Mi hermano James Joyce

Текст
Автор:
Из серии: Biografías y Testimonios
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Mi hermano James Joyce
Шрифт:Меньше АаБольше Аа


Joyce, Stanislaus

Mi hermano James Joyce / Stanislaus Joyce. - 1a ed

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2022

Libro digital, EPUB - (Biografías y testimonios)

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Berta Sofovich.

ISBN 978-987-8388-83-0

1. Biografías. 2. Historia de la Literatura. I. Sofovich, Berta, trad. II. Título

CDD 809.89

Biografías y testimonios

Título original: My brother’s keeper

Traducción: Berta Sofovich

Editor: Fabián Lebenglik

Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe y Mariano García

Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino

Imagen de tapa: Santiago Gasquet

Retrato del autor: Gabriel Altamirano

© Nelly Joyce

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2022

www.adrianahidalgo.com

ISBN: 978-987-8388-83-0

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Disponible en papel


Índice

Portadilla

Legales

Prefacio por T. S. Eliot

Introducción por Richard Ellmann

Capítulo I - La tierra

Capítulo II - El retoño

Capítulo III - Cruda primavera

Capítulo IV - Maduración

Capítulo V - Primera floración

Acerca de este libro

Stanislaus Joyce

Colección Biografías y testimonios


Prefacio

Por T.S.Eliot

La curiosidad respecto de la vida de un hombre público puede ser de tres clases: útil, inocente o impertinente. Es útil si se trata de un estadista y conocer su vida privada contribuye a la comprensión de su actuación pública; es útil si se trata de un hombre de letras y arroja luz sobre sus obras. La línea divisoria entre la curiosidad legítima y la inocente, y entre esta y la vulgarmente impertinente no se puede precisar con nitidez.

En el caso de un escritor, la utilidad de una información biográfica para acrecentar nuestra comprensión y hacer posible un goce más intenso o un juicio crítico más acertado variará de acuerdo con el escritor y con el itinerario de sus libros para verter su propia experiencia. Es difícil que un mayor conocimiento de la vida privada de Shakespeare modificara en gran medida nuestro juicio o aumentara el placer que nos producen sus dramas; ninguna teoría sobre el origen o la forma de composición de los poemas homéricos podría alterar nuestra apreciación de ellos. Cuando se trata de un escritor como Goethe, por el contrario, nuestro interés por el hombre es inseparable de nuestro interés por la obra; nos sentimos impulsados a reemplazar y corregir lo que nos relata de diversas maneras sobre sí mismo con información de otras fuentes. Sin duda, cuanto más conozcamos al hombre, mejor podremos llegar a comprender su poesía y su prosa.

En el caso de James Joyce dos libros al menos son tan autobiográficos en apariencia que estudios posteriores sobre el escritor y su ambiente parecen sugeridos por nuestra curiosidad que, por otra parte, el mismo autor parece solicitar de nosotros. Necesitamos saber las raíces de sus personajes y los orígenes de sus episodios, de modo que podamos desenredar la madeja de recuerdos e invenciones y descubrir hasta dónde y de qué manera ha sido transformada la materia prima.

Nuestro interés alcanza, por tanto, inevitable y justificadamente, a la familia de Joyce, a sus amigos, cada detalle de su vida en Dublín y la topografía de la ciudad de Dublín de su infancia, adolescencia y juventud. Lo que el hermano de Joyce, Stanislaus, ha logrado, es vincularnos con el ambiente familiar en el que crecieron los dos muchachos, con pormenores que nadie como él podría ofrecer. Lamentamos que haya muerto dejando inconcluso el libro; ya no tendremos, de ninguna otra fuente, el relato que Stanislaus de sus años de madurez en Trieste. Pero nos sentimos afortunados de que un hombre que observaba y estudiaba a su hermano asidua, admirativa y celosamente, como nadie lo ha hecho, nos legara una información tan completa de su infancia y juventud en Dublín. Sin embargo, sería un error considerar este libro una pieza única de documentación sobre la primera parte de la vida de uno de los grandes escritores del siglo. Mi hermano James Joyce [My Brother’s Keeper] [1]es también una exposición notable de las relaciones entre un hombre famoso y su hermano, cuya existencia el mundo ignoraba.

Stanislaus, en este libro, nos interesa tanto como James; los hermanos son muy parecidos y no obstante diferentes. James Joyce es un devoto de su padre y reverencia su memoria; la actitud de Stanislaus es distinta, y lo comprobamos en la terrible escena en el lecho de muerte de la madre. Donde James, en asuntos políticos o religiosos, era indiferente o simplemente irónico, Stanislaus manifiesta una violencia a veces aterradora. He leído este libro dos veces y me he sentido fascinado y sorprendido por la personalidad de este hombre seguro, valiente y severo, víctima de emociones encontradas de cariño, admiración y rivalidad, una lucha en cuyo desarrollo, en ciertos momentos, como señala Ellmann, veía a su famoso hermano con asombrosa lucidez. Había pensado titular el libro: Recuerdos de un hijo y hermano, estableciendo una diferenciación. Con otra distinción, My Brother’s Keeper tiene una franqueza que me recuerda a Padre e hijo de Gosse. Subyugado por el personaje de su obra, Stanislaus Joyce, bajo la exasperación de esta espina en su carne, se convierte en escritor y en el autor de este libro único que merece un lugar permanente al lado de las obras de su hermano.

[1] Literalmente “El guardián de mi hermano”. El título hace referencia al episodio de Caín y Abel (Gen. 4-9) “Am I my brother’s keeper?” (¿Soy acaso el guardián de mi hermano?). Para la versión española hemos preferido el título Mi hermano James Joyce [N. del E.]

Introducción

Por Richard Ellmann

Ser hermano de un autor famoso confiere grandes obligaciones y muy pequeñas distinciones. El profesor Stanislaus Joyce, que murió en Trieste el 16 de junio de 1955, a los setenta años, sobrellevó su singular carga con nobleza y disconformidad. Fue de los primeros en reconocer el genio de James Joyce, pero su carácter le resultaba “muy difícil” y su obra final un despilfarro. A pesar de estas reservas, vivió una vida en gran parte moldeada por su hermano, combatió con ferocidad el derecho de los demás a criticar a James y, en el momento de su muerte, llevaba escrita una parte sustancial de las memorias de su vida en común.

El título de la obra, My Brother’s Keeper, resume su dolorosa servidumbre, su sentido de la opresión y algo más. Cuando mencionaba el título, añadía sonriendo con sarcasmo: “Usted sabe... Caín”. En parte deseaba desarmar la censura que esperaba a su franqueza. Fundamentalmente quería exponer su caso ante un tribunal imaginario, pero con sarcasmo se presentaba a sí mismo como Caín; la evidencia demostraría que no lo era. Sin embargo, debe haber sentido que su papel de ayudante era un poco ambiguo, confuso en la sorda lucha por el dominio con un ser que lo había dominado. Como toda su familia, incluyendo sus numerosas hermanas, el profesor Joyce era capaz de grandes y repentinos discernimientos. No es difícil comprender de qué manera el genio afloraba en este ambiente familiar.

Aun cuando el título My Brother’s Keeper es ligeramente aplicable a los años descritos en el libro, sería erróneo cambiarlo. El libro presenta un cuadro de la carrera de James Joyce y de la vida familiar hasta sus veintidós años, con vistazos ocasionales a lo que vendría después. El período en el que el profesor Joyce fue el guardián de su hermano comienza un poco más tarde. Si hubiera vivido para terminar su libro, habría relatado que en Trieste, entre los años 1905 y 1915, salvó a su hermano de amigos dudosos, de disipaciones y de un peligro mayor: la inercia.

Stanislaus protestó airadamente (así lo hizo en ensayos dispersos) al no admitir James que hubiera sido salvado ni que necesitara salvación. Sin embargo, parece que no hay razón para negar que James pasó esos diez años en enredos y que Stanislaus se dedicó a sacarlo de ellos.

 

Otro reclamo hace el profesor Joyce, aún menos discutible. Contrariamente a la descripción ficcional de la vida familiar de Joyce en Retrato del artista adolescente, demuestra que su hermano tenía un inteligente y simpático adicto en su propio hogar. Stanislaus se convirtió más tarde en un guardián, pero siempre fue su discípulo.

Nació el 17 de diciembre de 1894 y era casi tres años menor que su hermano. Llevaba su carga con veneración. Obedientemente, hacía la rabona con él. Años después comenzó a servirle de “piedra de afilar”, como James lo llama desdeñosamente en Ulises. James se apoderaba de las teorías de Stanislaus y le hacía objeciones útiles que lo ayudaban a verlas con claridad. Luego anotaba las inteligentes observaciones de su hermano y las suyas en un diario, porque también él tenía ambiciones literarias. En el diario –muchas de sus anotaciones tuvieron distintas versiones– intentó algunos experimentos, como, después de leer El sitio de Sebastopol, de Tolstói, escribir los diferentes pensamientos de una persona a punto de dormirse. James leyó ese texto y, con aire de superioridad, lo dejó a un lado, pero quizá de allí tomó numerosas sugerencias para el monólogo interior. Sin embargo, años más tarde, James prefería atribuir el descubrimiento de esta técnica al olvidado escritor francés Edouard Dujardin antes que a un miembro de su familia.

Originalmente James pensó utilizar como personaje de su novela autobiográfica a Stanislaus. Así, en Stephen el héroe, la tentativa anterior a Retrato del artista adolescente, lo presenta como el hermano de Stephen, Maurice, y habla con cariñosa ironía de su “sombría gravedad” y de la “cuidadosa limpieza de sus ropas gastadas”. Ambos debían contrastar notablemente al caminar juntos por las calles de Drumcondra y Fairview, absorbidos en conversaciones y riéndose de la manera desenfrenada que los caracterizaba, con las cabezas erguidas; Stanislaus pesado, de mediana estatura, vigoroso; James alto, delgado, desaliñado. También en sus modales eran diferentes; James era imprevisible, en tanto que Stanislaus era tan sencillo como un personaje de Ben Jonson. Stanislaus siguió la orientación intelectual de James en muchos aspectos, pero a menudo fue más lejos. Así, mientras James se despidió fríamente de la Iglesia Católica, Stanislaus continuó toda su vida agitando el puño contra ella. Siendo todavía joven, llegó a tal extremo su apostasía que James, aunque rara vez asumía el papel de pacificador, le sugirió que moderara su rebeldía en interés de la armonía familiar. Stanislaus reconoce su deuda con James, pero también exhibe su ocasional independencia, que fue alternativamente heroica y patética.

En su diario, en septiembre de 1903, a los dieciocho años, intentó analizar el problema:

Mi vida fue modelada en el ejemplo de Jim, pero cuando mi reticente tío John o Gogarty me acusan de imitarlo, puedo destruir con fundamento la acusación. No es mera imitación, como ellos quieren significar; creo que soy demasiado inteligente y mi mente demasiado adulta para ello. Es más una valoración de lo que, en verdad, admiro en James y deseo para mí en una medida mayor. Pero es terrible tener un hermano más inteligente. No me otorga crédito en materia de originalidad. Sigo a Jim en la mayoría de las opiniones, pero no en todas. Creo incluso que Jim toma algunas de mí. En ciertas cosas, sin embargo, nunca lo sigo. En beber, por ejemplo, en frecuentar prostitutas, en hablar mucho, en ser franco sin reservas con los demás, en escribir versos, prosa o ficción, en los modales, en la ambición y no siempre en las amistades. Percibo que me consideran absolutamente vulgar y carente de interés –no intentan disimularlo–, y aunque comparto plenamente esta opinión, no me agrada. Es una cuestión que ninguno de los dos puede resolver.

Este autorretrato es indebidamente severo; algo más tarde, su hermano elogió sus críticas, que consideraba brillantes. Sin embargo, esos elogios lo llenaron de dudas. En el diario se ofrece un retrato del hermano, escrito por esa época, y aunque el tono es un tanto áspero, Stanislaus está evidentemente bajo el hechizo de James:

Jim es un genio. Cuando digo “genio” expreso exactamente un poquito más de lo que creo; sin embargo, recordando su juventud y nuestra intimidad, lo afirmo. A los hombres de ciencia que han medido la distancia de las estrellas invisibles y también a los que han observado movimientos apenas perceptibles con la ayuda de aparatos mecánicos, se los considera igualmente excepcionales. Jim, quizá, es un genio con una mente minuciosamente analítica. Tiene sobre todo un orgulloso egoísmo lleno de voluntad y rencor, fuera de lo cual, de vez en cuando, escribe un poema o una “epifanía” o bien cae en la mezquindad del deseo y el capricho, que fue en un principio rigor protestante, quizá fruto de la desesperación, pero que ahora tiene fuertes raíces –¿o desarrollo?– en su naturaleza; un verdadero Yggdrasil. Tiene un coraje moral tan extraordinario que creí que llegaría algún día a ser el Rousseau de Irlanda. A Rousseau, sin duda, se le podría acusar de alimentar la secreta esperanza de vencer la irritación de sus lectores disconformes confesándose con ellos; pero de Jim no se puede esperar tal cosa. Su gran pasión es un feroz desprecio por lo que llama “el populacho”, un odio cerval, insaciable. Tiene porte y aspecto distinguidos y muchas cualidades: una voz musical (de tenor), especialmente cuando habla, un gran talento musical no desarrollado y una ingeniosa conversación. Tiene el penoso hábito de decir tranquilamente a sus íntimos las cosas más hirientes sobre sí mismo y sobre los demás y de elegir los momentos más inadecuados; resultan molestas por ser ciertas. Cosas tales que, incluso conociéndolo muy bien, logra ofendernos a mí y a Gogarty con sus rimas obscenas. Sus modales, sin embargo, son generalmente muy cuidadosos y corteses con los extraños, y aunque le disgusta ser brusco, creo que es de naturaleza poco amable. Sentado frente a la chimenea, tomadas las rodillas con las manos, la cabeza un poco echada hacia atrás, los cabellos bien peinados, la frente despejada, la cara alargada, rojiza como la de un indio por el reflejo del fuego, tiene una expresión de crueldad en la mirada. Por momentos es amable, ya que sabe serlo y su gentileza no sorprende (es sencillo y franco con los que lo son con él). Pero creo que pocas personas lo querrán, no obstante sus cualidades y su genio, y quien intercambia favores con él está expuesto a llevar la peor parte.

Como siempre, Stanislaus duda de la precisión artística de la descripción que acaba de hacer y escribe entre paréntesis, con su letra clara y perfecta: “Esto tiene un tono muy subido, parece una caricatura”.

Cuando un año después, en octubre de 1904, James Joyce decide dejar Irlanda en compañía de una joven llamada Nora Barnacle, con la que no quiere casarse, muchos de sus amigos y parientes lo consideraron tan tonto como cobarde. Stanislaus tuvo sus recelos, pero defendió firmemente a James y mantuvo una activa correspondencia con él. James residió primero en Pola, el principal puerto naval del Imperio austrohúngaro en esa época, y luego cerca de Trieste, donde enseñaba en la Academia Berlitz; dependía de Stanislaus para las noticias y, hasta cierto punto, para los temas. Con la avidez de un Oscar Wilde, preparándose para su mundo de ficción como quien prepara un manjar, reclamaba información sobre cada detalle del juicio de los dublineses, que ya conocía, sobre su partida casi teatral. Frecuentemente se apropiaba para sus relatos de las sugerencias de Stanislaus. Para “Los muertos”, de la descripción de Stanislaus de un tenor irlandés cantando una canción fúnebre de Tom Moore; [2] para “Un caso doloroso” del relato de Stanislaus sobre el encuentro con una mujer casada en un concierto. Parte del talento de James eran los plagios inspirados; tenía el don de transformar el material, no de crearlo, y Stanislaus fue la primera de una serie de personas en quienes se apoyó para recoger ideas. Se lo señaló más tarde a Frank Budgen: “¿Ha notado usted que cuando me apodero de una idea puedo hacer con ella lo que quiera?”. Los hermanos no estuvieron mucho tiempo separados. Después de la partida de James, Stanislaus obtuvo un insignificante empleo y escribía con tanta amargura sobre Irlanda que James lo invitó a Trieste, aunque fuese de visita. La invitación, insistente durante varios meses, le pareció a Stanislaus, en aquel momento, una especie de súplica reclamándole apoyo. Nunca había salido del hogar y Trieste, que entonces pertenecía a Austria, debía parecerle, a los veinte años, el fin del mundo. Como James, amaba Dublín, más de lo que aparentan sus críticas a la ciudad; pero, obediente, hizo las maletas y partió a Trieste, adonde llegó en octubre de 1905.

Sus primeras cartas a la familia lo muestran en extremo nostálgico del hogar. Lo alarma comprobar que su hermano bebe en exceso. Había visto demasiada borrachera en Irlanda como para tolerarla allí. Tenía gran autoridad moral sobre James y estaba en condiciones de ejercerla; tenía más músculos y podía arrancarlo de las cervecerías.

Los hermanos discutían a menudo, pero estaban muy unidos. Durante un tiempo enseñaron en la Academia Berlitz; luego, al ver que los iría mejor con lecciones particulares, la abandonaron. Sus estilos en la enseñanza reiteraban sus diferencias. Stanislaus era puntual y consciente de sus obligaciones. James invariablemente llegaba tarde a las clases y luego de un breve ejercicio comenzaba a conversar sobre todo tipo de temas; profesor y alumnos terminaban la lección entonando canciones irlandesas, y después James saltaba la barandilla y se iba, ya muy tarde; James era fantasioso y extravagante en materia de finanzas, y el producto de las lecciones de Stanislaus a menudo terminaba en su bolsillo –después de que, sonriente y fumando un Virginia, hubiera expuesto sus apremiantes necesidades–. En las vacaciones –los alumnos dejaban Trieste en los calurosos meses de verano– era demasiado difícil para James mantenerse, ya que no sabía ahorrar y dependía de Stanislaus para evitar el desastre. Cuando enmienda en Finnegan’s Wake la fábula de la alegre cigarra y la previsora hormiga, que también tiene un problema con la estación, y deja que la desprevenida cigarra se las apañe, remite a la experiencia con su hermano.

Stanislaus mantiene el humor y las finanzas de su hermano. Le da ánimos cuando los editores le devuelven los originales, como sucedió casi constantemente desde 1906 hasta 1914. Fue él también quien puso en orden los poemas de Música de cámara y pensó en este título. En 1907, poco antes de su publicación, repentinamente James decidió que su contenido era falso y envió un cable a Elkin Mathews, el editor, para impedir su aparición. Stanislaus se paseó frente a la oficina de correos de Trieste, discutiendo con James; finalmente lo persuadió para que permitiera la aparición del libro, ya que le ayudaría a publicar otros. El contraste de opiniones era típico: el juicio de Stanislaus era práctico, pero James tenía razón en cuanto a que Música de cámara era inferior a sus otras obras. También fue Stanislaus quien le sugirió el título de Stephen el héroe de la primera versión de Retrato del artista adolescente; se lo inspiró la balada Turpin Hero, que a su hermano le gustaba cantar. Asimismo le aconsejó, cuando comenzó a reescribirlo, convertir el libro en un Fausto irlandés y esta sugerencia puede explicar algo la crueldad con que dotó a su héroe en la última versión.

Hasta la Primera Guerra Mundial, Stanislaus continuó haciendo de Sancho Panza, como señaló Italo Svevo y otros amigos triestinos, para el Quijote que era James. Pero su placer en representar este papel se debilitó. La sensación del absurdo de su servidumbre había crecido y en su descontento fue ayudado accidentalmente por la guerra, que lo separó de su hermano. En Trieste, las autoridades austríacas no molestaron al principio a los súbditos británicos, y de acuerdo con un relato de James, Stanislaus, con su posición doctrinaria, se confió demasiado. Paseando por la ciudad con un amigo irredentista, fue arrestado y confinado en un castillo austríaco. A James, como siempre, le fue mejor; con la ayuda de influyentes amigos, se le permitió partir con su familia a Suiza y pasó los años de la guerra, en relativo bienestar, en Zúrich. Allí escribió la mayor parte de Ulises. Volvió a beber, pero no tuvo las desastrosas consecuencias pronosticadas por Stanislaus. A pesar de los excesos, James era capaz de mantener una secreta disciplina de trabajo.

La confinación de Stanislaus no fue muy severa y, tan pronto terminó la guerra, volvió a Trieste y retomó sus clases. Le agradaba la idea de establecerse en la ciudad, como James le había sugerido y como habían hecho otros amigos. En esa época Stanislaus tenía un grupo de amigos que respetaba su franqueza y su tenacidad y a él le agradaba su firmeza de juicio y su agradable humor. Separado de James, no quería volver a su papel de guardián y, por su parte, James tenía otros guardianes de disciplina menos severa.

 

A la vuelta de James a Trieste a finales de 1919, sus relaciones con Stanislaus fueron distintas. Tenía la renta de un protector generoso, dependía menos de la ayuda de Stanislaus y este comprendía, aunque con resentimiento, la falta de gratitud de su hermano. En una época James quiso dedicarle Dublineses, pero cuando el libro se publicó ya lo había olvidado. Y en la transformación de Stephen el héroe en Retrato del artista adolescente el más sacrificado, aunque por aceptables razones artísticas, fue Maurice, el hermano de Stephen. Stanislaus no mencionó estas y otras injusticias, pero durante la guerra escribió a James que se cuidaría más de sí mismo. Recibió a su hermano fríamente, atendiéndolo con menos devoción, y sintió un poco de fastidio ante los enredos de las investigaciones para Ulises.

James pasó nueve meses en Trieste, enseñando en una escuela comercial convertida en la Università di Trieste. La ciudad, que después de su bulliciosa grandeza había decaído como puerto comercial de Austria, ya no le gustaba. Resolvió partir y Ezra Pound lo convenció de ir a París, en junio de 1920, a fin de arreglar con mayor facilidad la publicación de Ulises.

Al comienzo se pasó por alto a Stanislaus en la Universidad, por la posición de su hermano. Pero tras un año se le prestó atención y se convirtió en un profesor triunfante y popular. El 13 de agosto de 1927 se casó con Nelly Lichtensteiger, una joven atractiva que pertenecía a una familia acomodada de Trieste, descendiente de suizos. Al año siguiente, ambas familias Joyce se encontraron en Salzburgo.

El espíritu obstinado del profesor Joyce no ocultó nunca su oposición al régimen de Mussolini y en 1936 fue expulsado de Italia. A este castigo se añadió su destitución del profesorado. James, que estaba más acostumbrado a recibir favores de Stanislaus que a hacérselos, en esta ocasión le prestó ayuda. Se encontraron en Zúrich y obtuvo para él un puesto de maestro en una escuela de varones cerca de Zug; pero Stanislaus vio que el rígido sistema de enseñanza no era para él y gestionó en Roma, con la intervención de un amigo, la recuperación de su puesto en Trieste.

Los hermanos se encontraron solo tres veces después de 1920. Estos últimos encuentros fueron dolorosos para Stanislaus. Cuando discutía sobre el fascismo, su hermano le decía impaciente: “No me hables de política, solo me interesa el estilo literario”. Con su trabajo en Finnegan’s Wake, el profesor Joyce se dio cuenta de que James tenía conciencia de que había llegado y era casi inaccesible, rodeado de admiradores y bebiendo más que nunca. Stanislaus no aprobó sinceramente ninguno de los libros que su hermano escribió lejos de él. Ulises le pareció intencionadamente destructor y carente de esa serenidad que lo había caracterizado durante su vida en Dublín. Sin embargo, en años posteriores, lo encontró más humano y le dedicó grandes elogios. Finnegan’s Wake lo impresionó como una lamentable consecuencia de la pródiga adulación de que había sido objeto James en París; su hermano estaba tan seguro de la aprobación de lo que hacía que había perdido interés en comunicarse con él. Tampoco podía simpatizar con el tratamiento del tema de los dos hermanos en ese libro. Shem, que recuerda a James, es un hombre de letras, mientras su hermano Shaun, modelado hasta cierto punto sobre Stanislaus (su primer nombre, que nunca usaba, era John), es un cartero; Shem es un salvaje y Shaun un beato; Shem un libertino y Shaun un tartufo, Shem un árbol y Shaun una piedra. Sin duda Joyce tenía en mente algo más que sus relaciones fraternales, pero estas también desempeñaban su labor.

De regreso en Trieste, Stanislaus escribió repetidas veces a James apremiándolo para que abandonara Finnegan’s Wake y escribiera algo de mayor valor. Cuando se publicó el libro en 1939, James dedicó un ejemplar a Stanislaus, pero este lo rechazó, repudiando por primera vez un libro de su hermano. Sin embargo continuaron escribiéndose y es comprensible que las últimas palabras que James escribió, cinco días antes de su muerte, acaecida en Zúrich, en 1941, hayan sido para Stanislaus. Era una esquela con nombres de amigos italianos y otros que podían ayudarlo, ya que el profesor Joyce había estado seminternado en Florencia, acusado de servir al enemigo. La noticia de la muerte de su hermano afectó físicamente a Stanislaus; lamentaba no haber aceptado su último obsequio.

Su distanciamiento terminó con la muerte de James y el profesor Joyce se convirtió en el guardián de la reputación de su hermano, surgiendo repentinamente del silencio para denunciar una mala interpretación de algún biógrafo sobre la juventud de su hermano. El único hijo de Stanislaus, nacido dos años después de la muerte de James, recibió su nombre. Durante la guerra estuvo absorbido en la preparación de su libro sobre James. Concebía la vida de su hermano como la historia de una flor que se abre para marchitarse, y que se marchitó tras la última partida de James de Trieste. Escribió sobre la base de su buena memoria y del diario que continuó fielmente toda su vida. La última parte, más o menos la mitad del libro que pensaba escribir, es notablemente sincera y penetrante, pero lo que da a su información una fuerza especial es esa compleja mezcla de frustración, afecto, resentimiento y dolor que Stanislaus experimentó en los días en que más cerca estaba de su hermano.

El exilio de Stanislaus de Irlanda fue mucho más severo que el de James. En cuarenta y nueve años no volvió a pisar un país de habla inglesa, mientras que su hermano realizó una serie de viajes a Irlanda e Inglaterra. En el verano de 1954, el profesor Joyce decidió viajar a Inglaterra y quizás a Irlanda. Al no disponer de dinero, resolvió ir a Londres como guía de un grupo de estudiantes triestinos; viajaron lo más económicamente posible y llegaron a pasar en vela hasta día y medio en trenes y barcos. Su salud parecía excelente, pero el esfuerzo afectó a su corazón; sin embargo, tercamente rehusaba el diagnóstico de una enfermedad del corazón y visitó médicos ingleses que coincidieran con él en que el malestar no tendría consecuencias. Los médicos que lo vieron se daban cuenta, sin embargo, de la perplejidad en que lo sumía el repentino interrogante.

El profesor Joyce fue invitado a Dublín, pero no fue; sentía que si iba tendría que decir a sus conciudadanos que la razón por la que respetaban ahora a su hermano era su consagración en el extranjero, a lo que no podían hacer oídos sordos. Regresó a Trieste con la salud empeorada más seriamente de lo que quería admitir. Se sometió a distintos médicos y tratamientos, pero no mejoraba; en un característico y amplio gesto de renunciamiento, prescindió de ellos. Murió el 16 de junio de 1955, Bloomsday, el día que su hermano había hecho famoso. Stanislaus celebraba el aniversario con una reunión. El azar colaboró para unir a los hermanos en la muerte, como habían estado en la vida.

El libro que no pudo terminar revela su virtud. Los amigos triestinos comparaban al profesor Joyce con Catón, y hay algo de la monumental integridad de Catón en su vida. Incapaz de aceptar lo que no fuera honesto, se oponía tanto a las autoridades imperiales como a los fascistas. En su posición liberal y anticlerical era un demócrata de la escuela de 1848. Luchó por una mayor libertad individual con una personalidad distinta a la de su hermano. A fin de cuentas, la característica más sorprendente de este espíritu humillado es su tenaz orgullo.

[2] Thomas Moore (1799-1852). Poeta irlandés, autor de Irish Melodies, canciones y poemas sentimentales, de enorme éxito en su tiempo, que crearon una imagen distorsionada de la historia de su país. [Las notas señaladas J.F. son de Jorge Fondebrider.]

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»