Una Joya para La Realeza

Текст
Из серии: Un Trono para Las Hermanas #5
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

CAPÍTULO CUATRO

La Reina Viuda María de la Casa de Flamberg estaba sentada en sus recibidores y luchaba por contener la furia que amenazaba con consumirla. Furia por el bochorno del día anterior, furia por el modo en que su cuerpo la traicionaba, haciéndola toser sangre en un pañuelo de encaje incluso ahora. Sobre todo, furia por unos hijos que no hacían lo que se les decía.

—El Príncipe Ruperto, su majestad —anunció un sirviente, cuando el hijo mayor entraba haciendo aspavientos en el recibidor, pareciendo esperar exactamente alabanzas por todo lo que había hecho.

—¿Va a felicitarme por mi victoria, Madre? —dijo Ruperto.

La Viuda adoptó su tono más frío. Era lo único que la frenaba de gritar ahora mismo.

—Es costumbre hacer una reverencia.

Al menos eso bastó para que Ruperto parara de golpe y la mirara fijamente con una mezcla de sorpresa y rabia antes de intentar una breve reverencia. Bueno, hagamos que recuerde quién todavía mandaba aquí. Parecía haberlo olvidado por completo en los últimos días.

—Así que quieres que yo te felicite, ¿verdad? —preguntó la Viuda.

—¡Gané yo! —insistió Ruperto—. Yo hice retroceder la invasión. Yo salvé al reino.

Lo dijo como si fuera un caballero que vuelve de una gran cruzada en los viejos tiempos. Bueno, tiempos como estos habían pasado hacía mucho.

—Siguiendo tu propio plan temerario en lugar del que se acordó —dijo la Viuda.

—¡Funcionó!

La Viuda hacía un esfuerzo por contener su mal genio, al menos por ahora. Sin embargo, a cada segundo se hacía más difícil.

—¿Y piensas que la estrategia que yo escogí no hubiera funcionado? —preguntó—. ¿Piensas que no hubieran colisionado contra nuestras defensas? ¿Piensas que debería estar orgullosa de la matanza que ocasionaste?

—Una matanza de enemigos y de los que no luchaban contra ellos —contraatacó Ruperto—. ¿Piensa que no he oído historias sobre las cosas que ha hecho usted, Madre? ¿De las matanzas de los nobles que apoyaban a los Danse? ¿De su acuerdo para permitir que la iglesia de la Diosa Enmascarada matara a cualquiera que ellos consideraran malvado?

No permitiría que su hijo comparara esas cosas. No daría vueltas a las duras necesidades del pasado con un chico que había sido un bebé de pecho incluso durante las más recientes.

—Eso era diferente —dijo—. No teníamos opciones mejores.

—Aquí no tuvimos opciones mejores —espetó Ruperto.

—Teníamos una opción que no incluía la matanza de nuestro pueblo —respondió la Viuda, con el mismo calor en su tono—. Eso no incluía la destrucción de parte de las tierras de cultivo más valiosas del reino. Hiciste retroceder al Nuevo Ejército, pero nuestro plan lo hubiera destrozado.

—El plan de Sebastián era estúpido, como hubiera visto si no hubiera estado tan ciega con sus defectos.

Lo que llevó a la Viuda a la segunda razón de su rabia. La más grande, y la que había estado ocultando sobre que no se fiaba de que pudiera estallar con ella.

—¿Dónde está tu hermano, Ruperto? —preguntó.

Lo intentó con la inocencia. A estas alturas debería haberse dado cuenta de que esto no funcionaba con ella.

—¿Cómo iba a saberlo, Madre?

—Ruperto, Sebastián fue visto por última vez en los muelles, intentando coger un barco hacia Ishjemme. Tú llegaste personalmente para atraparlo. ¿Piensas que no tengo espías?

Ella miraba cómo él intentaba calcular qué decir a continuación. Siempre lo había hecho desde que era un niño, intentar encontrar la forma de las palabras que le permitiera hacer trampa con el mundo para que tuviera la forma que él quería.

—Sebastián está en un lugar seguro —dijo Ruperto.

—Lo que significa que lo has encarcelado, a tu propio hermano. No tienes ningún derecho a hacerlo, Ruperto. —Un ataque de tos se llevó algo de la bofetada de sus palabras. Ignoró la sangre nueva.

—Había pensado que se alegraría, Madre —dijo—. Al fin y al cabo, estaba intentando huir del reino después de escapar del matrimonio que usted había organizado.

Eso era cierto, pero no cambiaba nada.

—Si hubiera querido detener a Sebastián, lo hubiera ordenado —dijo—. Lo liberarás inmediatamente.

—Como usted diga, Madre —dijo Ruperto y, de nuevo, la Viuda tuvo la sensación de que estaba siendo cualquier cosa menos sincero.

—Ruperto, permíteme que sea clara sobre esto. Tus acciones de hoy nos han situado a todos en un gran peligro. ¿Dar órdenes al ejército a tu antojo? ¿Encarcelar al heredero al trono sin autorización? ¿Qué crees que les parecerá esto a la Asamblea de los Nobles?

—¡Que los maldigan! —dijo Ruperto, las palabras se le escaparon—. Ya estoy harto de ellos en esto.

—No puedes permitirte maldecirlos —dijo la Viuda—. Las guerras civiles nos lo enseñaron. Debemos trabajar con ellos. Y el hecho de que hables como si te perteneciera una facción de ellos me preocupa, Ruperto. Tienes que aprender cuál es tu lugar.

Ahora ella vio su ira, que ya no estaba oculta como antes.

—Mi lugar es como su heredero —dijo.

—El lugar de Sebastián es el de mi heredero —replicó la Viuda—. El tuyo… las tierras de la montaña necesitan un gobernador que limite sus asaltos hacia el sur. Quizás la vida entre los pastores y los granjeros te enseñará humildad. O quizás no, y por lo menos estaré lo suficientemente lejos de aquí para que yo olvide mi ira contigo.

—Usted no puede…

—Sí que puedo —espetó la Viuda—. Y solo por discutir, no será en las tierras de la montaña y no serás gobernador. Irás a las Colonias Cercanas, donde harás de ayudante a mi enviado allí. Él proporcionará informes regulares sobre ti y no volverás hasta que yo considere que estás listo.

—Madre… —empezó Ruperto.

La Viuda lo dejó inmóvil con una mirada. Todavía podía hacerlo, a pesar de que su cuerpo se desmoronaba.

—Vuelve a hablar y serás un trabajador de las Colonias Lejanas —dijo bruscamente—. Ahora sal, y espero ver a Sebastián aquí al final del día. Él es mi heredero, Ruperto. No lo olvides.

—Confíe en mí, Madre —dijo Ruperto al salir—. No lo he hecho.

La Viuda esperó hasta que se hubo ido y, a continuación, chasqueó los dedos al sirviente que estaba más cerca.

—Todavía hay un fastidio más del que ocuparme. Tráeme a Milady D’Angelica y después márchate.

***

Angelica todavía llevaba el vestido de novia cuando el guardia fue a por ella para convocarla a hablar con la reina. No le dio tiempo para cambiarse, sino que sencillamente la escoltó rápidamente hacia los recibidores.

A Angelica, la anciana le pareció delgadísima. Quizás moriría pronto. Solo ese pensamiento hacía que Angelica tuviera esperanzas de que encontraran pronto a Sebastián y le hicieran llevar a cabo la boda. Había mucho en juego como para que eso no sucediera, a pesar de la traición que ella ya sentía ahora porque él había huido.

Se inclinó en una genuflexión y, a continuación, se arrodilló al notar el peso de la mirada de la Viuda sobre ella. La anciana se levantó de su asiento tambaleándose, solo para recalcar la diferencia en sus posiciones.

—Cuéntame —dijo la Viuda— por qué no te estoy felicitando por tu boda con mi hijo.

Angelica se atrevió a alzar la mirada hacia ella.

—Sebastián escapó. ¿Cómo podía saber yo que escaparía?

—Porque se supone que no eres estúpida —replicó la Viuda.

Angelica sintió cierta ira al escuchar eso. A esta anciana le encantaba jugar a juegos con ella, para ver hasta dónde podía apretar. Sin embargo, pronto estaría en una posición en la que no necesitaría la aprobación de la anciana.

—Di todos los pasos que pude —dijo Angelica—. Seduje a Sebastián.

—¡No lo suficiente! —gritó la Viuda, dando un paso adelante para abofetear a Angelica.

Angelica se medio levantó y sintió unas manos fuertes que la empujaban de nuevo hacia abajo. El guardia se había quedado de pie detrás de ella, como un recordatorio de lo desamparada que estaba aquí. Por primera vez desde que estaba allí, Angelica sintió miedo.

—Si hubieras seducido a mi hijo completamente, no hubiera estado intentando escapar de aquí, hacia Ishjemme —dijo la Viuda, en un tono más tranquilo—. ¿Qué hay en Ishjemme, Angelica?

Angelica tragó saliva y contestó por reflejo.

—Está Sofía.

Eso no hizo más que avivar la ira de la mujer.

—Así que mi hijo está haciendo exactamente lo que te dije que evitaras que hiciera —dijo la Viuda—. Te dije que todo el sentido de tu existencia continuada era evitar que se casara con esa chica.

—Pero lo que no me dijo fue que era la primogénita de los Danse —dijo Angelica—, o que la reclaman como legítima gobernante de este reino.

Esta vez, Angelica se mantuvo firme para la bofetada de la Viuda. Sería fuerte. Encontraría una salida a esto. Encontraría la manera de que la anciana se arrodillara ante ella antes de que esto terminara.

—La legítima gobernante de este reino soy yo —dijo la Viuda—. Y mi hijo lo será después de mí. Pero si se casa con ella, eso hace que los de su clase entren por la puerta de atrás. Devuelve al reino a lo que era, un lugar gobernado por la magia.

Esa era una cosa en la que Angelica podía estar de acuerdo con ella. No tenía ningún cariño por aquellos que podían ver las mentes. Si la Viuda hubiera visto la suya, sin duda la hubiera apuñalado sencillamente como un acto de supervivencia.

—Estoy intrigada por cómo sabes todo esto —dijo la Viuda.

—Tengo un espía en Ishjemme —dijo Angelica, decidida a demostrar su utilidad. Si podía demostrar que todavía era útil, esto podría volverse a favor suyo—. Un noble de allí. Hace un tiempo que estoy en contacto con él.

 

—¿Así que conspiras con un poder extranjero? —preguntó la Viuda—. ¿Con una familia que no me tiene ningún cariño?

—No es eso —dijo Angelica—. Yo busco información. Y… puede que ya haya resuelto el problema con Sofía.

La Viuda no respondió a eso, sencillamente dejó un espacio en el que Angelica sentía que tenía que verter palabras antes que la reclamara.

—Endi ha mandado un asesino para que la mate —dijo Angelica—.Y yo he contratado a uno de los míos por si esto fallara. Aunque Sebastián llegara allí, no encontraría a Sofía esperándolo.

—No llegará allí —dijo la Viuda—. Ruperto lo ha metido en la cárcel.

—¿Lo ha metido en la cárcel? —dijo Angelica—. Usted debe…

—¡No me digas lo que debo hacer!

La Viuda bajó la mirada hacia ella y ahora Angelica sintió verdadero terror.

—Has sido una víbora desde el principio —dijo la Viuda—. Intentaste forzar al matrimonio a mi hijo con engaños. Buscaste progresar a costa de mi familia. Eres una mujer que contrata asesinos y espías, que mata a los que se le resisten. Mientras pensaba que podías apartar a mi hijo de ese apego engañado a esta chica, podía aguantar eso. Ya no.

—No es peor de lo que usted ha hecho —insistió Angelica. Tan pronto como lo dijo supo que era un error decirlo.

La Viuda inclinó la cabeza y las manos del guardia estiraron a Angelica bruscamente para que se pusiera de pie.

—Únicamente he actuado siempre como era necesario para conservar a mi familia —dijo la Viuda—. Cada muerte, cada compromiso fue para que otra persona ansiosa de poder no matara a mis hijos. Una persona como tú. Solo actúas para ti y morirás por ello.

—No —dijo Angelica, como si esa palabra tuviera el poder de detenerlo—. Por favor, puedo arreglarlo.

—Has tenido tus oportunidades —dijo la Viuda—. Si mi hijo no quiere casarse contigo por propia voluntad, no le obligaré a irse a la cama con una araña como tú.

—La Asamblea de los Nobles… mi familia…

—Oh, seguramente yo no puedo hacer que de verdad lleves la máscara de plomo por tus acciones —dijo la Viuda—, pero existen otras maneras. Tu prometido te acaba de abandonar. Tu reina acaba de hablarte con dureza. En retrospectiva, debería haber visto lo disgustada que estabas, lo frágil…

—No —dijo de nuevo Angelica.

La Viuda miró por encima de ella al guardia.

—Llévala al tejado y tírala de allí. Haz que parezca que se lanzó ella por el dolor de perder a Sebastián. Asegúrate de que no te vean.

Angelica intentó suplicar, intentó librarse, pero esas manos fuertes ya estaban tirando de ella hacia atrás. Hizo lo único que podía hacer y chilló.

CAPÍTULO CINCO

Ruperto se sentía inquieto mientras caminaba por las calles de Ashton, hacia sus muelles. Debería haber estado cabalgando ante los gritos de un pueblo cariñoso, celebrando su victoria. Debería haber tenido a la gente común aclamando su nombre y lanzando flores. Debería haber habido mujeres a lo largo del trayecto ansiosas por lanzarse a él y hombres jóvenes celosos porque nunca podrán ser él.

En su lugar, solo había calles húmedas y gente dedicándose a los deprimentes asuntos a los que los campesinos se dedican cuando no están aclamando a sus superiores.

—Su alteza, ¿está todo bien? —preguntó Sir Quentin Mires. Caminaba como uno de la docena de soldados que habían sido escogidos para acompañarlo, probablemente para asegurarse de que llegaba al barco sin perderse. Probablemente con órdenes de conseguir el paradero de Sebastián antes de que marchara. No estaba ni tan solo cerca de eso. Ni tan solo bastaba para un guardia de honor, realmente no.

—No, Sir Quentin —dijo Ruperto—. No está todo bien.

En ese instante, él debería haber sido el héroe. Él había detenido la invasión sin ayuda de nadie, mientras su madre y su hermano habían sido demasiado cobardes para hacer lo que era necesario. Él había sido el príncipe que el reino había necesitado en ese momento, ¿y qué estaba recibiendo por ello?

—¿Cómo son las Colonias Cercanas? —preguntó.

—Me han dicho que sus islas varían, su alteza —dijo Sir Quentin—. Algunas son rocosas, algunas son arenosas, otras tienen ciénagas.

—Ciénagas —repitió Ruperto—. Mi madre me ha mandado a ayudar a gobernar unas ciénagas.

—Me han dicho que allí hay una gran variedad de fauna —dijo Sir Quentin—. Algunos de los hombres de ciencias naturales del reino han pasado años allí con la esperanza de hacer descubrimientos.

—¿Así que son ciénagas infestadas? —dijo Ruperto—. ¿Sabes que no lo estás mejorando, Sir Quentin? —Decidió hacer preguntas importantes, para comprobar las cosas de primera mano mientras caminaban—. ¿Hay buenas casas de juego allí? ¿Cortesanas famosas? ¿Bebidas destacadas de la región?

—Me han dicho que el vino es…

—¡A la mierda con el vino! —contestó bruscamente Ruperto, incapaz de evitarlo. Normalmente, recordar ser el príncipe dorado que todo el mundo esperaba se le daba mejor—. Discúlpeme, Sir Quentin, pero la calidad del vino o la abundante fauna no compensarán el hecho que yo esté exiliado en todo menos en nombre.

El hombre hizo una reverencia con la cabeza.

—No, su alteza, por supuesto que no. Usted merece algo mejor.

Esa era una declaración tan evidente como inútil. Por supuesto que merecía algo mejor. Él era el mayor de los príncipes y el legítimo heredero al trono. Merecía todo lo que su reino pudiera ofrecer.

—Estoy tentado a decirle a mi madre que no voy a ir —dijo Ruperto. Echó un vistazo a Ashton. Nunca hubiera pensado que echaría de menos una ciudad apestosa y sucia como esta.

—Eso podría ser… imprudente, su alteza —dijo Sir Quentin, con esa voz especial que tenía que seguramente significaba que estaba intentando evitar llamar idiota a Ruperto. Seguramente pensaba que Ruperto no se daba cuenta. La gente tenía tendencia a pensar que era estúpido, hasta que era demasiado tarde.

—Lo sé, lo sé —dijo Ruperto—. Si me quedo, me arriesgo a la ejecución. ¿Realmente piensas que mi madre me ejecutaría?

La pausa mientras Sir Quentin buscaba las siguientes palabras fue demasiado larga.

—Lo piensa. Realmente piensas que mi madre ejecutaría a su propio hijo.

—Tiene cierta reputación por… la crueldad —puntualizó el cortesano. Sinceramente, ¿no era así como los hombres con contactos en la Asamblea de los Nobles hablaban siempre?—. Y aunque realmente no llevara a cabo su ejecución, los que estuvieran a su alrededor podrían ser… vulnerables.

—Oh, es su propio pellejo lo que le preocupa —dijo Ruperto. Eso tenía más sentido para él. Pensaba que la gente, en su mayoría, miraba por sus propios intereses, Esta era una lección que había aprendido pronto—. Hubiera pensado que sus contactos en la Asamblea lo mantendrían a salvo, especialmente después de una victoria como esta.

Sir Quentin encogió los hombros.

—Tal vez dentro de uno o dos meses. Ahora tenemos el apoyo. Pero por el momento, todavía están hablando de la extralimitación del poder real, sobre que usted actuó sin su consentimiento. En el tiempo que les llevaría cambiar de opinión, un hombre podría perder la cabeza.

Sir Quentin podría perder la suya de todos modos si insinuaba que, de algún modo, Ruperto necesitaba permiso para hacer lo que quisiera. ¡Él era el hombre que se convertiría en rey!

Y, por supuesto, aunque ella no lo ejecutara, su madre podría encarcelarlo, o mandarlo a un lugar peor con guardias para asegurarse de que llegaba sin incidentes.

Ruperto hizo un gesto intencionado a los hombres que tenía alrededor, marchando a su ritmo y al de Sir Quentin.

—Pensaba que eso era lo que ya estaba sucediendo.

Sir Quentin negó con la cabeza.

—Estos hombres están entre los que lucharon a su lado contra el Nuevo Ejército. Respetan la valentía de su decisión y querían asegurarse de que no se iba solo, sin el honor de una escolta.

Así que esto era una guardia de honor. Ruperto no estaba seguro de haberla podido tomar como tal. Aun así, ahora que se molestaba en echarles un vistazo, vio que la mayoría de los hombres que estaban allí eran oficiales en lugar de soldados comunes y que la mayoría de ellos parecían contentos de acompañarlo. Se acercaba al tipo de adulación que Ruperto quería, pero aun así no era suficiente para compensar la estupidez de lo que su madre le había hecho.

Era una humillación y, conociendo a su madre, calculada.

Llegaron a los muelles. Ruperto había esperado que por lo menos para esto habría un gran barco de guerra esperando y los cañones disparando un saludo en reconocimiento a su estatus, como mínimo.

En su lugar, no había nada.

—¿Dónde está el barco? —exigió Ruperto, mirando alrededor. Hasta donde el podía ver, los muelles simplemente tenían el ajetreo de la selección de barcos habitual, de los comerciantes volviendo al trabajo tras la retirada del Nuevo Ejército. Él había pensado que ellos, por lo menos, le agradecerían sus esfuerzos, pero parecían demasiado ocupados intentando ganar su dinero.

—Creo que el barco está allí, su alteza —dijo Sir Quentin, señalando.

—No —dijo Ruperto, siguiendo la línea del dedo del hombre que señalaba—. No.

El barco era una barca, quizás adecuada para el viaje de un comerciante, y ya parecía en parte cargada de bienes para el viaje de vuelta a las Colonias Cercanas. No era para nada adecuada para transportar a un príncipe.

—Es un poco menos que de lujo —dijo Sir Quentin—. Pero creo que Su Majestad pensó que viajar sin llamar la atención rebajaría las posibilidades de peligro a lo largo del camino.

Ruperto dudaba que su madre hubiera pensado en los piratas. Había pensado en que le haría sentir menos cómodo, y había hecho un buen trabajo al calcularlo.

—Aun así —dijo Sir Quentin, con un suspiro—, por lo menos usted no estará solo en esto.

Ruperto se detuvo al oírlo y miró fijamente al hombre.

—Discúlpeme, Sir Quentin —dijo Ruperto, pellizcándose el puente de la nariz para prevenir un dolor de cabeza—, pero, exactamente, ¿por qué está usted aquí?

Sir Quentin se dirigió a él.

—Lo siento, su alteza, debería haberlo hecho. Mi propia posición se ha vuelto… algo precaria ahora.

—¿Lo que significa que teme la ira de mi madre si yo no estoy por aquí? —dijo Ruperto.

—¿Usted no lo haría? —preguntó Sir Quentin, escapando de las frases cuidadosamente pensadas del político por un instante—. Tal y como yo lo veo, puedo quedarme esperando a que ella encuentre una excusa para ejecutarme, o puedo dedicarme a los intereses de mi familia en las Colonias Cercanas por un tiempo.

Hizo que sonara muy sencillo: ir a las Colonias Cercanas, liberar a Sebastián, esperar a que el furor disminuya y regresar con el aspecto de estar adecuadamente disciplinado. El problema con eso era sencillo: Ruperto no podía rebajarse a hacerlo.

No podía fingir sentir algo que estaba claro que había sido la decisión correcta. No podía soltar a su hermano para que tomara lo que era suyo. Su hermano no merecía ser libre cuando lo único que había hecho era llevar a cabo un golpe contra Ruperto, utilizando una trampa o un timo con su madre para convencerla para que le diera el trono.

—No puedo hacerlo —dijo Ruperto—. No voy a hacerlo.

—Su alteza —dijo Sir Quentin, en ese tono suyo estúpidamente sensato—. Su madre habrá mandado avisar al gobernador de las Colonias Cercanas. Estará esperando su llegada y mandará avisar si usted no está allí. Incluso si escapara, su madre enviaría soldados, en particular para descubrir dónde está el Príncipe Sebastián.

Ruperto apenas pudo contenerse de golpear al hombre. No era una buena idea golpear a tus aliados, al menos mientras todavía te eran útiles.

Y Ruperto había pensado en una manera en la que Sir Quentin podía ser realmente útil. Echó un vistazo al grupo de oficiales que le acompañaba hasta encontrar a uno con el pelo rubio que parecía tener el tamaño adecuado.

—Tú, ¿cómo te llamas?

—Aubrey Chomley, su alteza —dijo el hombre. Su uniforme tenía la insignia de un capitán.

—Bien, Chomley —dijo Ruperto—, ¿cómo de leal eres tú?

—Totalmente —dijo el hombre. Vi lo que hizo contra el Nuevo Ejército. Usted salvó a nuestro reino, y usted es el legítimo heredero al trono.

 

—Buen hombre —dijo Ruperto—. Tu lealtad te hace honor, pero ahora tengo una prueba para esa lealtad.

—Lo que sea —dijo el hombre.

—Necesito que intercambies la ropa conmigo.

—¿Su alteza? —El soldado y Sir Quentin consiguieron decir casi al unísono.

Ruperto se las arregló para no suspirar.

—Es sencillo. Chomley irá con usted en la barca. Fingirá ser yo e irá con usted a las Colonias Cercanas.

El soldado parecía igual de nervioso que si Ruperto le hubiera ordenado cargar contra una horda del enemigo.

—¿No… no se darán cuenta? —dijo el hombre—. ¿No se dará cuenta el gobernador?

—¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó Ruperto—. Nunca he visto al hombre, y Sir Quentin responderá por ti. ¿No es así, Sir Quentin?

Sir Quentin miraba de Ruperto al soldado, evidentemente intentando calcular el procedimiento con el que era más probable no quedarse sin cabeza.

Esta vez, Ruperto sí que suspiró.

—Mirad, es sencillo. Vaya a las Colonias Cercanas. Responda por Chomley como si se tratara de mí. Como todavía estoy aquí, esto nos da la oportunidad de encontrar juntos el apoyo que necesitamos. El apoyo que les podría traer de vuelta mucho más rápido que si se ponen a esperar a que mi madre olvide un desprecio.

Esa parte pareció llamar la atención del hombre. Asintió.

—Muy bien —dijo Sir Quentin—. Lo haré.

—¿Y usted, Capitán? —preguntó Ruperto—. ¿O debería decir General?

Le llevó un momento asimilarlo. Vio que Chomley tragaba saliva.

—Lo que usted mande, su alteza —dijo el hombre.

Tardaron unos minutos en encontrar un edificio vacío entre los almacenes y los cobertizos para las barcas y cambiarse la ropa con el capitán para que Chomley ahora pareciera… bueno, sinceramente, para nada un príncipe del reino, pero con la recomendación de Sir Quentin debería ser suficiente.

—Váyanse —les ordenó Ruperto, y ellos se fueron, acompañados por casi la mitad de los soldados para que pareciera más auténtico. Echó un vistazo a los demás, pensando en qué haría a continuación.

No había problema para abandonar Ashton, pero ahora tendría que moverse con cuidado hasta estar preparado. Sebastián ya estaba suficientemente seguro de momento. El palacio era lo suficientemente grande para poder evitar a su madre por lo menos durante un tiempo. Sabía que tenía apoyo. Era el momento de descubrir cuánto, y cuánto poder este le podía proporcionar.

—Vamos —les dijo a los demás—. Es el momento de pensar cómo conseguir lo que debería ser mío.

Бесплатный фрагмент закончился. Хотите читать дальше?
Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»