Mitología Azteca

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Из серии: Colección Mythos
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Mitología Azteca
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© Plutón Ediciones X, s. l., 2020

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: contacto@plutonediciones.com

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-18211-11-9

A toda mi gente de

Cuitlatecapan (Zihuatanejo)

y alrededores,

por su amor, por sus favores,

y nuevamente para mis hijos,

Yuri y Ainhoa, que me han regalado

vida y nietos:

Jordi, Niobe, Enzo y Juno,

a los que tanto quiero.

Prólogo: El Náhuatl no se escribe,

se cuenta, se canta

Cuicas, cuicas

cuicani, icuac tlaneci,

cuicas, cuicas

cuicani, icuac youali.

(Canta, canta cantante, cuando amanezca,

canta, canta cantante, cuando anochezca)

Primero fue nahui, el sonido, después fue nahua, el sonido armónico de donde nació tlajtol, la palabra para que los Tonacatecutli, señores de nuestra carne, pudieran contarse cosas y cantarse poemas, para que así emergiera el náhuatl, la lengua florida entre las cañas, que regalarían más tarde a los humanos.

Hace más de veinte años escribí Mito y leyenda de los aztecas, con todo el corazón, pero lleno de errores que intenté subsanar en una revisión hecha en el 2014, pero no he tenido el gusto de ver el resultado.

El libro se ha reeditado varias veces desde entonces, y al público le ha gustado a pesar de los errores, y sin que aquel editor haya cumplido con el pago de derechos de autor correspondiente, práctica muy habitual en ciertos estratos del mundo editorial que las autoridades correspondientes solapan sin rubor alguno. Quizá sea ese el costo de vivir en países tan maravillosos como lo son los países latinos, donde la comida, los paisajes, cierta anarquía y, sobre todo, el amor y el calor de su gente suple las cuestiones legales y honorables.

La palabra, que antes valía oro o plumas de quetzal, ahora, y en ciertos círculos, no vale nada; tampoco valen ciertos escritos, como algunos contratos de edición y similares.

Por mi parte, prefiero la palabra dada a la palabra escrita en las cuestiones importantes de la vida, y de esta manera desdeño, más que perdonar, la miseria moral de quienes carecen de ella.

Tlasojtli mauistli, palabra de honor, dirían los tenochcas para que su interlocutor supiera que se iba a cumplir la palabra dada, ignorando, como el escritor con ciertos editores, que los conquistadores carecían, en su mayoría, de palabra, honor y valores básicos de noble y recto comportamiento humano.

“Los valores son para los tontos, los pobres y los ignorantes”, decían los saqueadores burlándose de la ingenuidad de los conquistados, y en esa mentalidad, Carlos V y Felipe II, mandaron destruir todo lo prehispánico en las tierras ocupadas y legitimadas en propiedad por el Vaticano; pero tan mal lo hicieron en su ceguera de codicia y oprobio, que la palabra, tlasojtli, pervivió en la tradición oral.

La Mitología Azteca es una de las más ricas y poéticas, y ha soportado todo tipo de versiones, manipulaciones y sincretismos manteniendo su esencia, una esencia que a menudo pasa desapercibida a primera vista, pero que se siembra en las almas como un grano de maíz para reverdecer más tarde.

En la Mitología Azteca no hay monoteísmo ni presunciones de saberlo todo o de poderlo todo, sino un realismo mágico donde las creencias se mezclan con la verdad humana, y el animismo adquiere cuerpo y forma en los setenta y dos señores de nuestra carne y sus respectivas parejas.

En la Mitología Azteca todo viene a pares con fines reproductivos: “Henchid la Tierra y multiplicaos” parecía gritar Ometecuhtli, el señor doble, pero no dijo nada acerca de la potestad sobre las mujeres, los hijos, los animales o los bienes del Semanauac. Por otra parte, en la Mitología Azteca, reproducirse es algo más que aparearse, pues también se reproducen y aumentan los saberes, los cantos, los poemas, las obras y las construcciones, e incluso los pensamientos y las ideas.

Todo se reproduce y crece a través de la palabra, de boca a oído generación tras generación hasta llegar al día de hoy sin necesidad de amates y códices; entre otras cosas, porque hay más de un millón doscientas mil personas que hablan náhuatl y que mantienen vivas sus tradiciones.

Hubo persecución, desdoro, tortura y hasta muerte para los náhuatl parlantes, pero a la española, es decir, de manera torpe, o “chapucera”, porque al lado del Virreinato de la Nueva España, en el mismo centro de México, poblaciones como Xochimilco, Chamilpa, Coyoacán e Iztapalapa, nunca dejaron de hablarlo, e incluso aprendieron a escribirlo y a darle forma académica, con lo que sus mitos y sus leyendas fueron reproducidos gráficamente en monasterios, conventos, universidades, e incluso entre oficiales y artesanos que trabajaban en los talleres novohispanos.

El sincretismo religioso fue inevitable para un pueblo devocional como el mexica, pero eso no impidió que la cultura prehispánica trascendiera y se celebrara al amparo de las vírgenes y los santos católicos dentro y fuera de las mismas iglesias que el pueblo conquistado ayudó a construir de buena gana.

México en sí es un pueblo de leyenda, cálido y enigmático al mismo tiempo, donde no pocos virreyes se mexicanizaron dando la espalda a la Corona Española e incumpliendo los mandatos del Vaticano. El Virrey Revillagigedo, a finales del siglo XVIII, dio buena muestra de ello, rescatando a la Coatlicue, la de la falda de serpientes, y abriendo la puerta a los estudios prehispánicos, sin dejar por eso de modernizar al país y de convertir a la urbe mexicana en La Ciudad de los Palacios; unos palacios bajo los cuales hay otros palacios prehispánicos que día a día se van rescatando o descubriendo, como si obedecieran a los vaticinios de la Mitología Azteca.

Quizá dentro de veinte años, si Ehecatl, señor el viento, me da aliento vital, escribiré una nueva Mitología Azteca, con nuevos datos que me ayuden a subsanar los posibles errores cometidos en el presente libro, y con la inestimable ayuda de Tatatloani, que no quiere ni que lo nombre, aunque él sea la fuente de muchas de las leyendas que aparecen a lo largo este libro. Gracias, Tata.

Ina yolotl, desde el corazón, deseo que disfruten leyéndolo con la misma pasión y amor que yo he disfrutado al escribirlo.

J.T.R.

Introducción: El Anáhuac y el Semanauac

Nauatl amo tlacuilitl, nauatl tlasojtli.

¡Chihualacan ikniutin ica Semanauac Nauatl!

(El Náhuatl no se escribe, el Náhuatl se habla.

¡Bienvenidos compañeros al Universo Náhuatl!)

Antes de entrar de lleno en la Mitología Azteca hay que superar otros mitos, como los históricos, incluso los oficiales, que han desinformado a propios y extraños, a veces por claros intereses de los conquistadores, otras veces por seguir una corriente de pensamiento que se creía certera y correcta, y otras más por pura negligencia, desidia o ignorancia.

Pocas veces se dice, aunque ya está escrito en varios textos e investigaciones, que la cultura nahua se extiende a través de su lengua desde el Yukón, Alaska, hasta Nicaragua, el último lugar donde se habla náhuatl, y que tiene alrededor de cinco mil años de antigüedad con rasgos claramente civilizados y asentamientos humanos sedentarios, si tomamos en cuenta la cultura Olmeca, que nos ha legado las grandes cabezas olmecas con rasgos negroides, por más que en el INAH (Instituto Nacional de Antropología de México) se empeñen en ver rasgos de jaguar; y urnas con esculturas de diferentes caracteres raciales, desde orientales hasta europeos, que se pueden observar hoy en día en el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México, y en los de Xalapa y Veracruz.

No se sabe exactamente desde cuándo hay presencia humana en el hoy llamado continente americano, pero las cifras más o menos oficiales rondan entre los trece mil y los treinta y cinco mil años de antigüedad, gracias a la ruta del Estrecho de Bering, muy publicitado, y al paso occidental de Groenlandia, que casi nunca se menciona a pesar de las armas, herramientas y vestigios solutrenses que se encuentran tanto en Canadá como en la Península Ibérica, lo que nos remite a presencia humana en el norte de América desde el paleolítico superior.


Cabeza Olmeca

La Historia no siempre la escriben los vencedores, la escribimos los escritores, por encargo o libremente (los vencedores no siempre saben escribir), y a menudo incurrimos en graves errores que nuestros lectores toman por buenos, sobre todo cuando el tema es sobre una cultura desconocida, la cual ha sido malversada de antemano y añade sus errores a los nuestros.


Urna Olmeca

 

La Historia debería basarse en datos y hechos fehacientes, y ser parte de la memoria colectiva con el fin de acumular conocimiento y no repetir errores, pero raras veces es así. A cambio de eso, se fundamenta en panegíricos sobre dudosos héroes; en fechas acomodadas, en ideologías prejuiciosas o en creencias absurdas, por no hablar del hoyismo, o ese querer ver con los ojos del hoy. Inmersos en una cultura determinada, los hechos del ayer de culturas, como la nahua, que no conocemos ni entendemos, pero sobre las cuales escribimos alegremente de oído o basándonos en famosos autores, académicos o no, que citan las notas oficiales independientemente de su veracidad, como si las antiguas culturas se rigieran por las mismas leyes y costumbres de nuestra cultura.

Incluso Heródoto, padre de la Historia, ve con ojos griegos la cultura egipcia, y la describe no cómo era en realidad, sino como él la entendía.

La misma Biblia fue considerada un libro histórico y científico hasta el siglo XV de nuestra era, bajo amenaza de condenación a quien no lo creyera y aceptara así, y en algunos sectores de la población aún lo sigue siendo. Voltaire puso en duda a toda la historia escrita hasta el siglo XVIII, por ser materia más de dogma y creencia que de datos certeros o que tendieran a la certidumbre.

Con estos datos podríamos concluir que la Historia no es una ciencia exacta, aunque los nuevos estudiosos de la materia están intentando que lo sea, con lo que el campo de los mitos y las leyendas es menos exacto aun, pero quizá con más esencia, ya que lo que no cambia en las mitologías es lo esencial aunque los mitos y las leyendas se cuenten de diversas maneras.

Hay que tener en cuenta que antes del supuesto descubrimiento de lo que más tarde se llamaría América, en las culturas prehispánicas no había una disciplina histórica parecida a la occidental, sino tradiciones orales que daban cuenta de la presencia de los diferentes grupos étnicos en el mundo, y, por supuesto, muchos mitos y leyendas, que han llegado hasta nuestros días gracias, precisamente, a que son orales y no pudieron quemarlos los conquistadores.

En otras palabras, ninguno de los códices prehispánicos sobrevivió a la persecución y a la quema, si es que los hubo, como el Chimalpopoca, y los códices que se realizaron después están obviamente manipulados con ideas netamente occidentales que poco o nada tienen qué ver con el mundo prehispánico más allá de las manos de los tlacuilos (escribas) que los dibujaron bajo la santa supervisión de frailes franciscanos o dominicos.

Nos quedan las pirámides, las esculturas, la cocina y las artesanías para darnos pistas de lo que fue el Anáhuac antes de la conquista, intentando salvar nuestros prejuicios actuales, e incluso nuestra formación y educación, para no mal interpretarlos.

Historia y cultura

(nemiliscayotl iuan tlacayotl)

Una lengua hace una cultura, de la misma manera que una cultura hace una lengua, y del mismo modo que la historia es cultura basada en la tradición, y que la cultura es tradición que crea historia.

No todo en este planeta es eurocentrismo occidental ni capitalismo globalizado, y si bien es cierto que de momento esta línea de pensamiento va ganando la carrera, también es cierto que otras formas de sentir y de pensar el mundo resisten y prevalecen a pesar de la constancia del colonialismo físico, psíquico y mental.

No es que cada cabeza sea un mundo, porque las enseñanzas y la socialización en las que se construyen los individuos es muy similar en cada tercio del planeta (un tercio judeocristiano, un tercio animista y un tercio budista), con lo que aquello que se cree original y propio suele ser de lo más común, sino que ha habido, hay y habrá, si hay suerte, diversas formas de enseñanza y socialización alrededor del orbe, y con ello diversas lenguas, culturas y formas de pensamiento.

Hace quinientos años, justificada por un falso descubrimiento y una real conquista, saqueo y vejación, empezó a fraguarse la globalización capitalista y eurocéntrica, pretendiendo que el pensamiento, el conocimiento, el sistema económico y la organización política fueran únicos y universales, dándole valor a solo una, primero con la colonización física y luego con las colonizaciones religiosa e intelectual, intentando borrar las diferencias y el pasado; esfuerzo que se sigue dando en nuestros días con el pretexto de integrar y mejorar, pero que por suerte aún no se ha logrado, gracias a que por debajo de la cultura dominante subyacen y sobreviven otras culturas.

Ya que no han desaparecido del todo, es válido preguntarse: ¿Cómo eran las enseñanzas y socialización entre los pueblos prehispánicos, y sobre todo entre las culturas nahuas que nos interesan?

¿Cómo dicen los conquistadores, cómo señalan los revisionistas, cómo nos lo enseñan en la escuela, cómo apuntan los modernos estudiosos del tema, o cómo lo ha creado y recreado la Iglesia?

Nadie lo sabe con exactitud, y el campo es tan llano que caben todo tipo de interpretaciones, especulaciones e invenciones ad hoc de quien las emita. Nuestro punto de vista es el sociológico, apoyándonos en la arqueología y en la antropología, pero fundamentalmente sociológico y basado en cuatro pilares estructurales:

1.- Cultural: Usos, costumbres, fiestas, ritos, alimentación, creencias, lengua, cuentos, arte, cosmovisión, leyendas.

2.- Social: Jerarquías, asimetrías, relaciones sociales, relaciones de parentesco, uso e instrumentalización de las relaciones, utilización de la lengua.

3.- Económico: Administración y gestión de los recursos, intercambios, tasaciones, distribución y redistribución de la escasez o de la riqueza, legados, herencias; productividad, capacidad de ahorro, expansión y tenencia.

4.- Político: Organización, instituciones, mandos, normas, leyes, jurisprudencias, constricciones, poder, monopolio de la violencia.

Todo ello a través de las bases del orden social, es decir, de aquello que hace que un grupo humano se ciña bajo un mismo tótem y acepte su papel social dentro del sistema, cualquiera que este sea:

a) Tradición: lo que supuestamente se ha hecho “desde siempre”, y, por tanto, se sigue haciendo ya sea de manera inconsciente o de manera ceremonial y con sumo respeto, dando por buenos los mitos y las leyendas, o incluso desconociendo su antigüedad o su origen.

b) Carisma: personas, cosas, lugares, dioses, héroes o puntos de influencia con popularidad o prestigio social.

c) Autoridad: lo que se acepta como mando, orden, regulación o imposición sin cuestionamiento.

d) Legitimidad: lo que se da por hecho, ético, moral, correcto y ejemplar.

¿Cómo era el mundo nahua dentro de este esquema? Poco sabemos de los olmecas, un poco más de los toltecas y algo más sólido de los tenochcas o mexicas, a pesar de las variantes, percepciones, interpretaciones e intereses que nos ofrecen desde distintas disciplinas los autores y estudiosos que escriben sobre este tema.

A grandes rasgos, y para empaparnos con el mundo nahua, empecemos con sus creencias, es decir, con su cultura, que da lugar a los otros tres pilares de la estructura sociológica:

Cultural

En el panteón celestial nahua no hay teo, es decir, no hay la palabra “Dios” castellana que viene del griego y a su vez quiere decir Zeus, o buena luz; ya que teo viene de teotl, piedra, con lo que Teotihuacán no es el “lugar de los dioses”, sino el “lugar de piedras”.

Otro ejemplo, Tonacatecutli, o señor de nuestra carne, es como llamaban al ser que ocupaba el noveno cielo, el cual, por cierto, tenía mujer, Tonacacihuatecutli, la señora de nuestra carne.

En la lengua y cultura nahua todos los seres de los cielos van a pares, todos tienen mujer o contraparte femenina. Por tanto, es mucho menos machista, y bastante menos patriarcal, que otros sistemas de panteones divinos.

Sus seres celestiales eran cercanos, no solo intercedían, sino que actuaban y se relacionaban directamente con los humanos “porque eran de su misma carne”.

Sus dioses no eran dioses, sino señores y señoras de nuestra carne, que vivían y morían, aunque, como todos los seres vivos, no morían del todo, sino que se transformaban, cambiaban, esperaban o iban a existir en otros lugares o cielos.

Alguno de ellos pasa 600 años literalmente en los huesos, sin carne, pero se encarna y vuelve.

Otras tienen 600 hijos. Otros crean 600 guerreros; con lo que quizá sea el número 600 lo importante, o la clave de los ciclos estelares, y no los huesos, los hijos o los guerreros.

Tienen los mismos defectos y virtudes que los humanos: mueren, viven, aman, celan, pelean, resucitan, desaparecen, se relacionan, traicionan, engañan, envidian, medran, ambicionan, se rebelan, obedecen.

Hay prosopopeya, o sustitución de persona por animal o cosa. Son fundadores y maestros.

Poco mesiánicos, aunque hay algunos, como el Príncipe Uno Caña Serpiente Hermosa (Se Acatl Topiltsin Ketsalcoatl), que ni es hijo de dioses, ni perfecto ni salvador, pero que sí promete volver tras ser echado de Tula por borracho, incestuoso y mal dirigente, pues se dejó engañar y tentar por el Espejo Humeante (Tescatipotla o Tezcatipotla, aunque, la verdad, aún no he conocido a ningún náhuatl parlante que pronuncie la “z”).

Son poderosos, tanto para la construcción como para la destrucción.

Exigen tributo, porque también ellos se han sacrificado y tributado.

Cuidan de su pueblo, pero favorecen, por su puesto, a jerarcas, caciques y jefes.

El pueblo que los considera es devocional y ritual, es decir, más amante de las fiestas y las celebraciones que del trabajo duro, pero presto a la solidaridad y el sacrificio, a la danza y la poesía, a la bebida, la comensalía y el preciosismo.

Obviamente jerárquicos y asimétricos, con un sistema de casta social bien establecida y ampliamente aceptada, los nahuas eran muy similares a otros tantos grupos humanos de la antigüedad, que alcanzaron el refinamiento de lo que se considera como civilización en Tenochtitlan.

Curiosamente, los ritos de sangre de los católicos, como comerse a su dios y beber su sangre, el cilicio y la mortificación de la carne, casaron muy bien con las devociones y ritos nahuas, como el desollamiento, los cortes de orejas, mejillas, piernas y pene, para ofrendarlos a los dioses y fertilizar la tierra.

No tienen chamanes, porque el Chamán es siberiano, pero sí nahuales y tecolotes, brujos buenos y brujos malos (icuac tecolotl cuicas, maseuali miquis, ca amo neli, pampa chihuacan: cuando el tecolote canta, el pobre muere, esto no es cierto, pero sucede); médicos, herbolarios, sanadores, curanderas, etc., etc.

La comensalía es sana, sabrosa, amplia y variada, tanto que pervive y se considera paradigmática en el mundo entero, por eso no es nada extraño que muchos de sus ritos y rituales estén dedicados a la agricultura, las flores, la comida y la bebida, junto a los cantos, las narraciones, los poemas y los bailes.

La cultura nahua es constructora, pero también conquistadora e imperialista, y extiende su lengua, sus creencias, su cocina, sus artes y sus ciencias por un amplio territorio del Anáhuac, sin dejar por ello de negociar, intercambiar, aprender, e incluso dar grados de libertad políticos y comerciales a los pueblos tributarios; desde los olmecas hasta los mexicas pasando por los toltecas y teotihuacanos, la cultura nahua se extiende a lo largo y ancho del Semanauac, o Cemanauac si usted lo prefiere.

Por supuesto, y como en cualquier lucha por el poder, los pueblos vecinos a menudo no tenían por agradable el dominio nahua, y muchos de ellos, como tlaxcaltecas y totonacas, se mantuvieron rebeldes y guerreros ante el dominio nahua, por lo que vale la pena rescatar lo positivo, como la toponimia, y no abundar ni repetir los errores, como a menudo aconsejaban los siuacoatl a sus respectivos tlatoanis.

Social

En la estructura social podemos observar las diferentes capas, desde el maseuali, o gente del pueblo, hasta el tlatoani, jefe, o el siuacoatl (mujer serpiente) consejero del jefe, generalmente inteligente, sabio, lúcido, homosexual o asexuado, con un gran prestigio social.

En esta estructura nadie pasaba hambre ni era ajeno a la educación. Había muy pocas enfermedades, sobre todo las pandémicas, y era muy poco usual ver malformaciones genéticas o hereditarias a pesar de la promiscuidad y el incesto, o de la maternidad en edades tempranas.

Existía la poligamia y la endogamia, sobre todo en las clases altas, pero también la monogamia y la exogamia, normalmente en las clases medias y populares, pero no eran excluyentes, como tampoco lo eran la asexualidad o la homosexualidad, porque el sexo no era un marcador social.

 

En cualquier caso estaban muy mal vistos los excesos, tanto en el comer como en el beber, donde las castas elevadas estaban obligadas a poner ejemplo de recato y contención.

Las castas sociales se diferenciaban y reconocían tanto por el barrio que se habitaba, como por la vestimenta o el corte de pelo. Había muy poca delincuencia y severos castigos, poco qué robar y mucho que pagar por un robo, sin importar el rango del trasgresor, y toda queja o descontento recibía atención por parte de las autoridades y del pueblo. Quizá no era el Paraíso, porque había una fuerte moral represora, actos punitivos duros y crueles incluso para los niños; jerarquías, pobres, medianos y ricos, e incluso esclavos por deudas, pero a pesar de ello vivían en un saludable equilibrio social.

¿Cómo lograban este equilibrio? En buena parte lo lograban con la Astrología, es decir, definiendo y decidiendo desde el nacimiento hasta los siete años de edad las habilidades y cualidades de cada individuo dependiendo de su signo astrológico, lo que vaticinaba a menudo la movilidad social ascendente o descendente de unos y otros, es decir, el camino que habían de seguir en la vida.

Por supuesto, el linaje, dedicación y posición social y económica eran muy influyentes, pero si alguien nacía sin posibilidades astrológicas para ciertas tareas y habilidades para otras, era llevado a uno u otro tipo de colegio, para que las desarrollara y cumpliera con su destino: el que tenía habilidades artísticas iba a la escuela de los artistas, y el que tenía habilidades de lucha iba a la escuela de los guerreros.

Había cierta tolerancia para ancianos y ancianas, e incluso para personas de ciertos signos zodiacales, como los hombres venado y las mujeres conejo. De igual forma, se exigía de la misma manera para los hombres caña y las mujeres águila.

Por tanto, las relaciones sociales se basaban en el reconocimiento y respeto de cada clase, tomando en cuenta además la edad, favoreciendo a los niños, las madres y los ancianos, por ser los más vulnerables, incluso en el momento de la muerte. Por ejemplo, los niños que morían iban a un buen cielo, lo mismo que las madres que morían en el parto. Los ancianos (todos aquellos que pasaban de 52 años), eran considerados sabios, maestros y buenos consejeros, e incluso protectores de los vivos desde el mundo de la muerte.

Morir en la guerra, por un acto heroico o en la piedra del sacrificio eran un honor, y garantía de una buena existencia en el más allá. Mientras que morir sin honor obligaba a luchar en el otro mundo para conseguir un buen puesto y no perderse en algo similar al infierno occidental.

Económico

Con una economía agrícola, basada más en la gestión de la abundancia que de la escasez; el intercambio, el trueque y hasta el comercio “internacional” tanto por mar como por tierra, con Centro y Sudamérica (desde lo que hoy es la Costa Grande mexicana hasta el Callao, Perú; y desde el norte de Sonora y Chihuahua hasta Nicaragua), donde los pochtecas (comerciantes) servían tanto de informantes como de vendedores y compradores, la economía nahua era sana y poderosa. Poco se sabe de los olmecas, pero tanto los toltecas como los tenochcas, sin olvidar a los chichimecas y a los purépechas, y, sobre todo a los mayas, hubo luchas, guerras, conquistas, sometimiento, tributos, alianzas, negociaciones e influencias culturales y lingüísticas, y, en fin, una forma de colonización e imperialismo que favorecía la economía y bienestar de los vencedores mientras les duraba el poder, con un centralismo secular que dura hasta nuestros días.


Matrícula de los tributos, copia del Códice Mendoza

Durante trescientos años Tenochtitlan fue el centro económico, político y cultural del Anáhuac, y hoy en día lo sigue siendo en buena medida, a pesar de haber sido conquistada por los españoles, o quizá también gracias a ello.

No había moneda ni dinero, pero sí intercambio simbólico con conchas y cáscaras de cacao, cuentas de debe y haber, deudas y herencias, e incluso esclavos, aunque no permanentes, dotes y bienestar social en materia de salud y educación porque absolutamente todos tenían acceso al cuidado médico y a la escuela, cualesquiera que estos fuesen.

Se cobraban impuestos en especie, tanto a los pueblos dominados como a los habitantes de Tenochtitlan, es decir, contaban con un sistema tributario.

No había mendigos ni abandonados por la sociedad, todos comían; tampoco había propiedad privada, sino de barrios y comunidades; no había muchos bienes de consumo ni de propiedad, y, por tanto, casi no había robos, y los pocos que había eran severamente castigados.

Valía más una pluma de quetzal que una pieza de oro; y si bien el jade y la turquesa eran bien apreciados, no lo eran menos el cacao y las conchas marinas, e incluso el algodón o los petates que servían tanto de cama como de morral para el transporte de mercancías.

La siembra era buena en el valle, pero no lo era menos en las chinampas instaladas en el lago. Contaban con un elaborado sistema de agua potable, y un muy depurado sistema de tratamiento de las aguas negras.

La granja no era muy extensa, pero con guajolotes y tepescuintles, iguanas y tlacuaches tenían huevos y buenas carnes. No se dedicaban mucho a la caza, pero de vez en cuando echaban mano de venados y jabatos.

Su cocina, basada en el maíz, el frijol y el chile, era amplia y diversa, como lo sigue siendo hasta el día de hoy, con toda clase de guisos que todo el mundo conoce, y bebidas, desde la chía y el chilate, hasta el chocolate y el pulque, además de mezcal, tequila y raicilla; eso sí, todo con moderación, poca grasa y mucha fruta y verdura, además de chapulines, gusanos y flores.

Contaba con finos orfebres, que sabían hacer hilo de plata, oro y cobre, así como artesanos en todas las áreas, desde la construcción y la escultura, hasta los hilados y los tejidos de fibras naturales que hoy siguen deslumbrando al mundo.

Maestros en todas las artes y ciencias, naturales y exactas, y un calendario de lo más exacto, tanto para ordenar las cosechas como para observar los movimientos planetarios.

Poetas, músicos, danzantes, escribanos y pintores reconocidos y bien pagados, sin faltar los ueuetloni o viejos sabios que transmitían enseñanzas y tradiciones de forma oral en los calpuli o barrios donde habitaban, sin que les faltara de nada.

La limpieza era esencial, tanto del cuerpo como de las casas, y cualquier persona que llegara a los 52 años de edad podía deshacerse de todo lo material sin el temor que desde ese momento en adelante le faltara de nada, pues era sustentada tanto por las autoridades como por la comunidad, y, como ya no era apta para el sacrificio ni para otros menesteres que le pudieran reportar honor, se le asignaban tareas propias de su edad y su experiencia, y se le permitía beber y holgar placenteramente lo que quisiera y pudiera.

La crueldad y el horror venían de la enfermedad o de la guerra, y si bien contaban con amplios conocimientos de anatomía y medicina herbolaria, tenían muy pocos recursos para las infecciones, las enfermedades bacterianas o víricas, que por suerte, y por desgracia, prácticamente no conocieron ninguna de ellas hasta la llegada de los españoles. Incluso hay quien piensa que los sacrificios eran cirugías públicas, y no prácticas salvajes.

Sus entierros eran ceremoniales y trascendentales, ya que dotaban al muerto con todo lo que pudiera necesitar en su paso por el inframundo, incluido un perro de pelo rojizo, con el fin de que pudiera alcanzar uno de los cielos reservados para los que morían con honor. El mérito no era vivir bien, sino morir decentemente.

Así, desde el nacimiento hasta la muerte las personas tenían garantizadas sus necesidades económicas elementales, fuese el que fuera su estrato social, y si bien ninguna jerarquía es perfecta porque crea castas y favorece a unos en detrimento de otros, por lo menos hay que rescatar el bienestar social nahua.

Política

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