Ética en las profesiones

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sin duda, el psicoanálisis es el mayor código de autocomprensión formulado en la modernidad. su desarrollo en la primera mitad de siglo XX fue clave para entender ciertas carencias en el desarrollo de actitudes sociales y desordenes mentales que hasta el momento habían sido explicados desde la religión, la literatura o el derecho penal.

De hecho, el término empatía fue acuñado en su versión actual por Titchener como parte de un léxico psicológico que pretendía dar cuenta de la capacidad que tenía una persona para representarse el mundo de otra. Esto resulta de trascendental importancia en la terapia psicoanalítica que reconoce la existencia de diversas conciencias en la psique del individuo, las cuales funcionan, la mayoría de las veces, de manera independiente, lo que genera comportamientos y conductas no conscientes. Estas diferentes “conciencias” afloran en situaciones específicas y, en consecuencia, ocasiona comportamientos poco típicos como actos fallidos, desinhibiciones y, en casos extremos, la múltiple personalidad.

Las características de la personalidad moralmente buena

A lo largo de la historia, la capacidad de entenderse a sí mismo ha incidido en la definición de ideales de comportamiento: la exomologesis griega dio paso a un ciudadano que se cuestionaba sobre el cuidado de sí; la introspección católica promovió un hombre atento al pecado y a las tentaciones y, finalmente el psicoanálisis dio lugar a una persona que establece diálogos consigo misma para resolver la forma moral cómo se debe actuar. Independientemente de cuál método se siga para el desarrollo de la capacidad de empatia sus objetivos están dirigidos a:

1 Desarrollar la aptitud de representar las vivencias perceptivas de otra persona y de reproducirlas adecuadamente. La percepción de una persona está influida por experiencias previas, razonamientos recurrentes y la disponibilidad conceptual con que cuenta para describir su mundo, conquistas, deseos y posibilidades; es decir, su psique. La persona que pueda representarse este complejo mundo tendrá no sólo mayores habilidades sociales, sino que también tenderá a actuar de manera diferenciada con los otros, a fin de no causar dolor o sufrimiento, ya sea evitando ciertos estímulos que desencadenen reacciones traumáticas o comportamientos que promuevan malestar.

2 Desarrollar la capacidad de deducir los pensamientos de otra persona a partir de lo que hace. Esta aptitud se muestra en las suposiciones probables que se tienen de los pensamientos, modos de ver las situaciones, propósitos, planes, motivos, actitudes y valoraciones de otra persona. Esto conduce a reconocer que existen diferentes modos de satisfacción de los anhelos, con lo cual se tiende a respetar las vías de desarrollo ajeno. Temas de orden moral, como el cambio de sexo, la eutanasia asistida y el matrimonio y la paternidad homosexual resultan más comprensibles para las personas que cuentan con esta capacidad.

3 Desarrollar la aptitud de poder conocer el estado de ánimo que en un momento dado tiene otro individuo o cuando menos imaginárselo. Una habilidad básica de la sociabilidad es la de identificar diferentes grados de estabilidad en la psique humana: los comportamientos tienden a ser espontáneos y fácilmente alterables, la conducta tiene maneras más regulares de actuación y la personalidad tiende a permanecer inalterable por largos periodos de tiempo. El juicio que emite un desconocido ante un arranque de indignación de otro puede resultar en sanciones morales severas, que, probablemente, sean impropias, pues se estaría criticando un comportamiento espontáneo y no sus propósitos volitivos, los cuales, realmente pueden dar cuenta de su ser y persona.

Características del contexto ideal para la actuación moral

La empatía tiene algunas condiciones para su ejercicio. Veamos: primero, está sujeta a la cercanía que tenga el observador de una situación determinada. Por ejemplo, la capacidad de experimentar compasión por alguien que ha sufrido un accidente es diferente en el caso que esta situación sea presenciada directamente o mostrada en forma de caricatura. Muchos critican que en las sociedades de la información los problemas de la población no tienen cara, por cuanto son representados en diagramas estadísticos que plantean enormes distancias empáticas, no sólo porque su representación carezca de emotividad, sino también porque las habilidades lingüísticas requeridas para su interpretación escapan a la mayoría de la población.

Segundo, la capacidad de empatía está sujeta a las experiencias previas que se tengan de la situación de apuro en que se encuentra el otro. Los sentimientos de pérdida de una madre pueden ser vividamente representados por un padre, mientras que para una adolescente sólo serán un cuadro trágico que es inmanente al hecho de estar vivo. Como vemos, estas comprensiones trascienden elementos de tipo cultural e ideológico como la conciencia de género y, más bien, se ubican en manifestaciones más altruistas del ser humano: compasión, misericordia, indulgencia, etc.

Tercero, las motivaciones para la generación de empatía no son posibles en ambientes en los cuales la actuación filantrópica o altruista sea vista como una obligación que, en caso de no ser satisfecha, conlleve a sanciones de tipo moral como el aislamiento o el señalamiento. Ello conduciría más bien a obrar de modo prosocial por el temor al castigo y no por el interés hacia el bienestar del otro. Hay que aclarar que las sociedades contemporáneas están cimentadas sobre este tipo de señalamientos, lo cual, comporta una base moral muy frágil, ya que, en ausencia de vigilancia u observación los individuos tienden a hacer lo incorrecto.

Fortalezas de este medio de educación moral

La capacidad de empatía constituye uno de los determinantes del comportamiento prosocial, es decir, las acciones cuyo objeto son mejorar la situación de otra persona.

Muchos movimientos comunitarios participan de esta idea, la cual resulta alentadora en vista de las desigualdades que ha creado el desarrollo económico y tecnológico, sobre todo en las últimas décadas; efectivamente, conceptos como la subsidiariedad, la proporcionalidad y la integración social, conforman la base discursiva de muchas comunidades marginadas que buscan la formación de una conciencia ciudadana menos indiferente hacia las condiciones de precariedad de la gran mayoría. La psicología social acepta dos presupuestos básicos en este plano: primero, la mayoría de psicólogos aceptan que existe una correlación positiva entre la capacidad de empatía y el comportamiento prosocial, el cual se puede expresar de la siguiente forma: cuanto mejor pueda un sujeto representarse las vivencias de otro individuo, especialmente aquellas que supongan necesidad, tanto más dispuesto estará a ofrecer su ayuda o por lo menos a mostrarse solidario para que éste la consiga.

Y segundo, introyectarse implica la asunción de la carga emotiva del otro lo que conlleva al desarrollo de actitudes favorables para la construcción de contratos sociales más equitativos. Todo esto resulta esencial en la transición de las democracias representativas -que aceptan las diferencias económicas como inherentes a las dinámicas sociales propias del liberalismo- a las democracias participativas -que persiguen el establecimientos de garantías básicas, no sólo de subsistencia, sino también de desarrollo del individuo.

Crítica a los medios educativos

Algunas visiones sociológicas marxistas argumentan que este tipo de formación moral, al situarse en el plano de la ciudadanía individual y no en el de la política, distrae de las verdaderas fuentes de la desigualdad que radica en las formas de distribución de privilegios característicos de las instituciones públicas. De esta forma, el hecho de tratar de superar las contradicciones sociales mediante un mejoramiento de las relaciones interhumanas no sería más que una forma de identificar las necesidades de las masas con los intereses de las clases dominantes.

MODELOS DE BUEN COMPORTAMIENTO PARA EL APRENDIZAJE POR OBSERVACIÓN Y POR IMITACIÓN

Una de las máximas de la educación moral cristiana es la prédica y la enseñanza por el ejemplo. La mente del educando es representada como una hoja en blanco en la cual se imprimen toda serie de experiencias sin que opere en ello ningún proceso de selección. De esta manera, se espera que los encargados de la educación rodeen, especialmente a los niños y jóvenes, con toda clase de ejemplos morales y virtuosos para que a fuerza de contemplarlos no tengan otra vía de imitación.

También, es necesario forzar al sujeto de aprendizaje para que dirija su atención únicamente a los objetos de imitación que maestros, padres o autoridades sitúen en su entorno y establecer mecanismos de vigilancia y narración -usualmente confesionales-, en caso de que un individuo tenga contacto con alguna mala influencia o dirija sus pensamientos hacia objetos poco virtuosos.

Características de la personalidad moralmente buena

El aprendizaje por imitación tiene a la parábola del buen samaritano como ideal de vida cristiano y cívico. En ella queda claro que las diferencias raciales y culturales se pueden superar al momento de ver a una persona en apuros, sin embargo, el samaritano sigue siendo un creyente del “Dios verdadero” y, en este sentido, un prójimo que está en capacidad de ofrecer buenos ejemplos.

La máxima de “no perjudicar a ningún semejante” acepta la idea bíblica -desarrollada particularmente en los proverbios- de que toda situación por fuera de la devoción divina es perjudicial para el hombre. De esta manera, las autoridades eclesiásticas tienen exclusividad para decidir, a partir de un procesamiento lógico derivado de principios inamovibles, qué experiencias son moralmente lesivas para el individuo. De lo anterior se derivan las expectativas formativas del aprendizaje por imitación: en primer lugar, se espera que el educando tenga una actitud humilde hacia quienes desean encauzarlo y que esté interesado en buscar ejemplos de vida que le permitan actuar de forma automática en cualquier situación cotidiana por caprichosa que ésta parezca. La forma de responder a los dilemas morales que presentan diversas situaciones es planteada en la pregunta ¿qué haría cual o tal personaje en esta circunstancia?

 

Segundo, el educando debe estar en la capacidad cognitiva de hacer transpocisiones que le lleven de una situación real o ficticia a la deducción del juicio moral. Por ejemplo, en las fábulas es necesario estar dispuesto a buscar la intención formativa del autor, utilizar los patrones morales para identificarla y luego determinar los contextos en los cuales la moraleja pudiera ser aplicada.

Y tercero, se espera que el educando por voluntad propia se aparte de los círculos sociales que le provean mal ejemplo o que se declaren en contravía de sus preceptos morales, aunque éstos tengan “apariencia de piedad” o tolerancia. El mejor ejemplo de esta exhortación es el Emilio, que en su niñez y juventud sacrifica el goce de la sociabilidad por su restricción a ambientes que le provean de buenos ejemplos. La moraleja es que el joven, representado como un adulto en miniatura viene a coincidir totalmente con la imagen que su educador tiene a la vista.

Características del contexto ideal para la actuación moral

Existen ciertas condiciones para que el aprendizaje por imitación sea posible:

1 Dado que el desarrollo integral (emocional, físico, intelectual y lúdico) se ha posicionado como uno de los principios rectores de la educación contemporánea es necesario que las instituciones interesadas en la formación moral de los individuos satisfagan estos requerimientos estableciendo vínculos con otras entidades cuya misión sea moralmente aceptable. Cada vez es mayor el número de iglesias y congregaciones que amplían su oferta recreativa buscando aumentar la retención de jóvenes.

2 Se debe ejercer estricta vigilancia sobre los ambientes en que se desarrolla el educando para garantizar su coherencia moral. Un comportamiento diferenciado de los padres, los maestros o los profesionales con quienes el joven mantiene contacto regular disminuye la intensidad de la inmersión y reduce proporcionalmente los efectos del buen encauzamiento.

3 El aprendizaje por imitación implica la existencia de grupos lo suficientemente amplios en los cuales el individuo tenga contacto con personas más adelantadas en su desarrollo moral (padres, religiosos, líderes comunitarios). Igualmente, debe congregarse con otros individuos que compartan similares características etáreas y de género, que actúen como parámetros de desarrollo moral para indicarle cuál es su posición con respecto al grupo y en qué aspectos debe ser más diligente.

Fortalezas de este medio de educación moral

La mayoría de argumentos a favor del aprendizaje por imitación radican en su capacidad de mantener por largos periodos de tiempo -a veces a lo largo de la vida- las motivaciones del comportamiento prosocial:

1 En este tipo de aprendizaje existe un vínculo emocional entre el observador y la persona que da el ejemplo que, desarrollado en el plano religioso, puede adquirir dimensiones trascendentales. Así, la persona que recibe un testimonio de la transformación de una conducta perniciosa generará cierto grado de “comunión” con su interlocutor que le mantendrá alejado de los vicios por un largo periodo y, en caso de ceder a la tentación, generará sentimientos de traición que lo conducirán a la recapacitación y al arrepentimiento.

2 Desde la neuropsicología se asumen los modelos de comportamiento como representaciones gráficas desprovistas de significación que sólo actúan de manera formativa en presencia de mecanismos que motiven a su reflexión. Sin embargo, también acepta que el cerebro humano busca patrones que le permitan establecer similitudes entre los objetos evocados y los objetos que se presentan de manera espontánea. De acuerdo con esto, la potencia del aprendizaje por imitación radicaría en la imposibilidad del individuo de mantener contacto con otro tipo de situaciones morales diferentes, sino hasta una edad relativamente avanzada. Lo que implicaría, un constante ciclo de reflexión moral sobre situaciones ideales conducentes a la formación de una estricta disciplina moral.

3 La satisfacción por haber obrado de manera semejante a los modelos de vida ofrecidos por las instituciones de formación moral conduce a ponerlos en práctica cada vez que la ocasión se presente. A la larga, este tipo de comportamiento se convertirá en hábito articulándose al conjunto de disposiciones psíquicas que posee el individuo. Llegado a este punto, la persona deja de preguntarse sobre los principios o valores que subyacen a esta actuación y empieza a preguntarse, más bien, por la manera de perfeccionar su comportamiento mediante la implementación de un mayor número de elementos ejemplarizantes.

Crítica a los medios educativos

Las mayores críticas al modelo de aprendizaje por imitación se centran en la incapacidad de los educandos para desenvolverse en escenarios de diálogo que permitan el consenso o el disenso.

1 Debido a que este medio de educación moral está en pleno contacto con visiones religiosas -especialmente el cristianismo-, se parte de que el hombre en calidad de hijo de Dios es consustancialmente bueno y sólo hay que proveerlo de ejemplos adecuados para formar en él las actitudes morales deseadas. A propósito, algunos autores, desde la psicología y la neurología, discuten la medida en que los buenos ejemplos subordinan a los malos y si los primeros son realmente seguidos luego.

2 Este medio de educación moral no supone la necesidad de construir estructuras morales para la ciudadanía o la reflexión sobre la pertinencia de ciertas normas sociales. Lo que busca es derivar de máximas (decálogos, credos, artículos de fe) -casi siempre de procedencia religiosa- pautas para el comportamiento moral del educando.

3 Debido a que un ideal del educando es alejarse de todo aquello que no guarde coherencia con sus creencias primarias se corre el peligro de radicalizar su personalidad y, en consecuencia, incapacitarlo para mostrarse abierto a experiencias que rebasen su espectro ético o para desenvolverse en situaciones que no presenten dicotomías o maniqueísmos.

EL FOMENTO DE HÁBITOS DE COMPORTAMIENTO MORALMENTE BUENOS

La ampliación de espacios para el desarrollo de la ciudadanía en las últimas décadas (educativos, políticos, mercantiles y de movilidad) ha permitido el contacto -y la fricción- cada vez más frecuente entre sujetos cultural, ideológica y económicamente diversos. El aumento en el número de estas relaciones ha requerido una dinamización de los sistemas que regulan la convivencia mediante el establecimiento de normas simples, pero incontrovertibles. Todo esto, a fin de que el individuo no invierta tiempo reflexionando sobre la pertinencia de cumplir una determinada norma, evitando que se convierta en un elemento impedante dentro de los nuevos circuitos sociales y garantizando que no reduzca la inercia alcanzada por el sistema. esde una perspectiva biologicista el fomento de hábitos de comportamiento moralmente buenos propone convertir las virtudes ciudadanas en una “segunda naturaleza” y busca que en la mayoría de situaciones complejas o problemáticas se actúe rápidamente y de forma casi automática. Esta disposición facilita la resolución de problemas sin exigir una larga reflexión; el individuo al obrar en correspondencia con la norma es consciente de su acierto moral fuera de toda duda.

Características de la personalidad moralmente buena

El principal objetivo de este medio de educación moral es la habituación -entendida como la “actividad constitutiva de hábitos” - y de ella se desprenden todos los demás ideales formativos. Primero, se busca que el individuo forme disposiciones psíquicas duraderas para un determinado tipo de vivencia o comportamiento. Esto será vital para los proyectos relacionados con la formación de ciudadanías productivas, que reposan, entre otras cosas, sobre los hábitos de consumo de las familias y los hábitos de trabajo de los individuos.

Segundo, que los sujetos comprendan que el éxito dentro de las actuales sociedades está determinado por el número de hábitos favorables que se puedan adquirir (puntualidad, disciplina, proactividad, etc.) y que esta adquisición no depende tanto de las decisiones primarias que se tomen como del esfuerzo invertido en habituarse a una condición o tarea.

Tercero, que el individuo asuma la “habituación” como un proceso de aprendizaje que permite el dominio de competencias y la adquisición de habilidades propicias para su desarrollo en las actuales sociedades. También como una forma de estabilización de las conductas y comportamientos que le permiten planificar esfuerzos y concretar acciones a largo plazo.

Características del contexto ideal para la actuación moral

El fomento de hábitos de comportamiento moralmente buenos requiere de tres condiciones para su desarrollo:

Permanencia. La adquisición de hábitos tanto moralmente buenos (virtudes) como moralmente malos (vicios) necesita una fuerte exposición del individuo a sus estímulos. Por eso, los ambientes que más facilitan la habituación son aquellos en los que está obligada la presencia y permanencia del individuo, por eso se reconoce a la escuela como “el hogar de la virtud” y a la cárcel como la “casa del crimen”.

Economía. Los hábitos deben presentar para el individuo una economía de esfuerzos. Por ejemplo, la virtud de la puntualidad en una empresa garantiza el ahorro de recursos y la virtud del orden en un profesional se traduce en la reducción de horas trabajadas.

Coherencia. Los ambientes en los que se desarrolla el hábito moralmente bueno deben mantener cierta correspondencia esquemática para que el individuo pueda actuar intuitivamente. Si los códigos de rescate no antepusieran una escala valorativa para que los socorristas resolvieran a quién privilegiar en caso de tragedia, probablemente se enfrentarían a dilemas morales tan complejos que paralizarían su actuación mermando su eficacia y poniendo en riesgo un mayor número de vidas.

Fortalezas de este medio de educación moral

La infalibilidad de los hábitos moralmente buenos (virtudes) radica en su naturaleza práctica, la cual ha sido puesta a prueba a lo largo de la historia y justificados por mecanismos de ajuste moral, como el sentido común y la tradición popular. Por ejemplo, la consideración hacia las mujeres embarazadas es común en todas las sociedades, producto de una serie de juicios ocurridos en anteriores situaciones de requerimiento moral. En este caso, no entra en juego la personalidad del individuo sino una norma de cortesía convertida en hábito social para favorecer la supervivencia de la especie.

Crítica a los medios educativos

La valoración del hábito es vista por algunos autores como contraria a la razón y la identifican como una forma de manipulación que no le permite al individuo expresar su verdadero deseo y mucho menos realizarlo. En este sentido, la formación de hábitos no sería más que la construcción de cursos de pensamiento en los cuales el educando condicionaría la construcción de su proyecto de vida a las condiciones que le impone su nacionalidad y su estatus social. Igualmente, se tiene desconfianza por la amplia acogida que tiene este medio de instrucción moral entre las clases pobres y su escasa popularidad en la educación de las elites.

Algunos autores señalan que la formación de hábitos moralmente buenos comparte la naturaleza instrumental de otros dispositivos de enseñanza y aprendizaje utilizados en las instituciones educativas (currículos, reglamentos, manuales de convivencia y de resolución de conflictos, etc.) los cuales se han mostrado insuficientes para que brote y se arraigue el hábito moralmente bueno.

Finalmente, dado que la motivación de la formación del hábito deriva casi siempre en el cálculo utilitario de los comportamientos socialmente correctos la convicción en este medio de educación moral es desplazada por argumentos sancionatorios. Para algunos escépticos, las continuas crisis a las que se ve actualmente avocado el individuo en razón de los continuos reordenamientos económicos y políticos a nivel nacional e internacional, conducen a la generación de miradas críticas sobre las ventajas de mantener unas rutinas ciudadanas que no tienen sustento humanitario. En este escenario es fácil demoler hábitos adquiridos a lo largo de años y mantenidos por la fuerza.

 

LA CONDUCCIÓN DEL COMPORTAMIENTO MEDIANTE EL CONTROL Y LAS SANCIONES

El aumento continuo de la población a nivel mundial y su incesante concentración en núcleos urbanos cada vez más densos, plantea la necesidad de construir normas estrictas que controlen no solamente los comportamientos en los espacios públicos, sino también aquéllos inscritos en la esfera de lo privado.

La sociología ha llamado a este proceso “control por sanción” y es entendido como aquellas acciones sociales con las cuales los individuos intentan supervisar el comportamiento de otros individuos en todos los espacios vitales y, si lo juzgan necesario, influir en él y conducirlo en la dirección deseada. La tendencia a normalizar y regular actividades tan triviales -como el ocio mediante el uso racional del tiempo o el juego mediante la recreación dirigida- evidencian el interés social por controlar hasta el más mínimo comportamiento para no dejar dudas sobre lo que es correcto o incorrecto.

Características de la personalidad moralmente buena

Las sociedades en las cuales la conducción del comportamiento mediante el control y las sanciones es ampliamente implementada esperan que el individuo acuda a los conjuntos de normas o metodológicas para hacer eficiente cada aspecto de su vida. Por ejemplo, la sociedad estadounidense en algunos estados -California y Pensilvania son los casos más representativos- alienta a los padres para que acudan a los tratados nutricionistas buscando controlar el régimen alimentario de sus hijos y, en caso de presentarse obesidad extrema, su comportamiento desprevenido puede ser tipificado e imputado como maltrato infantil. Lo anterior puede ilustrar las expectativas que tiene este medio de educación moral sobre la formación de la personalidad:

Primero, se espera que el individuo comprenda la naturaleza normativa de la sociedad en la que vive y cuáles son los límites aceptables para ejercer su libertad. No se está hablando de una comprensión jurídica o filosófica sobre las bases morales de una “nación” o un “pueblo”, sino de la apropiación de las lógicas operativas inherentes al conjunto de normas que pretenden regular su comportamiento. Posteriormente, se le demandará que dirija su conducta en consonancia y que participe en los sistemas de modificación reciproca que transforman la conducta de grupos más amplios.

Segundo, debido a que este medio de educación moral es propio de sociedades con alta densidad demográfica se espera que el individuo acepte los mecanismos representativos encargados de formular las normas y se sujete a ellas, aún cuando le resulten impertinentes o le generen inconvenientes, debido a las circunstancias especiales en que se desarrolla su vida.

Características del contexto ideal para la actuación moral

Para que este tipo de educación moral sea posible deben existir ciertas condiciones:

1 Las sociedades en las que se realice este tipo de educación debe tener sistemas de legislativos y jurisdiccionales altamente constituidos. Debido a que la libertad se ejerce en espacios donde no hay vigilancia ni control, las autoridades deben estar prestas a cualquier comportamiento no tipificado por la ley, para remitirlo rápidamente a las autoridades civiles que se encargarán de dictar una sentencia. La memoria de este tipo de sentencias creará una especie de subconsciente colectivo sobre el tipo de comportamientos que pueden ser socialmente aceptados o que deben ser señalados como actos antisociales.

2 Debe existir la condición de igualdad ante la norma. Las excepciones llevan a los individuos a reflexionar sobre la manera de evadir las sanciones y a la tentación de optar por atajos jurídicos u operar en franjas que no están debidamente legisladas.

3 Con el desarrollo de las capacidades mentales también debe aumentar la importancia del contenido informativo del castigo. La participación en un hecho delictivo puede ser incomprendida para un niño e incluso para una persona desprovista de una visión sistémica de la sociedad. Tal es el caso de los fraudes bursátiles que involucran gran cantidad de personas que no comprenden su funcionamiento o desconocen plenamente su propósito.

4 Debe existir una cercanía temporal entre la falta y la sanción. Los castigos que se postergan demasiado tiempo disminuyen su capacidad formativa, por cuanto el individuo no interpreta correctamente la indicación contenida en la corrección. Esto sucede porque la carga emotiva de la falta se atenúa con el tiempo en virtud de los mecanismos cerebrales para resignificar experiencias anteriores. Con el tiempo el individuo se vuelve incapaz de relacionar el rigor de la sanción con la gravedad de la falta.

Fortalezas de este medio de educación moral

La mayoría de argumentos a favor de la conducción del comportamiento mediante el control y las sanciones proviene de la psicología del aprendizaje, la cual, resalta su conveniencia cognitiva y las ventajas económicas que representa su implementación en sistemas educativos complejos. Veamos.

La sanción busca que el educando debilite o desaparezca su disposición psíquica a comportarse de manera indeseada, debiendo aparecer en su lugar la disposición a un modo comportamental deseado. Para la psicología de aprendizaje, la sanción es un estímulo diferenciado que segrega los juicios sobre los comportamientos favorables y desfavorables del individuo, logrando ampliar su capacidad discriminatoria. Lo anterior aumenta la probabilidad de que en el futuro los ciudadanos opten por el comportamiento social deseado, favoreciendo una enorme merma en el presupuesto destinado para la institucionalización de la sanción (cárceles, correccionales, internados, etc.).

Debido a que la conducción del comportamiento, mediante el control y la sanción es un mecanismo de aprendizaje operativo se desarrollan en él habilidades cognitivas como la inferencia, la deducción y la derivación. El individuo aprende a considerar los escenarios derivados de su posible de elección logrando incluso introyectarse en planos afectivos, bien sea suscitando sentimientos desagradables en torno al castigo o sentimientos de agrado por resistirse a obrar mal. En cualquiera de los dos casos se refuerza su disposición a seguir actuando correctamente en el futuro.

Crítica a este medio de educación moral

La mayor crítica a este medio de educación moral radica en que sus instrumentos punitivos -por consensuados que sean - no atienden a las condiciones emocionales o materiales de las personas y en tal caso presentan efectos diferenciados. Una multa de transito tendrá poco valor formativo para un conductor adinerado, mientras que para otro será tremendamente aleccionadora. El retiro del afecto paterno para un niño con poca autoestima resultará en trauma, mientras que para otro con un autoconcepto más fuerte apenas si hará mella.

También plantea enormes dificultades para administración dosificada del castigo: si un castigo es demasiado riguroso produce en el educando un alto nivel de excitación poco favorable. Su temor a nuevas represalias puede hacerse tan grande que sufra menoscabo su pensamiento racional, de modo que, ante la oportunidad de actuar ante determinada situación se paralice por el temor a no distinguir entre el comportamiento deseado y el prohibido. Esto explicaría, en parte, la indiferencia social que se gesta en algunas sociedades del primer mundo, en las cuales la ciudadanía se abstiene de actuar ante hechos criminales y su participación se limita al consentimiento o repudio frente a las acciones policíacas.

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