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Arena Uno. Tratantes De Esclavos

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Из серии: Trilogía De Supervivencia #1
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Y entonces oí los pasos de mi padre, alejándose. Se oyeron cada vez más y más suaves. Instantes después oí que la puerta principal se abría y se cerraba.

Y luego, nada.

Minutos más tarde – que parecían días – abrí lentamente mi puerta. Yo ya lo presentía. Él se había ido. Y me arrepentí, me hubiera gustado despedirme de él. Porque yo intuía en el fondo, que nunca iba a volver.

Mamá se sentó a la mesa de la cocina, con la cabeza entre las manos, llorando suavemente. Yo sabía que las cosas habían cambiado para siempre ese día, que nunca sería igual - que ella nunca volvería a ser la misma. Y que ni yo tampoco lo sería.

Y tuve razón. Mientras estoy aquí sentada, mirando fijamente las brasas del fuego moribundo, sintiendo mis ojos pesados, me doy cuenta de que, desde ese día, nunca nada ha sido igual.

*

Estoy de pie en nuestro viejo apartamento de Manhattan. No sé lo que estoy haciendo aquí, o cómo llegué. Nada parece tener sentido, ya que el apartamento no se parece en nada a como lo recuerdo. Está completamente vacío de mobiliario, como si nunca hubiéramos vivido en él. Soy la única que está aquí.

Repentinamente alguien toca a la puerta, y entra papá, con el uniforme completo, sosteniendo un maletín. Él tiene una mirada hueca en sus ojos, como si hubiera ido al infierno y estuviera de regreso.

"¡Papá!", trato de gritar. Pero las palabras no me salen. Miro hacia abajo y me doy cuenta de que estoy pegada al suelo, escondida detrás de una pared, y que él no me puede ver. Por mucho que me esfuerzo por liberarme, de correr hacia él, de decir su nombre, no puedo. Me veo obligada a ver con impotencia, cómo entra en el apartamento vacío, mirando a su alrededor.

"¿Brooke?", grita. "¿Estás aquí? ¿Hay alguien en casa?"

Trato de contestar de nuevo, pero no me sale la voz. Él va de una habitación a otra.

"Dije que iba a regresar", dice él. "¿Por qué nadie me esperó?"

Entonces, rompe a llorar.

Me siento desconsolada e intento llamarlo, con toda mi fuerza. Pero no importa cuánto lo intente, no me sale la voz.

Finalmente, se da vuelta y sale del apartamento, cerrando suavemente la puerta tras él. El chasquido de la manija resuena en el vacío.

"¡PAPÁ!", grité, finalmente recupero mi voz.

Pero es demasiado tarde. Sé que él se ha ido para siempre, y de alguna manera, es culpa mía.

Parpadeo, y de pronto estoy de vuelta en la montaña, en la casa de mi papá, sentada en su sillón favorito junto a la chimenea. Papá se sienta en el sofá, inclinado hacia adelante, agachando la cabeza, jugando con el cuchillo del Cuerpo de Infantería. Estoy horrorizada al darme cuenta de que la mitad de su rostro se derritió hasta el hueso; realmente puedo ver la mitad de su cráneo.

Él me mira, y yo siento miedo.

"No puedes ocultarte aquí por siempre, Brooke", dice, en un tono mesurado. "Crees que están a salvo aquí. Pero ellos vendrán por ustedes. Vete con Bree y escóndanse".

Él se pone de pie, se me acerca, me agarra por los hombros y me sacude, sus ojos ardiendo con intensidad. "¿ENTENDISTE, SOLDADO?", grita.

Desaparece, y al hacerlo, todas las puertas y ventanas se abren al mismo tiempo, en una cacofonía de cristales rotos.

Entran corriendo en nuestra una docena de tratantes de esclavos, con las armas en la mano. Visten sus uniformes distintivos, todo negro de la cabeza a los pies, con máscaras negras, y corren a cada esquina de la casa. Uno de ellos quita a Bree del sofá y se la lleva, gritando, mientras que el otro corre hasta mí, pone sus dedos en mi brazo y apunta con su pistola a mi cara.

Dispara.

Me despierto gritando, desorientada.

Siento dedos clavándose en mi brazo, y confundida entre mi estado de sueño y la realidad, estoy lista para atacar. Miro y me doy cuenta que es Bree, está ahí parada, agitando mi brazo.

Todavía estoy sentada en la silla de mi papá, y ahora la sala se inunda con la luz del sol. Bree llora desconsolada.

Parpadeo varias veces mientras trato de enderezarme, intentando orientarme. ¿Todo fue un sueño? Me había parecido tan real.

"¡Tuve una terrible pesadilla!”, Bree llora, sin soltar mi brazo.

Miro y veo que el fuego se extinguió hace mucho tiempo. Veo la luz del sol, y me doy cuenta de que debe ser ya media mañana. No puedo creer que me he quedado dormida en la silla -- nunca he hecho eso antes.

Muevo la cabeza, tratando de quitar las telarañas. Ese sueño parecía tan real, es difícil creer que no sucedió. He soñado antes con papá, muchas veces, pero nunca nada con tanta inmediatez. Me resulta difícil aceptar que él no esté todavía en la habitación conmigo, y miro de nuevo alrededor, para asegurarme.

Bree tira de mi brazo, inconsolable. Tampoco la había visto así antes.

Me arrodillo y le doy un abrazo. Ella se aferra a mí.

"¡Soñé que esos hombres malos venían y me llevaban! ¡Y tú no estabas aquí para salvarme!" Bree llora sobre mi hombro. "¡No te vayas!" suplica, histérica. "Por favor, no te vayas. ¡No me dejes!".

"No iré a ninguna parte", le digo, abrazándola con fuerza. "Shhh.... Tranquila.... No hay nada de qué preocuparse. Todo está bien".

Pero en el fondo, no puedo evitar la sensación de que todo no está bien. Por el contrario. Mi sueño realmente me inquieta, y el que Bree también haya tenido una pesadilla -- y sobre lo mismo -- no me da mucho consuelo. No creo mucho en los presagios, pero no puedo dejar de preguntarme si todo esto es una señal. Pero no oigo ningún tipo de ruido o alboroto, y si había alguien a una milla de aquí, seguramente lo sabría.

Levanto la barbilla de Bree, secándole las lágrimas. "Respira profundo", le digo.

Bree me escucha, recuperando poco a poco el aliento. Me obligo a sonreír. "Mira", le digo. "Estoy aquí. No pasa nada. Fue sólo una pesadilla. ¿De acuerdo?".

Bree asiente lentamente.

"Solamente estás muy cansada", dije. "Y tienes fiebre. Así que tuviste pesadillas. Todo va a estar bien”.

Mientras estoy ahí arrodillada, abrazando a Bree, me doy cuenta de que necesito ponerme en marcha, para subir a la montaña, explorar nuestra nueva casa, y encontrar comida. Siento un nudo en el estómago solo de pensar en darle la noticia a Bree, y cómo va a reaccionar. Claramente, no pude elegir el peor momento. ¿Cómo voy a decirle que necesito dejarla ahora? Incluso aunque sólo sea por una hora o dos. Una parte de mí quiere quedarse aquí, para cuidar de ella durante todo el día, sin embargo, también sé que tengo que ir, y mientras más pronto lo haga, más seguras estaremos. No puedo sentarme aquí todo el día sin hacer nada, esperando a que caiga la noche. Y no puedo correr el riesgo de cambiar el plan y mudarnos a la luz del día sólo por culpa de nuestras tontas pesadillas.

Suelto a Bree, quitándole el cabello de su cara, sonriendo tan dulcemente como puedo. Me armo de valor y hago la voz más fuerte y de adulto que puedo.

"Bree, necesito que me escuches", le digo. "Tengo que salir ahora, sólo por poco tiempo…"

"¡NO!", grita. "¡LO SABÍA! ¡Es como mi pesadilla! ¡Vas a dejarme! ¡Y nunca vas a volver!".

La tomo de los hombros con firmeza, tratando de consolarla.

"No es así", le digo con firmeza". Sólo tengo que salir una o dos horas. Tengo que asegurarme de que nuestra nueva casa es segura para mudarnos esta noche. Y tengo que buscar comida. Por favor, Bree, entiende. Yo te llevaría conmigo, pero estás demasiado enferma en este momento, y tienes que descansar. Estaré de vuelta en sólo unas horas. Te lo prometo. Y esta noche, subiremos juntas. ¿Y sabes cuál es la mejor parte?".

Ella me mira lentamente, sin dejar de llorar, y, finalmente, asienta con la cabeza.

"A partir de esta noche, vamos a estar ahí arriba juntas, sanas y salvas, y encenderemos la chimenea todas las noches y tendremos toda la comida que quieras. Y puedo cazar y pescar y hacer todo lo que necesito, enfrente de la cabaña. Nunca voy a tener que dejarte otra vez".

"¿Y Sasha también puede venir?" pregunta, mientras llora.

"Y Sasha, también", le digo. "Lo prometo. Por favor, confía en mí. Volveré por ti. Yo nunca te dejaría".

"¿Me lo prometes?", pregunta.

Reúno toda la solemnidad que puedo, y la veo directamente a los ojos.

"Te lo prometo", le respondo.

Bree deja de llorar lentamente y finalmente, ella asiente con la cabeza, pareciendo satisfecha.

Me rompe el corazón, pero me inclino rápidamente, le planto un beso en la frente y luego me levanto, cruzo la habitación, y salgo por la puerta. Yo sé que si me quedo tan solo un segundo más, nunca voy a tomar la decisión de irme.

Y como la puerta resuena detrás de mí, no puedo evitar tener la sensación repugnante de que nunca voy a ver a mi hermana otra vez.

T R E S

Subo la montaña en la luz brillante de la mañana, una intensa luz que brilla en la nieve. Es un universo blanco. El sol brilla con tanta fuerza, que apenas puedo ver con el resplandor. Haría lo que fuera por un par de gafas de sol, o una gorra de béisbol.

Afortunadamente hoy no hay viento, es más cálido que ayer, y mientras camino, oigo la nieve derritiéndose a mi alrededor, goteando en pequeños arroyos colina abajo y cayendo en grandes puñados de las ramas de los pinos. También, la nieve es más suave, y es más fácil caminar.

Miro por encima del hombro, inspecciono el valle que se extiendo abajo y veo que las carreteras son parcialmente visibles de nuevo en el sol de la mañana. Esto me preocupa, pero luego me reprendo a mí misma, molesta por permitirme ser alterada por los presagios. Debería ser más dura. Más racional, como papá.

 

Tengo puesta la capucha, pero conforme bajo la cabeza al viento, que se hace más fuerte mientras voy más arriba, desearía haber llevado mi nueva bufanda. Junto mis manos y las froto, deseando tener guantes también, y acelero mi velocidad al doble. Estoy resuelta a llegar allá rápidamente, inspeccionar la cabaña, buscar a ese ciervo, y regresar rápidamente con Bree. Tal vez voy a obtener también más frascos de mermelada, que animarán a Bree.

Sigo mis huellas de ayer, todavía visibles en la nieve que se derrite, y esta vez, la caminata es más fácil. En aproximadamente veinte minutos, estoy de vuelta a donde estaba el día anterior, alrededor de la meseta más alta.

Estoy segura de que estoy en el mismo lugar que ayer, pero cuando busco la cabaña, no la encuentro. Está tan bien escondida que, aunque sé dónde buscar, todavía no puedo verla. Empiezo a preguntarme si estoy en el lugar correcto. Sigo adelante, siguiendo mis huellas, hasta que llego al punto exacto donde estuve el día anterior. Estiro el cuello, y finalmente la veo. Estoy sorprendida de lo bien oculta que está, y estoy aún más animada a vivir aquí.

Me detengo y escucho. Todo está en silencio, salvo por el sonido del goteo del arroyo. Inspecciono la nieve cuidadosamente, buscando cualquier señal de huellas entrando o saliendo (además de las mías) desde ayer. No encuentro ninguna.

Me acerco a la puerta, me paro delante de la casa y giro 360 grados, explorando los bosques en todas direcciones, inspeccionando los árboles, en busca de cualquier señal de alteración, cualquier evidencia de que alguien más ha estado aquí. Me detengo durante al menos un minuto, escuchando. No hay nada. Absolutamente nada.

Finalmente, estoy satisfecha, aliviada de que este lugar sea verdaderamente nuestro, y sólo nuestro.

Abro la pesada puerta, atascada por la nieve, y una luz brillante inunda el interior. Agacho la cabeza y entro, me siento como si la viera por vez primera a la luz. Es tan pequeña y acogedora como la recuerdo. Veo que el piso tiene tablones anchos de madera originales, que parecen tener al menos cien años de antigüedad. Es tranquilo aquí. Las pequeñas ventanas abiertas a cada lado, también dejan entrar mucha luz.

Exploro la habitación a la luz, en busca de cualquier cosa que podría haber pasado por alto, pero no encuentro nada. Miro hacia abajo y encuentro la manija de la puerta de la trampilla, me arrodillo y la abro de un golpe. Se abre con un remolino de polvo, que nada en la luz del sol.

Trepo por la escalera, y esta vez, con toda la luz reflejada, tengo una visión mucho mejor del alijo que hay aquí abajo. Debe haber cientos de frascos. Veo varios frascos más de mermelada de frambuesa, y tomo dos de ellos, metiendo uno en cada bolsillo. A Bree le va a encantar esto. Lo mismo ocurrirá con Sasha.

Hago una revisión somera de los otros frascos, y veo todo tipo de alimentos: pepinillos, tomates, aceitunas, chucrut. También veo varios sabores diferentes de mermeladas, con al menos una docena de frascos cada uno. Hay aún más en la parte de atrás, pero no tengo tiempo para revisar con detenimiento. Tengo a Bree constantemente en mi mente.

Subo la escalera, cierro la puerta de la trampilla y salgo rápidamente de la cabaña, cerrando la puerta firmemente detrás de mí. Me quedo parada y contemplo mi entorno nuevamente, preparándome por si cualquier persona pudo haber estado mirando. Todavía tengo miedo de que todo esto sea demasiado bueno para ser verdad. Pero una vez más, no hay nada. Tal vez sólo me he vuelto muy nerviosa.

Me dirijo a la dirección donde vi a los ciervos, a unos treinta metros de distancia. Cuando lo encuentro, saco el cuchillo de caza de papá y lo mantengo a mi lado. Sé que es difícil que lo vea de nuevo, pero tal vez este animal, como yo, es un animal de costumbres. No hay manera de que yo sea lo suficientemente rápida como para perseguirlo, ni tengo la suficiente velocidad para abalanzarme -- ni tengo una pistola o cualquier arma de caza. Pero tengo una oportunidad, y me refiero a mi cuchillo. Siempre he estado orgullosa de mi capacidad de dar en el banco a veintisiete metros de distancia. Lanzar el cuchillo era una de mis habilidades, de las que mi papá siempre parecía estar asombrado -- por lo menos lo suficientemente impresionado como para no tratar de corregirme ni de mejorarme. En cambio, se adjudicaba el crédito, diciendo que mi talento era gracias a él. Pero, en realidad, él no podía lanzar ni medio cuchillo tan bien como yo.

Me arrodillo en el lugar en el que estuve antes, escondiéndome detrás de un árbol, mirando la meseta, con el cuchillo en la mano, esperando. Rezando. Todo lo que oigo es el sonido del viento.

Imagino lo que voy a hacer si veo al ciervo: me voy a levantar poco a poco, apuntaré, y lanzaré el cuchillo. Creo que la primera vez voy a apuntar a su ojo, pero luego decidiré apuntar a su garganta: si fallo por algunos centímetros, entonces todavía habrá una oportunidad de clavarlo en algún otro lugar. Si mis manos no están demasiado congeladas, y si tengo tino, imagino que tal vez, sólo tal vez, podré herirlo. Pero me doy cuenta de que todo es un gran "tal vez".

Los minutos pasan. Me parecen diez, veinte, treinta... El viento cesa, a continuación, vuelve a haber ráfagas, y mientras eso sucede, siento los finos copos de nieve que soplan en los árboles y caen en mi cara. A medida que pasa más tiempo, siento más frío, estoy más entumecida, y empiezo a preguntarme si esto es una mala idea. Pero siento otro dolor agudo por hambre, y sé que tengo que intentarlo. Voy a necesitar toda la proteína que pueda obtener para poder hacer esta mudanza, sobre todo si voy a empujar esa motocicleta cuesta arriba.

Después de casi una hora de espera, estoy completamente congelada. Me pregunto si debo darme por vencida y bajar la montaña. Tal vez debería mejor tratar de pescar.

Decido levantarme y caminar, hacer circular mis extremidades y mantener mis manos ágiles; si tuviera que usarlas ahora, probablemente no serían útiles. Cuando me levanto, me duelen mis rodillas y espalda por la rigidez. Empiezo a caminar en la nieve, dando pequeños pasos. Me levanto y doblo mis rodillas, tuerzo la espalda a la izquierda y a la derecha. Vuelvo a meter el cuchillo en el cinturón, y luego froto mis manos una sobre otra, soplando sobre ellas una y otra vez, tratando de recuperar la sensación.

De repente, me congelo. A lo lejos, una ramita se quiebra y presiento que hay movimiento.

Me vuelvo lentamente. Allí, sobre la cima de la colina, aparece un ciervo. Da unos pasos lentamente, con vacilación, en la nieve, levantando suavemente sus cascos y bajándolos. Baja la cabeza, mastica una hoja, y después, cuidadosamente da otro paso hacia adelante.

Mi corazón late con emoción. Rara vez siento que mi papá está conmigo, pero hoy sí. Puedo oír su voz en mi mente: Tranquila. Respira lentamente. No dejes que sepa que estás aquí. Concéntrate. Si puedo abatir a este animal, será la comida – comida de verdad -- para Bree, Sasha y para mí - durante al menos una semana. Necesitamos esto.

Necesito dar unos cuantos pasos más en el claro y para tener una mejor visión de él: es un gran ciervo, que está como a unos veintisiete metros de distancia. Me sentiría mucho más segura si estuviera parada a unos nueve metros o incluso dieciocho. No sé si puedo pegarle a esta distancia. Si hiciera más calor, y si no se moviera, entonces sí. Pero mis manos están adormecidas, el ciervo se mueve, y hay muchos árboles estorbando. No lo sé. Lo que sé es que si fallo, nunca va a volver aquí otra vez.

Espero, analizándolo, con miedo de asustarlo. Desearía que se acercara más. Pero no parece querer hacerlo.

Me pregunto qué debo hacer. Puedo atacarla, acercándome lo más que pueda, luego tirarle. Pero eso sería una estupidez: después de apenas noventa centímetros, seguramente se iría corriendo. Me pregunto si debería tratar de acercarme sigilosamente. Pero dudo que va a funcionar. Con el menor ruido, se habrá ido.

Así que me quedo allí parada, indecisa. Doy un pequeño paso hacia adelante, me posiciono para lanzar el cuchillo, en caso de que sea necesario. Y ese pequeño paso fue un error.

Una ramita se quiebra bajo mis pies, y el ciervo levanta de inmediato su cabeza y se vuelve hacia mí. Nos miramos fijamente. Sé que me ve, y que está a punto de irse corriendo. Mi corazón late con fuerza, ya que sé que es mi única oportunidad. Mi mente queda petrificada.

Entonces me lanzo a la acción. Me agacho, agarro el cuchillo, doy un gran paso hacia adelante, y haciendo uso de todas mis habilidades, me estiro hacia atrás y lo lanzo, apuntando a su garganta.

El pesado cuchillo de la Infantería de Marina de papá, da vueltas en el aire repetidamente y rezo para que no choque antes contra un árbol. Verlo dar vueltas, reflejando la luz, es una cosa hermosa. En ese mismo momento, veo al ciervo girar y comenzar a correr.

Está demasiado lejos para que yo vea exactamente lo que sucede, pero un momento más tarde, juro que escuché el sonido del cuchillo entrando en la carne. Pero él huye, y no puedo saber si está herido.

Salgo detrás de él. Llego al lugar donde estaba, y me sorprende ver la sangre de color rojo brillante en la nieve. Mi corazón palpita, me siento animada.

Sigo el rastro de sangre, corriendo, corriendo, saltando sobre las rocas, y como a unos cuarenta y cinco metros lo encuentro, ahí está, derrumbado en la nieve, acostado de lado, con las patas teniendo espasmos. Veo el cuchillo clavado sobre su cuello. Exactamente en el lugar al que yo le apunté.

El ciervo está vivo todavía, y yo no sé cómo acabar con su dolor. Puedo sentir su sufrimiento, y me siento terrible. Quiero darle una muerte rápida y sin dolor, pero no sé cómo hacerlo.

Me arrodillo y extraigo el cuchillo, luego me inclino, y con un rápido movimiento, lo deslizo profundamente en su cuello, con la esperanza de que funcione. Momentos más tarde, la sangre sale a borbotones, y unos diez segundos después, finalmente, las patas del ciervo se quedan quietas. Sus ojos dejan de moverse, también, y por último, sé que está muerto.

Me levanto, miro hacia abajo, con el cuchillo en la mano, y me siento abrumada por la culpa. Me siento salvaje después de haber matado a una hermosa criatura, tan indefensa. En este momento, me es difícil pensar en cuánto necesitábamos este alimento, en la suerte que tuve de atraparlo. Todo lo que puedo pensar es que, tan sólo unos minutos antes, estaba tan vivo como yo. Y ahora está muerto. Miro hacia él ciervo que está perfectamente inmóvil en la nieve, y no puedo evitar sentirme avergonzada.

Ese fue el momento cuando lo escuché por vez primera. Primero hice caso omiso, supuse que debí estar escuchando cosas, porque simplemente no es posible. Pero después de unos momentos, se escuchó un poco más fuerte, más claro, y supe que era real. Mi corazón comienza a latir como loco cuando reconocí el ruido. Se trata de un ruido que he oído aquí antes, sólo una vez. Es el zumbido de un motor. El motor de un auto.

Me quedo ahí parada, con asombro, paralizada como para moverme siquiera. El motor se hace más fuerte, más claro, y sé que sólo puede significar una cosa. Son los tratantes de esclavos. Nadie más se atrevería a conducir hasta lo alto, ni tendría algún motivo para hacerlo.

Corro a toda velocidad, dejando el ciervo, salgo volando por los bosques, más allá de la cabaña, colina abajo. No puedo ir lo suficientemente rápido. Pienso en Bree, sentada allí, sola en la casa, mientras los motores se hacen más y más fuertes. Trato de aumentar mi velocidad, corriendo hacia abajo de la nevada pendiente, tropezándome, con mi corazón latiendo con fuerza en la garganta.

Corro tan rápido que caigo de bruces, raspándome la rodilla y el codo, y haciendo que el viento me dejara sin aire. Lucho por volver a levantarme, notando la sangre en mi rodilla y brazo, pero no hago caso. Me obligo a correr de nuevo, y hago un esfuerzo máximo.

Resbalando y deslizándome, llego por fin a una meseta, y desde aquí, puedo ver todo el camino de la montaña a nuestra casa. Mi corazón salta en mi garganta: hay huellas claras de un auto en la nieve, que van directamente a nuestra casa. Nuestra puerta de entrada está abierta. Y lo más inquietante de todo, es que yo no oigo los ladridos de Sasha.

Corro, más y más abajo, y al hacerlo, echo un buen vistazo a los dos vehículos estacionados afuera de nuestra casa: son los coches de los tratantes de esclavos. Todo en negro, achaparrados, parecen muscle cars (coches músculo) que consumen esteroides, con enormes neumáticos y rejas en todas las ventanas. Estampado en el capó está el emblema de Arena Uno, evidente, incluso desde aquí – es un diamante con un chacal al centro. Ellos están aquí para alimentar al estadio.

 

Corro más abajo de la colina. Necesito ser más ligera. Meto la mano en mi bolsillo, saco los tarros de mermelada y les tiro al suelo. Oigo que el vidrio se rompe detrás de mí, pero no me importa. Ya nada importa más ahora.

Estoy apenas a unos noventa metros de distancia cuando veo que encienden los vehículos, comienzan a salir de mi casa. Se dirigen hacia el sinuoso camino rural. Quiero echar a llorar cuando me doy cuenta lo que ha sucedido.

Treinta segundos más tarde llego a la casa, y corro por delante de ella, hacia la carretera, con la esperanza de atraparlos. Ya sé que la casa está vacía.

Llego demasiado tarde. Las huellas de los neumáticos lo dicen todo. Cuando miro hacia abajo de la montaña, puedo verlos, a media milla de distancia y van ganando velocidad. No hay manera de que pueda atraparlos a pie.

Corro de nuevo a la casa, por si acaso, por si hay alguna remota posibilidad, de que Bree haya logrado ocultarse o por si la dejaron. Aparezco en la puerta principal abierta, y al hacerlo, me horroriza lo que veo frente a mí: hay sangre por todas partes. En el suelo está un tratante de esclavos muerto, vestido con su uniforme negro, la sangre brota de su garganta. Junto a él se encuentra Sasha, a su lado, muerta. La sangre sale de su costado, por lo que parece ser una herida de bala. Sus dientes aún están incrustados en la garganta del cadáver. Está claro lo que pasó: Sasha debió haber tratado de proteger a Bree, arremetiendo contra el hombre al entrar en la casa y alojando sus dientes en el cuello. Los otros deben haberle disparado a ella. Pero aun así, ella no lo soltó.

Corro por la casa, habitación tras habitación, gritando el nombre de Bree, escuchando mi voz desesperada. Ya no es una voz que reconozco: es la voz de una persona loca.

Pero cada puerta está abierta, y todo está vacío.

Los tratantes de esclavos se han llevado a mi hermana.

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