Vencedor, Derrotado, Hijo

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Из серии: De Coronas y Gloria #8
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CAPÍTULO SEIS

Ceres bajó de la pequeña barca a la orilla, bajo el asombro del hecho que un lugar así pudiera existir en algún lugar bajo tierra. Sabía que los poderes de los Antiguos tenían algo que ver, pero no entendía por qué lo harían. ¿Por qué construir un jardín en medio de una pesadilla?

Evidentemente, por lo poco que había visto de los Antiguos, el hecho de que fuera una pesadilla podría ser razón suficiente para el jardín.

También estaba la cúpula, que parecía estar compuesta de una pura luz dorada. Ceres se acercó más a ella. Si aquí se encontraba una respuesta, estaba segura de que se encontraría en algún lugar dentro de aquella cúpula.

Había una leve neblina hasta la luz y a Ceres le pareció ver un par de siluetas. Solo esperaba que no fueran más hechiceros medio muertos. Ceres no estaba segura de tener la fuerza para luchar contra ninguno más de ellos.

Ceres atravesó la luz haciendo fuerza y no podía evitar prepararse para algún tipo de sacudida pensada para tirarla al suelo. En cambio, solo hubo un momento de presión y, a continuación, ya la había atravesado, había entrado en la cúpula y miraba a su alrededor.

Parecía el interior de una estancia opulenta, con alfombras y divanes, estatuas y adornos que parecían colgar del interior de la cúpula. También había otras cosas: objetos de cristal y libros que mostraban el arte de un hechicero.

En el centro había dos siluetas. El hombre tenía la misma apariencia de elegancia y paz que había visto en su madre y vestía la pálida túnica que había visto en los recuerdos de los Antiguos. La mujer vestía la túnica más oscura de los hechiceros, pero a diferencia de aquellos que estaban más arriba, todavía parecía joven, no desecados por el tiempo.

Al mirarlos, Ceres se dio cuenta de que también tenían la apariencia translúcida que había visto en otras partes del lugar, en los recuerdos que allí había.

—No son reales —dijo.

El hombre rió al escuchar eso.

—¿Has oído, Lin? No somos reales.

La mujer alargó el brazo para tocar el de él.

—Es comprensible que cometan este error. Después de todo este tiempo, imagino que parecemos meras sombras de lo que fuimos.

Aquello cogió a Ceres un poco por sorpresa. Sin pensarlo, alargó el brazo hacia el hombre. Vio cómo le atravesó el pecho con la mano. Se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

—Lo siento —dijo.

—No lo hagas —dijo el hombre—. Imagino que es un poco desconcertante.

—¿Qué sois? —preguntó ella—. Vi a los hechiceros de allá arriba y no sois como ellos, y tampoco sois como los recuerdos, porque aquellos son solo imágenes.

—Somos… algo más —dijo la mujer—. Yo soy Lin y este es Alteo.

—Yo me llamo Ceres.

Ceres se fijó en lo cerca que estaban el uno del otro, en el modo en que Lin posaba la mano sobre el hombro de Alteo. Parecían una pareja muy enamorada. ¿Acabarían ella y Thanos así alguna vez? Aunque presuntamente no tan transparentes.

—La batalla se propagó —dijo Alteo—, y no pudimos detenerla. Lo que los hechiceros planearon era malvado.

Algunos de los tuyos no eran mejores —dijo Lin con una leve sonrisa, como si ya hubieran tenido muchas veces esta conversación—. Sucedió muy rápido. Los Antiguos encarcelaron a los hechiceros como estaban, su magia mezcló el pasado y el futuro y Alteo y yo…

—Os convertisteis en algo más —terminó Ceres. Recuerdos conscientes. Fantasmas del pasado que, por lo menos, se podían tocar el uno al otro.

—Tengo la sensación de que no peleaste contra todo lo que hay allá arriba solo para encontrarnos a nosotros —dijo Alteo.

Ceres tragó saliva. No esperaba esto. Esperaba un objeto, quizás algo como el punto de conexión que contuviera todos los hechizos de allá arriba. Aun así, el Antiguo que tenía delante estaba en lo cierto: había ido allí por un motivo.

—Tengo la sangre de los Antiguos —dijo.

Vio que Alteo asentía con la cabeza.

—Ya lo veo.

-Pero algo la restringe —dijo Lin—. La limita.

—Alguien me envenenó —dijo Ceres—. Me quitó mis poderes. Mi madre pudo recuperarlos por poco tiempo, pero no duró.

—El veneno de Daskalos —dijo Lin, con algo de aversión.

—Algo malvado —dijo Alteo.

—Pero algo que puede enmendarse —añadió Lin. Miró a Ceres—. Si es digna de ello. Lo siento, pero es mucho poder para alguien. Hemos visto lo que puede hacer.

—Y dado lo que somos, costaría mucho enmendarlo —dijo Alteo.

Lin alargó la mano para tocarle el brazo.

—Tal vez sea el momento de ver cosas nuevas. Llevamos aquí cintos de años. Incluso con las cosas que nosotros podemos crear, tal vez sea el momento de ver qué hay a continuación.

Ceres se detuvo al oír eso, al entender sus consecuencias.

—Esperad, ¿sanarme a mí os mataría? —Negó con la cabeza, pero después la interrumpieron los pensamientos acerca de Thanos y todos los demás que estaban en Haylon. Si no lo hacía, ellos también morirían—. No sé qué decir —confesó—. No quiero que nadie muera por mí, pero mucha gente morirá si no lo hago.

Vio que los dos espíritus se miraban el uno al otro.

—Es una buena manera de empezar —dijo Alteo—. Significa que existe un motivo para ello. Cuéntanos el resto. Cuéntanos todo lo que le llevó a esto.

Ceres lo hizo lo mejor que pudo. Se lo explicó todo acerca de la rebelión y de la guerra. Acerca de la invasión que le siguió y de su incapacidad de detenerla. Acerca del ataque sobre Haylon que, todavía ahora, estaba poniendo en peligro a todos los que amaba.

—Comprendo —dijo Lin, alargando la mano para tocar a Ceres. Ante su sorpresa, Ceres notó una sensación de presión—. De hecho, me recuerda un poco a nuestra guerra.

—El pasado prosigue con sus propios ecos —dijo Alteo—. Pero algunos ecos no pueden repetirse. Debemos saber si lo entiende.

Ceres vio que Lin asentía con la cabeza.

—Es cierto —dijo el espíritu—. Tengo una pregunta para ti, Ceres. Veamos si lo comprendes. ¿Por qué esto está aquí todavía? ¿Por qué los hechiceros están atrapados de este modo? ¿Por qué no los destruyeron los Antiguos?

La pregunta parecía ser un examen y Ceres tenía la sensación de que si no daba una buena respuesta para ella, no recibiría la ayuda de estos dos. Dado lo que habían dicho que les costaría, Ceres estaba sorprendida de que ni tan solo lo consideraran.

—Pero ¿podrían haberlos destruido los Antiguos? —preguntó Ceres.

Alteo esperó un momento y después asintió.

—No fue eso. Piensa en el mundo.

Ceres pensó. Pensó en los efectos de la guerra. En los malditos desperdicios de Felldust y en las ruinas de la isla que había allá arriba. En los pocos Antiguos que quedaban en el mundo. En las invasiones y en la gente que había muerto luchando contra el Imperio.

—Creo que no los destruisteis por lo que representaría hacerlo —dijo Ceres—. ¿De qué sirve ganar si no queda nada después de hacerlo? —. Aunque imaginaba que había algo más—. Yo formé parte de una rebelión. Luchamos contra algo que era grande y malvado y que empeoraba la vida de la gente, pero ahora ¿cuánta gente ha muerto? Nada se resuelve asesinando a todo el mundo.

Entonces vio que Lin y Alteo se miraban el uno al otro. Asintieron con la cabeza.

—Al principio, permitimos la rebelión de los hechiceros —dijo Alteo—. Pensábamos que no serviría para nada. Después creció y luchamos, pero mientras nos enfrentábamos a ella, hicimos tanto daño como ellos. Teníamos el poder para destrozar paisajes enteros y los usamos. De qué manera lo usamos.

—Has visto las cosas que se le han hecho a esta isla —dijo Lin—. Cuando te sane, si es que te sano, tú tendrás este tipo de poder. ¿Qué harás con él, Ceres?

Hubo un tiempo en el que la respuesta hubiera sido sencilla. Hubiera hundido el Imperio. Hubiera destruido a los nobles. Ahora solo deseaba que las personas pudieran vivir la vida a salvo y felices; no era pedir mucho.

—Solo deseo salvar a la gente que amo —dijo—. No quiero destruir a nadie. Tan solo… creo que debería hacerlo. Odio aquello, solo deseo la paz.

Incluso a Ceres eso le sorprendía un poco. Ella no quería más violencia. Simplemente, debía hacerlo para evitar que asesinaran a personas inocentes. Aquello le valió que asintieran otra vez.

—Buena respuesta –dijo Lin—. Ven aquí.

La antigua hechicera se movía entre los botellines de cristal y las herramientas de alquimia que parecían existir de forma ilusoria. Se movía por allí, moviendo y cambiando cosas. Alteo iba con ella y los dos parecían trabajar con esa armonía que solo puede alcanzarse tras muchos años. Vertían soluciones en recipientes nuevos, añadían ingredientes, consultaban libros.

Ceres se quedó quieta observándolos y tuvo que reconocer que no entendía ni la mitad de lo que estaban haciendo. Cuando se pusieron delante de ella con un botellín de cristal, casi no parecía suficiente.

—Bebe esto —dijo Lin. Se lo pasó a Ceres y, a pesar de que parecía algo frágil, cuando Ceres lo cogió vio que era cristal sólido. Lo alzó y vio el destello del líquido dorado que coincidía con la tonalidad de la cúpula que la rodeaba.

Ceres lo bebió y tenía el mismo sabor que la luz de las estrellas.

Pareció invadirla y notaba su avance con la relajación de sus músculos y el alivio de dolores que no sabía ni que existían. También notaba que algo crecía en su interior, extendiéndose como un sistema de raíces que recorría su cuerpo mientras los canales por los que su poder había corrido se regeneraban.

Cuando terminó, Ceres se sentía mejor de lo que lo había hecho desde antes de la invasión. Parecía que una profunda sensación de paz se propagaba en su interior.

 

—¿Ya está? —preguntó Ceres.

Alteo y Lin se cogieron de las manos.

—No del todo —dijo Alteo.

La cúpula que rodeaba a Ceres pareció derrumbarse hacia dentro, lo que había dentro desapareció para convertirse en luz pura. Esa luz se concentró en el lugar donde estaban la Antigua y los Hechiceros, hasta que Ceres ya no pudo divisarlos allí dentro.

—Será interesante ver lo que pasa a continuación —dijo Lin—. Adiós, Ceres.

La luz estalló hacia ella, llenando a Ceres, inundando los canales de su cuerpo como el agua en acueductos recién construidos. La llenaba y continuaba llenándola a raudales, de modo que parecía que dentro de Ceres había más poder del que jamás había habido antes. Por primera vez, comprendió la verdadera fortaleza de los poderes de los Antiguos.

Se quedó allí quieta, vibrando con el poder, y supo que había llegado el momento.

Era el momento para la guerra.

CAPÍTULO SIETE

Jeva sentía que la tensión crecía a cada paso que daba hacia la sala de reuniones. La gente que había en el punto de encuentro la miraban fijamente del modo que hubiera esperado que la gente de fuera de sus tierras miraran a los de su especie: como si fuera una cosa rara, diferente, incluso peligrosa. No era una sensación que a Jeva le gustara.

¿Era solo porque aquí no veían a muchas con las marcas de las sacerdotisas o había algo más? Hasta que no aparecieron los primeros insultos y acusaciones de la multitud allí reunida, Jeva no empezó a comprenderlo.

—¡Traidora!

—¡Llevaste a tu tribu a la masacre!

Un joven salió de la multitud con la fanfarronería que solo los jóvenes pueden permitirse. Caminaba con largos pasos, como si fuera el dueño del camino que llevaba a la casa de los muertos. Cuando Jeva hizo un movimiento para acercarse a él, este fue a bloquearla.

Jeva debería haberle golpeado solo por eso, pero estaba allí para cosas más importantes.

—Aparta —dijo—. No estoy aquí para la violencia.

—¿Has olvidado por completo la manera de actuar de nuestro pueblo? —preguntó este—. Arrastraste a nuestra tribu a morir a Delos. ¿Cuántos regresaron?

Jeva notaba su rabia. El tipo de rabia que incluso su gente sentía cuando perdían a alguien cercano a ellos. Contarle que había ido hasta los antepasados y que debería estar contento no serviría de nada. En cualquier caso, Jeva no estaba segura de creérselo ahora mismo. Había visto las muertes sin sentido de la guerra.

—Pero tú regresaste —dijo el joven—. Destruiste una de nuestras tribus y tú regresaste, ¡cobarde!

Otro día, Jeva lo hubiera matado por eso, pero lo cierto era que el lloriqueo de un idiota no tenía importancia, no comparado con todo lo que estaba sucediendo. Hizo un movimiento para acercarse de nuevo a él.

Jeva se detuvo cuando este sacó un cuchillo.

—Tú no quieres hacer esto, chico —dijo ella.

—¿No me digas lo que yo quiero! —gritó él y se lanzó sobre ella.

Jeva reaccionó por instinto, esquivando del golpe con un balanceo, mientras atacaba con sus cadenas de cuchillas. Le agarró el cuello con una, que giraba mientras ella se movía con la velocidad que le proporcionaba una larga práctica. La sangre la salpicó mientras el joven se agarraba la herida y caía sobre sus rodillas.

—Maldito seas—dijo Jeva en voz baja—. ¿Por qué me has hecho hacer esto, idiota?

Evidentemente, no hubo respuesta. Nunca había respuesta. Jeva susurró las palabras de una oración para los muertos y, a continuación, paró y lo levantó. Otros aldeanos la siguieron mientras continuaba su camino y Jeva ahora sentía la tensión donde antes había habido bromas. La seguían de cerca, como una guardia de honor o como la escolta de un prisionero hacia su ejecución.

Cuando llegaron a la Casa de los Muertos, los ancianos del lugar ya la estaban esperando. Jeva caminaba descalza y se arrodilló ante la pira que ardía sin cesar y dejó caer encima el cuerpo de su atacante. Se quedó quieta hasta que empezó a arder y miró alrededor, a la gente a la que había venido a convencer.

—Viniste aquí con las manos manchadas de sangre —dijo un Orador de la Muerte, mientras daba un paso al frente y su túnica giraba—. Los muertos nos dijeron que vendría alguien, pero no que sucedería de esta manera.

Jeva lo miró, preguntándose si sería cierto. Hubo un tiempo en el que nos e lo hubiera preguntado.

—Él me atacó —dijo Jeva—No era tan rápido como él pensaba.

Los que estaban allí asintieron. Estas cosas podían suceder en los lugares más hostiles del mundo. Jeva no dejó que la culpa que sentía se reflejara en absoluto en su rostro.

—Has venido para pedirnos algo —dijo el Orador.

Jeva asintió.

—Así es.

—Entonces pide.

Jeva se quedó quieta, ordenando sus pensamientos.

—Pido ayuda para la isla de Haylon. Una gran flota la ataca, a las órdenes de la Primera Piedra. Creo que nuestro pueblo puede cambiarlo.

Entonces las voces clamaron, hablando a la vez. Había preguntas y exigencias, acusaciones y opiniones, todas parecían confundirse.

—Quiere que vayamos a morir por ella.

—¡Ya hemos oído esto antes!

—¿Por qué vamos a luchar por gente a la que no conocemos?

Jeva se quedó quieta, dejando que todo aquello le calara. Si salía mal, lo más probable era que no saliera de esta habitación. Teniendo en cuanta quién era, debería tener una sensación de paz ante ello, pero también pensaba en Thanos, que la había salvado poniéndose él en peligro, y en todas las personas que estaban atrapadas en Haylon. Necesitaban que le saliera bien.

—¡Deberíamos entregarla a los muertos por todo lo que ha hecho! —exclamó uno.

El Orador de los Muertos se puso al lado de Jeva y alzó las manos para pedir silencio.

—Sabemos lo que pide nuestra hermana —dijo el Orador—. Ahora no es el momento de hablar. Nosotros solo somos los vivos. Ahora es el momento de escuchar a los muertos.

Se llevó la mano al cinturón y sacó una faltriquera con los polvos sagrados mezclados con las cenizas de los antepasados. La lanzó a la pira y las llamas crecieron.

—Respira, hermana —dijo el Orador—. Respira y ve.

Jeva inhaló el humo y llegó hasta sus pulmones. Las llamas bailaban en el hoyo que había debajo de ella y, por primera vez en años, Jeva vio a los muertos.

Empezó con el hombre al que había matado. Se alzó de su cadáver en llamas y atravesó las llamas hacia ella.

—Me mataste —dijo, según parecía, impactado—. ¡Me mataste!

La golpeó y, a pesar de que los muertos no deberían poder tocar a los vivos, Jeva lo notó con la misma certeza que si le hubiera azotado mientras estaba vivo. La golpeó y después retrocedió, mirándola expectante.

Entonces el resto de los muertos fueron hasta Jeva y no fueron más amables que el joven al que había asesinado. Todos estaban allí: las personas que había matado con sus propias manos, los que había llevado hasta la muerte en Haylon. Se acercaban hasta ella de uno en uno y, uno a uno, golpeaban a Jeva, con unos golpes que la hacían tambalearse, la tiraban al suelo, reduciéndola a algo que se sujetaba al suelo.

Pareció una eternidad hasta que se alejaron de ella y Jeva pudo alzar la vista de nuevo. Estaba mirando a Haylon, la isla estaba rodeada de barcos, la batalla se propagaba rápidamente.

Vio que los barcos del Pueblo del Hueso se estrellaban contra esos atacantes, les hacían un agujero y sus guerreros se esparcían por la orilla. Los vio luchar, matar y morir. Jeva los vio morir en unas cantidades que solo había visto antes una vez, en Delos.

—Si los llevas a Haylon, morirán —dijo una voz, que parecía estar compuesta por las voces de miles de antepasados a la vez—. Morirán igual que morimos nosotros.

—Pero ¿ganarán? —preguntó Jeva.

Hubo una breve pausa antes de que la voz respondiera a aquello.

—Es posible que la isla pudiera salvarse.

Así que no sería un gesto vacío. No sería lo mismo que en Delos.

—Será el fin de nuestro pueblo _dijo la voz—. Algunos sobrevivirán, pero n o nuestras tribus. Ni nuestra manera de ser. Muchos más se nos unirán, esperándote en la muerte.

Aquello le provocó a Jeva un fogonazo de miedo. Había sentido la rabia de los que habían muerto, había notado sus golpes. ¿Valía la pena? ¿Podía hacer esto a todo su pueblo?

—Y tú morirías —continuó la voz—. Anúncialo a nuestro pueblo y morirás por ello.

Lentamente, empezó a volver en sí misma y se encontró sobre el suelo al lado de la pira. Jeva se llevó la mano a la cara y se le manchó de sangre, aunque no sabía si era por el esfuerzo de la visión o por la violencia de los muertos. Se levantó con esfuerzo y miró hacia la multitud allí reunida.

—Cuéntanos lo que viste, hermana —dijo el Orador de los Muertos.

Jeva se quedó quieta, mirándolo, evaluando cuánto había visto, si es que había visto algo. ¿Podía mentir en este momento? ¿Podía decir a la multitud allí reunida que todos los muertos estaban a favor del plan?

Jeva sabía que no podía mentir de esa forma, incluso ni por Thanos.

—Vi la muerte —dijo—. Vuestra muerte, mi muerte. La muerte de todo nuestro pueblo si lo hacemos.

Un murmullo corrió por la sala. Su pueblo no temía a la muerte, pero la destrucción de todo su modo de vivir era una cosa totalmente diferente.

—Me habéis pedido que hable por los muertos —dijo Jeva— y ellos han dicho que en Haylon, la victoria se ganará con las vidas de nuestra gente. —Tomó aire y pensó en lo que Thanos hubiera hecho—. Yo no quiero hablar por los muertos. Quiero hablar por los vivos.

Los murmullos cambiaron de tono, haciéndose más confusos. En algunos lugares también se volvieron más enojados.

—Sé lo que pensáis —dijo Jeva—. Pensáis que lo que digo es sacrilegio. Pero existe una isla entera de gente que necesita nuestra ayuda. Vi a los muertos y me maldijeron por sus muertes. ¿Sabéis qué me dice eso? ¡Que la vida sí que importa! Que importa la vida de todos aquellos que morirán si no ayudamos. Si no ayudamos, permitimos que el mal siga en pie. Permitimos que aquellos que vivirían en paz sean asesinados. Yo lucharé contra eso, no porque los muertos lo exijan, ¡sino porque lo hacen los vivos!

Entonces hubo un griterío en la sala. El Orador de los Muertos los miró a todos y, a continuación, a Jeva. La empujó hacia la puerta.

—Deberías irte —dijo—. Vete antes de que te maten por blasfemia.

Pero Jeva no lo hizo. Los muertos ya le habían dicho que moriría por hacerlo. Si ese era el precio por obtener ayuda, lo pagaría. Se quedó allí quieta como un punto de silencio en medio de las discusiones de la sala. Cuando un hombre fue corriendo hacia ella, lo tiró hacia atrás de una patada y continuó de pie. Era lo único que podía hacer ahora mismo. Esperaba el momento en el que uno de ellos finalmente la mataría.

Jeva se quedó muy confundida cuando no lo hicieron. En su lugar, el ruido de la sala disminuyó y la gente estaba frente a ella, mirándola. Uno a uno, se pusieron de rodillas y el Orador de los Muertos dio un paso adelante.

—Parece ser que iremos contigo a Haylon, hermana.

Jeva parpadeó.

—No lo… comprendo.

Entonces debería estar muerta. Los muertos le habían dicho que este era el sacrificio que querían.

—¿Has olvidado por completo nuestro modo de hacer? —dijo el sacerdote—. Nos has ofrecido una muerte que vale la pena tener. ¿Quiénes somos nosotros para discutir?

Entonces Jeva se arrodilló junto a los demás. No sabía qué decir. Esperaba la muerte y, en cambio, tenía la vida. Ahora, tenía que hacer que valiera la pena.

—Allá vamos, Thanos —prometió.

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