Soldado, Hermano, Hechicero

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Из серии: De Coronas y Gloria #5
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Soldado, Hermano, Hechicero
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SOLDADO, HERMANO, HECHICERO

(DE CORONAS Y GLORIA-LIBRO 5)

MORGAN RICE

Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

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Algunas opiniones sobre Morgan Rice

“Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan de nuevo ha conseguido producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita”.

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos

“Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más”.

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)

“Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos”.

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)

”EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico”.

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

“En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante”.

--Publishers Weekly

Libros de Morgan Rice

EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)

DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro#2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro#3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro#4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro#5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro#6)

REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro#5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro#6)

EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)

LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)

VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)

EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)

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Derechos Reservados © 2016 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Ralf Juergen Kraft, utilizada bajo licencia de istock.com.

ÍNDICE

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

 

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO UNO

Thanos se sorprendió de haber despertado. Por lo que había dicho la reina antes de que los soldados le golpearan hasta dejarlo inconsciente, esperaba que le hubieran cortado el cuello y hubieran acabado con todo.

No sabía si era bueno o no que hubieran cambiado de opinión.

Debía haber recuperado la conciencia, pues estaba mirando la sangre con la que se había cubierto el suelo de los aposentos de su padre. Podía recordar la sensación de sujetar a su padre en brazos, el que una vez fue un gran hombre parecía tan frágil como un niño. En sus sueños, sus manos estaban cubiertas de sangre.

Al despertarse parpadeó, y la luz del sol le hizo ver que aquello ya no era un sueño. Pero la sangre todavía estaba allí. Sus manos todavía estaban manchadas de rojo, y ahora Thanos no sabía qué cantidad era suya. Notaba la rigidez del hierro contra su cuerpo, pero no parecía que fueran cadenas.

Pero no podía concentrarse en aquello, y Thanos empezó a preguntarse lo brutalmente que le habían golpeado que no podía ni tener recuerdos claros. Estos lo volvieron a desmoralizar, lo llevaron a los momentos en que estaba viendo morir a su padre, sin poder hacer nada para poder parar aquello.

“Tienes que demostrar la verdad. Toda la verdad”.

Su padre había necesitado mucha fuerza para decir aquellas palabras. En aquel momento, para él fue muy importante que Thanos pudiera demostrar que era el hijo del rey. Quizás había visto una manera de enmendar el daño que había hecho en su vida. Quizás simplemente había visto el daño que Lucio podía infligir si se le daba poder de verdad.

Thanos gimió al pensar en todo aquello, la luz del sol se colaba corriendo entre sus sueños, mientras el dolor los hacía retroceder de una manera más física. Aún así, la voz de su padre se resistía a irse.

“Felldust. Encontrarás las respuestas que necesitas en Felldust. Allí es donde ella fue después de que yo…”

Incluso en sus sueños, no había conclusión a aquellas palabras excepto la mirada ausente en los ojos de su padre. Solo había el nombre de un lugar, una pista de un viaje que se lo podría explicar todo.

Si vivía lo suficiente para hacerlo.

Recuperó la conciencia, y con ella todo el peso del dolor. Thanos sentía como si cada parte de él estuviera magullada hasta el hueso. Apenas podía levantar la cabeza, pues sentía que se le podía caer a trozos por el esfuerzo. Por la experiencia sabía cómo dolían las costillas rotas, y muchos más sitios le dolían casi igual.

Los guardias que lo habían golpeado no se habían contenido por quien era. Si acaso, parecía que lo habían golpeado más fuerte justo por eso, o bien escocidos por la magnitud de su supuesta traición, o queriendo demostrar que no estaban del lado de su príncipe rebelde.

Thanos consiguió incorporarse y mirar a su alrededor. El mundo que estaba cerca de él parecía cambiar. Por un instante, pensó que era un engaño causado por el dolor, el vértigo causado por los golpes en su cabeza. Entonces se dio cuenta de que se estaba moviendo de verdad, las barras de hierro verticales le proporcionaban un punto de referencia constante mientras su movimiento hacía que el resto del mundo se balanceara.

“Una horca”, murmuró Thanos, las palabras parecían sofocantes en su garganta. “Me han colgado en una horca”.

Al volver a mirarlo lo confirmó. Estaba dentro de una jaula que tenía la forma de las que una refinada mujer noble podría usar para meter en ella un pájaro, pero esta era lo suficientemente grande para un hombre. A durar penas. Las piernas de Thanos colgaban entre las barras, aunque todavía por encima del suelo, gracias a la cadena corta que sujetaba la jaula a un palo.

Más adelante había un pequeño patio cerrado. El tipo de lugar que los nobles podrían haber usado para sus deportes, o donde los sirvientes se podrían reunir para las tareas que podrían resultar desagradables. Los desagües en los adoquines mostraban por dónde la sangre o cosas peores podían desaparecer.

En un rincón, los guardias estaban levantando un patíbulo, sin ni siquiera molestarse en mirar a Thanos. Tampoco estaban montando un simple bloque de decapitación.

Thanos se agarró con fuerza a las barras con una furia repentina. No lo iban a enjaular como a una bestia a la espera de ser sacrificada. No se iba a quedar allí mientras unos hombres se preparaban para ejecutarlo por algo que él no había hecho.

Sacudió las barras para probarlas, pero eran fuertes. Había una puerta con una cerradura fijada con una cadena, en la que cada eslabón era tan grueso como el pulgar de Thanos. La probó, en busca de algún punto débil, algún modo de escapar de los límites de la horca que lo tenía atrapado.

“¡Eh! ¡Las manos fuera de allí!” exclamó uno de los guardias, y le golpeó con un palo que crujió contra los nudillos de Thanos, provocándole un grito ahogado de dolor mientras intentaba contener la necesidad de chillar.

“Sé todo lo duro que quieras”, dijo el guardia mirando a Thanos con evidente odio. “Cuando vayamos a por ti, chillarás”.

“Todavía soy un noble”, dijo Thanos. “Tengo derecho a un juicio ante los nobles del Imperio, y a elegir cómo ser ejecutado si se diera el caso”.

Esta vez, el palo golpeó las barras, a tan solo un palmo de su cara.

“Los asesinos de reyes reciben lo que se decide para ellos”, respondió bruscamente el guardia. “¡No habrá un golpe rápido de hacha para ti, traidor!”

Thanos notaba la rabia que había allí. Rabia de verdad y lo que parecía ser una sensación de traición personal. Thanos lo entendía. Quizás aquello incluso significaba que este hombre en un principio era un buen hombre.

“Pensabas que las cosas podían cambiar, ¿verdad?” supuso Thanos. Aquel era un gran peligro que corría, pero debía hacerlo, si tenía que encontrar el modo de demostrar su inocencia.

“Pensaba que tú podías ayudar a mejorar las cosas”, confesó el hombre. “¡Pero resultó que estabas trabajando con la rebelión para matar al rey!”

“Yo no lo maté”, dijo Thanos. “Pero sé quién lo hizo. Ayúdame a salir de aquí y…”

Aquel golpe de palo le dio fuerte en sus costillas heridas y, cuando el guardia lo retiró para golpear de nuevo, Thanos intentó encontrar un modo de protegerse. Pero no podía ir a ningún lugar.

Aún así, el golpe no llegó. Thanos vio que el guardia se detuvo en el último momento, bajaba el palo y hacía una gran reverencia. Thanos intentó girarse para ver lo que estaba sucediendo y aquello hizo que su horca empezara a girar.

Cuando terminó, la Reina Athena ya estaba delante de él, vestida de riguroso luto, que daba la sensación de que era ella el verdugo. Los guardias se amontonaron a su alrededor, como si tuvieran miedo de que Thanos pudiera encontrar el modo de matarla de la misma manera que ellos pensaban que había matado al rey, a pesar de las barras de la jaula.

“¿Por qué está aquí colgado?” exigió la Reina Athena. “Pensaba que os había dicho simplemente que lo ejecutarais”.

“Con el debido respeto, su majestad”, dijo uno de los guardias, “pero no estaba despierto y lleva un tiempo preparar la ejecución que merece un traidor como este”.

“¿Qué tenéis pensado?” preguntó la reina.

“Íbamos a colgarlo solo a medias, sacarle las entrañas y ponerlo en la rueda para acabar con él. No podíamos darle una muerte rápida después de todo lo que ha hecho”.

Thanos vio que la reina lo pensó por un instante y después asintió. “Puede que tengáis razón. ¿Ha confesado ya sus crímenes?”

“No, su majestad. Incluso asegura que no lo hizo”.

Thanos vio que la reina negaba con la cabeza. “Eso es ridículo. Lo encontraron encima del cuerpo de mi marido. Deseo hablar con él, a solas”.

“Su majestad, está completamente…”

“A solas, he dicho”. La mirada fulminante de la Reina Athena fue suficiente para que incluso Thanos sintiera un instante de pena por el hombre. “Está suficientemente seguro dentro de esta jaula. Apresuraos con el trabajo en el patíbulo. ¡Quiero al hombre que mató a mi marido muerto!”

Thanos observó que los guardias se retiraban, bien lejos de él y de la reina. Sin duda, lejos a una distancia en la que pudieran escuchar. Thanos no tenía ninguna duda de que era intencionado.

“Yo no maté al rey”, insistió Thanos, aunque imaginaba que aquello no cambiaría para nada su situación. Sin pruebas, ¿cómo iba alguien a creerle, mucho menos la reina, a la que nunca le había gustado?

Por un instante, el gesto de la reina se quedó fijo. Thanos vio que miraba a su alrededor, casi furtivamente, como preocupada por la posibilidad de que la escucharan. En aquel instante, Thanos lo comprendió.

“Ya lo sabe, ¿verdad?” dijo Thanos. “Sabe que yo no lo hice”.

“¿Cómo iba yo a saber una cosa así?” preguntó la Reina Athena, pero su voz tenía un tono nervioso. “Te atrapamos con la sangre de mi querido esposo en tus manos, encima de su cuerpo”.

“Querido”, repitió Thanos. “Solo se casó con el rey por un pacto político”.

Thanos vio que la reina apretaba las manos contra el corazón. “¿Y no puede ser que acabáramos amándonos?”

Thanos negó con la cabeza. “Usted nunca amó a mi padre. Solo amó el poder que le otorgaba ser la esposa de un rey”.

“¿Tu padre?” dijo la Reina Athena. “Parece ser que sabes más de lo que deberías, Thanos. A Claudio le dio muchos problemas esconderlo. Probablemente ya está bien que vayas a morir por esto”.

“Por algo que hizo Lucio”, replicó Thanos.

“Sí, por algo que hizo Lucio”, respondió la Reina Athena, con la ira dibujada en su rostro. “¿Piensas que puedes decirme algo de mi hijo que me sorprenda? ¿Incluso esto? ¡Es mi hijo!”

Thanos notó la actitud protectora, dura y sólida como el hierro. En aquel instante, se puso a pensar en el hijo que nunca tendría con Estefanía, y lo protector que hubiera sido con su hijo o hija. Quería pensar que hubiera hecho todo lo posible por su hijo, pero mirando a la Reina Athena sabía que aquello no era cierto. Había ciertos límites que incluso un padre no podía pasar.

“¿Y qué pasa con todos los demás?” replicó Thanos. “¿Qué harán cuando lo descubran?”

“¿Y cómo van a saberlo?” preguntó la Reina Athena. “¿Vas a gritárselo tú ahora? Adelante. Que todo el mundo oiga al traidor que está dentro de la jaula asegurando que, a pesar de que lo encontraron encima de su padre asesinado, fue su hermano quien llevó a cabo el acto. ¿Crees que alguien te creerá?”

Thanos ya conocía la respuesta a aquello. El simple hecho de donde estaba se lo decía. Para cualquiera que tuviera poder en el Imperio, él ya era un traidor, y había entrado a hurtadillas en el castillo. No, si intentaba decirles la verdad, nunca la creerían.

Entonces supo que, a no ser que escapara, moriría aquí. Moriría, y Lucio se convertiría en rey. Lo que sucedería después de esto sería una pesadilla. Debía encontrar el modo de detener aquello.

Seguramente la Reina Athena podría ver lo mal que irían las cosas. Solo tenía que hacérselo entender.

“¿Qué cree que sucederá cuando Lucio sea rey?” preguntó Thanos. “¿Qué piensa que hará?”

Vio que Athena sonreía. “Creo que hará lo que sugiera su madre. Lucio nunca ha tenido mucho tiempo para… los detalles aburridos de su papel. De hecho, probablemente debería agradecértelo, Thanos. Claudio era demasiado terco. Nunca me escuchó cuando debería haberlo hecho. Lucio será más dócil”.

“Si piensa esto”, dijo Thanos, “está tan loca como él. Ha visto lo que Lucio le hizo a su padre. ¿Cree que ser su madre la mantendrá a salvo?”

“El poder es la única seguridad que existe”, respondió la Reina Athena. “Y tú no estarás allí para verlo, pase lo que pase. Cuando el patíbulo esté acabado, morirás, Thanos. Adiós”.

Se dio la vuelta para irse y, mientras lo hacía, en lo único que podía pensar Thanos era en Lucio. En que fuera coronado. En cómo se había comportado Lucio en la aldea que Thanos salvó. En cómo debía haber estadoLucio cuando mató a su padre.

Me liberaré, se prometió Thanos a sí mismo. Escaparé y mataré a Lucio.

CAPÍTULO DOS

Ceres salió del Stade a hombros de la multitud, a la luz del sol, y su corazón rebosaba. Observó las consecuencias de la batalla y, al hacerlo, un oleaje de emociones luchaba en su interior por captar su atención.

 

Evidentemente, estaba la alegría por la victoria. Escuchaba a la multitud gritando su victoria mientras salían a raudales del Stade, los rebeldes de Haylon junto a los combatientes, lo que quedaba de las fuerzas de Lord West, y la gente de la ciudad.

Había alivio porque su intento desesperado por salvar a los combatientes de la última Matanza de Lucio había sido un éxito, y porque finalmente había acabado.

También había alivios más grandes. Ceres examinó la multitud hasta encontrar a su hermano y a su padre, juntos cogidos del brazo con un grupo de rebeldes. Quería ir corriendo hacia ellos y asegurarse de que estaban bien, pero la multitud estaba decidida a llevarla hasta el centro del pueblo. Tenía que consolarse con el hecho que parecían estar ilesos, caminando juntos y gritando de alegría junto a los demás. Era increíble que aún pudieran gritar. Muchas de estas personas habían querido morir para detener la tiranía demoledora del Imperio. Muchos lo habían hecho.

Aquello trajo una última emoción: tristeza. Tristeza porque todo todo aquello había sido necesario, y porque tantos tuvieron que morir en ambos bandos. Veía los cuerpos en las calles allí donde había habido choques entre los rebeldes y los soldados. La mayoría llevaban el rojo del Imperio, pero eso no hacía que fuera mejor. Muchos eran gente normal, reclutados contra su voluntad, o hombres que se unieron porque aquello era mejor que una vida de pobreza y sumisión. Y ahora yacían muertos, mirando hacia el cielo con unos ojos que nunca más volverían a ver nada.

Ceres notaba el calor de la sangre sobre su piel, secándose ya con la temperatura del sol. ¿A cuántos hombres había matado hoy? En algún lugar de la batalla interminable, había perdido la cuenta. Solo estaba la necesidad de continuar, de seguir luchando, porque detenerse significaba morir. Estaba atrapada en la corriente fluida de la batalla, llevada por su energía, con su propia energía latiendo en su interior.

“A todos ellos”, dijo Ceres.

Los había matado a todos ellos, aunque no lo hubiera hecho con sus propias manos. Ella había sido la que convenció a la gente de las gradas para que no aceptaran la idea de paz del Imperio. Ella había sido la que convenció a los hombres de Lord West para que asaltaran la ciudad. Echó una mirada a los muertos, decidida a recordarlos a ellos y lo que su victoria había costado.

Incluso la ciudad mostraba cicatrices de violencia: puertas rotas, los restos de las barricadas. Pero también se iban desplegando señales de alegría: la gente que salía a las calles, uniéndose a la multitud que fluía por ellas en un mar de humanidad.

Era difícil escuchar algo por encima de los gritos de la humanidad pero, en la distancia, a Ceres le parecía escuchar que los ruidos del combate continuaban. Una parte de ella deseaba dirigirse hacia allí y encargarse de ello, pero una parte más grande quería poner fin a aquello antes de que se descontrolara. La verdad era que en aquel instante estaba demasiado agotada para aquello. Le daba la sensación de que había estado luchando siempre. Si la multitud no la hubiera llevado, Ceres sospechaba que podría haberse desplomado.

Cuando por fin la bajaron en la plaza principal, Ceres se puso a buscar a su hermano y a su padre. Se abrió camino hacia ellos con esfuerzo, y pudo llegar a ellos porque la gente se apartaba con respeto para dejarla pasar.

Ceres los abrazó a los dos.

No dijeron nada. Su silencio, el sentimiento que había en su abrazo, lo decía todo. Todos habían sobrevivido, de algún modo, como una familia. Y la ausencia de sus hermanos muertos se sentía profundamente.

Ceres deseaba poderse quedar así para siempre. Permanecer a salvo con su hermano y su padre, y dejar que toda esta revolución siguiera su curso. Pero mientras estaba allí junto a dos de las personas que más le importaban del mundo, se dio cuenta de algo más.

La gente la estaba mirando.

Ceres imaginaba que no era tan raro después de todo lo que había sucedido. Era la que había estado en el centro de la lucha y, ahora mismo, entre la sangre, el barro y el agotamiento probablemente tenía el aspecto de un monstruo salido de alguna leyenda. Sin embargo, no parecía que era aquello lo que la gente miraba fijamente.

No, estaban mirando como si esperaran que les dijeran qué debían hacer a continuación.

Ceres vio unas figuras que se abrían camino entre la multitud. Reconoció a uno como Akila, el hombre nervudo y musculoso que había estado a la cabeza de la última ola de rebeldes. Otros llevaban los colores de los hombres de Lord West. Por lo menos había un combatiente allí, un hombre grande que llevaba un par de piquetas, que parecía estar ignorando varias heridas.

“Ceres”, dijo Akila, “los soldados imperiales que faltan, o bien se han retirado al castillo o bien han empezado a buscar maneras de salir de la ciudad. Mis hombres han seguido a los que podían, pero no conocen esta ciudad lo suficiente, y… bien, existe el peligro de que la gente lo malinterprete”.

Ceres lo comprendía. Si los hombres de Akila fueran a la caza de los soldados que huían por Delos, existía el peligro que los vieran como invasores. Aunque no lo fueran, podían tenderles una emboscada, dividirlos y derribarlos.

Aún así se hacía extraño que tanta gente fuera hasta ella en busca de respuestas. Miró a su alrededor, en busca de ayuda, pues debía haber alguien por allí mejor calificado para hacerse cargo de lo que ella estaba. Ceres no quería asumir que debía hacerse cargo solo porque su linaje le proporcionaba un vínculo con el pasado de los Antiguos de Delos.

“¿Ahora quién está al cargo de la rebelión?” exclamó Ceres. “¿Sobrevivió alguno de los líderes?”

A su alrededor, veía que la gente extendía las manos y negaba con la cabeza. No lo sabían. Evidentemente no lo sabían. No habían visto más de lo que Ceres había visto. Ceres conocía la parte que importaba: Anka había desaparecido, asesinada por los verdugos de Lucio. Probablemente, la mayoría de los otros líderes también estaban muertos. O eso, o estaban escondidos.

“¿Qué sabéis del primo de Lord West, Nyel?” preguntó Ceres.

“Lord Nyel no nos acompañó durante el ataque”, dijo uno de los antiguos hombres de Lord West.

“No”, dijo Ceres, “imagino que no lo haría”.

Quizás era bueno que no estuviera allí. Los rebeldes y la gente de Delos hubieran sido cautos con un noble como Lord West, dado todo lo que representaba, y él había sido un hombre valiente y honesto. Su primo no había sido ni la mitad de hombre que él.

No les preguntó a los combatientes si tenían un líder. No eran este tipo de hombre. Ceres los había llegado a conocer a cada uno de ellos en las arenas de entrenamiento para el Stade, y sabía que si bien cada uno de ellos valía una docena más de hombres normales, no eran capaces de dirigir algo así.

Se quedó mirando a Akila. Era evidente que era un líder, y sus hombres claramente seguían su ejemplo. Sin embargo, parecía que estuviera buscando que ella diera las órdenes aquí.

Ceres sintió la mano de su padre sobre el hombro.

“Te preguntas por qué deberían escucharte”, supuso, y se acercó mucho a la cuestión.

“No deberían seguirme solo porque resulta que tengo la sangre de los Antiguos”, respondió Ceres en voz baja. “¿Quién soy yo, realmente? ¿Cómo puedo esperar dirigirlos?”

Vio que su padre sonreía ante aquello.

“No quieren seguirte solo por quiénes son tus ancestros. A Lucio no lo seguirían si ese fuera el caso”.

Su padre escupió al suelo como para enfatizar lo que pensaba sobre eso.

Sartes asintió.

“Nuestro Padre tiene razón, Ceres”, dijo. “Te siguen por todo lo que has hecho. Por quien tú eres”.

Pensó en ello.

“Debes reunirlos”, añadió su padre. “Tienes que hacerlo ahora”.

Ceres sabía que tenían razón, pero aún así era difícil ponerse en medio de tanta gente sabiendo que estaban esperando a que ella tomara una decisión. Pero, ¿qué sucedía si no lo hacía? ¿Qué sucedía si obligaba a uno de los demás a ponerse al mando?

Ceres podía adivinar la respuesta. Notaba la energía de la multitud, por ahora reprimida, pero allí al fin y al cabo, como rescoldos ardientes a punto de estallar en un fuego incontrolable. Sin una dirección, aquello significaría saquear la ciudad, más muerte, más destrucción, y quizás incluso la derrota si las facciones que allí había estaban en desacuerdo.

No, no podía permitir eso, incluso aunque todavía no estuviera segura de que lo pudiera hacer.

“¡Hermanos y hermanas!” exclamó y, ante su sorpresa, la multitud que la rodeaba se quedó en silencio.

Ahora la atención hacia ella parecía total, incluso comparada con lo que había sucedido antes.

“¡Hemos ganado una gran victoria, todos nosotros!” ¡Todos vosotros! ¡Os enfrentasteis al Imperio, y arrancasteis la victoria de las mandíbulas de la muerte!”

La multitud aclamó, y Ceres miró a su alrededor, permitiéndose un momento para asimilarlo.

“Pero no es suficiente”, continuó. “Sí, ahora podríamos irnos a casa y hubiéramos conseguido mucho. Incluso podríamos estar a salvo durante un tiempo. Pero, al final, el Imperio y sus gobernantes vendrían a por nosotros, o a por nuestros hijos. Volveríamos a lo que había, o a algo peor. ¡Debemos acabar con esto, de una vez por todas!”

“¿Y cómo vamos a hacerlo?” exclamó una voz entre la multitud.

“Tomamos el castillo”, respondió Ceres. “Tomamos Delos. Y nos la hacemos nuestra. Capturamos a la realeza y paramos su crueldad. Akila, ¿vosotros vinisteis aquí por mar?”

“Así es”, dijo el líder rebelde.

“Entonces, tú y tus hombres id hacia el puerto y aseguraos de que lo tenemos controlado. No quiero que los imperiales se escapen para ir a buscar un ejército para atacarnos, o que una flota se cuele y se nos eche encima”.

Vio que Akila decía que sí con la cabeza.

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