El Español de América

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Y Carlos Gagni se expresa de la siguiente forma:

Un ejemplo ilustrará mejor mi idea: supongamos que un animal recibe un nombre diferente en cada país; el Diccionario los registrará todos, pero dará la preferencia al más extendido o más exacto, y este término será el que se enseñe como castizo en todas las escuelas americanas, perfiriéndolo al nombre local. De esta manera se logrará al cabo uniformar el habla de estos pueblos, facilitando así su comercio intelectual y sus relaciones. (Quesada Pacheco, ubi supra).

Por su parte, el filólogo argentino Ernesto Quesada en 1898 se pronuncia en contra de sus colegas americanos y dice:

¿Quiere decir esto que convenga formar un Diccionario de americanismos y tremolarlo como pendón batallador frente al Diccionario de españolismos? Gravísimo error fuera sostener tesis semejante, de suyo extraviada y perniciosa. (Quesada 1898: 48).

En cuanto a la idea de un congreso americano, Quesada (1898: 43) acota:

De todas maneras, parece prematura la idea de un congreso lingüístico hispano-americano: la cuestión no está aún bien dilucidada, y los estudios de detalle sobre los diversos regionalismos no han sido todavía sometidos a un estudio científico de conjunto. Pero es indudable que tendrá esa que ser la solución definitiva, pues la sola autoridad de la Real Academia Española difícilmente podrá resolver por sí el problema, corriendo peligro de ahondarse la anarquía de la lengua.

De esta manera, y en medio de un mar de discusiones y distintos pareceres, América se abre al siglo XX sin Academia Americana, sin Congreso y sin Diccionario propios.{10} Habrá que esperar décadas para ver colmados en parte los sueños de los filólogos decimonónicos y ver materializados sus deseos.

Tercera etapa (siglo XX):

el español americano visto por los lingüistas

El siglo XX se inicia con una generación de gramáticos hispanoamericanos que había ya tenido contacto con diversas ramas de la lingüística del momento, como la gramática comparada e histórica, y la dialectología, con lo cual entran en conflicto total con las ideas puristas del siglo XIX. En primer lugar, rechazan la idea de la gramática como arte de hablar correctamente y adoptan la idea de que es una ciencia. En segundo lugar, tomaron conciencia de la importancia de la lengua hablada en América, rechazada y condenada, ni siquiera tomada en cuenta por la mentalidad decimonónica. Roberto Brenes Mesén, un gramático costarricense educado en Chile, regresa a su país y escribe:

La lengua de un pueblo, de una raza, es el instrumento social por excelencia; los fenómenos que se operan en esa lengua son fenómenos sociales; no se rigen, por lo tanto, por un conjunto de reglas, a veces absolutamente arbitrarias, sino por leyes de carácter más o menos general, según la importancia de los fenómenos; los cuales no son inmóviles, sino antes bien, variables, en conformidad con las necesidades del pueblo o de la raza que habla la lengua. (Brenes Mesén 1905: XV).

En tercer lugar, los filólogos introducen la historia de la lengua como un aspecto importante para comprender el mecanismo lingüístico y, como se puede observar en la cita anterior, descubren la importancia de la variación dialectal, social y sicológica del fenómeno lingüístico. Por consiguiente, la misión del filólogo no es ahora prescribir ni reprobar, sino describir y explicar. Además, asumen el español como lengua materna y no como un idioma tomado en préstamo, y cuya única variante de prestigio era el dialecto peninsular. Además, los filólogos se declaran en contra de la idea del resquebrajamiento lingüístico de América (cfr. M. L. Wagner 1920). Están asimismo en contra de la idea de la corrupción lingüística y a favor de la amplitud, del enriquecimiento de la lengua mediante la incorporación de nuevos vocablos. La lengua está en continua transformación y no se puede fijar en unas cuantas reglas. Por lo tanto, el gramático pasa de legislador a observador (Brenes Mesén 1905: XIV). De esta forma, los filólogos se interesan por la lengua popular; sin embargo, muchos no caen en la cuenta de que la lengua hablada se puede analizar, sino que se quedan en el plano de la escritura y ven en la literatura costumbrista la fuente de sus estudios, surgiendo así la tradición filológica que se basó en obras literarias como fuente de estudio sincrónico del español de América. En 1921 Pedro Henríquez Ureña proclamaba:

Sería tiempo ya de acometer trabajos de conjunto sobre el español de América.

Los materiales abundan en la literatura, tanto la popular como la culta de

temas populares, y en obras de filología o de gramática, especialmente bajo la

forma de diccionarios de regionalismos. (Henríquez Ureña 1921: 357).

Parece que el llamado del pensador y filólogo dominicano hizo mella en los estudiosos de la lengua en la época, ya que durante la primera mitad del siglo XX una gran parte de los trabajos sobre el español de América se basó en obras literarias con carácter más bien dialectológico. Dentro de esta corriente se pueden citar los trabajos de Ch. Kany (1969a y 1969b), tendencia que fue extinguiéndose a medida que se le daba más importancia a la lengua hablada y surgían y se perfeccionaban los nuevos métodos de recolección de datos: grabadoras, espectrógrafos, encuestas y, recientemente, el vídeo.

Uno de los primeros trabajos de conjunto sobre el español de América se escribió en Alemania en 1926, y su autora, Anna Mangels, combina obras literarias con hablantes hispanoamericanos residentes en Hamburgo, Alemania. El estudio de Mangels cobra especial valor desde la perspectiva histórica, ya que, en cuanto a ciertos rasgos fonéticos, sus datos significan primeras documentaciones; para citar un ejemplo, el ensordecimiento de vibrante simple final en el español de Costa Rica.

Un hecho de gran relevancia para el mundo lingüístico latinoamericano fue la fundación del Instituto de Filología en Buenos Aires, en 1923. A través de esta institución se empezaron a recopilar y publicar estudios de corte dialectal referentes al español americano.

En cuanto a la geografía lingüística, el primer estudio en América es el libro de Tomás Navarro (1948) sobre el español de Puerto Rico. Sin embargo, esta disciplina de la dialectología no llega a cuajar sino a principios de la década de 1970, cuando empiezan a salir los grandes atlas lingüísticos nacionales: Atlas lingüístico etnográfico del Sur de Chile, conocido como ALESUCH (Araya et al. 1973), Atlas lingüístico etnográfico de Colombia o ALEC (Flórez 1981-1983), Atlas lingüístico de México (Lope Blanch 1991), el Pequeño atlas lingüístico etnográfico de Costa Rica o ALECORI (Quesada Pacheco 1992) el Atlas lingüístico diatópico y diastrático del Uruguay o ADDU (Elizaincín & Thun 2000), el Atlas lingüistico-etnográfico de Nicaragua o ALEN (Chavarría & Rosales 2010), el Atlas lingüístico-etnográfico de Costa Rica o ALECORI (Quesada Pacheco, en prensa) y el Atlas lingüístico-etnográfico de Panamá o ALEP (Tinoco, en prensa).

Además, durante la década de 1970 empiezan a fluir estudios sobre el español americano, no ya desde la perspectiva dialectológica, que había reinado durante toda la primera mitad del siglo XX, sino desde otras dimensiones como la sociolingüística (cfr. López Morales 1980), la diacronía (cfr. Guitarte 1980) y, en los últimos años, la pragmática (cfr. Rojas 1998).

Respecto de la relación de las academias hispanoamericanas con la Real Academia Española durante el siglo XX, en setiembre de 1939 se celebró en Buenos Aires el Congreso Americano de la Lengua, en el cual hubo acaloradas disputas sobre la presencia de los americanos en la Academia, pero, tal como apunta Julio Casares (1953: 13),

No hay que decir que las turbulentas sesiones del Congreso, en las que el presidente tenía que amenazar a cada paso con abandonar su sitial si no se guardaba un mínimo de orden y decoro, acabaron como el rosario de la aurora. No hay noticia de que se adoptaran conclusiones, y sólo consta que la moción separatista defendida por su señor Barletta fue rechazada por 20 votos contra 8.

Otro intento de llegar a una solución se presenta en 1951, en México, cuando se celebra el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, y cuyo tema principal era la unidad de la lengua. Sin embargo, hubo mociones tendientes a separar las Academias de Ultramar de la Real Academia. Una de las varias propuestas reza así:

Es de recomendar, y se recomienda, a las Academias Americanas y Filipina Correspondientes de la R. A. E., renuncien a su asociación con esta última... y asuman así de lleno la autonomía de que no deben abdicar y la personalidad íntegra que les es inalienable. (Casares 1953: 13)

Al igual que años atrás, en este congreso se plantea la necesidad de elaborar un diccionario distinto del de autoridades, el cual, según la opinión del académico guatemalteco David Vela, «no responde a las actuales formas de vida en América ni a las necesidades múltiples, populares y eruditas del idioma». (cit. por Casares 1953: 14). Sin embargo, al igual que en Buenos Aires, en la capital azteca los aires secesionistas terminaron esfumándose, los miembros que proclamaban la separación fueron muy pocos, y reinó el deseo de seguir unidos con la Real Academia Española, como diría el académico mexicano José de Vasconcelos, «gracias al sentimiento hispánico» del congreso, y entendiendo como hispánico a «todo el que piensa en castellano». (Casares 1953: 14).

El tiempo ha pasado, se inicia el siglo XXI, y las discordancias han dado paso a las concordancias a uno y otro lado del Atlántico, de manera que hoy en día el concepto de “diccionario de autoridades” ha sido sustituido por el de “diccionario de uso”, a la vez que se ha superado la idea del español peninsular como madre y regente, frente a las variedades americanas como sus hijas; por el contrario, todas las variedades hispánicas están en el mismo nivel de validez y de respeto, y todas las Academias de la Lengua, en unión con la Real Academia Española, se sientan juntas para discutir y consensuar el rumbo de la lengua española. Producto de este trabajo conjunto es el Diccionario de americanismos (Asociación 2010). Asimismo, entre el 7 y el 9 de marzo de 2000 la Real Academia convocó a una reunión con representantes de todas las Academias para discutir el Proyecto de constitución de una red informática de Academias de habla hispana, los gentilicios españoles e hispanoamericanos en el Diccionario de la Real Academia, y la creación del Diccionario Panhispánico de Dudas. No obstante, hay que reconocer que la mentalidad hurgadora y las actitudes críticas de los filólogos hispanoamericanos de hace un siglo fructificaron con el surgimiento del interés por el castellano americano como variedad distinta y echaron a andar su estudio desde un plano totalmente científico.

 

Para finalizar, no cabe ninguna duda de que hoy en día los estudios sobre este conjunto de hablas que se ha dado en llamar español de América han avanzado grandemente, tanto en cantidad como en profundidad, en donde los investigadores muestran conocimientos sólidos de las nuevas directrices teórico-metodológicas empleadas en otras partes del mundo científico.{11}

I

Teorías sobre los orígenes

del español americano

Desde el siglo XIX, los lingüistas se han enfrentado a la problemática del origen y de la gestación de la verdadera base y de los elementos que han contribuido a la conformación de la lengua española hablada en el Nuevo Mundo. Las teorías se han ocupado más que todo del nivel fonético de la lengua, y los rasgos en juego son: seseo, yeísmo, aspiración de /-s/ implosiva y final, pérdida de /-d/ final, alternancia de /r - 1/ y realización lenis de /x/.

Hasta la fecha, cinco teorías son las que han tenido éxito y ganado terreno en el estudio que nos ocupa, como se verá a continuación.

La teoría del sustrato

Nace con el dialectólogo Graziadio Ascoli en Italia a fines del siglo XIX, y tiene que ver en un principio con el latín y las lenguas de sustrato. En América, esta teoría cobró fuerza debido en parte a que no existían estudios de conjunto que describieran el español hablado, ni en las diferentes regiones del Nuevo Mundo ni en la Península Ibérica, lo cual indujo a pensar que el español americano estaba teñido de elementos sustratísticos muy fuertes. Los pensadores de la época no se podían explicar el origen de las manifestaciones lingüísticas americanas, ni compararlas con las de España.

Rudolf Lenz, un alemán que viaja a Chile, observa una serie de rasgos lingüísticos en el español de dicho país, y los asocia a la lengua araucana o mapuche.

Por su parte, el humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña es el primero que hace una división dialectal de América en cinco zonas, tomando como criterios de división las lenguas indígenas de las zonas en cuestión: azteca, maya, quechua, guaraní, araucano. Según el pensador dominicano, la realización tensa de /s/ y la realización [0] de las vocales átonas en unión con /s/ en la altiplanicie mexicana se deben a la influencia del sustrato indígena náhuatl (Vaquero 1996a: 16).{12}El venezolano Ángel Rosenblatt reconoce influjos indígenas en el español americano, y atribuye el consonantismo, el vocalismo y la entonación de las tierras altas de América a la influencia de las lenguas indígenas, ya que se desvía bastante del castellano peninsular (Moreno de Alba 1993: 73).

Por otro lado, si bien Bertil Malmberg (1992: 206) ve en una serie de aspectos fonéticos, morfosintácticos y léxicos del español americano un «acervo común hispánico», en otros reconoce elementos de sustrato en el español del Paraguay y de México (Malmberg 1992: 272-277 y 290-292).

Respecto de los elementos suprasegmentales, Rafael Lapesa (1980: 552) se inclina a pensar que

Muy probable es que se mantengan caracteres prehispánicos en la entonación hispanoamericana, tan distinta de la castellana. La entonación del español de América, muy rica en variantes, prodiga subidas y descensos melódicos, mientras la castellana tiende a moderar las inflexiones, sosteniéndose alrededor de una nota equilibrada.

Sin embargo, renglón seguido reconoce que son «impresiones carentes de validez doctrinal», y que se debe someterlas a prueba.

El léxico indígena es el mayor causante del espejismo del sustrato, ya que es en ese componente lingüístico donde mejor se nota el aporte de las lenguas indígenas en el castellano.

Si bien en la actualidad nadie duda de las grandes contribuciones de ciertas lenguas indígenas al español de las distintas regiones americanas, como Yucatán, los Andes y Paraguay, las cuales no solo se restringen al vocabulario, sino también a la fonética y a la morfosintaxis, es también un hecho consabido que el indigenismo no es el único componente, ni el más sobresaliente, en la gestación y configuración del español americano. Además, hay un problema en el estudio del sustrato en América, y es que muchas lenguas hoy extintas, y sin estudio, no pueden tomarse como parte del bilingüismo o como causantes de influjos sobre el castellano. Por otra parte, ocurre que muchos de los rasgos que se han considerado sustrato figuran en otras partes de América, donde nunca se han hablado las lenguas indígenas en cuestión.

La teoría poligenética

El principio fundamental de esta teoría, fundada por Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, es que el español de América es el llevado allí por todos los expedicionarios en sus oleadas sucesivas durante el siglo XVI: campesinos, hidalgos, plebeyos, de todas las regiones españolas, soldados, religiosos y otros. Al respecto afirma Alonso (1976: 44):

la verdadera base fue la nivelación realizada por todos los expedicionarios en sus oleadas sucesivas durante todo el siglo XVI. Ahí empieza lo americano.

Pedro Henríquez Ureña (1921: 359) habla de un desarrollo paralelo de los rasgos lingüísticos: el español de América se desarrolló paralelamente al de España, hubo intercambios, pero cada proceso evolucionó independientemente, y ambos impulsados por tendencias dinámicas internas, inherentes a cada macrodialecto, el peninsular y el americano. Por lo tanto, muchos rasgos americanos, que se parecen al andaluz, son producto de la casualidad, no de un trasplante. Lo que llevó a Henríquez Ureña a pensar de esa manera fue el fuerte nacionalismo americano que se suscitó a principios del siglo XX con la llamada «Generación de los Cien», en alusión al centenario de la independencia de España. Por consiguiente, no podía aceptar que el español americano estuviera lleno de rasgos dialectales provenientes de un dialecto español de tan poco prestigio en dicha época (refiriéndose al andaluz).

La teoría de la hidalguización

En un extenso artículo, Angel Rosenblatt (1964) sostiene que la base del español americano está en el habla de los sectores medios y superiores de España. De ahí el uso de formas de cortesía como vos, usted, don, doña, más frecuente en América que en España. Esta teoría se apoya en el estudio de la procedencia social (no regional) de los conquistadores. Así, llegaron clérigos, delincuentes, soldados, muchos hidalgos y muchos otros que se hidalguizaron en América, muchos marineros, alfabetos y analfabetos, pero pocos campesinos. Por eso, el español americano no es una prolongación del habla rústica española del siglo XVI. Y según Rosenblatt, los soldados tenían un alto valor del buen hablar.

El autor resalta la importancia del hidalgo en la formación de la sociedad colonial, y cómo los nobles tenían acceso a la cultura.

La teoría andalucista

Es la teoría que más revuelo ha causado en los medios filológicos hispánicos. Como se ha visto en páginas anteriores, desde hacía siglos se habían oído opiniones provenientes de personas de cierto peso, según las cuales el español de América manifestaba cierto influjo o parecido andaluz. Sin embargo, nadie se lo había planteado en términos histórico-lingüísticos, hasta que, en 1920, M. L. Wagner publica un artículo en donde rebate la teoría sustratista afirmando que la influencia de las lenguas indígenas en el español americano se limita solamente al léxico, y que las divergencias fonéticas son comunes a toda América o a grandes regiones; por lo tanto, no pueden ser producto de tal o cual sustrato. En tercer lugar, afirma que los primeros pobladores de América eran en su mayor parte andaluces, con lo cual inicia la polémica sobre el andalucismo del español de América:

No hay duda de que hubo un poblamiento español predominantemente meridional durante los dos primeros siglos de la Conquista. (Wagner 1920: 294; traducción mía).

Wagner no solo apunta una influencia andaluza en el español ultramarino, sino que también señala una diferencia lingüística entre las tierras del interior y las costeras, las últimas con mayor acento andaluz. Al respecto acota:

Observando con detenimiento, notamos que los países y regiones con carácter lingüístico meridional español son las regiones pobladas primero y más persistentemente. En primer lugar las Antillas [...] luego la costa atlántica de México, Colombia, Venezuela [...] en Argentina igualmente en la costa [...] Son diferentes, empero, las condiciones de poblamiento en el interior de México, América Central, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia, donde el español se introdujo lentamente. (Wagner 1920: 295; traducción mía).

Con la afirmación anterior se registra la primera división del español de América en tierras altas y bajas, causada por el influjo andaluz.

Contemporáneamente a Wagner, y sin conocer su artículo, el dominicano Pedro Henríquez Ureña refutaba la teoría andalucista, la cual calificaba de «una de las generalizaciones más frecuentes». Según él:

tal andalucismo, donde existe -es sobre todo en las tierras bajas-, puede estimarse como desarrollo paralelo y no necesariamente como influencia del Sur de España. (Henríquez Ureña 1921: 359).

Como se dijo anteriormente, Henríquez Ureña estaba motivado, entre otras cosas, por un profundo nacionalismo de corte americanista, el cual no le permitía ver influjos de otras partes, sino explicarse el desarrollo del español de América como paralelo al desarrollo del español peninsular y, por lo tanto, lejano a influjos tan directos.

En 1924, el célebre filólogo español Ramón Menéndez Pidal afirmaba lo siguiente:

El grueso de las primeras migraciones salió del Sur del reino de Castilla, es decir de Andalucía, de Extremadura y de Canarias, por lo cual la lengua popular hispanoamericana es una prolongación de los dialectos españoles meridionales. (cit. por Wagner 1927: 26).

con lo cual Menéndez Pidal se une a los partidarios de la teoría, la cual va a desarrollar con más datos años después (Menéndez Pidal 1962).

Habiendo conocido el artículo de Wagner (1920), el pensador dominicano Henríquez Ureña publica un articulito con el título de El supuesto andalucismo del español de América (1925), donde refuta las ideas wagnerianas, y en 1931 publica un estudio sobre el origen de los primeros pobladores de América, en donde llega a demostrar que, de 2774 pobladores, solamente 688 eran andaluces; el resto provenía de otras provincias españolas, entre las que destacaban los castellanos con 721 pobladores (Henríquez Ureña 1931: 120148). Fue tal el impacto que causaron sus estudios, que el mismo Wagner se retracta y acepta las conclusiones del filólogo dominicano, diciendo:

non sappiamo se le condizioni fonetiche dell’andaluso furono le stesse di oggi già al tempo della conquista. Sarà dunque prudente di non avventurarsi in vaghe ipotesi, tanto più che non siamo ancora sufficientemente informati sulle condizioni fonetiche di tutte le regioni spagnole e americane e non è ancora possibile delimitare esattamente le zone di estensione di questo o quel fenomeno. (Wagner 1949: 81).

A partir de la segunda mitad del siglo XX, P. Boyd-Bowman da a conocer sus estudios de carácter biogràfico, en donde muestra un alto procentaje de andaluces en la conquista americana: de 54.881 pasajeros a Indias entre 1493 y 1600, 20.229, o sea, 37% del total, procedían de Andalucía (Quesada Pacheco 1988a: 135). Boyd-Bowman no solo determina el alto porcentaje de andaluces, sino también hace resaltar el papel preponderante de la ciudad de Sevilla durante esos siglos, lo cual lo lleva a sugerir la teoría según la cual Sevilla dominó, comercial y lingüísticamente, el imperio marítimo trasatlántico español (Boyd-Bowman 1976: 585-586). Años más tarde, el mencionado lingüista (1975) descubre indicios de seseo y otras particularidades andaluzas en cartas escritas por pobladores americanos durante el siglo XVI.

 

Por su parte, Diego Catalán (1956 y 1958) introduce el concepto de español atlántico; rebate los desarrollos paralelos y demuestra que el seseo y el ceceo parten del cezeo (confusión de sonoras y sordas) y después vino el yeísmo. Los rasgos andaluces fueron llevados gradualmente, en ondas, de manera que se puede hablar de un puente de madera entre Sevilla y América.

El citado filólogo español Ramón Menéndez Pidal (1962) desarrolla las teorías planteadas por Boyd-Bowman y Catalán, al afirmar que el influjo andaluz continuó sintiéndose durante toda la Colonia, particularmente en las costas, mientras que las regiones interiores mantuvieron un andalucismo más tenue. Según Menéndez Pidal (1962: 164-165):

Al comienzo toda América hubo de recibir en la primera mitad del siglo XVI una lengua común de tipo castellano, con clara articulación de las finales, con ll, y, por supuesto, con la -d- intervocálica mantenida. No obstante, ya debía de prevalecer, como muy difundido, el ceceo entonces tan de moda, que muy pronto llegó a ser general a todas las regiones americanas [...] Este tipo de lengua, castellana con un sello andaluz poco profundo [...] se conserva sólo en las tierras de menos comercio y de escaso desarrollo social en los siglos XVI y XVII [...]

Un tipo opuesto debió de producirse desde muy temprano. Se caracteriza por un andalucismo más recargado y dialectal, en que la s de final de palabra o de sílaba se aspira, la -r y la -l implosivas se relajan tendiendo a confundirse, en que la aspiración de la j tiende a hacerse más débil, casi imperceptible, y la -d- intervocálica a debilitarse tanto que se pierde abundantemente. Este tipo más andaluzado obedece a un influjo más persistente de Sevilla, ejercido sobre las comarcas de vida principalmente mercantil.

Rafael Lapesa sustenta la opinión según la cual, si se quiere demostrar el andalucismo en América, habrá que determinar las fechas de los fenómenos en cuestión, el índice de pobladores peninsulares y diversos factores socioculturales para determinar si hay o no andalucismo. De esta manera, Lapesa se dio a la tarea investigativa en manuscritos medievales y llegó a demostrar que los fenómenos andaluces se daban antes del siglo XVI (Lapesa 1980: 370-390). Si bien Lapesa es andalucista, considera que el andalucismo es uno de los diversos elementos que entran en la formación del español americano.

La discusión sobre el andalucismo del español americano ha continuado hasta nuestros días, siendo aceptada por unos (los andalucistas) y rebatida por otros (los antiandalucistas), sin que se hayan puesto totalmente de acuerdo en determinar si los rasgos fonéticos que unen a Andalucía con América son simples desarrollos paralelos o bien influjo de Andalucía sobre América (cfr. Moreno de Alba 1993: 44). Sin embargo, para J. Frago no hay duda de la importancia andaluza en la conformación de América, tal como él mismo la describe: «Ningún grupo regional español con más asiduidad ni en mayor número que el andaluz hizo la carrera de Indias». (Frago 1994: 189).

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