Un Canto Fúnebre para Los Príncipes

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Из серии: Un Trono para Las Hermanas #4
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CAPÍTULO SEIS

Sofía sentía el flujo rítmico del barco en algún lugar por debajo de ella, pero era algo distante, en el límite de su conciencia. A menos que se concentrara, costaba recordar que hubiera estado jamás en un barco. Sin duda, no podía encontrarlo, a pesar de que era el último lugar en el que podía recordar haber estado.

En cambio, parecía estar en un lugar sombrío, lleno de una neblina que cambiaba y se hinchaba, una luz fracturada se colaba a través de ella de modo que parecía más el fantasma de un sol que su realidad. Dentro de la neblina, Sofía no tenía ni idea de en qué dirección era adelante o en qué dirección se suponía que debía ir ella.

Entonces oyó el lloro de un niño, cortando la niebla con más claridad que la luz del sol. De algún modo, el instinto le decía que el niño era suyo y que tenía que ir hacia él. Sin dudarlo, Sofía salió de la neblina y fue corriendo hacia él.

Este continuaba llorando, pero ahora la neblina distorsionó el ruido, haciendo que pareciera que venía de todas direcciones a la vez. Sofía escogió una dirección, se lanzó de nuevo hacia delante pero, al parecer, cada dirección que escogía era la equivocada y no se acercaba.

La neblina centelló y parecían formarse unas escenas a su alrededor, presentadas con tanta perfección como las representaciones encima de un escenario. Sofía se vio a sí misma gritando durante el alumbramiento, su hermana le cogía la mano mientras ella traía una vida al mundo. Se vio a sí misma cogiendo a aquel niño en sus brazos. Se vio a sí misma muerta, con un médico de pie a su lado.

—No estaba lo suficientemente fuerte, después del ataque —le dijo este a Catalina.

Pero eso no podía ser así. No podía ser verdad si las otras escenas eran ciertas. Podía suceder.

—Tal vez nada de esto es verdad. Tal vez es solo la imaginación. O tal vez son posibilidades y nada está decidido.

Sofía reconoció la voz de Angelica al instante. Dio la vuelta rápidamente y vio a la mujer allí, con un cuchillo ensangrentado en la mano.

—Tú no estás aquí —dijo—. No puede ser que estés.

—¿Pero tu hijo sí que puede? —replicó ella.

Entonces dio un paso adelante y apuñaló a Sofía, provocándole un dolor que se le clavaba como el fuego. Sofía gritaba… y estaba sola, de pie en medio de la neblina.

Oyó a un niño que lloraba en algún lugar a lo lejos y fue hacia allí porque sabía por instinto que se era suyo, su hija. Corrió, tratando de alcanzarla, aunque tenía la sensación de que había hecho esto antes…

Vio que a su alrededor había escenas de la vida de una niña. Una niña pequeña jugando, feliz y a salvo, Catalina estaba riendo con ella porque ambas habían encontrado un buen escondite debajo de las escaleras y Sofía no podía encontrarlas. Una niña pequeña a la que sacaban del castillo justo a tiempo, Catalina luchando contra una docena de hombres, ignorando la lanza que tenía a su lado para que Sofía pudiera escapar con ella. La misma niña sola en una habitación vacía, sin ningún progenitor por allí.

—¿Esto qué es? —preguntó Sofía.

—Solo tú exigirías un significado para algo así —dijo Angelica, saliendo de nuevo de entre la neblina—. No puedes simplemente tener un sueño, tiene que estar lleno de presagios y señales.

Esta dio un paso adelante y Sofía levantó la mano para intentar detenerla, pero eso solo sirvió para que le clavara el cuchillo bajo la axila, en lugar de a través del pecho de manera limpia.

Estaba de pie en la neblina, los lloros de una niña sonaban a su alrededor…

—No —dijo Sofía, negando con la cabeza—. No seguiré dando vueltas y vueltas a esto. Esto no es real.

—Es lo suficientemente real como para que tú estés aquí —dijo Angelica, su voz haciendo eco desde la neblina—. ¿Qué se siente al estar muerta?

—Yo no estoy muerta —insistió Sofía—. No puedo estarlo.

La risa de Angelica hizo eco tal y como lo habían hecho antes los lloros de su hija.

—¿Tú no puedes estar muerta? ¿Tan especial eres, Sofía? ¿Tanto te necesita el mundo? Deja que te haga memoria.

Salió de la neblina y ahora no estaban dentro de la neblina, sino en el camarote del barco. Angelica dio un paso adelante, el odio en su rostro era evidente cuando le clavó el cuchillo a Sofía de nuevo. Sofía se quedó sin aliento y, a continuación, cayó, desplomándose en la oscuridad mientras oía que Sienne atacaba a Angelica.

Entonces volvía a estar de nuevo en la neblina, de pie allí mientras esta brillaba a su alrededor.

—Entonces ¿esto es la muerte? —preguntó, sabiendo que Angelica estaría escuchando—. Si es así, ¿qué estás haciendo tú aquí?

—Tal vez yo también morí —dijo Angelica. Volvió a dejarse ver—. Tal vez te odio tanto que te seguí. O tal vez yo sea todo lo que tú odias en el mundo.

—Yo no te odio —insistió Sofía.

Entonces oyó reír a Angelica.

—¿Ah, no? ¿No odias que yo creciera segura mientras tú estabas en la Casa de los Abandonados? ¿Qué todos en la corte me acepten cuando tú tuviste que escapar? ¿O que yo podría haberme casado con Sebastián sin problemas, mientras tú tuviste que huir?

De nuevo, dio un paso adelante, pero esta vez no apuñaló a Sofía. Pasó de largo de ella, alejándose en la neblina. La neblina parecía cambiar de forma cuando pasó Angelica, y Sofía sabía que no podía ser verdaderamente ella, porque la verdadera Angelica no se hubiera cansado tan pronto de asesinarla.

Sofía fue tras ella, para intentar encontrarle el sentido a todo.

—Te mostraré unas cuantas posibilidades más —dijo Angelica—. Creo que te gustarán.

Solo el modo en que Angelica lo dijo ya le decía a Sofía lo poco que le gustaría. Aun así, la siguió hasta dentro de la neblina, sin saber qué otra cosa hacer. Angelica desapareció pronto de la vista, pero Sofía continuó caminando.

Ahora estaba en el centro de una habitación en la que se encontraba Sebastián, evidentemente intentando contener la lágrimas que caían de sus ojos. Angelica estaba allí con él y estiró la mano hacia él.

—No debes reprimir tus emociones —dijo Angelica en un tono de perfecta compasión. Rodeó con sus brazos a Sebastián y lo abrazó—. No pasa nada por llorar a los muertos, pero recuerda que los vivos estamos aquí para ti.

Ella miraba directamente a Sofía mientras abrazaba a Sebastián y Sofía veía su mirada triunfante. Sofía se dispuso a ir hacia allí con furia, con el deseo de apartar a Angelica de él, pero ni tan solo podía tocarlos con su mano. Los atravesó sin que hubiera contacto, se quedó mirándolos fijamente, poco más que un fantasma.

—No —dijo Sofía—. No, esto no es real.

Ellos no reaccionaron. Como si ella no estuviera allí. La imagen cambió, y ahora Sofía se encontraba en medio de una especie de boda que ella nunca se hubiera atrevido a imaginar para ella misma. Era en una sala cuyo techo parecía llegar hasta el cielo, con nobles reunidos en tales cantidades que incluso hacían que pareciera pequeña.

Sebastián estaba esperando en un altar junto a una sacerdotisa de la Diosa Enmascarada cuyo ropaje anunciaba su rango por encima de las otras de su orden. La Viuda estaba allí, sentada en un trono de oro mientras observaba a su hijo. Llegó la novia, con velo y vestida de un blanco puro. Cuando la sacerdotisa retiró el velo y la cara de Angelica quedó al descubierto, Sofía gritó…

Estaba en los aposentos que conocía de memoria, la distribución de las cosas de Sebastián no había cambiado desde las noches que había pasado allí, la caída de la luz de la luna sobre las sábanas directa de sus recuerdos del tiempo que pasaron juntos. Había unos cuerpos enredados en esas sábanas y, entre ellos Sofía podía oír sus risas y su alegría.

Vio que la luz de la luna caía sobre el rostro de Sebastián, atrapado en un gesto de pura necesidad, y sobre el de Angelica, en el que no había otra cosa que no fuera triunfo.

Sofía dio la vuelta y corrió. Corrió a ciegas a través de la neblina, sin querer ver nada más. No quería quedarse en este lugar. Tenía que escapar de él, pero no podía encontrar una salida. Lo que era peor, parecía que cada dirección que tomaba la hacía ir en dirección a más imágenes, e incluso las imágenes de su hija le hacían daño, pues Sofía no tenía un modo de saber cuáles podían ser reales y cuáles estaban allí solo para hacerle daño.

Tenía que encontrar una salida, pero no podía ver lo suficientemente bien para encontrarla. Sofía se quedó allí, sintiendo que el pánico crecía en su interior. De algún modo, sabía que Angelica la seguiría de nuevo, acechándola a través de la neblina, preparada para clavarle de nuevo el cuchillo.

Entonces Sofía vio la luz, resplandeciendo a través de la niebla.

Crecía lentamente, empezando como algo que apenas se abría camino a través de la oscuridad y, a continuación, convirtiéndose lentamente en algo más grande, algo que consumía la niebla del mismo modo que el sol de la mañana podría consumir el rocío mañanero. La luz trajo calor con ella, proporcionando vida a unas extremidades que antes se habían sentido pesadas.

Se derramó sobre Sofía y esta dejó que su poder se vertiera en ella, llevando con ella imágenes de campos y ríos, montañas y bosques, todo un reino contenido en ese toque de luz. Incluso el dolor recordado de la herida en su costado parecía desvanecerse ante aquel poder. Por instinto, Sofía se llevó la mano al costado, sintiendo que al retirarla estaba manchada de sangre. Ahora podía ver allí la herida, pero se estaba cerrando, la carne se cerraba bajo el toque de la energía.

Cuando se levantó la neblina, Sofía vio algo en la distancia. Llevó unos segundos más que se consumiera lo suficiente para dejar al descubierto una escalera de caracol que llevaba hacia un trozo de luz, que estaba tan arriba que parecía imposible alcanzarlo. De algún modo, Sofía sabía que la única manera de salir de esta pesadilla que parecía no terminar nunca era llegar hasta esa luz. Fue en dirección a la escalera.

 

—¿Piensas que puedes salir? —preguntó Angelica desde detrás de Sofía. Se giró y apenas pudo bajar las manos a tiempo cuando Angelica la atacó con el cuchillo. Sofía la empujó por instinto, después se giró y fue corriendo hacia las escaleras.

—¡Nunca saldrás de aquí! —exclamó Angelica y Sofía oyó sus pasos siguiéndola detrás.

Sofía aceleró. No quería que la apuñalaran otra vez y no solo para evitar ese dolor. No sabía qué sucedería si ese lugar cambiaba de nuevo, o cuánto tiempo duraría la abertura de allá arriba. En cualquier caso, no podía permitirse correr el riesgo, así que fue corriendo hacia las escaleras, se giró cuando llegó a ellas y le dio una patada a Angelica que la bloqueó a media estocada.

Sofía no se quedó a pelear con ella, sino que, en cambio, subió a toda velocidad las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos. Oía que Angelica la seguía, pero eso ahora no importaba. Lo único que importaba era escapar. Continuó escaleras arriba mientras estas no hacían más que subir y subir.

Las escaleras continuaban, parecían no dejar de subir nunca. Sofía continuaba trepando por ellas, pero sentía que empezaba a cansarse. Ahora ya no tomaba los escalones de dos en dos y, con una mirada por encima del hombro, vio que la versión de Angelica en cualquiera que fuera esta pesadilla todavía la seguía, acechándola con una desagradable sensación de inevitabilidad.

El instinto de Sofía era continuar subiendo, pero una parte más profunda de su ser empezaba a pensar que eso era estúpido. Este no era el mundo normal; no tenía las mismas normas, ni la misma lógica. Este era un lugar donde el pensamiento y la magia tenían más importancia que la capacidad puramente física de continuar.

Ese pensamiento bastó para hacer que Sofía se detuviera y ahondara en su interior, en busca del hilo de poder que parecía que la había conectado a todo un país. Se giró y miró la imagen de Angelica, comprendiéndolo ahora.

—Tú no eres real —dijo—. Tú no estás aquí.

Mandó un susurro de poder y la imagen de su asesina en potencia se disolvió. Se concentró y la escalera de caracol desapareció, dejando a Sofía de pie en un suelo plano. Ahora la luz no estaba arriba, sino que, en su lugar, estaba a uno o dos pasos, formando una puerta que parecía dar al camarote de un barco. El mismo camarote de barco donde habían apuñalado a Sofía.

Respirando profundamente, Sofía entró y despertó.

CAPÍTULO SIETE

Catalina estaba sentada en la cubierta del barco mientras este cortaba el agua, el agotamiento no le permitía hacer mucho más. A pesar del tiempo que había pasado desde que había curado la herida de Sofía, parecía que no se había recuperado completamente del esfuerzo.

De vez en cuando, los marineros comprobaban que estuviera bien. El capitán, Borkar, era especialmente atento, comprobándolo con una frecuencia y una deferencia que hubieran resultado graciosos de no ser porque él actuaba de forma completamente sincera.

—¿Está bien, mi señora? —preguntó, por lo que parecía ser la centésima vez—. ¿Solicita alguna cosa?

—Estoy bien —le aseguró Catalina—. Yo no soy la señora de nadie. Solo soy Catalina. ¿Por qué continúas llamándome así?

—No me corresponde decirlo, mi… Catalina —insistió el capitán.

No era solo él. Parecía que todos los marineros pasaban por el lado de Catalina con un nivel de deferencia que rayaba lo servil. No estaba acostumbrada a esto. Su vida había consistido en la brutalidad de la Casa de los Abandonados, seguido de la camaradería de los hombres de Lord Cranston. Y había estado Will, por supuesto…

Esperaba que Will estuviera a salvo. Cuando se fue, no había podido decirle adiós, pues Lord Cranston no le hubiera dejado marcharse de haberlo hecho. Hubiera dado lo que fuera para poder decirlo adecuadamente, o incluso mejor, para llevarse a Will con ella. Probablemente se hubiera reído de los hombres que hacían la reverencia ante ella, sabiendo lo mucho que esa cortesía injustificada le molestaría.

Tal vez eso era algo que Sofía había hecho. Al fin y al cabo, ya había interpretado el papel de noble antes. Tal vez lo explicaría todo una vez se despertara. Si se despertaba. No, Catalina no podía pensar así. Debía tener esperanzas, incluso aunque hubieran pasado más de dos días desde que ella había cerrado la herida en el costado de Sofía.

Catalina entró en el camarote. El gato del bosque de Sofía levantó la cabeza cuando Catalina entró, alzando la vista de manera protectora desde donde estaba a los pies de Sofía como una manta peluda. Para sorpresa de Catalina, el gato apenas se había movido del lado de Sofía durante todo el tiempo en el que el barco había estado viajando. Dejó que Catalina le acariciara las orejas cuando fue hacia el lado de la cama de su hermana.

—Los dos estamos esperando a que despierte, ¿verdad? —dijo ella.

Se sentó al lado de su hermana, observando cómo dormía. Sofía parecía estar muy tranquila ahora, ya no estaba dañada por la herida de estilete en su costado, ya no estaba gris por la palidez de la muerte. Podía haber estado dormida, solo que había estado dormida de esta manera durante tanto tiempo que a Catalina empezaba a preocuparle que pudiera morir de hambre o de sed antes de despertar.

Entonces Catalina vio el ligero parpadeo de los ojos de Sofía, el breve movimiento de sus manos contra las sábanas. Miró fijamente a su hermana, atreviéndose a tener esperanzas.

Sofía abrió los ojos, la miró fijamente y Catalina no pudo resistirse. Se lanzó hacia delante y abrazó a su hermana, sujetándola muy fuerte.

—Estás viva. Sofía, estás viva.

—Estoy viva —la tranquilizó Sofía, sujetándose en Catalina mientras esta la ayudaba a incorporarse. Incluso el gato del bosque parecía alegrarse por ello, yendo hacia allí para lamerles la cara a ambas con una lengua que parecía el raspador de un herrero.

—Tranquila, Sienne —dijo Sofía —. Estoy bien.

—¿Sienne? —preguntó Sofía—. ¿Así se llama?

Vio que Sofía asentía.

—La encontré en el camino hacia Monthys. Es una larga historia.

Catalina imaginó que había un montón de historias que contar. Se apartó de Sofía, deseosa por oírlo todo y Sofía casi cayó de nuevo en la cama.

—¡Sofía!

—No pasa nada —dijo Sofía—. De verdad que estoy bien. Por lo menos, eso creo. Solo estoy cansada. También me iría bien beber un poco.

Catalina le pasó una bota de agua y observó cómo Sofía bebía con ganas. Llamó a los marineros y, ante su sorpresa, el mismo capitán Borkar vino corriendo.

—¿Qué necesita mi señora? —pregunto y, a continuación, miró a Sofía. Para sorpresa de Catalina, se puso sobre una rodilla—. Su alteza, está despierta. Todos estábamos muy preocupados por usted. Debe estar muerta de hambre. ¡Ahora mismo le traigo comida!

Se fue a toda prisa y Catalina notó que la alegría salía de él como humo. Pero ahora ella tenía, por lo menos, otra preocupación.

—¿Su alteza? —dijo, mirando hacia Sofía—. Los marineros me han estado tratando de manera rara desde que descubrieron que era tu hermana, ¿pero esto? ¿Les estás diciendo que eres de la realeza?

Fingir ser de la realeza parecía un peligroso juego al que jugar. ¿Se estaba aprovechando Sofía de su compromiso con Sebastián, o fingiendo ser de la realeza extranjera, o había algo más?

—No es nada de eso —dijo Sofía—. No estoy fingiendo nada. —Agarró a Catalina por el brazo—. ¡Catalina, descubrí quiénes son nuestros padres!

Eso no era algo con lo que Sofía bromearía. Catalina la miró fijamente, sin apenas poder creer las consecuencias de ello. Se sentó en el borde de la cama, deseando comprenderlo todo.

—Cuéntame —dijo, incapaz de contener su conmoción—. ¿Realmente piensas… piensas que nuestros padres tenían algo que ver con la realeza?

Sofía se dispuso a incorporarse. Al moverse con dificultad, Catalina la ayudó.

—Nuestros padres se llamaban Alfredo y Cristina Danse —dijo Sofía—. Vivían, mejor dicho, vivíamos en una finca en Monthys. Nuestra familia habían sido los reyes y reinas antes de que la familia de la Viuda los apartara. La persona que explicó esto dijo que tenían una especie de… conexión con la tierra. No solo la gobernaban; eran parte de ella.

Catalina se quedó helada al escucharlo. Ella había sentido esa conexión. Había sentido que el campo se extendía ante ella. Había ido en busca del poder que había en él. Entonces fue cuando pudo curar a Sofía.

—¿Y esto es real? —dijo—. ¿No se trata de un cuento? ¿No me estoy volviendo loca?

—Yo no inventaría esto —la tranquilizó Sofía—. Yo no te haría eso, Catalina.

—Dijiste que nuestros padres eran esas personas —dijo Catalina—. ¿Ellos están…? ¿Ellos murieron?

Hizo todo lo que pudo por esconder el dolor que la atravesaba ante aquel pensamiento. Ella recordaba el fuego. Recordaba escapar. No podía recordar lo que les había sucedido a sus padres.

—No lo sé —dijo Sofía—. Nadie parece saber lo que les sucedió después de eso. Aparte de esto, el plan es ir hasta nuestro tío, Lars Skyddar, y esperar que él sepa algo.

—¿Lars Skyddar? —Catalina había oído ese nombre. Lord Cranston había hablado de las tierras de Ishjemme y de cómo habían conseguido impedir la entrada a los invasores usando una combinación de astutas estrategias y las defensas naturales de sus fiordos cubiertos de hielo—. ¿Él es nuestro tío?

Era demasiado para asimilarlo. De golpe, Catalina había pasado de no tener ninguna familia más allá de su hermana a tener una familia que habían sido reyes y reinas, que gobernaban en al menos en una tierra lejana. Era demasiado, demasiado rápido.

Por instinto, Catalina se llevó las manos al medallón que llevaba en el cuello, se lo quitó y miró la imagen de la mujer que había dentro. Ahora tenía un nombre para esa mujer: Cristina Danse. Su madre. Eso la convertía en Catalina Danse.

Catalina sonrió. Le gustaba cómo sonaba. Le gustaba la idea de tener un apellido, más que ser solo Abandonada, marcada por el tatuaje en su pantorrilla.

—¿Qué es eso? —preguntó Sofía y Catalina se dio cuenta de que no estaba mirando al medallón, sino al anillo que ella había puesto en la misma cadena para custodiarlo. No había ninguna duda de que Sofía lo reconocía. Por supuesto que lo haría, pues había sido su anillo de compromiso—. ¿Dónde conseguiste eso?

No tenía ningún sentido intentar ocultarlo ahora.

—Sebastián me lo dio para que te lo diera —dijo—. Pero Sofía, debes mantenerte alejada de él.

—Le quiero —dijo Sofía—, y si él me quiere…

—Pero él te apuñaló —insistió Catalina, sintiendo el eco de la rabia que había sentido al principio de ver a Sofía allí tumbada cerca de la muerte—. ¡Intentó asesinarte!

A pesar de ello, Sofía todavía negaba con la cabeza.

—No fue él.

—¿Por qué él no es realmente así? —supuso Catalina—. Sonó como el tipo de excusa que podría dar la mujer de un campesino cuando su marido se emborrachaba y la pegaba—. ¿Por qué realmente te quiere?

—No —dijo Sofía—. Lo digo en serio, no fue él. Me apuñaló una mujer noble llamada Milady d’Angelica, no Sebastián.

Catalina no se había encontrado con esa noble, pero ella no era la que estaba arrodillada junto al cuerpo de Sofía.

—Él estaba aquí —insistió Catalina—. Tenía el cuchillo en su mano. ¡Estaba cubierto con tu sangre!

—Tal vez estaba intentando salvarme —insistió Sofía.

—Y tal vez tú estás recurriendo a cualquier cosa para defenderlo —replicó Catalina—. Tal vez realmente crees que esta mujer estaba aquí, en lugar de Sebastián, pero yo sé lo que vi.

—Fue Angelica —insistió Sofía—. Me apuñaló y Sienne le arrancó un pedazo de su espalda cuando escapaba. Por favor, Catalina, solo quiero que me creas. Sebastián no fue el que hizo esto.

—Ha hecho muchas otras cosas —remarcó Catalina—. Para empezar, él fue el que te echó y así acabaste en este lío. Dijo que quería encontrarte, pero por lo que yo veo, lo único que hizo fue mandar a la mitad del ejército real a perseguirte. Incluso aunque no te apuñalara él, no hizo nada para intentar salvarte.

 

—No puedes culparle por no tener la magia para curarme —dijo Sofía. Estiró el brazo hacia Catalina y la acercó a ella—. No quiero discutir, Catalina. Me salvaste la vida y ahora estamos viajando juntas para encontrar a nuestra familia. Quiero a Sebastián. ¿No puedes simplemente aceptarlo?

Catalina deseaba poder hacerlo, pero por lo que veía, querer a Sebastián no le había traído otra cosa que no fuera dolor. Se quitó el anillo de la cadena que llevaba en el cuello y lo apretó contra la mano de Sofía de mala gana.

—Tú deberías tener esto —dijo—. Si fuera por mí, lo cogería y lo tiraría al mar, o lo vendería para tener algo más de dinero, pero tú probablemente lo tomarás como una promesa.

Catalina vio que Sofía asentía y supo que su hermana estaba pensando en esos términos. Ella realmente pensaba que el príncipe cuyas manos se habían cubierto de sangre iría hacia ella y sería el marido perfecto. Catalina vio que se lo ponía en el dedo pequeño, sujetándolo casi solemnemente.

—¿Por qué lo deseas tanto? —preguntó Catalina—. ¿Por qué es tan importante que las cosas funcionen con él? Tienes toda una vida por delante. Me acabas de decir que tenemos la oportunidad de encontrar a nuestra familia. Me has dicho que… diosa, soy una princesa, ¿no es así?

—Eres una princesa —dijo Sofía con una leve sonrisa—, y a partir de ahora tendrás que llevar bonitos vestidos de baile.

—Ni en un millón de años —dijo Catalina—. Y estás evitando el tema. Ya no eres una chica Contratada como sirvienta. Podrías tener a cualquier hombre que desearas. ¿Por qué él? Y no me digas solo que le quieres.

—¿Tan estúpido es el amor? —preguntó Sofía.

Catalina se puso a pensar en Will, pero no dijo nada. Si este era el modo en que el amor hacía pensar a las personas, entonces sí que era estúpido.

—Catalina, lo necesito —dijo Sofía.

—¿Por qué?

—Porque estoy embarazada de su hijo —dijo Sofía.

Catalina la miró fijamente.

—¿Estás embarazada?

Entonces volvió a abrazar a su hermana.

—Evidentemente, ¿te das cuenta de lo que esto significa? —preguntó Sofía—. No solo vas a ser una princesa, Catalina. Vas a ser tía.

Catalina no lo había pensado así, y ese solo pensamiento era ligeramente aterrador. Pero había otros miedos más grandes. Las dos se dirigían hacia un lugar en el que Catalina no había estado nunca para encontrar a un hombre que no conocían, todo esto mientras su hogar se encontraba en medio de una invasión.

No sabía lo que supondría su viaje a Ishjemme, pero sospechaba que no sería fácil.

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