Salud pública veterinaria

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Los inicios

Desde que comenzó el actual siglo se trabaja por un esfuerzo colaborativo de múltiples disciplinas, trabajando local, nacional y globalmente para alcanzar una óptima salud de humanos, animales domésticos y silvestres y su ambiente, siendo una aproximación holística para la prevención de enfermedades epidémicas-epizoóticas y el mantenimiento de la integridad de los ecosistemas.

Como una coincidencia, desde los inicios de los saberes médicos, las relaciones entre los estudiosos de diferentes profesiones y las responsabilidades frente a la salud comunitaria se establecieron en forma natural; existía un solo saber médico y un terreno común entre la medicina humana y la animal, mediante el reconocimiento de enfermedades que comparten el hombre y los animales y viceversa (zoonosis), campo común de quienes se ocupan de la sanidad y la salud de la comunidad (Schwabe, 1968).

Tal vez de allí vendría una reflexión sobre la conceptualización y los alcances de la veterinaria y no como a veces se entiende médico veterinario, con un enfoque clínico individual que, siendo valioso, nos ha distanciado tanto de lo colectivo y comunitario que clama desde su origen y presente a la veterinaria.

La aproximación al estudio de la salud de los humanos y los animales comenzó como un solo tema, es decir, la salud como un solo concepto. Curiosamente, es este concepto inicial al que en el presente se clama en el contexto de Un mundo, Una Salud, aunque ya en el escenario mitológico griego aparece la relación entre la salud humana y animal, no solo evidenciando el carácter plural y abierto y el origen común desde la salud para la medicina y la veterinaria, sino señalando la confluencia de intereses de la misma: el conocimiento de la salud y la enfermedad y la protección de la salud comunitaria.

En este sentido, Schwabe (1968) —para señalar la existencia del concepto de Una Salud y la participación de la veterinaria en este— utilizó la figura mitológica del centauro Quirón, mitad hombre y mitad animal, ser justo y hospitalario, educador de héroes, médicos y cirujanos y que contribuyó con la formación de los dioses del ministerio divino de la salubridad pública establecido en el Epidauro y consagrado a Esculapio.{2} Siendo inmortal, Quirón, en un acto de solidaridad con los humanos, decidió morir en lugar de Prometeo (a su vez, amigo y protector de los humanos), quien solo podía ser liberado de su castigo (permanecer encadenado para que los buitres devoraran sus entrañas) si un inmortal moría por él. En Quirón se refleja, entonces, el saber médico, el saber veterinario, la salud comunitaria, pero también la vocación docente, la generosidad, la humanidad, la piedad por el enfermo crónico, que quiere morir y no muere.

Con este aparte de la mitología griega, los historiadores de la veterinaria —como Schwabe, profesor emérito de la Universidad de California, en Davis, y denominado el padre de la epidemiología veterinaria— representan el origen mítico de la profesión con Quirón como fundador legendario, desde dos ángulos: el clínico individual con Esculapio y el poblacional o colectivo con Higía. Asimismo, en este escenario mitológico sobresalen dos elementos importantes: la enseñanza del arte de curar y la transmisión del conocimiento con una proyección hacia la salud comunitaria. No es coincidencia que también desde la mitología, la veterinaria se identifique con los aportes a la clínica individual y a la salud colectiva (Reyes et ál., 2004). El caduceo de Esculapio es el emblema mundial de la profesión médica y la veterinaria.

La práctica veterinaria y la Salud Pública (SP) la tienen como base idénticos conceptos respecto de las poblaciones; el rebaño, el hato y el plantel avícola constituyen una prioridad, frente a los problemas individuales; en lo referente a la SP, la comunidad constituye el centro de atención. Para el veterinario ubicar la especie humana en la cadena epidemiológica de una enfermedad determinada es un proceso lógico desde la epidemiología y las relaciones agentes bióticos, ambiente, poblaciones y salud (Thrusfield, 2007).

Desde 1761 en Francia, cuando se fundaron los primeros estudios de veterinaria (Lyon), hasta la actualidad, la formación de profesionales en ciencias veterinarias ha obedecido a las necesidades científicas y tecnológicas de los diferentes países (Camacho, 2007), teniendo en cuenta las particularidades geográficas, ambientales, sociales, económicas, entre otras. Además, existen nexos entre las ciencias veterinarias y las ciencias biológicas, médicas y ambientales, donde las primeras tienen elementos transversales de las segundas, por lo que hay una profunda orientación científica en el desarrollo del conocimiento veterinario, sin desconocer la importancia de las perspectivas sociales y económicas, por su inherente espacio en la producción y sostenibilidad de sectores como el agropecuario.

En los inicios de la educación veterinaria tuvo gran influencia el pensamiento ilustrado del siglo XVIII, por el ya nombrado arraigo científico y por las bases fundamentales producto de la experiencia acumulada de quienes siglos atrás se dedicaron al cuidado de los animales (Camacho,2007), para posteriormente involucrarse en actividades económicas, producto de los desarrollos e innovaciones que para entonces impactaron el modo de vivir y producir de los pobladores rurales del viejo continente.

La escuela veterinaria en Europa

Quienes se ocupaban de la salud, se enfrentaban a retos y situaciones que debían solucionar oportunamente. Por ejemplo, el veterinario suizo Jacob Nufer realizó en una mujer la primera operación cesárea lograda (Graham, 1951, citado por Schwabe, 1968; Reyes et ál., 2004). Por tanto, cuando en la segunda mitad del siglo XVIII se establecieron en Francia las primeras escuelas de veterinaria, se impartieron cursos de entrenamiento en la atención de partos, fracturas y heridas en humanos. Adicionalmente, se instruía a los estudiantes de veterinaria sobre las enfermedades del ojo humano y sobre la forma de certificar los decesos de las personas, ya que se carecía con frecuencia de una atención médica conveniente en las zonas rurales (Schwabe, 1968; Reyes et ál., 2004).

El primer centro francés recuperó el término veterinaria, utilizado por primera vez por “Columela" (Lucius Julius Moderatus), en su obra Res Rustica, durante el siglo I d.C., que había entrado en desuso durante la Edad Media. Europa en el siglo XVII era predominantemente agrícola; las áreas urbanas aumentaban y la industria comenzaba a emerger. El constante crecimiento de la población exigía mucho de la agricultura y la ganadería (esta afectada por graves enfermedades), mientras que las necesidades de las guerras (entre ellas la de los Treinta Años) cargaban de impuestos a la incipiente industria que cada vez acumulaba más fuerza de trabajo, con lo cual las urbes incrementaban la demanda de alimentos. En lo artístico, es el siglo de Cervantes, Velásquez y Rembrandt; en el campo científico, de Descartes, Kepler, Galileo, Neper, Leibnitz y Newton.

Durante el siglo XVII, en los países europeos, el sector agropecuario representaba la fuente principal de riqueza y de empleo. En Rusia, las familias campesinas eran nueve de cada diez; en Francia, ocho de cada diez, y en Prusia y Polonia, más de siete de cada diez. La preponderancia de la agricultura y la ganadería era un factor común, pero eran diversos los tipos y métodos de cultivo y de manejo animal; los canales de mercado, el sistema de propiedad y la situación social del campesinado. En los siglos XVII y XVIII, las enfermedades del ganado bovino se presentaron con inusitada intensidad. En 1609, la peste bovina se extendió por todos los países de Europa central (Spinage, 2003). Los agricultores y ganaderos alzaron sus voces de protesta ante la devastación. Los años 1625 y 1645 fueron difíciles; no había animales para el trabajo del campo, el transporte o la alimentación (Reyes et ál., 2004).

En 1682 y 1683 la fiebre aftosa (glosopeda) afectó la ganadería (bovina, porcina, ovina y caprina) de Francia, Suiza, Alemania y Polonia; tanto la población rural como la urbana sintieron los rigores de la falta de alimentos (carne y leche) para el consumo. Por la viruela de los ovinos, Italia perdía más de tres millones de cabezas y Francia y Bélgica diez millones de animales (Wilkinson, 1992; Reyes et ál., 2004). En 1721, la peste bovina afectó de nuevo a Europa; en esta ocasión Lansici, el médico del papa Clemente IV, fue consultado para adoptar medidas que protegieran a la Iglesia y redactó su tratado de profilaxis, legando a la posteridad uno de los instrumentos más preciosos de la higiene y la salud animal (Reyes et ál., 2004).

Tanto médicos como veterinarios constataron que la salud humana como la animal proporcionaba tal complejidad, que ameritaba estudios individuales. Sin embargo, en esa época se reunían para aprender, estudiar y pensar en asuntos comunes. Podemos preguntar entonces, ¿qué ha sucedido para que la salud humana y la salud animal estén ahora tan distantes? De cualquier manera, las primeras escuelas abiertas en Francia y las que le siguieron en toda Europa deben su existencia a un complejo grupo de circunstancias, no solamente filosóficas y médicas, sino principalmente económicas que generaban un sentir común en todos los pueblos, proveniente de las grandes pérdidas sufridas por las guerras, los destrozos de la peste bovina y la creciente demanda por alimentos (Wilkinson, 1992).

 

El 4 de agosto de 1761, un decreto del Consejo de Estado del Rey autorizó “abrir una Escuela en la que se enseñara públicamente los principios y métodos para curar las enfermedades de los animales" (Cordero del Campillo, 2003). La primera escuela veterinaria fue la de Lyon, fundada en febrero de 1761, durante el reinado de Luis XV. La segunda fue la de Alfort, en octubre de 1766.{3}

Claude Bourgelat, fundador de la Escuela de Lyon, abogado y destacado equitador, fue nombrado director de la Academia de Equitación en Lyon en 1740. Su extenso trabajo y cariño por los caballos le convencieron de la necesidad de una nueva profesión: la medicina veterinaria, para contar con profesionales que contribuyeran a la prevención y el control de los complejos problemas sanitarios de las especies animales. Hacia 1750, la década de la Enciclopedia, Bourgelat participó asiduamente en las actividades científicas que se emprendieron en Francia en la segunda mitad del siglo XVIII. Las publicaciones Nouveau traité de cavalerie y de Éléments d'hippiatrique, lo convirtieron en uno de los principales autores de su época, entre los que se destacaba por su metodología científica, adquirida durante su trabajo cooperativo con los cirujanos de Lyon, con quienes había estudiado la anatomía de los equinos (Reyes et ál., 2004).

Gracias a sus publicaciones, fue nombrado, en 1752, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París. Diderot y d'Alembert le propusieron colaborar en la elaboración de la Enciclopedia (Diccionario Razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios, constaba de diecisiete volúmenes, editados en París entre 1751 y 1772) y redactar todos los “artículos relacionados con la doma de caballos, la herrería y las artes afines". Tras corregir los textos de los autores que le habían precedido, en 1755 entregó el primero de sus cerca de 250 artículos. Su obra le permitió establecer relaciones fuera de su círculo de amigos y colaboradores de Lyon; Malesherbes y Voltaire lo apoyaron en sus actividades universitarias.

En 1761, en la Francia de Luis XV, se quiso promover la prevención de las enfermedades del ganado, la protección de los pastos y la instrucción de los campesinos. La gestión de esta reforma agrícola propuso, entre otras cosas, crear otra escuela de veterinaria en Lyon y nombrar a Bourgelat director de esta. Dos años después, un real decreto nombraba a Bourgelat “Director e inspector general de la Escuela Veterinaria de Lyon y de todas las escuelas veterinarias creadas y por crear en el Reino" y más adelante, “Comisario general de las caballerizas del Reino".

El 4 de agosto de 1761, un decreto del Consejo de Estado del Rey autorizó a Bourgelat a “abrir una escuela en la que se enseñen públicamente los principios y métodos para curar las enfermedades de los animales". La Escuela abrió las puertas a sus primeros alumnos en febrero de 1762. El 3 de junio de 1764, otro decreto del Consejo de Estado del Rey confería a la Escuela de Lyon el título de Real Escuela de Veterinaria. Más tarde pasó a ser imperial y, finalmente, nacional.

En 1765, por orden de la corona, Bourgelat creó una escuela en París. La nueva escuela se instaló en Alfort; el arquitecto Soufflot se encargó de las obras de acondicionamiento. La escuela abrió sus puertas en octubre de 1766. Honoré Fragonard fue su primer director, mientras Bourgelat se desempeñaba como inspector general de las escuelas de veterinaria. En la Escuela de Alfort se impartían tres tipos de formación: la propia de los futuros veterinarios, la destinada a los inspectores de criaderos de caballos y una formación especial para veterinarios militares.

Los fundadores de las escuelas veterinarias de Europa se formaron en Lyon y en Alfort a finales del siglo XVIII. Unos eran franceses que se expatriaron después de su formación y otros extranjeros que fueron enviados a Francia por los gobiernos de sus países para aprender los principios fundamentales del nuevo arte de la medicina veterinaria.

Casi un siglo antes de que Rayer fundara la patología comparada, Bourgelat, inspirado por las ideas de los naturalistas de su época, mediante el trabajo cooperativo con los cirujanos de Lyon, había sentado ya las bases del concepto moderno de biopatología comparada.

Dos frases extraídas de los Reglamentos para las Reales Escuelas de Veterinaria (publicados en 1777, dos años antes de su muerte), su testamento filosófico, señalan su aporte:

Las puertas de nuestras Escuelas están abiertas a todos aquellos cuya misión es velar por la conservación de la humanidad y que han adquirido, por el buen nombre que han alcanzado, el derecho de acudir a ellas para estudiar la naturaleza, buscar analogías y verificar ideas cuya confirmación puede ser útil para la especie humana.

... Hemos comprobado la estrecha relación que existe entre la máquina humana y la máquina animal; dicha relación es tal que la medicina humana y la medicina animal se instruirán y perfeccionarán mutuamente el día que, libres de un prejuicio ridículo y funesto, dejemos de pensar que nos rebajamos y envilecemos estudiando la naturaleza de los animales, como si esa naturaleza y la verdad no fuesen en todo momento y en todo lugar dignas de ser exploradas por cualquiera que sepa observar y pensar.

Bourgelat dedicó todos sus esfuerzos a la administración de las escuelas de veterinaria, cuidando de los más mínimos detalles. Redactó numerosos textos reglamentarios. La rectitud moral de los alumnos era una de sus prioridades. Quería que de sus escuelas saliesen hombres honestos e instruidos y subrayaba continuamente el bien que el país podía esperar de ellos.

Una frase extraída de los Reglamentos para las Reales Escuelas de Veterinaria, que podría servir de preámbulo a los Códigos de deontología, refleja claramente las preocupaciones éticas de este visionario, fundador de la profesión veterinaria:

impregnados siempre de los principios de honestidad que habrán apreciado y de los que habrán visto ejemplos en las escuelas, jamás deberán apartarse de ellos; distinguirán al pobre del rico, no pondrán un precio excesivo a talentos que deben exclusivamente a la beneficencia del Rey y a la generosidad de su patria y demostrarán con su conducta que están todos igualmente convencidos de que la fortuna consiste menos en el bien que uno posee que en el bien que uno puede hacer.

Miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París, redactor de la Enciclopedia, censor e inspector de la Librería de Lyon, Bourgelat contó con la estima y la amistad de pensadores ilustres como Malesherbes, Diderot, d'Alembert y Voltaire por su valía como científico. Era un hombre hondamente penetrado de los valores difundidos por las grandes corrientes de ideas de su época. Todos sus escritos contienen reflexiones que van mucho más allá de los aspectos técnicos y médicos y que muestran su búsqueda de la verdad, estos son algunos de sus apuntes:

Por lo demás, abrimos simplemente caminos. Otros pondrán más lejos los límites en los que nos detengamos [...] Solo adquiriremos conocimientos ciertos si abrimos y hojeamos el libro de la Naturaleza; todo prestigio y toda ilusión se desvanecerán en cuanto percibimos esos conocimientos; desearemos obrar únicamente en función de verdades, asir el hilo de cada una de ellas y seguirlas hasta donde lleguen.

En 1771, Voltaire le escribió:

Admiro sobre todo su ilustrada modestia [...] Cuanto más sabe usted, menos afirma. En nada se asemeja a esos físicos que se ponen en el lugar de Dios y crean un mundo con sus palabras. Con su experiencia, ha abierto usted una carrera nueva; ha prestado verdaderos servicios a la sociedad: esa es la física buena.

Dentro de las primeras promociones de aquellas escuelas francesas participaron no solo alumnos franceses sino también daneses, austríacos, prusianos, suecos y suizos. Algunos de ellos eran médicos, comisionados para estudiar la nueva medicina por cuenta de sus respectivos gobiernos (Schwabe, 1968).

Problemas comunes

Por la mencionada época, los problemas comunes a humanos y animales y la preocupación por la inocuidad de los alimentos eran evidentes. Estos hechos se materializaron durante el siglo XVII, cuando se aceptaba que la salud de los animales planteaba problemas a la salud de los humanos y del ambiente; en Alemania, Ludwig von Seckendorff formuló un programa sanitario gubernamental entre cuyas disposiciones se incluían la inspección de alimentos y medidas para proteger a la población de las enfermedades contagiosas.

La preocupación por la SP y la inocuidad de los alimentos de origen animal era evidente. Entre 1779 y 1817, el alemán Johan Peter Frank publicó una serie de obras sobre salud pública; las enfermedades animales y el consumo de carne fueron algunos de los temas incluidos. En 1848 se establecieron los Consejos de Sanidad para cada municipio y se contrataron los primeros veterinarios, por periodos de cuatro años.

De acuerdo con Schwabe (1968), la aparición de las escuelas independientes y el descubrimiento de los microorganismos patógenos comunes, permitieron relacionar aún más la salud humana y la de los animales, tal y como ocurrió con los estudios de Edward Jenner (1796) y John Hunter (1767). interesado en la veterinaria, el médico inglés Jenner perteneció a una generación de profesionales de la salud de la escuela de John Hunter, médico, naturalista y estudioso de la medicina experimental y la anatomía comparada, también profesor del Real Colegio de Veterinarios de Londres. Jenner vivió en la casa de Hunter por algunos años y allí creció su interés por la relación entre la salud de los animales y la de los humanos. Con el apoyo de los estudiantes de la Escuela de Veterinaria, consiguió las muestras de viruela vacuna, para preparar el inóculo que aplicó exitosamente en la prevención de la viruela de los humanos.

En efecto, Jenner pensó en sustituir la variolización (incisión en la piel del individuo para colocarle el polvo de las costras de viruela humana), por la inoculación de la linfa de alguien que hubiese sufrido en forma espontánea la viruela vacuna. De acuerdo con esa idea, el 14 de mayo de 1976, inoculó al niño James Phipps linfa tomada de una pústula de viruela vacuna de la mano de una mujer dedicada al ordeño. Como el muchacho no presentó ninguna reacción, Jenner concluyó que la viruela vacuna se transmitía de humano a humano y que la vacuna producía inmunidad contra la viruela (Salamanca, 2004).

En los años siguientes, Jenner experimentó su nuevo método que denominó vacunación por variolae vaccínae o viruela vacuna. El trabajo en que expuso sus experiencias fue rechazado por la Royal Society pero en 1798, Jenner publicó por cuenta propia dicho trabajo en el ensayo titulado An Inquiry into the Causes and Effects of the variolae vaccínae. Esta vacuna antivariólica fue acogida al principio de manera muy fría, de forma que su aplicación no comenzó en Inglaterra sino hasta 1801 (Zúñiga, 2004).

Con tal descubrimiento nació la vacuna, denominada así por Pasteur como un reconocimiento a Jenner, por tener su origen en la enfermedad de los vacunos (viruela de las vacas). En homenaje al médico inglés se legó a la humanidad un término con el que se conocen los biológicos preparados hasta nuestros días, para la prevención de las enfermedades en humanos o en animales (Salamanca, 2004).

Los resultados de Jenner no fueron aceptados con entusiasmo por la comunidad médica; después de su muerte, el método ganó aceptación y se iniciaron programas de vacunación masiva en Europa, posteriormente en Norte y Suramérica. Para llevar la vacuna de España a sus colonias, en 1803, se seleccionaron veintidós niños huérfanos que fueron infectados con el virus de la viruela vacuna, de uno en uno en cadena. Ante la ausencia de métodos para cultivar el virus, los niños se convirtieron en los vehículos humanos o “conejillos de indias" para el transporte y la replicación del agente de la vacuna (Zúñiga, 2004). Jenner también investigó otras enfermedades animales como el moquillo canino, la hidatidosis, las dolencias de la pezuña y la higiene bovina.

Otro alumno de John Hunter fue William Moorcraft, quien como médico aceptó conformar un equipo para afrontar una epizootia en Liverpool. Allí descubrió su vocación por la veterinaria, y ante la oposición de sus colegas, consultó a su maestro Hunter, quien le manifestó: “Si no fuera por mi avanzada edad, mañana mismo comenzaría a estudiar veterinaria", razón por la cual, Moorcraft viajó a Lyon como estudiante de veterinaria.

 

También en Alemania había interés por las enfermedades animales. Robert Koch (1843-1910) demostró que el bacilo del ántrax, descrito por el médico Davaine, era la causa de la fiebre carbonosa o ántrax. Frederik Brouell, veterinario y catedrático en Dorpat, fue el primero en observar el bacilo en un ser humano (empleado del crematorio de animales). Antes de los trabajos de Koch, Brauell logró transmitir la enfermedad del humano a la oveja y de equino a equino, mediante la inoculación de sangre; también describió la aglutinación de los eritrocitos.

En Francia, Pasteur realizó aportes maravillosos para la medicina y la veterinaria. Sus investigaciones sobre la fermentación de los vinos y la mortalidad de los gusanos de seda lo llevaron a plantear ingeniosos experimentos y a probar estrategias transdisciplinares (participación de los productores en la intervención preventiva) que después de algunos fracasos, le permitieron hallar las causas de enfermedades animales como el ántrax y la forma de prevenirlas. Como químico, Pasteur probablemente no estaba familiarizado con los aspectos médicos ni veterinarios, así que vinculó como asistentes de investigación a tres jóvenes médicos: Jouvert, Roux y Chamberland. Los tres veneraban a Pasteur y disfrutaban de sus conferencias y lo entusiasmaron e interesaron en los conceptos sobre la anatomía comparada y los animales de laboratorio (De Kruif, 1954).

Pasteur elaboró la vacuna contra el ántrax; antes había atenuado el germen del cólera de las aves descubierto por los veterinarios Peroncito y Toussaint, y posteriormente logró perfeccionar una vacuna contra la rabia. De acuerdo con De Kruif (1954), la obra de Pasteur cumplió con varias metas: sentó la base de la bacteriología patogénica, impactó positivamente la medicina veterinaria y la economía agrícola, y demostró que los resultados obtenidos mediante la investigación interdisciplinar y transdisciplinar, en el estudio de las enfermedades de los animales, podía ser de valor no solo para la medicina y la veterinaria, sino también para el bienestar de la comunidad.

Pasteur afrontó dificultades, incomprensiones y celos académicos y gremiales. No obstante, en reconocimiento a sus aportes al conocimiento, recibió muchos honores tanto de la medicina como de la veterinaria. Entre los más altos, se cuenta su elección en 1891, como Miembro Honorario del Real Colegio de Cirujanos Veterinarios de Londres y el otorgamiento, en 1892, de la medalla de oro en La Sorbona, de mano del presidente de la república francesa, Émile Loubet, y con presencia de Lister, quien lo felicitó en el momento de la entrega.

Robert Koch también estuvo relacionado con la veterinaria. Diez años después de graduarse como médico escribió la conocida carta a Ferdinand Cohn (1876), en la que describe el aislamiento del agente del ántrax. Posteriormente, en 1880, trabajó con los gérmenes de las heridas de los animales y en 1882 descubrió el bacilo de la tuberculosis. En su estudio, incluyó bovinos, ovinos, cerdos, cabras, aves y monos, concluyendo que los gérmenes de la tuberculosis de los humanos eran idénticos a los de los animales y, por consiguiente, transmisibles, afirmación que negó diecinueve años más tarde, cuando postuló que la tuberculosis bovina no constituía un peligro para el humano, lo cual fue refutado luego por el veterinario Daniel Sallmon (Schwabe, 1968).

Después de Pasteur, muchos médicos se interesaron en la salud animal y en las investigaciones conjuntas con los veterinarios, llegando a constituir un terreno frecuente, fértil y útil. Es el caso de Loeffler y Frosh (asistente de Koch) y sus estudios en la identificación de un agente filtrable: el virus de la fiebre aftosa; de Nocard y Roux que aislaron el germen de la pleuroneumonía contagiosa bovina; de Ellerman y Bang que demostraron la existencia de un virus en el cáncer, al descubrir que un agente filtrable era la causa de la leucosis de las aves; de Sallmon y Smith que fueron los precursores de la epidemiología experimental, el aislamiento de la salmonella, la lucha contra la fiebre de Texas y la obtención de la vacuna contra el cólera porcino, con lo cual contribuyeron con la vacuna contra el tifus y la poliomielitis y de Calmette y Guerin, que elaboraron la vacuna contra la tuberculosis, estudiando muchas cepas, inoculándolas en terneros, intentando la atenuación de estas por pases sucesivos en medios de cultivo, hasta encontrar una cepa de baja patogenicidad, con la que elaboraron la vacuna para los humanos en el Instituto Pasteur (Schwabe, 1968).

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