El Secreto Oculto De Los Sumerios

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Había tenido que escoger, para esta breve pero mediática visita, las obras más relevantes que les iba a mostrar y explicar, dejándoles el resto del tiempo para que admirasen por sí mismos las restantes obras.

Tres eran las de mayor importancia para mí, por su claridad en la explicación y por ser muestra del espíritu que impregnaba toda la exposición.

Las dos primeras eran las exhibidas en los pendones colgantes de la portada y que inundaban la ciudad en periódicos y pastines repartidos a lo largo de la ciudad.

La tercera era de esa parte inesperada y enigmática en la que quería que el espectador se recrease intentando adivinar cuál era el significado y sentido de las piezas más llamativas e inexplicables de la cultura sumeria.

Era una pequeña sección donde se exhibían figuras representando de humanos, animales y dioses, ornamentación con decoración caprichosa y tablillas con inscripciones que no habíamos conseguido descifrar, pero que como tenía una simbología agradable a la vista lo que convertía en una pieza ideal para que aquellos visitantes especulasen e intentasen dar alguna teoría que seguro dejarían boquiabiertos a todos.

Hacía días que no conseguía dormir plácidamente debido a la presión de pensar que podría faltar algo en la muestra por muy insignificante que fuese, aunque había repasado una y otra vez toda la organización tanto de las piezas como del personal que debía de conducir a los grupos y no me había dejado ni un solo detalle al azar.

Tenía a mi disposición, aparte del cuerpo de seguridad de la biblioteca y el especial que me había designado el ayuntamiento, dos patrullas que vigilarían desde el exterior durante todo el día para controlar la afluencia de espectadores si ésta se producía. Igualmente estaban alertados los cuerpos de bomberos y un helicóptero de rescate por si surgiese algún imprevisto desafortunado.

No sería la primera vez que en una muestra un visitante sufre un ataque cardiaco o que alguno por descuido deja una colilla mal apagada donde no debe; todas las medidas de seguridad serían pocas para evitar cualquier accidente, que por minúsculo que fuese podría provocar tanto daño en este patrimonio de incalculable e inestimable valor.

Todavía recuerdo los bochornosos resultados de algunos colegas que intentaron realizar una exposición por todo lo alto y que, por un problema por falta de cuidado en el traslado de alguna pieza, esta se cayó rompiéndose en miles de fragmentos, finiquitándose así su carrera pública tan rápido como lo que tardó en enterarse el dueño de la pieza.

Por algún desconocido y afortunado motivo no he tenido que lamentar ningún problema desde que empezaron a llegar las piezas; la seguridad y el cuidado a las piezas, ha sido máximo en todo momento, lo que me ha permitido trabajar con cierta holgura.

Mi equipo, ha aumentado de los dos becarios, asignados por el departamento para las tareas de datación de las piezas, a casi veinte personas de distintas partes del mundo que han participado en la clasificación de las piezas y la elaboración del catálogo.

Fruto de ese trabajo conjunto había resultado un producto del que estaba especialmente orgulloso, un tríptico de tamaño folio por el cual todos los que concurrieran a la muestra sin tener ningún conocimiento previo podía hacerse una idea muy clara de dónde, cómo y cuál había sido la evolución política, militar, cultural y religiosa del pueblo de Sumeria.

Todo ello planteado mediante un cronograma en donde quedan reflejadas las distintas piezas que se presentan en la colección, de forma que les sea fácil identificar la procedencia y la época en donde estas se realizaron.

Toda una labor artística combinada con mucho de conjeturas e intuición, pues de numerosas piezas, a pesar de conocerse que eran de ese pueblo por la zona geográfica donde fueron halladas, era difícil determinar a qué momento histórico pertenecían.

Y luego, lo que esperaba llamase más la atención al visitante, la parte de los descubridores, como yo lo llamaba, en donde, con el precedente y la información previa, debían de intentar adivinar a qué se correspondía cada pieza.

Uno de mis colaboradores me había propuesto que para dinamizar esta sección crease una especie de concurso creativo, en que cada visitante escribiese en media hoja de papel lo que creía que era, al menos de una de las obras de esta sección.

Igualmente sugirió que de entre todas las presentadas al final de cada día se escogiese la que era más curiosa o acertada, pero claro, para concederle algún tipo de premio, deberíamos de tener nosotros la solución de cada una de las piezas, aspecto que desconocíamos por completo.

Tras numerosas horas de estudio logramos identificar la mayoría correctamente, a pesar de lo cual en contados casos únicamente pudimos determinar que pertenecían a la cultura sumeria por tener símbolos y signos comunes a otras piezas bien datadas, pero poco más.

El resto pertenecían a la más absoluta interpretación de cada cual, por lo que el relato de los participantes no se valoraría en función de ningún criterio objetivo sino en el agrado que le provocase al evaluador en cada momento, por lo que deseché la idea.

Otro de mis colaboradores me había sugerido realizar una especie de encuesta de calidad, para que el público tuviese la posibilidad de opinar sobre lo que más le había gustado de cada obra, o de la exposición en general, indicando las sugerencias o recomendaciones que estimasen oportuna.

Aquello si me había parecido una buena idea, así en la entrada se le daba la oportunidad de recoger una hoja de respuesta junto con un lápiz pequeño para rellenarlo y a la salida existía una gran urna de plástico redonda donde depositarlo.

En este caso no había ningún tipo de premio, ni diario, ni final de la exposición. A decir verdad, no estaba muy seguro de que fuese a designar a nadie a la labor de leer cada visitante de esas notas, primero porque la letra de cada visitante haría muy difícil estar seguro de lo que ponía y segundo porque una vez terminada la exposición ¿De qué me iba a servir lo que anotasen?

De momento iba a mantener la apariencia de estar interesado en la opinión del gran público sobre aquello, aunque no tengo la intención de perder mi tiempo en saber lo que un crío de cuatro años opina sobre mi obra.

Tenía que dejarlo todo bien preparado, pues cuando comenzase la exposición tendría poco tiempo para atenderla, ya que tendría que atender otras labores más de tipo social.

Como sabía que les había sucedido a otros compañeros y así me lo había recordado mi director, en cuanto empezase iba a estar muy ocupado recibiendo y atendiendo directamente a las personalidades.

Estas poco a poco se van a ir acercando tras la inauguración, esta vez más por una cuestión de presencia que por un verdadero interés en la historia antigua, buscando que se sepa que han asistido a un acto cultural, como forma de reforzar su imagen de filántropo o defensor del arte y las ciencias.

A mí esa parafernalia me seguía pareciendo banal e innecesaria, pero en la ciudad del neón, esa que nunca duerme, todo debía de ser un espectáculo que deleitase hasta al público más exigente.

Para ello era imprescindible la presencia de juegos pirotécnicos, brillantes luces destellantes y llamativos coloridos, todo un requisito a cumplir si quería triunfar con esta presentación.

Era tanto lo que había invertido y no me refiero sólo a este último año de trabajo empleado para dejarlo todo preparado, ahora estoy pensando en los años de estudio, la cantidad de museos visitados por el mundo, para ir aprendiendo a cómo lo hacían los demás, tanto en las exposiciones itinerantes como permanentes y todo para este momento.

Tenía pensado unas buenas vacaciones para cuando acabase la exposición, todavía no me había decidido a donde, si a una gran urbe con abundantes actividades culturales para poder escoger entre el cine, teatro y ópera, o algo más tranquilo alejado de la ciudad, quizás un lugar con sol y mar para descansar.

Esa idea a pesar de ser muy agradable, me recordaba mi experiencia en Egipto. Un recuerdo agridulce, con momentos buenos y otros que no lo fueron tanto.

Fue hace ya tiempo, en que iba como turista, hasta llegar allí todo muy bien, iba en una excursión organizada, con lo que me movía con el autobús de la compañía, llegamos al Cairo y allí estuvimos por espacio de tres días, tiempo suficiente para poder visitar el museo, las pirámides e incluso la Esfinge.

Todo idílico, aunque, a decir verdad, para mí me supo a poco, pues apenas tuvimos tiempo de ver el museo, a pesar de casi las tres horas que estuvimos allí, pero había tanto que ver…

Desde las pirámides nos dirigimos a una loma alejada desde donde se podía divisar el conjunto allí para mi desgracia conocí a una persona muy simpática que se acercó y me ofreció dar una vuelta en camello.

Un emocionante viaje que emularía el realizado por los grandes hombres de la historia como Napoleón o Lawrence de Arabia, en el que experimentar la intensidad de acercarse lentamente a las pirámides al paso del animal.

Aquello al principio no me interesaba demasiado, pero como era muy insistente acabé cediendo, más porque se callease que por estar verdaderamente interesado.

Subí con dificultades sobre un camello y todo iba bien, bajé muy despacio desde la explanada en donde nos encontrábamos hacia una la larga llanura de arena que se extendía enfrente.

El vaivén de aquel animal era lo único que me sacaba de aquella sobrecogedora experiencia de irme acercando poco a poco a aquellos colosales monumentos muestra del dominio de las matemáticas unido con un profundo conocimiento astrológico y todo ello subyugado al poder político que obedecía cual fiel cordero al religioso del momento.

Seguía deleitándome con las imponentes pirámides, que a medida que me iba acercando se iban a haciendo más y más grandes algo extrañado que durante el paseo el camellero no me había dirigido la palabra a pesar de su insistencia inicial.

 

Creo que habríamos llegado como a la mitad del camino cuando detuvo al camello y le hizo sentarse. Aquello no lo entendía y le comuniqué, el hombre de mal humor me concretó que era todo lo que le había pagado y que se volvía a su sitio.

Me asombró y me indignó, le había pagado lo que había sido acordado al salir, que incluía llegar hasta las pirámides y volver a la explanada en lo alto, desde donde habíamos salido, y en cambio no habíamos ni realizado un cuarto del trayecto y ya se quería ir.

Como pude intenté hacerle entrar en razón, pero parecía que no cedía, hasta que en un momento me reveló que quería más dinero; aquello era el colmo, cómo más dinero, si le había dado lo que pidió, sin siquiera regatear y eso que conocía que en aquellas tierras se tenía esa costumbre.

Me negué y me bajé del animal, y él hizo por irse y dejarme allí en medio de las arenas; veía al animal alejarse y el sol que estaba en su cenit me recordaba que era una mala idea, cuando grité a aquel hombre aceptando su abuso; le pagué el resto y me devolvió a la explanada del comienzo.

Por supuesto el viaje de vuelta no fue en absoluto placentero, aquel vaivén que momentos antes, me había parecía casi hipnótico acompañando a la suave brisa que mecían las nubes, me molestaba ahora bastante, mientras que el camellero iba igual de callado que en la ida y yo tenía un mal cuerpo, sintiéndome engañado y estafado.

Cuando llegué a la explanada desde donde salimos me acerqué al guía que dirigía nuestro grupo y le reclamé para que hablase con la policía para que detuviese a aquel hombre por estafa.

Este me informó de que si al final habíamos llegado a un acuerdo y le había pagado no tenía nada que reclamar, pues era un contrato verbal y sin pruebas, y que yo había conseguido lo que quería.

Pero ¿Cómo iba a ser si ni siquiera había podido llegar ni a estar bajo la sombra de las pirámides?, aquello me indignó más aún, saber que no sólo me habían engañado, sino que además había salido impune y sin que pudiese hacer nada para evitarlo.

Quizás de todo ese viaje aquella fue la anécdota más desagradable de un impresionante viaje que se vio impregnado por la amargura de ese momento, siendo rápidamente relegado por las nuevas maravillas que encontré en el Museo de Arte Faraónico del Cairo.

CAPÍTULO 2. TRES DÍAS DESPUÉS

Por fin había pasado lo peor, todo había salido al dedillo, las autoridades habían acudido para la inauguración junto con todo tipo de famosos del celuloide o de la televisión. A pesar de mis múltiples intentos por explicarle la importancia de aquella exposición y de tratar de que se llevasen una idea mínimamente clara de lo que contenía, no conseguía nada más que mirasen alguna que otra obra durante unos breves segundos. El resto del tiempo estuvieron atendiendo a los periodistas que no querían perder ninguna instantánea del personaje en cuestión.

Aquello había sido un mar de desconcierto, ver moverse a tantas personas a la vez en la exposición sin ningún tipo de interés. Por suerte la seguridad era máxima y nunca hubo ningún problema, porque todas las piezas tenían una cuerda señalizando la distancia a mantenerse con respecto de la pieza.

Estas sólo habían sido traspasadas en alguna ocasión por los periodistas a los cuales se les tuvo que sacar de allí mientras ellos se quejaban de no dejarles hacer su trabajo, aduciendo que lo que buscaba era tener un mejor ángulo para poder captar una imagen más favorecedora del famoso de turno.

Habían empezado en paralelo el ciclo de conferencias que ilustraba al mundo académico y a los que estuviesen interesados todo lo relativo en esta civilización, con ponencias de los mayores expertos en la materia invitados de todas partes del mundo.

En este ciclo se presentaban comunicaciones que iban desde las pruebas más evidentes hasta las suposiciones más inverosímiles, con ello había tratado de que fuese un foro abierto de opinión, donde no se limitasen a dar datos y cifras, sino que el asistente tuviese mucho más, una visión global y porque no decirlo hasta imaginativa.

Para mi sorpresa las conferencias a las que más personas habían decidido inscribirse eran precisamente en las que estaban planteadas desde en un punto de vista menos científico basadas en suposiciones, misterios sin resolver y civilizaciones perdidas.

Un ponente incluso relacionaba aquella civilización con los Atlantes; algo que a mí personalmente no me sonaba demasiado bien, sobre todo cuando creía aquello no era más un mito fruto de unos cuantos alimentado por el deseo de encontrar algún día un gran tesoro escondido, pero sorprendentemente era la conferencia a la que más público iba a asistir.

Todo transcurría con tranquilidad, según lo programado, intentaba estar en todo, unas veces iba a la exposición a dar una vuelta viendo la reacción del público ante algunas piezas, sobre todo fijándome en los ancianos y los niños, porque son estos los que si no les gusta una pieza lo dicen sin el pudor social de los jóvenes y adultos. También tenía que estar allí cuando se acercaba alguna personalidad para acompañarle en el recorrido personalmente entre las piezas más destacas intentando dar una coherencia bastante simple y creíble para que la escasa media hora que estuviesen allí les fuese por lo menos entretenida.

Igualmente estaba en las conferencias, por supuesto me había tocado presentar la de la inauguración y tendría que darle cierre. De vez en cuando me gustaba acercarme para ver cuánto estaba de lleno el auditorio a pesar de que conocía con exactitud el número de participantes inscritos en cada caso, y me gustaba pasarme media hora después de haber comenzado, para ver cuántos de todos los que habían entrado se quedaban, y así apreciar qué de interesante o cuán bien explicaba aquello que decía el conferenciante.

Por último, y no por ello menos importante, me dedicaba buena parte de mi tiempo estando en contacto con los medios públicos de seguridad y revisando el trabajo de las personas que tenía a mi cargo.

De todo el equipo de preparación de las piezas, catalogación y creación del itinerario de la exposición, ahora sólo quedaba un par de personas, los becarios que tenía desde un primer momento. Ellos eran los encargados de ver que todas las piezas estuviesen en su estado óptimo, como para preparar catálogos alternativos para próximas exposiciones, con el resto de piezas que no se habían presentado en esta ocasión.

De los demás colaboradores, montadores, no quedaba nadie y únicamente se habían mantenido los de seguridad. A mí todo aquel despliegue de vigilancia del ayuntamiento e incluso una persona enviada por la compañía de seguros, para comprobar que las medidas adoptadas de seguridad fueran eficaces, me parecía innecesario.

Nadie se iba a arriesgar a robar una pieza, además había tantas medidas de seguridad que sería imposible hacerlo; cada una de las piezas estaba detrás de una vitrina antibala, con sensor de calor y de movimiento. En el caso de que se rompiese el cristal si alguien introducía la mano o cualquier otro artilugio para sacarlo sonarían todas las alarmas.

Una pérdida de tiempo y de recursos para mi gusto, pero necesario para que el ayuntamiento, la policía y la compañía de seguros se quedasen tranquilos.

Con respecto a la urna de consultas o sugerencias, para mi sorpresa en aquellos tres días se había llenado, no sé exactamente el éxito por qué había sido, si al final no se iba a dar ningún premio, pero creo que el que le regalasen un lápiz, aunque fuese pequeño había animado a los curiosos a dejar impresas sus inquietudes.

Además, con las visitas de las escuelas habían hecho que se hubiese completado rápidamente. Para sorpresa de todos tuvimos que vaciar aquella gran bola de plástico que hacía las veces de hucha de sugerencias, y no sabíamos dónde colocarlo ni qué hacer con todo aquello.

Aunque era partidario de tirarlo, pues no tenía ningún valor ni sentido, pero uno de mis becarios me sugirió que seleccionásemos algunos, en el que hubiese algún comentario favorable de algún niño y lo pusiésemos en la entrada, como aliciente para otros visitantes, pues así lo había visto hacer en otras exposiciones.

A mí aquello me parecía bastante sin sentido, un lugar serio como era la Biblioteca Pública de Nueva York llenando su fachada con opiniones de críos ¿Qué imagen iba a dar sobre la seriedad el lugar?

Me opuse en redondo, pero después de pensarlo un momento, estuve de acuerdo, y así en las columnas pusimos unas pocas opiniones.

Para mi sorpresa, era aquello lo primero a que se paraban a mirar los visitantes antes de entrar, y parece que luego lo hacían con mejor ánimo y que las opiniones crecían en aquella urna redonda. Eso me sorprendió ver cómo las personas parecían estar interesadas en la exposición y en compartir sus opiniones.

Quizás es esa generación que ha nacido con un ordenador bajo el brazo, y que a través de mensajerías, chats y redes sociales se comparten opiniones de sobre lo que les gustaba o no, para animar a los demás a visitarlo.

Visto el éxito de la idea, escogimos unos cuantos más para pegarlos en otros lugares de la exposición, en las puertas, o cerca de cada obra, para que supusiesen lo que había opinado otros que la habían visto antes. A pesar del entusiasmo de los becarios por esta labor, menos tedioso que la de seleccionar piezas para las nuevas exposiciones, yo era el que tenía la última palabra y decidía sobre si se ponía cada uno de los comentarios. Incluso estuve ayudando a leerlos y clasificarlos entre interesante y no válido.

Cuando ya estaba algo cansado de ir de un sitio a otro, me entré en la sala donde estaban los becarios a echarles una mano, y sentándome vi el montón de hojas de respuesta que habían volcado sobre la gran mesa.

Armándome de paciencia, tras inspirar y expirar lentamente, me puse a leer aquellas opiniones.

Lo más costoso de aquello era entender la letra, sobre todo de los niños, pues la de las niñas parecía bastante clara, a pesar de las faltas de ortografía o de tener una redacción incorrecta.

Una a una iba leyéndolas, hasta que me encontré con una que tenía un dibujo, era uno de los innumerables símbolos de aquella civilización, que seguro habría copiado. Algunos niños lo habían hecho antes también, copiaban un dibujo o alguna figura que les gustaba y lo comentaban.

Leí lo que decía, “este símbolo representa a los maestros de nuestros padres, que vinieron de lo alto a traer pan y fuego”.

A aquello no le di más importancia y puse aquella hoja de comentario en el montón de no aptos, pues si no estaba claro para mí lo que quería decir difícilmente lo estaría para el resto del público. Tras esto cogí la siguiente hoja para leerlo, y luego la siguiente, así estuve buena parte de la mañana hasta que me fui a comer.

Esa tarde tenía una de esas conferencias multitudinarias de uno de esos científicos alejados del dogmatismo de su profesión, alguien que si no fuese por su extenso currículum podría creerse que era un charlatán.

Como en otras ocasiones me acerqué transcurrida media hora del inicio, para ver el público que había y para mi sorpresa, estaban todas las plazas ocupadas y no había ni un hueco, incluso había personas por los pasillos sentados escuchando. Yo me iba a ir, entre otras cosas porque no había donde sentarme, cuando me enganchó una cuestión que realizó al auditorio, como guante arrojado en buscando la reacción del público,

– ¿De dónde vienen los Sumerios? Se da la paradoja de que existen excesivas opiniones, aunque todavía no se ha logrado un consenso al respecto. Algunos afirman que su origen está en la raza negra, otros que tienen una procedencia caucásica. La mayoría opta por una postura intermedia indicando que son una mezcla de varias razas que llegaron y se establecieron en aquella región desde el Neolítico. Como les anunciaba esta es una cuestión no resuelta por la ciencia y tal es así, que hasta se le ha denominado como el “problema sumerio”.

Pero ¿Qué es lo que tiene este pueblo de importante?, ¿Por qué estamos hablando de ellos?, pues por dos elementos importantes y fundamentales que cambiarían la faz de la Tierra, que daría al hombre una nueva dimensión, un salto en la concepción de la humanidad.

La agricultura y el control de los metales. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se produjo aquello. El que el hombre dejase de ser un cazador estacional y se afincase en un territorio, que lo cultivase y del fruto de su esfuerzo consiguiese su alimentación, hizo que este dejase de ser un recurso escaso a obtener excedentes. Esto permitió a sus habitantes que se pudiesen dedicar a otras labores.

 

Garantizando que todos tuviesen pan para comer permitió que los hombres dejasen de estar días enteros rastreando y siguiendo a sus presas intentando atraparlas, para luego una vez cazada, limpiarla y prepararla por parte de las mujeres. Ahora podían dedicarse a una vida más sedentaria y pendientes únicamente del crecimiento del cultivo, empezando a tener en cuenta los ciclos de lluvias para plantar y recoger los frutos de su trabajo.

El uso de la fundición de metales, les permitió avanzar en la construcción y en la guerra, ya no estaban a expensas de rocas y palos para combatir con lo que rápidamente ampliaron su territorio.

El empleo del fuego les permitió también cocinar la comida, prepararla e incluso ahumarla, obteniendo con ello un nuevo producto con el que poder comercializar con otros pueblos, dando un mayor poder a aquella civilización frente al resto.

Pan y fuego han sido los primeros éxitos de esta civilización, cuna de las restantes y en donde, como ya todos saben, surgió el primer lenguaje escrito, la escritura cuneiforme mucho antes de la escritura jeroglífica egipcia.

Esta innovación va a marcar el final de la época prehistórica, inaugurando con ello la historia, tal y como la conocemos, donde queda constancia escrita de los acontecimientos que se van sucediendo.

Un pueblo que se caracterizó por el desarrollo de la cultura y la conservación del conocimiento, creando bibliotecas que se iban engrosando con nuevos tomos sobre las materias más diversas desde la medicina hasta la astronomía, además de recoger multitud de mapas, cartas, cronologías y listas de leyes entre otras.

A diferencia de otros pueblos posteriores, que emplearon los pergaminos y el papiro como modo de recoger su conocimiento, haciéndolo vulnerable al paso del tiempo por las humedades e incluso ante los incendios, al haber escrito sobre arcilla ha permitido que su conocimiento llegue intacto hasta nuestros días.

Aquello me sorprendió, parecía que a pesar de que seguía hablando no le escuchaba, me repetía una y otra vez esas palabras “pan y fuego”, sabía que me sonaba de algo que había visto u oído en otro momento durante ese día.

A pesar de que intentaba recordar no conseguí recordar dónde había sido que lo había visto u oído, cuando conseguí encontrar un lugar tranquilo me senté y respiré profundamente lentamente.

Ya estaba en condiciones para utilizar una técnica que había desarrollado durante mis años de excavación, que consistía en cerrar los ojos y concentrarme en un punto blanco imaginario en mitad de mi frente, eso me permitía tranquilizarme y relajarme aún más.

A partir de ahí empezaba a revivir mentalmente visionando los hechos acontecidos durante el día como si de una película se tratase, avanzando a mayor o menor velocidad entre aquellos para dar con el recuerdo que quería.

Esto me había sido muy útil para rellenar mis anotaciones de campo después de haber estado excavando y extrayendo piezas de distintos lugares. En mi trabajo es muy importante saber exactamente en qué lugar, a qué profundidad se hallan las piezas, para poderlas relacionar con todas las halladas en la misma zona y así poder determinar a qué época y civilización pertenecen.

Es por lo que tenía esta especie de memoria visual para que no se me escapase ningún detalle. Por la noche antes de acostarme revisaba mis cuadernos de anotaciones y los rellenaba con la información que se me hubiese pasado anotar. Una memoria que perdía por la noche, con lo que a la mañana siguiente amanecía sin esa memoria visual, con lo que me permitía llenarla de nuevo durante esas intensas horas de trabajo diario.

Fui avanzando por mi recuerdo visionando lo que había hecho, hasta que llegué a aquel texto, recordaba dónde lo había visto y aproximadamente la hora, lo que tenía a cada lado e incluso recordé que era una letra clara, probablemente de una niña que a pesar de tener pocas palabras tenía una expresión correcta por lo que supongo que tendría más de siete años.

Emocionado por creer haber encontrado algo salí de la conferencia sin esperar a que esta terminase y me dirigí con el corazón acelerado a la biblioteca. Al llegar a la escalera los agentes que había en la puerta viéndome con tanta premura se aprestaron a detenerme para averiguar si había algún problema, después de tranquilizarme les aclaré que no sucedía nada, que siguiesen en su puesto mientras accedí al edificio.

Pasé los controles de seguridad preceptivos, a pesar de que todos me conocían no me dejaban saltarme la cola, por lo que con mucha paciencia tuve que esperar antes de dirigirme a un apartado donde estaban los becarios trabajando.

Esta es una sala diseñada dentro de la exposición, cerrada con paredes de metacrilato opaco, en cuyo exterior se proyectaban imágenes sobre las piezas más importantes de la muestra, con lo que se conseguía disimular aquel espacio de forma que los visitantes no se percatasen.

Por dentro era un lugar pequeño escasamente iluminado, con tres puestos de trabajo cada uno con su ordenador, en donde se guardaban la información de las piezas y se realizaban los trabajos de diseño de espacios, desde donde diseñamos la presentación de la exposición.

Una gran mesa ocupaba el centro de la sala en donde planeábamos y discutíamos los aspectos a mejorar, resolvíamos los problemas que iban surgiendo y planeábamos las próximas exposiciones.

En un armario guardábamos enrollados copia de los mapas sobre la arquitectura del edificio, las instalaciones eléctricas y del agua, material necesario por si en algún momento lo necesitaban los bomberos ante cualquier imprevisto.

Otros tantos contenían la distribución de las vitrinas por las distintas secciones, en estos se señalizaba por separado el cableado de la luz y de las alarmas. Todo diseñado al milímetro para sacar el mayor provecho del espacio que nos habían cedido para la exposición.

Ellos que al parecer estaban haciendo algo diferente de lo que debían pues se asustaron al verme llegar y cerraron con celeridad la tapa del portátil para que no pudiese ver a qué se dedicaban.

– ¡No pasa nada! -afirmé con tono conciliador pues no estaba interesado en saber a qué venía tanto misterio- quiero que me ayudéis a buscar una de las hojas de respuesta de la muestra.

– ¿De qué habla? -articuló uno de los becarios con voz nerviosa mientras se levantaba con rapidez del sitio y se dirigía hacia mí.

Él era un chico de estatura media algo rechoncho, a pesar de que vestía siempre bata blanca tal y como les había rogado repetidamente se dejaba todavía entrever varios de sus tatuajes tanto en sus muñecas como en el cuello.

– Las sugerencias, las que he leído, hay una que me interesa localizar, quiero que las saquéis todas y que me ayudéis a buscarla -pronuncié con apresuradamente mientras llegaba a la mesa y empezaba a remover los papeles que había encima.

– No creo que sea necesario, sólo díganos lo que está buscando -objetó el becario que estaba a mi lado con cara de satisfacción, pero sin hacer nada por ayudarme con aquellos papeles.

– ¿Cómo que no importa? -inquirí confundido ante aquella falta de interés que mostraban por lo que les requería sabiendo que como becarios debían de colaborar en todas las tareas que precisase.

– Hemos estado escaneando todas y cada una de las opiniones que recogimos y las hemos guardado en el ordenador…

– Así es, ha sido un trabajo minucioso y metódico, pero eso nos ha permitido poder dar voz a los visitantes en la red -repuso interrumpiendo el otro becario, con actitud inquieta, mientras me requería con la mano repetidamente para que me acercase a ver lo que había en la pantalla de su ordenador.

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