La vida de José

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CAPÍTULO 4 - José, víctima de la envidia de sus hermanos

GÉNESIS 37:12-28
José va en busca de los hermanos (37:12-17)

Encaminados, pues, sus hermanos a apacentar el rebaño de su padre en Siquem... (37:12).

Aunque 37:1 no nos dice explícitamente en qué lugar de Canaán moraba Jacob, sabemos por 37:14 que seguía viviendo en Hebrón aun después de la muerte de Isaac (35:27-29).

Ahora, seguramente porque se habían agotado los pastos en las cercanías de Hebrón, los hermanos deciden hacer el largo viaje con sus rebaños hasta Siquem, una distancia de unos ochenta kilómetros. Quizás podamos apreciar aquí otro factor que indique que emprendieron este gran traslado solamente por causas apremiantes: recordemos que Siquem era un lugar bien conocido por ellos (33:18-20), pero también un lugar peligroso; allí, habían matado a los habitantes varones en venganza por la violación de su hermana Dina (capítulo 34) y, por tanto (como ya había dicho el mismo Jacob), la familia había llegado a ser detestable ante los habitantes de esta tierra (34:30). Además, algunos de los criados, concubinas y rebaños de los hermanos eran el botín de guerra después del saqueo de Siquem (34:28-29) y el retorno de los hermanos ofrecía a los supervivientes de la ciudad la posibilidad de recuperar sus posesiones. Únicamente la necesidad urgente de hallar nuevos pastos puede explicar el desplazamiento de los hermanos a ese lugar.

... dijo Israel a José: ¿No están tus hermanos pastoreando en Siquem? Ven, te envío a ellos. Y él dijo: Heme aquí (37:13).

La gran distancia desde Hebrón a Siquem (unos ochenta kilómetros) significaba que los hermanos habían de pasar una larga ausencia del hogar paterno. Naturalmente, con el paso del tiempo, Jacob llegó a estar preocupado por sus hijos: quizás temiera que, estando en tierra de Siquem, los hombres de la ciudad intentaran vengarse de la matanza causada por Simeón y Leví; o tal vez temiera que sus hijos trapichearan a sus espaldas.26 Finalmente, no pudo soportar más estar sin noticias suyas y decidió enviar a José para enterarse de cómo estaban.

Aparentemente, a pesar de haber visto la violencia de sus hijos (34:26-30) y de conocer la envidia que han manifestado contra José, a Jacob no le pasó siquiera por la cabeza que podría existir peligro alguno en enviar a José a los hermanos. Y José, por su parte, no dudaba en aceptar el encargo a pesar de saber que sus hermanos no le miraban con buenos ojos.2

El lenguaje empleado en el texto nos recuerda el llamamiento del profeta Isaías: Entonces oí la voz de Yahweh que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y dije: ¡Heme aquí, envíame a mí! (Isaías 6:8). Y, aún más, recordamos a otro Padre que decidió enviar a su Hijo a sus hermanos, y el Hijo contestó con palabras muy similares a las de José: Entonces dije: He aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad (Hebreos 10:7).

Y él le dijo: Ve, mira cómo están tus hermanos27 y cómo se encuentra el rebaño, y tráeme un informe. Así lo envió desde el valle de Hebrón, y llegó a Siquem (37:14).

Como acabamos de decir, ahora se nos confirma lo que hasta aquí solamente deducíamos: que el lugar habitual de residencia de Jacob era Hebrón,

Nuevamente, se le pide a José que informe sobre sus hermanos. La manera de hablar de Jacob nos hace sospechar que su informe anterior (37:2) no había sido una iniciativa de José, sino una exigencia de Jacob, quien había puesto a José con los hijos de Bilha y Zilpa expresamente para darle informes sobre su comportamiento.

Y un hombre lo halló deambulando por el campo, y el hombre le preguntó: ¿Qué buscas? (37:15).

José llega a la zona, pero no sabe ya hacia dónde dirigirse en busca de sus hermanos: Encontrar a sus hermanos en un territorio desconocido le obligaría a emprender una agotadora búsqueda en todas direcciones.28 El encuentro “casual” con este desconocido y el hecho de que supiera dónde ellos se encontraban sugieren que José está siendo llevado por la providencia divina hacia su destino.

Y dijo: Busco a mis hermanos. Muéstrame dónde pastorean. Respondió el hombre: Partieron de aquí, pues los oí decir: Vamos a Dotán. Y encaminado José tras sus hermanos, los halló en Dotán (37:16-17).

José se ve en la obligación de ir alejándose cada vez más de su hogar y de la seguridad protectora de Jacob. Dotán, a unos veinticinco kilómetros más al norte de Siquem, sería el lugar del comienzo de sus aflicciones. Allí iba a clamar en vano (42:21). Sus hermanos no le mostrarían piedad y, aparentemente, el Señor no intervendría para salvarlo.

Curiosamente, con el paso de los siglos, Dotán sería el escenario de otras aflicciones en las cuales Dios sí revelaría su poder salvador:

Cuando el criado de Eliseo madrugó para salir, he aquí un ejército [del rey de Aram] con caballos y carros rodeando la ciudad [de Dotán]. Y el siervo le dijo: ¡Ay, señor mío! ¡Cómo haremos? Pero él respondió: No tengas temor, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo diciendo: ¡Oh Yahweh, abre sus ojos para que vea! Y Yahweh abrió los ojos del siervo, y miró, y he aquí el monte estaba repleto de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo (2 Reyes 6:15-17).

Dios actuó para impedir la persecución de Eliseo por parte de los arameos. En cambio, observamos que, en el caso de José, Dios no intervino para impedir la crueldad de los hermanos. Pero podemos suponer que las huestes celestiales le rodeaban a este al igual que al profeta. La única diferencia consiste en los designios de Dios en cada caso: quiso liberar a Eliseo, cegando a los arameos, pero no quiso liberar a José, porque sus sufrimientos y su esclavitud en Egipto formaban parte de los planes de Dios para su vida.

El complot contra José (37:18-24)

Cuando lo vieron de lejos, antes que se acercara a ellos, se confabularon para darle muerte (37:18).

Probablemente (aunque el texto guarda silencio al respecto), lo que exasperó a los hermanos al ver acercarse a José fueron dos cosas: pensar que su visita no se debía a la natural preocupación paterna de Jacob, sino a su utilización de José para supervisarlos, incluso para espiarlos (cf. 37:2), y el hecho de que el joven llegara vistiendo la odiada túnica, símbolo de su posición privilegiada en la familia. Algunos de los hermanos dirían: Aquí está el quisquilloso para espiar nuestras actividades e informar a papá; mientras que otros añadirían: Aquí viene el impertinente, vestido de heredero, para ver como nosotros, sus siervos, estamos tratando su herencia.

Los hermanos ya están adiestrados en actos violentos (capítulo 34), pero esta vez carecen de la excusa de la indignación justa. En realidad, saben perfectamente que no tienen justificación alguna; por eso reconocen la necesidad de mentir a Jacob (37:31-35):

No fue en el calor de un altercado o de una súbita provocación cuando pensaron ellos en matarlo, sino con premeditación malvada y a sangre fría. Malo es cometer el mal, pero es peor tramarlo y proyectarlo; la malicia aumenta en la medida de la programación del mal.29

Y se decían entre sí: ¡Aquí viene el señor de los sueños! (37:19).

Desafortunadamente, el apodo “el soñador” ha quedado asociado al nombre de José como si él fuera una persona que vivía con la cabeza en las nubes. Pero ni siquiera sus hermanos pensaban eso. Naturalmente, sus palabras pretenden ser irónicas, una forma de desprecio y descalificación. Pero no quieren decir que José no toca con los pies en el suelo, sino que aquí viene aquel odioso listillo que se considera mejor que nosotros únicamente porque ha tenido un par de sueños. La palabra soñador significa experto en sueños. Las Escrituras mencionan solamente estas dos ocasiones en que José tuvo sueños, y estos le fueron concedidos por Dios y se cumplieron. No evidencian en absoluto ninguna falta de realismo ni mucho menos un trastorno psicológico.

En cambio, Dios, incuestionablemente, iba a conceder a José la capacidad de interpretar los sueños de otros y de reconocer la voluntad de Dios expresada en ellos (una capacidad, por supuesto, que los hermanos aún no habían podido constatar); en este sentido, y solamente en este sentido, el apodo le sienta bien.

Los hermanos, por supuesto, lo emplean como reflejo de su rabia: no tienen motivo justificado para odiar a José, pero sus sueños habían colmado el vaso de su envidia y no podían soportar la idea de que iban a rendirle homenaje en el futuro.

Ahora pues, vamos, matémoslo y arrojémoslo en una de las cisternas, y digamos que una mala bestia lo devoró. Veremos entonces qué serán sus sueños (37:20).

El plan de los hermanos tiene varias partes: (1) asesinarlo, (2) echar su cuerpo a un pozo profundo y (3) inventarse una explicación convincente para hacer creer a Jacob que José murió antes de poder reunirse con ellos. Harían desaparecer el cadáver arrojándolo en una de las muchas cisternas que existían en Palestina para recoger el agua de la lluvia del invierno y atribuirían la muerte a una fiera salvaje.

La última frase, veremos entonces que serán sus sueños, indica que el atentado pretende eliminar no solamente a su hermano, sino también toda posibilidad de que se cumplan sus “ilusiones”. Su violencia va dirigida no únicamente contra el propio José, sino también contra sus sueños e, implícitamente, contra aquel que se los dio. La repetición de estas palabras (soñador, sueños) indica claramente que los hermanos todavía estaban resentidos por los dos sueños que indicaban la posición superior de José. Pero, al luchar contra el soñador, repudiaban la revelación de Dios y despreciaban su palabra. Estaban a punto de cometer un serio sacrilegio, sumado a un acto terrible de violencia contra su propia carne. Además de pecar contra José, pecaban contra Dios. En su arrebato de furia contra su hermano, estaban intentando impedir que los propósitos de Dios en la historia de la salvación llegaran a su culminación.

 

¿Acaso pensaba Jesús en las palabras de los hermanos cuando contó la historia de los labradores malvados? Desde luego, la parábola se hace eco del lenguaje de nuestro texto: Finalmente, les envió a su hijo, pensando: Respetarán a mi hijo. Pero los labradores, viendo al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; ¡venid, matémoslo y poseamos su herencia! Y apresándolo, lo echaron fuera de la viña, y lo asesinaron (Mateo 21:37-38).

Pero cuando Rubén lo oyó, intentando librarlo de mano de ellos, dijo: ¡No le quitemos la vida! Y añadió Rubén: No derraméis sangre. Arrojadlo en esta cisterna que está en el desierto, pero no extendáis la mano contra él. Esto dijo a fin de librarlo de sus manos para hacerlo volver a su padre (37:21-22).

Como ya hemos sugerido, el versículo 21 es un breve resumen de la iniciativa de Rubén, explicada con más detalle en los versículos 22 y 23.30

Es evidente que Rubén no participó en la conversación inicial. Cuando se enteró de lo que los demás estaban tramando, se interpuso y logró persuadir a los hermanos a que echaran a José a una cisterna para que muriera allí sin que ellos tuvieran que mancharse las manos derramando su sangre. En realidad, como el texto explica, utilizó esta alternativa como medio para posponer la muerte de José, pensando rescatarlo en algún momento oportuno.31

Es curioso que, de entre todos los hermanos, Rubén fuera quien intentó salvarle la vida a José, a pesar de ser él el más perjudicado por su exaltación y tener más motivo para envidiarle. Seguramente, varios factores se unieron para conducirle a intentar salvarle la vida:

1 Como ya hemos visto, Rubén tenía edad para poder ser el padre de José, mientras que otros de los hermanos solamente eran unos cuantos años mayores que él. Rubén le había visto nacer y crecer. Es posible que el niño José haya sido compañero de juegos de los hijos de Rubén. Es natural pensar, pues, que su recelo hacia su hermano menor fue matizado por unos sentimientos casi paternales.

1 Aunque había perdido la primogenitura, es posible que un sentimiento patriarcal de solidaridad familiar siguiera más vivo en él que en los demás hermanos.

1 También, como el mayor de la familia, tendría una especial sensibilidad en cuanto a los vínculos fraternales y el carácter sagrado de la sangre de un hermano (cf. 4:10; 9:5b).

1 Por otro lado, como hijo mayor, él tendría que dar cuentas a Jacob y, si este descubriera la verdad, Rubén sería considerado el máximo responsable.

1 También, por supuesto, es posible que Rubén tuviera un corazón más generoso y compasivo que sus hermanos.

Sea como fuera, aunque es cierto que las buenas intenciones de Rubén fueron frustradas por los demás hermanos, también lo es que José salvó la vida gracias a su intervención.

Y cuando José llegó a sus hermanos, sucedió que despojaron a José de su túnica, la túnica de rayas de colores que llevaba puesta... (37:23).

Más adelante, constataremos nuevos detalles: que Rubén intercedió por José ante sus hermanos, pero que estos no quisieron escucharle (42:22).

Es interesante observar dónde cae el énfasis de este versículo. El texto no se centra en José, sino en la odiada túnica. Los hermanos, al desnudar a José, le están despojando del símbolo de su estatus de prestigio y quizás de su primogenitura.32 Con ello, pretenden quitarle no solamente la libertad, sino también toda posibilidad de ejercer autoridad sobre ellos. En todo caso, están obrando en contra de la voluntad expresa de su padre y también de la voluntad de Dios revelada en los sueños.

Nuevamente, el lenguaje nos recuerda la humillación y el despojo de la ropa de otro hijo amado:

Los soldados del procurador... reunieron a toda la compañía alrededor de Jesús, y lo desnudaron (Mateo 27:27-28).

... y lo tomaron, y lo arrojaron en la cisterna. Pero la cisterna estaba vacía; no tenía agua (37:24).

Con esta acción, parecía que, efectivamente, los hermanos habían acabado con los sueños de José y que el glorioso futuro profetizado en los sueños se había convertido en una terrible pesadilla. Esta experiencia devastadora parece haber disipado todas las ilusiones del joven. En realidad, sin embargo, en la providencia de Dios, este es el primer paso en el camino que le conducirá al segundo puesto en el gobierno de Egipto.

El aljibe estaba seco, seguramente porque se trataba no del pozo de agua de una fuente, ni de un pozo de agua profunda y viva, sino de una cisterna para guardar el agua de la lluvia.9 Como consecuencia, José no se ahogó, sino que la cisterna, a causa de su forma de botella y de su profundidad, le sirvió de prisión. Con todo, es probable que los nueve hermanos esperasen que, allí y sin agua, José muriera de hambre y sed:

Cruel es la furia, e impetuosa la ira, pero ¿quién resistirá a los celos? (Proverbios 27:4).

José vendido como esclavo (37:25-28)

Luego se sentaron a comer pan... (37:25).

Comer en tales circunstancias es señal de una especial dureza de corazón, un toque final de insensibilidad.33 Nos recuerda la actitud de los soldados que echaban suertes al pie de la cruz (Mateo 27:3536). Otro ejemplo bíblico de la dureza de la persona que puede comer en medio de situaciones de flagrante pecado es la descripción de la mujer inmoral de Proverbios 30:20: Así procede la adúltera: come, se limpia la boca y dice: No he hecho nada malo.

En el caso de los hermanos, podemos imaginar que su endurecimiento moral fue tal que podían comer su almuerzo habitual sin hacer caso de los gritos desgarradores que salían de la cisterna (42:21). No sentían ningún remordimiento a causa de lo que hacían. ¿Hay esperanza para hombres tan endurecidos? Gracias a Dios, sí. Pero quizás aquel corazón se ablande solamente después de largos años de aprendizaje y corrección por medio de la fuerte disciplina de Dios.

... y alzando sus ojos vieron una caravana de ismaelitas que venía de Galaad, llevando en sus camellos especias, bálsamo y mirra para hacerlos bajar a Egipto (37:25).

La aparición en este momento de la caravana de ismaelitas puede haberles parecido providencial a los hermanos. Y, de hecho, ¡lo fue!, aunque no de la manera que ellos podían suponer. Cuando Dios quiere trasladar a sus siervos de un lugar a otro, ¡él suple el medio de transporte, y muchas veces gratis!

La caravana seguía un camino transitado desde tiempos inmemoriales, la gran ruta comercial entre Damasco y Egipto que pasaba a través de Galaad y luego por Dotán.34 Los productos aromáticos y medicinales de Galaad eran famosos en tiempos bíblicos. De ahí la pregunta retórica planteada en Jeremías 8:22: ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay médicos allí?

Los mercaderes son llamados indistintamente ismaelitas (37:25, 27, 28b), madianitas (37:28a) y medanitas (37:36, en el texto hebreo). ¿Cómo explicar los diferentes nombres, que aparecen también en Jueces 8:24?35 Los tres clanes en cuestión son los descendientes de tres de los hijos de Abraham: Ismael, a través de Agar (16:1-16); y Madián y Medán, a través de Cetura (25:2).36 Existen diferentes explicaciones posibles: (1) que los descendientes de los tres hermanos vivieran y trabajaran juntos; (2) que la palabra ismaelita hubiera llegado a significar sencillamente mercader; o (3) que el nombre ismaelita era aplicado por los judíos a todos los otros descendientes de Abraham.

Es posible que se emplee aquí una alternancia de designaciones con el fin de enfatizar que José fue vendido por sus hermanos a gente que, aunque tenían un parentesco con los hijos de Jacob, no eran “hijos de la promesa”. El pecado, pues, fue doble: los hermanos no solamente hicieron violencia contra su propia carne y sangre, sino que también demostraron no tener respeto alguno por los valores del pacto. Con razón dice Pablo que no todos los de Israel son Israel (Romanos 9:6).

Y Judá dijo a sus hermanos: ¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y ocultemos su sangre? Vendámoslo a los ismaelitas y no sea nuestra mano contra él, pues es hermano nuestro y carne nuestra. Y sus hermanos obedecieron (37:26-27).

No hicieron caso al clamor de intercesión de José, pero sí a la posibilidad de lucro (la pregunta traducida como ¿qué provecho hay? no se refiere a un beneficio moral, sino a una transacción crudamente monetaria).37 El fratricidio de José, lejos de proporcionarles alguna ganancia, podría perjudicar la herencia de los hermanos si Jacob llegase a enterarse del asunto. Pero esto se evitaría vendiendo a José como esclavo.

En medio de la motivación pecuniaria de la sugerencia de Judá, parece que también este compartía con Rubén cierta compunción en cuanto a matar a José: pues es hermano nuestro y carne muestra. Es curioso observar que estos dos hermanos, los que menos culpa parecen haber tenido en el complot contra José, serán los dos protagonistas y portavoces de los hermanos en el momento de su arrepentimiento en Egipto (42:37; 43:8-9; 44:18-34).38

Por otro lado, llama la atención que estos dos, de entre todos los hermanos, son los que destacan en la narración de Génesis por su sensualidad desenfrenada (35:22; 38:12-18), pero ahora aparecen como los más nobles y sensibles. Sin embargo, ocurre con frecuencia que los que son moralmente fuertes en un área de la vida, no lo son en otras; mientras que los que son débiles en algún punto, no necesariamente lo son en todos. Así, ha habido rameras conocidas por su buena disposición de corazón y generosidad de espíritu. Por otra parte, la rectitud de los fariseos no solía ir acompañada por grandes manifestaciones de humanidad.

Desafortunadamente, hay personas que dicen ser creyentes, que se apresurarían a tirar piedras a una mujer adúltera y, no obstante, no vacilarían en el momento de aceptar veinte piezas de plata por algún asunto turbio. A veces, el comportamiento noble de los incrédulos avergüenza la mezquindad de espíritu de algunos cristianos.

Y cuando pasaron los mercaderes madianitas, sacaron a José de la cisterna, lo subieron y lo vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto (37:28).

Los sujetos y verbos de este versículo podrían prestarse a cierta confusión, pero está bastante claro por el contexto ¡que quienes sacaron a José de la cisterna fueron los hermanos, no los ismaelitas, y que los que llevaron a José a Egipto fueron los ismaelitas y no los hermanos!

Las veinte piezas de plata (que nos recuerdan las treinta dadas por las autoridades judías a Judas; Mateo 26:15) representaban, a principios del segundo milenio, el precio de valor de un varón entre cinco y veinte años de edad (ver Levítico 27:5), en contraste con treinta piezas en el caso de un esclavo con edad de plenas facultades (Éxodo 21:32).

Por supuesto, la venta traidora de José nos recuerda inevitablemente aquella otra venta vergonzosa al precio de treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16).

Lo que los hermanos no podían saber ni siquiera imaginarse era que la entrega culpable de José a los madianitas iba a hacer avanzar los planes divinos para toda la familia, para el pueblo de Egipto y para el linaje del Mesías. Sin embargo, los lectores hemos tomado nota de una cadena de circunstancias providenciales detrás de las cuales no podemos dejar de ver la mano soberana de Dios: la decisión imprudente de Jacob de enviar a José a Siquem; su encuentro “casual” con el hombre que pudo dirigirlo a dónde estaban los hermanos; las intervenciones de Rubén y Judá, quizás interesadas, pero oportunas en los designios de Dios; y la aparición de los madianitas justo en el momento crítico:

 

A menudo, los pasos de la providencia parecen contradecir a los designios de Dios, incluso cuando más están sirviendo a su cumplimiento.39

Todo se combinó para entregar a José en manos de sus hermanos. Sin embargo, resultaría que Dios, aunque oculto, había estado tan vigilante como en cualquier milagro.40

La providencia divina obra maravillas, pero nunca nos exculpa de nuestros errores y pecados.41

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