Los Obsidianos

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CAPÍTULO DOS



Christopher Blue estaba sentado empapado y temblando en el despacho de paredes negras de la Señorita Obsidiana. Su pelo rubio oscuro colgaba de su cabeza en unos tirabuzones mojados. Había traído con él el mal olor del Río Támesis y toda la habitación apestaba por ello.



Todos los demás Obsidianos estaban sentados alrededor de la mesa con gesto abatido, los brazos cruzados y fulminándolo con la mirada. La mirada de Malcolm Malice era la mirada más irascible de todas, el tipo de mirada que podía convertirte en piedra.



Era obvio que Malcolm culpaba a Chris de su fracaso en el año 1690.



Con una dolorosa puñalada de frustración, Chris recordó el momento en el que casi había matado a Oliver a orillas del Río Támesis. ¡Tenía la mano alrededor de su tobillo y lo único que tenía que hacer era arrastrarlo a las profundidades del agua! Pero de algún modo su hermano había logrado escapar de su agarre y deslizarse a través del portal.



La puerta se abrió de golpe, arrancando a Chris de sus reflexiones. La Señorita Obsidiana entró tranquilamente, con su negra capa alzada tras ella.



Chris la observaba con cauteloso recelo mientras se dejaba caer en su asiento pesadamente y echaba un vistazo a cada par de ojos con una mirada penetrante. La tensión en la habitación aumentaba con cada segundo de silencio.



Finalmente, habló:



—Me habéis decepcionado.



Recorrió a Chris con la mirada. Él se sentó más recto, más erguido y hundió las mejillas. Se preparó para su reprimenda.



Pero, ante su sorpresa, pasó de largo de él y se concentró en su lugar en Malcolm.



—Tú más que nadie, Malcolm Malice —Su tono era frío como el hielo.



—¿Yo? —exclamó Malcolm. Lanzó un brazo hacia Chris—. ¡Fue él el que dejó que Oliver escapara con la Esfera de Kandra! Si hay que culpar a alguien, es a él. Él era nuestro líder.



—Se suponía que tú tenías que dirigir —replicó la Señorita Obsidiana.



—Usted dijo que debía dirigir el más fuerte —protestó Malcolm.



La Señorita Obsidiana dio un golpe fuerte con las manos sobre la mesa para callarlo.



—¡Tú deberías de haber sido el más fuerte, Malcolm! ¡Tú! ¡Un vidente preparado! ¡A Christopher le acabábamos de infundir sus poderes, sin embargo, tan solo después de unas horas, su fuerza superó a la tuya!



Chris sintió que el pecho se le hinchaba con orgullo. Siempre había sospechado que era especial. La cara de vergüenza en el rostro de Malcolm era algo que valoraría para siempre.



Pero, de golpe, la Señorita Obsidiana dirigió su mirada hacia él.



—Ya puedes borrar esa sonrisita de tu cara, Christopher Blue —gritó—. A ti te tengo guardado más.



Chris notó que su pulso llegaba a su punto máximo por la ansiedad. Rápidamente cambió su gesto hacia una expresión neutra.



—Sí, señora —gimió, su mente dando vueltas a todos los posibles castigos que ella iba a infligir con toda seguridad.



La Señorita Obsidiana lo clavó en su asiento con su mirada fría y cruel, y continuó en el mismo tono firme.



—Yo te he infundido la más poderosa magia negra. Tienes mucho potencial. Pero tienes que entrenar.



Chris parpadeó conmocionado. A su alrededor, oía el ruido de los otros estudiantes obsidianos revolviéndose en sus asientos. Las palabras de la Señorita Obsidiana les cogieron a todos por sorpresa.



—¿Entrenarlo? —soltó Malcolm—. ¿Y qué tal castigarlo?



La Señorita Obsidiana ignoró su arrebato. Su mirada seguía fijada en Chris.



—¿Entrenar? —repitió Chris.



—Sí. Como es debido. Tus poderes son demasiado como para que cualquiera de los profesores de la Escuela de los Obsidianos puedan manejarlos.



La directora chasqueó los dedos y la puerta de detrás suyo se abrió de golpe. Un hombre entró en el despacho. Iba vestido con una larga túnica negra que cubría la totalidad de su rostro y también todo su cuerpo. Las únicas cosas que se veían eran sus brillantes ojos azules, los ojos azul chillón de un vidente canalla.



—Este es tu nuevo entrenador —le dijo la Señorita Obsidiana a Chris—. El Coronel Caín.



Chris reconoció al hombre al instante. Era uno de los luchadores del ejército oscuro que había luchado contra la Hermana Judith junto a él en la Inglaterra de los años 1690.



Su corazón empezó a latir con fuerza. Se sentía mareado por la emoción. Unos segundos atrás esperaba un duro castigo, ¡pero ahora en su lugar descubría que lo entrenaría un soldado del ejército oscuro! Era un cambio bastante grande el que tenía que hacer su mente.



A pesar de todos sus intentos por mantener un gesto inexpresivo, Christopher sintió que una sonrisa aparecía en la comisura de sus labios. Cuando estuvo en Inglaterra en los años 1690, luchando junto al ejército oscuro, había sentido una llamada hacia ellos, una especie de señal que le decía que él encajaba mucho más en el ejército que en la escuela obsidiana. Ahora su deseo se estaba haciendo realidad.



—Será extremadamente duro —gritó la Señorita Obsidiana, forzando su atención de nuevo hacia ella y alejándolo de su pensamientos.



Chris asintió apresuradamente varias veces y habló con voz rápida:



—Lo entiendo. Trabajaré duro para usted, señora.



La directora se quedó parada, sus labios fruncidos en una fina línea mientras lo observaba durante un par de segundos.



Chris notó que se le retorcían las entrañas. La Señorita Obsidiana tenía ese efecto en la mayoría de las personas. Por extraño que pareciera, su miedo por ella no hacía más que incrementar su admiración y deseo de complacerla.



—Más te vale —dijo por fin, colocándose de nuevo en su trono—. Pues no habrá una tercera oportunidad.



Las palabras golpearon a Chris como un rayo. No necesitaba que la Señorita Obsidiana le explicara lo que eso significaba. Había fallado una vez. Esta era su última oportunidad para demostrarle lo que valía. Si volvía a fracasar, se acababa.



Por el rabillo del ojo, veía que el aviso –no, mejor dicho, la amenaza- de la Señorita Obsidiana había convertido la mirada fulminante de Malcolm Malice en una malvada sonrisa de placer. La visión de su estúpida cara hizo que la determinación creciera en el estómago de Chris.



—No la decepcionaré —dijo Chris contundentemente, con la atención dirigida a la Señorita Obsidiana como un dardo a una diana—. Cueste lo que cueste. Me mande donde me mande. Sea quien sea quien usted quiera que mate. Lo haré.



La Señorita Obsidiana levantó la barbilla, con la mirada clavada en la suya. Chris vio el brillo que había detrás de sus ojos que le decía que creía en él.



Se le quitó la tensión en su pecho. Se sentó un poco despatarrado en su silla, agotado por el estrés de todo aquello, pero aliviado por saber que tenía fe en él. Su aprobación lo significaba todo para Chris.



—Bien —dijo la Señorita Obsidiana asintiendo bruscamente con la cabeza una vez—. Porque no hay tiempo que perder.



Se inclinó hacia delante apoyándose en sus codos y pasó la mano por encima de el cuenco de las visiones que estaba en la mesa que tenía enfrente. Era su artilugio para espiar, el que usaba para vigilar a sus rivales en la Escuela de Videntes de Amatista. Normalmente había una imagen dentro, pero esta vez no había nada a excepción de un manchón borroso, como una nube oscura de tormenta.



—Desde vuestras correrías fallidas en la Inglaterra de los años 1690, la Escuela de Videntes de Amatista se ha fortalecido aún más —explicó—. Ya no puedo ver dentro. Pero no os preocupéis. Tengo gente trabajando para nosotros desde dentro.



—¿Se refiere a un topo? —preguntó Madeleine, la vidente pelirroja.



Era la primera vez que alguno de los estudiantes obsidianos a excepción de Malcolm o Chris se había atrevido a hablar.



La Señorita Obsidiana la miró y sonrió.



—Sí.



Madeleine parecía encantada. Aplaudió.



—Qué emocionante. ¿Quién es? ¿Un estudiante? ¿Un profe…?



Pero antes de que Madeleine pudiera acabar su frase, la Señorita Obsidiana movió la mano en el aire simulando el movimiento de cerrar algo con cremallera. En un abrir y cerrar de ojos, los labios de Madeleine desaparecieron, dejando solo una capa carnosa donde tenía la boca.



Chris se encogió de miedo en su asiento. La visión de Madeleine sin boca le perturbaba. Pero lo que le perturbaba aún más era por qué la Señorita Obsidiana había decidido exhibir sus poderes de ese modo. Chris se dio cuenta de que era una advertencia. Una advertencia para él. Esto, o algo parecido, era el destino que le esperaba si metía la pata en la misión.



Madeleine tenía los ojos abiertos como platos por el susto mientras apretaba las manos contra la boca. Ahora su voz no era más que un ruido ahogado.



—¿A alguien más le apetece interrumpir? —preguntó la Señorita Obsidiana, recorriéndolos a todos con su mirada fulminante.



Todos se quedaron callados.



La directora continuó como si no hubiera pasado nada.



—Las fortificaciones que tapan mi habilidad para ver solo abarcan los terrenos de la escuela. Lo que significa que en el segundo en el que Oliver Blue traspase los límites de la escuela, podré seguirlo de nuevo.



Al oír el nombre de su hermano, Chris se incorporó y se puso más erguido en su asiento. Su deseo de matar a ese mocoso de una vez por todas creció aún más en su interior, aumentando hasta un extremo asesino que resonaba en sus oídos como un tambor tribal.



—Y en el segundo en el que lo haga —continuó la Señorita Obsidiana, con voz maliciosa—, os mandaré a vosotros tras él.



Dio un puñetazo sobre la mesa y todos pegaron un salto. Pero su mirada solo estaba clavada en la de Christopher.

 



Tragó saliva mientras la intensidad de su mirada quemaba en su interior.



Su voz se hizo más fuerte, más seria, más ansiosa.



—Esta vez, no fallaremos. No podemos fallar —Sus ojos brillaban con maldad. Se puso de pie y levantó un puño al aire—. Esta vez, mataremos a Oliver Blue.





CAPÍTULO TRES



Dejar la Escuela de Videntes siempre era difícil para Oliver. No solo porque esto suponía dejar atrás a los amigos y profesores que adoraba, sino porque la escuela estaba situada en 1944, justo en mitad de la guerra, y eso significaba que marcharse de allí era siempre arriesgado.



Oliver oyó que Hazel silbaba a su lado. La miró y vio que estaba mirando fijamente alrededor a la fila de ruidosas fábricas, todas construyendo cosas por el esfuerzo de la guerra. Sus altas chimeneas escupían humo al aire. Las escaleras de incendio de acero estaban colocadas en zigzag en sus exteriores. Unos pósteres grandes adornaban cada edificio, instando a los hombres a unirse a la guerra contra el telón de fondo de banderas americanas. Unos peculiares coches negros que parecían directamente sacados de una película de gánsteres circulaban sin prisa pero sin pausa.



—Había olvidado cómo era el mundo fuera de la Escuela de Videntes —dijo Hazel—. Hace mucho tiempo.



Como el resto de los estudiantes, Hazel había abandonado su antigua vida para formarse y convertirse en vidente, para participar en importantes misiones de viaje a través del tiempo para mantener en orden la historia. Esta era su primera misión. Oliver entendía por qué parecía tan abrumada.



Walter se acercó a su lado, quedándose en la acera mientras el tráfico pasaba zumbando.



—¿Y ahora hacia dónde? —preguntó.



David se acercó también a su lado. Él llevaba el cetro; Oliver pensó que tenía más sentido que guardara el arma el luchador que había entre ellos. Veía que la arena corría dentro del tubo hueco que tenía dentro. Saber que el tiempo estaba pasando para ellos le mandó un sobresalto de pánico.



—Debemos encontrar el portal —dijo Oliver con urgencia.



Rápidamente, sacó su brújula del bolsillo. Su guía, Armando, le había dado el artilugio especial. Había pertenecido a sus padres. Junto a un cuaderno de los viejos apuntes de clase de su padre, era el único vínculo que tenía con ellos. Le había ayudado en una misión anterior y Oliver estaba seguro de que le ayudaría ahora. Aunque nunca los había conocido, Oliver sentía que sus padres siempre le estaban guiando.



Los símbolos, cuando se interpretaban correctamente, le mostraban el futuro. Podía usarla para guiarlos al portal.



Miró la brújula. La manecilla principal, la más gruesa de todas, señalaba directamente al símbolo de una puerta.



Oliver pensó que eso era muy sencillo de entender. Su misión era encontrar el portal y eso, sin duda, estaba representado por el símbolo de la puerta.



Pero cuando miró de cerca las otras manecillas de oro, cada una señalando a símbolos que parecían jeroglíficos egipcios, se hizo un poco más difícil averiguar el significado que la brújula intentaba mostrarle. Una imagen parecía un piñón. Otra parecía ser un búho. Un tercer símbolo se identificaba fácilmente como un perro. Pero ¿qué significaban todos ellos?



—Un piñón. Un búho. Un perro… —reflexionó Oliver en voz alta. Entonces, de repente, se dio cuenta. Cuando se percató de a donde le dirigía, dijo con la voz entrecortada:



—¡La fábrica!



Si había interpretado correctamente la brújula, le dirigía a un lugar que a Oliver le resultaba muy familiar. La fábrica de Armando Illstrom, Illstrom’s Inventions.



La fábrica no estaba muy lejos de allí. El piñón podía representar la máquina en la que trabajaba, el búho era por los pájaros mecánicos voladores que se acurrucaban en sus vigas y el perro podía representar a Horacio, el sabueso de confianza del viejo inventor.



Oliver no estaba seguro de si su interpretación era correcta, pero sin duda parecía creíble que el portal pudiera estar en algún lugar dentro de los límites de la fábrica. No podía evitar sentirse emocionado ante la expectativa de volver a ver a su viejo héroe. Daba la sensación de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que Oliver había puesto un pie en la fábrica mágica.



—Por aquí —les dijo a los demás, señalando en la dirección en la que sabía que estaba la fábrica.



Empezaron a caminar, pasando por delante de una fila tras otra de fábricas de munición de tiempos de guerra. Trabajadores vestidos con monos marrones y beige entraban y salían en fila por las puertas de acero pesado, también muchas mujeres. Cada vez que se oía una puerta, los ruidos de sierras, taladros y maquinaria pesada crecían.



—Espero que Ester no esté sufriendo mucho —dijo Hazel mientras avanzaban.



Solo mencionar su nombre lanzaba flechas de angustia al estómago de Oliver.



—Están cuidando de ella —respondió Walter—. El hospital de la Escuela de Videntes es el mejor del universo.



David se acercó al lado de Oliver. Le sacaba por lo menos una cabeza a Oliver y se había recogido su pelo negro, que le llegaba por la barbilla, en una pequeña cola. Con su vestimenta totalmente blanca y el cetro colgado en la espalda, se parecía un poco a un ninja.



—¿Por qué estás conmigo en esta misión? —le preguntó Oliver.



En cuanto lo hubo dicho, se dio cuenta de que su tono había sido muy directo. No había sido su intención, simplemente estaba confundido. Llevar a un extraño a la misión añadía otro nuevo nivel de incertidumbre.



David lo miró, con una expresión neutra. Tenía un aire serio.



—¿No te lo contó el Profesor Amatista?



Oliver negó con la cabeza.



—En realidad no. Solo dijo que eras un buen luchador.



David asintió lentamente. Su cara continuaba inexpresiva, de un modo que a Oliver le recordaba a un soldado entrenado—. Me han mandado como tu guardaespaldas personal.



Oliver tragó saliva. ¿Guardaespaldas? Él sabía que ir a misiones de viajes en el tiempo era peligroso, pero tener guardaespaldas parecía un poco desmesurado.



—¿Por qué necesito un guardaespaldas? —preguntó.



David frunció los labios.



—No me han contado todos los detalles. Pero el Profesor Amatista fue bastante claro acerca de mis instrucciones para esta misión. Mantenerte con vida. Hacer todo lo necesario.



Su explicación le sirvió poco de consuelo a Oliver. El Profesor Amatista nunca había considerado que necesitara protección extra, ¿por qué ahora? ¿Qué era tan peligroso en esta misión en particular?



Pero ¿quién era él para dudar de cómo dirigía el director? El Profesor Amatista era el vidente más poderoso de todos, tenía siglos de edad, y había visto evolucionar muchas líneas temporales. Sabía qué era lo mejor. Si el extrañamente militarista David Mendoza era parte de eso, entonces Oliver tenía que aceptarlo.



Mientras caminaban dando largos pasos por las calles, Oliver dirigía su atención una y otra vez al tubo hueco de dentro del cetro. La arena ya se había movido visiblemente, indicando que el tiempo ya se estaba colando. Pensar que a Ester se le estaba terminando el tiempo hizo que una descarga de dolor le apuñalara el corazón.



No había tiempo que perder. Tenía que llegar al portal.



Aceleró el paso.



El cielo empezaba a oscurecer cuando llegaron a la calle en la que estaba situada la fábrica. Pero antes de que Oliver tuviera ocasión de caminar directamente hacia allí, Hazel lo detuvo poniéndole suavemente la mano en el brazo.



—¿Qué pasa? —preguntó.



Hazel señaló a la brújula que Oliver tenía en las manos.



—Las manecillas de la brújula, han cambiado todas de repente.



Con el ceño fruncido, Oliver se acercó la brújula a la cara para interpretarla mejor.



Todos se amontonaron para poder mirar también. Algunas de las manecillas habían cambiado de posición, aunque la manecilla principal continuaba señalando decididamente a la puerta.



—Todavía nos lleva hasta el portal —explicó Oliver—. Pero parece que ahora quiere que vayamos por otro camino.



Entrecerró los ojos, intentando descifrar los símbolos y lo que le mostraban ahora.



—No lo entiendo —murmuró frustrado—. Ahora señala a un árbol, una pared de ladrillos, una llave y… —Puso la brújula del revés para intentar encontrarle el sentido al último símbolo— …¿una boca de incendio?



—Oh —se oyó la voz de Hazel—. ¿Quieres decir como estas?



Oliver levantó la cabeza de inmediato y vio que Hazel señalaba al otro lado de la calle. En efecto, había una boca de incendio delante de un gran roble. Un poco por detrás de ellos, había una pared alta de ladrillos rojos. En la pared había una puerta vieja de madera con el ojo de la cerradura grande y oxidado.



Oliver se quedó sin respiración. La brújula debió de haberlo dirigido hacia la fábrica para llevarlo hasta este lugar concreto.



—¿Piensas que la puerta es el portal? —preguntó Hazel.



Oliver se volvió a meter la brújula en el bolsillo.



—Solo hay un modo de averiguarlo.



Llevó a los demás al otro lado de la calle hasta la puerta. Alzaron la mirada hacia ella. Parecía completamente normal. Sin ninguna señal de que fuera un portal.



Walter probó el pomo.



—Está cerrada con llave.



Entonces la inspiración le vino como un rayo a Oliver. Recordó el símbolo de la llave en la brújula. Se agachó y colocó su ojo en el ojo de la cerradura para mirar a través.



Al otro lado, un vórtice lila y negro giraba en remolino, con unos rayos de un blanco brillante que se bifurcaban y golpeaban su superficie.



Estupefacto, Oliver dio un grito ahogado y se encogió hacia atrás de forma tan violenta que cayó justo sobre su trasero.



—¿Qué viste? —preguntó Hazel, agarrándole el brazo para parar la caída.



David le cogió del otro brazo con la misma rapidez.



—Un portal… —tartamudeó Oliver—. Ese es el portal.



Mientras David y Hazel ayudaban a Oliver a ponerse de pie, Walter fue corriendo a toda prisa emocionado hacia el ojo de la cerradura y miró dentro. Cuando se giró para mirarlos, tenía una amplia sonrisa en la cara.



—¡Esto es una locura! —exclamó.



Él siempre era el más entusiasta de los amigos de Oliver, aunque también era propenso a los ataques de mal genio. Hazel era la lista. Ella había ayudado a Oliver a desactivar la bomba atómica de Lucas.



Hazel se apresuró a ser la siguiente en mirar por el ojo de la cerradura. Pero cuando se dio la vuelta, su expresión era bastante diferente a la de Walter.



—Parece un poco aterrador.



Oliver asintió lentamente. Se sentía igual que Hazel. Las luces lilas que daban vueltas en remolino y el largo túnel interminable eran más que intimidatorios. Pensar en entrar allí lo aterrorizaba. Ya había atravesado los suficientes como para saber lo extraño y desagradable que resultaba viajar a través de un portal. Pero sabía que no le quedaba elección. Tenía que ser valiente por Ester y por la escuela.



—¿Y cómo entramos? —preguntó David, agitando el pomo.



A diferencia de los demás, no parecía interesado en mirar el portal a través del ojo de la cerradura.



—Necesito intenciones puras —explicó Oliver—. Eso me conectará a donde sea que tenga que ir —Miró a sus amigos que estaban tras él—. Y todos me seguiréis.



Oliver sabía que existía un modo de asegurarse de que sus intenciones eran puras. Miró en el amuleto de zafiro.



En la superficie del reluciente ónix negro, podía ver que Ester estaba durmiendo. Estaba igual de guapa que siempre. Pero parecía preocupada, como si estuviera sufriendo un dolor terrible.



A Oliver le dio una sacudida el corazón. Tenía que salvarla.



—Estoy preparado —dijo.



Cogió el pomo y lo giró. Pero la puerta estaba atascada.



—¡No funcionó! —dijo Oliver.



Su pecho palpitaba. ¿Sus intenciones no eran lo suficientemente puras después de todo? La duda empezó a apoderarse de él. Quizá el Profesor Amatista había cometido un error mandándolo a esta misión. Quizá no tenía un corazón suficientemente puro a fin de cuentas.



—Déjame probar —dijo Hazel—. Ester también es mi amiga.



Ella también agitó el pomo. Pero no se abrió.



Walter fue el siguiente en probar. Él también fracasó.

 



A Oliver se le cayó el estómago a los pies. ¡No podían caer en el primer obstáculo! Y el reloj haciendo tictac dentro del tubo hueco del cetro era un recordatorio constante de que el tiempo de Ester era finito, de que estaban en una carrera por salvarla. Tenían que darse prisa.


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