La vida de José

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Er, Onán y Sela (38:6-11)

Y tomó Judá una mujer para Er su primogénito, cuyo nombre era Tamar. Pero Er, el primogénito de Judá, era perverso ante Adonai, y Adonai hizo que muriera. Y Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, despósate con ella y levanta descendencia a tu hermano. Pero Onán, sabiendo que la descendencia no sería suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, eyaculaba en tierra para no dar descendencia a su hermano. Y lo que hacía pareció mal a Elohim, y también a él lo hizo morir. Dijo entonces Judá a su nuera Tamar: Vive como viuda en casa de tu padre hasta que crezca mi hijo Sela. Pues temía que muriera también él como sus hermanos. Así que Tamar fue y permaneció en casa de su padre.

Judá, pues, ha tenido tres hijos con Súa (o la hija de Súa). Han pasado los años. El primogénito, Er, es ya un hombre y Judá le busca esposa. “Tamar” significa “palmera”, nombre que sugiere que era una mujer muy hermosa (cf. Cantares 7:7: Tu talle se asemeja a la palmera, y tus pechos, a sus racimos).

Después de poco tiempo de matrimonio, Tamar enviudó. El Señor se llevó a Er a causa de su perversidad, pero no sabemos en qué exactamente consistía esta. Sin embargo, Tamar no se encontraba completamente abandonada y desamparada. Existía en aquel entonces la idea de que era impensable que una mujer quedara sola, sin el amparo de un hombre. Esta idea choca con la mentalidad del siglo XXI, pero en realidad era una medida social para la protección de la mujer: el varón no solamente ejercía autoridad sobre ella, sino que tenía la obligación de proveer para ella y cuidarla. Antes de casarse, ella vivía bajo la tutela de su padre o, si hubiese muerto, de sus hermanos varones. Después de casarse, su marido ejercía esa tutela. Y, si enviudaba, existía una norma social llamada el “levirato” (del latín levir, “cuñado”), según la cual uno de los hermanos del difunto tenía la obligación de casarse con ella, proporcionarle un hogar e intentar tener hijos con ella que serían considerados herederos del hermano difunto. Posteriormente, esta obligación social iba a ser incorporada en las leyes del Antiguo Testamento:

Cuando unos hermanos vivan juntos, y uno de ellos muera sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre extraño. Su cuñado se unirá a ella y la tomará por mujer cumpliendo con ella el deber del levirato. Y será que el primogénito que ella dé a luz sucederá en el nombre del difunto, para que no sea borrado de Israel su nombre (Deuteronomio 25:5-6).

Por supuesto, en tiempos de Judá, Dios no había revelado todavía su ley. Sin embargo, el levirato era considerado una obligación, no meramente una opción. Por tanto, Judá insistió con su segundo hijo, Onán, que asumiera la responsabilidad del levirato en el caso de Tamar. Pero Onán fue infiel en esta responsabilidad: aunque recibió a Tamar en su hogar, no quiso “levantar descendencia” a su hermano.53 El tiempo imperfecto de la frase cuando se llegaba indica que repitió esta ofensa en más de una ocasión: “cada vez que se llegaba”.54 Su negligencia hizo que el castigo de Dios cayera sobre él y él también murió. El catolicismo romano ha identificado el pecado de Onán con la masturbación (onanismo), pero en realidad se trataba de un coitus interruptus, y, en todo caso, Onán no fue castigado por él, sino por no cumplir con el levirato.55

Tamar había enviudado por segunda vez, pero aún tenía esperanza: le quedaba el tercer hijo de Judá, Sela. Sin embargo, parece que todavía no tenía edad para casarse y Tamar tendría que esperar a que creciera. Pero Judá era un hombre supersticioso. Pensó: “Tamar tiene que ser una mujer aciaga [hoy le llamaríamos ‘gafe’], una nuera de mal augurio que trae mala suerte a mi casa. Ya ha sido la causa de la muerte de dos de mis hijos. No quiero que lo sea también del tercero”. Por tanto, decidió emplear el arma característica de la familia de Jacob: el engaño. Dijo a Tamar que era mejor que ella esperara el crecimiento de Sela en casa de su propio padre,56 pero en realidad no tenía ninguna intención de casarla con el tercer hijo.57 Onán no fue el único que descuidó la ley del levirato. Si acaso, Judá fue más culpable que él.

El plan de Tamar (38:12-16a)

Pasaron muchos días, y murió Súa, mujer de Judá. Terminado el luto, Judá subió con su asociado, Hira, el adulamita, a Timná, donde estaban los trasquiladores de sus ovejas. Y fue dado aviso a Tamar, diciendo: Mira, tu suegro sube a Timná a trasquilar sus ovejas. Viendo ella que Sela había crecido y no había sido dada a él por mujer, se quitó las ropas de su viudez, se cubrió con un velo, y, disfrazada, se sentó en la puerta de Enáyim, que está junto al camino de Timná. Cuando Judá la vio, la tuvo por ramera, pues ella tenía cubierto su rostro. Y se desvió del camino hacia ella…

Unos años después, Tamar llegó a comprender que había sido engañado por su suegro, y que este nunca iba a entregarla a Sela. Entonces decidió vengarse. Si Judá había empleado astucia y engaño contra ella, ella utilizaría lo mismo contra él. Es evidente que Judá tenía reputación de mujeriego, de un hombre que caía con facilidad en las redes de las prostitutas. Ella actuaría por esa vía. Así pues, al enterarse de que Judá subía a Timná para asistir a los festejos de la trasquiladura,58 ella se disfrazó de prostituta, cubriendo su rostro con un velo con el fin de perder su identidad y no ser reconocida, y se fue a la ciudad de Enáyim, en el camino de Adulam a Timná, y se sentó en la puerta a la espera de su suegro.

Judá tiene relaciones con Tamar (38:16b-23)

… y le dijo: ¡Deja que me llegue a ti! (pues no sabía que era su nuera). Y dijo: ¿Qué me darás por llegarte a mí? Y él dijo: Yo mismo te enviaré un cabrito del rebaño. Y ella dijo: ¿Me das alguna prenda hasta que lo envíes? Él dijo: ¿Cuál prenda te he de dar? Y ella respondió: Tu sello, tu cordón y la vara que tienes en tu mano. Y él se los dio y se llegó a ella, y ella concibió de él. Tamar se levantó, se fue, se quitó el velo y vistió las ropas de su viudez. Y envió Judá el cabrito de las cabras por medio de su amigo el adulamita, para tomar la prenda de mano de la mujer, pero este no la halló. Y preguntó a los hombres de su lugar: ¿Dónde está la prostituta de Enáyim, que estaba junto al camino? Y ellos le dijeron: Ninguna prostituta ha estado por aquí. Y vuelto a Judá, le dijo: No la he encontrado. Además, unos varones del lugar dijeron: Ninguna prostituta ha estado por aquí. Y Judá dijo: Que se quede con ellas para que no seamos menospreciados. Ya ves que envié este cabrito y tú mismo no la encontraste.

Judá no tardó en presentarse. No sabemos si ella le hizo señales de invitación o si su suegro, recién enviudado, tenía la libido tan subida que no necesitaba invitación alguna. En todo caso, él entró en negociaciones para poder tener relaciones sexuales con ella. El trato acordado era que él le entregaría un cabrito y, como garantía de esa entrega, le dio varias prendas suyas: su sello personal,59 que llevaría colgado de su cuello por medio de un cordel,60 y su bastón, que sin duda tenía una forma distintiva.

Tan pronto como se hubo consumado la relación sexual, Judá prosiguió su camino a Timná y Tamar volvió a su casa quitándose el disfraz de prostituta. Al menos, Judá no engañó a Tamar en cuanto al acuerdo negociado, sino que envió fielmente a Hira con el cabrito, pero no había manera de encontrar a la prostituta. Había desaparecido. Además, los hombres de Enáyim le aseguraron que no habían visto a prostituta alguna por allí. ¡Todo un misterio! No hay nada que hacer. Judá ha cumplido con su parte. Si la prostituta no aparece para recibir su pago, él no tiene la culpa. Decide olvidarse del tema y dar por zanjado el asunto.

Tamar, vindicada (38:24-26)

Y sucedió como a los tres meses, que se le dio aviso a Judá, diciendo: Tamar, tu nuera, se ha prostituido, y he aquí, ha quedado encinta por su prostitución. Y Judá dijo: ¡Sacadla y que sea quemada! Pero mientras era sacada, envió a decir a su suegro: ¡Del varón a quien pertenecen estas cosas estoy embarazada! Y dijo: Reconoced ¿de quién es este sello, el cordón y la vara? Y Judá los reconoció, y dijo: Tamar ha sido justificada antes que yo, porque no le di a mi hijo Sela. Pero nunca más la conoció.

Pero hay un Dios en los cielos que controla los destinos de los hombres, que da el pago al pecador y ha dicho: Sabed que vuestro pecado os alcanzará (Números 32:23). Tres meses después, llegó la noticia de que Tamar había quedado encinta. Ella, aunque residente en casa de su padre, seguía perteneciendo a la casa de sus maridos difuntos, bajo la tutela de su suegro. Judá, por tanto, era el responsable de tomar medidas para proteger el honor de la familia. Reaccionó ante la noticia con ira justa y dictaminó que se le aplicara la pena por la fornicación: que fuera quemada viva.61

Justo cuando los hombres estaban a punto de llevar a cabo la sentencia, Tamar presentó las prendas de Judá, declarando que el padre de su hijo era el dueño de las mismas. Judá quedó en evidencia. Solamente pudo agachar la cabeza y reconocer su paternidad. Fue una confesión humillante. Tuvo que admitir públicamente que había tenido relaciones con una “prostituta” y que había engañado a su propio hijo, Sela:

 

El adúltero es hombre sin corazón, destructor de sí mismo es el que tal hace. Hallará una llaga vergonzosa, y su infamia nunca será borrada (Proverbios 6:32-33).

El nacimiento de Fares y Zara (38:27-30)

Y sucedió que, al llegar el parto, he aquí había mellizos en su vientre. Y al parir salió una mano, y la partera tomó y ató a su mano un hilo escarlata, diciendo: Este salió primero. Pero al retirar su mano, he aquí salió su hermano. Y ella dijo: ¡Qué brecha fue abierta! Por tanto su nombre fue llamado Fares. Y después salió su hermano, el que tenía en su mano el hilo escarlata, y fue llamado su nombre Zara.

El nacimiento de gemelos suele ocurrir en las mismas familias, muchas veces saltando una generación entre gemelos y gemelos. Isaac había engendrado gemelos; Jacob, no; y ahora Judá sí. Pero aquí se repite otra cosa: la confusión en cuanto a cuál de los dos era el mayor. Jacob y Esaú habían luchado entre sí en el vientre de Rebeca; Esaú salió antes que Jacob y fue el primogénito (25:2226), pero Jacob le arrancó la primogenitura (25:29-34). En el caso presente, primero apareció la mano de Zara (“Escarlata”) y la comadrona le ató el hilo escarlata como señal de primogenitura. Pero luego se le adelantó Fares (“Brecha”), el que iba a ser antepasado de David (Rut 4:18) y del Mesías (Mateo 1:3):

Gracias a la providencia divina, el linaje de Judá cumplió los propósitos de Dios, que por necesidad debían bregar con la naturaleza pecaminosa de los seres humanos para redimirla. Hay que escribir en letras muy grandes que Dios salva por gracia, no por méritos.62

Así, nuestro Señor fue producto en la carne de una relación sexual ilícita entre Judá y una supuesta prostituta. Verdaderamente, se dice de él: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado (2 Corintios 5:21).

El unigénito Hijo de Dios, en su encarnación, no asumía la humanidad de una raza perfecta. Vino a identificarse con la raza caída de Adam, en la que se incluyen tanto los “grandes pecadores”, los más impíos, injustos e inmorales, como aquellos que a ojos humanos lo son menos… Por su asunción de nuestra humanidad, resultó factible la redención de los seres humanos, pues “debía ser en todo semejante a sus hermanos para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17).63

CAPÍTULO 7 - José en casa de Potifar

GÉNESIS 39:1-6A
José, comprado por Potifar (39:1)

El capítulo 39 tiene una notable forma simétrica. Empieza narrando la prosperidad de José en casa de Potifar y cómo este lo colocó por encima de todas sus posesiones (39:1-6), y concluye describiendo la prosperidad de José en prisiones y cómo ganó la confianza del encargado de la cárcel (39:19-23). Incluso los dos pasajes emplean las mismas palabras y expresiones: Adonai estaba con José, le concedió gracia, lo prosperaba en sus manos, confió en mano de José… En medio tenemos el episodio de la esposa de Potifar, en el que destacan la rectitud, castidad y temor a Dios del joven.

A pesar de todo lo que ocurre en el ínterin, la simetría expresa perfectamente el tranquilo dominio de Dios y la victoria del hombre de fe. La buena semilla es enterrada hondo, pero empuja hacia arriba; el siervo fiel en lo poco se prepara para tener autoridad en lo mucho.64

La vida de José es una verdadera montaña rusa, con largos ascensos paulatinos seguidos por caídas repentinas. Sin embargo, cada caída lo pone en condiciones de poder empezar un nuevo ascenso.

A José, pues, se lo hizo bajar a Egipto. Y Potifar, un varón egipcio, capitán de la guardia de Faraón, guardia, lo compró de mano de los ismaelitas que lo hicieron descender allá (39:1).

Este versículo repite, de una manera ampliada, la misma información que apareció en 37:36. Esto nos indica claramente que volvemos al hilo principal de la historia de las generaciones de Jacob: la historia de José. El capítulo 38 ha sido una digresión deliberada: la sensualidad, impiedad e inmoralidad de Judá sirve para iluminar la castidad, rectitud y piedad de José.

El texto dice dos veces que a José le hicieron “bajar” a Egipto. El verbo empleado y la repetición insistente sugieren, además del traslado físico, cierto descenso social y moral, acompañado sin duda por un fuerte hundimiento anímico. Como dice el Salmo 105:17, José fue vendido como esclavo. Su bajada geográfica fue acompañada por una fuerte caída en su posición social y su honor. Del hijo predilecto, heredero honrado por su padre por encima de sus hermanos, sufrió la humillación de descender al estamento más bajo de una sociedad extranjera.

No podemos por menos que ver en José el anticipo de otro Hijo, muy amado por su Padre, que descendió a las profundidades de la tierra (Efesios 4:9) y lo hizo humillándose y tomando forma de siervo (Filipenses 2:7; cf. Mateo 20:28).

José fue comprado como esclavo por un tal Potifar,65 cuyo nombre significa “aquel que ha sido dado por Ra” (el Dios del sol). Probablemente se trate del mismo nombre que el del futuro suegro de José, Potifera (41:45, 50; 46:20). El vocablo traducido como “varón” en nuestra versión es una palabra genérica para referir a cualquier cortesano u oficial del rey, como también serán llamados así el copero y el panadero (40:2, 7). Con el paso del tiempo, iba a adquirir el significado de “eunuco”. “Faraón” no es un nombre propio, sino el título del monarca. Se suele suponer que este faraón pertenecía a las dinastías de los hicsos (XV y XVI).66

El significado exacto del título “capitán de la guardia” es incierto.67 Esta traducción se deriva del contexto y del título similar aplicado a Nabuzaradán, “capitán de la guardia” de Nabucodonosor.68 Es posible que deba traducirse como “capitán encargado de la cárcel real” o “jefe de la cárcel” (39:20; 40:3-4), en cuyo caso es probable que Potifar, cuando más adelante encarceló a José, lo estuviera reteniendo en realidad bajo su propia vigilancia y servicio.

El texto no abunda en detalles para indicar la angustia de José en el momento de ser comprado como esclavo. Da por sentado que podremos suplirlos por medio del uso sensato de nuestra imaginación:

¿Qué habrá pasado por la mente de este adolescente al verse desarraigado violentamente de su hogar, vendido como siervo, obligado a vivir entre forasteros en un país extranjero y comprado en el mercado de esclavos?69

Lo que el texto sí sugiere con claridad es la providencia divina detrás del destino de José. Podría haber sido comprado por una familia cualquiera, pero va a parar a casa de un hombre de elevado rango que ostenta importantes cargos en el reino. Este hecho, además de introducir a José en el ambiente culto del país, será el primer eslabón en una hilera de episodios y de personajes (Potifar y su esposa, el copero y el panadero, el mismo faraón) que conducirá a la introducción de José en la corte y ayudarán a explicar cómo un humilde esclavo pudo alzarse, “de la noche a la mañana”, al segundo puesto en el reino.70

De momento, José ya tiene hogar y comida como esclavo en la casa de Potifar. Su situación dista de ser ideal, pero se ve que el joven se entregó lealmente al servicio de su amo, por el principio que subyace en la conducta de todo creyente: cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor (Colosenses 3:23). Todo trabajador que ama al Señor debe dar buen testimonio en su lugar de trabajo por medio de su laboriosidad, competencia y honestidad.

José pone de sí todo su empeño, diligencia y buena voluntad. Su trabajo prospera y él cumple con sus responsabilidades de una manera excelente.71

La prosperidad de José (39:2-6a)

Pero Adonai estaba con José, y llegó a ser varón próspero y estaba en la casa de su señor el egipcio (39:2).

Sin embargo, ni el texto ni el testimonio del propio José atribuyen el éxito de este a su inteligencia o laboriosidad, sino a la buena mano de Dios sobre él. Después de ver la cara angustiosa de la situación de José en el versículo 1, ahora pasamos a ver la cara positiva: a pesar de sus aflicciones, el Señor nunca abandonó a José, sino que le hizo prosperar. ¿Se refiere esta frase (Adonai estaba con José) a una realidad comprendida por José solamente años después cuando miraba atrás y consideraba los caminos por los cuales Dios le había conducido? ¿O indica también que, aun en su condición de esclavo, era consciente de la presencia de Dios? No lo sabemos a ciencia cierta. Pero sospecho que la frase incluye ambas ideas. A lo largo del terrible viaje a Egipto, como también durante las largas horas de la primera fase de su esclavitud, cuando, sin duda, le tocó hacer los trabajos más rutinarios, pesados y sucios de la casa, le que lo sostuvo fue este pensamiento: Aunque estoy lejos de la casa de mi padre, aunque mis hermanos me odian y me han traicionado, con todo el Señor está conmigo, soy hijo del pacto y heredero de las promesas, y el Dios que me dio aquellos sueños me sostendrá hasta el día de su cumplimiento.72 Su fe le infundía aliento y esperanza. Naturalmente, esto no quiere decir que José (como todos nosotros) no haya conocido momentos de desánimo y aflicción, momentos de duda y lucha espiritual en los que Dios parecía muy lejos y sus promesas inalcanzables; pero tuvo que sostenerse (¡como todos nosotros!) como viendo al Invisible (Hebreos 11:27).

Las circunstancias humanas de José no podían ser más adversas: lejos del hogar paterno, privado del afecto y amparo de su padre, aborrecido por sus hermanos, reducido a la condición de esclavo en tierra extraña, difícilmente podría evitar un amargo sentimiento de soledad. “Pero Yahweh estaba con él”. Este hecho era más que suficiente no solamente para mitigar el dolor de su situación, sino para convertir las tribulaciones en fuente de bendición.10

El texto amontona frases en los versículos 2 a 6 para insistir en la grandeza de la “prosperidad” que le otorgó el Señor. Como bien dice Proverbios 10:22: La bendición de Yahweh es la que enriquece. Observemos bien la repetición de ciertas palabras y frases, porque dan un notable énfasis al texto:

1 Nada menos que cinco veces en cuatro versículos hay mención de “Adonai”. Así, el texto insiste en que Adonai estaba con José (tanto aquí como en los versículos 3, 21 y 23); y es Adonai quien dirige los acontecimientos para hacer prosperar el trabajo de José (39:3), la economía de la casa de Potifar (39:5) y todas sus posesiones (39:5).

1 Nada menos que cinco veces (versículos 2, 4, y tres veces en el 5) también se hace mención de la “casa” de Potifar, palabra que define el ámbito en el que se desarrolla esta escena. Este énfasis, como veremos, es importante por el fuerte contraste que introduce con respecto a la parecida prosperidad que José conocerá en el ambiente bien diferente de la cárcel, al final del capítulo.

1 Y, por supuesto, ya que la nota dominante de estos versículos recae sobre el creciente bienestar de José, el texto repite palabras como “prosperidad” (referida al propio José en el versículo 2, y a la casa en el 3) y “bendición”, que no es otra cosa sino la prosperidad dada por Dios (39:5, dos veces).

Sin embargo, la gran prosperidad de José va alternando con grandes contratiempos. Justo cuando él parece haber alcanzado la cima de la montaña, algo ocurre para enviarlo cuesta abajo hasta las profundidades. Pero luego resulta que, en la providencia divina, esta caída, aparentemente trágica, injusta y frustrante, le brinda la oportunidad de un nuevo ascenso aún más espectacular que el anterior.

 

¡Qué grande es esto! Nuestro Dios es poderoso para traernos bendición en medio de las circunstancias menos prometedoras. Si el Señor está con nosotros, podemos confrontar la situación que sea, idea que, por cierto, dio ánimo a Esteban en los momentos antes de su martirio: Los patriarcas, teniendo envidia de José, se deshicieron de él vendiéndolo para Egipto. Pero Dios estaba con él, y lo libró de todas sus aflicciones (Hechos 7:9-10).

La última frase del versículo, y estaba en la casa de su señor el egipcio, indica probablemente que José no intentó escapar a su padre, sino que se humilló paciente y fielmente en la posición a la cual había sido conducido por la providencia de Dios.73

Y vio su señor que Adonai estaba con él, porque cuanto hacía, Adonai lo hacía prosperar en su mano (39:3).

El texto acaba de decirnos que la prosperidad de José en casa de Potifar se debió no a la inteligencia o disciplina del propio José, sino a la buena providencia de Dios. Según este versículo, Potifar recibió esta misma impresión: quedó impresionado por el buen testimonio de su esclavo, pero tomó nota de que se debía al Dios de José.74 Nos recuerda el testimonio que el bisabuelo de José, Abraham, y su abuelo Isaac dieron ante Abimelec: Elohim está contigo en todo lo que haces… Hemos visto que Adonai está contigo (Génesis 21:22; 26:28).

¿Pero cómo pudo Potifar saber que la prosperidad de José se debía no a su natural inteligencia, sino a Dios? Seguramente, porque José dio testimonio de la providencia divina, explicando a su amo que el Dios de Israel era quien velaba por él y le bendecía.75

Sin duda, Dios hace prosperar a quien quiere. Pero, igualmente sin duda, la generosidad de Dios fue correspondida por una firme actitud de fe y de fidelidad por parte de José, fidelidad al pacto y confianza en las promesas. El Salmo 1:1-3 enuncia el principio que la vida de José ilustra:

¡Oh las bienaventuranzas del varón que no anduvo en consejo de malos… sino que en la Torá de Yahweh está su delicia!… Todo lo que hace será prosperado.76

A todas luces, está claro que José no vivía amargado a causa de los malos tratos de sus hermanos, ni quedaba “esclavizado por la esclavitud”.15 No permitió que las circunstancias le vencieran anímicamente, sino que se sostenía en base a la revelación de Dios por medio de los sueños que había recibido.

Y José halló gracia ante sus ojos, y le servía. Y él lo puso a cargo de su casa y entregó cuanto tenía en mano de José (39:4).

La frase “y le servía” parece una redundancia. Sin embargo, su sentido es probablemente que José llegó a ser su criado personal y su brazo derecho. Yahweh bendijo a José, y no fue asignado a deberes en la prisión, ni en el huerto, sino a atender personalmente a Potifar.77

La frase “a cargo de su casa” aparece con frecuencia en documentos egipcios de la época.78 Tanto por ella como por la frase “cuanto tenía” (o “todo lo que tenía”), vemos que José ocupó el mismo lugar en la casa de Potifar que Elimelec en la casa de Abraham (24:2): tuvo que asumir todas las responsabilidades administrativas de la casa. Esta última frase es otra que se repite una y otra vez: en los versículos 4, 5 (2 veces), 6 y 8. Demuestra la absoluta confianza que Potifar depositó en José.

Debemos entender, sin embargo, que esta confianza no fue algo adquirido de un día para otro. Es probable que el contenido de este versículo cubra un período de meses, quizás años, en que Potifar confiaba y dependía cada vez más de José.79

Y sucedió que, desde que lo puso a cargo de su casa y de todo lo que tenía, Adonai bendijo la casa del egipcio a causa de José, y la bendición de Adonai estaba sobre todo lo que tenía, así en la casa como en el campo (39:5).

Se repite aquí el testimonio que dio Labán acerca de la estancia de Jacob en su casa: He adivinado que Elohim me bendijo por tu causa (30:27). El efecto habitual de la morada de un hijo de Dios en casa ajena es la bendición de Dios sobre esa casa.

En realidad, tenemos que suponer que las escuetas frases de esta sección resumen lo que ocurrió durante un período de unos diez años: José fue comprado a los 17 años, pasó dos años en la cárcel, y a los treinta fue presentado ante el faraón. Este grado de confianza no se gana en una semana. José habrá empezado en el escalafón más bajo de los esclavos de la casa y paulatinamente, al ver Potifar su inteligencia, su fidelidad, su laboriosidad y su buena disposición, ganaba la confianza de su amo, quien empezó a encomendarle responsabilidades cada vez más importantes hasta concederle el primer puesto entre sus siervos.

Igualmente, con el paso del tiempo, debería ser cierto de todos los creyentes que otros depositen su confianza en nosotros al ver que somos leales, discretos y absolutamente honrados.

Y todo lo que tenía lo dejó en mano de José, y con él allí no se preocupaba de nada, fuera del pan que comía (39:6a).

José llegó a ocupar una posición tan alta en la casa de Potifar que fue el encargado de supervisar absolutamente todo en la hacienda de su amo excepto la [preparación de] su comida: fuera del pan que comía. Este pequeño detalle, que añade un toque de realismo a la narración (difícilmente habría sido incluido si la historia careciera de veracidad histórica), quizás indique que José, a pesar de sus múltiples dones y talentos, ¡no sabía guisar bien!

Pero, en realidad, la explicación de la frase no es esa, sino más bien la que se revela en 43:32: Los egipcios no podían comer alimentos con los hebreos, porque era abominación para los egipcios.80 Parece que este prejuicio de los egipcios en contra de la comida de los hebreos era el de un pueblo soberbio, la superpotencia de aquel momento, en contra de un pueblo pequeño y despreciado, la misma clase de prejuicios que, en la providencia de Dios, permitió que los hijos de Israel, como pastores, pudieran establecerse en Gosén: Así podréis vivir en la tierra de Gosén, porque todo pastor de ovejas es abominación para los egipcios (46:34). El mismo Dios que se sirvió del encarcelamiento injusto de José para avanzar su camino a la preeminencia en Egipto, se valió del prejuicio egipcio contra los pastores para crear un espacio en la tierra para el crecimiento y la consolidación de su pueblo.

Lo importante, a la luz de lo que está a punto de ocurrir, es que José, por su honradez, rectitud y temor a Dios, había logrado ganar la total confianza de Potifar. Este le confió responsabilidades cada vez mayores y, al final, le hizo su mayordomo principal, con el control de todas sus propiedades y negocios.81 Una vez más, ¡la montaña rusa! El ascenso, aunque descrito en pocos versículos, habrá sido largo y lento, cuestión de años, pero José, bajo la providencia divina, ha escalado hasta llegar a la cima de la montaña; en cambio, la caída, que ocupará trece versículos y pocos minutos, será repentina y estrepitosa.

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