Una Forja de Valor

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Из серии: Reyes y Hechiceros #4
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Una Forja de Valor
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Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito en ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de cuatro libros (y contando). Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

¡TRANSFORMACIÓN (Libro #1 en El Diario del Vampiro), ARENA UNO (Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia), LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1 en el Anillo del Hechicero) y EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Reyes y Hechiceros—Libro #1)  están todos disponibles como descarga gratuita!

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Elogios Dirigidos a Morgan Rice

“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”

--Books and Movie Reviews
Roberto Mattos

“EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES funciona desde el principio…. Una fantasía superior…Inicia, como debe, con los problemas de una protagonista y se mueve de manera natural hacia un más amplio circulo de caballeros, dragones, magia y monstruos, y destino.… Todo lo que hace a una buena fantasía está aquí, desde soldados y batallas hasta confrontaciones con uno mismo….Un campeón recomendado para los que disfrutan de libros de fantasía épica llenos de poderosos y creíbles protagonistas jóvenes adultos.”

--Midwest Book Review
D. Donovan, Comentarista de eBooks

“Una fantasía llena de acción que satisfará a los fans de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con fans de trabajos tales como THE INHERITANCE CYCLE de Christopher Paolini…. Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este trabajo más reciente de Rice y pedirán aún más.”

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones)

“Una fantasía con espíritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. A Quest of Heroes se trata del desarrollo de la valentía y sobre tener un propósito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y acciones proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan bien en la evolución de Thor de un niño soñador a un joven adulto enfrentándose a probabilidades imposibles de sobrevivir….Sólo el inicio de lo que promete ser una serie épica.”

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)

“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito instantáneo: tramas, contratramas, misterio, valientes caballeros, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepción y traiciones. Te mantendrá entretenido por horas, y satisfará a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

“En este primer libro lleno de acción en la serie de fantasía épica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 años llamado Thorgrin "Thor" McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de Plata, los caballeros de élite que sirven al Rey…. La escritura de Rice es sólida y la premisa intrigante.”

--Publishers Weekly
Libros de Morgan Rice

REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

El PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)

LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)

AMORES (Libro # 2)

TRAICIONADA (Libro # 3)

DESTINADA (Libro # 4)

DESEADA (Libro # 5)

COMPROMETIDA (Libro # 6)

JURADA (Libro # 7)

ENCONTRADA (Libro # 8)

RESUCITADA (Libro # 9)

ANSIADA (Libro # 10)

CONDENADA (Libro # 11)

¡Escucha REYES Y HECHICEROS en su versión de Audiolibro!
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Derechos de autor © 2015 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EU de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor.

Este ebook otorga licencia sólo para uso personal. Este ebook no puede ser revendido o pasado a otras personas. Si deseas compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro pero no lo compraste, o si no fue comprado sólo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo duro de este autor.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginación del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia.

Jacket image Copyright St. Nick, usado bajo licencia de Shutterstock.com.

"El valor supera a los números."

Flavius Vegetius Renatus
(Siglo cuarto)


CAPÍTULO UNO

La puerta de la celda se cerró con fuerza y Duncan abrió los ojos lentamente deseando nunca haberlo hecho. Su cabeza le palpitaba, un ojo estaba cerrado completamente y trataba de sacudirse el pesado sueño. Sintió un dolor agudo en su otro ojo mientras se apoyaba en la fría roca. Piedra. Estaba tendido en una piedra húmeda y fría. Trató de sentarse, pero sintió un hierro que lo detenía de muñecas y tobillos e inmediatamente se dio cuenta: grilletes. Estaba en un calabozo.

Prisionero.

Duncan abrió sus ojos todavía más al escuchar el sonido de botas marchando que se acercaban y haciendo eco en la oscuridad. Trató de ponerse alerta. El lugar estaba oscuro y las paredes de piedra sólo se iluminaban por el tenue resplandor de antorchas lejanas y un pequeño resplandor de luz solar que entraba por una ventana a mucha altura. La pálida luz se filtraba escueta y solitaria como si viniera de un mundo a millas de distancia. Oyó un goteo distante de agua, botas marchando, y apenas si podía ver la forma de la celda. Era inmensa, con paredes de piedra arqueados, con muchas orillas oscuras que desaparecían en la negrura.

Por sus años en la capital, Duncan supo inmediatamente dónde estaba: el calabozo real. Era a donde enviaban a los peores criminales del reino y a los enemigos más poderosos para que terminaran sus días o esperaran su ejecución. Duncan mismo había mandado a muchos hombres aquí en los días de su servicio a petición del Rey. Sabía muy bien que este lugar era un sitio del que los prisioneros nunca salían.

Duncan trató de moverse pero los grilletes no lo dejaron, y sintió cómo estos le cortaban las muñecas y tobillos. Pero este era el menor de sus dolores; su cuerpo entero estaba punzante y adolorido, con tanto dolor que difícilmente podía detectar en dónde le dolía más. Sentía como si lo hubieran golpeado miles de veces mientras una estampida de caballos pasaba sobre él. Le dolía el respirar y sacudió la cabeza tratando de que se le pasara. Pero no tuvo existo.

 

Mientras cerraba los ojos lamiendo sus secos labios, Duncan lo recordó. La emboscada. ¿Había sido ayer? ¿O hace una semana? Ya no podía recordarlo. Había sido traicionado y rodeado con promesas de un falso acuerdo. Había confiado en Tarnis, y Tarnis también había sido asesinado frente a sus ojos.

Duncan recordó cómo sus hombres bajaban sus armas siguiendo su orden; recordó ser detenido; y lo peor de todo, recordó los asesinatos de sus hijos.

Sacudió la cabeza una y otra vez mientras gritaba lleno de angustia, tratando inútilmente de quitarse las imágenes de la cabeza. Se sentó con su cabeza en las manos y los codos en las rodillas, suspirando al pensarlo. ¿Cómo es que había sido tan estúpido? Kavos se lo había advertido pero él no lo había escuchado, había sido tontamente optimista al pensar que sería diferente esta vez y que podría confiar en los nobles. Y por esto había guiado a sus hombres a una trampa, hacia el nido de víboras.

Duncan se odiaba a sí mismo más de lo que podía reconocer. Su único pesar era que seguía vivo, que no había muerto junto con sus hijos y junto con los otros a los que había decepcionado.

Las pisadas se escucharon más cerca y Duncan miró a través de la oscuridad. Lentamente emergió la silueta de un hombre que bloqueaba la fuente de luz, acercándose hasta que estuvo a unos pies de distancia. Duncan se sorprendió al reconocer la forma del rostro del hombre. El hombre, claramente reconocible por su ropaje aristocrático, tenía la misma apariencia extravagante que cuando le había pedido a Duncan el reinado y cuando había traicionado a su padre. Enis. El hijo de Tarnis.

Enis se arrodilló frente a Duncan con una sonrisa burlona y de victoria en su rostro, con su larga cicatriz vertical en su oreja claramente visible mientras observaba con sus ojos vacíos. Duncan sintió un gran repudio y un deseo ardiente de venganza. Apretó los puños deseando lanzarse contra el muchacho, hacerlo pedazos con sus propias manos, a este muchacho que había sido responsable de la muerte de sus hijos y el encarcelamiento de sus hombres. Los grilletes eran lo único que quedaba en el mundo evitando que lo matara.

“La vergüenza de hierro,” dijo Enis sonriendo. “Aquí estoy arrodillado a unas pulgadas de ti y ni siquiera puedes tocarme.”

Duncan lo miró deseando poder hablar, pero estaba muy exhausto para formar palabras. Su garganta y sus labios estaban muy secos y necesitaba conservar energía. Se preguntaba cuántos días habían pasado desde que había tomado algo de agua y cuánto tiempo llevaba aquí abajo. De todos modos, esta sabandija no merecía escuchar sus palabras.

Enis había bajado por una razón; claramente deseaba algo. Duncan no tenía ilusiones falsas: sabía que, sin importar lo que tuviera que decir el muchacho, su ejecución estaba cerca. Al final de cuentas era lo que él deseaba. Ahora que sus hijos estaban muertos y sus hombres encarcelados, ya no quedaba nada más para él en este mundo, ninguna manera de escapar de la culpa.

“Tengo curiosidad,” dijo Enis con voz astuta. “¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente haber traicionado a todos los que conoces y amas y que confiaban en ti?”

Duncan sintió que su furia se encendía. Incapaz de seguir guardando silencio, juntó fuerzas de alguna manera para empezar a hablar.

“No traicioné a nadie,” alcanzó a decir con una voz grave y áspera.

“¿No?” replicó Enis claramente disfrutándolo. “Ellos confiaron en ti. Tú los llevaste directo a una emboscada y a rendirse. Les quitaste lo último que tenían: su orgullo y honor.”

Duncan enfurecía con cada respiración.

“No,” respondió finalmente después de un largo y pesado silencio. “Tú eres el que hizo eso. Yo confié en tu padre y él confió en ti.”

“Confianza,” rio Enis. “Que concepto tan ingenuo. ¿Realmente arriesgarías la vida de hombres por confianza?”

Rio de nuevo mientras Duncan se encendía.

“Los líderes no confían,” continuó. “Los líderes dudan. Ese es su trabajo, ser escépticos por el bien de sus hombres. Los comandantes protegen a hombres en la batalla, pero los líderes deben proteger a hombres de la traición. Tú no eres un líder. Les fallaste a todos.”

Duncan respiró profundamente. Parte de él no podía evitar reconocer que Enis tenía razón, aunque odiaba admitirlo. Les había fallado a sus hombres y este era el peor sentimiento de su vida.

“¿Para esto has venido?” respondió Duncan finalmente. “¿Para festejar tu traición?”

El muchacho sonrió de manera espantosa y maligna.

“Ahora tú eres mi súbdito,” dijo él. “Yo soy tu nuevo Rey. Puedo ir a cualquier parte en cualquier momento que lo desee, por cualquier razón o por ninguna razón. Tal vez simplemente me guste mirarte tirado en el calabozo completamente roto.”

Duncan sintió un dolor al respirar y apenas si podía contener su ira. Deseaba lastimar a este hombre más que a cualquier otro que hubiera conocido.

“Dime,” dijo Duncan deseando lastimarlo. “¿Cómo se sintió asesinar a tu padre?”

La expresión de Enis se endureció.

“Ni la mitad de bien de lo que se sentirá el verte morir en la horca,” respondió.

“Entonces hazlo ahora,” dijo Duncan deseándolo.

Pero Enis sonrió y negó con la cabeza.

“No será tan fácil para ti,” respondió. “Primero te miraré sufrir. Quiero que primero veas lo que le pasará a tu amado país. Tus hijos están muertos. Tus comandantes están muertos. Anvin y Durge y todos tus hombres en la Puerta del Sur están muertos. Millones de Pandesianos han invadido tu nación.”

El corazón de Duncan se desplomó con las palabras del muchacho. Parte de él se preguntaba si esto sería un engaño, aunque había sentido que era verdad. Cada palabra lo hacía sentir hundirse más en la tierra.

“Todos tus hombres están encarcelados y Ur está siendo bombardeada por mar. Así que como vez, has fallado miserablemente. Escalon está peor que como estaba antes, y tú eres el único culpable.”

Duncan se estremeció furioso.

“¿Y cuánto pasará,” preguntó Duncan, “hasta que el gran opresor se voltee contra ti? ¿Realmente piensas que estarás exento y que escaparás de la furia de Pandesia? ¿Crees que te dejarán ser Rey y reinar como una vez lo hizo tu padre?”

Enis sonrió ampliamente de manera resoluta.

que lo harán,” dijo.

Se acercó más, tan cerca que Duncan pudo oler su mal aliento.

“Verás, hemos hecho un trato. Un trato muy especial para asegurar mi poder, un trato que ellos simplemente no pudieron rechazar.”

Duncan no se atrevió a preguntar lo que era, pero Enis sonrió y se acercó más.

“Tu hija,” susurró.

Los ojos de Duncan despertaron.

“¿Realmente pensaste que podrías ocultarme su paradero?” presionó Enis. “Mientras hablamos, los Pandesianos están cada vez más cerca de ella. Y ese regalo garantizará mi lugar en el poder.”

Los grilletes de Duncan se estremecieron con su ruido haciendo eco en todo el calabozo mientras trataba con todas su fuerzas de liberarse y atacar, lleno de una desesperación que no podía soportar.

“¿Para qué has venido?” preguntó Duncan decaído y con voz quebrada. “¿Qué quieres de mí?”

Enis sonrió. Guardó silencio por un largo rato hasta que finalmente suspiró.

“Creo que mi padre deseaba algo de ti,” dijo lentamente. “Él no te habría llamado ni hubiera accedido al trato a menos que fuera así. Él te ofreció una gran victoria con los Pandesianos; y a cambio él te pidió algo. ¿Qué? ¿Qué fue? ¿Qué secreto escondía?”

Duncan lo miró con resolución y sin que ya nada le importara.

“Tu padre sí deseaba algo,” dijo restregándoselo. “Algo honorable y sagrado. Algo que sólo me pudo confiar a mí. No a su propio hijo. Ahora sé por qué.”

Enis se burló enrojeciéndose.

“Si mis hombres murieron por algo,” continuó Duncan, “fue por este honor y confianza, una que yo nunca traicionaría. Debido a esto tú nunca lo sabrás.”

El semblante de Enis se oscureció y Duncan sintió placer al ver que lo había enfurecido.

“¿Seguirás guardando los secretos de mi padre muerto, el hombre que te traicionó a ti y a tus hombres?”

me traicionaste,” lo corrigió Duncan, “él no. Él era un hombre bueno que una vez cometió un error. Pero tú, por otro lado, no eres nada. Eres una simple sombra de tu padre.”

Enis frunció el ceño. Lentamente se puso de pie y se agachó escupiendo al lado de Duncan.

“Me dirás lo que él quería,” insistió. “Qué o a quién estaba tratando de ocultar. Si lo haces, tal vez sea misericordioso y te libere. Si no, no simplemente te llevaré yo mismo a la horca, también me aseguraré de que mueras de la forma más cruel posible. La elección es tuya y no hay marcha atrás. Piénsalo bien, Duncan.”

Enis se volteó para irse, pero Duncan lo llamó.

“Te daré mi respuesta ahora si lo deseas,” replicó Duncan.

Enis se dio la vuelta con una mirada de satisfacción en su rostro.

“Elijo la muerte,” respondió él y, por primera vez, logró sonreír. “Después de todo, la muerte no es nada comparada con el honor.”

CAPÍTULO DOS

Dierdre, limpiándose el sudor de la frente mientras trabajaba en la forja, se erguió al verse sorprendida por un ruido estruendoso. Era un sonido familiar, uno que la había puesto en alerta, uno que se elevó sobre los martillos golpeando los yunques. Todos los hombres y mujeres a su alrededor también se detuvieron, bajaron sus armas incompletas y miraron hacia afuera confundidos.

Se escuchó una vez más como si fuera un trueno traído por el viento, escuchándose como si la mismísima tierra se estuviera partiendo en dos.

Después una vez más.

Dierdre finalmente lo identificó: campanas de hierro. Sonaban y creaban terror en su corazón mientras golpeaban una y otra vez haciendo eco por la ciudad. Eran campanas de advertencia, de peligro; campanas de guerra.

Toda la gente de Ur se apresuró dejando sus actividades y deseosos de ver lo que sucedía. Dierdre era la primera entre ellos junto con sus chicas, acompañadas de Marco y todos sus amigos, y salieron juntos por en medio de las calles llenas de ciudadanos consternados, todos corriendo hacia los canales para tener una mejor vista. Dierdre miraba hacia todos lados esperando ver la ciudad llena de barcos y soldados anunciados por las campanas. Pero no encontró nada.

Confundida, se dirigió a las grandes torres de vigilancia colocadas a la orilla del Mar de los Lamentos deseando poder ver mejor.

“¡Dierdre!”

Se volteó y miró a su padre y a sus hombres corriendo hacia las torres también, todos deseando tener una vista despejada hacia el mar. Las cuatro torres sonaban frenéticamente, algo que nunca había pasado antes, como si la muerte misma se acercara a la ciudad.

Dierdre se puso al lado de su padre mientras corrían, bajando calles y subiendo una serie de escalones de piedra hasta que finalmente llegaron a la cima del muro de la ciudad en la orilla del mar. Se detuvo a su lado impactada por lo que estaba frente a ella.

Era como si su peor pesadilla se hiciera realidad, algo que había deseado nunca presenciar en toda su vida: el mar completo, hasta donde alcanzaba el horizonte, estaba totalmente negro. Los barcos negros de Pandesia, tan juntos que no dejaban ver el agua, parecían extenderse por el todo el mundo. Y lo peor era que juntos se avalanzaban con fuerza amenazante sobre la ciudad.

Dierdre se quedó congelada al ver la muerte que se avecinaba. No había manera de que pudieran defenderse de una flota de tal tamaño, ni con simples cadenas ni con sus espadas. Cuando los primeros barcos llegaran a los canales, tal vez podrían ponerlos en cuello de botella y retrasarlos. Tal vez lograrían matar a cientos o incluso miles de soldados; pero no a los millones que vio delante de ella.

Dierdre sintió su corazón partirse en dos al ver que su padre y sus hombres compartían el mismo silencio de pánico en sus rostros. Su padre puso un rostro valiente frente a sus hombres, pero ella lo conocía. Podía ver el fatalismo en sus ojos, el desvanecimiento de la luz en ellos. Era claro que todos miraban a sus futuras muertes, al final de su gran y antigua ciudad.

A su lado, Marco y sus amigos miraban aterrorizados pero al mismo tiempo con resolución y, como punto a favor, ninguno de ellos se echó a correr. Ella buscó entre el mar de rostros a Alec, pero se desconcertó al no encontrarlo en ninguna parte. Se preguntaba a dónde había ido. ¿Sería acaso que había huido?

 

Dierdre se quedó firme y apretó su espada con más fuerza. Sabía que la muerte vendría por ellos; pero nunca pensó que vendría tan pronto. Pero ella ya no correría de nadie más.

Su padre se giró hacia ella y la tomó de los hombros con urgencia.

“Debes abandonar la ciudad,” le ordernó.

Dierdre vio el amor paternal en sus ojos y esto la conmovió.

“Mis hombres te acompañarán,” añadió. “Ellos pueden llevarte lejos de aquí. ¡Vete ahora! Y no me olvides.”

Dierdre tuvo que limpiarse una lágrima al ver a su padre mirarla con tanto amor; pero negó con la cabeza y se quitó las manos de encima de ella.

“No, Padre,” dijo ella. “Esta es mi ciudad y yo moriré a tu—”

Pero antes de que pudiera terminar sus palabras, una aterradora explosión llenó el aire. Al principió se confundió pensando que era otra camapana, pero después se dio cuenta; disparos de cañones. Y no sólo un cañón, sino cientos de ellos.

La onda de choque hizo que Dierdre perdiera el equilibrio, cortando por en medio de la atmósfera con tal fuerza que sintió que sus oídos se partían en dos. Entonces se olló el silbido agudo de bolas de cañón, y al mirar hacia el mar, sintió una oleada de pánico al ver cientas de inmensas bolas de cañón como calderos de hierro en el cielo que se elevaban y dirigían directamente hacia su amada ciudad.

A esto le siguió un sonido peor que el anterior: el sonido de hierro aplastado la piedra. El mismísimo aire se estremeció con una explosión tras otra. Dierdre se estremeció y cayó mientras todo a su alrededor los grandes edificios de Ur, obras maestras de arquitectura, monumentos que habían durado miles de años, eran destruidos. Estos edificios de piedra de diez pies de grosor, iglesias, torres de vigilancia, fortificaciones, murallas; todos eran despedazados por las bolas de cañón. Se desplomaron frente a sus ojos.

Entonces hubo una avalancha de escombros mientras los edificios caían uno tras otro.

El verlo era enfermizo. Mientras Dierdre rodaba en el suelo, vio una torre de piedra de cien pies empezar a caer. No pudo hacer nada más que ver como cientos de personas bajo ella gritaban aterrorizadas mientras la torre de piedra caía sobre ellas.

A esto le siguió otra explosión.

Y una más.

Y otra más.

Todo a su alrededor edificios explotaban y caían, aplastando a miles de personas en olas de grandes esocombros y polvo. Rocas rodaban por la ciudad mientras los edificios chocaban uno contra otro, derrumbándose al desplomarse sobre el suelo. Y aún así las bolas de cañón seguían viniendo, atravesando un edificio tras otro y convirtiendo esta mágnifica ciudad en un montón de escombros.

Dierdre finalmente pudo ponerse de pie. Miró confundida hacia los lados y entre las nubes de polvo vio montones de cuerpos en las calles y charcos de sangre, como si la ciudad entera hubiera sido arrasada en un instante. Volteó hacia el mar y vio a mil barcos más esperando atacar, y entonces se dio cuenta que toda su planeación había sido en vano. Ur ya estaba destruida y los barcos ni siquiera habían llegado a la orilla. ¿Ahora de qué les servirían todas esas armas y cadenas con picos?

Dierdre escuchó gemidos y vio a uno de los valientes hombres de su padre, un hombre al que ella apreciaba, morir a unos cuantos pies de ella aplastado por una pila de escombros que habría caído sobre ella si ella no hubiera tropezado y caído. Quiso ir a ayudarlo cuando el aire de nuevo se estremeció con más cañonazos.

Y después más.

A esto le siguieron los silbidos y las explosiones y los edificios derrumbándose. Los escombros se apilaron más altos y más personas murieron, mientras ella caía una vez más con un muro de piedra colapsándose a su lado y casi aplastándola.

Entonces los disparos se detuvieron y Dierdre se puso de pie. Una pared de piedra ahora bloqueaba su vista al mar, pero ella sintió que los Pandesianos ya estaban cerca de la playa y que por esto habían cesado los disparos. Había grandes nubes de polvo en el aire y, en medio del silencio aterrador, no hubo nada más que los gemidos a su alrededor. Miró a Marco a su lado que gritaba con desesperación mientras trataba de liberar el cuerpo atrapado de uno de sus amigos. Dierdre vio hacia abajo y supo que el muchacho ya estaba muerto, aplastado por un muro que antes había sido de un templo.

Se volteó recordando a las chicas y se sintió devastada al ver que varias de ellas también habían muerto. Pero tres de ellas sobrevivieron, y ahora trataban sin lograrlo de salvar a las otras.

Entonces se escuchó el grito de los Pandesianos en la playa que se abalanzaban sobre Ur. Dierdre pensó en la oferta de su padre y sabía que sus hombres todavía podrían sacarla de ahí. Sabía que quedarse aquí significaría su muerte; pero eso era lo que deseaba. No correría.

A su lado su padre, con un corte en la frente, se levantó del escombro, sacó su espada, y guio a sus hombres valientemente en un ataque. Ella se sintió orgullosa al ver que iba a encontrarse con el enemigo. Ahora sería una pelea a pie, y cientos de hombres se juntaron detrás de él con tal valentía que ella se llenó de orgullo.

Ella los siguió sacando su espada y escalando las grandes rocas delante de ella, lista para pelear a su lado. Mientras llegaba a la cima, se detuvo impactada por lo que vio frente a ella: miles de soldados Pandesianos con su armadura amarillo y azul llenaban la playa y se lanzaban sobre las pilas de escombro. Estos hombres estaban bien entrenados, bien armados y descansados; a diferencia de los hombres de su padre que apenas eran unos cuantos cientos, con armas simples y todos ya heridos.

Sabía que sería una masacre.

Pero aun así su padre no se detuvo. Ella nunca había estado tan orgullosa de él como lo estaba en este momento. Ahí estaba él, orgulloso, con sus hombres a su lado y listo para entrar en batalla aunque esto seguramente significaría su muerte. Para ella, esta era la encarnación misma del valor.

Antes de bajar, él se dio la vuelta y miró a Dierdre con una mirada de amor. Había una mirada de despedida en sus ojos, como si supiera que esta era la última vez que la miraba. Dierdre estaba confundida; su espada estaba en su mano y ella estaba lista para atacar junto a él. ¿Por qué se despedía de ella ahora?

De repente sintió unas manos fuertes que la tomaban por detrás, sintió que la jalaban hacia atrás y se volteó para ver a dos de los comandantes de confianza de su padre. Un grupo de hombres también tomaron a las otras tres chicas y a Marco y sus amigos. Ella peleó y protestó, pero fue en vano.

“¡Déjenme ir!” gritaba.

Ellos ignoraban sus protestas mientras la arrastraban, claramente siguiendo las órdenes de su padre. Alcanzó a ver por última vez a su padre antes de bajar por el montón de escombros.

“¡Padre!” gritó.

Sintió que se partía en dos. Justo cuando sentía admiración por el padre que amaba otra vez, ella estaba siendo alejada de él. Deseaba desesperadamente estar con él. Pero él ya se había ido.

Dierdre sintió cómo la arrojaban en un pequeño bote mientras los hombres inmediatamente empezaban a remar por el canal alejándose del mar. El bote giró una y otra vez por los canales dirigiéndose hacia una abertura secreta en el muro. Delante de ellos se distinguió un pequeño arco de piedra, y Dierdre inmediatamente reconoció a dónde iban: el río subterráneo. Era una corriente salvaje del otro lado del muro y esta los llevaría muy lejos de la ciudad. Saldrían a muchas millas de distancia de aquí seguros en el campo.

Todas las chicas se voltearon a verla como preguntándose qué deberían hacer. Dierdre tomó una decisión inmediata. Ella pretendió aceptar el plan para que todas ellas continuaran. Quería que todos escaparan de este lugar.

Dierdre esperó hasta el último momento y, justo antes de que entraran, saltó del bote cayendo en las aguas del canal. Para su sorpresa, Marco la miró y saltó también. Esto dejó a los dos solos flotando en el canal.

“¡Dierdre!” gritaron los hombres de su padre.

Se voltearon para tratar de tomarla, pero fue muy tarde. Lo había hecho en el momento perfecto y ellos ya estaban en las fuertes corrientes que se llevaban el bote.

Dierdre y Marco se dieron la vuelta y nadaron rápidamente hacia un bote abandonado subiéndose a este. Se sentaron escurriendo agua y se miraron el uno al otro, ambos respirando agitadamente.

Dierdre miró hacia atrás hacia el centro de Ur en donde había sido separada de su padre. Se dirigiría a ese lugar, ahí y a ninguna otra parte, incluso si esto significaba su muerte.

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