Vigilando

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Из серии: Las Vivencias de Riley Paige #1
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CAPÍTULO SIETE

Riley se sentó en un escritorio en la biblioteca de la universidad. Colocó el libro sobre la mesa y se quedó mirando el título: Mentes oscuras: La personalidad asesina, por el Dr. Dexter Zimmerman.

No estaba segura del por qué, pero le alegró haber elegido empezar a leer el libro aquí en vez de en su dormitorio. Tal vez simplemente no quería ser interrumpida ni que nadie le preguntara qué estaba leyendo y por qué.

O tal vez era algo más.

Tocó la cubierta y sintió un cosquilleo extraño…

¿Miedo?

No, eso no era.

¿Por qué le asustaría un libro?

Sin embargo, se sentía ansiosa, como si estuviera a punto de hacer algo prohibido.

Ella abrió el libro y sus ojos se posaron en la primera frase:

Mucho antes de cometer un asesinato, el asesino tiene el potencial para cometer ese asesinato.

Mientras leía las explicaciones del autor para esta declaración, se sintió sumirse en un mundo oscuro y terrible… Un mundo desconocido, pero que se sentía misteriosamente destinada a explorar y tratar de entender.

Mientras pasaba las páginas, fue introducida a un monstruo asesino tras otro.

Conoció a Ted Kaczynski, conocido como el «Unabomber», quien utilizó explosivos para matar a tres personas y herir a otras veintitrés.

Y luego conoció a John Wayne Gacy, a quien le gustaba vestirse como payaso y entretener a niños en fiestas y eventos de caridad. Era querido y respetado en su comunidad. Agredió sexualmente y asesinó a treinta y tres niños y hombres jóvenes, muchos de cuyos cuerpos escondió en el sótano de su casa.

A Riley le fascinó Ted Bundy, quien finalmente confesó a treinta asesinatos, aunque quizá asesinó a muchas más personas. Guapo y carismático, se había acercado a sus víctimas femeninas en lugares públicos y ganado su confianza con facilidad. Se describía a sí mismo como «el hijo de puta más duro que jamás han conocido». Pero las mujeres que asesinó no se percataron de su crueldad hasta que fue demasiado tarde.

El libro estaba lleno de información sobre este tipo de asesinos. Bundy y Gacy habían sido notablemente inteligentes y Kaczynski había sido un niño prodigio. Tanto Bundy como Gacy habían sido criados por hombres violentos y crueles y habían sido víctimas de abuso sexual de jóvenes.

Pero Riley se preguntó qué es lo que los había convertido en asesinos. Un montón de personas que habían sido traumatizadas en sus infancias no asesinaban.

Ella escudriñó el texto del Dr. Zimmerman en busca de respuestas.

Según su evaluación, los delincuentes homicidas sabían distinguir el bien del mal y también eran conscientes de las posibles consecuencias de sus acciones. Pero eran los únicos capaces de echar todo eso a un lado para cometer sus crímenes.

Zimmerman también escribió lo que había dicho en clase: que los asesinos no eran capaces de empatía. Pero eran excelentes impostores que podían fingir empatía y otros sentimientos normales, haciéndolos difíciles de detectar y a menudo simpáticos y encantadores.

Sin embargo, a veces había señales de advertencia visibles. Por ejemplo, un psicópata suele amar el poder y el control. Espera ser capaz de alcanzar metas grandiosas y poco realistas sin mucho esfuerzo, como si el éxito es simplemente lo que se merece. Haría lo que fuera para alcanzar dichos objetivos. Nada estaba fuera de juego, incluyendo lo cruel y criminal. Suele culpar a otros por sus fracasos, y miente fácilmente y con frecuencia…

La mente de Riley estaba perpleja por la gran cantidad de información e ideas contenidas en el libro de Zimmerman.

Pero mientras leía, seguía pensando en la primera frase del libro...

Mucho antes de cometer un asesinato, el asesino tiene el potencial para cometer ese asesinato.

Aunque los asesinos eran diferentes en muchos aspectos, Zimmerman parecía estar diciendo que había un cierto tipo de persona que estaba destinada a matar.

Riley se preguntó por qué tales personas no eran descubiertas y detenidas antes de que pudieran empezar a asesinar.

Riley estaba ansiosa por seguir leyendo y averiguar si Zimmerman tenía alguna respuesta a esa pregunta. Pero miró su reloj y se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo leyendo. Tenía que irse ahora o llegaría tarde a su siguiente clase.

Ella salió de la biblioteca y cruzó el campus, sosteniendo el libro del Dr. Zimmerman con fuerza mientras caminaba. A mitad de camino a su clase, no pudo resistirse a la atracción del libro, y ella lo abrió y ojeó partes del texto mientras caminaba.

Entonces oyó una voz masculina decir: —Oye, ¡cuidado!

Riley se detuvo en seco y levantó la mirada de su libro.

Ryan Paige estaba de pie en la acera justo en frente de ella, sonriéndole.

Parecía entretenerle lo distraída que estaba Riley.

Él dijo: —Guau, el libro que estás leyendo debe ser bien bueno. Estuviste a punto de chocarme. ¿Puedo echarle un vistazo?

Muy avergonzada ahora, Riley le entregó el libro.

—Estoy impresionado —dijo Ryan, hojeando unas páginas—. Dexter Zimmerman es un genio. No me especializaré en derecho penal, pero tomé unas clases con él como estudiante de pregrado. Realmente me impactó. He leído algunos de sus libros, pero no este. ¿Es tan bueno como supongo que es?

Riley se limitó a asentir.

La sonrisa de Ryan se desvaneció.

Él dijo: —Qué terrible lo que le pasó a esa chica la noche del jueves. ¿La conocías, por casualidad?

Riley asintió de nuevo y dijo: —Rhea y yo vivíamos en el mismo dormitorio, en Gettier.

Ryan se veía conmocionado.

—Vaya, lo siento mucho. Debió haber sido terrible para ti.

Por un momento Riley recordó el grito que la despertó esa terrible noche, ver a Heather derrumbada y vomitando en el pasillo, la sangre en el piso del cuarto del dormitorio, Rhea degollada con los ojos bien abiertos…

Se estremeció y pensó: «No tiene ni la menor idea.»

Ryan negó con la cabeza y dijo: —Todo el campus está nervioso desde que pasó. Los policías hasta fueron a mi casa esa noche. Me despertaron y me hicieron todo tipo de preguntas. ¿Puedes creerlo?

Riley se estremeció.

Por supuesto que lo podía creer. Después de todo, ella les había dado el nombre de Ryan.

¿Debería admitirlo? ¿Debería disculparse?

Mientras estaba tratando de decidir, Ryan se encogió de hombros y dijo: —Bueno, supongo que debieron haber hablado con un montón de chicos. Me enteré que la chica estuvo en La Guarida del Centauro esa noche, y obviamente yo también estuve allí. Estaban haciendo su trabajo. Lo entiendo. Y obviamente espero que atrapen al bastardo que hizo esto. De todos modos, lo que me pasó no es gran cosa, no en comparación con lo que debe ser esto para ti. Como dije, lo siento mucho.

—Gracias —dijo Riley, mirando su reloj.

Odiaba ser grosera. De hecho, había estado esperando volverse a encontrar con este chico guapo. Pero iba a llegar tarde a clase y además no estaba de ánimos para disfrutar de su compañía.

Ryan le devolvió el libro, como si comprendiera. Luego arrancó un trozo de papel de un cuaderno y anotó algo.

Dijo con timidez: —Mira, espero que no pienses que me estoy pasando de la raya, pero aquí tienes mi número de teléfono. Por si quieres hablar conmigo. O no. Tú decides. —Le entregó el trozo de papel y añadió—: También escribí mi nombre por si lo habías olvidado.

—Ryan Paige —dijo Riley—. No lo había olvidado.

Ella le recitó su propio número de teléfono. Le preocupaba que debió haber parecido brusco de su parte decirle su número en lugar de anotárselo. La verdad era que le alegraba el pensar que podría volverlo a ver. Le estaba costando ser amable con personas nuevas en este momento.

—Gracias —dijo Riley, metiéndose el papel en el bolsillo. Nos vemos.

Riley pasó por al lado de Ryan y se dirigió hacia su clase.

Ella oyó a Ryan decir detrás de ella: —Eso espero.

*

Riley leyó fragmentos del libro de Zimmerman cada vez que tenía la oportunidad durante el resto del día. No pudo evitar preguntarse si el asesino de Rhea podría ser como Ted Bundy, un hombre encantador que había logrado ganarse la confianza de Rhea.

Recordó lo que el Dr. Zimmerman había dicho en clase esa mañana:

—El asesino conocía a Rhea y la quería muerta.

Y, a diferencia de Bundy, el asesino de Rhea había terminado de asesinar. No buscaría nuevas víctimas.

Bueno, según el Dr. Zimmerman.

«Se veía tan seguro», pensó Riley.

Se preguntó cómo podía estar tan seguro de eso.

Más tarde esa noche, Riley y Trudy estaban en su habitación estudiando juntas en silencio. Poco a poco, Riley comenzó a sentirse inquieta e impaciente. No estaba segura del por qué.

Finalmente se levantó de su escritorio, se puso su chaqueta y se dirigió a la puerta.

Trudy levantó la mirada de su tarea y le preguntó: —¿Adónde vas?

—No lo sé. Quiero caminar un rato.

—¿Sola? —preguntó Trudy.

—Sí.

Trudy cerró su libro, miró a Riley con ansiedad y dijo: —¿Estás segura de que es una buena idea? Debería acompañarte. O tal vez deberías llamar al servicio de escolta del campus.

Riley sintió una oleada de impaciencia sorprendente.

—Trudy, eso es ridículo —le dijo—. Solo daré una vuelta. No podemos vivir así, temerosas de que algo terrible podría suceder. La vida sigue.

A Riley le sorprendió la agudeza de sus propias palabras. Y veía por la expresión de Trudy que había herido sus sentimientos.

 

Tratando de hablar con más cuidado, Riley dijo: —De todos modos, no es muy tarde. Y no estaré fuera mucho tiempo. Estaré bien. Te lo prometo.

Trudy no respondió. Abrió su libro en silencio y empezó a leer de nuevo.

Riley suspiró y se dirigió hacia el pasillo. Se quedó allí durante unos momentos preguntándose: «¿Adónde quiero ir? Qué quiero hacer?»

Finalmente comprendió que quería saber cómo había ocurrido la muerte de Rea.

CAPÍTULO OCHO

Con preguntas incesantes sobre la muerte de Rhea dando vueltas en su mente, Riley se detuvo y miró por el pasillo del dormitorio.

«Aquí fue donde empezó», pensó.

Se encontró imaginándose el lugar la noche del jueves, el momento después de que ella accedió a regañadientes a ir a La Guarida del Centauro con sus amigas.

Acababa de ponerse su chaqueta sobre una blusa corta favorecedora y luego había salido al pasillo. Trudy y Rhea habían estado buscando a otras chicas para que las acompañaran, Cassie, Gina y Heather.

Riley recordó el ajetreo de emoción inmadura, la promesa de beber, bailar y tal vez conocer a algunos chicos.

También recordó lo desconectada que se había sentido de todo eso.

Volvió sobre los pasos del grupo al final del pasillo y continuó afuera.

Ya estaba oscuro, no tan oscuro como esa noche, pero los faros estaban encendidos, así que fue fácil para Riley visualizar cómo las cosas se habían visto en ese momento.

Mientras seguía el camino que habían tomado, Riley recordó haber estado detrás de las otras, tentada a regresar a su habitación para seguir estudiando. Cassie, Gina y Heather se habían agrupado, hablando y riendo. Rhea y Trudy habían caminado una al lado de la otra, dándose golpecitos juguetones en los brazos por un chiste que Riley no había escuchado.

Riley siguió visualizando todo lo que había sucedido mientras seguía su ruta fuera de la escuela y a las calles circundantes. Pronto llegó a la entrada de La Guarida del Centauro, justo como esa noche. Recordó haber sido empujada dentro del bar ruidoso y lleno de humo.

Se dio cuenta que el lugar estaba muy menos concurrido que esa noche. También estaba más callado. La canción de Alanis Morissette «Uninvited» estaba sonando lo suficientemente bajito como para que Riley pudiera oír el crujido cercano de las bolas de billar. Y no había haces ni destellos de luz en la pista de baile vacía.

Pero Riley recordaba vívidamente el estruendo y el caos de esa noche, que «Whiskey in the Jar» había sonado tan fuerte que todo el lugar vibraba, que Heather, Cassie y Gina se habían dirigido directamente hacia la barra, y que Trudy había agarrado a Riley y Rhea por las manos y gritado sobre la música:

—Vamos, ¡bailemos!

Mientras miraba la pista de baile ahora vacía, Riley recordó haber negado con la cabeza y alejado su mano, y que Trudy se había visto herida y que luego le había sacado la lengua y se había puesto a bailar con Rhea.

¿Esa fue la última vez que Riley vio a Rhea viva?

Recordó haber bajado las escaleras sola. La próxima vez que vio a sus amigas fue cuando bajaron las escaleras a tropiezos y que Trudy había estado empuñando una jarra llena de cerveza.

Riley le había preguntado a Trudy: —¿Dónde está Rhea?

Trudy no había sabido, pero una de las otras chicas, Riley creía que Heather, había dicho que Rhea ya había regresado al dormitorio.

Riley tragó grueso a lo que entendió que la última vez que había visto a Rhea con vida fue aquí en esta pista de baile.

Ella sintió una oleada renovada de culpa y también horror ante la palabra si…

«Si tan solo me hubiese quedado a bailar con ellas…», pensó.

Pero se recordó a sí misma lo que el Dr. Zimmerman había dicho acerca de la culpabilidad, de que no traería a Rhea de vuelta: —Sugiero que nos centremos en nuestra capacidad de empatía.

Riley se preguntó qué era lo que estaba haciendo, por qué estaba reviviendo lo que ella y sus amigas habían vivido.

¿Estaba intentando empatizar?

Si es así, ¿con quién?

No tenía ni idea.

Lo único que sabía es que cada vez se sentía más curiosa.

Simplemente quería saber, sin realmente tener una idea de lo que esperaba averiguar.

Riley se alejó de la pista de baile y vio a un par de chicos que estaban jugando al billar. Uno de ellos era Harry Rampling, el jugador de fútbol americano que se le había acercado esa noche.

Riley observó a Harry golpear las bolas, pero no meter ninguna. A Riley le pareció un mal tiro. Ella era una muy buena jugadora de billar.

Entonces Harry hizo contacto visual con ella e hizo una mueca.

Se acercó a su oponente, quien se está preparando para golpear, y le susurró algo al oído mientras miraba a Riley. Los dos chicos se rieron maliciosamente, así que Riley estuvo segura de que Harry le había dicho algo asqueroso y ofensivo.

Sintió una punzada de ira. Quería acercarse y exigir que Harry le dijera lo que había dicho sobre ella y luego insistir en que le pidiera disculpas.

Pero no quería distraerse de la tarea en cuestión.

En cambio, se lo quedó mirando por un momento, preguntándose si la policía lo había visitado esa noche. Después de todo, ella le había mencionado su nombre al jefe Hintz, al igual que había mencionado el de Ryan.

Pero recordó la aprobación de Hintz ante la mención del nombre de Harry y su desaprobación cuando Riley le había dicho que lo había ignorado. Obviamente el jefe lo tenía en tan alta estima que jamás lo sospecharía como asesino. Riley se preguntó si tal vez se había equivocado.

¿Debería acercarse y hacerle unas preguntas?

«¿De qué serviría eso?», pensó.

Después de todo, ella no era policía. No tendría ni idea de cómo hacerlo.

Además, el hecho de que ella le disgustaba no era razón para sospechar de él. En realidad no era diferente a Ryan Paige, simplemente otro tipo que de casualidad estuvo en La Guarida del Centauro esa noche.

Miró alrededor de la discoteca por un momento. Alguien más había estado allí esa noche, ya sea adentro o esperando afuera. Seguía pensando que debía ser capaz de recordar más caras de esa noche. Pero la policía obviamente había interrogado a todos los que habían estado aquí y no habían encontrado sospechosos.

Riley se volvió a la barra. Sentado en un taburete bebiendo una cerveza estaba un hombre alto y delgado con gafas gruesas. Riley lo reconoció de inmediato. Era Rory Burdon, quien había sido sorprendido por una visita de la policía esa noche. En este momento parecía estar perdido en sus pensamientos.

Riley se acercó al taburete de al lado y le preguntó: —¿No te molesta si me siento?

Rory miró a Riley con sorpresa.

Luego se encogió de hombros y dijo: —No, para nada.

Riley se sentó y pidió una cerveza.

Rory le preguntó: —Tú eras una de las amigas de Rhea, ¿cierto? Te vi con ella algunas veces.

Riley asintió.

Rory se quedó mirando su cerveza por un momento.

Luego dijo: —Soy un desastre desde lo que le pasó. No asistí a ninguna de mis clases hoy, y supongo que mañana tampoco asistiré. Simplemente no puedo creer lo que pasó. Bailé con ella un rato antes de que se fuera. —Luego negó con la cabeza y preguntó—: ¿Quién le haría eso a una chica buena como Rhea?

Riley no sabía qué decir. Ciertamente no sabía la respuesta a esa pregunta. Sin duda la única persona que sabía la respuesta era el asesino.

Rory tomó un sorbo de cerveza y dijo: —Los policías fueron a mi casa esa noche. Así fue como me enteré. Fue horrible. No me refiero a que fue horrible haber sido interrogado de esa forma, ya que los policías solo estaban haciendo su trabajo. Lo que quiero decir es que fue una forma muy terrible de enterarme. —Miró a Riley con una expresión curiosa y le preguntó—: ¿Cómo te enteraste tú?

Riley se estremeció y le dijo: —Encontré su cuerpo.

Los ojos de Rory se abrieron de par en par.

—Ay, lo siento mucho —dijo él—. Fue estúpido preguntar.

—No te preocupes —dijo Riley—. No podías saberlo.

Riley tomó un sorbo de su propia cerveza. Ambos se quedaron callados por unos momentos.

Luego Rory dijo lentamente y con cuidado: —No sé si debería decirte esto. La verdad es que no se lo he dicho a nadie…

Luego se volvió a quedar callado.

Riley se sintió un poco ansiosa. ¿Iba a decirle algo sobre lo que le pasó a Rhea?

Luego dijo: —Me había enamorado de Rhea. Lo que le pasó me golpeó muy duro.

Eso sobresaltó a Riley. Recordó que las amigas de Rhea se burlaban de ella por su interés en Rory.

¿Debería decirle a Rory que Rhea había sentido lo mismo por él?

Rory continuó: —Ella fue muy amable conmigo. Hasta bailaba conmigo de vez en cuando, como lo hizo esa noche. Estoy seguro de que solo estaba siendo amigable, y yo sabía que no debía invitarla a una cita ni nada por el estilo. La cosa es… —Se detuvo otra vez y luego dijo—: Recuerdo cuando se fue esa noche. Yo estaba cerca cuando les dijo a sus amigas que regresaría a su habitación. Yo estaba un poco preocupado. Pensé que no debería caminar sola. Pero —Su rostro se contrajo por la emoción—. Pensé en acercarme y preguntarle si quería que la acompañara al dormitorio. Pero estaba demasiado asustado… ¿Puedes creerlo? Pensé que si me ofrecía a acompañarla a su casa, bueno, tal vez lo tomaría a mal. Tal vez pensaría que la estaba acosando o algo.

Parecía estar conteniendo las lágrimas ahora.

—Si yo la hubiera acompañado, tal vez no habría sido asesinada —dijo Rory—. Pero fui un cobarde.

Riley se estremeció un poco. Sintió un dolor repentino ante esa horrible palabra «cobarde».

«Esto es empatía», pensó.

Y no era una sensación agradable, esto de experimentar el dolor emocional de otra persona.

Sin embargo, le alegraba no haberle dicho que Rhea también había sentido algo por él. Luego sabría con certeza que Rhea lo habría dejado acompañarla a casa si él se lo hubiera preguntado, y eso lo haría sentirse mucho peor.

Pero tenía que decir algo. No podía dejar que siguiera sintiéndose así.

Ella dijo: —No fuiste un cobarde. Muchas personas que la conocían también se sienten así. Yo también. Estuve aquí esa noche, y ni siquiera… —Su voz se quebró por un momento, y luego continuó—: Creo que todos tenemos que darnos cuenta que no fue nuestra culpa. No fuimos responsables de lo que pasó. El verdadero responsable tiene que ser capturado y pagar por lo que hizo. No está bien culparnos a nosotros mismos.

El rostro de Rory pareció relajarse un poco.

Riley supuso que debía estar diciendo lo correcto. Estuvo a punto de añadir: —La vida sigue.

… pero logró contenerse.

Después de todo, ese viejo cliché simplemente no era cierto.

Los acontecimientos de la semana pasada lo demostraban.

Rory dijo: —Ojalá la hubiera conocido mejor.

Riley pensó con tristeza: «Sí, yo también.»

Ella tocó a Rory en el hombro y le dijo: —Solo cuídate, ¿de acuerdo?

Rory asintió y tomó otro sorbo de su cerveza. Sin terminarse la suya, Riley se levantó de la barra y se alejó. Mientras pasó por la mesa de billar, le alegró que Harry Rampling y su amigo estaban demasiado inmersos en su juego como para notarla.

Cuando Riley salió, la ráfaga repentina de aire frío la recordó a su salida de La Guarida del Centauro el jueves por la noche. Se detuvo y se quedó allí cerca de la puerta principal, sin estar segura de lo que quería hacer a continuación.

Poco a poco, una sensación inquietante se apoderó de ella…

«Él estuvo aquí —pensó—. El asesino estuvo aquí esperando.»

No sabía por qué, pero se sentía absolutamente segura de ello.

De hecho, sentía exactamente lo que había sentido mientras él había esperado… Lo pendiente que estuvo, su respiración y pulso acelerado, su impaciencia.

Se estremeció al darse cuenta: «Estoy empatizando con él.»

Era una idea realmente aterradora, tan aterradora como lo fue encontrar el cuerpo de Rhea.

Se preguntó si se atrevía a entregarse a esta sensación.

¿Se atrevía a descender en la oscuridad de la mente del asesino?

«Tengo que hacerlo —se dijo a sí misma con firmeza—. Tengo que averiguar lo que le pasó a Rhea.»

 
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