Divina Comedia

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Из серии: Colección Oro
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Yo llevaba una cuerda a la cintura con la que alguna vez hube pensado cazar la pantera de la piel pintada99.

Después de haberme toda desceñido, como mi guía lo había ordenado, se la entregué recogida en un rollo. Entonces se volvió hacia la derecha y, alejándose un trecho de la orilla, la arrojó al fondo del abismo.

«Alguna novedad ha de venirnos —pensaba para mí— del nuevo signo, que el maestro así busca con los ojos». ¡Cuán prudentes deberían ser los humanos junto a aquellos que no solo las obras, mas por dentro el pensar también conocen! «Pronto —dijo— verás sobradamente lo que espero, y en lo que estás pensando: pronto conviene que tú lo descubras». La verdad que parece una mentira debe el humano callarse mientras pueda, porque sin tener culpa se avergüence: pero callar no puedo; y por las notas, lector, de esta Comedia, yo te juro, así no estén de larga gracia llenas, que vi por aquel oiré oscuro y denso venir nadando arriba una figura, que asustaría el alma más valiente, tal como vuelve aquel que va al fondo a desprender el ancla que está atrapada a los escollos y otras cosas que el mar guarda, que el cuerpo extiende hacia arriba los brazos y los pies se recoge.

Canto XVII: Séptimo Círculo - Tercer Recinto

«Mira la fiera con la cola aguda, que traspasa montes, rompe muros y las defensas; mira aquella a los que corrompe todo el mundo». Así mi guía comenzó a decirme; y le ordenó que se acercase al borde donde acababa el camino de piedra. Y aquella oprobiosa imagen del fraude se acercó, y sacó el busto y la cabeza, pero a la orilla no trajo la cola. Su cara era la cara de un hombre justo, tan benigno tenía lo de afuera, y de serpiente todo lo restante100. Garras peludas tenía en las axilas; y en la espalda y el pecho y ambos flancos pintados presentaba ruedas y lazadas. Con más color debajo y superpuesto no hacen tapices tártaros ni turcos, ni fue tal tela hilada por Aracne101.


Como a veces hay lanchas en la orilla, que parte están en agua y parte en seco; o allá entre los glotones alemanes el castor se dispone a hacer su caza, se hallaba así la fiera repugnante al borde pétreo, que la arena ciñe. Al aire toda su cola movía, cerrando arriba la horca venenosa, que a manera de escorpión la punta armaba.

El guía dijo: «Es necesario torcer nuestro camino un poco, junto a aquella malvada bestia que está allí tendida». Y descendimos al lado derecho, caminando diez pasos por su borde, para evitar las llamas y la arena. Y cuando ya estuvimos a su lado, sobre la arena descubrí, un poco más lejos, gente sentada al borde del precipicio.

Aquí el maestro habló: «Porque toda entera de este círculo la experiencia lleves —me dijo—, ve y contempla su castigo.

Allí sé parco en tus razonamientos: mientras que vuelvas hablaré con esta fiera, que sus fuertes espaldas nos otorgue». Así pues por el borde de la cima de aquel séptimo círculo yo solo anduve, hasta llegar aquellos desgraciados.

Ojos afuera mostraban su pena, de aquí y de allí con la mano evitaban tan pronto el fuego como el suelo llameante: como los perros hacen en verano, con el hocico, con el pie, mordidos de pulgas o de moscas o de tábanos. Y después de mirar el rostro a algunos, a los que el fuego sin piedad azotaba, a nadie conocí; pero me acuerdo que en el cuello tenían una bolsa con un cierto color y ciertos signos, que parecían complacer su vista. Y como yo los observara, algo azulado separé en una amarilla, que de un león tenía cara y porte102. Después, siguiendo de mi vista el curso, otra advertí como la roja sangre, y una oca blanca más que la manteca103.

Y uno que de una cerda azul preñada señalado tenía el saco blanco104, dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa? Vete de aquí; y puesto que estás vivo, sabe que mi vecino Vitaliano105 aquí se sentará a mi lado izquierdo; de Padua soy entre estos florentinos: y las orejas me atruenan sin tasa gritando: “¡Venga el noble caballero que llenará la bolsa con tres machos cabríos!”». Aquí torció la boca y se sacaba la lengua, como el buey que el belfo lame.

Y yo, temiendo importunar tardando a quien de no tardar me había advertido, atrás dejé las almas atormentadas. A mi guía encontré, que ya subido sobre la grupa del feroz animal estaba, y me dijo: «Sé fuerte y valiente. Ahora bajamos por escaleras como esta. Sube delante, quiero estar en medio, porque su cola no vaya a dañarte». Como está aquel que tiene los temblores de la cuartana, con las uñas lívidas, y tiembla entero viendo ya la sombra, me puse yo escuchando sus palabras; pero me avergoncé con su advertencia, que ante el buen amo el siervo se hace fuerte.


Encima me senté de la enorme espalda: quise decir, mas la voz no me vino como creí: «No dejes de abrazarme». Mas aquel que otras veces me ayudara en otras dudas, después que monté, me sujetó y sostuvo con sus brazos. Y le dijo: «Gerión, muévete ahora: en anchos círculos y poco a poco: piensa en qué nueva carga estás llevando».

Como la navecilla deja el puerto detrás, detrás, así esta se alejaba; y después que ya a gusto se sentía, en donde el pecho, ponía la cola, y tiesa, como anguila, la agitaba, y con los brazos recogía el aire. No creo que más grande fuese el miedo cuando Faetón106 abandonó las riendas, por lo que el cielo ardió, como quizá parece; ni cuando la cintura el pobre Ícaro107 sin alas se notó, ya derretidas, gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»; que el mío fue, cuando noté que estaba rodeado de aire, y apagada cualquier visión que no fuese la fiera; ella volando lentamente, muy lentamente; giró y bajó, pero yo no noté sino el viento en el rostro y por debajo.

Oía a mi derecha la cascada que hacía por encima un ruido espantoso, y abajo miro y la cabeza asomo. Entonces temí aún más el abismo, pues fuego pude ver y escuchar llantos; por lo que me encogí temblando de la cabeza a los pies.

Y vi después, que aún no lo había visto, al bajar y girar los grandes males, que se acercaban de diversas partes.

Como el halcón que demasiado tiempo ha volado, y que sin ver ni señuelo ni pájaro hace decir al halconero: «¡Ah, baja!», lento desciende tras su grácil vuelo, en cien vueltas, y a lo lejos se pone de su maestro, airado y desdeñoso, de tal modo Gerión se posó al fondo, al mismo pie de una cortada roca, y descargadas nuestras dos personas, se alejó como la saeta de una cuerda tensa, despedida por el arco.

Canto XVIII: Octavo Círculo - Primer Foso

Hay un lugar llamado Fosa Maldita en el Infierno, pétreo y ferrugiento, igual que el muro que le ciñe entorno. Justo en el medio del campo maligno se abre un pozo bastante largo y profundo, del cual a tiempo contaré las partes. Es redondo el espacio que se forma entre el pozo y el pie del duro abismo, y en diez valles su fondo se divide. Como donde, por guarda de los muros, más y más fosos ciñen los castillos, el sitio en donde estoy tiene el aspecto; tal imagen los valles aquí tienen. Y como del umbral de tales fuertes a la orilla contraria hay puentecillos, así del borde de la roca, escollos conducen, dividiendo foso y márgenes, hasta el pozo que les corta y les une. En este sitio, ya de las espaldas de Gerión nos bajamos.

Y el poeta tomó a la izquierda, y yo me fui tras él. A la derecha vi nuevos sufrimientos, nuevos castigos y verdugos nuevos, que la fosa primera llenaban. Allí estaban desnudos los perversos; una mitad iba dando la espalda, otra de frente, con pasos más grandes; tal como en Roma la gran muchedumbre, del año jubilar, allí en el puente precisa de cruzar en doble vía, que por un lado todos van de cara hacia el castillo y a San Pedro marchan; y de otro lado marchan hacia el monte Janículo.


De aquí, de allí, sobre la oscura roca, vi demonios cornudos con grandes látigos, que azotaban cruelmente sus espaldas. ¡Ay, cómo hacían levantar las piernas a los primeros golpes!, pues ninguno el segundo esperaba ni el tercero. Mientras andaba, en uno mi mirada se fijó; y al punto yo me dije: «De haberle visto ya no estoy ayuno». Y así paré mi paso para verlo: y mi guía conmigo se detuvo, y consintió en que atrás retrocediera. Y el condenado creía ocultarse bajando el rostro; pero sirvió de poco, pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas, si los rasgos que llevas no son falsos, Venedico eres tú Caccianemico108; mas ¿qué te trae a salsas tan picantes?». Y replicó: «Lo digo de mal grado; pero me fuerzan tus claras palabras, que me hacen recordar el mundo antiguo.

Fui yo mismo quien a Ghisolabella indujo a satisfacer el gusto del marqués, como relaten la sucia noticia y no solo soy el boloñés que aquí llora antes bien, tan repleto está este sitio de ellos, que ahora tantas lenguas no se escuchan que digan “Sipa” entre Savena y Reno; y si fe o testimonio de esto quieres, trae a tu mente nuestra reconocida codicia». Hablando así le golpeó un demonio con su látigo, y dijo: «Lárgate rufián, que aquí no hay hembras que se vendan».

Yo me reuní al momento con mi escolta; después, con pocos pasos, alcanzamos un escollo saliente de la escarpa. Con mucha ligereza lo subimos y, vueltos a derecha por su dorso, de aquel círculo eterno nos marchamos. Cuando estuvimos ya donde se ensancha debajo, por dar paso a los condenados, el guía dijo: «Espera, y haz que pongan la vista en ti esos otros malnacidos, a los que todavía no les viste el semblante, porque en nuestro sentido caminaban». Desde el puente mirábamos el grupo que al otro lado hacia nosotros iba, y que de igual manera azotaba el látigo.

 

Y sin yo preguntarle el buen Maestro «Mira aquel que tan grande se aproxima, que no le causa lágrimas el castigo.

¡Qué soberano aspecto todavía conserva! Es Jasón109, que por ánimo y astucia dejó privada del carnero a Cólquida. Este pasó por la isla de Lemnos, después que osadas hembras despiadadas muerte dieran a todos sus varones: con tretas y palabras halagüeñas a Isifile engañó a Hipsipila, la muchachita que antes había a todas engañado. Allí la dejó encinta, abandonada; tal culpa le condena a tal martirio; también se hace venganza de Medea110.

Con él están los que cometieron el mismo delito: y del foso primero esto te baste conocer, y de los que en él castiga».

Nos hallábamos ya donde el sendero, con el margen segundo se entrecruza, que a otro arco le sirve como apoyo. Aquí escuchamos gentes que ocupaban el otro foso y soplaban por el morro, pegándose a sí mismas con las manos. Las orillas estaban recubiertas de un grumo formado por el vapor que abajo se hace espeso, y ofendía a la vista y al olfato. Tan oscuro es el fondo, que no deja ver nada si no subes hasta la parte alta del arco, en que la roca es más saliente. Allí subimos; y de allá, en el foso vi gente zambullida en el estiércol, cual de humanas letrinas recogido. Y mientras yo miraba hacia allá abajo, descubrí una cabeza tan de excrementos llena, que no sabía si era laico o fraile.


Él me preguntó a gritos: «¿Por qué te satisface mirarme más a mí que a otros tan sucios?». Le dije yo: «Porque, si bien recuerdo, con los cabellos secos ya te he visto, y eres Alesio Interminelli de Lucca111: por eso más que a todos te miraba». Y él dijo, golpeándose la chola: «Aquí me han sumergido las lisonjas, de las que nunca se cansó mi lengua». Después de esto, mi guía dijo: «Haz que penetre tu vista un poco más adelante, tal que tus ojos vean bien el rostro de aquella sucia y desgreñada esclava, que allí se rasca con uñas emporcadas, y ahora se tumba y ahora en pie se pone: es Thais112, la prostituta, que repuso a su amante, al decirle “¿Tengo atractivos bastantes para ti?”: “aún más, excelsas”. Y sea aquí saciada nuestra vista».


Canto XIX:

Octavo Círculo - Tercer Foso

¡Oh Simón Mago113! Oh míseros secuaces que las cosas de Dios, que de los buenos esposas deben ser, como rapaces por el oro y la plata adulteráis! sonar debe la trompa por vosotros, puesto que estáis en el tercer foso.

Ya estábamos en el siguiente foso, subidos en la parte del escollo que cae justo en el medio. ¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras en el cielo, en la tierra y el maldito mundo, cuán justamente tu virtud repartes! Yo vi, por las orillas y en el fondo, llena la piedra lívida de agujeros, todos redondos y de igual tamaño.

No los vi menos amplios ni mayores que esos que hay en mi bella iglesia de San Juan, y son la pila para los bautismos; uno de los que no hace aún mucho tiempo yo rompí porque en él un niño se ahogaba: sea esto prueba que a todos convenza de que no fue ningún sacrilegio.

A todos les salían por la boca de un pecador los pies, y de las piernas hasta el muslo, y el resto estaba dentro. Ambas plantas a todos les ardían; y tan fuerte agitaban las coyunturas, que habrían destrozado soga y cuerdas. Cual suele el llamear en cosas grasas moverse por la extrema superficie, así era allí del talón a la punta. «Quién es, maestro, aquel que se enfurece pataleando más que sus compañeros —dije— y a quien más roja llama quema?». Y él me dijo: «Si quieres que te lleve allí por la pendiente que desciende, él te hablará de sí y de sus pecados». Y yo: «Lo que tú quieras será bueno, eres tú mi señor y no me aparto de tu querer: y lo que callo sabes».

Caminábamos pues el cuarto margen: volvimos y bajamos a la izquierda al fondo estrecho y agujereado. Entonces el maestro de su lado no me apartó, hasta vernos junto al agujero de aquel que se dolía con las zancas. «Oh tú que tienes lo de arriba abajo, alma triste clavada cual madero —le dije yo—, contéstame si puedes».


Yo estaba como el fraile que confiesa al pérfido asesino, que, ya hincado, por retrasar su muerte le reclama. Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?, ¿ya estás aquí plantado, Bonifacio114? En pocos años me mintió lo escrito.

¿Ya te cansaste de aquellas riquezas por las que hacer engaño no temiste, y atormentar después a tu Señora115?». Me quedé como aquellos que se encuentran, por no entender lo que alguien les responde, confundidos, y contestar no saben. Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto: “No soy aquel, no soy aquel que piensas.”». Yo respondí como me fue indicado.

Torció los pies entonces el espíritu, después gimiendo y con voz lastimera, me dijo: «¿Entonces, para qué me buscas? si te interesa tanto el conocerme, que has recorrido así toda la roca, sabe que fui investido del gran manto, y en verdad fui retoño de la Osa116, y tan ansioso de engordar oseznos, que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado. Y bajo mi cabeza están los otros que a mí, por simonía, precedieron, y que lo estrecho de la piedra aplasta.

Allí habré yo de hundirme también cuando venga aquel que creía que tú fueses, al hacerte la pregunta repentina. Pero mis pies se abrasan ya más tiempo y más estoy yo puesto boca abajo, del que estarán plantados sus pies rojos, pues vendrá después de él, todavía más manchado, desde el poniente, un pastor sin entrañas, tal que conviene que a los dos recubra.

Nuevo Jasón117 será, como nos muestra Macabeos, y como a aquel fue blando su rey, así ha de hacer quien Francia reine». No sé si fui yo loco en demasía, pues que le respondí con tales versos: «Ah, dime ahora, qué tesoros quiso Nuestro Señor antes de que a San Pedro le pusiese las llaves a su cargo? Únicamente dijo: “Ven conmigo”; ni Pedro ni los otros de Matías oro ni plata, cuando sortearon el puesto que perdió el alma traidora118.

Permanece ahí, que estás bien castigado, y guarda las riquezas mal cogidas, que atrevido te hicieron contra Carlos119.

Y si no fuera porque me lo prohíbe la reverencia a las llaves soberanas que tú viste en tu frívola vida, usaría palabras aún más duras; porque vuestra avaricia daña al mundo, hundiendo al bueno y ensalzando a los malvados.

Pastores, os citó el evangelista, cuando aquella que asienta sobre el agua él vio prostituida con los reyes: aquella que nació con siete cabezas, y tuvo autoridad con sus diez cuernos, mientras que su virtud plació al marido120.

¿Os habéis hecho un Dios de oro y de plata: y qué os separa ya de los idólatras, sino que a ciento honráis y ellos a uno? Constantino121, ¡de cuánto mal fuiste origen, no que te convirtieses, mas la dote que por ti enriqueció al primer patriarca!».

Y mientras yo cantaba tales notas, mordido por la ira o la conciencia, con fuerza las dos piernas sacudía. Yo creo que a mi guía le gustaba, pues con rostro contento había escuchado mis palabras con tanta claridad.

Entonces me cogió con los dos brazos; y después de subirme hasta su pecho, volvió a ascender la senda que bajamos. No se cansó llevándome agarrado, hasta ponerme en la cima del puente que del cuarto hasta el quinto margen está extendido. Con suavidad aquí dejó la carga, suave, en el escollo áspero y empinado que a las cabras sería mala trocha.

Desde ese sitio descubrí otro valle.

Canto XX: Octavo Círculo - Cuarto Foso

De nuevas penas he de escribir los versos y dar materia al vigésimo canto de la primera canción, que es de los reos. Estaba yo dispuesto totalmente a mirar en el fondo descubierto, que me bañaba de angustioso llanto; por el redondo valle vi a unas gentes venir, calladas y llorando, al paso con que en el mundo van las procesiones.

Cuando bajé mi vista todavía más a ellas, vi que estaban torcidas por completo desde el mentón al principio del pecho; porque vuelto a la espalda estaba el rostro, y tenían que andar hacia detrás, pues no podían ver hacia delante.

Por la fuerza tal vez de parálisis alguno habrá en tal forma retorcido, pero no lo vi, ni creo esto que pase.

Si Dios te deja, lector, coger fruto de tu lectura, piensa por ti mismo si podría tener el rostro seco, cuando vi ya de cerca nuestra imagen tan torcida, que el llanto de los ojos les bañaba las nalgas por la raja.

Lloraba yo, apoyado en una roca del duro acantilado, tal que dijo el guía: «¿Es que eres tú de aquellos necios?, vive aquí la piedad cuando está muerta: ¿Quién es más criminal de lo que es ese que al designio divino se adelanta? Alza tu rostro y mira a quien la tierra a la vista de Tebas se tragó; y de allí le gritaban: “Dónde caes Anfiarao122?, ¿por qué la guerra dejas?” Y no dejó de rodar por el valle hasta Minos, que a todos los agarra.

Mira cómo hizo pecho de su espalda: pues mucho quiso ver hacia adelante, mira hacia atrás y marcha reculando.

Mira a Tiresias123, que mudó de aspecto al hacerse mujer siendo varón cambiándose los miembros uno a uno; y después, golpear debía antes las unidas serpientes, con la vara, que sus viriles plumas recobrase.

Aronte124 es quien al vientre se le acerca, que en los montes de Luni125, que cultiva el de Carrara que vive allí debajo, tuvo entre blancos mármoles la cueva, como mansión; donde al mirar los astros y el mar, nada la vista le privaba.

Y aquella que las tetas se recubre, que tú no ves, con las trenzas libres, y todo el cuerpo cubre con su pelo, fue Manto126, que corrió por muchas tierras; y después se afincó donde nací, por lo que un poco deseo que me escuches: Después de que su padre hubiera muerto, y la ciudad de Baco esclavizada, ella gran tiempo vagó por el mundo.

En el norte de Italia se halla un lago, al pie del Alpe que ciñe Alemania sobre el Tirol, que Benago127 se llama.

Por mil fuentes, y aún más, el Apenino entre Garda y Camónica se baña, por el agua estancada en dicho lago. En su medio hay un sitio, en que el trentino pastor y el de Verona, y el de Brescia, si ese camino hiciese, bendijera. Se halla Peschiera, arnés hermoso y fuerte, frontera a bergamescos y brescianos, en la ribera que en el sur le cerca. En ese sitio se desborda todo lo que el Benago contener no puede, y entre verdes praderas se hace un río. Tan pronto como el agua con rapidez corre, no ya Benago, sino Mencio se llama hasta Governo, donde cae al Po. Tras no mucho discurrir, encuentra un valle, en el cual se ensancha y empantana; y en el estío se torna insalubre. Pasando por allí la virgen fiera, vio tierra en la mitad de aquel pantano, sin cultivo y desierta de habitantes. Allí, para huir de los humanos, con sus siervas se quedó a hacer sus artes, y vivió, y dejó allí su vano cuerpo. Los hombres que vivían cerca, se acogieron al sitio, que era fuerte, pues el pantano aquel lo rodeaba. Fundaron la ciudad sobre sus huesos; y por quien escogió primero el sitio, Mantua, sin otro augurio, la denominaron.

Sus moradores fueron abundantes, antes que la torpeza de Casalodi, de Pinamonte engaño recibiese128.

Esto te lo señalo por si acaso oyeras que se fundó de otro modo mi patria, que a la verdad mentira alguna oculte». Y yo: «Maestro, tus razonamientos me son tan ciertos y tan bien los creo, que apagados carbones son los otros.

Pero dime, de la gente que camina, si ves alguna digna de nombrarla, pues solo en eso mi mente se ocupa». Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro la barba ofrece por la espalda oscura, fue, cuando Grecia falta de varones tanto, que había apenas en las cunas augur, y con Calcante dio la orden de cortar en Aulide las amarras129.

Se llamaba Euripilo, y así canta algún pasaje de mi gran tragedia130: tú bien lo sabes pues la sabes toda.

Aquel otro que ves tan delgado, Miguel Escoto131 fue, quien con certeza de los mágicos fraudes supo el juego. Mira a Guido Bonatti132, mira a Asdente133, que haber tomado el cuero y el bramante ahora querría, pero su arrepentimiento es tardío; y a las tristes que el huso abandonaron, las agujas y ruecas, por ser magas y hechiceras con hierbas y figuras.

Pero ahora ven, que llega ya al final de los dos hemisferios, y a las ondas bajo Sevilla, Caín con las zarzas, y la Luna ayer estaba llena: bien lo recordarás, que te ayudó alguna vez en esa selva oscura134». Así me hablaba, al tiempo que caminábamos.

 

Canto XXI:

Octavo Círculo - Quinto Foso

Así anduvimos de puente en puente, conversando de lo que mi Comedia no se cuida de referir, subimos, y al llegar hasta la cima nos detuvimos a ver la otra hondonada de la Fosa Maldita y otras quejas inútiles; y la vi terriblemente oscura.

Como en los arsenales de Venecia bulle pez pegajosa en el invierno para reparar sus barcos averiados, que navegar no pueden; y a la vez quién construye un nuevo barco, y quién embrea los costados a aquel que hizo más viajes; quién calafatea la popa y quién la proa; hacen otros los remos y otros cuerdas; quién repara mesanas y trinquetes; así, sin fuego, por divinas artes, bullía abajo una espesa resina, que la orilla impregnaba por todas partes.

La veía, pero no veía en ella más que burbujas que el hervor alzaba, todas hincharse y explotarse después. Mientras allá miraba fijamente, el poeta, diciendo: «¡Cuidado, cuidado!» a él me atrajo del sitio en que yo estaba.

Me volví entonces como aquel que tarda en ver aquello de que conviene escapar, y a quien de pronto le acobarda el miedo, y, por mirar, no retarda la marcha; y un diablo negro vi tras de nosotros, que por la escollera corriendo venía. ¡Ah, qué feroz era su aspecto, y parecían cuán amenazantes sus pies ligeros, sus abiertas alas! En su hombro, que era anguloso y soberbio, cargaba un pecador a cuestas, agarrando los pies por los tendones.

«¡Oh Malasgarras —dijo desde el puente—, os envío a un regidor de Santa Zita135! Ponedlo abajo, que voy a por otro a esa tierra que tiene una buena colección: salvo Bonturo136 todos son venales; del “ita” allí hacen “no” por el dinero». Abajo lo arrojó, y regresó por el escollo. Jamás fue un lebrel soltado persiguiendo a un ladrón con tanta diligencia.

Aquél se hundió, y se salía de nuevo; pero los demonios que albergaba el puente gritaron: «¡No está aquí la Santa Faz137, y no se nada aquí como en el Serquio138! Así que, si no quieres nuestros garfios, no surjas sobre la resina». Con más de cien arpones le pinchaban, diciendo: «Debes bailar aquí a cubierto, tal que, si puedes, a escondidas hurtes». No de otro modo al pinche el cocinero hace meter la carne en la caldera, con los tridentes, para que no flote.


Y el buen Maestro: «Para que no sepan que estás aquí —me dijo— ve a esconderte tras una roca que sirva de abrigo; y por ninguna ofensa que me hagan, debes temer, que bien conozco esto, y otras veces me he visto en tales líos». Después pasó del puente a la otra parte; y cuando ya alcanzó la orilla el sexto foso; le fue preciso un ánimo templado.

Con la ferocidad y con la saña que los perros atacan al mendigo, que de pronto se para y pide limosna, del puentecillo aquellos se arrojaron, y en contra de él volvieron los arpones; mas él gritó: «¡Que ninguno se atreva! Antes de que me pinchen los tridentes, que se adelante alguno para oírme, pensad bien si debéis arponearme». «¡Que vaya Malacola!», se gritaron; y uno salió de entre los otros inmóviles, y vino hasta él diciendo: «¿De qué sirve?». «Es que crees, Malacola, que me habrías visto venir —le dijo mi maestro— seguro ya de todas vuestras armas, sin el querer divino y el destino favorable? Déjame andar, que en el cielo se quiere que el camino salvaje muestre a otros». Su orgullo entonces fue tan abatido que el tridente dejó caer al suelo, y a los otros les dijo: «No tocarlo». Y el guía a mí: «Oh tú que allí te encuentras tras las rocas del puente escondido, puedes venir conmigo ya seguro». Por lo que yo avancé hasta él deprisa; y los diablos se echaron adelante, tal que temí que el pacto no cumplieran; así yo vi temer a los infantes yéndose, tras rendirse, de Caprona, al verse ya entre tantos enemigos139.


Yo me arrimé con toda mi persona a mi guía, y los ojos no apartaba de sus caras que no eran nada favorables.

Inclinaban los garfios: «¿Qué queréis que le pinche? —se decían— queréis, en el trasero?». Y respondían: «Sí, pínchale fuerte». Pero el demonio aquel que había hablado con mi guía, se volvió presto, y dijo: «Para, para, Arrancapelos». Después nos dijo: «Pero andar por este escollo no se puede, pues que yace todo despedazado el arco sexto; y si queréis seguir más adelante podéis andar aquí, por esta escarpa: hay otro escollo cerca, que es la senda.

Ayer, cinco horas más que en esta hora, mil y doscientos y sesenta y seis años hizo, que aquí se hundió el camino140.

Hacia allá mando a alguno de los míos para ver si se escapa alguno de esos; id con ellos, que no han de importunaros.

¡Adelante Aligacho, Patasfrías —él comenzó a mencionar—, y tú, Malchucho; y Barbatiesa guíe la decena.

Vayan detrás Salido y Ponzoñoso, jabalí Colmilludo, Arañaperros, el Tartaja y el loco del Verrugas.

Marchad en torno de la pez hirviente y que estos a salvo lleguen al escollo que todo entero va sobre la fosa». «¡Ay maestro, qué es esto que estoy viendo! —dije— vayamos solos sin escolta, si sabes ir, pues no la necesito. Si eres tan listo como demuestras, ¿no te das cuenta cómo sus dientes les rechinan, y su entrecejo males amenaza?».

Y él me dijo: «No quiero que te asustes; déjalos que rechinen a su antojo, pues hacen eso por los condenados». Dieron la vuelta por la orilla izquierda, mas primero la lengua se mordieron hacia su jefe, a manera de seña, y él respondió usando el ano de trompeta.

Canto XXII: Octavo Círculo - Quinto Foso

Caballeros he visto alzar el campo, comenzar el combate, o pasar la revista, y alguna vez retirarse para salvarse; en vuestra tierra he visto exploradores, ¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas, hacer torneos y correr las justas, ora con trompas, y ora con campanas, con tambores, y hogueras en castillos, con cosas propias y también ajenas; pero jamás con tan rara cornamusa, moverse caballeros ni pendones, ni nave al ver una estrella o la tierra.

Íbamos con los diez demonios, ¡oh, y qué feroz compañía!, pero en la taberna con borrachos, con santos en la iglesia.

Pero a la pez volvía la mirada, por ver lo que al foso contenía y a la gente que adentro estaba ardiendo. Cual los delfines hacen sus señales con el arco del lomo al marinero, que le preparan a que su nave se salve, por aliviar su pena, de este modo enseñaban la espalda algunos de ellos, escondiéndose en menos que hace el rayo. Y como al borde del agua de un charco hay ranas con la cabeza fuera, con el tronco y las ancas escondidas, se encontraban así los condenados; pero, como se acercaba Barbatiesa, bajo el hervor volvieron a meterse.

Yo vi, y el corazón se me encoge, que uno esperaba, así como ocurre que una rana se queda y otra salta; Y Arañaperros, que a su lado estaba, le agarró por el pelo pegajoso. y le sacó cual si fuese una nutria. Ya de todos el nombre conocía, pues los retuve cuando fueron mencionados, y atento estuve cuando se llamaban. «Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle los garfios en la espalda y desollarlo», gritaban todos juntos los malditos. Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes conseguirlo, saber quién es aquel desventurado, llegado a manos de sus enemigos». Y junto a él se acercó mi guía; preguntó de dónde era, y él respondió: «Fui nacido en el reino de Navarra.

Criado de un señor me hizo mi madre, que me había engendrado de un bastardo, destructor de sí mismo y de sus cosas.

Después fui de la corte de Teobaldo141: allí me puse a vender favores; y en este caldo estoy rindiendo cuentas».

Y Colmilludo a cuya boca asoman, igual que el jabalí, un colmillo a cada lado, le hizo sentir cómo uno descosía. Cayó el ratón entre malvados gatos; pero le agarró en sus brazos Barbatiesa, y dijo: «Estaros quietos mientras yo lo ensarto». Y volviendo la cara a mi maestro «Pregunta —dijo— aún, si más deseas de él saber, antes que esos lo destrocen».

Mi guía dijo entonces: «De los otros reos, di ahora si de algún latino sabes que esté bajo la pez». Y él: «Hace poco a uno dejé que fue de allí vecino. ¡Si estuviese con él aún recubierto no temería tridentes ni garras!». Y el salido: «Ya esperamos suficiente», dijo, y le cogió el brazo con el gancho, tal que se llevó un trozo desgarrado. También quiso agarrarle Ponzoñoso piernas abajo; pero su decurión miró a su alrededor con mala cara.

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