Un Mar De Armaduras

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Из серии: El Anillo del Hechicero #10
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CAPÍTULO TRES

Reece caminó con Stara, hombro con hombro, sus manos se movían y se sacudían y rozaban mutuamente, pero sin tomarse de la mano. Ellos caminaron a través de interminables campos de flores en la cordillera, rebosante de color, con una imponente vista de las Islas Superiores. Caminaban en silencio, Reece abrumado por sus emociones encontradas; no sabía qué decir.

Reece recordó ese momento fatídico en el que había trabado la mirada en Stara, en el lago de la montaña. Había alejado a su séquito, ya que necesitaba tiempo a solas con ella. Habían estado reacios a dejarlos solos – especialmente Matus, que conocía muy bien su historia – pero Reece había insistido. Stara era como un imán, atrayendo a Reece, y no quería que nadie estuviera alrededor de ellos. Necesitaba tiempo para ponerse al día con ella, para hablar con ella, para entender por qué tenía la misma mirada de amor que él sentía por ella. Necesitaba entender si todo esto era real, y lo que les estaba pasando.

El corazón de Reece se aceleró mientras caminaba, sin saber dónde empezar, qué hacer a continuación. Su mente racional le gritaba que se diera vuelta y echara a correr, que se alejara todo lo posible de Stara, que tomara el siguiente barco a tierra firme y nunca pensara en ella otra vez. Que regresara a casa con su futura esposa quien lo estaba esperando. Después de todo, Selese lo amaba y él amaba a Selese. Y su enlace matrimonial estaba a días de distancia.

Reece sabía que era lo más prudente. Era lo correcto.

Pero la parte lógica de él estaba siendo abrumado por sus emociones, por las pasiones que no podía controlar, que se negaba a ser servil de su mente racional. Eran pasiones que le obligaban a permanecer aquí, junto a Stara, caminar y caminar con ella a través de estos campos. Era la parte incontrolable de sí mismo que nunca había entendido, que lo había dominado toda su vida para  hacer cosas impulsivas, para seguir su corazón. Eso no siempre le había llevado a tomar las mejores decisiones. Pero un rasgo fuerte, apasionado corría a través de Reece, y no siempre era capaz de controlarlo.

Mientras Reece caminaba al lado de Stara, se preguntaba si ella sentía lo mismo que él. La palma de su mano rozó la de él mientras caminaba, y creyó detectar una ligera sonrisa en la comisura de sus labios. Pero ella era difícil de leer – siempre lo había sido. La primera vez que él la conoció, cuando eran niños, recordó haber quedado asombrado, incapaz de moverse, incapaz de pensar en nada más que en ella durante días. Había algo en sus ojos translúcidos, algo en la forma en que se conducía, tan orgullosa y noble, como un lobo, parado detrás de él, que lo hipnotizaba.

Siendo niños, ellos sabían que una relación entre primos estaba prohibida. Pero nunca pareció desconcertarlos. Algo existía entre ellos, algo tan fuerte, demasiado fuerte, que atraía uno hacia al otro, a pesar de lo que pensaba del mundo. Jugaban juntos como niños, como mejores amigos instantáneos, eligiendo su mutua compañía inmediatamente sobre cualquiera de sus otros primos o amigos. Cuando visitaban las Islas Superiores, Reece se encontraba pasando cada momento con ella; ella le había correspondido, corriendo a su lado, esperando en la orilla durante días hasta que llegaba su barco.

Al principio, sólo habían sido mejores amigos. Pero entonces crecieron, y una fatídica noche bajo las estrellas, todo había cambiado. A pesar de estar prohibida, su amistad se convirtió en algo más fuerte, más grande que ellos, y tampoco era capaz de resistir.

Reece dejaría las islas soñando con ella, distraído hasta el punto de la depresión, enfrentando noches de insomnio durante meses. Veía su cara cada noche en la cama y deseaba que ni un océano y ni una ley de familia, se interpusiera entre ellos.

Reece sabía que ella sentía lo mismo; había recibido innumerables cartas de ella, transportadas en las alas de un ejército de halcones, expresando su amor por él. Él también le había escrito, aunque no tan elocuentemente como ella.

El día de en que las dos familias MacGil tuvieron una pelea, fue uno de los peores días en la vida de Reece. Fue el día en que el hijo mayor de Tirus murió envenenado por el mismo veneno que Tirus había planeado para el padre de Reece. No obstante, Tirus culpó al rey MacGil. La desavenencia comenzó, y fue el día en el que el corazón de Reece – y de Stara – había muerto por dentro. Su padre era poderoso, como era el de Stara, y ambos les habían prohibido comunicarse con cualquiera de los otros MacGil. Nunca viajaron allí otra vez, y Reece había permanecido despierto en agonía, pensando, soñando, cómo podía ver a Stara otra vez. Él sabía por sus cartas que ella sentía lo mismo.

Un día dejaron de llegar sus cartas. Reece sospechó que fueron interceptadas de alguna manera, pero nunca lo supo con certeza. Sospechaba que las suyas tampoco le llegaban a ella. Con el tiempo, Reece, incapaz de seguir adelante, tuvo que tomar la dolorosa decisión de alejar los pensamientos que tenía de ella de su corazón, había tenido que aprender a sacarlos de su mente. En los momentos más extraños, la cara de Stara volvería a él, y nunca dejó de preguntarse qué había sido de ella. ¿Todavía pensaba en él, también? ¿Se había casado con otra persona?

Ahora, al verla otra vez, todos los recuerdos regresaron. Reece se dio cuenta de cómo ardía todo todavía en su corazón, como si nunca se hubiera ido de su lado. Ahora era una versión mayor, más completa, más hermosa de sí misma, si era posible. Ella era una mujer. Y su mirada era aún más fascinante de lo que alguna vez había sido. En aquella mirada Reece detectó amor y se sintió restaurado al ver que todavía sentía el mismo amor por él que éste tenía para ella.

Reece quería pensar en Selese. Le debía eso a ella. Pero aunque lo intentara, era imposible.

Reece caminó con Stara a lo largo de la cresta de la montaña, ambos en silencio, sin saber qué decir. ¿Donde podría empezar uno a llenar el espacio de todos esos años perdidos?

"He oído que te casarás pronto", dijo finalmente Stara, rompiendo el silencio.

Reece sintió un agujero en el estómago. Pensar en casarse con Selese siempre le había traído un torrente de amor y entusiasmo; pero ahora, viniendo de Stara, lo hacía sentirse desolado, como si la hubiese traicionado.

"Lo siento", respondió Reece.

No sabía qué decir. Quería decir: "No la amo. Ahora veo que fue un error. Quiero cambiar todo. Mejor quiero casarme contigo.

Pero él amaba a Selese. Tenía que reconocerlo a sí mismo. Era un tipo diferente de amor, tal vez no tan intenso como su amor por Stara. Reece estaba confundido. No sabía lo que estaba pensando o sintiendo. ¿Qué amor era más fuerte? ¿Existía incluso tal cosa como un grado cuando se trataba del amor? ¿Cuando amas a alguien, no significa que lo amas, pase lo que pase? ¿Cómo podría ser un amor más fuerte?

"¿La amas?", preguntó Stara.

Reece respiró profundo, sintiéndose atrapado en una tormenta emocional, sin saber cómo responder. Caminaron por un tiempo, él cavilando, hasta que finalmente fue capaz de responder.

"Sí la amo", respondió, angustiado. “No puedo mentir”.

Reece paró y tomó la mano de Stara por primera vez.

Ella se detuvo y se volvió hacia él.

"Pero también te amo", añadió él.

Vio que sus ojos se llenaron de esperanza.

"¿Me amas más?" preguntó suavemente, esperanzada.

Reece lo pensó mucho.

"Te he amado toda mi vida", dijo finalmente. "Tú eres el único rostro de amor que he conocido. Eres lo que el amor significa para mí. Amo a Selese. Pero contigo… es como si fueras parte de mí. Como mi propio ser. Como algo de lo que no puedo prescindir".

Stara sonrió. Tomó su mano y siguieron caminando uno al lado del otro, ella balanceándose ligeramente, con una sonrisa en su rostro.

"No sabes cuántas noches pasé extrañándote", admitió ella, apartando la mirada. "Mis palabras fueron llevadas en alas de muchos halcones – sólo para ser removidas por mi padre. Después de la ruptura, no podía llegar a ti. Incluso intenté una o dos veces a escondidas, ir en un barco al continente – y me atraparon".

Reece se sentía abrumado al escuchar todo esto. Él no lo sabía. Siempre se había preguntado qué había sentido Stara después de la ruptura. Oyendo esto, sintió un fuerte apego a ella, mayor que nunca. Él sabía ahora que no era sólo él quien se había sentido así. No se sentía tan loco. Lo que tenían, de hecho, era real.

"Y nunca dejé de soñar contigo", respondió Reece.

Finalmente llegaron a la cúspide de la cordillera, y se detuvieron y se quedaron allí uno al lado del otro, mirando juntos a las Islas Superiores. Desde este punto podían ver todo, a través de la cadena de islas en el océano, la niebla por encima de ella, las olas rompiendo abajo, los cientos de barcos de Gwendolyn alineados a lo largo de las costas rocosas.

Allí permanecieron en silencio por un tiempo muy largo, tomados de las manos, saboreando el momento. Saboreando finalmente, estar juntos, después de todos estos años y de toda la gente y sucesos de la vida que trataban de mantenerlos separados.

"Finalmente, estamos aquí, juntos – e irónicamente, es ahora que estás más prohibido, a unos días de tu boda. Parece como si siempre hubiera algo destinado a interponerse entre nosotros".

"Y sin embargo, estoy aquí hoy", respondió Reece. "¿Tal vez el destino nos está diciendo otra cosa?".

Ella apretó su mano fuerte, y Reece también apretó la de ella. Al mirarla, el corazón de Reece se aceleró, y se sintió más confundido que nunca en su vida. ¿Todo esto debía suceder? ¿Debía encontrarse con Stara, para verla antes de su boda, para prevenirlo de cometer un error y casarse con otra persona? ¿El destino, después de todos estos años, estaba tratando de reunirlos después de todo?

 

Reece no pudo evitar sentir que así era. Sintió que la había encontrado por algún golpe de suerte, quizás para darle una última oportunidad antes de su boda.

"Lo que el destino une, ningún hombre puede separarlo", dijo Stara.

Sus palabras se clavaron en Reece mientras ella lo miraba, hipnotizándolo.

"Muchos eventos en nuestra vida han intentado mantenernos separados", dijo Stara. "Nuestros pueblos. Nuestras patrias. El océano. El tiempo… Sin embargo, nada ha sido capaz de separarnos. Han pasado tantos años y nuestro amor sigue tan fuerte. ¿Es una coincidencia que me vieras antes de casarte? El destino nos está diciendo algo. No es demasiado tarde”.

Reece la miró, con el corazón palpitando aceleradamente. Él la miró, con sus ojos translúcidos que reflejaban el cielo y el mar, conteniendo mucho amor por él. Se sentía más confundido que nunca e incapaz de pensar con claridad.

"Tal vez debería cancelar la boda", dijo él.

"No soy yo quien debe decírtelo", contestó. "Debes preguntarle a tu corazón".

"En este momento", dijo él, "mi corazón me dice que eres tú a quien amo. Eres a quien siempre he amado".

Ella lo miró con sinceridad.

"Nunca he querido a otro", dijo ella.

Reece no pudo evitarlo. Se inclinó y sus labios encontraron a los de ella. Sintió que el mundo se fundía alrededor de él, se sintió lleno de amor, mientras ella lo besaba también.

Mantuvieron el beso hasta que ya no podían respirar, hasta que Reece se dio cuenta, a pesar de lo que dentro de él protestaba lo contrario, que nunca podría casarse con nadie más que con Stara.

CAPÍTULO CUATRO

Gwendolyn estaba parada en un puente dorado. Sujetando su barandal, ella miraba hacia abajo sobre el borde y vio un río arrasador debajo de ella. Los rápidos rugían con furia, siempre elevándose mientras observaba. Ella podía sentir su rocío desde aquí.

"Gwendolyn, mi amor".

Gwen se volvió para ver a Thorgrin de pie en la otra orilla, tal vez a seis metros de distancia, sonriendo, estirando la mano.

"Ven conmigo", suplicó. "Cruza el río".

Aliviada al verlo, Gwen comenzó a caminar hacia él – hasta que otra voz le hizo detenerse.

"Madre", se escuchó una voz suave.

Gwen giró para ver a un niño parado en la orilla opuesta. Tal vez de unos diez años, era alto, orgulloso, de hombros anchos, con un mentón noble, una mandíbula fuerte y brillantes ojos grises. Como su padre. Llevaba una armadura brillante, hermosa, de un material que no reconocía y tenía armas de guerrero en su cinturón. Ella podía sentir su poder desde aquí. Una fuerza imparable.

"Madre, te necesito", dijo.

El niño extendió una mano y Gwen empezó a ir hacia él.

Gwen se detuvo y miró hacia adelante y hacia atrás entre Thor y su hijo, cada uno extendiendo una mano y ella se sentía desgarrada, en conflicto. Ella no sabía hacia dónde ir.

De repente, mientras estaba ahí parada, el puente colapsó debajo de ella.

Gwendolyn gritó al sentirse caer en los rápidos.

Gwen cayó en el agua helada con un golpe y caídas y dio volteretas en las aguas embravecidas. Ella flotaba, jadeando en busca de aire, y miró hacia atrás para ver a su hijo y a su marido, de pie en la orilla opuesta, cada uno tendiendo sus manos, cada uno necesitándola.

"¡Thorgrin!", gritó. A continuación: "¡Hijo mío!".

Gwen trataba de alcanzarlos a los dos, gritando – pero pronto se sintió cayendo en picado sobre el borde de una cascada.

Gwen gritó mientras los perdía de vista y cayó cientos de metros hacia las rocas afiladas.

Gwendolyn despertó gritando.

Miró a su alrededor, cubierta de un sudor frío, confundida, preguntándose dónde estaba.

Poco a poco se dio cuenta de que yacía en una cama, en una habitación oscura del castillo, con antorchas parpadeando a lo largo de las paredes. Parpadeó varias veces, tratando de entender lo que había sucedido, todavía jadeando. Lentamente, se dio cuenta de que era sólo un sueño. Un sueño horrible.

Los ojos de Gwen se ajustaron, y ella vio a varias asistentes, de pie en la habitación. Vio a Illepra y a Selese de pie a ambos lados de ella, poniendo compresas frías a lo largo de sus brazos y piernas. Selese secaba suavemente su frente.

"Shhh", la consoló Selese. "Fue sólo una pesadilla, mi señora".

Gwendolyn sintió que una mano apretaba la suya y ella miró y se sintió emocionada al ver a Thorgrin. Se arrodilló al lado de su cama, sosteniendo su mano, con sus ojos brillando de alegría al verla despierta.

"Mi amor", dijo él. "Estás bien".

Gwendolyn parpadeó, tratando de averiguar dónde estaba, por qué estaba en la cama, qué estaba haciendo toda esta gente aquí. Entonces, de repente, mientras trataba de moverse, sintió un dolor horrible en el estómago – y recordó.

"¡Mi bebé!", gritó frenética, de repente. "¿Dónde está?". ¿El niño está vivo?”.

Gwen, desesperada, estudió las caras a su alrededor. Thor le apretó firmemente la mano y sonrió ampliamente, y ella supo que todo estaba bien. Se sentía tranquilizada con esa sonrisa para toda la vida.

"Está vivo, sin duda", respondió Thor. "Gracias a Dios. Y a Ralibar. Ralibar los trajo volando, justo a tiempo".

"Está perfectamente sano", agregó Selese.

De repente, se escuchó un grito en el aire y Gwendolyn vio avanzar a Illepra, sosteniendo al bebé que lloraba, envuelto en una cobija, en sus brazos.

El corazón de Gwendolyn se sintió aliviado, y ella se puso a llorar. Ella comenzó a llorar histéricamente, al verlo. Se sentía tan aliviada, que corrieron lágrimas de alegría sobre ella. El bebé estaba vivo. Ella estaba viva. Habían sobrevivido. De alguna manera, lo habían hecho a través de esta terrible pesadilla.

Ella nunca se había sentido más agradecida en su vida.

Illepra se inclinó hacia adelante y colocó al bebé en el pecho de Gwen.

Gwendolyn se sentó y lo miró, examinándolo. Se sintió renacer al tocarlo, con el peso de él en sus brazos, su olor, la forma en que se veía. Ella lo meció y lo sostuvo firmemente, todo envuelto en mantas. Gwendolyn se sentía llena de olas de amor por él, de agradecimiento. Ella casi no lo podía creer; había tenido un bebé.

En cuanto lo colocaron en sus brazos, el bebé de repente dejó de llorar. Se quedó muy quieto, se dio vuelta, abrió los ojos y la miró bien.

Gwen sintió una sacudida por su cuerpo, mientras sus miradas se encontraban. El bebé tenía los ojos de Thor – de color gris, ojos brillantes que parecían venir de otra dimensión. Se miraron detenidamente. Mientras lo miraba, Gwendolyn sintió como si ya lo hubiera conocido en otro tiempo. De todo el tiempo.

En ese instante, Gwen sentía un vínculo más fuerte que con nada ni nadie en su vida. Ella lo apretó fuerte y juró que nunca lo dejaría ir. Caminaría a través del fuego por él.

"Se parece a ti, mi señora", le dijo Thor, sonriendo mientras se inclinaba y miraba junto con ella.

Gwen sonrió, llorando, abrumada por la emoción. Ella nunca había estado tan feliz en su vida. Esto era todo lo que ella siempre había querido, estar aquí con Thorgrin y su hijo.

"Sus ojos se parecen a los tuyos", respondió Gwen.

"Lo que aún no tiene es un nombre", dijo Thor.

"Tal vez deberíamos llamarlo como tú", le dijo Thor a Gwendolyn.

Él movió la cabeza, inflexible.

"No. Es hijo de su madre. Lleva tus rasgos. Un verdadero guerrero debe llevar el espíritu de su madre y las habilidades de su padre. Necesita las dos cosas. Va a tener mis habilidades. Y debemos llamarlo como tú".

"Entonces, ¿qué propones?", preguntó ella.

Thor pensó.

"Su nombre debe sonar como el tuyo. El hijo de Gwendolyn debería llamarse… Guwayne".

Gwen sonrió. Al instante le encantó su sonido.

"Guwayne", dijo. "Me gusta".

Gwen sonrió ampliamente mientras sostenía con firmeza al bebé.

"Guwayne", le dijo al niño.

Guwayne se dio vuelta y abrió los ojos nuevamente, y al mirarla, ella podría jurar haberlo visto sonreír. Sabía que él era demasiado joven para eso, pero vio un destello de algo y estaba segura de que aprobó el nombre.

Selese se inclinó hacia adelante y aplicó un bálsamo en los labios de Gwen y le dio algo de beber, un líquido espeso, oscuro. Gwen inmediatamente se sintió reanimada. Ella sintió que volvía lentamente a ser ella misma.

"¿Cuánto tiempo he estado aquí?", preguntó Gwen.

"Ha estado dormida casi dos días, mi señora", dijo Illepra. "Desde el gran eclipse".

Gwen cerró los ojos y recordó. De pronto recordó todo. Recordó el eclipse, el granizo, el terremoto… Nunca había visto nada igual.

"Nuestro bebé presagia grandes augurios", dijo Thor. "El reino entero fue testigo de los acontecimientos. Ya se había hablado de su nacimiento, en todos lados".

Mientras Gwen sostenía al niño con fuerza, sintió un calor a través de ella, y sintió lo especial que era él. Su cuerpo entero se estremeció mientras lo abrazaba, y supo que no era un niño común y corriente. Se preguntó qué clase de poderes corrían en su sangre.

Miró a Thor, sorprendida. ¿Este muchacho es un druida, también?

"¿Llevas aquí todo este tiempo?" le preguntó a Thor, al darse cuenta de que había estado a su lado todo este tiempo y llena de gratitud hacia él.

"Así es, mi señora. Vine en cuanto me enteré. Menos anoche. Pasé la noche en el Lago de las Tristezas. Orando por tu recuperación".

Gwen se puso a llorar otra vez, incapaz de controlar sus emociones. Ella nunca se había sentido más contenta en su vida; sostener a este niño la hacía sentir completa de una manera que no creía posible.

A pesar de sí misma, Gwen recordó ese momento fatídico en el Mundo de las Tinieblas, en la elección que fue obligada a tomar. Ella apretó la mano de Thor y sujetó al bebé con fuerza, queriendo a ambos cerca de ella, queriendo que ambos estuvieran con ella para siempre.

Sin embargo, sabía que uno de ellos tendría que morir. Ella lloraba y lloraba.

"¿Qué pasa, mi amor?", preguntó Thor, finalmente.

Gwen meneó la cabeza, incapaz de decirle.

"No te preocupes", dijo. "Tu madre todavía vive. Si por eso estás llorando".

Gwen recordó de repente.

"Ella está gravemente enferma", agregó Thor. "Pero todavía hay tiempo para verla".

Gwen sabía que tenía que hacerlo.

"Tengo que verla", dijo. "Llévame con ella ahora".

"¿Está segura, mi señora?", preguntó Selese.

"En su condición, usted no se debe mover", añadió Illepra. "Su parto fue anormal, y debe recuperarse. Tiene suerte de estar viva".

Gwen meneó la cabeza, inflexible.

"Voy a ver a mi madre antes de que muera. Llévenme con ella. Ahora".

CAPÍTULO CINCO

Godfrey estaba sentado en el centro de la larga mesa de madera, en la taberna, con una jarra de cerveza en cada mano, cantando con el grupo grande de los MacGil y los McCloud, aporreando sus tarros en la mesa, con el resto de ellos. Todos se balanceaban hacia adelante y hacia atrás, golpeando sus tarros para puntuar cada frase, la cerveza se derramaba sobre el dorso de sus manos y sobre la mesa. Pero a Godfrey no le importaba. Estaba inmerso en la bebida, como había estado todas las noches esta semana, y se sentía bien.

A cada lado de él estaban sentados Akorth y Fulton y al mirar de un lado a otro, se sintió satisfecho de ver a decenas de MacGil y McCloud alrededor de la mesa, antiguos enemigos, todos en este evento para consumir bebidas, que él había organizado. Godfrey había tomado varios días peinando la zona montañosa, para llegar a este punto. Al principio, los hombres habían sido cautelosos; pero cuando Godfrey había rodado los barriles de cerveza, entonces las mujeres empezaron a llegar.

Había comenzado con pocos hombres, desconfiando unos de los otros, manteniendo sus propios lados de la sala. Pero mientras Godfrey intentaba llenar  la taberna, encaramada aquí en esta cumbre de la zona montañosa, los hombres empezaron a tomar confianza, a interactuar. Godfrey sabía que no había nada como el señuelo de cerveza gratis para reunir a los hombres.

Lo que los había llevado al extremo, lo que les había hecho ser como hermanos, fue que Godfrey había llevado mujeres. Godfrey había llamado a todos sus contactos en ambos lados de la zona montañosa para despejar los burdeles y había pagado a todas las mujeres generosamente. Llenaron la taberna con los soldados, la mayoría sentados en el regazo de un soldado, y todos los hombres estaban contentos. Las mujeres bien pagadas estaban felices, los hombres estaban felices, y en la taberna entera había alegría y ánimo, mientras los hombres dejaban de centrarse en los demás y en cambio se enfocaban en la bebida y las mujeres.

 

Mientras avanzaba la noche, Godfrey comenzó a escuchar la conversación entre ciertos MacGil y McCloud acerca de convertirse en amigos, haciendo planes para ir a patrullar juntos. Era exactamente el tipo de vinculación que su hermana le había enviado a lograr, y Godfrey se sentía orgulloso de sí mismo por haberlo logrado. También se había divertido en el camino, sus mejillas estaban rosadas con tanta cerveza. Se dio cuenta de que había algo, en esta cerveza McCloud; era más fuerte en este lado del altiplano e y se subía directamente a la cabeza.

Godfrey sabía que había muchas maneras de fortalecer el ejército, de unir a la gente y gobernar. La política era una cosa; el gobierno era otra; la aplicación de la ley era otra. Pero ninguna llegaba a los corazones de los hombres. Godfrey, por todas sus faltas, sabía cómo llegar al hombre común. Él era el hombre común. Aunque tenía la nobleza de la familia real, su corazón siempre había estado con las masas. Tenía cierta sabiduría, nacido de las calles, que todos esos caballeros de Los Plateados brillantes nunca tendrían. Estaban por encima de todo. Y Godfrey los admiraba por eso. Pero Godfrey se dio cuenta de que había cierta ventaja al estar por debajo de todo, también. Le daba una perspectiva diferente a la humanidad – y a veces uno necesitaba ambas perspectivas para entender al pueblo. Después de todo, los mayores errores que los reyes siempre habían cometido, provenían de no estar en contacto con la gente.

"Estos McCloud saben beber", dijo Akorth.

"No defraudan", agregó Fulton, mientras dos tarros más se deslizaban por la mesa delante de ellos.

"Esta bebida es demasiado fuerte", dijo Akorth, dejando salir un gran eructo.

"No extraño a nuestro pueblo en absoluto", añadió Fulton.

A Godfrey le picaron las costillas, y miró y vio a algunos hombres McCloud, sacudiéndose demasiado duro, riendo demasiado alto, borrachos, mientras mimaban a las mujeres. Godfrey se dio cuenta de que estos McCloud, eran más bruscos que los MacGil. Los MacGil eran rudos, pero los McCloud – había algo a ellos, algo poco civilizado. Al examinar la taberna con su ojo experto, Godfrey vio a los McCloud sosteniendo a sus mujeres de manera apretada, golpeando sus tarros con demasiada fuerza, dándose codazos con fuerza. Había algo acerca de estos hombres que ponía nervioso a Godfrey, a pesar de todos los días que había pasado con ellos. De alguna manera, no confiaba totalmente en estas personas. Y cuanto más tiempo pasaba con ellos, más empezaba a entender por qué los dos clanes estaban separados. Se preguntaba si alguna vez podrían llegar a unirse.

La bebida alcanzó su apogeo, y pasaban más tarros, el doble que antes y los McCloud no disminuían, mientras los soldados generalmente lo hacían en este punto. En cambio, estaban bebiendo más, muchísimo más. Godfrey, sin quererlo, empezó a sentirse un poco nervioso.

"¿Crees que los hombres pueden beber demasiado?", le preguntó Godfrey a Akorth.

Akorth se mofó.

"¡Es una pregunta sacrílega!", dijo con brusquedad.

"¿Cómo se te ocurre?", preguntó Fulton.

Pero Godfrey vigilaba de cerca cómo un McCloud, tan borracho que apenas veía, tropezó con un grupo de compañeros, derribándolos con estrépito.

Por un momento hubo una pausa, mientras la gente se dio vuelta para mirar al grupo de soldados en el suelo.

Pero entonces los soldados se levantaron, gritando y riendo y aplaudiendo, y para alivio de Godfrey, la fiesta continuó.

"¿Creen que ya han tenido suficiente?", preguntó Godfrey, empezando a preguntarse si esto había sido una mala idea.

Akorth le miró sin comprender.

"¿Suficiente?", preguntó. "¿Existe tal cosa?".

Godfrey notó que él mismo tenía dificultad para pronunciar las palabras, y su mente no estaba tan aguzada como le hubiera gustado. Aún así, estaba empezando a sentir que algo giraba en la habitación, como si algo no estuviera bien, como debía ser. Fue demasiado, como si la habitación hubiera perdido todo sentido de la moderación.

"¡No la toques!", gritó alguien repentinamente. "¡Ella es mía!".

El tono de la voz era sombrío, peligroso, atravesando el aire y haciendo que Godfrey se diera vuelta.

Al otro lado del pasillo, un soldado MacGil estaba parado, erguido, discutiendo con un McCloud; McCloud extendió la mano y le arrebató a una mujer del regazo de MacGil, envolviendo un brazo alrededor de su cintura y tirando de ella hacia atrás.

"Ella era tuya. ¡Ahora es mía! ¡Búscate a otra!".

La expresión de MacGil se hizo sombría, y sacó su espada. El sonido distintivo se oyó en la habitación, haciendo que todos voltearan a ver.

"¡Dije que ella es mía!", gritó.

Su rostro era de un rojo brillante, el pelo enmarañado con sudor, y toda la habitación observaba, notando el tono fúnebre.

Todo se detuvo abruptamente y la sala quedó en silencio, mientras en ambos lados de la habitación, todos miraban, paralizados. McCloud, un hombre grande y fornido, hizo una mueca, tomó a la mujer y la arrojó con fuerza a un lado. Ella salió volando hacia la multitud, tropezando y cayendo.

Era evidente que a McCloud no le importaba la mujer; estaba claro que el derramamiento de sangre era lo que realmente quería, no a la mujer.

McCloud sacó su espada y lo enfrentó.

"¡Va a ser tu vida por ella!", dijo McCloud.

Los soldados se alejaron en ambos lados, dejando un pequeño claro para pelear, y Godfrey vio que todos se ponían tensos. Sabía que tenía que parar esto antes de que se convirtiera en una guerra total.

Godfrey saltó sobre la mesa, deslizándose sobre jarras de cerveza, corrió por el pasillo hacia el centro del claro, entre los dos hombres, extendiendo sus manos para mantenerlos a raya.

"¡Señores!", gritó, arrastrando las palabras. Trató de concentrarse, para hacer que su mente pensara con claridad, y sinceramente lamentó haber bebido tanto como lo hizo.

"¡Aquí todos somos hombres!", gritó. "¡Todos somos un pueblo! ¡Un ejército! ¡No hay necesidad de una pelea! ¡Hay un montón de mujeres para todos! ¡Ninguno de los dos lo dijo en serio!".

Godfrey se dio vuelta hacia MacGil, y MacGil estaba allí parado, frunciendo el ceño, sosteniendo su espada.

"Si se disculpa, lo aceptaré", dijo MacGil.

McCloud se quedó allí parado, confundido, entonces repentinamente suavizó su expresión, y sonrió.

"¡Entonces me disculpo!", gritó McCloud, extendiendo su mano izquierda.

Godfrey se hizo a un lado, y MacGil la tomó con recelo, los dos se dieron la mano.

Sin embargo, al hacerlo, McCloud apretó la mano de MacGil, lo acercó de un tirón, levantó su espada y lo apuñaló en el pecho.

"Ofrezco disculpas", añadió, "¡por no matarte antes! ¡Escoria de MacGil!".

MacGil cayó al suelo, débil, la sangre brotaba hacia el suelo.

Estaba muerto.

Godfrey se quedó en estado de shock. Él estaba sólo a 30 centímetros de distancia de los soldados, y no podía evitar sentir que esto, de alguna manera, era culpa suya. Él había alentado a MacGil a bajar su guardia; era quien había intentado negociar la tregua. Él había sido traicionado por este McCloud, había hecho el ridículo delante de todos sus hombres.

Godfrey no estaba pensando con claridad, y estimulado por la bebida, algo dentro de él lo hizo reaccionar.

Con un movimiento rápido, Godfrey se agachó, arrebató la espada del MacGil muerto, se acercó y apuñaló a McCloud en el corazón.

McCloud lo miró en estado de shock, y luego se desplomó al suelo, muerto, con la espada todavía incrustada en su pecho.

Godfrey miró su mano ensangrentada y no podía creer lo que había hecho. Era la primera vez que mataba a un hombre. No sabía que podía hacerlo.

Godfrey no había planeando matarlo; ni siquiera lo había pensado cuidadosamente. Algo dentro de él lo superó, una parte que exigía venganza por la injusticia.

La sala de repente entró en caos. Desde todos los ángulos, los hombres gritaban y se atacaban unos a otros, enfurecidos. Los sonidos de las espadas siendo sacadas llenó la habitación y Godfrey sintió que Akorth lo empujaba con fuerza fuera del camino, justo antes de que una espada le fuera a caer en la cabeza.

Otro soldado – Godfrey no podía recordar quién o por qué – lo agarró y lo arrojó a la mesa llena de cervezas y la última cosa que Godfrey recordaba era que se deslizó por la mesa de madera, que su cabeza chocó con cada tarro de cerveza, hasta que finalmente cayó al suelo, golpeando su cabeza y deseando estar en cualquier parte, menos aquí.

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