Si Ella Supiera

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Из серии: Un Misterio Kate Wise #1
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CAPÍTULO DOS

Luego de su jubilación, Kate habia regresado a Richmond, Virginia. Había crecido en el pequeño pueblo de Amelia, como a cuarenta minutos de Richmond, pero había asistido a la universidad justo cerca del centro de la ciudad. Había pasado sus años de pregrado en VCU, queriendo en principio aprender de todo. Llevaba tres años allí cuando descubrió que sentía pasión por la justicia penal, a través de uno de sus cursos electivos en psicología. Había sido un camino sinuoso e irregular el que la había conducido a Quantico y a los treinta años ininterrumpidos de una ilustre carrera.

Ahora mismo conducía por algunas de esas calles de Richmond, tan familiares para ella. Había estado solo una vez en la casa de Debbie Meade, pero sabía exactamente dónde estaba ubicada. Sabía donde estaba porque envidiaba la ubicación, una de esas edificaciones de aspecto antiguo en una de las calles cercanas al centro de la ciudad, con filas de árboles en lugar de postes de iluminación y edificios elevados.

La calle de Deb estaba en esos momentos inundada con las hojas caídas de los olmos que bordeaban la calle. Tuvo que estacionar tres casas más allá porque la familia y los amigos habían comenzado a llenar los espacios delante de la casa de Deb.

Caminó por la acera, intentando convencerse de que no era una mala idea. Sí, ella planeaba entrar a la casa solo como una amiga —a pesar de que Jane y Clarissa habían decidido dejarlo hasta bien entrada la tarde a fin de darle a Deb algo de espacio. Pero había también algo más profundo. Ella había estado buscando algo que hacer en estos meses, algo mejor y más significativo para llenar su tiempo. En ocasiones había soñado con que de alguna manera pudiera hacer un trabajo freelance para el Buró, quizás solo unas sencillas tareas de investigación.

Incluso las más pequeñas alusiones a su trabajo la excitaban. Por ejemplo, debía asistir a la corte en el transcurso de la semana para testificar en una audiencia de libertad bajo palabra. No era que ansiara encarar de nuevo al criminal sino que el solo poder sumergirse otra vez en su trabajo, al menos por un rato, era algo bienvenido.

Pero eso sería en el transcurso de la semana —y ahora mismo lucía como para dentro de unos siglos.

Alzó la vista hacia el porche delantero de Debbie Meade. Sabía por qué realmente estaba allí. Quería encontrar respuestas para las preguntas que bullían en su mente. Eso la hacía sentirse egoísta: estaba usando la pérdida de su amiga como una excusa para mojarse de nuevo los tobillos en aguas que no había frecuentado hacía más de un año. Esta situación involucraba a una amiga, lo que lo hacía complicado. Pero la vieja agente que había en ella aspiraba a que la misma pudiera convertirse en algo más. La amiga que había en ella, sin embargo, pensaba que podría ser riesgoso. Y en conjunto, esas partes de ella se preguntaban si simplemente no se estaría dejando llevar de manera fanatica por la idea de regresar al trabajo.

Quizás eso es exactamente lo que estoy haciendo, pensó Kate mientras subía los escalones de la residencia Meade. Y honestamente, no estaba muy segura de qué pensar acerca de eso.

Tocó a la puerta con suavidad y de inmediato fue atendida por una mujer de edad a quien Kate no conocía.

—¿Es de la familia? —preguntó la mujer.

—No —contestó Kate—, solo una amiga muy cercana.

La mujer la examinó por un instante antes de franquearle el paso. Kate entró y caminó por el pasillo, pasando por delante de un área de recibo repleta de caras que rodeaban a una persona sentada en una poltrona. La persona de la poltrona era Debbie Meade. Kate reconoció a Jim, el marido, en el hombre parado junto a ella que estaba conversando con otra persona.

Entró con cierta torpeza en la habitación y fue directo hacia Deb. Sin darle tiempo a Deb para que se levantara de la silla, Kate se inclinó y la abrazó.

—Lo siento tanto, Deb —dijo.

Deb estaba sin duda agotada de tanto llorar, por lo que solo pudo asentir sobre el hombro de Kate. —Gracias por venir —musitó Deb en su oído—. ¿Podrías verme en la cocina en unos minutos?

—Por supuesto.

Kate se separó e inclinó la cabeza ante los pocos rostros que pudo reconocer. Sintiéndose fuera de lugar, caminó hasta el final del corredor que desembocaba en la cocina. No había nadie pero sí platos y vasos vacíos, por lo que no hacía mucho que la gente había estado allí. Había tartas en el mostrador junto a rollos de jamón y otros canapés. Kate se dispuso a limpiar un poco, acercándose al fregadero para comenzar a lavar los platos.

Unos momentos después, Jim Meade entró a la cocina. —No tienes que hacer eso —dijo.

Kate se volvió hacia él y vio que lucía agotado y triste a más no poder. —Lo sé —dijo—, vine a mostrar mi apoyo. Parecía que las cosas estaban bastante difíciles en la sala de recibo cuando entré, así que los apoyo a ustedes lavando los platos.

Él asintió, como si no pudiera hacer otra cosa. —Una de nuestras amigas nos dijo hace unos minutos que vio entrar a una mujer. Me alegra que seas tú, Kate.

Kate vio entrar a otra persona a espaldas de él, luciendo igual de exhausta y destrozada. Los ojos de Deb Meade estaban hinchados y enrojecidos de tanto llorar. Sus cabellos estaban desordenados, y cuando miró a Kate y trató de esbozar una sonrisa, esta no logró dibujarse en su cara.

Kate dejó el plato que estaba lavando, secándose rápidamente sus manos con una toalla de mano que estaba junto al fregadero, y se aproximó a su amiga. Kate no era muy inclinada al contacto físico, pero sabía cuando un abrazo era necesario. Esperaba que Deb comenzara a sollozar al ser abrazada pero no hubo nada de eso, sino que solo se recargó sobre ella.

Probablemente ya ha llorado bastante, pensó Kate.

—Apenas lo supe esta mañana —dijo Kate—. Lo siento tanto, Deb. Por ambos —dijo, poniendo sus ojos en Jim.

Jim asintió en respuesta y miró hacia el pasillo. Al ver que nadie merodeaba por allí, y que solo llegaba hasta ellos el suave murmullo de las visitas que estaban en la sala de recibo, se acercó a Kate en el instante en que Deb ponía fin al abrazo.

—Kate, necesitamos preguntarte algo —dijo Jim casi susurrando.

—Y por favor —dijo Deb, tomando su mano—, déjanos exponerlo todo antes de que nos critiques —Kate sintió un ligero temblor en la mano de Deb y su corazón se conmovió un poco.

—Seguro —dijo Kate. Los ojos suplicantes de su amiga y todo el peso de su pena se colocó encima de su cabeza como un yunque que fuese a caer en cualquier momento.

— La policía no tiene idea de quién lo hizo —dijo Deb. De repente, su agotamiento se transformó en algo que pareció más cercano a la cólera—. Basándose en algunas cosas que dijimos y algunos textos que hallaron en el teléfono de Julie, la.policía arrestó de inmediato a su ex-novio. Pero solo lo detuvieron por menos de tres horas y lo dejaron ir. Tal cual. Pero Kate… Yo sé que él lo hizo.Tiene que ser él.

Kate había visto esta percepción muchas veces mientras fue agente. Los dolientes querían que se hiciese justicia de inmediato. Pasaban por encima de toda lógica y una sólida investigación con tal de que alguna especie de venganza se produjera lo más pronto posible. Y si esos resultados no se daban con rapidez, los dolientes asumían que había incompetencia de parte de la policía o del FBI.

—Deb… si lo dejaron ir tan rápido, es porque debe haber habido una evidencia muy fuerte. Después de todo... ¿cuánto tiempo ha pasado desde que salieron en una cita?

—Trece años. Pero él ha intentado entrar en contacto con ella durante años, incluso después de que ella se casó. Ella tuvo una vez que conseguir una orden de alejamiento.

—Aun así… la policía tuvo que tener una buena coartada para dejarlo en libertad con tanta rapidez.

—Bueno, si la había, ellos no me lo han dicho —dijo Deb.

—Deb… escucha —dijo Kate, mientras le daba un suave apretón a la mano de su amiga—. La pérdida es demasiado reciente. Deja que pasen unos días y comenzarás a pensar de una manera racional. Lo he visto cientos de veces.

Deb meneó la cabeza. —Yo estoy segura de eso, Kate. Ellos estuvieron saliendo durante tres años y nunca confié en el. Nosotros estamos casi seguros de que él le pegó al menos en dos ocasiones, pero Julie nunca se sinceró y no lo dijo. El tenía un mal carácter. Incluso él te hubiera dicho eso.

—Estoy segura de que la policía está...

—Esto es un favor —la interrumpió Deb—. Quiero que tú veas eso. Quiero que te involucres en el caso.

—Deb, estoy retirada. Tú bien lo sabes.

—Lo sé. Y también sé lo mucho que extrañas tu trabajo. Kate… el hombre que asesinó a mi hija solo recibió un pequeño susto y un rato en la sala de interrogación. Y ahora está en casa, sentado muy cómodamente, mientras yo tengo que hacer los arreglos para enterrar a mi hija. Eso no es justo, Kate. Por favor... ¿mirarás eso? Sé que no lo puedes hacer de manera oficial, pero... apreciaría cualquier cosa que pudieras hacer.

Habia tanto dolor en los ojos de Deb que Kate pudo sentir cómo esa pesadumbre las envolvía. Todo en su interior le decía que se mantuviera firme —que no permitiera que ninguna falsa esperanza hiciera un nicho en la pena de Deb. Pero al mismo tiempo, Deb tenía razón. Ella había extrañado su trabajo. E incluso si lo que le estaban proponiendo era que hiciera unas sencillas llamadas al Departamento de Policía Richmond o incluso a sus ex-compañeros del Buró, eso sería algo.

Sería ciertamente mejor que contemplar de manera obsesiva su pasada carrera con idas solitarias al polígono de tiro.

 

—Esto es lo que puedo hacer —dijo Kate—. Cuando me retiré, perdí toda mi influencia. Es cierto que me llaman para pedirme una que otra opinión, pero no tengo autoridad. Encima de eso, incluso estando activa, este caso estaría fuera de mi jurisdicción. Pero haré unas llamadas a mis viejos contactos y verificaré que la evidencia que encontraron para dejarlo salir libre era fuerte. Honestamente, Deb, es lo más que puedo hacer.

Deb y Jim mostraron su gratitud de inmediato. Deb la abrazó de nuevo, y esta vez sollozó. —Gracias.

—No hay problema —dijo Kate—, pero en verdad no puedo prometer nada.

—Lo sabemos —dijo Jim—. Pero al menos ahora sabemos que alguien competente está velando por nosotros.

A Kate le incomodaba la idea de que ellos la miraran como una fuerza de infiltración que les sirviera de ayuda, y tampoco le gustaba que supusieran que la policía no tenía sus respaldos. De nuevo, sabía que todo tenía que ver con la pena que sentían, y de cómo los estaba cegando en su búsqueda de respuestas. Así que por ahora, lo dejó pasar.

Pensó en lo cansada que había estado hacia el final de su carrera —no físicamente cansada sino emocionalmente agotada. Siempre había amado su trabajo, pero con cuánta frecuencia había llegado al final de un caso pensando: Hay que ver lo cansada que estoy de esta mierda...

Había pasado cada vez con mayor frecuencia en los últimos años.

Pero en este momento no se trataba de ella.

Se estrechó con su amiga, mientras pensaba que sin importar cuánto se esforzaran las personas por dejar atrás su pasado —ya fuesen relaciones o carreras—, este de alguna manera se las arreglaba para seguirlas a paso lento, pero sin rezagarse demasiado.

CAPÍTULO TRES

Kate no perdió tiempo. Regresó a casa y por un instante se quedó sentada en el escritorio de su pequeño estudio. Miró por la ventana, hacia su pequeño patio. El sol entraba por el vano, dibujando un rectángulo de luz en su piso de madera. El piso, al igual que los del resto de su casa, mostraba rayones y arañazos acumulados desde la construcción de la misma en la década de los años 20. Ubicada en la zona de Carytown, en Richmond, Kate a veces se sentía fuera de lugar. Carytown era una pequeña sección en auge de la ciudad, así que sabía que muy pronto terminaría por mudarse a algún otro lado. Tenía dinero suficiente para conseguir una casa donde quisiera pero la sola idea de mudarse la agotaba.

Era la clase de falta de motivación que quizás había hecho de su jubilación algo duro. Eso y el rehusarse a dejar atrás la memoria de aquellos con los que había compartido en el Buró a lo largo de esos treinta años. Cuando esos dos sentimientos chocaban, a menudo se sentía desmotivada y sin ninguna verdadera perspectiva.

Pero tenía ahora la solicitud de Deb y Jim Meade. Sí, era una solicitud inadecuada pero Kate no veía nada malo en hacer al menos unas llamadas. Si no salía nada, al menos podría llamar a Deb para hacerle saber que había hecho su mejor intento.

Su primera llamada fue para el Subcomisionado de la Policía Estatal de Virginia, un hombre llamado Clarence Greene. Había trabajado estrechamente con él en varios casos a lo largo de la última década de su carrera y se tenían un mutuo respeto. Esperaba que el año transcurrido no hubiese anulado esa relación. Sabiendo que Clarence nunca estaba en su despacho, optó por desestimar el teléfono fijo y lo llamó al celular.

Justo cuando pensaba que la llamada no iba a ser contestada, una voz familiar la saludó. Por un momento, Kate se sintió como si no hubiera dejado el trabajo.

—Agente Wise —dijo Clarence—, ¿cómo diablos le va?

—Bien —dijo—, ¿y a ti?

—Como siempre. Tengo que admitir, sin embargo... que pensaba que ya no iba a ver aparecer tu nombre en mi teléfono.

—Sí, en cuanto a eso —dijo Kate—, odio acudir a ti con algo como esto después de más de un año de silencio, pero tengo una amiga que acaba de perder a su hija. Le di mi palabra de que me informaría sobre la investigación.

—Entonces, ¿qué quieres de mí? —preguntó Clarence.

—Bueno, el principal sospechoso era el ex-novio de la hija. Parece que fue arrestado y luego dejado ir al cabo de unas tres horas. Como es natural, los padres se están preguntando por qué.

—Oh —dijo Clarence—, mira... Wise, realmente no puedo decírtelo. Y con todo el debido respeto, tú ya deberías saber eso.

—No estoy tratando de interferir con el caso —dijo Kate—. Solo me preguntaba porqué no se le ha dado a los padres una razón concreta para dejar ir al sospechoso. Ella es una madre adolorida que busca respuestas y...

—De nuevo, déjame ponerte un alto —dijo Clarence—. Como bien sabes, yo trato con mucha regularidad con madres, viudas y padres adoloridos. Solo porque tú ahora mismo me lo pidas no significa que yo puedo romper el protocolo o mirar hacia otro lado.

—Habiendo trabajado conmigo de manera tan cercana, sabes que procuro solo lo mejor.

—Oh, estoy seguro de que lo haces. Pero la última cosa que necesito es a una agente jubilada del FBI husmeando en torno a un caso abierto, sin importar la distancia que parezca poner. Tú tienes que comprender eso, ¿correcto?

Lo molesto de eso era que ella lo comprendía. Aún así, tenía que intentarlo por última vez. —Lo consideraría un favor personal.

—Seguro que sí —dijo Clarence, con una pizca de condescendencia—, pero la respuesta es no, Agente Wise. Ahora, tendrás que excusarme, estoy a punto de dirigirme a la corte para hablarle a una de esas viudas adoloridas de las que acabo de hablarte. Siento no haber podido ayudarte.

Finalizó la llamada sin decir adiós, dejando a Kate contemplando en el piso de madera el cambiante rectángulo de luz solar. Meditó su próximo paso, advirtiendo que el Subcomisionado Greene acababa de revelarle que estaba a punto de salir para la corte. Suponía que el paso más inteligente sería tomar la negativa a ayudarla como una derrota. Pero su falta de disposición a ayudarla solo la hacia desear continuar indagando con mayor ahínco.

Siempre me dijeron que tenia fama de testaruda como agente, pensó mientras se levantaba. Es bueno ver que algunas cosas no han cambiado.

***

Media hora después, Kate aparcaba su auto en el estacionamiento adyacente a la Estación Policial del Tercer Precinto. Basándose en el lugar donde había sucedido el homicidio de Julie Meade —de casada Julie Hicks—, Kate sabía que esta sería la mejor fuente de información. El único problema era que aparte del Subcomisionado Greene, ella en realidad no conocía a nadie más dentro del departamento, mucho menos en el Tercer Precinto.

Entró a la oficina con confianza. Sabía que había ciertas cosas acerca de su situación actual que un oficial observador notaría. Primero que nada, no llevaba un arma al costado. Tenía un permiso para llevar una oculta, pero considerando lo que la ocupaba en ese momento, supuso que podría causarle mas problemas que beneficios si era descubierta siendo deshonesta, incluso en cosas muy pequeñas.

Y la deshonestidad era realmente algo que ella no se podía permitir. Retirada o no, su reputación estaba en juego —una reputación que había construido con esmero a lo largo de más de treinta años. Iba a tener que caminar por una línea muy fina en los próximos minutos, y eso le agradaba. No había estado así de ansiosa en todo el año que había pasado como jubilada.

Se acercó a la recepción, un área brillantemente iluminada separada de la sala central por un panel de vidrio. Una mujer uniformada estaba sentada ante el escritorio, sellando un libro de novedades mientras Kate se aproximaba. Levantó la vista hacia Kate con una cara que lucía como si una sonrisa no la hubiera iluminado en varios días.

—¿Que puedo hacer por usted? —preguntó la recepcionista.

—Soy una agente retirada del FBI, y busco información sobre un asesinato reciente. Me gustaría conocer los nombres de los oficiales a cargo del caso.

—¿Tiene una identificación? —preguntó la mujer.

Kate sacó su licencia de conducir y la deslizó por la abertura de la división de vidrio. La mujer la miró por todo un segundo y la deslizó de regreso. —Voy a necesitar su identificación del Buró.

—Bueno, como dije, estoy retirada.

—¿Y quién la envió? Necesitaré su nombre e información de contacto y luego ellos tendrán que hacer una solicitud para poder facilitarle la información.

—En realidad esperaba saltarme los requerimientos legales.

—No puedo ayudarla entonces —dijo la mujer.

Kate se preguntó qué tanto más podría insistir. Si iba demasiado lejos, alguien seguramente notificaría a Clarence Greene y eso podría ser malo. Se devanó los sesos, tratando de pensar en otro curso de acción. Solo se le ocurrió una cosa y era más arriesgada que lo que estaba intentando.

Con un suspiro, Kate dijo secamente: —Bueno, gracias de todas formas.

Se dio la vuelta y salió de la oficina. Estaba un poco avergonzada. ¿Qué diablos había estado pensando? Incluso si ella todavía tuviera su identificación del Buró, sería ilegal para el Departamento de Policía de Richmond darle alguna información sin la aprobación de un supervisor en Washington.

Era más allá de la humillación caminar de regreso a su auto con una sensación tan tremenda —la sensación de ser una simple civil.

Pero una civil que odia recibir un no por respuesta.

Sacó su teléfono y llamó a Deb Meade. Cuando esta respondió, aún sonaba agotada y ausente.

—Siento tener que molestarte, Deb —dijo—, pero, ¿tienes el nombre y la dirección del ex-novio?

Resultó que Deb tenía ambos datos.

CAPÍTULO CUATRO

Aunque que Kate no tenía su vieja identificación del Buró, tenía todavía la última placa que le había pertenecido. Estaba colocada sobre un mantel en la chimenea como una reliquia de otra época, nada distinta de una fotografía en sepia. Al abandonar la estación del Tercer Precinto, regresó a casa y la tomó. Caviló larga y profundamente en torno a la idea de llevar su arma de costado. Miró largamente la M1911, pero la dejó donde estaba en su mesita de noche. Llevarla consigo para lo que planeaba era atraerse un problema.

Decidió tomar las esposas que guardaba en una caja de zapatos debajo de su cama junto otros tesoros de su carrera.

Por si acaso.

Salió de la casa y se encaminó a la dirección que Deb le había dado. Era un lugar en Shockoe Bottom, a veinte minutos en auto desde su casa. No se sentía nerviosa mientras conducía pero la embargaba la excitación. Sabía que no debería estar haciendo esto, pero al mismo tiempo, le sentaba bien salir al campo de nuevo —incluso aunque fuera en secreto.

En cuanto llegó a la dirección del ex-novio de Julie Hicks, un sujeto llamado Brian Neilbolt, Kate pensó en su marido. Aparecía en su mente de tiempo en tiempo, pero a veces aparecía y se quedaba durante un rato. Sucedió cuando dobló la esquina para entrar en la calle de llegada. Podía verlo meneando la cabeza.

Kate, sabes que no deberías estar haciendo esto, parecía decir

Sonrió levemente. En ocasiones extrañaba con locura a su marido, algo que contrastaba con el hecho de que a veces sentía que se las había arreglado para superar su muerte de una manera más bien rapida.

Se sacudió las telarañas de esos recuerdos mientras estacionaba su auto frente a la dirección que Deb le había dado. Era una casa más bien bonita, dividida en dos apartamentos con porches separando las propiedades. Cuando se bajó del auto, enseguida tuvo la certeza de que alguien estaba en casa, porque podía escuchar a alguien adentro hablando en voz alta.

Al subir las escalinatas del porche, sintió como si hubiera retrocedido en el tiempo, a un año antes. Se sentía de nuevo como una agente, a pesar de la falta de un arma en su cadera. Aún así, considerando que en la actualidad era una agente retirada, no tenía idea de lo que diría después de tocar la puerta.

Pero no dejó que eso la detuviera. Tocó la puerta con la misma autoridad que hubiese tenido hacia un año. Al escuchar las voces que hablaban adentro, asumió que se apegaría a la verdad. Mentir en una situación de la que ya se suponía que ella no formaba parte solo empeoraria las cosas si la atrapaban.

El hombre que vino a la puerta pilló a Kate algo desprevenida. Medía unos uno noventa y estaba totalmente drogado. Sus hombros por sí solos mostraban que iba al gimnasio. Con facilidad podía haber pasado por un luchador profesional. La única cosa que desmentía esa apariencia era la ira en sus ojos.

 

—¿Sí? —preguntó— ¿Quién eres?

Ella hizo entonces un movimiento que había estado extrañando mucho. Le mostró su placa. Esperaba que la vista de la misma le añadiera algo de peso a su presentación. —Mi nombre es Kate Wise. Soy una agente retirada del FBI. Espero que pueda conversar un rato conmigo.

—¿Sobre qué? —preguntó con brusquedad.

—¿Es usted Brian Neilbolt? —preguntó ella.

—Lo soy.

—¿Entonces su ex-novia era Julie Hicks, correcto? ¿Conocida antes como Julie Meade?

—Mierda, ¿de nuevo con eso? Mire, los jodidos policías ya me llevaron y me interrogaron. ¿Ahora también los federales?

—Duerma tranquilo, no estoy aquí para interrogarlo. Solo quería hacerle unas preguntas.

—A mí me suena como un interrogatorio —dijo—. Además, dijo que estaba retirada. Lo más seguro es que eso significa que yo no tengo que hacer nada de lo que me pida.

Ella simuló sentirse herida por esto, apartando la mirada de él. En realidad, sin embargo, estaba mirando por encima de sus enormes hombros hacia el espacio que había detrás de él. Vio un maletín y dos morrales recostados de la pared. Vio una hoja de papel sobre el maletín. El logo la identificaba como la impresión de un recibo de Orbitz. Aparentemente, Brian Neilbolt dejaba la ciudad por un tiempo.

No era el mejor escenario cuando tu ex-novia ha sido asesinada, y tú has sido arrestado y luego inmediatamente soltado por la policía.

—¿Adónde se dirige? —preguntó Kate.

—No es de su incumbencia.

—¿A quién le hablaba por teléfono dando voces antes de que yo tocara?

—De nuevo, no es de su incumbencia. Ahora, si me perdona...

Se dispuso a cerrar la puerta, pero Kate insistió. Dio un paso adelante y plantó su zapato entre la puerta y el dintel.

—Sr. Neilbolt, solo le estoy pidiendo cinco minutos de su tiempo.

Una oleada de furia pasó por sus ojos pero luego pareció aplacarse. Bajó la cabeza por un momento, y ella pensó que se veía triste. Era similar a la mirada que había visto en las caras de los Meades.

—Dijo que es una agente retirada, ¿correcto? —preguntó Neilbolt.

—Eso es correcto —confirmó ella.

—Retirada —dijo—. Entonces lárguese de mi porche.

Ella permaneció incólume, para que quedara claro que no tenía intención de ir a ninguna parte.

—Dije, ¡larguese de mi porche!

Él meneó la cabeza y extendió el brazo para empujarla. Ella sintió la fuerza de sus manos cuando chocaron contra su hombro y actuó lo más rápido que pudo. Al punto, se sorprendió con la rapidez de sus reflejos y su memoria muscular.

Mientras se tambaleaba hacia atrás, rodeó con ambos brazos el brazo derecho de Neilbolt. Al mismo tiempo, puso una rodilla en el suelo para frenar la caída hacia atrás. Entonces hizo lo mejor que pudo para hacerlo caer, pero su corpulencia era difícil de dominar. Cuando se dio cuenta de lo que ella estaba tratando de hacer, él lanzó un codazo a sus costillas.

El pecho de Kate se quedó sin aire, pero al lanzar el codazo, él perdió ventaja. Esta vez cuando intentó hacerlo caer, funcionó. Y como lo hizo con todo lo que tenía, funcionó demasiado bien.

Neilbolt se fue de bruces por el porche. Al aterrizar, golpeó los dos escalones inferiores. Gritó de dolor e intentó volver a ponerse de pie de inmediato. La miró consternado, intentando determinar qué había sucedido. Impulsado por la rabia y la sorpresa, subió renqueando los escalones en dirección a ella, claramente mareado.

Ella hizo una finta con la rodilla derecha dirigida a su cara cuando ya alcanzaba el escalón más alto. Ya él se disponía a esquivarla, cuando ella lo alcanzó en un costado de su cabeza y de nuevo se puso de rodillas. Golpeó con fuerza la cabeza de él con el porche mientras sus brazos y sus piernas se agitaban buscando apoyo en los escalones. Ella sacó las esposas del interior de su chaqueta y las colocó con una rapidez y una facilidad que solo treinta años de experiencia podían brindar.

Se separó de Brian Neilbolt y lo miró. No luchaba con las esposas; se veía más bien aturdido, de hecho.

Kate buscó su teléfono con la intención de llamar a los policías y se dio cuenta de que su mano estaba temblando. Estaba excitada, llena de adrenalina. Se dio cuenta de que había una sonrisa en su rostro.

Dios, yo extrañaba esto.

Las rodillas, sin embargo, le dolían en verdad —mucho más sin duda de lo que hubieran dolido hacía cinco o seis años. ¿Acaso por entonces le habían dolido de esa manera las articulaciones de sus rodillas tras una escaramuza?

Se concedió a si misma un momento para recordarse en lo que había hecho, y entonces se las arregló para finalmente hacer una llamada a los policías. Entretanto, Brian Neilbolt seguía mareado a sus pies, preguntándose quizás cómo una mujer veinte años al menos mayor qué el se las había arreglado para tumbarlo por completo.

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