El Viaje Del Destino

Текст
Автор:
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

Capítulo 4

La infancia de los nativos transcurría serena y tranquila.

Los padres enseñaban a los hijos a construir pequeñas armas y trampas, a reconocer la madera adecuada para construir las canoas, y todas las técnicas para aprender a cazar y pescar.

Las hijas aprendían de sus madres a construir los tipis, cultivar, cocinar, arreglar las pieles y a confeccionar la ropa.

Sin embargo, la práctica en que se basaba el alma gentil y pacífica de los nativos era, sin lugar a duda, el silencio y la meditación. Como el Gran Espíritu es omnipresente, los adultos enseñaban a los pequeños la sencilla práctica de observar y escuchar, por que Él es cada cosa y ser vivo.

Al caer la noche, las familias se retiraban a sus tipis, se sentaban alrededor del fuego mientras el anciano de la familia narraba sus relatos, repletos de historias y tradiciones culturales. Los ancianos poseían las virtudes más importantes de un ser humano, eran los depositarios de la cultura y la sabiduría de su pueblo. De este modo, la enseñanza de la generosidad, la valentía, el respeto y el amor hacia todos los seres vivos se transmitía a los pequeños.

Año tras año, los pequeños nativos crecían.

Halcón Dorado también alcanzó la edad de la pubertad.

En el exterior de los tipis, todos estaban ocupados con los preparativos de la fiesta que Gran Águila había organizado para honrar a su hija.

A la edad de 14 años ya podía verse la mujer espléndida en que se convertiría. Su madre le explicó el significado del cambio que había sufrido.

—Este es un momento muy importante en la vida de una jovencita… Te estás convirtiendo en una mujer. —Con infinita ternura empezó a peinarle su largo cabello negro, examinando con la mirada el flequillo que cubría su frente. Aquel peinado simbolizaba la virginidad de las muchachas—. Podrías dejar crecer también este pelo, el flequillo no formará parte de tu peinado de mujer porque, a partir de hoy, podrán cortejarte y pedirte como esposa. —Hizo una pausa, mientras le separaba en dos el resto del pelo para seguir peinándola—. Escucha siempre a tu corazón. Te hablará y te guiará en tu camino. Algún día, te casarás y tendrás hijos, cuidarás de tu familia como yo he hecho con vosotros, y tu marido cuidará de vosotros como tu padre ha hecho con nosotros —le explicó la madre mientras le colocaba algunas plumas de halcón rojo entre los coloridos lazos que fijaban las largas trenzas. —Halcón Dorado escuchaba en silencio y custodió aquellas palabras como el más valioso de los tesoros, depositándolas en su corazón—. Este vestido tampoco formará parte de tu condición de mujer, lo donaremos a una familia más necesitada —le dijo la mujer invitándola a quitárselo.

La joven se quitó la ropa y entregó las vestiduras a su madre, quien le hizo ponerse un vestido de piel de ciervo que había cosido y decorado ricamente para ella. Las puntadas de las mangas y el borde del vestido estaban adornados con flecos que, a cada movimiento, ondeaban sinuosos. El cuello de la prenda lo había decorado con sus colores favoritos: el amarillo y el rojo, y en las polainas se apreciaba el mismo motivo.

Alguien se asomó al interior. Era la abuela, Rocío de la Mañana. Los ojos oscuros y vivaces de la abuela la examinaron de la cabeza a los pies.

—¡Estás preciosa! —admitió orgullosa—. El hombre que te tenga como esposa será muy afortunado. —Halcón dorado le dedicó una sonrisa cargada de cariño—. Creo que pronto tendremos que empezar a construir el tipi —serio la abuela mientras se disponían a salir.

Llegaron al centro del campamento, donde ardía el fuego sagrado y un pequeño altar, sobre el que había una calavera de bisonte, la pipa y un tazón con tinte rojo, se había montado para la ceremonia.

El Chamán la invitó a sentarse con las piernas cruzadas, mientras todos los miembros de la tribu, que vestían sus mejores galas, las de las grandes fiestas, se sentaron en un amplio círculo de colores a su alrededor. El hombre encendió la pipa y soltó una bocanada. Seguidamente, sopló en el hocico de la calavera de bisonte y lo envolvió en una nube de humo, mojó un dedo en el tinte y trazó una línea roja en al frente del cráneo.

Su voz se elevó con un canto sagrado y propiciatorio, y su cuerpo empezó a bailar frente a la muchacha, con movimientos que representaban a un bisonte, y cada vez que se le acercaba, la madre le metía hojas de salvia en el regazo.

Posteriormente, el chamán la invitó a sentarse como una mujer —pues en una se había convertido—, con ambas piernas hacia un lado. La madre le separó el cabello mientras el hombre, tras retirarle el flequillo, le trazó sobre la frente una línea roja que le llegaba hasta el nacimiento del pelo. Fue bendecida con el polen amarillo sagrado, y recibió así la purificación y el poder femenino para traer prosperidad y salud a su pueblo, que la festejó con alegría y devoción.

El olor de las verduras, de los caldos y de las carnes, que entretanto se habían cocinado lentamente en las brasas, se extendió por todo el campamento y anunció la fastuosidad del banquete.

Mientras tomaba asiento al lado de su mejor amiga, Luna Roja, la chica volvió a pensar en las palabras de su madre. Cerró los ojos durante unos instantes para escuchar a su corazón, y la imagen que resultó lo hizo palpitar, los volvió a abrir y… Su visión estaba justo ahí, delante de ella, y la miraba complacido. Era Viento que Sopla…

Atractivo y carismático, de estatura bastante alta y músculos esculpidos, cuyos ojos azules le conferían una mirada magnética y su largo cabello negro enmarcaban los bellos rasgos del rostro. Estaba enamorada de él desde que era pequeña. Le dedicó una tímida sonrisa que él le devolvió con un guiño.

La fiesta en honor a Halcón Dorado estaba resultando ser todo un éxito: la comida era exquisita y la atmósfera, tranquila y alegre.

—¿Crees que se declarará algún día? —le preguntó a su amiga.

—¿Acaso lo dudas? —le respondió incrédula Luna Roja—. ¿No ves cómo te mira? —Viento que Sopla no conseguía quitarle los ojos de encima y parecía que a ella le gustaba—. ¿No lo hueles? —le preguntó Luna Roja inspirando aire con la nariz.

—¿El qué? —inquirió Halcón Dorado.

—¡El amor está en el aire! —rió Luna Roja sacudiendo la cabeza—. Estoy de acuerdo con tu abuela cuando dice que deberían construir el tipi para tu matrimonio pronto.

Mientras los dos jóvenes continuaban intercambiando miradas y sonrisitas, Ojo de Lince se acercó al muchacho y le preguntó cuándo se declararía.

—Cuando regrese de mi visión —le confesó Viento que Sopla.

—Estoy seguro de que estará muy agradecida —comentó el amigo.

—Espero que la fila fuera de su tipi no sea demasiado larga —reveló el muchacho en tono de preocupación.

—Dudo que alguien se atreva —respondió entre risas Ojo de Lince.

Todos los muchachos sabían que le gustaba, y visto el respeto del que disfrutaba en la tribu, nadie se habría atrevido a desafiarlo en la conquista de la chica, porque, además, ambos se habían escogido cuando solo eran unos niños…

Con 15 años, Viento que Sopla ya tenía madera de gran guerrero: era un óptimo arquero y jinete y, sin duda, el mejor cazador de la tribu.

Con la llegada de la pubertad, también llegó el momento más importante de su vida: la búsqueda de la visión.

Su padre, Ciervo Moteado, lo invitó a sentarse alrededor de la fogata de su tipi, mientras su madre, Arroyo Bailarín, llenaba una alforja con víveres. El hombre cargó la pipa, y con un gesto solemne, la ofreció al cielo y a la tierra. Seguidamente, la encendió y comenzó a hablar.

—Hijo mío, a todos los hombres les llega el momento de la búsqueda de la visión. Ningún hombre será jamás él mismo si todavía no ha experimentado la propia visión. —Hizo una pausa para dar una larga bocanada, le pasó la pipa a su hijo y continuó—. Te aislarás en un lugar sagrado, velarás en soledad y ayuno durante cuatro días, y esperarás pacientemente hasta recibir, a través de un sueño o de una visión, a tu espíritu protector que te guiará en la vida.

El muchacho escuchó las palabras de su padre en un respetuoso silencio.

Ciervo Moteado vació la pipa y la colgó en la pared del tipi, para después dirigirse nuevamente a su hijo.

—Ahora duerme, mañana te prepararás para partir con el sol naciente.

El joven asintió con la cabeza y se retiró a su lecho para dormir.

Con las primeras luces del alba acudió a la «cabaña del sudor» para una sauna purificadora. A continuación, se dirigió hacia el lugar sagrado que había escogido para recibir su visión.

En su tercera noche en soledad esta le fue concedida.

El el cielo, una gran luna plateada lo vigilaba. Había alcanzado el silencio interior, era un solo ser con la madre Tierra y el padre Cielo, la imagen era nítida, el mundo a su alrededor era un inmenso mar, por el norte se acercaba una silueta caminando sobre las aguas: era un lobo.

Un ruido lo alejó de la tan codiciada meta. Resignado, abrió los ojos y a pocos metros de él se encontraba el propio lobo de pelaje leonado. Se miraron a los ojos durante unos cuantos segundos que parecieron interminables. Un escalofrío espeluznante recorrió su cuerpo al vislumbrar su rostro reflejado en los ojos del animal. Permaneció inmóvil, mientras una ligera ráfaga de viento acarició su piel y el pelo del lobo. Paralizado por el miedo, contuvo la respiración mientras rezaba íntimamente al Gran Espíritu por ser perdonado.

Como si hubiera entendido su malestar, el animal dio unos cuantos pasos atrás y, antes de marcharse, emitió un aullido que retumbó en todo el valle. Luego desapareció en la oscuridad de la noche.

 

Fue una gran experiencia, se sentía feliz y agradecido, pero no logró pegar ojo.

Con las primeras luces del alba se preparó para regresar al campamento. Recorrió unos cuantos metros hasta que algo atrajo su atención. Se inclinó para recogerlo: era un colmillo de lobo. Lo apretó con al mano y dirigió una mirada cargada de gratitud, después lo colocó cuidadosamente en su saquito de medicinas y siguió su camino.

La luz enrojecida del cielo se filtraba a través de la tela del tipi de Viento que Sopla anunciando la llegada del crepúsculo vespertino.

—El sol se está poniendo —dijo el joven mientras miraba la apertura superior. A continuación, se dirigió a sus padres y les informó de su decisión de declararse a Halcón Dorado.

Arroyo Bailarín se levantó y caminó hacia un cesto, realizado con un trenzado de cañas de río y yuca. Desde hacía algún tiempo, lo custodiaba junto a su lecho.

Ciervo Moteado encendió la pipa y le dio una gran bocanada antes de hablarle a su hijo.

—Tu elección es un paso importante en la vida de un hombre, te estás comprometiendo a cuidar de esa jovencita y de los hijos que nacerán de vuestra unión. —Lo miró fijamente mientras le pasaba la pipa—. Para nosotros, esta decisión es motivo de orgullo —añadió el hombre con expresión de satisfacción y recibió, a cambio, el respeto y la gratitud en los ojos de su hijo.

La madre sonrió complacida al mismo tiempo que le entregaba el cesto.

—Me he preguntado muchas veces qué habría ahí dentro —dijo el muchacho mientras extraía su contenido y desplegaba una manta de colores llamativos.

—Le pedí a mi hermana que la cosiera para ti, para cuando llegara este día —reveló Arroyo Bailarín.

—¡Gracias! —le respondió el joven dedicándole una mirada cargada de cariño—. El sol se ha puesto, es hora de que me marche —anunció mientras se ponía de pie.

La madre volvió a doblar la manta y se la colocó en el antebrazo antes de que saliera.

Nada más salir, el muchacho echó un vistazo en dirección al tipi de Halcón Dorado, y averiguó que no había ninguna fila de pretendientes en el exterior.

Respiró aliviado y se dirigió, provisto, como era la tradición, de la manta de compromiso. Cruzó el campamento, que estaba casi desierto, y los pocos nativos que aún merodeaban por ahí ya estaba regresando a sus tiendas.

Al llegar ante el tipi de la amada joven, apartó el trozo de piel de la entrada y se encontró la mirada de Gran Águila, sentado en frente.

—¿Puedo entrar a sentarme al lado de Halcón Dorado? —preguntó con sumo respeto.

La expresión de alegría en el rostro de la joven no dejaba duda alguna sobre el éxito de la visita, que ella tanto había esperado.

—Pasa —contestó Gran Águila.

Viento que Sopla tomó asiento al lado de la muchacha y la envolvió en la manta junto a él. Se habían prometido oficialmente.

Capítulo 5

Gokstad, 915 d. C.

Era un caluroso día de junio. Ulfr y Thorald, quinceañeros, se preparaban para su entrada en el mundo de los adultos.

Todos se estaban tomando muchas molestias con los preparativos de la fiesta, a la cual también estaban invitados los familiares del clan de Thorald.

En el aire ya podía apreciarse el olor de la carne que se estaba asando: el rey Olaf había ordenado cazar dos enormes jabalíes para la ocasión.

Se estaban poniendo las cotas de malla cuando escucharon cómo Olaf saludaba calurosamente a alguien.

—¡Bienvenido, amigo mío!

—¡Olaf! —respondió la voz grave de un hombre.

Thorald reconoció aquella voz de inmediato y salió corriendo.

—¡Padre! ¡Has vuelto! —exclamó con gran alegría.

—¡Hijo mío, no me habría perdido un día tan importante por nada del mundo! —afirmó Harald abriendo los brazos.

Se abrazaron con fuerza, dándose palmaditas en la espalda mutuamente.

—¡Entremos, Harald! Tenemos que brindar por tu regreso —dijo Olaf ciñendo los fuertes brazos a la espalda de su amigo.

En el interior de la casa, el servicio estaba ocupado con la preparación de todo tipo de platos y Herja dirigía las diferentes tareas como solo una perfecta señora de la casa sabe hacer. La hija pequeña, Isgred, también trabajaba junto a los sirvientes; a su vez, su madre lo había hecho de niña, y consideraba que solo se podía dirigir a la perfección si se sabían realizar todas las labores.

Isgred tenía 14 años y en uno o dos, seguramente se casaría con un muchacho de su mismo rango. Su madre quería que llegara al matrimonio perfectamente capacitada para su papel de señora de la casa.

Herja estaba controlando la cocción del pan cuando los dos hombres, seguidos de sus respectivos hijos, entraron en la gran cocina.

—¡Harald! —dijo abriendo los brazos mientras se dirigía hacia él.

—¡Herja, siempre estás espléndida! ¡Hasta manchada de harina! —se echaron a reír mientras ella lo acribillaba a preguntas.

Olaf cogió dos cuernos y los llenó de hidromiel.

—¡Brindemos por tu regreso! —sugirió mientras le ofrecía uno a su amigo.

—¡Drekka Minni! —brindaron al unísono alzando los cuernos, para después vaciarlos de un solo trago.

Harald ordenó a sus hombres que trajeran a la casa un gran baúl de madera.

—En este viaje, los dioses nos han protegido y conducido hasta una ciudad llamada Kiev, uno de los mayores centros comerciales que he visto. Vendimos todo nuestro cargamento al doble de precio que a Hedeby, y hemos comprado mercancías que nos han hecho ganar una fortuna.

Abrió el baúl y extrajo seda y joyas.

—Esto es para Herja e Isgred.

—¡Esta seda es fantástica! —exclamó Herja con los ojos como platos—. ¡Y estas joyas! ¡Ven a verlo, Isgred!

La muchacha se precipitó picada por la curiosidad y se quedó boquiabierta ante tales maravillas.

—Estas copas de plata y las especias son para toda la familia, y esto es para ti —dijo dirigiéndose a su amigo.

Le entregó una elegante capa roja de lana con los bordes de pelo, decorados en seda y una gran broche de filigrana de oro para cerrarlo.

—Si hoy no hiciera tanto calor, me lo pondría de inmediato —respondió Olaf, que suscitó la risa de los allí presentes, y continuó admirando su nuevo manto, digno de un rey—. ¡Gracias, Harald, amigo mío! Aprecio mucho tu regalo. —En sus ojos se reflejaba el afecto y respeto mutuo que los había unido todos aquellos años, desde pequeños, cuando decidieron convertirse en Hermanos de Juramento.

Seguidamente, Harald sacó del baúl dos vainas de madera y cuero sobre las que había mandado adornar las virolas triangulares en bronce y oro.

—Y estas son para vosotros… —dijo ofreciéndoselas a los dos jóvenes.

—Son muy bonitas, muy bien decoradas, eh… quizás un poco ligeras —constató Ulfr cuando la sopesaba entre las manos.

—¿No crees que falta algo dentro, padre? —preguntó Thorald.

—No por mucho tiempo… —respondió Olaf, que mientras tanto había hecho venir al herrero con una caja de madera.

La abrió y reveló su contenido.

—¡Qué maravilla! —exclamaron los dos jóvenes vikingos.

—Hemos encargado que las forjen expresamente para vosotros, con el mejor hierro, el de Renania —confesó con orgullo.

Los dos jóvenes no perdieron tiempo en empuñarlas, decir que estaban entusiasmados se quedaba corto. ¡Su primera espada! ¡La más bella que jamás habían visto! Ambas tenían la hoja de doble filo, afilada y reluciente, con la empuñadura adornada con incrustaciones, y revestimientos de oro y cobre, con sus nombres grabados en plata, para que resplandecieran como sus respectivas hojas.

—Debéis ponerle un nombre a vuestra espada para celebrar su fuerza —les explicó Olaf.

—¿Ya? —preguntó Thorald, un poco preocupado porque no le venía a la cabeza ni uno que fuera digno de su espada.

—No —contestó su padre divertido—. A menos que queráis usarla de inmediato contra alguien.

—¡Yo ya tengo un nombre! —dijo Ulfr, desenvainándola en el aire—: ¡Trueno de Fuego! ¡Y la usaré para el combate de hoy!

—¡Pues yo la llamaré Relámpago del Rey de los Mares! —exclamó Thorald, apuntándola hacia el techo.

—Creo que son dos nombres muy dignos de vuestras espadas —comentó Harald.

Mientras tanto, llegaron todos los invitados, los cuatro salieron y los muchachos terminaron de prepararse. Su formación se había completado: cultos, audaces y sumamente hábiles en el manejos de cualquier arma. Habían crecido grandes y fuertes y estaban a punto de demostrar su virilidad. Se enfrentaron con fervor en un duelo que apasionó a todos los allí presentes, sobre todo a sus padres, que se sentían orgullosos.

La gran mesa se llenó de manjares de todo tipo, cerveza, vino e hidromiel.

Cuando todos tomaron asiento, se dio comienzo al banquete y a la gran degustación. El ambiente estaba cargado de alegría y diversión, todos hablaban con todos y se oían grandes risas, pero la gran sorpresa aún estaba por llegar… Olaf se puso de pie y reclamó la atención de todos los invitados.

—Harald y yo zarparemos en unos días, regresaremos antes de que llegue el invierno.

Thorald enmudeció, incrédulo al oír aquellas palabras. Su padre acababa de volver, no podía marcharse dentro de unos días. Sus pensamientos podían leerse en la expresión que se dibujó en su rostro, triste y decepcionado. Todavía se encontraba absorto cuando escuchó estas palabras:

—Naturalmente, nuestros hijos vendrán con nosotros —declaró Olaf orgulloso—. Este viaje es nuestro regalo para honrar vuestra mayoría de edad —añadió dirigido a los jóvenes.

Los muchachos se pusieron de pie en un salto, apenas lograban contener su entusiasmo. Para los vikingos, demostrar su capacidad de afrontar un largo viaje en el mar era muy importante, porque un vikingo era, por encima de todo, su barco.

Todos alzaron los cuernos llenos para brindar y desearles a los muchachos un glorioso futuro, como el de sus padres.

Isgred llevaba un par de horas hablando con un apuesto muchacho que no le quitaba los ojos de encima.

—¿Quién es el joven que habla con mi hija? —le preguntó Olaf a Harald.

—Heidrek, es el hijo de Gunther, mi primo segundo.

—Parece que está muy interesado en Isgred.

—Amigo mío, de ser así, puedes estar tranquilo, es un buen muchacho, además de ser de noble rango —le informó Harald.

—Será mejor que intercambiemos un par de palabras antes de marcharme.

Los dos amigos intercambiaron una mirada jocosa, arqueando una ceja y soltando una gran carcajada. El efecto de la cerveza y del hidromiel empezaba a notarse...

Isgred se acercó a su padre.

—Padre, me retiro, estoy bastante cansada.

—Me he dado cuenta de que esta noche estabas en buena compañía —dijo Olaf en tono socarrón. —La pálida tez de Isgred se tiñó de rojo. Sus ojos, azules como el cielo sereno, hablaban por sí mismos. Esbozó una tímida sonrisa y bajó la mirada—. Tendréis que esperar. Cuando regresemos del viaje, organizaremos una reunión entre los dos clanes.

La tímida sonrisa de Isgred se transformó en un grito repleto de alegría.

—¡Gracias, padre! —exclamó entusiasmada, y le plantó un beso en la mejilla adornada por una densa y larga barba rojiza.

La chica se dirigió a casa, pero antes de cruzar por la puerta, buscó el rostro de Heidrek, que la había seguido con la mirada, intercambiaron una sonrisa y un ligero saludo con la cabeza.

Los festejos continuaron hasta el alba entre cantos, bailes, risas y mucha bebida.

Бесплатный фрагмент закончился. Хотите читать дальше?
Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»