Relatos de un hombre casado

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Из серии: Relatos de un hombre casado #1
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Me prendí en su miembro y comencé a darle furiosamente. Diego me tomó la cabeza con ambas manos, clara señal de que se venía y rápidamente, comenzó a llenarme la boca de semen.

Sacó mi chota de su boca y comenzó a emitir exclamaciones de placer y luego continuó mamándomela. Continué en su entrepierna, hasta sacar la última gota de leche.

Diego seguía prendido a mi caño cual bebé a su mamadera. Me incorporé y le pedí que se sentase en el borde de la cama. Sin hablar, complació mi pedido.

Me quedé parado frente de él, con mi chota a punto de explotar y a la altura de su boca. Me acerqué y sin decir nada, Diego tomó mi pija y comenzó a succionar lentamente. Agarraba mi glande con sus labios, luego se la metía hasta la garganta, la sacaba, la escupía y la volvía a mamar.

Sentí que no tenía más margen, tomé su cabeza con las dos manos para marcar el ritmo y comencé a mover mi pelvis para cojerle la boca.

Entregado a lo inevitable y ya sin poder frenar la explosión, le avisé que me venía. Sacó mi pija de su boca, quedando el primer chorro de semen impreso entre sus labios y en su nariz. No sé si fue por el olor, la sensación, la calentura extrema o el morbo de probar, que hicieron que Diego metiese nuevamente mi pija en su boca, donde explosivamente, deposité un segundo chorro.

Hizo un gesto como de náuseas, pero se lo tragó y continuó mamándomela; se prendió de mi pija de tal manera, que creí que me la terminaría arrancando.

Se escuchó el sonido de un tremendo trueno y al mismo tiempo, me invadió un nuevo espasmo. Diego no se detuvo hasta vaciar completamente mis huevos, mientras que yo gemía de una manera descontrolada.

Realmente, me importó muy poco que me pudiesen escuchar desde las habitaciones contiguas y tampoco tenía la certeza de que estuviesen ocupadas.

Finalmente, Diego sacó mi pija de su boca y sosteniéndola con una mano, miró hacia arriba para encontrase con mi mirada. Me dio tanto morbo verle la cara con mi semen chorreando por su barbilla, el líquido cremoso desparramado sobre su barba rústica y oscura, que lo tomé con ambas manos, le comí la boca con un profundo beso y comencé a lamerle la cara, recolectando con la lengua ese manjar, para regresar a su boca y compartirlo con él. Lo hicimos, hasta tragarnos la última gota.

Me senté en mi cama, frente a él y vi que Diego, aún sentado, apoyando los codos sobre sus piernas, llevó su cabeza hacia abajo y tomándola entre ambas manos, hacía un movimiento hacia los lados, como si se tratase de un gesto de negación.

–¡Ufff...!, ¡increíble! –dijo, levantando su cabeza y mirándome directo a los ojos.

–No entiendo que hacés man... tenés un magnetismo, una piel, una manera tan especial de comportarte y de ir llevando las cosas, que podés volver loquito a cualquiera, boludo; ¿te das cuenta de eso…? –agregó.

Yo estaba atento a sus palabras. No me sorprendían, porque era un comentario que frecuentemente me hacían; pero escucharlo de Diego, me calentaba mal.

–Lo peor, es que sos un actor tremendo... Te veo en el trabajo, la tranquilidad con la que te manejas, lo reservado que sos... jamás se me hubiese ocurrido que tu vida sexual fuese así, tan amplia, tan abierto a todo... Sos terriblemente morboso, sabés meterte en los lugares indicados y diciendo las palabras justas –continuó diciendo.

–Bueno, pibe, ¡gracias y me alegro de que lo estés disfrutando! –dije.

–Uff boludo... no te la puedo creeerrr... yo chupando pija... ¡chupándole la pija a un tipo...!, ¡chupándote la pija a vos, un compañero de trabajo y tragándome tu guasca! –dijo.

Sonreí morbosamente, me acerqué y le clavé un dulce beso, para luego abrazarlo. Hasta ese momento, nunca habíamos estado abrazados de esa manera.

Nos sobresaltó el golpe en la puerta; era nuestro desayuno, o en verdad, nuestro segundo desayuno.

Realmente, yo también estaba muerto de hambre. Me puse una bata y fui hacia la puerta. La lluvia intensa continuaba cayendo, los truenos se hacían oír. Yo tenía el mejor trabajo del mundo, con un compañero que me recontra calentaba, que estaba aún tirado en pelotas sobre la cama, dispuesto a ceder a nuevas experiencias. En mi vida, jamás había tenido una oportunidad semejante.

En un rato nos tendríamos que poner a trabajar y después, ¿quién sabe...? Que el tiempo fluyese y que saliera lo que se tuviese que salir...

Capítulo IV
– La tormenta no amainaba –

Dejé la bandeja sobre la mesita que estaba próxima al ventanal; corrí bien las cortinas para poder ver el parque y la intensa lluvia que no paraba de caer.

–¡Por fin!, ¡muero de hambre!; a ver qué hay de rico –comentó Diego, que se incorporó, se puso una bata y se acercó a la mesa.

Nos sentamos y serví café. Diego tomó un jarrito y preguntó:

–¿Querés leche?

Lo miré a los ojos, esbocé una sonrisa sarcástica, y pasándome la lengua por la comisura de mi boca para limpiar un poco de mermelada, le contesté:

–¿Más?, si todavía te queda un poco, ¡por supuesto que quiero!

Diego me miró y rio.

–¡No seas boludo!, ¿te pongo leche o no? –preguntó.

–Si papá; poneme, poneme leche –dije.

Por debajo de la bata, mi pija comenzaba nuevamente a endurecerse.

Me di cuenta de que iba a ser un día complicado para trabajar, ya que estaba viviendo una situación absolutamente nueva, con la que cualquier casado bisexual podría fantasearía.

Muy difícil pensar en otra cosa que no fuese sexo, teniendo a un macho así compartiendo mi cuarto y desayunando en bata como si fuésemos amantes. Yo no tenía veinte años como para estar todo el día con la chota dura; aunque esta situación, provocaba que mi libido estuviera sin decaer y a mil.

Encendimos la tele para escuchar algún noticiero local y enterarnos de que sucedía afuera. Por las noticias, estaba claro que nos quedaríamos en el hotel.

Diego comentó:

–Se está cayendo el cielo.

–Sí, realmente sí –dije.

–Que buenas están estas medialunas –dijo Diego.

–Sí, son buenísimas, me comentaron que las hacen acá –respondí.

En la comisura de los labios de Diego, había quedado un poco de dulce; estiré mi brazo para llevar mi mano hacia su boca. Diego hizo un movimiento para alejarse.

–Pará nabo... tenés sucio –dije.

Con la punta del dedo índice, tomé los restos de dulce y muy sensualmente, lo introduje dentro de su boca. Para mi sorpresa, Diego comenzó a chuparlo y a lamerlo.

Uyy... mi chota que ya había bajado, comenzó a endurecerse nuevamente. Realmente, no entendía muy bien que estaba sucediendo. La situación había pasado de calentura extrema y garche, palo y a la bolsa, a una escena de enamorados. Lo que más me calentaba, era que se había generado entre dos tipos casados y con hijos; fundamentalmente, sin modificar nuestras actitudes de hombres.

A pesar de lo extraño que por momentos me parecieran las actitudes de Diego, claramente, estaba pintando una química especial.

Impulsivamente, me acerqué, apoyé la palma de mi mano sobre su mejilla y le di un tierno beso. Primero, fue simplemente un pico; luego, Diego abrió su boca y comenzó a comerme la lengua.

Degusté un sabor dulce, mezclado con un intenso sabor a café que rápidamente invadieron mis papilas. Lo miré a los ojos y dije:

–Me estoy calentando; sinceramente, vos me calentás mal.

Sin dejar de mirarnos a los ojos, Diego tomó mi mano y me la llevó hacia su bulto.

–Y ¿cómo crees que estoy yo? me sucede lo mismo con vos –dijo.

Su pija estaba erecta como la mía. La atrapé con mi mano y comencé suavemente a franeleársela y a masturbarlo, pensando en que, de continuar así, terminaría untando una tostada con su semen.

Comenzó a sonar su celular y nos sobresaltamos. Diego fue a buscarlo a la mesita de luz y me hizo un gesto, diciéndome que era su mujer. Respondió la llamada y le contó sobre la situación climatológica y que nos quedaríamos trabajando en el hotel; le preguntó sobre los chicos y dijo:

“Mirá, todo depende del clima, no sé cuándo se abrirá el aeropuerto, espero que esta noche, si no, tendré que quedarme hoy también; te voy llamando y te cuento. Te Amo, un beso.”

Lo escuchaba y pensaba “Otra noche más teniéndolo a mi disposición... No podía tener tanta fortuna.”

Aproveché he hice un llamado a casa para ver como andaba todo. Mi mujer escuchó la voz de Diego y me preguntó con quién estaba; le conté la situación y dijo:

–Ahh, genial, por lo menos tenés compañía y no te aburrís solo.

–Sí, la vedad es que se hace más llevadero –dije.

Una sensación de culpa comenzó a invadirme. Ella pensando en mi soledad y yo garchando con mi compañero de trabajo.

Cortamos y como si nada hubiese sucedido, continuamos con el desayuno. Sabía que tendría que sacarme de mi cabeza el cartelito que decía “sexo, sexo, sexo,” porque terminaría descontrolado como el clima.

–¿Todo bien? –pregunté.

–Sí, sí... por suerte está mi suegra en casa para hacerle compañía y ayudarla con los chicos, así que todo OK. –respondió Diego, que se levantó, estiró sus brazos hacia arriba y se desperezó.

–Me voy a dar una ducha. ¿Tenés algo que me puedas prestar como para afeitarme? –preguntó Diego.

–Tengo una máquina eléctrica; me gusta tener la barba al ras, como la tenés vos ahora –dije, y agregué– ¿te puedo pedir algo si no te jode?

–Claro, decime –respondió.

–No te afeites, déjate la barba así, que te da un tremendo aspecto de macho –dije.

Diego sonrió y dijo:

–Ahhh... cuando estoy afeitado ¿tengo aspecto de trolo?

 

–No boludo, afeitado o no, estás bárbaro, solo que esa barba crecida que raspa como lija, es lo massss... te queda increíble; además, al menos hasta la noche, no creo que salgamos del hotel ni que nadie pueda venir –agregué.

–Ok... me quedo así para complacerte; me voy a duchar –dijo.

Diego se metió en el baño y cerró la puerta; yo me tiré en la cama para ver televisión.

Regresó del baño con la bata puesta y secándose la cabeza con una toalla.

–Ahora es otra cosa –exclamó.

Me incorporé y me fui al baño.

Al regresar, vi que Diego estaba parado frente a un espejo ubicado en el lateral del escritorio; ya se había puesto un jean y se abrochaba el cinturón; aún estaba descalzo y con el torso descubierto. La imagen me calentaba sobremanera.

Giró hacia mí y me regaló una sonrisa. Agarró una chomba celeste, mocasines tipo Cayenne y terminó de vestirse.

Que hombre, ¡por Dios…! En verdad, la clase de hombres que me calientan, muy alejados de la belleza convencional, tipos comunes, con algo de deporte encima, pero sin exceso, prolijos, pero no puntillosos; tipos de familia.

Comencé a vestirme y le comenté que en el hotel había un pequeño gym con algunos aparatos.

–Si te parece, después podemos ir un rato a tonificar un poco –dije.

–Vemos –respondió Diego, secamente.

El flaco era muy riguroso con el trabajo y evidentemente, ya se había enfocado en lo laboral, mientras que yo, me lo estaba tomando como día de vacaciones y de relax.

Terminamos de vestirnos y le propuse dar una vuelta por el hotel para dar tiempo a que el servicio de habitación trabajara. Fuimos hacia el lobby y pedí en recepción que enviasen el servicio, ya que luego nos quedaríamos trabajando en el cuarto.

Diego estaba parado mirando el parque. Me acerqué a él.

–No sabía que a la piscina la podían cubrir –dijo.

–Yo tampoco; la verdad, es que desde que estoy acá no me han tocado días de lluvia y no presté atención en que estaba la cubierta deslizable –respondí.

–¿Dónde está el gym? –preguntó.

–Por acá –respondí, avanzando hacia las escaleras.

Subimos y fuimos caminando hacia allí.

–Está bueno; cuando hagamos un break podemos venir un rato y después a la pile –dijo Diego.

–Estaría bueno –respondí.

Regresamos al cuarto y como el servicio recién comenzaba, agarramos las notebooks y volvimos al lobby para arrancar con el trabajo.

No quedamos chequeando emails y haciendo llamadas hasta pasada la media mañana. Realmente, pensé que quizá, la mejor decisión sería quedarnos allí, ya que regresar al cuarto iría acompañado de una enorme tentación por cerrar las notebooks y por abrir las braguetas.

–Me estoy cagando, me voy al toilette –dijo Diego.

–OK, vaya tranquilo –respondí.

Yo ya había cagado antes de ducharme, por lo que estaba relajado y listo para cualquier situación que pudiera darse.

Seguí con lo mío y vi que ingresaba al lobby un flaco al que jamás había visto antes. Detrás de cada paso que daba, el piso se iba rajando.

En mi tabla de categorías, tengo varias columnas: Personas horribles / feas / más o menos / lindas / muy lindas / y persona que, simplemente, “Hacen Mal”. Definitivamente, este tipo, entraba en esta última categoría.

¡Qué bueno estaba! Se quedó parado en el mostrador de recepción, charlando y sonriendo amigablemente con el gerente del hotel. No pude dejar de relojearlo.

Me pareció extraño, ya que parecían conocerse, pero no podía habérmelo cruzado en los dos meses que llevaba hospedándome ahí, sin haberle prestado atención; claramente, no lo había visto antes.

El tipo miró hacia el parque y por un instante, nuestras miradas se cruzaron. Desvié la vista, porque me dio mucha vergüenza ser tan obvio. Continué con lo mío y pasados unos minutos, me di cuenta de que alguien se estaba sentando en un sillón de la mesita contigua a la mía.

–Buen día; va, es una forma de decir –dijo el flaco.

Levanté la vista y ahí estaba este animal.

–Buen día; si, la verdad, tremenda tormenta –respondí.

Me comentó que había llegado en el vuelo del día anterior por la mañana, supuse que quizá, en el mismo vuelo en el que había llegado Diego. Me contó que hoy había intentado llegar al centro, pero que, por el anegamiento, había resultado imposible, así que había regresado al hotel.

En el medio de la conversación, regresó Diego, que se sentó frente de mí y saludó al flaco.

–Ahhh, que casualidad, ¿te hospedas acá? –preguntó el tipo.

Miré a Diego sorprendido, porque no entendía bien que sucedía. Aparentemente, ya se conocían.

–No, no, va, si... En realidad, él es el que se hospeda acá –contestó Diego (refiriéndose a mi) y agregó– yo viajo los miércoles, pero anoche laburamos hasta tarde (mintiendo) así que me quedé a dormir. Hoy me iba en el primer vuelo de la mañana, pero se cerró el aeropuerto.

–Uyy, que cagada –dijo.

Yo pensé “¡qué cagada para vos, porque para mí, es la gloria!”

–Claro, nos cruzamos en el mismo vuelo ayer, solo que yo tenía planeado regresar hoy en el vuelo de las diez y también quedé varado.

Ahí entendí todo. De haberme sucedido a mí, seguramente hubiese hecho el comentario “Boludo, no sabés la bestia con la que viajé o algo así.” Pero Diego era muy reservado y solo entre cuatro paredes había cruzado la línea hacia la bisexualidad, por lo que, seguramente, poca atención podía haber puesto en este pibe, ni en ningún otro tipo. Al menos, eso era lo que yo esperaba.

El pibe la siguió:

–Suerte que conseguiste habitación, porque, a veces, es un despelote este hotel; más, cuando se cancelan vuelos; aunque acá, todos los cuartos tienen dos camas, así que seguramente durmieron juntos.

Y continuó:

–Va, no sé si la palabra adecuada es “juntos”; quise decir, que durmieron en el mismo cuarto.

Risita, risita... Se generó una situación medio incomoda, al menos, yo lo sentí así. No éramos amigos ni mucho menos como para hacer ese tipo de comentario pícaro.

No me quedaba claro si el flaco era muy pelotudo o si lanzó el comentario adrede. Aunque ya estaba conociendo a Diego y sabía de sus frases ácidas y sarcásticas, su respuesta hizo que clavarse mi vista en la pantalla para no largar una carcajada.

–Sí, sí, dormimos juntos, por suerte no tuve problemas y dormimos juntos –dijo.

¡Hijo de puta! No podía creer lo que le había mandado. Diego era un genio; un estratega de la palabra. Si el flaco había querido hacerse el gracioso, Diego lo había puesto en su lugar, dejándolo Nock out con la respuesta.

El flaco quedó herido con la respuesta de Diego; agarró su mochila, saludó y subió las escaleras para dirigirse hacia su cuarto.

Diego, con la cabeza hacia abajo, subió sus ojos, me miró fijamente y comenzó a descostillarse de risa.

–¡Sos un hijo de puta! ¡Ahora el flaco va a pensar que dormimos juntos y el que se queda en el hotel soy yo boludo! –dije con tono de reproche.

–Pero si piensa eso se equivoca; nosotros no dormimos juntos, garchamos de lo lindo, voló leche por todos lados, pero cada uno durmió en su cama, juntos no dormimos –respondió Diego, de manera sarcástica y sin parar de reírse.

Quería tirármele encima en el medio del lobby. Su actitud tan despojada y desprejuiciada al hablar sobre lo acontecido en el cuarto, me voló la cabeza… Encima, lo estaba disfrutando.

–Tenés razón; en definitiva, me chupa un huevo lo que piense él o cualquier otra persona; de última, si pinta y lo vemos solito y aburrido, lo invitamos al cuarto –dije.

–No seas boludo, pará; ni en pedo me expongo. Por ahora, así está más que bien, no me pongas presión... –respondió Diego.

–Una joda bolas –dije.

En verdad, lo que me estaba sucediendo con Diego comenzaba a transformarse en algo tan especial, que realmente no me interesaba meter a un tercero en el medio que pudiese arruinar esa especie de “amistad.”

El hotel estaba más tranquilo de lo habitual, evidentemente, en el vuelo de la noche se habían ido muchos huéspedes y como hoy estaba el aeropuerto cerrado, nadie había arribado.

El empleado de recepción me hizo señas, informándome que el cuarto estaba listo. Le pregunté a Diego si prefería quedarse en el lobby o si prefería ir al cuarto.

–Vamos al cuarto que quiero higienizarme, quedarme en patas y tirarme con la notebook en la cama –dijo.

–OK, dale, vamos –respondí.

Fuimos hacia el cuarto, dejé mi notebook sobre el escritorio; Diego apoyo la suya sobre la mesita de luz, fue hacia el baño, regresó, se sacó los zapatos, acomodó almohadas en el respaldo de su cama y se tiró boca arriba.

Encendió la tele y puso TN. Vimos que el clima estaba complicado, no solo en el sur, sino que en Buenos Aires también había tormentas.

–Me parece que hoy no hay vuelos. –comenté.

Me senté frente a mi notebook y continuamos trabajando, cada uno en lo suyo, cruzando comentarios o alguna información de vez en cuando.

Diego tomó unos papeles y se acercó a mí diciendo:

–Mirá esto… vos ¿cómo lo interpretas...?

Quedó parado a mi lado, se inclinó hacia el escritorio y pasó el brazo por sobre mi hombro para indicarme un gráfico, apoyando intencionalmente su bulto sobre mi espalda.

Su cara quedó pegada a la mía; percibí un aroma tan rico, tan de hombre. Sospecho que, exprofeso, rozó mi cara con su barba.

–Interpreto claramente, que tu intención es la de calentarme mal y lo estás logrando –dije.

Sin separase de mí, con las bocas a centímetros de distancia una de la otra, dijo:

–Estoy hirviendo boludo; no sé qué me pasa. No entiendo como un macho me puede calentar de esta manera; parezco un adolescente en celo, siento que en el cuarto hay más estática que en la tormenta de afuera.

Le quité los lentes, tomé su cara con ambas manos y nos dimos un beso profundo, recorriéndonos las bocas con nuestras lenguas. Nos habíamos olvidado de respirar, envueltos en ese beso cargado de testosterona, pasión y locura.

Nuestras caras quedaron pintadas de saliva; nos lengüeteamos mutuamente cada parte de nuestros rostros y cuellos; nos comimos las lenguas salvajemente.

Me incorporé para abrazarlo fuertemente y lo apreté contra mí, sintiendo como su bulto erecto se apretaba contra el mío.

Estábamos mudos, entregados nuevamente a los instintos de machos en búsqueda de saciar nuestros deseos y a la pasión que se había desatado entre nosotros.

Inoportunamente, nos sobresaltó una llamada entrante en ambas notebooks, solicitando video conferencia.

El descontrol de nuestra calentura nos había hecho perder la noción del tiempo y olvidar que estaba fijada para las doce una video conferencia con la gente de la oficina local, la de Buenos Aires y con nosotros, que estábamos trabajando tan aplicadamente en el hotel.

Fuimos rápidamente hacia el baño para higienizarnos las caras, he instalar un poco de cordura en nuestros rostros, ya que nuestra apariencia, evidenciaría que algo extraño estaba sucediendo.

Finalizada la conferencia, decidimos ir al gym.

–Boludo, me estoy dando cuenta de que, en verdad, no traje valija para estas vacaciones –dijo Diego sonriendo, y agregó:

–No tengo zapatillas.

La verdad es que yo solo tenía un par, así que cancelamos lo del gym y decidimos ir un rato a la piscina antes de almorzar.

Como era su costumbre, Diego se puso rápidamente en bolas, lo que alborotaba mis hormonas.

El muy hijo de puta dijo:

–Uyy... mirá cómo la tengo.

Parado frente de mí, lo tenía en pelotas, con el pene semi erecto colgando entre sus piernas velludas y tocándoselo con una mano, levantándolo y dejándolo caer.

–Mirá –insistió.

Lo volvía a subir para soltarlo nuevamente, dejando que su miembro volviese a caer, mientras que sonreía. Realmente, una actitud de adolescente que me calentaban aún más.

Lo veía y pensaba “Encima que está re bueno, que es padre de dos pendejos y que está disfrutando de esta situación como un nene, tiene una pija envidiable.”

Imaginé que fácilmente llegaría a los 22 cm x 6 cm. Una vez, un flaco había medido la mía y estaba claro que mis 20 cm x 5 cm habían sido superados.

 

Me acerqué y tiré un manotazo hacia su pija diciéndole:

–A esto le falta mucho trabajo para ponerlo a punto.

Continué mi camino hacia el baño, donde había dejado colgado mi short. Diego quedó desconcertado, porque seguramente imaginó que al acercarme se la comenzaría a mamar.

Regresé y aún estaba en pelotas, haciendo el mismo jueguito.

–¿Me vas a dejar así, con mi amigo a media asta? –preguntó.

Me acerqué, me agaché y le di un beso en la punta del glande; Diego intentó tomar con su mano mi cabeza para llevar su miembro hacia mi boca, pero lo esquivé. Me incorporé y le apreté las bolas.

¿Cómo resistirme a quedarme en el cuarto mamándosela toda la tarde? Tuve que luchas contra mis demonios como para no ceder.

–No podés, sos un hijo de puta. ¡me das un beso en la punta de la pija, me agarrás las pelotas y me dejás así! Mi chota va a parecer Nahuelito en la piscina –agregó riéndose.

Me hizo reír con su comentario creativo, pero no cedí y repetí:

–Dale bolas, vamos.

Tenía claro que lo estaba llevando justo al lugar en donde lo quería tener; “A un grado de calentura letal.”

Fuimos hacia la piscina, donde solo había un par de personas. Diego tenía una bermuda azul con dibujos blancos. Ingresamos al agua y nadamos unos largos.

Nos quedamos en la parte baja, con el agua por nuestras cinturas. Afuera la temperatura había descendido bruscamente, por lo que la caldera y la calefacción estaban funcionando.

La temperatura del agua se sentía realmente confortable. Sorpresivamente, Diego me agarró una mano y cagándose de risa, la llevó hacia su paquete.

–Mirá como está Nahuelito, te lo dije.

Tenía el miembro completamente duro; el agua, que estaba templada, no había hecho efecto; claramente, se había quedado con muchas ganas de que le pegase una buena mamada.

–Pará boludo, hay gente –dije.

Sin responder, giró, apoyó las palmas de sus manos en el borde, hizo palanca con sus brazos, que marcaron notoriamente sus tríceps y dando un pequeño salto, salió de la piscina.

Lo veía desde abajo, con los pelos llovidos y pegados a su cuerpo por el peso del agua y la bermuda estampadas contra sus piernas y contra su caño erecto, que era imposible de disimular.

Comenzó a caminar hacia la parte profunda y de repente, hizo una mortal hacia adelante, cayendo al agua en posición de bolita.

Yo no podía creer lo que acababa de ver. Los huéspedes de este hotel en particular, eran tipos que estaban en viaje de negocios, no estábamos de joda en Brasil.

No sabía si estaba con un compañero de trabajo cuarentón y padre de familia, o si estaba con mi hijo pre adolescente.

Regresó nadando hacia la parte baja, con la cabeza fuera del agua y con cara de felicidad.

–¿Vos sos pelotudo? –dije.

–¿Por qué? –preguntó sorprendido.

–Boludo, todo el mundo trabajando y vos actuando como un pendejo –dije.

–Dejate de joder; yo hago bien mi trabajo, pero por eso no voy a dejar de divertirme. Además, mirá quien se horroriza… “El violador de la Patagonia”– agregó, cagándose de risa.

–Realmente, su respuesta me hizo pensar en lo prejuicioso que a veces podía llegar a ser; Diego tenía razón.

–Yendo aún por más, siguió acercándose hacia mí, se sumergió y me agarro el bulto. Este tipo, claramente era una “Caja de Pandora.”

Sacó la cabeza del agua y cagándose de risa, nuevamente dijo:

–Me parece que me encontré con el hermano de Nahuelito.

Y sí; verlo en bermuda, con el miembro erecto que se le marcaba, caminando con un desparpajo absoluto y haciendo cosas de pendejo, no hicieron más que pararme el caño.

Giré hacia el borde, crucé mis brazos sobre el piso y escondí mi cabeza, moviéndola hacia ambos lados, como diciendo “No lo puedo creer.”

Salimos, nos pusimos las batas y regresamos al cuarto. Me metí en la ducha. Diego entró al baño y se quitó la bermuda.

–¿Pedimos servicio para almorzar en la habitación o vamos al restaurante? –preguntó Diego.

–Ahora vemos... –respondí.

Se puso la bata y salió del baño; yo me quedé un rato bajo la ducha, disfrutando del agua caliente.

Regresé al cuarto y vi que estaba tirado en mi cama, con la bata puesta, con el pecho descubierto y con la chota claramente erecta... Me paré a los pies de la cama y le dije:

–Me parece que te equivocaste de cama...

Mirándome a los ojos, de manera desafiante, morbosa y sin dejar de toquetearse la chota dijo:

–Sacame...

Me acerqué hacia el lateral de la cama, tomé la punta del cinturón de la bata, tiré y deshice el nudo. Abrí con ambas manos la bata, dejando expuesto su miembro y el resto de su increíble cuerpo peludo.

–Si no hacemos algo con Nahuelito (mirando hacia su caño erecto) no voy a poder almorzar, ni pensar en otra cosa... y veo que estás igual –dijo, mirando mi chota, que erecta, hacía carpa con mi bata.

Para mi sorpresa, Diego me la agarró y comenzó a mamármela magistralmente bien. Sentí como el calor de su boca me invadía.

Me alejé y fui inmediatamente hacia su caño para comenzar a mamárselo, arrancándole inmediatamente gemidos de placer, mientras que decía:

–Cómo me hiciste rogar... necesito vaciar mis bolas; haceme gozar como sabés campeón.

Le pegué una tremenda mamada. Me tiré sobre él y comenzamos a besarnos salvajemente, como lo habíamos hecho más temprano. Diego agarraba mis glúteos, que apretaba firmemente y los separaba.

Alejé mi cara de su rostro y la elevé; lentamente y haciendo puntería hacia su boca, dejé caer unas gotas de saliva, que se estamparon contra sus labios; quería buscar sus límites, si es que Diego los tenía.

Sin dejar de mirarme a los ojos, Diego sacó la lengua y comenzó a lamerse los labios, limpiando mi saliva. La imagen tan morbosa, hizo que lo escupiera nuevamente y Diego respondió escupiéndome la cara.

Fui con mi boca hacia la suya y nuevamente nos fundimos en un beso salvaje, casi lastimándonos; comenzamos a rasparnos las caras y los cuellos con nuestras barbar lijosas. Recorrí su pecho y fui rápidamente hacia su pija, que continué succionando con total placer e intercalando con sus pelotas.

–Hacé lo que hiciste ayer –dijo.

Inmediatamente, me dirigí hacia sus entrepiernas, que lamí con la punta de mi lengua, ensalivándoselas, intercalando con su escroto, con su perineo. Esta vez, a diferencia de la noche anterior, lo tenía de frente, por lo que pude levantar bien sus piernas, llevándole las rodillas hacia el pecho, para tener bien accesible su culo.

Lamí sus nalgas y se las mordisqueé. Fui hacia su ano, lo escupí y comencé a trabajárselo magistralmente con mi lengua.

Diego emitía exclamaciones de placer absoluto y la única palabra que repetía era:

–Boludo, boludo, boludo... no te la puedo creer.

–¿Nunca te lo habían lamido?, ¿tu mujer no te mete un dedito?, ¿nunca te masajearon la próstata? –pregunté.

–¡Callate y seguí! –respondió Diego.

En ese momento, no tuve intenciones de penetrarlo y tampoco quería ser penetrado, por lo que bajé sus piernas y para terminar con mi trabajo, regresé hacia su pija.

–Loco, sos una máquina de generar placer –dijo.

Continúe mamándosela a ritmo parejo, hasta que Diego, actuando de la manera que evidentemente le generaba más morbo, tomó mi cabeza con ambas manos, comenzó a elevar su ingle para cojerme la boca y al grito de "Ahí escupe Nahuelito," llenó mi boca de semen una y otra vez.

Esta vez y con la experiencia previa, intenté mantener todo su jugo dentro de mi boca para compartirlo con él. Comencé a subir por su torso, para acercar mi boca hacia la suya y lentamente, dejé que la crema blanca y espesa cayera en forma de hilo sobre sus labios.

Diego hizo un primer gesto de rechazo, por lo que acerqué mis labios hacia los suyos y comencé a besarlo salvajemente, quitándole toda posibilidad de que rechazara su propio semen, que, haciendo globitos, comenzaba a inundar su boca, mezclándose con nuestras salivas.

Por primera vez en su vida, Diego tragaba esa cantidad de semen. Me separé unos centímetros y un hilo blanco, espeso y viscoso quedó tensado entre nuestros labios.

Regresé hacia él y continué pasándole toda la carga de esperma que había depositado su miembro dentro de mi boca.

–Esto sí que es una chanchada, pero me genera mucho morbo y realmente, me calienta –susurró.

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