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EL KOSMOS

Los pitagóricos acuñaron el término «Kosmos», un término cuyo significado original iba mucho más allá de lo que hoy entendemos por «cosmos» o «universo», como algo exclusivamente físico y abarcaba todos los dominios de la existencia, desde la materia hasta la mente y, desde ésta, hasta Dios.

Es por eso que quisiera rescatar el término Kosmos, un término que incluye al cosmos (o fisiosfera), bios (la biosfera), psique o nous (la noosfera) y theos (la teosfera o el dominio divino).

La mayoría de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que las lleva a concluir que el cosmos físico es lo único real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material. Pero ése es un reduccionismo burdo que acaba arrojando a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo hasta que todos los dominios de la existencia –excepto el físico– acaban desangrándose lentamente y muriendo ante nuestros ojos. ¿Es ésta una forma adecuada de tratar al Kosmos?

No tenemos, pues, en mi opinión, que hacer cosmología sino kosmología.

Breve historia de todas las cosas, 39-40

LOS TRES OJOS DEL CONOCIMIENTO

San Buenaventura, gran doctor seraphicus de la Iglesia y uno de los filósofos preferidos por los místicos occidentales, decía que los seres humanos disponen de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento, de «tres ojos» –como decía, parafraseando a Hugo de San Víctor, otro famoso místico–: el ojo de la carne (mediante el cual percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los objetos), el ojo de la razón (que nos proporciona el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente) y el ojo de la contemplación (que nos permite acceder a las realidades trascendentes).

Todo conocimiento es, además, una especie de illuminatio y, en este sentido, existe una iluminación exterior e inferior –lumen exterius y lumen inferius– (que da luz al ojo de la carne y nos permite conocer los objetos sensoriales), una lumen interius (que ilumina el ojo de la razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas) y una lumen superius, la luz del Ser trascendente (que ilumina el ojo de la contemplación y nos revela la verdad curativa, «la verdad que nos ilumina»).

Desde su punto de vista, en el mundo externo encontramos un vestigium –un «vestigio de Dios»–, y el ojo de la carne percibe ese vestigio (que se manifiesta como diversidad de objetos separados en el espacio y el tiempo). En nosotros mismos, en nuestro propio psiquismo –en especial en la «triple actividad del alma» (memoria, entendimiento y voluntad)–, el ojo de la mente nos revela una imago de Dios. Finalmente, a través del ojo de la contemplación, iluminado por el lumen superius, descubrimos el mundo trascendente que existe más allá de los sentidos y de la razón, la misma Esencia Divina.

Todo esto coincide con la distinción realizada por Hugo de San Víctor (el iniciador de la saga mística de los victorinos) entre cogitatio, meditatio y contemplatio. La cogitatio –o simple cognición empírica– consiste en una búsqueda de los hechos del mundo material mediante el ojo de la carne. La meditatio es una búsqueda de las verdades psíquicas (la imago de Dios) usando el ojo de la mente. La contemplatio, por último, consiste en el conocimiento que permite que el psiquismo (o el alma) se unifique con la Divinidad en la intuición trascendente revelada a través del ojo de la contemplación.

Ahora bien, aunque la terminología de ojo de la carne, ojo de la mente y ojo de la contemplación sea netamente cristiana, todas las grandes tradiciones psicológicas, filosóficas y religiosas expresan, de un modo u otro, conceptos similares. De hecho, los «tres ojos» del ser humano se corresponden con los tres principales dominios del ser descritos por la filosofía perenne: el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal (trascendente y contemplativo).

Abundando en la visión de san Buenaventura podríamos decir que el ojo de la carne (cogitatio, el lumen inferius/exterius) crea y revela ante nosotros un mundo de experiencia sensorial compartida. Éste es el «dominio de lo ordinario», el reino del espacio, del tiempo y de la materia (el subconsciente), un dominio compartido por todos aquellos que poseen un ojo de la carne semejante. Por ello, en cierta medida, los seres humanos comparten este dominio con algunos animales superiores (especialmente los mamíferos) porque sus ojos carnales son muy similares. Si acercamos, por ejemplo, un pedazo de carne a un perro, éste reaccionará, mientras que una roca o una planta no lo harán… En el dominio ordinario, un objeto es A o es no-A, pero nunca es A y no-A simultáneamente y, por ello, una roca nunca es un árbol, un árbol jamás es una montaña, una roca no es otra roca, etcétera. Ésta es la inteligencia sensoriomotriz esencial (la constancia del objeto) perteneciente al ojo de la carne; éste es el ojo empírico, el ojo de la experiencia sensorial. (Quizás debiéramos aclarar, desde el comienzo, que utilizamos el término «empírico» en un sentido filosófico para designar a todo aquello que puede ser detectado con los cinco sentidos o con sus extensiones. Cuando los filósofos empíricos como Locke, por ejemplo, afirmaban que todo conocimiento es experiencial, querían decir que todo conocimiento mental es antes un conocimiento sensorial. Por el contrario, cuando los budistas afirman que «la meditación es experiencial» no están diciendo lo mismo que Locke, sino que utilizan el término «experiencia», para referirse a «la conciencia directa y no mediatizada por formas y símbolos».)

El ojo de la razón, o en términos más generales, el ojo de la mente (la meditatio, la lumen interius), participa del mundo de las ideas, de las imágenes, de la lógica y de los conceptos. Éste es el reino sutil (o, para ser más precisos, de la región inferior del reino sutil). Gran parte del pensamiento moderno se asienta exclusivamente en el ojo empírico, el ojo de la carne, por eso conviene recordar que el ojo de la mente no puede restringirse al ojo de la carne ya que el dominio de lo mental incluye, pero trasciende, al dominio de lo sensorial. Además, el ojo de la mente no sólo incluye al ojo de la carne sino que se eleva por encima de él. La imaginación, por ejemplo, permite que el ojo de la mente reproduzca objetos sensoriales que no se hallan presentes y, en este sentido, trasciende el encadenamiento de la carne al mundo presente; mediante la lógica puede operar internamente sobre los objetos sensoriomotores y, de esa manera, ir más allá de las secuencias motoras reales; por medio de la voluntad puede demorar la descarga de los instintos y de los impulsos y trascender así los aspectos meramente animales y subhumanos del organismo.

Aunque el ojo de la mente dependa del ojo de la carne para adquirir parte de su información, no todo el conocimiento mental procede del conocimiento carnal ni se ocupa exclusivamente de los objetos carnales. Nuestro conocimiento no es tan sólo empírico y carnal. «Según los sensacionalistas [es decir, los empiristas] –dice Schuon–, todo conocimiento se origina en la experiencia sensorial [el ojo de la carne]. Van tan lejos como para afirmar que el conocimiento humano no tiene forma alguna de acceder al conocimiento suprasensorial ignorando, por lo tanto, el hecho de que lo suprasensible puede ser objeto de una percepción verdadera y, por consiguiente, de una experiencia concreta. Así pues, esos pensadores construyen sus sistemas sobre un error intelectual, sin considerar siquiera el hecho de que innumerables hombres, tan inteligentes, al menos como ellos, hayan llegado a conclusiones diferentes.»

Como decía Schumacher, el hecho es que «hablando en términos generales, nosotros no sólo “vemos” con nuestros ojos sino también con gran parte de nuestro equipamiento mental [el ojo de la mente]… A la luz del intelecto [el lumen interius], podemos ver cosas invisibles para los sentidos corporales… Los sentidos no nos permiten, por ejemplo, determinar la certeza de una idea». Las matemáticas, por ejemplo, constituyen un conocimiento no empírico de un conocimiento supraempírico descubierto, iluminado y llevado a cabo por el ojo de la razón, no por el ojo de la carne.

Todos los manuales introductorios de filosofía coinciden en este punto: «Corresponde a los físicos determinar si estas expresiones [matemáticas] se refieren a algo físico. Las afirmaciones matemáticas se refieren a las relaciones lógicas, no a su significado empírico o fáctico [si es que tienen alguno]». Nadie ha visto jamás, por ejemplo, con el ojo de la carne, la raíz cuadrada de un número negativo, porque ésa es una entidad transempírica que sólo puede contemplarse con el ojo de la mente. Como dice Whitehead, la mayor parte de las matemáticas constituyen un conocimiento transempírico y apriorístico (en sentido pitagórico).

Lo mismo podríamos decir de la lógica, ya que la verdad de una deducción lógica no depende de su relación con los objetos sensoriales sino de su consistencia interna. Nosotros podemos formular un silogismo lógicamente impecable como: «Todos los unicornios son mortales. Tarnac es un unicornio. Por consiguiente, Tarnac es mortal», que, sin embargo, sea erróneo y carezca de todo sentido empírico por la sencilla razón de que nadie ha visto jamás un unicornio. La lógica, pues, es también transempírica. Muchos filósofos, como Whitehead, por ejemplo, han sostenido que la esfera abstracta (o mental) es una condición necesaria y a priori para la manifestación del reino natural/sensorial, algo muy parecido a lo que afirman las tradiciones orientales cuando dicen que lo ordinario procede de lo sutil (que, a su vez, se origina en lo causal).

 

En las matemáticas y en la lógica –y, más aún, en la imaginación, en el conocimiento conceptual, en la intuición psicológica y en la creatividad–, vemos, con el ojo de la mente cosas que no se hallan presentes ante el ojo de la carne. Por ello decimos que el dominio de lo mental incluye –al tiempo que trasciende– el dominio de lo carnal.

El ojo de la contemplación es al ojo de la razón lo que el ojo de la razón al ojo de la carne. Del mismo modo que la razón trasciende a la carne, la contemplación trasciende a la razón. Así como la razón no puede reducirse al conocimiento carnal ni originarse en él, la contemplación tampoco puede reducirse ni originarse en la razón. El ojo de la razón es transempírico, pero el ojo de la contemplación es transracional, translógico y transmental. «La gnosis [el ojo de la contemplación, el lumen superius] trasciende el reino mental y a fortiori al reino de los sentimientos [el reino sensorial]. La investigación filosófica, por consiguiente, no tiene nada que ver con la contemplación ya que la primera se ajusta de manera estricta a un principio fundamental de adecuación verbal radicalmente opuesto a cualquier finalidad liberadora, a cualquier trascendencia de la esfera de lo verbal.»

Baste con suponer, por el momento, que los seres humanos poseen un ojo de la carne, un ojo de la razón y un ojo de la contemplación; que cada ojo tiene sus propios objetos de conocimiento (sensorial, mental y trascendental); que un ojo superior no puede ser reducido a un ojo inferior ni explicado por él, y que cada ojo es valido y útil en su propio dominio, pero incurre en una falacia cuando pretende captar por completo los ámbitos superiores o inferiores.

Cualquier paradigma transpersonal auténticamente comprehensivo deberá recurrir por igual al ojo de la carne, al ojo de la mente y al ojo de la contemplación. Cualquier nuevo paradigma auténticamente trascendental deberá utilizar e integrar los tres ojos, ordinario, sutil y causal. Y puesto que, hablando en términos generales, la ciencia empírico-analítica pertenece al ojo de la carne, la filosofía fenomenológica y la psicología al ojo de la mente y la religión/meditación al ojo de la contemplación, cualquier nuevo paradigma auténticamente trascendental deberá integrar y sintetizar el empirismo, el racionalismo y el trascendentalismo.

Y el principal escollo que deberemos esquivar en este intento es la tendencia a incurrir en el error categorial que consiste en el intento de un ojo de usurpar el papel de los demás.

Los tres ojos del conocimiento, 13-19

HOLONES

La realidad no está compuesta de cosas ni de procesos, no está compuesta de átomos ni de quarks, no está compuesta de totalidades ni de partes, sino de totalidades/parte, es decir, de holones.

Esto es tan cierto para los átomos como para las células, los símbolos o las ideas; todos ellos pueden ser entendidos no como cosas ni como procesos, ni como totalidades, ni como partes, sino simultáneamente como totalidades/parte. Así, los intentos habituales de estudio y clasificación «atomísticos» y «holísticos» están completamente fuera de lugar. No hay nada que no sea un holón (todo el camino de ascenso y todo el camino de descenso).

Antes de que un átomo sea un átomo es un holón, antes de que una célula sea una célula es un holón. Todos ellos son totalidades que existen dentro de otras totalidades y, de esta forma, en primer lugar y sobre todo, son totalidades/parte, holones.

De la misma manera, la realidad podría estar compuesta de procesos y no de cosas, pero todos los procesos son procesos dentro de otros procesos, es decir, son, en primer lugar y principalmente, holones. Tratar de decidir si las unidades básicas de la realidad son cosas o procesos está fuera de lugar porque, sea como fuere, son holones, y centrarnos en uno y otro de estos aspectos, no hace más que desviarnos del tema central. Evidentemente existen cosas y existen procesos, pero todos y cada uno de ellos son holones.

Podemos centrarnos, en cambio, en lo que todos los holones tienen en común, de ese modo nos liberaremos del vano intento de encontrar procesos o entidades comunes a cada nivel y dominio de la existencia un análisis que nunca dará resultado porque siempre aboca a una u otra forma de reduccionismo y no a una verdadera síntesis.

Decir, por ejemplo, que el universo está compuesto de quarks es privilegiar a un dominio en particular. Igualmente, en el otro extremo del espectro, decir que el universo está compuesto de símbolos porque es todo lo que conocemos, también supone privilegiar otro dominio concreto. Pero decir que el universo está compuesto de holones no privilegia ningún dominio ni implica que un determinado nivel específico sea más fundamental que otro. La literatura, por ejemplo, no está compuesta de partículas subatómicas; pero tanto la literatura como las partículas subatómicas están compuestas de holones.

Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, 48-49

JERARQUÍAS

Hierós y archo son dos términos griegos que significan “sagrado” y “gobierno” o “autoridad”, respectivamente. Las «jerarquías» fueron introducidas por el místico cristiano del siglo VI Dionisio el Areopagita y se refieren a nueve órdenes celestiales que incluyen a los serafines y querubines en la parte superior de la escala y a los arcángeles y ángeles en la inferior. Entre otras cosas, los órdenes celestiales representaban grados crecientes de conocimiento, virtud e iluminación a los que podía ascenderse a través de la conciencia contemplativa. Estos órdenes estaban escalonados porque cada rango sucesivo era más inclusivo y abarcador y, en este sentido, «más elevado» que el anterior. De esta forma, «jerarquía» significaba, en última instancia, «gobierno sagrado» o «gobernar la propia vida por poderes espirituales».

La iglesia católica, sin embargo, acabó trasponiendo estos distintos órdenes celestiales de la conciencia contemplativa en órdenes de poder político, con lo cual las jerarquías terminaron siendo representadas por el Papa, a quien seguían los arzobispos, después los obispos y luego los sacerdotes y diáconos. Como dijo Martineau en 1851, «una visión de la jerarquía que no tardó en convertirse en despotismo», y ya podemos empezar a ver cómo el desarrollo normal de una secuencia de totalidades sucesivas acabó degenerando en un sistema patológicamente opresivo y represivo.

Como se emplea actualmente en psicología, en la teoría evolutiva y en la teoría de sistemas, una jerarquía de simplemente una escala de órdenes de sucesos de distinta capacidad holística. En cualquier secuencia evolutiva, lo que es totalidad en un estadio se convierte en parte de la totalidad mayor correspondiente al estadio siguiente. Una letra forma parte de una palabra completa que, a su vez, forma parte de una frase completa que, a su vez, forma parte de un párrafo completo, y así sucesivamente.

Howard Gardner lo explica así para el campo de la biología: «cualquier cambio en un organismo afectará a todas las partes; no se puede alterar ningún aspecto de una estructura sin afectar a la totalidad; cada totalidad contiene partes y es, a su vez, parte de una totalidad mayor». Y Roman Jakobson hace lo mismo en el caso del lenguaje: «el fonema es una combinación de rasgos distintivos; está compuesto de diversas unidades indicadoras y puede ser incorporado a unidades más amplias como sílabas o palabras. Es, simultáneamente, una totalidad compuesta de partes y una parte que incluye a totalidades más amplias».

Arthur Koestler acuñó el término holón para referirse a aquello que, siendo totalidad en un determinado contexto, es al mismo tiempo parte de otro contexto. Si nos referimos a la frase «el ladrido de un perro», la palabra ladrido es una totalidad en relación con sus letras individuales, pero una parte en relación con la frase misma. Y la totalidad (o el contexto) puede determinar el significado y función de la parte –el significado de una palabra, por ejemplo, banco, es diferente en las frases «el banco del parque» y «cambié dinero en el banco»–. En otras palabras, la totalidad es más que la suma de sus partes, y esa totalidad puede influenciar y determinar, en muchos casos, la función de las partes.

Así pues, la jerarquía normal es simplemente un orden de holones crecientes que representan un aumento en la totalidad y en la capacidad integradora –desde los átomos hasta las moléculas y las células, por ejemplo–. Ésta es la razón por la cual la jerarquía es un concepto tan central en la teoría de sistemas, la teoría de las totalidades u holismo («totalidad»). Ser parte de una totalidad mayor significa que esa totalidad proporciona un principio (un tipo de aglutinante) que no se encuentra en las partes aisladas y que permite que las partes se junten, se unifiquen, tengan algo en común, estén conectadas de formas que simplemente no podrían estarlo por sí solas.

De esta manera, la jerarquía convierte las meras acumulaciones en totalidades y los fragmentos inconexos en redes de interacción mutua. Cuando se dice que «el todo es más que la suma de sus partes», ese «más» significa «jerarquía». Pero no significa dominación fascista sino una más alta o más profunda comunidad que reúne las hebras aisladas en una red real y unifica las moléculas en células o las células en organismos.

Ésta es la razón por la cual los términos «jerarquía» y «totalidad» no suelen estar muy separados, como cuando Gardner dice que «un organismo biológico es una totalidad cuyas partes se hallan integradas en una totalidad jerárquica». Asimismo, Jakobson explica que la lengua es «simultáneamente una totalidad compuesta de partes y ella misma es una parte incluida en una totalidad mayor» e inmediatamente concluye «jerarquía, entonces, es el principio estructural fundamental». También es la razón por la que las jerarquías, a menudo, suelen representarse como una serie de círculos concéntricos o esferas o «figuras dentro de figuras». Como explica Goudge:

El esquema general de niveles no debe ser contemplado como si fuera una sucesión de estratos geológicos o los distintos peldaños de una escalera. Estas imágenes no hacen justicia a las complejas interrelaciones que existen en el mundo real, que se asemejan mucho más a las muñecas de un juego de cajas chinas o a una serie de esferas concéntricas porque, según los evolucionistas, un nivel dado puede contener otros niveles dentro de sí [holones].

Así, la habitual acusación de que las jerarquías son «lineales» está completamente fuera del lugar. Los diversos estadios de crecimiento de un sistema pueden, es evidente, describirse en un orden «lineal» de la misma manera que podemos hablar de la secuencia que va de la bellota, hasta la planta y, finalmente, el roble; pero resulta absurdo acusar por ello al roble de ser lineal. Como veremos, los estadios de crecimiento no son casuales o aleatorios sino que se atienen a algún tipo de pauta, pero llamar a esta pauta «lineal» no implica, en absoluto, que los procesos mismos sean rígidos y unidireccionales sino que, muy al contrario, son interdependiente y complejamente interactivos. Podemos utilizar las metáforas de «niveles», «escalas» o «estratos», pero sólo si ejercitamos un poco la imaginación para entender la complejidad que en realidad está implicada.

Finalmente, toda jerarquía es asimétrica (el sufijo arquía significa “superior”), porque los procesos no ocurren a la inversa. La bellota evoluciona hasta convertirse en roble, pero no al revés. Primero hay letras, luego palabras, después frases y párrafos, pero no al revés. Los átomos se unen en moléculas, pero no al revés. Y ese «no viceversa» constituye una inevitable jerarquía, categoría u orden asimétrico de totalidades crecientes.

Todas las secuencias del desarrollo o evolutivas de las que somos conscientes proceden por jerarquización o, lo que es lo mismo, por orden de holismo creciente como el que va, por ejemplo, de las moléculas a las células, los órganos, los sistemas orgánicos, los organismos y las sociedades de organismos. En el desarrollo cognitivo, descubrimos que la conciencia se desarrolla desde las imágenes simples, que representan sólo un día o un suceso, hasta los símbolos, y los conceptos que representan grupos enteros o clases de cosas y sucesos hasta las leyes que organizan e integran numerosas clases y grupos en redes completa. En el desarrollo moral (tanto masculino como femenino), encontramos un hilo conductor que va desde el sujeto aislado hasta el grupo o tribu de sujetos relacionados y después hasta toda una red de grupos más allá de cualquier elemento aislado. Y así sucesivamente.

 

(A veces se ha dicho que Carol Gilligan no sólo negó la naturaleza específica de los estadios del modelo de Kohlberg, sino todo su planteamiento jerárquico pero eso, simplemente, no es verdad. De hecho, Gilligan acepta por completo el modelo general de Kohlberg que discurre a través de tres estadios o niveles jerárquicos que van desde lo preconvencional a lo convencional y lo postconvencional o «metaético»; lo único que niega es que la lógica de la justicia sea la única que se valore en esta secuencia. Así pues, el énfasis masculino en los derechos y la justicia debe verse complementado con la lógica del respeto y el cuidado con el que las mujeres evolucionan a través de la misma jerarquía.)

Como ya he señalado, estas redes jerárquicas se despliegan necesariamente de forma secuencial o por niveles (estadios), porque primero tiene que haber moléculas para que luego existan células, después órganos y después organismos complejos. En otras palabras, el crecimiento se da por etapas, y éstas, obviamente, se hallan escalonadas en orden lógico y cronológico. Las estructuras más holísticas aparecen en una fase posterior del desarrollo porque han de esperar hasta la emergencia de las partes que integrarán y unificarán, de la misma forma que las frases con letras sólo aparecen después de que lo hayan hecho las palabras completas.

Y algunas jerarquías implican un tipo de red de control. Como señala Roger Sperry, los niveles inferiores (es decir, los niveles menos holísticos) pueden afectar a los superiores (o más holísticos) a través de lo que él denomina «causación ascendente». Pero de igual importancia es, nos recuerda, el efecto o control que los niveles superiores pueden ejercer sobre los inferiores (la llamada «causación descendente»). Por ejemplo, cuando decides mover el brazo, todos tus átomos, moléculas y células se moverán con él; esto es un caso de causación descendente.

Los elementos de cualquier nivel dado dentro de un modelo jerárquico operan por heterarquía, es decir, ningún elemento parece ser más o menos importante o dominante y cada uno contribuye de forma más o menos equiparable a la salud de la totalidad del nivel (el llamado «bootstrapping»). Pero una totalidad de orden superior puede ejercer una influencia definitiva sobre cada uno de sus elementos compositivos. De nuevo, cuando uno decide mover el brazo, su mente –una organización holística de orden superior– ejerce su influencia sobre las células de su brazo que son totalidades de orden menor, pero no viceversa: una sola célula del brazo no puede decidir que se mueva todo el brazo (de la misma forma que la cola no mueve al perro).

Por esta razón los teóricos de sistemas tienden a decir que la heterarquía sucede dentro de cada nivel, mientras que la jerarquía ocurre entre niveles diferentes.

En cualquier secuencia de desarrollo o crecimiento, a medida que surge un estadio u holón más abarcante, incluye las capacidades, pautas y funcionamientos de la etapa anterior (de los holones previos) y le añade sus propias capacidades únicas (y más abarcadoras). En este sentido –y sólo en él–, puede decirse que el nuevo holón es «más elevado» o «más profundo». Los átomos incluyen células que, a su vez, incluyen moléculas que, a su vez, incluyen átomos (pero no viceversa).

Así, cualquiera que sea la importancia del valor del estadio previo, el nuevo estadio lo tiene incorporado en su propia constitución y también tiene algo más (más capacidad de integración, por ejemplo), y ese «algo más» significa «más valor» con respecto al estadio previo (menos abarcante). Esta crucial definición de estadio «más elevado» fue introducida en Occidente por primera vez con Aristóteles y en Oriente por Shankara y Lao Tzu y, desde entonces, ha sido fundamental para los estudios evolutivos.

Un ejemplo rápido: en el desarrollo moral y cognitivo, tanto en el niño como en la línea, el estadio de pensamiento «preoperacional» o preconvencional está referido principalmente al propio punto de vista del individuo («narcisista»). El siguiente estadio, el operacional o convencional, sigue teniendo en cuenta el punto de vista propio del individuo, pero le añade la capacidad de tener en cuenta el punto de vista de los demás. No se pierde nada fundamental sino que, más bien, se le añade algo nuevo. En este sentido, se dice justamente que este estadio es más alto y profundo, por cuanto que es más valioso y útil para una mayor variedad de interacciones. El pensamiento convencional es más valioso que el pensamiento preconvencional al establecer una respuesta moral más equilibrada (y el postconvencional es todavía más valioso).

Como Hegel explicó, primero, y los evolucionistas han insistido, posteriormente, cada estadio es adecuado y valioso, pero cada uno de los estadios más profundos o más elevados son más adecuados y, sólo en ese sentido, más valiosos (lo que siempre significa más holístico o capaz de dar una respuesta más amplia).

Por todas estas razones, Koestler, después de darse cuenta de que todas las jerarquías están compuestas de holones o grados crecientes de totalidad, señaló que la palabra correcta para «jerarquía» es, realmente, holoarquía.

Así pues, los heterarquistas, que afirman que «heterarquía» y «holismo» son lo mismo, entienden las cosas exactamente al revés. El único modo de llegar a un holismo es por vía holoarquía. La heterarquía, en y por sí misma, es simple diferenciación sin integración, partes separadas que no reconocen ningún objetivo ni organización común, montones, no totalidades.

Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, 29-35

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