Lo bueno llega de Nazaret

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Из серии: Narraciones y Novelas
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Yeats lo expresa de otra forma. Dice que en poesía cada verso tenso ha de contrastarse, es decir, ir precedido y seguido, por lo que él llama un verso insensible. Lo hace constantemente en El comandante Robert Gregory. Sus versos insensibles no ralentizan la acción. La hacen más potente…

Hay otra cosa que creo que necesita el libro: prepararnos para el título. Henry James dice que al comienzo de cada libro ha de clavarse «una estaca gruesa» en torno a la que ha de arremolinarse la corriente de la acción. Esta estaca nos prepara para lo que viene. A veces el autor prepara al lector ofreciéndole una parte de lo que ha de ocurrir. A veces comunica ese conocimiento simbólicamente, a veces mediante ciertas cadencias, como en Adiós a las armas, cuando el narrador dice al principio: «Aquel año las hojas cayeron pronto», otra forma de decir «Mi amor murió joven». De cualquier forma, al lector hay que darle lo suficiente para que, al final, tenga esa sensación tan confortable que acompaña al «¡Ya lo decía yo!»…

Resumiendo, hay tres momentos en el libro en que creo que algunas pinceladas podrían suponer una gran diferencia, esta escena y la otra en que un policía empuja el coche y cuando se encuentran por primera vez Haze y Sabbath y Enoch.

Y otra cosa más: creo que eres un poco dura con Sabbath cuando está acunando a la momia. No me gustaría usar aquí la palabra «acritud», pero es casi como si la autora se pusiera en su contra. Creo que resultaría más dramático que fueses un poco más compasiva con ella. Al fin y al cabo, es una muchacha que intenta vivir una vida normal y es lo más parecido a un hijo que va a tener, porque seguramente acabará en un hospicio. En cualquier caso, la situación ya es lo suficientemente triste sin que la autora tome partido.

Procederé ahora —¡que Dios nos ampare!— a unos pocos comentarios más detallados…

Bueno, ¡ya está bien! Quisiera alguna preparación para el título, Sangre sabia, y quisiera ver un poco de paisaje, que amplíes un poco la escena de la noche en que se encuentran todos, y también un poco de ralentización en ciertos momentos cruciales que he indicado, pero aparte de esos pocos cambios no creo que importe demasiado que hagas o no las correcciones que te he sugerido. Realmente estoy pensando más en tu trabajo futuro que en esta novela presente que me parece mucho mejor que ninguna de las novelas que hemos recibido últimamente. Pero claro que en narrativa no podemos quedarnos quietos. Una vez aprendido algo hay que empezar a aprender otra cosa y lo más endiablado es que siempre hay que hacer tres o cuatro cosas a la vez.

Pero mi felicitación más cordial. Es un libro maravilloso. He escrito a Robert Giroux, expresando mi admiración. Te deseo lo mejor. Espero de corazón que sigas bien.

Un abrazo

Caroline

A la mañana siguiente

Caigo en la cuenta de que en toda esta larga misiva he dicho muy poco de lo que admiro del libro. Lo primero, creo yo, es tu habilidad para presentar la acción continuamente en más de un plano. Sólo los escritores de primer orden saben hacerlo. En tu libro todo existe como existimos todos en la vida, misteriosamente, en más de una dimensión. Cuando Haze atropella a Solace Layfield mata no sólo a Layfield sino a su propio alter ego. Su Essex no es un simple medio de transporte. Es un púlpito. Al saber que el padre de Sabbath está ciego sabe mucho más que eso. Esto ocurre a lo largo del libro y sin embargo jamás sucumbes a la tentación de la alegoría. También admiro muchísimo tu elección de los detalles. Siempre eliges sin equivocarte el detalle que hace falta. Y el diálogo es magnífico. Pero ya te habrás dado cuenta de mi entusiasmo por el libro. Mi enhorabuena más cordial por tu logro. Es considerable.

CAROLINE GORDON A FRANCES NEAL CHENEY, ESPOSA DE BRAINARD

Frances Cheney era bibliotecaria de profesión. Su esposo Brainard (conocido como Lon por su parecido con el actor Lon Chaney), natural de Georgia, era novelista, escritor de discursos políticos y articulista. La casa de los Cheney, Cold Chimneys, cerca de Nashville, era un lugar de fiesta y conversación para Gordon, Tate y O’Connor, que disfrutaban de la amistad estimulante de la pareja.

Gordon alaba a O’Connor y a Percy[14]. Menciona también a los amigos Andrew Lytle y Donald Davidson, poeta, articulista, crítico y profesor de la Universidad de Vanderbilt. Davidson, Allen Tate y otros profesores de la Vanderbilt componían los Fugitivos, una red de escritores que escribían poesía modernista e intelectual influidos por T.S. Eliot[15]. Muchos de los Fugitivos eran miembros de un grupo sociopolítico, los Agrarios del Sur; Andrey Lytle era uno de los más entusiastas y coloridos. Algunos se convirtieron al catolicismo, entre ellos Gordon, Tate y los Cheney; Lytle, que no, se decía «cristiano viejo».

Gordon hace referencia también a otra comunidad literaria vital, «la Nazaret más improbable que conozco: Sewanee, conocida ahora como Sewanee, la Universidad del Sur, escuela y seminario episcopaliano fundado en 1856 en Tennessee. William Alexander Percy, tío de Walker Percy, tuvo en Sewanee una casa, Brinkwood, y fue profesor de la universidad. Dedicó un capítulo de su Faroles en el dique a sus recuerdos de aquello. La universidad publica el Sewanee Review, que a menudo traía artículos y relatos de Gordon, O’Connor y Percy; Andrew Lytle, mencionado varias veces en esta colección, era el director[16].

Nassau Street

Princeton, New Jersey

29 de diciembre 1951

Mi querida Fannie:

¡Qué encanto eres acordándote de mí! Este mantelito de flores lo voy a poner abajo en una de las mesitas de Joseph Warren Beach para que nos acordemos de ti todos los días. Pensamos en ti prácticamente a diario, sobre todo en las fiestas porque creo que lo hemos pasado mejor en vuestra casa, ya fuese en West Side Row o en Cold Chimneys, que en ninguna otra. Te escribiría con más frecuencia, a pesar de que no me sobra nada de tiempo, si no fuese por esa dirección endiablada que tienes. La primera vez que vi esa ristra de números supe que jamás me los aprendería, y los apunté con cuidado, y los coloqué en un sitio especial —pero, ay, no en mi agenda— para tenerlos a mano. Pero el sitio era tan seguro que nunca he podido volver a encontrarlos. He repetido esta maniobra varias veces. La última fue cuando llegó tu carta hace unas semanas. Gracias a Dios que la tengo otra vez, pensé, y en ese momento llamaron al timbre. Cuando volví a subir, Allen, que, como sabes, tiene poco instinto doméstico, había pasado por ahí y había quemado el sobre con la dirección. Intentaba ordenar un poco, dijo. Está claro que no estoy destinada a poseer tu dirección endiablada. No importa, la tendrá Lon y te reenviará esto…

Walter Sullivan [profesor de lengua inglesa en Vanderbilt] se pasó por aquí hace unas semanas. Tiene una beca de la fundación Ford para observar las clases de escritura creativa. Iba a observar a algún que otro profesor más y luego encerrarse en Florida para escribir su propia novela, y observar a Andrew [Lytle, novelista y profesor de la Universidad de Florida] durante el resto del invierno.

Hablando de novelas, están pasando cosas extrañas. Dos veces en el último mes he visto la novela del futuro, la novela que todos querrán escribir, aquí mismo en este despacho. Las dos mejores óperas primas que jamás haya leído me llegaron el mes pasado. Una es de Flannery O’Connor, de Milledgeville, Georgia. Los de Harcourt, Brace, que por fin se han decidido a publicarla, dicen que es el libro más impactante que jamás hayan leído. Es la imagen de un mundo, el mundo entregado al protestantismo. Una especie de efecto kafkiano que sigue explotándote en la cabeza mucho después de haber dejado el libro. No hay en él ninguna apología católica y el catolicismo sólo se menciona en una escena. Un muchacho católico llamado Murphy invita al protagonista, un hillbilly que ha perdido en el ejército su fe metodista, y se dedica ahora a difundir su fe en la no fe: «La Iglesia sin Jesucristo» —bueno, mejor empiezo de nuevo. Este Murphy invita a Haze Motes, el protagonista, a visitar con él un prostíbulo. Al salir informa a Haze de que lo que han hecho es pecado mortal y que irán al infierno si mueren sin confesarlo, y le propone volver a la noche siguiente. Pero Haze es un auténtico mártir protestante y prefiere pasar el tiempo predicando el evangelio de la no fe. La acción es totalmente escueta, desnuda. La luz que ilumina la acción es como la linterna que usa el ladrón para abrir una caja fuerte; es uno de los motivos por los que en HB no querían publicarlo. Robert Giroux no entendía de qué iba, aunque sabía que era algo muy desagradable.

La otra novela salió en esta época del año en que llegan cosas buenas de Nazaret, de lo que yo diría que era la Nazaret más improbable de la que tengo noticia: Sewanee. Walker Percy, sobrino de Will Percy, después de hacer estragos entre las jovencitas de la montaña —una estuvo a punto de dejar por él a su esposo, ministro episcopaliano— después de todo esto Walker abandona de repente la montaña, se casa con una chiquita de Mississippi de la que los de Sewanee no saben nada, y vive recluido cuatro o cinco años. Supimos que se había hecho católico, pero no volvimos a saber nada hasta que escribió para preguntarme si había leído su novela, y me la mandó en una maleta. Cuando vi el tamaño quise morirme, luego leí unas páginas y tiré la botella de acónito que guardaba en mi mesa para jóvenes escritores aquejados de diarrea o, como dice el tío H. James, «la terrible fluidez de la autorrevelación».

Aquí no hay nada de eso. Necesita aprender algunas cosas, me parece, pero las está aprendiendo muy deprisa, y solo. Cuando está en racha no sé qué puede detenerlo. Sabe de qué va todo y sabe lo que quiere hacer. Allen y yo creemos que es el joven más inteligente que nos hayamos encontrado nunca. Claro que tan joven no es, va para los cuarenta.

 

Hablando de novelistas, Lon no escribe tanto como nos gustaría. Así y todo es bastante constante. En cada carta se queja de las complicaciones de su vida que sí que son bastante considerables ahora mismo. (También recibo bastantes cartas de Tommy Mabry [Thomas, coautor de El sabueso blanco], no tanto quejándose de las complicaciones de su vida como suplicando penosamente una especie de certificación al efecto de que es escritor. ¡Ojalá tuviera el coraje de Lon!) Estoy deseando que le publiquen la novela o la deje y se ponga con otra nueva…

Antes o después siempre asoma la nota católica, ¿no es así, amigo budista? Por cierto que el yerno de Don Davidson, Eric Bell, está instruyéndose con un sacerdote. Imagino que también se bautizará en los próximos años. ¡Será divertido! De paso bautizaremos a Alfred. Pobrecillo. La verdad es que le hace falta.

Allen le envía a Lon un libro que ha estado leyendo, entre exclamaciones, durante la última semana. Es El ascenso a la verdad, lo último de Thomas Merton. Ese muchacho ha aprendido por fin a escribir. Pero ha tenido la sensatez de buscarse uno de los grandes maestros: san Juan de la Cruz. Es asombroso comparar este libro con La montaña de los siete círculos, que aun así considero uno de los documentos más importantes de nuestro tiempo, aunque no sea ninguna obra maestra de la literatura.

Es esta una carta pobre. Llegué a casa para encontrarme en la mesa un montón más grande aún de lo normal de correspondencia pendiente. Un resultado del traslado aquí ha sido la tremenda avalancha de cartas más o menos comerciales. Estoy contenta con mi curso de narrativa en Santa Catalina, y el próximo trimestre voy a dar clase también en la universidad metodista, Hamline. Después de cuatro años en Columbia, donde había que reconstruir el universo para cada curso, porque no hay valores morales de referencia, es un alivio dar clase a católicos, aunque sean jovencitas católicas. Son doce, en torno a una mesa grande, dentro de otro círculo de monjas. Qué emoción cuando me escribió el otro día la madre Antonina, diciéndome que lo hacía bien.

Mi reciente relectura de James me ha dado la ilusión de que he descubierto algo en su obra que nunca se ha tratado por escrito, aunque desde luego no puedo ser la única persona que lo haya visto. No voy a atormentarte con un resumen del artículo que me propongo escribir. Saldrá pronto en el Sewanee Review o algo parecido. El título será «La figura de la ventana en la alfombra». ¿No es un bonito título?

Aquí no tenemos animales, así que me he convertido en observadora de pájaros desde el interior. Les doy de comer tres veces al día. La mayoría son gorriones, pero hay dos charas que acuden cada día. Les he tomado mucho cariño.

Para junio parece que falta mucho. Pero seguro que vendrás a casa entonces, ¿verdad? Esperamos pasar el verano en Nag’s Head [Carolina del Norte] y el agente inmobiliario de Huntington Airn ya nos está buscando una casita de alquiler. Decidimos que era mejor dejar Benbrackets [la casa familiar de los Gordon] para los Woods, no hay sitio para las dos familias. Y los dos estamos deseando pasar unos meses junto al mar. ¡A ver si podéis venir tú y Lon en julio o agosto!

Muchos recuerdos de los dos. No sabéis cuánto os echamos de menos.

CAROLINE GORDON A WALKER PERCY

En enero de 1952, Caroline Gordon escribe a Walker Percy que Allen Tate coincide con la crítica de Gordon de la novela de Percy:

Un problema del libro es que las primeras sesenta páginas no atrapan. Aparece un hombre que huye pero como sólo vemos lo que pasa en su cabeza es difícil comprender que huye y no tenemos ni idea de qué huye. Creo que es casi axiomático que no se puede empezar una novela con un largo soliloquio. Hay que presentar al personaje en relación con otros objetos y otros personajes, para que podamos creer en su existencia.

Gordon nunca llegó a comprender que Percy escribía una narrativa más preocupada por «ser» que por «hacer». Eso puede deberse a que daba clases a universitarios que no estaban en sintonía con la ficción existencial del «ser». Las reacciones de Gordon no son inusuales: los estudiantes universitarios de entonces y de ahora se sienten más atraídos por los relatos de O’Connor donde predomina la acción violenta, como el asesinato de una familia en la carretera o una matrona sureña empitonada en un prado. Gordon aconseja a Percy que revise La cartuja para asemejarla más a un cuento de O’Connor: «El último capítulo ha de presentarse con más dramatismo».

WALKER PERCY A CAROLINE GORDON

Quince años después, al publicar su segunda novela, El último caballero, Percy explica con mucha cortesía la narrativa existencialista que ha estado escribiendo. Señala con ironía que sus novelas están inspiradas en la famosa Oda a los muertos de la Confederación de Allen Tate. Pese al título, el poema no trata de los muertos de la guerra ni es una oda como tal; más bien trata de la parálisis de lo que Percy identifica como «solipsismo», condición que aflige a los protagonistas de sus novelas.

Martes [marzo de 1966]

Estimada Caroline:

Bueno, he de reconocerme el mérito de saber de quién puedo abusar. Muchas personas me dirán que les ha gustado el libro aunque tengan sus reservas. Otras me dirán que les gusta excepto por esto y lo otro. Pero usted es la única que me puede decir lo que está mal y por qué. Debe saber que pongo mucha atención a lo que me dice. Incluso sé que tiene razón. Lo malo es que mis fallos son incorregibles. Al menos, el fallo que más la alarma: el de comenzar el libro con el monólogo interior de un joven solitario. Me recuerda a aquella vez cuando daba usted clases en Columbia, que una alumna le entregó un manuscrito cuyas doscientas primeras páginas era una chica en la cama en París mirando la pared: dijo usted que se alegró muchísimo cuando, en la página 201, alguien se metió en la cama con ella. Sí. Cierto. Incluso sabía contra qué luz pecaba y esperaba redimirme diciendo en la 4ª frase que en el curso de los siguientes cinco minutos iba a ocurrir algo que le cambiaría la vida.

Es un pecado deliberado y por ello más mortal, supongo. Quiero decir que, siendo los tiempos los que son, casi que es obligatorio empezar un libro con un joven solitario. Todos mis escritos, para bien o para mal, arrancan del solipsismo que describe Allen en su artículo sobre la Oda a los muertos de la Confederación. Lo mejor que puedo hacer es liberarlo del solipsismo[17].

Tiene razón en lo del tono.

Mi tío Hughes me envió una noticia con foto de usted que salió en el periódico de su hijo.

Me encantó verles a usted y al padre Charles, aunque creo que el padre está como un cencerro. Más bueno imposible, y simpático, y culto, y tal vez incluso buen escritor; pero sólo podía pensar que odiaría ser el padre abad y tener que averiguar qué es lo mejor para el padre Charles. ¡El padre abad! Me ronda el recuerdo de su bondad y dulzura. Mi tío, católico de Georgia de la vieja escuela, y sobrino del arzobispo Spalding, no lo dijo pero me dio el pálpito de que los trapenses le parecen unos chiflados, católicos protestantes modernos etc.

Un abrazo y gracias de nuevo

Walker

CAROLINE GORDON A WALKER PERCY

En respuesta a una carta de Percy fechada el 7 de enero de 1952, Gordon le envía Sangre sabia como ejemplo de novela con argumento y acción. Además le previene contra los fallos del protagonista de la novela de Brainard Cheney. Percy, como era de esperar, es respetuoso pero no hace caso a sus consejos en su narrativa.

465 Nassau Street, Princeton, New Jersey

Querido Walker:

La Express Company jura que vendrá a recoger hoy tu manuscrito. Metí la novela de Flannery O’Connor, en parte por hacer peso y en parte porque me parecía que te gustaría leerlo. Es una copia vieja. La ha revisado dos veces desde entonces y tal vez ya no la quiera. Así que no hagas nada al respecto a menos que la reclame. Tengo que decir que ella y tú tenéis debilidades contrarias. Supongo que es casi imposible «rebajar» demasiado, pero la narrativa de ella es demasiado minimalista, demasiado desnuda, deja sólo el núcleo esencial de acción. No presenta ninguna acción periférica que ayude a que la acción principal resulte real. Como le dije a ella, su enfoque se parece a la linterna que usa el ladrón para abrir la caja fuerte. No se ve nada más en la estancia. Pero qué buena es. Esta novela se parece más a Kafka que nada que haya visto. Cada cosa que hay en ella. Qué buena es la condenada: y casi todo lo que hay está condenado. Es lo malo, que su mundo consiste en gente rara, todo simboliza algo y sólo sabes lo que simboliza cuando dejas el libro y los acontecimientos parece que te explotan en la cabeza. Tiene una enfermedad terrible y puede morir. Podrías rezar por ella.

Sí, creo que una novela situada en la ciudad de Nueva York, con escenas en Bellevue, podría ser estupenda.

Pero a nuestros moutons.

En tu carta del 7 de enero decías algo que me dio escalofríos, que dudabas en abandonar tu refugio angélico de la montaña. Un motivo de mis escalofríos es que creo que estás en peligro de caer, como escritor, en lo que Jacques Maritain llama el pecado de nuestra época, el angelismo. Los escalofríos provienen de mi faceta de profesora. Acabo de pasar mi experiencia más terrorífica como profesora. Nuestro amigo de toda la vida, Brainard Cheney, lleva seis años trabajando en una novela que titula La imagen y el grito. Rechazó buenos puestos, lo dejó todo y se puso a ello sin descanso. Son quinientas páginas. Lo leyó Red [Robert Penn] Warren, lo leyó Allen, lo leí yo, lo leyó su agente y lo leyeron media docena de editores y todos le dijimos exactamente lo mismo. Es un ejemplo perfecto de angelismo. Le da al protagonista una silla en su despacho pero hace poco más por situarlo en el espacio y el tiempo. El pobre tonto se sienta ahí y piensa, piensa, piensa, a veces durante ochenta páginas seguidas. Es deliberado. Creía que podía fijar la atención del lector en el pensamiento, en lugar de la acción. Esta creencia tozuda lo conduce a toda clase de absurdos. El protagonista y su amante se meten en la cama y se ponen a hablar de fletes y organizaciones industriales. Una vez él le pellizca la pierna a ella y no pude sino escribir al margen «¡Gracias a Dios!».

En cierta manera, su historia es como la tuya: el hombre moderno que vaga desorientado sin ayuda de lo alto. El protagonista de Lon es un hombre esencialmente religioso. Encuentra lo que busca en la fe primitiva de los metodistas libres y muere por mordedura de serpiente. Muchos «iluministas» como los llamaría el padre Knox vuelven la mirada a los metodistas libres. Ven ahí una fe auténtica sin comprender que los pobres tontos son unos herejes.

Pero volviendo a Lon. No es un escritor diestro, eso para empezar, y no entiende las limitaciones de su medio, limitaciones que en manos maestras pueden convertirse en una gran ventaja. No sabe realmente qué es la novela y se empeña en hacer algo que no puede hacerse en la novela. En otras palabras, intenta usar su débil intelecto como si fuese el de un ángel; lo que intentamos hacer casi todos, de una manera o de otra, según Jacques.

Deja que resuma con mi propio credo, con la esperanza de aclarar lo que intento decir. Una novela, cualquier novela, en primer lugar ha de tratar del amor. No hay otro tema. Es un romance. Es decir, trata de algo que es parte de un todo. El amor humano, entre hombre y mujer, es el tema verdadero, el tema único, analogía del Amor Divino. Dice santa Catalina de Siena que no podemos amar a Dios directamente. Hemos de amarlo en nuestro prójimo para parecernos más a Dios, que nos ama aunque no merezcamos su amor.

El tema adecuado de una novela, entonces, es el amor, y ha de encarnarse, como se encarnó Cristo. Cristo no podía haber logrado la redención de la humanidad quedándose en el Cielo con el Padre. Tenía que venir a la tierra y tomar la forma humana. Así cada idea de tu cabeza que entre en tu novela. No puede flotar en el éter, es decir, no se puede hacer una escena que no esté situada en el tiempo y el espacio. Tu tarea como novelista es imitar a Cristo. Él se ocupó de los asuntos de su Padre en cada instante de su vida. Como buen novelista has de ocuparte del tuyo: la encarnación. Convertir en carne tu mundo y hacer que acampe entre los hombres…

CAROLINE GORDON A BRAINARD CHENEY

A diferencia de su carta anterior, Gordon alaba la novela de Cheney Este es Adán, de temática eminentemente racial, que se publicaría por fin en 1958. Comenta también la posible conversión de Cheney al catolicismo. Apadrinados por los Tate, los Cheney se bautizaron en 1953. Gordon concluye alabando a O’Connor y a Percy.

 

16-2-52

… He apostado a muchos caballos, como bien sabes. Aunque soy despistada, a veces vislumbro las ruedas que giran. Las vi girar aquí en este despacho unos meses antes de Navidad. Mientras trabajaba en la novela de Flannery O’Connor y luego Walker Percy me mandó la suya. Tiene mucho que aprender este chico, casi todo, pero leer esa novela fue como ponerte de rodillas tras una larga y polvorienta caminata para beber de una fuente cristalina. Su novela y la de Flannery me convencieron de pronto de algo que hacía tiempo me rondaba. La mística protestante (desde la que escriben todos los que no son católicos, incluso los comunistas, aunque no lo sepan) está gastada, exprimida, y empieza a pudrirse y a heder. Eso explica la curiosa sequedad que comenta casi todo el mundo en las novelas homosexuales. A esa naranja no le queda zumo. Hace tiempo que lo sospechan todos, pero es ahora cuando se dice abiertamente.

La novela de Flannery —la imagen más triste del mundo protestante que encontrarse pueda—, y la novela de Walker, que es la historia del esfuerzo desesperado de un hombre por mantenerse vivo espiritualmente, causarán sensación en cuanto salgan. Demostrarán claramente que la marea ha cambiado. Nos llegan indicios de ello en casi cualquier novela que leamos, pero ellos lo dicen directamente. Otra señal: Dwight McDonald está escribiendo un perfil de Dorothy Day para el New Yorker y me ha pedido ayuda. Hace tan sólo dos años ni se habrían acercado a Dorothy. Pero el mundo cambia deprisa estos días. Otra cosa que te interesará: el padre Henry vino a darle la bendición a Nancy después del parto y le dijo que un caballero judío, tan famoso que su conversión sería una noticia internacional, acababa de ser bautizado en su iglesia por el padre John LaFarge. Esa vieja bruja de Tate sabe quién es, aunque el padre Henry no quiso decírselo a Nancy. ¿Bernard Baruch, tal vez? La Buena Nueva ha llegado al hombre que se sienta en el parque. Las novelas tomarán una forma distinta de ahora en adelante.

Pero tú estás atascado, medio dentro y medio fuera del cascarón. La manera en que has usado tu mente toda tu vida no te va a ayudar. No quiero decir que tengas que dejar de usar la mente de esa manera, sino que tendrás que aprender a usar otras facultades. La razón, tal como tú la usas, no funciona. Ya que estoy, voy a compararte con otro gran hombre. ¿Se te ha ocurrido que tu situación se parece mucho a la de Allen [Tate] hace unos años? Excepto que tú no haces el ridículo tan abiertamente como él. Su situación es muy distinta ahora. Creo que jamás en su vida ha sido tan feliz. Lleva dos semanas levantándose a las seis o las siete y ya casi tiene acabado su poema largo. No creo que quepa la menor duda de que es lo mejor que ha hecho hasta ahora. Le falta la violencia gratuita de la que ha adolecido su obra. Y el estilo es más hermoso que nunca. Al comprender de qué va todo se han liberado energías que durante años estuvieron al servicio sobre todo de sus neurosis. Si no lo conocieras tanto no te lo diría, pero seguramente no es nada que no supieras. Tú mismo habrás notado un cambio en él. Es el resultado del ejercicio de la fe.

Te ruego que me perdones por sermonearte de esta manera. Una vez que empiezo no puedo parar. Pero prometo no hacerlo en cada carta. Y, por favor, escríbenos. No podemos evitar preocuparnos por ti cuando no tenemos noticias. Es que a ti y a Fannie os queremos más que a nadie. Todo lo que os concierna nos concierne hondamente. Un abrazo de Allen y otro mío.

CAROLINE GORDON A WALKER PERCY

Consciente de la salud precaria tanto de Percy como de O’Connor, en el invierno de 1952 Gordon pide a Percy que se cuide de recaer en la tuberculosis. «Muchos buenos escritores han visto allanado el camino por alguna aflicción así», y enumera (erróneamente) a los autores americanos que gracias a sus enfermedades no lucharon en la Guerra de Secesión:

De los hermanos James sólo lucharon los dos tontos de la familia, Wilkie y Bob. Tanto William como Henry estaban fuera de combate. Henry Adams estaba a salvo en Inglaterra con su padre y Mark Twain vivía de manera primitiva en las Rocosas. Sólo llegó a la primera línea el pobre Ambrose Bierce, que no fue muy buen escritor. Si continúa nuestro sistema de reclutamiento presente, tan eficiente que es difícil que se escape nadie, exterminaremos probablemente a todos nuestros genios.[18]

En una carta sin fecha algo posterior, Gordon está encantada «de saber que estás leyendo a Henry James». Le recomienda dos libros: «Uno es Adviento, del padre Jean Danielou, el patrólogo más importante de Francia. Es maravilloso. Cuenta cosas del Antiguo y el Nuevo Testamento que te hacen explotar la cabeza». Gordon alaba también (como ante O’Connor) la Vida de santo Tomás Moro, de R.W. Chambers, comentando que es «sobre todo, el libro para sureños, para confederados, para cualquier persona de habla inglesa».

CAROLINE GORDON A ANDREW LYTLE

Gordon y sus amigos desarrollaban una visión de la historia arraigada en el patriotismo de Tomás Moro. La defensa que hace Moro de la libertad era aplicable a su lucha por comprender la derrota del Sur en la Guerra de Secesión. En una carta anterior a Percy, Gordon había recomendado una biografía de Moro, diciendo que le parecía «el inglés más grande que jamás haya vivido. Y el hombre sobre todos los hombres al que deberíamos seguir hoy». Percy respondió presentándole su visión de Moro, que Gordon comparte con Lytle, admirador ardiente de Moro y que citaba continuamente sus últimas palabras en sus enseñanzas y escritos. El análisis de Percy tal vez influyera en la observación de Lytle al hilo de que Moro fue uno de los últimos defensores de la Cristiandad contra el Príncipe de Maquiavelo, que «enseñaba a los príncipes de Europa que podían gobernar libres de consejo espiritual, guiándose sólo por su propia voluntad»[19]. Para Lytle, Gordon, Percy e, implícitamente, O’Connor, la clase de libertad por la que murió Moro fue la resistencia al moderno «estado» nacionalista de Enrique VIII.

4 de abril de 1952

Recibí carta el otro día de Walker Percy (sobrino de Will) en respuesta a cosas que dije de santo Tomás Moro. Ese muchacho es muy listo: su carta es tan buena que he copiado un fragmento para mandároslo a ti y a Edna , porque creo que os interesará.

Con prisa

Caroline

WALKER PERCY A CAROLINE GORDON

Coincido contigo en cuanto a santo Tomás Moro. Él es, para nosotros, el Camino de Vuelta. Para nuestros paisanos, me refiero, para los del sur. Pues Moro es el antepasado espiritual de Lee. Él es a quien hay que rezar por la conversión del sur. Uno de los obstáculos para el sureño (o el americano) que se siente atraído a la Iglesia es que ve, no la Iglesia de Moro, ni la Iglesia de Inglaterra que es su hogar espiritual, sino la Iglesia de san Alfonso Ligorio pasada por los jesuitas irlandeses. Si entra, ha de entrar apartando la cara y tapándose la nariz por el olor a pietismo italiano-irlandés y tantas esculturas y arquitectura malas. Claro que esto es algo exagerado y soberbio, porque es una lección salutífera de obediencia y humildad aceptar a san Alfonso. (Caray, ¡fue un gran santo!) Pero si Allen funda una Sociedad de santo Tomás Moro quiero estar ahí[20].

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