Una Tierra de Fuego

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Из серии: El Anillo del Hechicero #12
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CAPÍTULO CUATRO

Rómulo estaba en la proa de su barco, el primero de la flota, miles de barcos del Imperio a su espalda y miraba hacia el horizonte con gran satisfacción. Por encima volaba su manada de dragones, llenando el aire con sus chillidos, luchando contra Ralibar. Rómulo se agarraba a la barandilla mientras miraba, clavando sus largas uñas en ella, cogiéndo la madera con fuerza mientras observaba como sus bestias atacaban a Ralibar y lo hundían en el océano, una y otra vez, inmovilizándolo bajo el agua.

Rómulo gritó de alegría y apretó tan fuerte la barandilla que se hizo pedazos mientras observaba como sus dragones salían disparados del mar, victoriosos, sin rastro de Ralibar. Rómulo levantó las manos por encima de su cabeza y se inclinó hacia adelante, sintiendo un ardiente poder en sus palmas.

«Adelante, mis dragones», susurró, con los ojos brillantes. «Adelante».

Tan pronto pronunció las palabras los dragones se giraron y fijaron su mirada en las Islas Superiores; se apresuraron, chillando, levantando sus alas. Rómulo sintió que los controlaba, se sentía invencible, capaz de controlar cualquier cosa en el universo. Después de todo, todavía era su luna. Pronto se agotaría su tiempo de poder, pero por el momento nada podía detenerlo.

Los ojos de Rómulo se iluminaron al ver a sus dragones dirigirse a las Islas Superiores, veía en la distancia a hombres, mujeres y niños corriendo y gritando desde su camino. Miraba con placer como las llamas arrasaban con todo, mientras la gente se quemaba viva y como la isla entera se levantaba en una enorme bola de llamas y destrucción. Él saboreaba el observar como era destruida, de la misma manera que había visto como el Anillo se destruía.

Gwendolyn había conseguido escapar de él, pero esta vez no había a dónde ir. Por fin, el último de los MacGils sería aniquilado bajo su mano para siempre. Por fin, no quedaría un solo rincón en el universo que no estuviera subyugado a él.

Rómulo se giró y miró por encima de su hombro a sus miles de barcos, su inmensa flota que llenaba el horizonte. Respiró profundamente y se inclinó hacia atrás, levantando su rostro hacia los cielos, levantando las manos a los lados y lanzó un grito de victoria.

CAPÍTULO CINCO

Gwendolyn estaba en la cavernosa bodega de piedra bajo tierra, amontonada con docenas de personas de su pueblo y escuchando el terremoto y el fuego encima de ella. Su cuerpo se encogía con cada ruido. La tierra temblaba tanto en ocasiones que los hacía tambalearse y caer, mientras fuera, enormes trozos de escombro golpeaban el suelo, haciendo las veces de juguetes para los dragones. El sonido retumbante y resonante era un eco sin fin en las orejas de Gwen, sonando como si el mundo entero estuviera siendo destruido.

La temperatura se volvía cada vez más y más intensa bajo tierra ya que los dragones respiraban por las puertas de acero de arriba, una y otra vez, como si supieran que estaban allá abajo escondidos. Por fortuna, el acero no dejaba pasar las llamas, pero aún así se colaba por ahí humo negro, dificultando la respiración y provocándoles a todos ataques de tos.

Entonces se oyó un terrible sonido de piedra golpeando el acero y Gwen observó como las puertas de acero encima suyo se doblaban y temblaban, prácticamente cediendo. Claramente los dragones sabían que estaban allá abajo y estaban haciendo lo posible para entrar.

«¿Cuánto tiempo aguantarán las puertas?» Gwen preguntó a Matus, que estaba por allí cerca.

«No lo sé», respondió Matus. «Mi padre construyó esta bodega subterránea para resistir el ataque de los enemigos, no de los dragones. No creo que aguanten mucho».

Gwendolyn sintió como la muerte se cernía sobre ella mientras la temperatura de la habitación iba subiendo cada vez más y sentía como si estuviera sobre una tierra chamuscada. Era difícil ver debido al humo y el suelo temblaba mientras los escombros golpeaban una y otra vez por encima de ellos, pequeños trozos de roca y polvo desmenuzándose encima de sus cabezas.

Gwen miró las caras aterrorizadas de todos los que estaban en la habitación y no podía evitar preguntarse si, resguárdandose allá abajo, se habían condenado ellos mismos a una muerte lenta y dolorosa. Empezaba a preguntarse si quizás los que acababan de morir allá arriba eran realmente los afortunados.

De repente vino una pausa, pues los dragones se marcharon volando a algún otro lugar. Gwen estaba sorprendida y se preguntaba qué estaban haciendo cuando, segundos más tarde, oyó un tremendo estruendo de rocas y la tierra tembló tanto que todos los que estaban en la habitación cayeron al suelo. El estruendo había sido lejano y fue seguido por dos temblores, como un desprendimiento de rocas.

«El fuerte de Tirus», dijo Kendrick, apareciendo a su lado. «Lo deben haber destruido».

Gwen miró hacia el techo y se dio cuenta de que probablemente tenía razón. ¿Qué otra cosa podía provocar tal avalancha de roca? Estaba claro que los dragones estaban furiosos, decididos a destruir todo lo que había en esta isla. Ella sabía que sólo era cuestión de tiempo que también irrumpieran en esta cámara.

Durante la repentina tregua, Gwen se sorprendió al oír el sonido estridente del lloro de un bebé que cortaba el aire. El sonido la perforaba como un cuchillo en el pecho. No podía evitar pensar inmediatamente en Guwayne y mientras el lloro, en algún lugar sobre tierra, incrementaba, una parte de ella, todavía turbada, se convencía de que era en efecto Guwayne el que estaba allá arriba, llamándola a ella. Racionalmente, sabía que era imposible; su hijo estaba en el océano, lejos de aquí. Y aún así, su corazón suplicaba que así fuera.

«¡Mi bebé!» gritó Gwen. «Está allá arriba. ¡Debo salvarlo!»

Gwen salió corriendo hacia las escaleras cuando de repente notó una fuerte mano en la suya.

Al girarse vio a su hermano Reece reteniéndola.

«Mi señora», dijo él. «Guwayne está lejos de aquí. Este es el lloro de otro bebé».

Gwen deseaba que eso no fuera cierto.

«Sigue siendo un bebé», dijo ella. «Está solo allá arriba. No puedo dejarlo morir».

«Si sube allá arriba», dijo Kendrick, dando un paso adelante, tosiendo por el hollín, «tendremos que cerrar las puertas detrás de usted y estará sola allá arriba. Morirá allá arriba».

Gwen no pensaba con claridad. En su mente había un bebé vivo allá arriba, solo, y ella sabía, por encima de todo, que debía salvarlo, a cualquier precio.

Gwen se soltó de la mano de Reece y salió corriendo hacia las escaleras. Las subía de tres en tres y, antes de que nadie pudiera detenerla, retiró la vara de metal que atrancaba las puertas y, apoyándose en su hombro, las empujaba con toda su fuerza mientras levantaba las manos.

Gwen lloraba de dolor mientras lo hacía, el metal estaba tan caliente que le quemaba las manos y enseguida las retiró; sin inmutarse, se cubrió las manos con las mangas y empujó las puertas hacia arriba hasta abrirlas.

Gwendolyn tosió con fuerza al salir repentinamente a la luz del día, nubes de humo negro se colaban de bajo tierra con ella. Mientras subía a la superficie con torpeza, cerraba los ojos por la luz, entonces miró a su alrededor, protegiéndose los ojos con las manos y se sorprendió al ver una enorme ola de destrucción. Todo lo que instantes antes allí se erigía estaba ahora arrasado, reducido a montones de humo y escombros chamuscados.

Los lloros del bebé volvieron, más intensos allá arriba y Gwen miró a su alrededor, esperando a que las negras nubes de humo desaparecieran; mientras lo hacía, vio a lo lejos en el patio un bebé en el suelo, envuelto con una sábana. Allí cerca, vio a sus padres tumbados en el suelo, quemados vivos, ahora muertos. De alguna manera, el bebé había sobrevivido. Quizás, pensó Gwen con una aguda tristeza, la madre ha muerto protegiéndolo de las llamas.

De repente, Kendrick, Reece, Godfrey y Steffen aparecieron a su lado.

«¡Mi señora, debe regresar ahora mismo!» le suplicó Steffen. «¡Morirá aquí arriba!»

«El bebé», dijo Gwen. «Debo salvarlo».

«No puede», insistió Godfrey. «¡No regresaría con vida!»

A Gwen ya no le importaba. Su mente estaba vencida por un propósito, como una ráfaga, y lo único que veía, lo único que podía pensar era en el niño. Se olvidó del resto del mundo y sabía que necesitaba salvarlo tanto como respirar.

Los demás intentaron detenerla, pero Gwen no se dejó intimidar; se deshizo de ellos y salió corriendo hacia el bebé.

Gwen corría con todas sus fuerzas, su corazón retumbaba en su pecho mientras corría a través de los escombros, a través de nubes de ondeante humo negro, rodeada de llamas. El humo negro hacía de escudo sin embargo y, afortunadamente para ella, los dragones no la podían ver todavía. Atravesó el patio corriendo, a través de las nubes, viendo sólo al bebé, escuchando sólo su llanto.

Corrió y corrió, sus pulmones a punto de estallar, hasta que por fin lo alcanzó. Se agachó, cogió al bebé e inmediatamente examinó su cara, una parte de ella deseando que fuera Guwayne.

Se entristeció al ver que no era él; era una niña. Tenía unos hermosos y grandes ojos azules llenos de lágrimas pues estaba gritando y temblando, con los puños cerrados. Aún así, Gwen se alegraba de sostener a otro bebé, sintiendo como si de alguna manera estuviera enmendando el haber enviado a Guwayne. Y, después de una rápida mirada a los destelleantes ojos de la bebé, vio que era hermosa.

Las nubes de humo se elevaron y Gwendolyn de repente se encontró expuesta al fondo del patio, con la bebé llorando en brazos. Miró hacia arriba y vio, apenas a unos metros de distancia, una docena de feroces dragones, con enormes ojos brillantes, girándose y mirándola. Tenían la mirada puesta en ella, llena de  placer y furia, y ella vio que se disponían a matarla.

 

Los dragones se lanzaron al aire, agitando sus grandes alas, enormes desde tan cerca, dirigiéndose hacia ella. Gwen se preparó, sujetando al bebé, sabiendo que no podría volver a tiempo.

De repente, hubo un sonido de espadas desenfundadas y, al volverse, Gwen vio a sus hermanso Reece, Kendrick y Godfrey junto a Steffen, Brandt, Atme y todos los miembros de la Legión a su lado, todos empuñando espadas y escudos, todos corriendo a protegerla. Formaron un círculo a su alrededor, sujetando sus escudos al cielo y preparándose para morir con ella. Gwen estaba conmovida e inspirada por su valentía.

Los dragones avanzaban hacia ellos, abriendo sus inmensas mandíbulas y ellos se preparaban para resistir la inevitable llamarada que los mataría a todos. Gwen cerró los ojos y vio a su padre, vio a todo aquél que había sido importante en su vida y se preparó para encontrarse con ellos.

De repente, se oyó un grito espantoso y Gwen se encogió de miedo, sabiendo que ese era el primer ataque.

Pero entonces se dio cuenta de que era un chillido diferente, uno que ella reconocía: el chillido de un viejo amigo.

Gwen miró hacia el cielo detrás de ella y se sintió salvada al reconocer a un dragón solitario corriendo a toda velocidad por el cielo, apresurándose a combatir con los que se estaban acercando a ella. Se alegró incluso más de ver, en su lomo, al hombre que más quería en el mundo:

Thorgrin.

Él había vuelto.

CAPÍTULO SEIS

Thor montaba a lomos de Mycoples, las nubes azotándole la cara, iban tan rápido que apenas podía respirar, mientras se apresuraban hacia la manada de dragones y se preparaban para luchar. El brazalete de Thor vibraba en su muñeca y el sentía que su madre le había infundido un nuevo poder que apenas podía entender; era como si hubiera poco sentido del espacio y el tiempo. Thor apenas había pensado en regresar, apenas se habían elevado de las orillas de la Tierra de los Druidas, cuando se repente se encontró allí, por encima de las Islas Superiores, apresurándose hacia el nido de los dragones. Thor sentía como si se hubiera transportado allí por arte de magia, como si hubieran viajado a través de un agujero en el tiempo o el espacio, como si su madre los hubiera lanzado allí, les hubiera permitido conseguir lo imposible, volar más rápido y más lejos de lo que jamás había hecho. Ella sintió que su madre lo despedía con un don para la velocidad.

Mientras Thor miraba a través de la cubierta de nubes, los inmensos dragones aparecieron delante de su vista, rodeando las Islas Superiores, bajando en picado y preparándose para escupir fuego. Thor miró hacia abajo y su corazón se le encogió al ver que la isla había quedado sumergida bajo las llamas, totalmente arrasada. Se preguntaba atemorizado si alguien había conseguido sobrevivir; no veía de qué manera. ¿Llegaba tarde?

Sin embargo, mientras Mycoples descendía, se acercaba más, los ojos de Thor se centraron en una única persona, que lo atraía como un imán al distinguirla de entre el caos: Gwendolyn.

Allí estaba, su futura esposa, de pie en el patio, con orgullo, sin miedo, sujetando a un bebé, rodeada por todos los que Thor amaba, todos ellos en círculo alrededor de ella y levantando sus escudos al cielo mientras los dragones descendían para atacar. Thor vio horrorizado como los dragones abrían sus grandes mandíbulas y se disponían a lanzar unas llamas que Thor sabía que, en un solo instante, arrasarían a Gwendolyn y a todos los que él amaba.

“¡DESCIENDE!” gritó Thor a Mycoples.

Mycoples no neceitaba más aliento: descendió más rápido de lo que Thor podía imaginar, tan rápido que él casi no podía respirar y se agarró desesperadamente mientras lo hacía, prácticamente del revés. En unos instantes alcanzó a los tres dragones que estaban a punto de atacar a Gwendolyn y con un gran rugido, su mandíbula se abrió por completo, con las garras por delante, Mycoples atacó a las bestias, que estaban desprevenidas.

Mycoples impactó contra los dragones, llevada por su impulso hacia abajo, aterrizando en sus espaldas, clavando las uñas a uno y mordiendo al otro y golpeando fuertemente al tercero con sus alas. Los paró justo antes de que lanzaran fuego, estampándolos de cara al suelo.

Los tres colisionaron juntos contra el suelo y se formó un gran ruido y nubes de polvo cuando Mycoples hundió sus caras bajo tierra hasta que habían penetrado tanto que se habían quedado clavados, sólo sus garras traseras salían hacia fuera. Cuando tocaron el suelo, Thor se giró y vio las expresión asombrada de Gwendolyn y agradeció a Dios que la había salvado justo a tiempo.

Se escuchó un gran rugido y Thor se giró, miró hacia el cielo y vio una embestida de dragones que se acercaban.

Mycoples ya estaba girando y volando hacia arriba, lanzándose, dirigiéndose sin miedo hacia los dragones. Thor no llevaba armas, pero se sentía diferente a lo que había sentido siempre al empezar una batalla: por primera vez en su vida, sentía que no necesitaba armas. Sentía que podía reunir y confiar en el poder que tenía dentro. Su verdadero poder. El poder que su madre le había infundido.

Mientras se aproximaban, Thor levantó su muñeca, apuntando con su brazalete de oro y una luz salió disparada del diamante negro de su centro. La luz amarilla hundió al dragón que estaba más cerca de ellos, en el centro de la manada, y lo golpeó hacia atrás, enviándolo disparado al aire, hacia arriba, colisionando con los otros.

Mycoples, enfurismado, decidido a hacer estragos, descendió sin miedo hacia el nido de dragones, luchando y haciéndose camino con las garras, clavándole los dientes a uno de ellos, lanzando a otro y abriéndose un camino a través de ellos mientras iba golpeando a varios de ellos. Intentó acabar con uno de ellos hasta que quedó fláccido y lo soltó; cayó a la tierra como una enorme piedra caída del cielo y golpeó el suelo, haciéndolo temblar. Thor pudo oír el impacto desde donde estaba, ya que provocó otro terremoto allá abajo.

Thor echó un vistazo hacia abajo y vio a Gwen y a los demás corriendo en busca de cobijo y supo que debía alejar a todos estos dragones de la isla, lejos de Gwendolyn, para darles la oportunidad de escapar. Si dirigía a los dragones hacia el océano, imaginaba que podría atraerlos lejos y empezar una lucha allá fuera.

«¡Hacia mar abierto!» Thor gritó.

Mycoples siguió su instrucción, dieron la vuelta y se fueron volando a través del nido de dragones y hacia el otro lado.

Thor se giró al oír un rugido y sintió un calor distante mientras las llamas se dirigían hacia él. Estaba satisfecho de ver que su plan estaba funcionando: todos los dragones habían abandonado las Islas Superiores y lo estaban siguiendo a él en el mar abieerto. En la distancia, allá abajo, Thor divisó la flota de Rómulo envolviendo el mar y supo que, incluso si sobrevivía a los dragones, todavía le quedaba enfrentarse él solo a un ejército de un millón de hombres. Sabía que probablemente no sobreviviría a este encuentro. Pero al menos ganaría tiempo para los demás.

Al menos Gwendolyn lo conseguiría.

*

Gwen estaba de pie en el devastado y candente patio de lo que quedaba de la corte de Tirus, todavía sujetando al bebé, mirando al cielo maravillada, aliviada y triste, todo a la vez. Su corazón se llenó por ver a Thor otra vez, el amor de su vida, vivo, había vuelto, y nada menos que a lomos de Mycoples. Con él aquí, sentía que parte de ella se había restablecido, sentía que cualquier cosa era posible. Sintió algo que hacía tiempo que no había sentido: la voluntad de volver a vivir.

Sus hombres poco a poco bajaron sus escudos al ver que los dragones se giraban y marchaban volando, dejando las Islas por fin y dirigiéndose hacia el mar abierto. Gwen miró alrededor y vio la devastación que habían dejado, enormes montones de escombros, llamas por todas partes y los dragones muertos tumbados sobre su espalda. Parecía una isla saqueada por la guerra.

Gwen también vio los que debían haber sido los padres de la bebé, dos cadáveres tumbados allí cerca, justo al lado de donde Gwen la había encontrado. Gwen miró a la bebé a los ojos y se dio cuenta de que ella era lo único que le quedaba en el mundo. La cogió con fuerza.

«¡Esta es nuestra oportunidad, mi señora!» dijo Kendrick. «¡Debemos evacuar ahora!»

«Los dragones están distraídos», añadió Godfrey. «Por lo menos, por ahora. Quién sabe cuando volverán. Debemos irnos todos de este sitio de inmediato».

«Pero ya no existe el Anillo», dijo Aberthol. «¿A dónde iremos?»

«A cualquier sitio menos aquí», respondió Kendrick.

Gwen oyó sus palabras, aunque sonaban lejanas en su mente; ella en cambio se giró y examinó el cielo, observando a Thor volar en la distancia, llena de añoranza.

«¿Y qué pasa con Thorgrin?» preguntó ella. «¿Lo dejaremos solo allá arriba?»

Kendrick y los demás hicieron una mueca, sus rostros marcados por la decepción. Estaba claro que el pensamiento también los perturbaba.

«Lucharíamos con Thorgrin hasta la muerte si pudiéramos, mi señora», dijo Reece. «Pero no podemos. Él está en el cielo, por encima del mar, lejos de aquí. Ninguno de nosotros tiene un dragón. Tampoco tenemos su poder. No podemos ayudarle. Ahora debemos ayudar a aquellos que podemos ayudar. Esto es por lo que Thor se sacrificó. Esto es por lo que Thor ha dado su vida. Debemos aprovechar la oportunidad que nos ha dado».

«Lo que queda de nuestra flota todavía está en el lado más lejano de la isla», añadió Srog. «Fue una sabia decisión esconder aquellos barcos. Ahora debemos usarlos. Los que quedemos de nuestro pueblo debemos abandonar este lugar de inmediato, antes de que vuelvan».

Por la mente de Gwendolyn corría una mezcla de emociones. Ella deseaba ir a salvar a Thor; pero al mismo tiempo, sabía que esperar aquí, con toda esta gente, no le haría ningún bien a él. Los otros tenían razón: Thor acababa de dar la vida por su seguridad. Sus acciones no tendrían ningún valor si ella no procuraba salvar a esta gente mientras pudiera.

Otro pensamiento asomaba por la mente de Gwen: Guwayne. Si se marchaban ahora y salían corriendo hacia el mar abierto quizás, sólo quizás, podría encontrarlo. Y el pensamiento de ver de nuevo a su hijo la llenó con unas ganas nuevas de vivir.

Por fin, Gwen asintió, con el bebé en brazos, preparánose para marchar.

«De acuerdo», dijo ella. «Vayámonos y encontremos a mi hijo».

*

El rugido de los dragones era cada vez más fuerte detrás de Thor, el grupo se estaba acercando, persiguiéndolos mientras él y Mycoples volaban más lejos hacia el mar. Thor sintió una llamarada dirigiéndose hacia su espalda, a punto de tragárselos y sabía que si no hacía algo pronto, no tardaría en morir.

Thor cerró los ojos, ya sin miedo a llamar al poder que había en su interior, ya sin sentir la necesidad de confiar en armas físicas. Al cerrar los ojos recordó el tiempo que pasó en la Tierra de los Druidas, recordaba lo poderoso que había sido, lo mucho que había podido influenciar todo lo que estaba a su alrededor con su mente. Recordaba el poder dentro de él, como el universo físico era sólo una extensión de su mente.

Thor quería que el poder de su mente saliera a la superficie e imaginó una gran pared de hielo detrás de él, resguardándolo del fuego, protegiéndolo. Se imaginó a sí mismo completamente cubierto por una burbuja protectora, él y Mycoples, seguros del muro de fuego de los dragones.

Thor abrió los ojos y se sorprendió de sentirse revestido de frío y ver una tremenda pared de hielo a su alrededor, justo como la había imaginado, de un metro de grosor y un azul brillante. Se giró y vio la pared de llamas de los dragones acercarse y la pared de hielo pararla, las llamas siseando, enormes nubes de vapor levantándose. Los dragones estaban coléricos.

Thor daba vueltas mientras la pared de hielo se derretía y decidió ir en busca del nido de dragones que había más adelante. Mycoples voló sin miedo hacia los dragones y, claramente, ellos no esperaban este ataque.

Mycoples embistió hacia adelante, extendió sus garras, agarró a un dragón por la mandíbula, lo balanceó y lo lanzó; el dragón cayó con violencia, de un lado a otro, girando sobre sí mismo sin control, precipitándose hacia el océano.

Antes de que pudiera recuperarse, Mycoples fue atacada por otro dragón, que le clavó las mandíbulas en el costado. Mycoples hizo un chillido y Thor reaccióno de inmediato. Saltó del lomo de Mycoples al hocico del otro dragón y corrió por su cabeza hasta montar en su lomo. El dragón continuaba cogiendo a Mycoples corcoveando salvajemente para deshacerse de Thor y Thor se agarraba desesperamente mientras montaba al hostil dragón.

 

Mycoples se tambaleó hacia adelante y se sujetó con sus mandíbulas en la cola de otro dragón, arrancándosela. El dragón gritó y se desplomó en el océano, pero tan pronto Mycoples hubo hecho, esto varios dragones se precipitaron sobre ella, clavándole los dientes en las patas.

Mientras tanto, Thor todavía estaba cogido desesperadamente, decidido a tomar el control de este dragón. Se forzaba a sí mismo a mantener la calma y a recordar que todo estaba en su mente. Podía sentir el tremendo poder de esta antigua bestia primal corriendo por sus venas. Y, al cerrar los ojos, dejó de resistirse y empezó a sentirse en armonía con él. Sentía su corazón, su pulso, su mente. Sentía que se volvía uno con él.

Thor abrió los ojos y el dragón también los abrió, ahora brillando con otro color. Thor veía el mundo a través de los ojos del dragón. Este dragón, esta bestia hostil, se convirtió en una extensión de Thor. Lo que él veía, lo veía Thor. Thor ordenaba y él escuchaba.

El dragón, bajo las órdenes de Thor, soltó a Mycoples; soltó un rugido y se abalanzó hacia adelante, clavando sus dientes en los tres dragones que estaban atacando a Mycoples, haciéndolos pedazos.

Los otros dragones fueron cogidos por sorpresa, claramente no esperaban que uno de los suyos los atacara; antes de que pudieran recuperarse, Thor ya había atacado a media docena de ellos, usando este dragón para agarrarse a sus nucas, cogiéndolos desprevenidos, mutilando un dragón tras otro. Thor se avalanzó sobre tres más, haciendo que el dragón les mordiera las alas, arrancándoselas del lomo, cayendo los dragones al mar.

De repente, Thor fue atacado por un lado sin verlo venir; el dragón abrió sus mandíbulas y le clavó los dientes a Thor.

Thor gritó cuando un diente largo y dentado le perforó las costillas y lo hizo caer del dragón, haciéndolo tambalear en el aire. Sintió como se precipitaba hacia el mar, herido, y se dio cuenta de que estaba a punto de morir.

Por el rabillo del ojo, Thor divisó a Mycoples pasando por debajo de él y, a continuación, Thor, aterrizó en el lomo de Mycoples, salvado por su vieja amiga. Los dos estaban juntos de nuevo, ambos heridos.

Thor, apretándose la costilla, respirando con dificultad, analizaba el daño que habían hecho: una docena de dragones yacían ahora muertos o mutilados, moviéndose en el océano. Lo habían hecho bien, los dos, mucho mejor de lo que él hubiera imaginado.

Sin embargo, Thor oyó un tremendo grito y, al mirar hacia arriba, vio que quedaban varias docenas de dragones. Luchando por respirar, Thor entendió que había sido una lucha valiente, pero que sus posibilidades de ganar parecían malísimas. Aún así, él no dudó; voló sin miedo hacia arriba, apresurándose a encontrarse con los dragones que los desafiaban.

Mycoples lanzó un grito y lanzó fuego a la vez que ellos se lo lanzaban a Thor. Thor volvió a usar sus poderes para levantar una pared de hielo delante suyo, que impedía que las llamas de los dragones le alcanzaran. Él se agarraba a Mycoples mientras ella colisionaba con el grupo, destrozándolos, clavándoles las garras y mordiéndoles, luchando por su vida. Tenía heridas, pero no dejó que esto le hiciera aflojar mientras hería a todos los dragones que tenía por los lados. Thor se unió y levantó su brazalete, apuntando a un dragón tras otro y un rayo de luz blanca salió disparado, haciendo caer a un dragón tras otro de Mycoples, mientras ella luchaba.

Thor y Mycoples luchaban y luchaban, los dos cubiertos de heridas, sangrando, exhaustos.

Y, aún así, todavía quedaban más docenas de dragones.

Cuando Thor levantaba su brazalete sentía que su poder estaba menguando, de hecho, sentía que su propio poder estaba menguando. Él sabía que era poderoso, pero no lo suficiente todavía: él sabía que no podía aguantar la lucha hasta el final.

Thor miró hacia arriba y vio unas enormes alas en su cara, seguidas de unas largas y afiladas garras y observaba impotente como se clavaban en la garganta de Mycoples. Thor se sujetaba con todas sus fuerzas mientras el dragón agarraba a Mycoples, le clavaba las mandíbulas en la cola, la balanceaba y la tiraba.

Thor colgaba mientras él y Mycoples daban vueltas por el aire; Mycoples dio vueltas de campana y cayeron en picado al mar, fuera de control.

Aterrizaron en el agua, Thor todavía sujetándose, y los dos se hundieron bajo la superficie. Thor luchaba bajo el agua hasta que su impulso se detuvo. Mycoples se giró y nadó hacia arriba, buscando la luz del sol.

Cuando salieron a la superficie, Thor respiró profundamente, con dificultad, batiéndose en las heladas aguas, todavía cogido a Mycoples. Mientras los dos se movían por el agua, Thor miró a un lado y vio algo que nunca olvidaría: flotando en el agua, no lejos de él, con los ojos abiertos, muerto, había un dragón que él había llegado a querer: Ralibar.

Mycoples lo divisó a la vez y algó la venció, algo que Thor no había visto nunca: ella soltó un gran grito de dolor y elevó sus alas, extendiéndolas totalmente. Todo su cuerpo temblaba al soltar un horroroso alarido, haciendo que el universo temblara. Thor vio como sus ojos cambiaban, cambiando a colores brillantes, hasta que al final eran de color amarillo y blanco brillante.

Mycoples se volvió, un dragón diferente, y miró hacia arriba a la manada de dragones que venía a por ellos. Thor se dio cuenta de que alguna cosa dentro de ella se había roto. Su duelo había mutado en rabia y le había dotado de un poder que Thor jamás había visto. Era un dragón poseído.

Mycoples se elevó hacia el cielo a toda velocidad, con las heridas sangrando, pero sin importarle. Thor sintió una nueva explosión de energía también y un deseo de venganza. Ralibar había sido un amigo cercano, había sacrificado su vida por todos ellos y Thor estaba decidido a hacerle justicia.

Mientras corrían hacia ellos, Thor saltó de Mycoples y aterrizó en el hocico del dragón más cercano, abrazándolo hasta que se estiró y agarró sus mandíbulas, hasta que consiguió cerrarlas. Thor reunió todo el poder que quedaba dentro de él e hizo girar al dragón en el aire, para después lanzarlo con todas sus fuerzas. El dragón voló, llevándose con él dos dragones más y los tres se precipitaron hacia abajo, hacia el oceáno.

Mycoples giraba rápidamente y cogió a Thor mientras caía. Él aterrizó en su lomo mientras ella corría hacia los dragones que quedaban. Sus rugidos se mezclaban con los de ella, mordía con más fuerza, volaba más rápido, hacia cortes más profundos que ellos. Cuanto más la herían, menos cuenta parecía darse ella. Era un torbellino de destrucción, al igual que Thor, y cuando Thor y ella acabaron, Thor se dio cuenta de que ya no quedaban dragones a quién esperar en el cielo: todos ellos habían caído del cielo al mar, mutilados o asesinados.

Thor se encontró volando solo con Mycoples en el aire, dando vueltas alrededor de los dragones caídos, evaluando lo ocurrido. Los dos respiraban con dificultaban, les caían gotas de sangre. Thor sabía que Mycoples estaba dando su últimos respiros, podía verlo porque salía sangre de su boca, cada respiración un grito sofocado, un dolor mortal.

«No, amigo mío», dijo Thor, aguantándose las lágrimas. «No puedes morir».

Ha llegado mi hora, Thor le oía decir. Al menos he muerto con dignidad.

«No», insisitió Thor. «¡No debes morir!»

Mycoples expulsaba sangre al respirar y el aleteo de sus alas se debilitaba a medida que empezaba a bajar hacia el océano.

Dentro de mí queda una última lucha, dijo Mycoples. Y quiero que mi último instante sea de valor.

Mycoples miró hacia arriba y Thor siguió su mirada hasta ver la flota de barcos de Rómulo extenderse en el horizonte.

Thor movió la cabeza con rostro serio. Sabía lo que quería Mycoples. Quería recibir su muerte en una última gran batalla.

Thor, muy herido, respirando con dificultad, sintiendo como si tampoco pudiera conseguirlo, quiso ir también hacia abajo. Ahora se preguntaba si las profecías de su madre eran ciertas. Ella le dijo que podía alterar su propio destino. ¿Lo había alterado?, se preguntaba. ¿Iba a morir ahora?

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