus homólogos a lo largo de la historia siempre era una experiencia aleccionadora y estresante.

Gianni abrió la puerta y los hizo pasar dentro del despacho. Era enorme, parecía más el salón de baile de un palacio que el despacho de la directora. Había cuadros grandes con marcos de oro por todas las paredes de color verde oscuro y una enorme chimenea de mármol. Del techo colgaban unos candelabros y el olor a almendras cortaba el aire.

Cuando se adentraron más, Oliver vio un gran escritorio, detrás del cual estaba sentada una mujer de aspecto sumamente elegante. Aunque era mayor, era extremadamente glamurosa y en su mirada había una energía juvenil. Tenía la misma piel color oliva y los mismos ojos oscuros que Gianni. Sobre un hombro caía el pelo largo y negro en ondas de forma sensual.

—¿Oliver Blue? —preguntó, con voz suave y rítmica, en un marcado acento italiano.

—Sí —tartamudeó él, un poco abrumado por su fuerte presencia.

—Por favor. Sentaos —Señaló con la mano una fila de sillas y sonrió, sus dientes eran blancas, su sonrisa seductora—. Todos.

Oliver se sentía desconcertado por todo, pero hizo lo que le dijeron. Sus amigos se sentaron junto a él en solidaridad.

—Soy la directora de la Escuela de Videntes de Roma —anunció la mujer—. Lucia Moretti. En primer lugar, dejad que os dé la bienvenida.

—Gracias —tartamudeó Oliver. Se sentía un poco aturdido en presencia de una mujer tan elegantemente poderosa.

La directora continuó:

—Entiendo que pudiste activar el antiguo portal que se decía que lleva al Elixir. Debo decir que me sorprende bastante que te llevara hasta aquí —Había un destello de emoción en su mirada—. Y pensar que la clave para encontrar el Elixir has estado todo el tiempo en el umbral de mi puerta —Sonrió a Oliver—. No me sorprende que después de todos estos siglos, fueras tú de entre todos el que consiguiera activar el portal, Oliver Blue.

Oliver frunció el ceño, confundido. ¿Qué significa eso?

—No lo entiendo —dijo—. ¿A qué se refiere con “de entre todos”?

—¡Pues que tú eres el hijo de Margaret Oliver y Theodore Blue! —exclamó—. ¿No es así?

Al oír el nombre de sus padres, Oliver sintió que su corazón empezaba a latir con fuerza. Walter y Hazel dieron un tirón visiblemente en sus asientos. Como dos de los amigos más cercanos de Oliver, sabían a la perfección que él había estado buscando a sus padres desesperadamente.

—¿Conoce a mis padres? —preguntó Oliver, con una voz que parecía sin aliento por la conmoción.

—Por supuesto que sí —respondió la directora. Esta frunció un poco el ceño—. Son bastante famosos por esta zona. Pero tú ya lo sabes todo.

—En realidad no —se apresuró a decir Oliver—. Mis padres me dieron en adopción. No sé nada de ellos —Ahora aceleró la voz, como si intentara ir a toda prisa con la conversación para llegar más rápido a la conclusión—. ¿Están aquí? ¿En Roma? ¿Sabe dónde puedo encontrarlos?

Lucia Moretti puso cara de decepción.

—Lo siento. Creo que he hablado cuando no debía.

—Para nada —respondió Oliver rápidamente—. Por favor, cuénteme lo que sabe. No tengo nada para continuar. Solo sus nombres y que estudiaron en Harvard. Ah, y un cuaderno que era de mi padre.

La directora levantó lentamente las cejas hacia la frente.

—¿Un cuaderno? —preguntó—. ¿Puedo verlo?

—Por supuesto —Oliver cogió el cuaderno de Hazel, que lo tenía guardado en su mochila y se lo pasó rápidamente. Si sabía algo de sus padres, él quería saberlo.

La Señorita Moretti hojeó el libro.

—Oliver, ¿sabes qué es esto?

Él negó con la cabeza.

—Es una fórmula —le dijo—. Una fórmula para el Elixir.

Oliver soltó un grito ahogado.

—¡¿Cómo?! ¿Quiere decir que el remedio ha estado siempre conmigo?

—Espera. Relájate —dijo—. No te precipites. Lo que quiero decir es que esto es un intento por crear la fórmula del Elixir. Tus padres eran humanos, Oliver. Esto lo sabes, ¿verdad? Ellos no tenían poderes de vidente. Por lo tanto, los viajes en el tiempo no estaban en absoluto disponibles para ellos. Pero se movían en círculos de videntes. Querían experimentar lo que los videntes podían experimentar. Aquí está la prueba de que tu padre trataba de crear su propio Elixir. Con él, podría viajar en el tiempo, a través de líneas temporales y mundos paralelos alternativos. Pero está incompleto. No lo logró.

Un montón de emociones luchaban en el interior de Oliver. No podía absorber toda la información que le acababan de dar. Pensar que sus mortales padres habían estado intentando desentrañar los secretos del viaje en el tiempo se le hacía raro. ¿Para qué querrían poder viajar en el tiempo? Los videntes viajaban en el tiempo para cumplir el destino del universo, para proteger las líneas temporales que estaban bajo su control, para enmendar el trabajo de los videntes canallas que intentaban crear el caos. Pero los humanos no tenían ninguna necesidad de viajar en el tiempo. Para un vidente era muy peligroso, ¿y para un humano? Sin duda alguna era un suicidio.

No sabía si sentirse o no aliviado de que la fórmula de su padre estuviera incompleta. Si Teddy Blue hubiera logrado crear el Elixir, hubiera podido salvar la vida de Ester. Pero al no haberlo hecho, ¿quizás esto mismo había salvado la vida de su padre?

La Señorita Moretti cerró de golpe el cuaderno.

—Oliver, sabes que nada pasa por casualidad. El portal te trajo hasta aquí por alguna razón, porque de algún modo este es el lugar en el que se descubrirá el Elixir. Creo que este cuaderno es el primer paso. El segundo paso proviene de mí.

Oliver frunció el ceño con curiosidad.

—¿A qué se refiere?

—Yo soy matemática, Oliver —dijo la Señorita Moretti—. La mejor mente que el universo haya conocido jamás. Tengo una mente a la que solo puede ganar la de Einstein —Repiqueteó los dedos encima de la mesa y sus ojos brillaron por la emoción—. Necesitas mi instrucción. Necesitas mi conocimiento. Si te preparo, juntos podremos completar la fórmula.

—Pero yo no tengo tiempo —dijo Oliver—. No estoy intentando encontrar el Elixir para desentrañar el viaje en el tiempo, ¡lo estoy haciendo porque el Profesor Amatista me dijo que esto es lo único que puede salvar a mi amiga de la enfermedad del viaje en el tiempo! Mi amiga está cerca de la muerte —Su voz se rompió cuando apareció una imagen de Ester en su imaginación. Por instinto, agarró con fuerza el amuleto—. No tengo tiempo para prepararme aquí.

La directora hizo una pausa. Inclinó la cabeza hacia un lado y observó a Oliver por un instante.

—Ya veo.

Parecía decepcionada porque Oliver no había aceptado su oferta de formarlo aquí. Él no pretendía insultarla. En otro momento y lugar, hubiera aceptado sin dudar la oportunidad de formarse en la Escuela de Videntes de Roma, para aprender toda la genialidad matemática que poseía la Señorita Moretti. Pero no tenía tiempo.

Hazel no paraba de pasarse ansiosamente las manos por el regazo. Miró a Oliver con gesto nervioso

—Pero ¿no es esta nuestra única oportunidad? —preguntó—. El Elixir no se ha creado nunca. El portal nos trajo hasta aquí porque era aquí donde podíamos encontrar todas las piezas del rompecabezas necesarias para crearlo. La mente de la Señorita Moretti sin duda es parte de ese rompecabezas.

—Entiendo lo que quieres decir —le dijo Oliver—. Pero seguramente Ester morirá antes de que tenga la oportunidad de aprender todo lo que necesito.

—Existe un ritual —soltó abruptamente la Señorita Morettti, interrumpiendo su conversación.

—¿Un ritual? —preguntó Oliver. No le gustaba cómo sonaba. Le sonaba amenazante. Incluso peligroso.

La Señorita Moretti asintió lentamente.

—Es… cómo lo diría… un procedimiento complicado. Algo que no he hecho nunca. Pero puede que sea nuestra única esperanza.

Oliver se puso aún más nervioso. Sus palabras no le reconfortaban en absoluto.

—¿Qué supondrá? —preguntó, oyendo el temblor de su voz.

—Te transferirá todo mi conocimiento y mis habilidades —explicó—. Te enseñará todo lo que sé. Tendrás acceso a mis recuerdos, incluso a los del subconsciente que hace tiempo que he olvidado. Entonces, creo, podrás usar ese conocimiento para terminar la fórmula para el Elixir. ¿Qué me dices?

Todo aquello aterrorizaba a Oliver. Pero Ester lo necesitaba. Igual que la escuela. Además, la Señorita Moretti le había dicho que podría ver sus recuerdos. Ella conocía a sus padres. ¿Y si sus recuerdos pudieran tal vez acercarlo más a encontrarlos?

—¿Me hará daño? —preguntó Oliver.

La Señorita Moretti torció los labios hacia un lado consternada.

—No creo que sea una experiencia placentera —le dijo—. Imagino que será una conmoción bastante grande para el cuerpo.

Oliver miró a sus amigos.

Walter le hizo una señal con la cabeza para tranquilizarlo. Lo mismo hizo Hazel, aunque su mirada delataba su miedo. Por último, Oliver miró a David. Confiaba en David incondicionalmente.

—Creo que es una buena idea —dijo David.

Tragándose el nudo que se le había formado en la garganta, Oliver se giró hacia la Señorita Moretti. Asintió con decisión.

—De acuerdo. Lo haré. Haré el ritual.

CAPÍTULO OCHO

Chris no sabía qué estaba pasando. Un segundo antes estaba en el despacho de la Señorita Obsidiana, escuchando cómo le advertía que un fracaso en esta próxima misión daría lugar a que lo mandaran a un horrible infierno, y un instante después estaba aquí… donde fuera que estuviera.

A su alrededor, Chris solo veía oscuridad. Se sentía muy tranquilo, un poco como si estuviera durmiendo.

En su mente empezaron a proyectarse unas imágenes. Veía agua, turbia y revuelta. Después olió ese horrible hedor a aguas residuales.

El miedo se apoderó de Christopher cuando se dio cuenta de golpe de dónde estaba. ¡El Río Támesis! ¡No!

¿La Señorita Obsidiana lo había vuelto a mandar a ese sitio horrible? ¿Y si toda esta segunda misión había sido alguna clase de trampa elaborada, un modo de hacer que tuviera esperanzas para frustrárselas otra vez mandándolo a su tumba acuosa. El miedo empezaba a consumirlo.

Chris notaba el agua contra su piel y todo los residuos pegajosos de las toxinas de dentro del sucio río. El hedor dentro de sus fosas nasales hacía que le lloraran los ojos.

Daba vueltas, vueltas y más vueltas, como si estuviera en un remolino. Entonces, de repente, vio el destello de otra persona. No estaba solo.

—¿Oliver? —gritó Chris incrédulo.

El enclenque de su hermano pequeño también estaba allí, dando vueltas en las aguas revueltas. ¿Qué estaba pasando?

Las olas chocaban contra ellos y les obligaron a ir hacia las orillas. Christopher cayó desplomado sobre el barro, respirando con dificultad. A su alrededor, brillaban unas luces estroboscópicas.

Levantó la mirada y vio de dónde procedían las luces. En la orilla del río, delante de él, había dos portales, ambos oxidados y con aspecto decrépito, exhibiendo sus luces eléctricas intermitentes.

Mientras las luces parpadeaban por todas partes, haciendo que su visión se fuera y viniera, Chris intentó ponerse de pie. Vio que Oliver estaba tan solo a unos metros a su lado intentando también ponerse de pie con dificultades.

Christopher se dio cuenta de que se dirigía al portal.

No había tiempo que perder. Todavía boca abajo sobre la orilla embarrada, Chris lanzó un brazo hacia Oliver, estirándolo todo lo que pudo. Cogió a su hermano por el tobillo.

 

Pero Oliver era como un gusano, retorciéndose en el barro. Su tobillo resbalaba por el agua y la basura tóxica del río.

A pesar de la fuerza de Chris, Oliver consiguió escurrirse de su agarre. En un segundo, estaba atravesando el portal. Se cerró como con una cremallera. Las luces se apagaron, sumiendo a Chris en la oscuridad.

Chris cogió mucho aire. Se sentó volando y miró a su alrededor, completamente aturdido.

La cara de Madeleine se materializó ante él.

—¿Estás bien, Chris? —preguntó.

Chris tragó el enorme nudo que tenía en la garganta y cayó en la cuenta de que había estado soñando. Había tenido una pesadilla, su mente rememoró el horrible momento en el que no había conseguido matar a Oliver en su última misión. Estaba más decidido que nunca a no dejar que esto volviera a suceder.

Al mirar a su alrededor vio a Natasha y a Malcolm a unos metros, sacudiéndose el polvo después del viaje lleno de sobresaltos.

—¿Qué pasó? —le preguntó Christopher a Madeleine.

—Atravesamos el portal —explicó ella—. Debes de haberte quedado dormido.

Malcolm levantó la cabeza y se rio, como si dormirse en un portal fuera señal de mala educación o algo parecido.

—¿Cómo pude quedarme dormido en un portal? —dijo Chris con la voz entrecortada, arreglándose su pelo desaliñado.

Él ya había viajado a través de portales. No eran experiencias particularmente agradables. Normalmente, le hacían sentir como si todo su cuerpo se estuviera despedazando átomo a átomo. ¡Debía de haber estado realmente agotado para haberse dormido durante el transporte a través de un portal! Era una prueba de lo duro que había sido el entrenamiento con el Coronel Caín.

La sensación de pánico que la pesadilla de Chris había provocado empezaba a desvanecerse. Echó un vistazo alrededor.

—¿Dónde estamos entonces? —le preguntó a Madeleine.

—En Roma, creo. En algún momento del siglo dieciséis.

—¿Eh? —gruñó Chris. Precisamente no había disfrutado de viajar hasta el siglo diecisiete y tenía la sensación de que el dieciséis sería aún peor.

Natasha y Malcolm se habían recuperado y se acercaron.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Natasha a Chris.

Chris no quería perder ni un momento. Se puso de pie de un salto y se frotó las manos con gran regocijo.

—Ahora encontraremos a Oliver —dijo, sonriendo con malicia a su variado grupo de seguidores—. Y por el camino provocaremos un poco de caos.

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