Una Razón Para Temer

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Из серии: Un Misterio de Avery Black #4
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CAPÍTULO SEIS

Incluso antes de que Avery y Ramírez pudieran entrar en la comisaría, Avery vio que esta situación se había salido de las manos de todos. Tuvo que maniobrar cuidadosamente el auto a través del estacionamiento de la A1 para no chocar a los reporteros o furgonetas de noticias. El lugar era un circo, y ni siquiera habían entrado aún.

“Esto se ve mal”, dijo Ramírez.

“Sí”, dijo ella. “¿Cómo demonios se enteró la prensa de esta carta si llegó directamente a la comisaría?”,

Ramírez solo se encogió de hombros. Ambos se bajaron del auto y corrieron al interior. Unos reporteros se metieron en su camino, y uno de ellos se colocó directamente en frente de Avery. Estuvo a punto de chocar con él, pero logró echarse a un lado justo a tiempo. Lo oyó llamarla perra en voz baja, pero eso era lo que menos la preocupaba en estos momentos.

Se abrieron camino a la puerta, los periodistas gritándoles, pidiéndoles comentarios y tomando fotos. Avery estaba que hervía y habría saltado ante la oportunidad de poder golpear a uno de esos reporteros entrometidos en toda la nariz.

Cuando finalmente entraron a la comisaría y cerraron la puerta con llave detrás de ellos, vio que la situación era similar adentro. Había visto la A1 en un estado de urgencia y desorden antes, pero esto era algo nuevo. “Tal vez hubo una filtración en la A1”, pensó Avery mientras caminaba rápidamente hacia la oficina de Connelly. Sin embargo, antes de llegar, lo vio corriendo por el pasillo. O’Malley y Finley marchaban detrás de él.

“Sala de conferencias”, gritó Connelly.

Avery asintió, girando a la derecha en el pasillo. Notó que no había nadie más alrededor de la puerta de la sala de conferencias, significando que esta reunión sería pequeña. Y ese tipo de reuniones por lo general no eran agradables. Ella y Ramírez siguieron a Connelly a la sala. Justo cuando O’Malley y Finley entraron, Connelly cerró la puerta con llave.

Lanzó una hoja de papel sobre la mesa de la sala de conferencias. Estaba cubierta con una hoja de plástico transparente, haciendo que se deslizara casi perfectamente hacia Avery. La cogió con cuidado y la miró.

“Solo léela”, dijo Connelly. Estaba frustrado y se veía un poco pálido. Su cabello estaba desordenado y había una mirada salvaje en sus ojos.

Avery hizo lo que le pidió. Leyó la carta sin sacar la hoja de papel. Con cada palabra que leía, la sala parecía volverse más fría.

“El hielo es precioso, pero mata. Piensa en el brillo magnífico de una capa fina de escarcha en tu parabrisas en una mañana de otoño. Ese mismo hielo hermoso está matando la vida vegetal.

Es eficiente en su belleza. Y la flor vuelve... siempre vuelve. Renacimiento.

El frío es erótico, pero mutila. Piensa en sentir un frío intenso luego de estar afuera en una tormenta de invierno y luego acurrucarte desnudo con un amante debajo de las sábanas.

¿Ya sienten escalofríos? ¿Pueden sentir la frialdad de ser burlado?

Habrá más. Más cuerpos fríos, flotando a la otra vida.

Los reto a que intenten detenerme.

Serán derrotados por el frío antes de poder encontrarme. Y mientras estén congelándose, preguntándose qué pasó al igual que las flores cubiertas de escarcha, ya me habré marchado”.

“¿Cuándo llegó?”, preguntó Avery, colocando la carta sobre la mesa de nuevo para que Ramírez la leyera.

“Hoy”, dijo Connelly. “El sobre en sí fue abierto hace aproximadamente una hora”.

“¿Cómo demonios se enteró la prensa tan rápido?”, preguntó Ramírez.

“Porque todas las cadenas de noticias locales también recibieron una copia de la misma”.

“Mierda”, dijo Ramírez.

“¿Sabemos cuándo recibieron sus copias?”, preguntó Avery.

“Fueron enviadas por correo electrónico hace un poco más de una hora. Suponemos que el asesino lo hizo así para que pudiera ser cubierta en las noticias de las once”.

“¿De qué correo electrónico fue enviada?”, preguntó Avery.

“Bueno, eso es lo extraño... bueno, una de las tantas cosas extrañas”, dijo O’Malley. “La dirección de correo electrónico está registrada a una mujer llamada Mildred Spencer. Ella es una viuda de setenta y dos años de edad que solo tiene la dirección de correo electrónico para mantenerse en contacto con sus nietos. Alguien está hablando con ella en este momento, pero todo indica que la cuenta fue hackeada”.

“¿Podemos rastrear el hack?”, preguntó Avery.

“Nadie en la A1 tiene la capacidad para hacerlo. Llamamos a la policía estatal para que nos ayuden”.

Ramírez terminó con la carta, deslizándola de nuevo al centro de la mesa. Avery la acercó hacia ella y la miró de nuevo. No la volvió a leer, simplemente estudió todos los aspectos de la misma: el papel, la letra, la colocación extraña de frases sobre el papel.

“¿Qué piensas, Black?”, preguntó Connelly.

“En primer lugar, ¿dónde está el sobre en el que llegó?”.

“En mi escritorio. Finley, ¿podrías ir a buscarlo?”.

Avery siguió escudriñando la carta mientras Finley fue a buscar el sobre. La letra era impecable y también un poco infantil. Parecía como si alguien se hubiera esforzado mucho para perfeccionarla. Algunas palabras clave también le parecían bastante extrañas.

“¿Qué más se te viene a la mente?”, preguntó Connelly.

“Bueno, el hecho de que nos envió una carta deja claro que quiere que sepamos que fue él, pero obviamente no quiere divulgarnos su identidad. Aunque quizás esto no sea un juego para él, quiere tener el crédito. También le gusta ser perseguido. Él quiere que vayamos tras él”.

“¿Hay alguna pista allí?”, preguntó O’Malley. “La analicé bastante y no veo nada”.

“Bueno, la redacción es rara en algunas partes. Mencionar un parabrisas en una carta donde las únicas otras cosas concretas a las que hace referencia son flores y ropa de cama parece extraño. Creo que también cabe destacar que utilizó las palabras erótico y amante. Eso tiene que significar algo ya que la víctima que encontramos hoy era preciosa. La mención de la otra vida y el renacimiento también es inquietante. Pero tenemos muy poco ahora, así que no vale la pena seguir especulando”.

“¿Algo más?”, preguntó Ramírez con su sonrisa habitual no tan disimulada. Amaba verla en su elemento. Trató de empujar estos pensamientos a un lado mientras continuó.

“La forma en la que rompe sus frases... parecen estrofas fragmentadas de poesía. La mayoría de las otras cartas que le visto en estudios de casos antiguos donde el asesino contactó a la policía o los medios de comunicación por lo general fueron escritas en bloques de texto”.

“¿Y eso es una pista?”, preguntó Connelly.

“Quizás no lo sea”, dijo Avery. “Solo estoy especulando”.

Llamaron a la puerta. Connelly la abrió y Finley volvió a entrar. Cerró la puerta con llave detrás de él. Luego colocó el sobre cuidadosamente sobre la mesa. No tenía nada de especial. La dirección de la comisaría había sido escrita en la misma letra de la carta. No había dirección del remitente y había un sello postal en la esquina izquierda. El matasellos estaba en la parte de arriba en el sobre, sus bordes tocando el sello.

“Vino del código postal 02199”, dijo O’Malley. “Pero eso no significa nada. El asesino pudo haberlo enviado por correo a muchos kilómetros de su verdadera ubicación”.

“Eso es verdad”, dijo Avery. “Y este tipo me parece demasiado inteligente y decidido como para llevarnos derechito a él a través de un código postal. Habría pensado en eso. El código postal es un callejón sin salida, se los aseguro”.

“Entonces, ¿qué hacemos ahora?”, preguntó Finley.

“Bueno, este tipo parece estar absorto con el frío, con el hielo en particular. Y no solo porque ahí es donde encontramos el cuerpo. Es evidente por la carta. Parece estar obsesionado. Por eso me pregunto... ¿podemos realizar una búsqueda de cualquier cosa relacionada con el hielo o el frío? Pistas de patinaje sobre hielo, almacenes de carne, laboratorios”.

“¿Estás segura de que la ubicación no fue intencional?”, preguntó Connelly. “Si él quiere ser conocido, tal vez el código postal es como una invitación”.

“No, no estoy segura. Para nada. Pero si podemos encontrar una empresa u otra organización que trata con hielo o simplemente frío dentro de ese código postal, tal vez empezaría por ahí”.

“Está bien”, dijo Finley. “¿Entonces tenemos que verificar las cintas de seguridad alrededor de las ubicaciones de las oficinas de correos o buzones?”.

“No”, dijo Connelly. “Tomaría demasiado tiempo, y no hay forma de saber cuándo fue enviada esta carta exactamente”.

“Necesitamos una lista de esas empresas y organizaciones”, dijo Avery. “Ese será el mejor lugar para empezar. ¿A alguien se le ocurre alguna empresa?”.

Después de varios momentos de silencio, Connelly suspiró. “No se me ocurre nada”, dijo. “Pero puedo tenerte esa lista en media hora. Finley, ¿puedes empezar a agilizar esa solicitud?”.

“Claro”, dijo Finley.

Cuando salió de la sala de nuevo, Avery levantó una ceja y miró a Connelly. “¿Finley es un recadero ahora?”.

“Para nada. No eres la única candidata para un ascenso. Estoy tratando de involucrarlo más en todos los aspectos de casos notorios. Y, como ya sabes, él piensa que tú puedes caminar sobre el agua, así que le estoy dando una oportunidad”.

“¿Y por qué estamos encerrados en la sala de conferencias?”, preguntó.

“Porque los medios están enterados. No quiero correr ningún riesgo con micrófonos ocultos o teléfonos intervenidos”.

“Me parece un poco paranoico”, dijo Ramírez.

 

“Me parece inteligente”, dijo Connelly, con un poco de veneno en su voz.

Queriendo evitar una pelea entre los dos, Avery se acercó la carta. “¿Te molesta si vuelvo a escudriñar esta carta mientras esperamos los resultados?”.

“Por favor, hazlo. Prefiero que alguien en la A1 la resuelva antes de que los medios lo publiquen y un chico nerd en un sótano lo haga”.

“Tenemos que involucrar a los del equipo de ciencias forenses. Deben realizarle un análisis grafológico. El sobre debe ser examinado para ver si tiene rastros de huellas dactilares, polvo, cualquier cosa”.

“Han sido notificados y les llevaré la carta de inmediato una vez que hayas terminado con ella”.

“Tendrán que darse prisa”, dijo ella. “Yo sé que estabas bromeando sobre eso de que un chico en su sótano la resuelva, pero es una preocupación legítima. Y cuando llegue a las redes sociales, no se sabe qué tipo de ojos y mentes podrían analizarla”.

Cuando empezó a echarle un vistazo más de cerca a la carta, Finley regresó a la sala. “Eso fue rápido”, dijo O’Malley.

“Bueno, da la casualidad de que el padre de una de las mujeres de la centralita trabaja cerca del Prudential Center. Y eso queda dentro del código postal 02199, por cierto. Tal vez es solo una coincidencia, pero nunca se sabe. De todos modos, su esposo trabaja en un laboratorio de tecnología por esos lares. Dice que ellos hacen experimentos locos con mecánica cuántica y cosas por el estilo. Una rama de la escuela técnica de la Universidad de Boston”.

“¿Mecánica cuántica?”, preguntó O’Malley. “Eso es no encaja con nuestro hombre, ¿cierto?”.

“Depende de los experimentos”, dijo Avery, muy interesada. “No sé mucho sobre el campo, pero sí sé que hay áreas en la mecánica cuántica que tratan con temperaturas extremas. Algo que ver con la búsqueda de los puntos de durabilidad y de origen central de diferentes tipos de materia”.

“¿Cómo demonios sabes eso?”, preguntó Connelly.

Se encogió de hombros. “Vi mucho del canal Discovery en la universidad. Por lo visto aún recuerdo ciertas cosas”.

“Bueno, vale la pena investigar”, dijo Connelly. “Obtengamos la información del laboratorio y vámonos para allá para hablar con los mandamases”.

“Hecho”, dijo Avery.

“Mientras tanto, las noticias en vivo comenzarán en tres minutos”, dijo Connelly, mirando su reloj. “Sintonicemos para saber cuánto nos joderán este caso”.

Salió de la sala de conferencias con O’Malley pisándole los talones. Finley miró a Avery con una expresión pesarosa y los siguió. Ramírez miró la carta encima del hombro de Avery y negó con la cabeza.

“¿Crees que este tipo está demente o que simplemente quiere que creamos que lo es?”, le preguntó.

“No estoy segura”, dijo, leyendo la carta de nuevo. “Pero sí sé que este laboratorio es el lugar perfecto para empezar”.

CAPÍTULO SIETE

Tecnologías Esben estaba disfrazado entre otros edificios que parecían normales a unos tres kilómetros del Prudential Center, el bloque esencialmente una hilera de edificios grises sin rasgos distintivos. Tecnologías Esben ocupaba el edificio central y era exactamente igual a los edificios que lo rodeaban, casi no parecía un laboratorio.

Cuando Avery entró con Ramírez, vio que el vestíbulo principal consistía solo de un piso de madera precioso, alumbrado por el sol de la mañana que entraba por un tragaluz. Un enorme escritorio estaba en la pared del fondo. En un extremo, una mujer estaba tecleando en una computadora. En el otro extremo, otra mujer estaba escribiendo algo en un formulario de algún tipo. Cuando Avery y Ramírez entraron, esta mujer levantó la mirada y les sonrió indiferentemente.

“Soy la detective Avery Black y este es el detective Ramírez”, dijo Avery mientras se acercaba a la mujer. “Queremos hablar con la persona encargada de este lugar”.

“Bueno, el supervisor de todo vive en Colorado, pero el hombre que maneja las cosas aquí en el edificio debería estar en su oficina”.

“Está bien, comuníquenos con él, por favor”, dijo Avery.

“Un momento”, dijo la recepcionista, poniéndose de pie y caminando a través de una gran puerta de roble en el lado opuesto de la sala.

Cuando la mujer se fue, Ramírez se acercó a Avery, manteniendo la voz baja para que la otra mujer que seguía sentada detrás del escritorio no lo oyera.

“¿Sabías que este lugar existía?”, preguntó.

“No. Pero supongo que mantener un perfil bajo tiene sentido. Los centros tecnológicos que están vinculados a las universidades pero que no están realmente en el campus por lo general tratan de mantener un perfil bajo”.

“¿También sabes eso por haber visto el canal Discovery?”, le preguntó.

“No, sino por haber investigado”.

La mujer regresó después de un minuto. Cuando lo hizo, había un hombre con ella. Estaba vestido con una camisa abotonada y pantalones de color caqui. Una larga bata blanca que se parecía a las que los médicos llevaban a menudo cubría todo parcialmente. Tenía una expresión de inquietud y preocupación que parecía ser magnificada por los anteojos que llevaba.

“Hola”, dijo, dando un paso hacia Avery y Ramírez. Él extendió su mano y dijo: “Soy Hal Bryson. ¿Qué se les ofrece?”.

“¿Usted es el supervisor?”, preguntó Avery.

“Más o menos. Aquí solo trabajamos cuatro personas. Usualmente nos rotamos pero, sí, yo superviso los experimentos y los datos”.

“¿Y qué tipo de trabajo hacen aquí?”, preguntó Avery.

“Hacemos muchas cosas”, dijo Bryson. “A riesgo de parecer exigente, sería mejor si me dijeran por qué están aquí para poder ser un poco más exacto”.

Avery siguió hablando en voz baja para que las mujeres sentadas en el escritorio no la oyeran. Y, como era evidente que Bryson no tenía la intención de invitarlos a pasar, supuso que tendrían que tener la conversación allí mismo.

“Estamos trabajando en un caso en el que un sospechoso parece estar muy interesado en el hielo y las bajas temperaturas”, dijo. “Envió una carta provocadora a la comisaría ayer. Queremos saber si aquí llevan a cabo investigaciones relacionadas. Es un caso muy extraño, así que estamos comenzando con la única pista que realmente tenemos, el frío”.

“Ya veo”, dijo Bryson. “Bueno, de hecho desarrollamos algunos experimentos que implican temperaturas extremadamente frías. Podría llevarlos al laboratorio para mostrarles, pero tendría que insistir en que estén totalmente desinfectados y que se coloquen el equipo de protección apropiado”.

“Realmente apreciamos eso, pero espero no tengamos que llegar a ese punto. ¿Podría explicarnos brevemente de qué tratan los experimentos?”, dijo Avery.

“Por supuesto”, dijo Bryson. Parecía estar alegre de poder ayudar, asumiendo la forma de un maestro expresivo cuando empezaba a explicar algo. “La mayor parte de las pruebas y el trabajo que hacemos aquí con temperaturas muy frías implica ir más allá de lo que se conoce como el límite de acción cuántica. Ese límite es de una temperatura apenas por encima del cero absoluto, aproximadamente diez mil veces más frío que las temperaturas que te encontrarías en el vacío del espacio”.

“¿Y cuál es el propósito de tales pruebas?”, preguntó Avery.

“Ayudar en la investigación y desarrollo de sensores hipersensibles para un trabajo más avanzado. También es una excelente forma para comprender la estructura de ciertos elementos y cómo responden a tales temperaturas extremas”.

“¿Y ustedes son capaces de llegar a esas temperaturas aquí en este edificio?”, preguntó Ramírez.

“No, no en nuestros laboratorios. Estamos trabajando como una especie de extensión del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología ubicado en Boulder. Sin embargo, aquí podemos llegar muy cerca”.

“Y usted dice que solo cuatro personas trabajan aquí”, dijo Avery. “¿Siempre ha sido así?”.

“Bueno, éramos cinco hasta hace aproximadamente un año. Uno de mis colegas tuvo que retirarse. Estaba empezando a tener dolores de cabeza y otros problemas de salud. Simplemente no se sentía bien”.

“¿Renunció por su propia voluntad?”, preguntó Avery.

“Sí”.

“¿Podría darnos su nombre?”.

Un poco preocupado ahora, Bryson dijo: “Su nombre es James Nguyen. Perdónenme por decir esto, pero dudo mucho que sea el hombre que están buscando. Siempre fue muy amable, educado... un hombre tranquilo. También un genio”.

“Aprecio su sinceridad, pero tenemos que seguir cualquier posible pista. ¿Por casualidad sabe cómo podemos comunicarnos con él?”.

“Sí, puedo ubicarles esa información”.

“¿Cuándo fue la última vez que habló con el Sr. Nguyen?”.

“No sé... hace ocho meses, diría yo. Lo llamé una sola vez para ver cómo estaba”.

“¿Y cómo estaba?”.

“Me dijo que bien. Está trabajando como editor e investigador para una revista científica”.

“Gracias por su tiempo, señor Bryson. Sería útil si pudiera ubicarnos la información de contacto del señor Nguyen”.

“Claro”, dijo, viéndose un poco triste. “Un momento”.

Bryson se acercó a la recepcionista detrás del portátil y le habló en voz baja. Ella asintió con la cabeza y comenzó a teclear. Mientras esperaban, Ramírez se volvió a acercar a Avery. Era una sensación extraña. Era difícil conservar una actitud profesional cuando estaba tan cerca.

“¿Mecánica cuántica?”, dijo. “¿Vacíos en el espacio? Creo que esto supera mis habilidades”.

Ella le sonrió, y en ese momento sintió muchas ganas de besarlo juguetonamente. Hizo todo lo posible para mantenerse concentrada. En ese momento, Bryson volvió a acercarse a ellos con una hoja impresa en la mano.

“También supera las mías”, le susurró a Ramírez, sonriéndole de nuevo. “Pero de seguro no me molesta indagar y aprender algo nuevo”.

***

Avery se sorprendía algunos días por lo bien que le salían las cosas. Bryson les había dado el número de teléfono, dirección de correo electrónico y la dirección física de James Nguyen. Avery había llamado a Nguyen y no solo le había respondido, sino que los había invitado a su casa. De hecho, le pareció que eso le produjo alegría.

Por esta razón, cuando ella y Ramírez se acercaron a su puerta delantera cuarenta minutos después, no pudo evitar tener la sensación de que podrían estar perdiendo su tiempo. Nguyen vivía en una casa magnífica de dos pisos en Beacon Hill. Al parecer su carrera en la ciencia había dado sus frutos. A veces Avery admiraba a las personas con mentes matemáticas y científicas. Le encantaba leer textos escritos por ellas o simplemente escucharlas hablar (una de las razones por las que una vez había sentido tanto interés por el canal Discovery y las revistas Scientific American que a veces leía en la biblioteca de la universidad).

En el porche, Ramírez tocó la puerta. Nguyen la abrió casi que inmediatamente. Parecía tener unos sesenta años. Estaba vestido con una camiseta de los Celtics y unos shorts deportivos. Se veía casual, calmado y casi feliz.

Como ya se habían presentado por teléfono, Nguyen los invitó a pasar. Entraron en un vestíbulo que llevaba a una gran sala de estar. Al parecer Nguyen se había preparado para su visita. Había colocado panecillos y tazas de café en lo que parecía ser una mesa de centro muy costosa.

“Por favor tomen asiento”, dijo Nguyen.

Avery y Ramírez se sentaron en el sofá frente a la mesa de centro, mientras que Nguyen se sentó frente a ellos en un sillón.

“Coman lo que quieran”, dijo Nguyen, señalando al café y los panecillos. “Ahora bien, ¿qué puedo hacer por ustedes?”.

“Bueno, como dije por teléfono, hablamos con Hal Bryson y nos dijo que había renunciado a su trabajo con Tecnologías Esben. ¿Podría hablarnos un poco sobre eso?”.

“Sí. Por desgracia, estaba dedicando demasiado de mi tiempo y energía a mi trabajo. Empecé a sufrir de visión doble y cefaleas en racimos. Llegué a trabajar hasta ochenta y seis horas a la semana durante unos siete u ocho meses. Me obsesioné con mi trabajo”.

“¿Con qué aspecto del trabajo, exactamente?”, preguntó Avery.

“En realidad no lo sé”, dijo. “Creo que el hecho de saber que estábamos tan cerca de crear temperaturas en el laboratorio que podrían imitar lo que alguien podría sentir en el espacio. Encontrar formas de manipular elementos con temperaturas me parece casi divino. Puede volverse adictivo. Simplemente no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde”.

 

“Su obsesión con su trabajo se ajusta perfectamente bien a la descripción de la persona a quien estamos buscando”, pensó Avery. Aun así, después de estos minutos de conversación con Nguyen, estaba bastante segura de que Bryson había estado en lo cierto. Era imposible que Nguyen estuviera involucrado.

“¿En qué estaba trabajando exactamente cuando dejó el cargo?”, preguntó Avery.

“Es bastante complicado”, dijo. “Y desde entonces he pasado la página. Pero, en esencia, estaba trabajando para deshacerme del exceso de calor que se produce cuando los átomos pierden su impulso durante el proceso de enfriamiento. Estaba trabajando con unidades cuánticas de vibración y fotones. Ahora, según entiendo, ha sido perfeccionado por nuestra gente en Boulder. Pero, en ese momento, ¡estuve trabajando como loco!”.

“Aparte del trabajo que está haciendo para la revista y las cosas con la universidad, ¿sigue trabajando en eso?”, preguntó.

“En ciertas cosas”, dijo. “Pero solo aquí en la casa. Tengo mi propio laboratorio privado en un espacio de alquiler a pocas cuadras de distancia. Pero no es nada serio. ¿Quieren verlo?”.

Avery sabía que no estaban siendo cebados o ilusionados. Nguyen claramente se sentía muy apasionado por el trabajo que solía hacer. Y cuanto más hablaba de lo que había hecho una vez, más se adentraban en el mundo de la mecánica cuántica, algo que estaba muy lejos de un asesino enloquecido vertiendo un cuerpo en un río helado.

Avery y Ramírez compartieron una mirada, que terminó con un movimiento de cabeza. “Bueno, Sr. Nguyen, realmente apreciamos su tiempo. Le haré una última pregunta. Durante el tiempo que pasó trabajando en el laboratorio, ¿alguna vez se cruzó con algún compañero de trabajo, estudiante, con cualquiera persona que le haya parecido un poco excéntrica o rara?”.

Nguyen se tomó unos momentos para pensar, pero luego negó con la cabeza. “Nadie se me viene a la mente. Por otra parte, todos los científicos somos un poco excéntricos. Pero los llamaré si recuerdo a alguien”.

“Gracias”.

“Y si cambian de opinión y quieren ver mi laboratorio, háganmelo saber”.

“Apasionado por su trabajo y solitario”, pensó Avery. “Maldición... así era yo hasta hace unos meses”.

Se sentía identificada. Y, debido a eso, aceptó gustosamente la tarjeta de presentación de Nguyen cuando se la ofreció en la puerta. Cerró la puerta y Avery y Ramírez se abrieron paso por las escaleras del porche y regresaron a su auto.

“¿Entendiste algo de lo que dijo?”, preguntó Ramírez.

“Muy poco”, respondió.

Pero la verdad era que había dicho una cosa que no podía sacarse de la mente. No la hacía pensar que valía la pena seguir investigando a Nguyen, pero sí le dio una nueva percepción de su asesino.

“Encontrar formas de manipular elementos con temperaturas”, había dicho Nguyen. “Me parece casi divino”.

“Tal vez nuestro asesino está simulando una fantasía divina”, pensó. “Y si él cree que es un dios, podría ser más peligroso de lo que pensamos”.

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