Бесплатно

Arena Uno. Tratantes De Esclavos

Текст
Из серии: Trilogía De Supervivencia #1
0
Отзывы
iOSAndroidWindows Phone
Куда отправить ссылку на приложение?
Не закрывайте это окно, пока не введёте код в мобильном устройстве
ПовторитьСсылка отправлена
Отметить прочитанной
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

Viro a la izquierda, hacia el parque junto al mar, ahora cubierto de maleza. Lo que queda de un letrero que dice: "Desembarcadero del Holandés". El aparcadero sobresale hacia el río, y la única cosa que separa el camino, del agua, son algunos cantos rodados con espacios entre ellos. Mi objetivo es uno de esos espacios vacíos, bajo la visera, y acelero la moto todo lo que puedo. Es ahora o nunca. Ya puedo sentir mi corazón acelerado.

Ben debe darse cuenta de lo que estoy haciendo. Se sienta erguido, agarrando los costados de la moto, lleno de pánico.

"¡DETENTE!", grita. "¿Qué estás haciendo?"

Pero no voy a parar. Se unió a este viaje, y no hay vuelta atrás. Le ofrecería a dejarlo salir, pero no queda más tiempo que perder, además de que si me detuviera, no podría reunir el valor de nuevo para hacer lo que estoy a punto de hacer.

Compruebo el velocímetro: 90... ||0... 125....

"¡NOS VAS A HACER CAER DIRECTAMENTE AL RÍO!", grita.

"¡ESTÁ CUBIERTO DE HIELO!" le contesto a gritos.

"¡EL HIELO NO VA A SOPORTARNOS!", vuelve a gritar.

145... 160... 175....

"¡YA LO VEREMOS!", respondo.

Él tiene razón. El hielo podría no sostenernos. Pero no veo otra manera. Tengo que cruzar ese río, y no tengo más ideas.

190... 210... 225....

El río se acerca a nosotros rápidamente.

"¡DÉJAME BAJAR!", grita desesperado.

Pero no hay tiempo. Él sabía a lo que venía.

Acelero una última vez.

Y entonces nuestro mundo se torna blanco.

S E I S

Conduzco la moto en el estrecho espacio entre las rocas, y de repente, salimos volando. Por un segundo, estamos en el aire, y me pregunto si el hielo nos puede contener cuando caigamos sobre él, o si vamos a estrellarnos y caer en picada en el agua helada, yendo a una muerte segura y brutal.

Un segundo después, todo mi cuerpo se sacude, como si hubiéramos pegado en algo duro.

Hielo.

Caímos a 225 kph, más rápido de lo que podría imaginar, y al aterrizar, pierdo el control. Los neumáticos no pueden ganar fuerza, y mi forma de conducir es de un deslizamiento controlado; hago mi mejor esfuerzo para simplemente dirigir el manillar, que se bambolea incontroladamente. Pero, para mi sorpresa y alivio, al menos, el hielo nos soporta. Volamos a través de la capa sólida de hielo que es el río Hudson, virando a la izquierda y a la derecha, pero al menos en la dirección correcta. Al hacerlo, le pido a Dios que el hielo nos sostenga.

De repente oigo el horrible ruido detrás de mí, de grietas de hielo, incluso más fuerte que el rugido del motor. Veo por encima de mi hombro y se forma una enorme fractura, siguiendo el rastro de nuestra moto. El río se abre justo detrás de nosotros. Lo único que nos salva es que vamos tan rápido que la grieta no nos puede alcanzar, siempre treinta centímetros detrás. Si nuestro motor y los neumáticos pueden sostenernos durante unos segundos más, tal vez, sólo tal vez, podremos ganarle la carrera a él.

"¡DE PRISA!" grita Ben, con los ojos muy abiertos por el miedo, mientras mira por encima del hombro.

Acelero tan rápido como me es posible, llegando a 240 kph. Estamos a veintisiete metros de distancia de la orilla opuesta, y nos acercamos.

¡Vamos, vamos! pienso. Sólo unos metros más.

De repente hay un estrépito tremendo y todo mi cuerpo se sacude hacia adelante y hacia atrás. Ben gime de dolor. Mi mundo entero tiembla y gira, y es entonces que me doy cuenta de que hemos llegado a la orilla opuesta. Lo hicimos a 240 kph, golpeando con fuerza la empinada orilla, que lesiona bruscamente nuestras cabezas con el impacto. Pero después de unos cuantos golpes violentos salimos de la orilla.

Lo logramos. Estamos de vuelta en tierra firme.

Detrás de nosotros, el río está completamente dividido, partido en dos, el agua se derrama sobre el hielo. Yo no creo que podríamos haberlo hecho una segunda vez.

No hay tiempo para pensar en eso ahora. Trato de recuperar el control de la moto otra vez, para bajar la velocidad, ya que vamos más rápido de lo que quisiera. Pero la moto sigue luchando contra mí, sus neumáticos todavía tratan de ganar fuerza - y de repente conducimos por algo increíblemente duro y disparejo, que hace que mi mandíbula choque contra mis dientes.

Miro hacia abajo: las vías del tren. Lo había olvidado. Todavía hay vías de tren antiguas aquí, justo a lo largo del río, de cuando los trenes pasaban por aquí. Las golpeamos con fuerza mientras cruzamos el río, y al saltarlas, la motocicleta se mueve violentamente, casi pierdo el asimiento de los manillares. Sorprendentemente, los neumáticos siguen aguantando, y cruzamos las vías en un camino rural, que corre paralelo al río. Por fin soy capaz de desacelerar la moto, descendiendo a 110 kph. Pasamos por el casco oxidado de un viejo y enorme tren, parado a un lado, quemado, y yo giro bruscamente a la izquierda, en un camino rural con un viejo cartel que dice:” Greendale". Se trata de un camino rural estrecho, con un fuerte ascenso cuesta arriba, lejos del río.

Perdemos velocidad mientras conducimos hacia arriba. Ruego por que la moto logre andar en la nieve y no se deslice hacia abajo. Acelero más cuando baja la velocidad. Vamos a unos 20 kilómetros por hora, cuando por fin, dejamos la cima de la colina. Nos nivelamos en terreno plano, y yo gano velocidad de nuevo, ya que volamos por este camino estrecho, que nos lleva alternativamente a través de los bosques, después a tierras de cultivo y luego otra vez a los bosques, y luego pasamos un viejo y abandonado cuartel de bomberos. Continúa, bajando y subiendo, serpenteando, llevándonos hacia casas de campo abandonadas, hacia rebaños ​​de ciervos y bandadas de gansos, incluso por un pequeño puente del condado, que atraviesa un arroyo.

Finalmente, se une con otro camino, el Camino de la Iglesia, bien llamado, a medida que pasamos por los restos de una enorme iglesia metodista a nuestra izquierda y su cementerio contiguo — que por supuesto, sigue intacta.

Sólo hay una forma en que los tratantes de esclavos puedan irse. Si quieren el Taconic, que debe ser así, entonces no hay manera de llegar allí sin tomar la Ruta 9. Se dirigen de norte a sur – y nosotros vamos del Oeste al Este. Mi plan es atajarlos. Y ahora, por fin, yo tengo la ventaja. Crucé el río que está como a un kilómetro y medio más al sur que ellos. Si puedo ir lo suficientemente rápido, puedo tomar la delantera. Finalmente, me siento optimista. Puedo atajarlos - y jamás se lo esperaban. Voy a golpearlos de manera perpendicular y tal vez pueda sacarlos.

Acelero la moto de nuevo, haciéndola llegar a 225 kph.

"¿ADÓNDE VAS?", grita Ben.

Él todavía se ve conmocionado, pero no tengo tiempo para explicarlo: a lo lejos, de repente descubro sus coches. Están exactamente donde pensé que estarían. Ellos no me ven llegar. No ven que estoy prevista para hacerlos trizas.

Sus coches andan en una sola fila, a dieciocho metros de espacio entre ellos, y me doy cuenta de que no los puedo sacar a los dos. Voy a tener que elegir a uno. Decido que mi objetivo sea el que está adelante: si puedo sacarlo de la carretera, tal vez hará que el que está detrás de él pise el freno, derrape y choque también. Es un plan arriesgado: el impacto puede muy bien matarnos. Pero yo no veo otro camino. No puedo pedirles que se detengan. Sólo ruego que, si tengo éxito, Bree sobreviva al choque.

Aumento mi velocidad, acercándome a ellos. Estoy a unos noventa metros de distancia... después a 45… después a 27....

Finalmente, Ben se da cuenta de lo que estoy a punto de hacer.

"¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?!", grita, y puedo escuchar el miedo en su voz. “¡VAS A CHOCAR CONTRA ELLOS!".

Finalmente lo entiende. Eso es justamente lo que espero hacer.

Acelero una última vez, llegando a 240 kph, y apenas puedo respirar al ir a toda velocidad por la carretera rural. Segundos después, volamos por la Ruta 9 — y chocamos directamente sobre el primer vehículo. Es un choque perfecto.

El impacto es tremendo. Siento el choque de metal contra metal, siento que mi cuerpo se sacude, y

después siento que salgo volando de la moto por el aire. Veo un mundo de estrellas al ir volando,

me doy cuenta de que esto es lo que se siente morir.

S I E T E

Vuelo por los aires, de cabeza, y finalmente, siento que caigo en la nieve, el impacto aplasta mis costillas y me deja sin respiración. Voy dando volteretas una y otra vez. Ruedo y ruedo, incapaz de parar, golpeándome y magullándome en todas direcciones. El casco está todavía sujeto a mi cabeza, y doy gracias por ello ya que siento que mi cabeza se pega contra las piedras en el suelo. Detrás de mí, está el fuerte sonido del metal estrellándose.

Me quedé allí tirada, congelada, preguntándome qué fue lo que hice. Por un momento, soy incapaz de moverme. Pero entonces pienso en Bree, y me obligo a hacerlo. Poco a poco, muevo mi pierna, y luego levanto un brazo, probándolo. Al hacerlo, siento un dolor insoportable en mis costillas, lo suficiente como para dejarme sin aliento. Me rompí una de ellas. Haciendo un esfuerzo supremo, logro ponerme de costado. Levanto mi visera, e inspecciono la escena.

Golpeé el primer coche con tanta fuerza que lo derribé en un costado; quedó ahí tirado, girando las ruedas. El otro vehículo derrapó, pero todavía está de pie, en la zanja que está a un lado de la carretera, a unos cuarenta y cinco metros delante de nosotros. Ben se encuentra todavía en el sidecar, no puedo decir si está muerto o vivo. Parece que soy la primera en recuperar la conciencia. No parece haber ninguna otra señal de vida.

 

No pierdo tiempo. Me siento más adolorida que nunca, como si hubiera sido atropellada por un tractocamión -- ​​pero pienso una vez más en Bree, y de alguna manera reúno la energía para moverme. Tengo la ventaja ahora, mientras los demás se están recuperando.

Cojeando, sintiendo un dolor punzante en mis costillas, llego renqueando al coche volcado. Rezo para que Bree esté ahí, que está ilesa, y que puedo sacarla de aquí, de alguna manera. Me agacho y saco la pistola mientras me acerco, sosteniéndola con cautela frente a mí.

Miro dentro y veo que ambos tratantes de esclavos se desplomaron en sus asientos, y están cubiertos de sangre. Los ojos de uno están abiertos, claramente está muerto. El otro parece haber muerto también. Reviso rápidamente los asientos traseros, con la esperanza de ver a Bree.

Pero ella no está allí. En lugar de ello, encuentro a otros dos adolescentes -- un chico y una chica. Están ahí sentados, congelados por el miedo. No puedo creerlo. Golpeé al coche equivocado.

Miro inmediatamente al coche en el horizonte, el de la zanja, y al hacerlo, de repente acelera el motor y giran sus neumáticos. Está tratando de escapar. Empiezo a correr hacia él, para alcanzarlo antes de que se retire. Mi corazón palpita en mi garganta, sabiendo que Bree está ahí, apenas a cuarenta y cinco metros de distancia.

Justo cuando estoy a punto de entrar en acción, de repente escucho una voz.

"¡AUXILIO!".

Inspecciono y veo a Ben, sentado en el sidecar, tratando de salir. Las llamas se están extendiendo en la moto, detrás del tanque de combustible. Mi moto está en llamas. Y Ben está atascado. Me quedo ahí parada, desgarrada, mirando hacia atrás y hacia adelante entre Ben y el coche que tiene a mi hermana. Tengo que ir a rescatarla. Pero al mismo tiempo, no puedo dejarlo morir. No de esta manera.

Furiosa, corro hacia él. Lo agarro, sintiendo el calor de las llamas detrás de él, y tiro de él, tratando de sacarlo. Pero el metal del sidecar se ha doblado sobre sus piernas, atrapándolo. Él trata de ayudarme también, y lo jalo, una y otra vez; las llamas crecen más alto. Estoy sudando, gruñendo, mientras jalo con toda mi fuerza. Finalmente, lo saco a tirones. En cuanto lo saco, la motocicleta estalla.

O C H O

La explosión nos hace volar por el aire a los dos, y aterrizo con gran fuerza sobre mi espalda en la nieve. Por tercera vez esta mañana, quedo sin respiración.

Levanto la vista hacia el cielo, veo estrellas, tratando de aclarar mi cabeza. Todavía puedo sentir el calor en mi cara por la fuerza de las llamas, y mis oídos zumban del ruido.

Mientras lucho por levantarme, siento un dolor punzante en mi brazo derecho. Inspecciono y veo que un pequeño trozo de metralla está pegando con el borde de mi bíceps, que es como de cinco centímetros de largo, es un trozo de metal retorcido. Me duele como loco.

Me estiro y sin pensarlo, con un movimiento rápido agarro el borde del metal, aprieto los dientes y tiro de él. Por un momento, estoy en el peor dolor de mi vida, ya que el metal atraviesa completamente por el otro lado de mi brazo. La sangre corre por mi brazo y cae a la nieve, manchando mi abrigo.

Rápidamente me quito una de las mangas de la chaqueta y veo sangre en mi blusa. Arranco un trozo con los dientes y tomo una tira de tela y la ato con fuerza sobre la herida, y a continuación, me pongo nuevamente mi abrigo. Espero que eso detenga el flujo de sangre. Me las arreglo para sentarme, y al echar un vistazo, noto que lo que una vez fue la moto de papá ahora es sólo un montón de metal que no sirve para nada y que está en llamas. Ahora estamos atascados.

Miro a Ben. Él me mira aturdido también, sobre sus manos y rodillas, respirando con dificultad, con las mejillas negras por el hollín. Pero por lo menos, él está vivo.

Oigo el rugido de un motor y echo un vistazo y, a lo lejos, el otro coche ha tomado velocidad. Ya está arrancando hacia la carretera, ganando velocidad, con mi hermana en el interior. Estoy furiosa con Ben porque él me hizo perderla. Tengo que atraparlos.

Me vuelvo al coche del tratante de esclavos que está frente a mí, todavía de costado, y me pregunto si podrá caminar. Corro hacia él, decidida a intentarlo.

Lo empujo con toda mi fuerza, tratando de ponerlo de pie. Pero es demasiado pesado, apenas se balancea.

"¡Ayúdame!", le grito a Ben.

Se levanta y se apresura a ir a mi lado, cojeando. Se posiciona junto a mí, y juntos, empujamos con todas las ganas. El coche es más pesado de lo que imagino, sobrecargado con todas sus barras de hierro. Se balancea más y más, y finalmente, después de un gran tirón, lo ponemos de nuevo sobre las cuatro ruedas. Aterriza en la nieve con un estruendo.

No pierden el tiempo. Abro la puerta del lado del conductor, metro la mano, agarro al conductor muerto por la camisa, con las dos manos, y lo saco del asiento. Su torso está cubierto de sangre, y mis manos se ponen rojas cuando lo lanzo a la nieve.

Me inclino y examino al tratante de esclavos en el asiento del copiloto. Su rostro también está cubierto de sangre, pero no estoy segura si está muerto. De hecho, al mirar más de cerca, detecto algún signo de movimiento. Se mueve en su asiento. Está vivo.

Me inclino en el auto y lo tomo por la camisa, con el puño apretado. Pongo mi arma sobre su cabeza y lo sacudo con fuerza. Finalmente, abre los ojos. Parpadea, desorientado.

Supongo que los otros tratantes de esclavos van a la Arena Uno. Pero nos llevan tanta ventaja, que necesito saberlo con seguridad. Me acerco más.

Se vuelve y me mira, y por un momento quedo asombrada; la mitad de su cara se derritió. Es una vieja herida, no del accidente, lo que significa que debe ser una Biovíctima. He oído rumores de estas personas, pero nunca había visto uno. Cuando lanzaron las cargas nucleares en las ciudades, los pocos que sobrevivieron a un ataque directo, llevan cicatrices y se rumora que son más sádicos y agresivos que los otros. Los llamamos Locos.

Tengo que tener más cuidado con éste. Aprieto mis manos en el arma. "¿A dónde se la llevaron?", le exijo contestarme, con mis dientes apretados.

Voltea a verme, con la mirada perdida, como si tratara de comprender. Pero estoy segura de que me está entendiendo.

Pongo el cañón sobre su mejilla, haciéndole saber que estoy hablando en serio. Y así es. Cada momento que pasa es valioso, y puedo sentir que Bree se aleja de mí cada vez más.

“Pregunté que adónde se la llevaron".

Finalmente, abre sus ojos y parece tener miedo. Creo que entiende el mensaje.

"A la Arena”, dice finalmente, con voz rasposa.

Mi corazón palpita, se confirman mis peores temores.

"¿A cuál?", pregunto.

Rezo para que no diga a la Arena Uno.

Hace una pausa, y puedo ver que está debatiendo entre decírmelo o no. Aprieto la pistola contra su pómulo.

“¡Dímelo ahora o te mueres!" le grito, sorprendida por la ira en mi voz.

Finalmente, después de una larga pausa, él responde: "A la Arena Uno".

Mi corazón late, mis peores temores se confirman. A la Arena Uno. Manhattan. Se rumora que es la peor de todas ellas. Eso sólo puede significar una cosa: una muerte segura para Bree.

Siento mucha rabia hacia este hombre, este desgraciado, este tratante de esclavos, de lo peor de la sociedad, que ha venido hasta aquí para secuestrar a mi hermana, y Dios sabe a quiénes más, para alimentar la máquina, sólo para que los demás puedan ver a personas indefensas que se matan entre ellos. Todas esas muertes sin sentido, sólo para su propio entretenimiento. Es suficiente para hacer que me den ganas de matarlo en el acto.

Pero quito el arma de su mejilla, y aflojo el puño. Sé que debería matarlo, pero no me atrevo a hacerlo. Él respondió a mis preguntas, y de alguna manera siento que matarlo ahora no sería justo. Así que en vez de eso, voy a abandonarlo. Lo voy a echar del coche y lo dejaré aquí, lo que significará una muerte lenta por inanición. No hay manera de que un tratante de esclavos puede sobrevivir solo en la naturaleza. Son habitantes de la ciudad -- y no sobrevivientes, como nosotros.

Me reclino para decirle a Ben que saque de un tirón a este tratante de esclavos del coche, cuando de repente, detecto movimiento por el rabillo de mi ojo. El tratante de esclavos está alcanzando su cinturón, moviéndose más rápido de lo que pensaba que era capaz. Él me ha engañado: en realidad se encuentra en bastante buen estado.

Él saca un arma de fuego más rápido de lo que jamás hubiera creído posible. Incluso antes de que pueda registrar lo que está pasando, ya está apuntando hacia mí. Estúpidamente, yo lo he subestimado.

El instinto se apodera de mí, tal vez sea un instinto heredado de mi papá, y sin siquiera pensar con claridad, levanto mi arma, y justo antes de matarme, yo le disparo.

N U E V E

El disparo del arma de fuego es ensordecedor, y un momento más tarde, el coche está salpicado de sangre. Estoy tan abrumada por la adrenalina, que no sé ni quién disparó primero.

Estoy sorprendida al mirar hacia abajo y darme cuenta de que le disparé en la cabeza.

Estalla un grito. Miro hacia el asiento de atrás y veo a la joven que se sienta detrás del lado del conductor, chillando. De repente, se inclina hacia adelante, se impulsa para salir de la parte posterior, sale del auto y corre por la nieve.

Por un momento, vacilo acerca de perseguirla -- ella está claramente conmocionada, y en su estado, no creo que ella sepa siquiera hacia dónde se dirige. Con este clima y en este lugar tan apartado, dudo que pueda sobrevivir mucho tiempo.

Pero pienso en Bree, y tienen que mantener la concentración. Ella es lo que más importa ahora. No puedo darme el lujo de perder el tiempo persiguiendo a esa chica. Giro y la veo correr, y me siento rara al pensar que ella es mucho más joven que yo. En realidad, debe ser como de mi edad.

Veo la reacción del muchacho capturado en el asiento de atrás, tal vez tenga doce años. Pero él sólo está ahí sentado, mirando, congelado, en un estado catatónico. Ni siquiera está parpadeando. Me pregunto si habrá tenido algún tipo de brote psicótico. Me levanto y miro a Ben, quien sigue ahí parado, mirando el cadáver. Él no dice una palabra.

De repente me doy cuenta de la gravedad de lo que he hecho: acabo de matar a un hombre. Nunca en mi vida creí que lo haría. Siempre me he sentido mal, incluso de matar a un animal, y me doy cuenta de que debería sentirme terriblemente mal.

Pero soy demasiado insensible. Ahora mismo, lo único que siento es que hice lo que tenía que hacer, que era defenderme. Él era un tratante de esclavos después de todo, y él vino aquí para hacernos daño. Me doy cuenta de que debería sentir más remordimiento -- pero no es así. Eso me asusta. No puedo evitar preguntarme si me parezco más a mi papá de lo que me gustaría reconocer.

Ben no sirve de nada, todavía está ahí de pie, mirando, así que corro a su lado del coche, abro la puerta del pasajero y empezar a jalar el cadáver para sacarlo. Está pesado.

“¡Ayúdame!" espeto. Estoy molesta por su falta de acción, sobre todo mientras los demás tratantes de esclavos están huyendo.

Finalmente, Ben se apresura y me ayuda. Arrastramos el cadáver del tratante de esclavos, la sangre mancha nuestra ropa, caminamos unos metros, y luego lo arrojamos a la nieve, que se vuelve roja. Me agacho y rápidamente despojo al cadáver de su arma de fuego y municiones, dándome cuenta de que Ben es demasiado pasivo o que no está pensando con claridad.

“Toma su ropa", le digo. "La vas a necesitar".

No pierdo más tiempo. Corro de nuevo al coche, abro la puerta del lado del conductor y entro en el auto. Voy a girar la llave, cuando de repente miro hacia abajo y reviso el encendido. No está.

Me siento desalentada. Busco frenéticamente en el suelo del auto, después en los asientos, el tablero de instrumentos. Nada. Las llaves deben haber caído al chocar.

Miro hacia afuera y noto algunas marcas inusuales en la nieve que podrían indicar el rastro de las llaves. Me arrodillo y reviso el lugar frenéticamente, buscando la llave. Me siento cada vez más desesperada. Es como encontrar una aguja en un pajar.

Pero, de repente, ocurre un milagro: mi mano toca algo pequeño. Peino la nieve con más cuidado, y me siento llena de alivio al ver las llaves.

Vuelto a meterme al auto, giro el encendido, y el auto ruge al tomar vida. Este vehículo es una especie de muscle car modificado, algo así como un viejo Camaro, y el motor ruge demasiado fuerte, puedo predecir que será un viaje rápido. Sólo espero que sea lo suficientemente rápido como para alcanzar al otro.

 

Estoy a punto de ponerlo en marcha y despegar cuando echo un vistazo a Ben, quien sigue ahí, mirando fijamente al cadáver. Todavía no le ha despojado la ropa al cadáver, a pesar de que está ahí parado, congelándose. Supongo que ver al muerto le afectó más que a mí. He perdido toda la paciencia y pienso en irme: pero no sería justo para él dejarlo aquí solo, sobre todo porque él -- o su peso corporal, por lo menos, me salvó la vida allá en el puente.

"¡YA ME VOY!", grito. "¡ENTRA AL AUTO!"

Eso lo hace reaccionar. Él viene corriendo, salta adentro, y azota la puerta. Justo cuando estoy a punto acelerar, él se vuelve y mira en el asiento trasero.

“¿Qué hacemos con él?", me pregunta.

Sigo su mirada y veo, en el asiento trasero, al niño catatónico, que todavía sigue sentado allí, mirando.

“¿Quieres salir?" Le pregunto al chico. "Ahora es tu oportunidad".

Pero él no responde. No tengo el lujo del tiempo para averiguarlo, ya ha habido demasiados retrasos. Si no va a decidirlo, voy a decidir por él. Si viene con nosotros, podría morir – pero dejarlo aquí definitivamente lo mataría. Él vendrá con nosotros.

Salgo chirriando las ruedas, volviendo a la carretera, con un ruido sordo. Me da gusto ver que el coche todavía está en marcha, y es más rápido de lo que podía imaginar. También estoy contenta de ver que se maneja bien en la carretera nevada. Meto el embrague y acelero y cambio a segunda, después a tercera, cuarta y luego... Estoy agradecida con mi papá por haberme enseñado a conducir un auto de velocidades -- otra cosa de hombres que probablemente nunca debería haber aprendido como adolescente, y es otra cosa que me molestó en el momento, pero que ahora agradezco. Veo cómo sube el velocímetro: 128... 145... 160... 170... 190.... No estoy segura de hasta dónde puedo forzarlo. Me preocupa que si voy demasiado rápido pierda el control en la nieve, sobre todo porque a esta carretera no se le ha dado mantenimiento en años, y con la cubierta de nieve, ni siquiera puedo ver los baches. Si caemos en un gran agujero o trozo de hielo, podríamos quedar varados. Acelero solamente un poco más, a 210, y decido seguir en esa velocidad.

Miro a Ben, que acaba de terminar de ponerse el cinturón de seguridad y ahora está agarrando el tablero, sus nudillos están blancos, va mirando de frente a la carretera con miedo.

“Lo mataste", dice.

Apenas puedo oír con el rugido del motor, y me pregunto si me lo imaginé, o si quien hablaba era mi conciencia. Pero Ben se vuelve hacia mí y lo repite:

“Tú mataste a ese hombre", dice más fuerte, sorprendido de que pudiera ocurrir algo semejante.

No estoy segura de cómo responder.

"Sí, lo maté", le digo molesta, finalmente. No necesito que me lo recuerdes. "¿Tienes algún problema con eso?".

Lentamente, sacude su cabeza. "Nunca había visto que mataran a un hombre".

"Hice lo que tenía que hacer", respondo bruscamente, a la defensiva. "Él iba a sacar una pistola".

Acelero más, alcanzando 135, y al tomar la curva, me siento aliviada de ver el otro coche en el horizonte. Los estoy alcanzando, acelerando más de lo que ellos se atreven. A este ritmo, en pocos minutos podría atraparlos. Me siento alentada.

Estoy segura de que nos ven -- sólo espero que no se dan cuenta de que somos nosotros. Tal vez piensen que los otros tratantes de esclavos consiguieron circular su coche en la carretera. No creo que hayan visto nuestro encuentro.

Acelero aún más, llegando a 215, y la distancia comienza a acortarse.

“¿Qué vas a hacer cuando los atrapes?" Ben habla a gritos, con pánico en su voz.

Eso es exactamente lo que me he estado preguntando. No lo sé todavía. Sólo sé que necesito alcanzarlos.

“No podemos disparar a su coche, si es eso lo que estás pensando", dice él. "La bala podría matar a mi hermano -- o tu hermana".

“Lo sé", le respondo. "Nosotros no vamos a disparar. Vamos a despeñarlos", le digo, decidiendo de repente.

“¡Eso es una locura!", grita, sujetándose del tablero mientras nos acercamos más. La nieve rebota como loca en nuestro parabrisas, y siento como si estuviera en un videojuego, perdiendo el control. Las curvas de Taconic se estrechan a medida que avanzamos.

“¡Eso podría matarnos!", grita. "¿De qué va a servir eso? ¡Mi hermano va a morir ahí dentro!"

"¡Mi hermana va allí, también!", le grito. "¿Crees que quiero matarla?".

"Entonces, ¿qué estás pensando?", grita.

"¿Tienes alguna otra idea?", le grito. "¿Esperas que simplemente les pida detenerse?".

Él no dice nada.

"Tenemos que detenerlos", sigo diciendo. "Si llegan a la ciudad, nunca los recuperaremos. Eso es una muerte segura. Al menos esto les da una oportunidad".

Justo cuando me dispongo a acelerar una vez más, los tratantes de esclavos me sorprenden al reducir la velocidad de repente. En poco tiempo estoy al lado de ellos. Al principio, no entendí por qué hacían eso, y entonces me doy cuenta: creen que somos sus compañeros. Todavía no se dan cuenta de que somos nosotros.

Nos detenemos y justo cuando me preparo para acelerar con fuerza, para estrellarme contra ellos, se abre la ventanilla polarizada del lado del pasajero, para descubrir el rostro sonriente de un tratante de esclavos, se levanta la máscara; todavía cree que soy uno de ellos.

Bajo mi ventana, con el ceño fruncido: quiero que me vea bien antes de que lo mande al infierno.

Deja de sonreír y su expresión se transforma en una de asombro. Todavía tengo el elemento sorpresa, y estoy a punto de acelerar a fondo cuando alcanzo a ver a Bree en el asiento trasero. Ella está viva. Ella me mira, con miedo en sus ojos.

De repente, llegamos a un bache. El sonido es ensordecedor, y nuestro coche se sacude como si hubiera explotado una bomba. Me sacude con tanta fuerza que golpeo mi cabeza con el techo de metal, y mis dientes chocan entre sí. Siento como si hubiera perdido un empaste. Nuestro coche vira salvajemente, y me toma varios segundos recuperar el control y enderezarlo. Estuvo cerca. Fue estúpido de mi parte: Nunca debí haber desviado mis ojos de la carretera. Hemos perdido velocidad y el otro vehículo ha acelerado y ahora está a unos cuarenta y cinco metros delante de nosotros. Peor aún, ahora saben que no somos uno de los suyos.

Acelero de nuevo: 130... 140... Oprimo el pedal del acelerador hasta el fondo, pero no da para más. El velocímetro llega a los 240 kph. Supongo que el coche que está delante de mí tiene la capacidad de ir más rápido, pero es obvio que tienen más cuidado. Las condiciones de hielo en esta carretera son riesgosas incluso a 125 kilómetros por hora, y no están dispuestos a arriesgarse más. Pero no tengo nada que perder. Si pierdo a Bree, no tengo otra razón para vivir, de todos modos.

Nos estamos acercando a ellos de nuevo. Están a veinticinco metros de distancia... dieciocho.

De repente, la ventanilla del pasajero baja, y la luz refleja algo brillante. Me doy cuenta, demasiado tarde, de lo que es: un arma.

Piso el freno, cuando disparan varias veces. Me agacho mientras las balas rebotan en nuestro capó y parabrisas, y el sonido metálico de las balas rebotando, tapa nuestros oídos. Al principio pienso que estamos acabados, pero luego me doy cuenta de que las balas no han penetrado: este coche debe ser a prueba de balas.

"¡Vas a hacer que nos maten!", grita Ben. "¡Detén esto! ¡Tiene que haber otra manera!".

"¡No hay otra manera!", digo gritando, más para sentirme segura que por él.

He cruzado algún tipo de línea interior, y me niego a dar marcha atrás.

"No hay otra manera", repito en voz baja para mí misma, con los ojos fijos en la carretera.

Acelero una vez más, desviándonos hacia un lado, acercándonos a ellos. Con un fuerte tirón en la rueda, chocaré contra ellos con fuerza, mientras el tratante de esclavos nos está alcanzando con su arma. Mi guardabarros delantero golpea su rueda trasera. Su coche se desvía salvajemente, y el mío también. Por un momento, los dos estamos en todo el camino. Ellos chocan contra una barandilla de metal, y luego rebotan y chocan contra nuestro coche, enviándonos a la barandilla de nuestro lado.

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»