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La cara de la muerte

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Из серии: Un misterio de Zoe Prime #1
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Todavía le faltaba mucho para completar su trabajo. Tres personas más tenían que morir y no iba a parar hasta que todas se desangraran en el suelo, y el patrón estuviera completo.

CAPÍTULO ONCE

Zoe terminó su primer café del día y tiró la taza de poliestireno al cubo de la basura. Rebotó contra el borde trasero terminando su trayectoria satisfactoriamente, desapareciendo de la vista para descansar junto a muchos de sus hermanos y hermanas.

–El café aquí es terrible ―comentó Shelley, mirando miserablemente a su propia taza.

Zoe estaba de acuerdo con ella.

Se frotó los ojos, intentando hacer que se abrieran más. Los comienzos de la mañana siempre eran duros después de que las largas noches, pero se había acostumbrado a esto con los años. La rutina era simple: llena tu cuerpo con suficiente cafeína como para que pueda moverse, y tu cerebro le seguirá.

De todos modos, era un gran desafío para su mentalidad de madrugadora repasar las grabaciones de las cámaras de seguridad que habían conseguido en un radio de ocho kilómetros de la gasolinera, aunque dada su ubicación, eran muy pocos archivos. Sus ojos captaban todo tipo de números que eran irrelevantes y se distraían, o querían cerrarse por puro aburrimiento de no ver nada durante largos minutos.

Su mirada oscilaba constantemente entre ver entre la marca de la hora en la parte inferior de la pantalla y la vista principal, podía ver cómo el tiempo se acercaba cada vez más al asesinato. Ningún vehículo había entrado o salido aún del campo de visión de la parada de camiones. Era un lugar más concurrido que la gasolinera, incluso de noche, pero la mayoría de los camiones del estacionamiento ya se habían instalado para dormir. Nada se movía.

Un coche azul pasó de largo en la pequeña parte de la carretera que era visible al lado del estacionamiento. Iba tan rápido que Zoe sólo logró apretar el botón de pausa solo cuando el coche ya había pasado, incluso teniendo su dedo sobre él.

Ella retrocedió el video, cuadro por cuadro, hasta que el coche quedó dentro de la pequeña sección de la pantalla que mostraba la carretera. Comprobó la marca de la hora. Coincidía perfectamente dentro del intervalo de tiempo. El conductor habría tenido tiempo de llegar a la gasolinera, cometer el asesinato e irse, todo dentro del margen de tiempo al que lo habían reducido.

Ella lo reprodujo de nuevo, viendo el tiempo pasar. Los minutos se convirtieron en horas. Nada más pasó por la carreta que mostraban la cámara.

Ella rebobinó y volvió al preciso momento en que el auto pudo ser visto completamente. Zoe entrecerró los ojos, mirando tan de cerca que su nariz casi se choca con la pantalla, tratando de descifrar la matrícula. ¿Eso era una D o una O? Pasó cuadro a cuadro, tratando de distinguirlo.

–Tengo algo ―dijo, llamando la atención de Shelley―. Un coche fue captado por la cámara de seguridad en los alrededores de la gasolinera. Está dentro del margen de tiempo, y ningún otro vehículo parece pasar por lo menos una hora. Tengo la matrícula. Sólo necesito pasarla por la base de datos.

La cara de Shelley se iluminó de emoción, mientras se apresuraba a mirar por encima del hombro de Zoe a la imagen congelada.

–Podría ser él, Z ―dijo soltando una exhalación.

–Buscaré la información ―dijo Zoe, deteniendo el archivo de reproducción del video y abriendo un programa que le permitiría buscar la placa en la base de datos nacional. Su primer intento, con la D, no existía. Con la O le mostraba un resultado.

–Jimmy Sikes ―leyó en voz alta Shelley y volvió a su propio ordenador, donde el software del FBI ya estaba preparado para la introducción de un nombre. ―Lo tengo. Veamos… Oh, vaya, Z, tiene antecedentes. Acaba de salir en libertad condicional hace unos meses.

–¿Antecedentes de qué? ―preguntó Zoe.

–Asalto ―leyó Shelley, mirándola con los ojos bien abiertos―. Tiene un pasado violento. ¿Crees que este podría ser el tipo?

Zoe levantó las cejas, pensando en ello.

–Podría ser. Estaba en la zona, y el hecho de que tenga antecedentes penales ciertamente lo hace más probable. Tenemos que hablar con él inmediatamente.

–Su dirección de libertad condicional aparece como la casa de su hermana. ¿Debería llamarla?

Zoe asintió con la cabeza, viendo cómo Shelley buscaba ansiosamente el teléfono en el escritorio e introducía los números antes de respirar hondo. Estaba emocionada. Era claro que aún le faltaba experiencia, aun estaba emocionada por la perspectiva de una resolución. Zoe también disfrutaba de cerrar un caso, pero también había trabajado lo suficiente como para saber que identificar a un sospechoso no significaba que irían a cerrar el caso de inmediato.

–Hola, ¿hablo con Manda Sikes? ―dijo Shelley al teléfono, sus ojos se alejaron de la pantalla y se dirigieron a una página en blanco de su libreta. ―Hola, Manda. Soy la agente especial Shelley Rose del FBI. La llamo en relación con su hermano, Jimmy.

Hubo una pausa mientras Manda le hablaba. Shelley asintió con la cabeza, aunque la otra mujer no podía verla, abriendo y cerrando la boca varias veces mientras esperaba un momento para interrumpir.

–No, lo entiendo. Esto no está relacionado con su condena por agresión. En realidad estamos buscando hablar con él sobre otro caso.

Otra pausa. Esta vez fue más larga. Shelley miró a Zoe alarmada por lo que le decía Manda.

–¿Así que no lo ha visto desde entonces? Y eso fue hace cinco días. ¿Él no se ha contactado en absoluto? ¿Usted ha intentado llamarlo? Bien. De acuerdo. ¿Podría decirme el número de teléfono celular de su hermano?

Shelley hizo anotaciones en su libreta, escribiendo un número con rápidos trazos de su bolígrafo. Intercambió algunas palabras más con Manda antes de colgar, y luego miró a Zoe levantando una ceja.

–¿Jimmy Sikes no ha vuelto a casa en varios días? ―preguntó Zoe.

–No desde el primer asesinato. Manda dice que ha intentado llamarlo una y otra vez, pero su celular está apagado. Al principio pensó que éramos su agente de libertad condicional intentando localizarlo.

–Así que cada vez parece más probable que Jimmy esté involucrado en nuestro caso. Me pondré en contacto con el equipo del cuartel general para rastrear su móvil y buscar alertas de su matrícula.

Shelley asintió, apoyó su bolígrafo y dijo: ―Terminaré de revisar las imágenes de seguridad que tenemos. Quizás no encuentre nada más, pero al menos sabremos con seguridad que esa parte está completada.

Zoe se movió rápidamente, haciendo las llamadas necesarias e introduciendo datos en su computadora, accediendo a las bases de datos del FBI. Este era un caso de alta prioridad, y al tener un juez en espera para firmar órdenes de registro, las cosas podían moverse con rapidez. Aun así, les llevó varias horas de espera impaciente, antes de que tuvieran la información que necesitaban.

–Aquí vamos ―dijo Zoe, imprimiendo el mapa y arrastrándolo fuera de la máquina casi antes de que terminara―. Estos son nuestros puntos de interés. Cada lugar donde hemos podido rastrear a Jimmy Sikes en los últimos días.

Shelley fue a su lado, estaban hombro con hombro y ambas miraban fijamente las marcas en un mapa lleno de notas sobre el tiempo y la ubicación precisa. El rastreo de la antena de celular mostraba que había pasado por varias áreas, y los técnicos habían logrado reducirla a una carretera particular de pueblo a pueblo. Todos los puntos marcaban ubicaciones cercanas a donde se habían encontrado los cuerpos. Lugares como un casino, una cafetería, una parada de camiones con reconocimiento de matrículas en el estacionamiento lograban delimitar una forma vaga con grandes huecos vacíos donde la tecnología no estaba lo suficientemente avanzada.

Zoe buscó en las marcas, intentando enfocar el patrón. Vio las líneas, casi completamente rectas, permitiendo la divergencia de las autopistas y las curvas alrededor de las colinas y el agua. Bien podría haber sido dibujado con una regla si se dejaban de lado los caminos y sólo se miraran las paradas. Aunque el rastro de la antena del celular no era exacto, sino que daba un círculo más amplio por el cual había pasado el celular, pero al menos era el indicativo de un movimiento deliberado a través del país.

No sólo eso, sino que había casinos en cada punto de paso. Zoe trazó patrones, cuadrículas y curvas entre todos ellos, analizando lo que los datos le decían hasta que pudo estar absolutamente segura de que no había otra opción.

Sólo había una dirección en la que Jimmy Sikes iría, eso le era claro. Siguiendo esa dirección, Zoe vio una línea tan clara como el agua que atravesaba el mapa en línea recta, hasta que llegó al único lugar que tenía sentido.

Él aún no sabía que estaban buscándolo. No intentaría cambiar su patrón para despistarlas. Lo tenían. Estaba dispuesta a apostar su carrera de que sabía dónde iría Jimmy Sikes.

–Ahí ―dijo, poniendo su dedo en el lugar exacto―. Si nos movemos ahora, ahí es donde lo encontraremos.

Shelley miró el mapa.

–¿El casino? ¿Cómo puedes saberlo?

Zoe luchó internamente con la necesidad de darle una explicación plausible, contra la necesidad de mantener todo eso para sí misma. No era el momento de revelar que podía leer los números y los patrones, incluso si hubiera querido hacerlo, pero ese no era el caso..

–Le gusta apostar ―dijo al final―. Mira, ¿ves? Su primer punto de recogida, hace unos cinco días, fue en este casino, cerca de la casa de su hermana. Aquí fue donde todo comenzó. También pasó por otro casino en este punto, aquí. Aunque todavía estamos esperando las imágenes de seguridad del interior, parece probable que entrara ya que su coche aparecía en el estacionamiento. Este es el siguiente casino en su ruta. Están espaciados uniformemente, en diferentes condados con diferentes propietarios. Él va a cada uno donde puede ir sin el miedo de ser reconocido y expulsado. No me sorprendería si está apostando para ganar dinero para su viaje.

 

Shelley estudió las tres marcas que Zoe había señalado, sosteniendo su pelo rubio sobre su hombro para que no le tapara la vista. La miró dudando, pero pareció pensarlo dos veces por la determinación en el rostro de Zoe. Después de una pausa, asintió con la cabeza y se enderezó.

–Bien, tú eres la jefa. Has estado haciendo esto más tiempo que yo, así que supongo que tienes mejor criterio que yo ―dijo.

A Zoe no le gustaba la incertidumbre en el tono de Shelley, pero no había nada que hacer al respecto ahora. Tenían que moverse.

–Vamos ―dijo ella―. Iremos ahora hacia allí. Llama a la dirección del casino en el camino y diles que estén atentos a su vehículo y a un hombre de su descripción. Con algo de suerte, podremos atraparlo antes de que se vaya.

CAPÍTULO DOCE

El casino estaba en la frontera de Missouri, a dos pasos de Kansas. No era la primera vez que Zoe se alegraba de que los agentes del FBI no tuvieran restricciones por las fronteras estatales.

Zoe vio como Shelley tocaba la pantalla de su teléfono, volviendo a buscar los detalles del vehículo. Un coche azul con la matrícula que Zoe había visto en la grabación. Sería bastante fácil de encontrar, excepto por el hecho de que era un casino popular y concurrido, y el estacionamiento estaba casi lleno.

Ellas mismas se estacionaron en una de la plazas y Zoe maldijo mentalmente el comportamiento humano que dejaba sólo los espacios más lejanos disponibles. Por otra parte, tal vez podría ser algo positivo, si eso significaba que podían encontrar el coche de camino al casino.

–Espero que siga aquí ―murmuró Shelley. Ella se movía en el lugar, jugueteando con el colgante de su cadena. Zoe sentía su energía nerviosa, la necesidad de moverse que ella también sentía. El segundo coche se detuvo a unas cuantas plazas con sus refuerzos del equipo del comisario.

Todavía no se habían enterado de ningún cuerpo encontrado durante la noche. O bien se había desviado de su patrón por alguna razón, o había hecho su asesinato con tanto éxito que la víctima todavía estaba muerta por ahí. Esperando. A Zoe no le gustaba esta idea, porque cada hora que pasaba significaba una posible degradación de la escena del crimen y de cualquier evidencia que pudiera haber dejado por error.

Zoe no esperaba lo mismo que Shelley, por la simple razón de que no tenía dudas. Él estaría aquí. Los registros de los últimos días le habían dicho todo lo que necesitaba saber. Jimmy Sikes estaba en ese casino e iban a encontrarlo.

No sólo eso, sino que el personal de seguridad les había llamado y les había informado de la presencia del coche. Ella les había dicho que vigilaran la salida, que se aseguraran de que no se le permitiera salir. Eso debería significar que todavía estaría dentro.

Excepto por la llamada que había recibido sólo hacía un momento, diciéndole que el guardia de seguridad había sido llamado por un disturbio y había perdido de vista a su hombre en las cámaras. El personal estaba en alerta para llamarla tan pronto como lo vieran de nuevo, pero mientras tanto, tenían que estar seguros de que seguía allí.

Salieron del coche, y Zoe asintió con la cabeza al otro equipo. Ya tenían sus órdenes. En silencio, se abrieron en abanico, moviéndose en parejas a través de las filas de vehículos, escaneando las matrículas y los tipos de vehículos. Estaban todos armados, listos por si el hombre se resistía al arresto, y alertas sabiendo que eso podía suceder.

Zoe y Shelley caminaron juntas por su fila, caminando rápidamente, intentaban no ir tan rápido como para perder la concentración. El tiempo era esencial. Cuanto más rápido llegaran hacia él, menos posibilidades había de que de alguna manera se escapara.

Los ojos de Zoe captaron diferentes matrículas estatales, eran en su mayoría placas de Missouri y Kansas. Hizo la comparación en su mente sin siquiera pensarlo, de forma automática, los números aparecían junto a cada vehículo. Ninguno de ellos era el correcto.

Hubo un ruido en la radio en la mano de Zoe, y ella la levantó para escuchar el mensaje.

Lo tenemos. La fila de la extrema izquierda, el nivel medio. El vehículo está desocupado.

Zoe y Shelley miraron en esa dirección, podían ver las cabezas de los otros dos equipos yendo hacia la fila más lejana del estacionamiento. Alguien agitó brevemente una mano en el aire, indicando la posición del coche.

Zoe se llevó la radio a la boca: ―Iremos dentro ―dijo―. Ustedes dos quédense con el vehículo en caso de que regrese. Si eso sucede, comuníquense con nosotros inmediatamente. El resto viene con nosotras.

Se reunieron en la entrada a toda prisa, todos en alerta, con los ojos bien abiertos y en guardia. Se podía sentir la tensión en el grupo, el tipo de energía nerviosa desencadenada por el conocimiento de que el enfrentamiento iba a llegar pronto.

–¿Qué hacemos? ―preguntó Shelley, cediendo a la experiencia y conocimiento de Zoe. Momentos como estos le recordaron a Zoe que su compañera no era tan experimentada como a veces parecía serlo.

–Haremos dos grupos ―dijo Zoe, mirando a su alrededor para comprobar que todo el mundo estaba escuchando―. Mitad conmigo, mitad con la agente especial Rose. Iré con mi equipo por la entrada delantera, el otro equipo por la trasera. Al entrar, nos separamos. Dejaremos a una persona en cada salida. ¿Todos tienen sus copias impresas?

Los cuatro policías locales y Shelley asintieron.

–Tómense un último momento para estudiar su cara de nuevo antes de entrar ―instruyó Zoe―. Tan pronto como lo vean, comuniquen por radio su ubicación exacta. Nos reuniremos alrededor de él para arrestarlo.

Hubo murmullos de asentimiento y comprensión de parte de todos mientras cada uno se fijaba en la pantalla de su teléfono o sacaba trozos de papel doblados de sus bolsillos para comprobar la imagen de Jimmy Sikes.

Mientras lo hacían, Zoe se acercó a un miembro del personal de seguridad del casino, mostrándole rápidamente su placa de manera que no fuera visible para los transeúntes. Después de algunos murmullos intercambiados, él tomó una radio de repuesto que ella le dio y se la llevó rápidamente a su propio centro de control.

Luego se separaron, tres equipos en cada dirección, Shelley miró a Zoe por un breve momento como para tranquilizarse. Zoe asintió con la cabeza y Shelley se dio la vuelta para continuar.

Zoe respiró hondo para prepararse mientras se acercaba a la entrada. El otro equipo necesitaría más tiempo para llegar a la parte de atrás del edificio. No necesitaban apresurarse, todavía no.

Pero no fue por eso por lo que dudó. Dudó porque había estado dentro de un casino antes, y sabía lo que le generaba. Lo que estaba a punto de pasarle a su mente.

Miró rápidamente a los dos policías que estaban a su lado para comprobar que estaban listos, y caminó hacia delante, abriéndose paso a través de las anchas puertas de madera hacia el ruido y el caos.

La iluminación era baja, eso estaba hecho deliberadamente para ocultar las manchas y engañar a los clientes para que perdieran la noción de la hora. La sala era amplia y larga, con diferentes divisiones, algunas estaban más lejos de lo que alcanzaba a ver. Algunas de las máquinas tragamonedas eran altas y vistosas, bloqueando casi todo lo que estaba a su derecha. A la izquierda había mesas de cartas y otros juegos, y una barra que ocupaba toda la longitud y que permitía a los clientes tomar una copa cuando quisieran.

Y, por supuesto, también encontró el clásico de los casinos: un camino sinuoso que sólo conducía directamente a la siguiente oportunidad de juego en lugar de permitir que los jugadores simplemente cruzaran la habitación.

Zoe respiró hondo, tratando de mantener su concentración. Tratando de no dejar que la dominaran los números, ni el ruido de las máquinas y las personas, ni la música baja del salón, y la atmósfera embriagadora nocturna que casi inmediatamente lograba abrumar el hecho de que fuera había una hermosa mañana. Estaban en todos los lugares a los que se dirigía. Pasó por delante de una mesa de blackjack, los cálculos aparecieron en su cabeza cuando vio los cinco juegos de cartas expuestas y supo que el jugador sentado a la derecha debía pedir una más, porque había un ochenta por ciento de posibilidades de que obtuviera la carta de bajo valor que necesitaba para mejorar su puntuación de dieciséis.

Al otro lado, los brillantes números sobre una máquina tragamonedas declararon que el premio disponible a través de una red interestatal era una cifra récord. La mujer sentada allí estaba jugando un dólar a la vez con determinación debía saber al igual que Zoe que la máquina estaba lista para dar el premio.

Ella miró la disposición de la sala, vio qué tragamonedas eran los que pagaban más a menudo, ya que estaban colocadas en lugares estratégicos para estimular y animar a otros jugadores. El áspero ruido de una bola de ruleta rodando le llamó la atención, y supo sin tener que esperar el resultado que el hombre con todas sus fichas en el catorce negro no iba a ganar.

Zoe sabía que sería capaz de ganar mucho dinero en un lugar como este. Sólo en las mesas de blackjack podía hacer una fortuna, pero en las mesas de póquer podía ganarles a todos, como en la mesa que estaba a su izquierda, donde cuatro hombres serios con traje miraban fijamente al crupier mientras él volteaba un as de tréboles, dando al segundo jugador de la derecha alrededor de un setenta y cinco coma cinco por ciento de posibilidades de conseguir un flush.

Casi llegó a hacerlo una vez. Años atrás, antes de entrar al FBI. Había sido invitada a un casino con un grupo de personas que conocía del trabajo, era solo gente conocida, ya que nunca había sido lo suficientemente cercana a tanta gente como para llamarlos amigos. Ella había jugado a varios juegos diferentes y siempre había terminado al menos doblando sus fichas.

La primera vez, se rieron y la felicitaron por su suerte. La segunda vez, aparentemente estaba en una racha de suerte.

La cuarta vez ya la miraban de forma extraña.

Fue después de su sexto juego que se detuvo, cobrando las fichas para poder irse y no tener que pasar nunca más su tiempo libre con esa gente. Ya no había posibilidades de ser amiga con esa gente. Después de que la miraron como si fuera un bicho raro, e incluso empezaron a acusarla en susurros de hacer trampas, supo que ya no habría vuelta atrás.

Había cosas que no podía hacer, cosas que llamaban demasiado la atención y dejaban muy expuestas las habilidades que intentaba ocultar. Apostar era una de esas cosas. Después de ese episodio, se fue a casa y donó el dinero a un hospital, con la esperanza de que haber ayudado a la sala de niños detuviera la culpa que sentía al usar su poder para algo así. Estaba mal hacer trampa, y definitivamente había estado haciendo trampa.

No es que no le gustaría volver a apostar de nuevo. Había sido una noche muy divertida, hasta que empezó a estropearse. No, lo que la detenía era el riesgo y la culpa. Esa noche se había jurado a sí misma no volver a apostar, y no iba a romper esa promesa hoy.

Tampoco hay tiempo para algo así cuando eres una agente especial encargada de localizar a un asesino en serie.

Ese conocimiento no significaba que pudiera detener los números en su mente. Intentó centrarse en las caras y los cuerpos, no en las cartas y las apuestas. No tenía sentido saber que iba a haber una victoria en la siguiente vuelta de la ruleta, o cuál de los jugadores de póquer era realmente bueno y cuál no tenía ni idea de cómo apostar. Nada de eso salvaría al próximo objetivo del asesino.

Zoe siguió las vueltas que daba el camino, ahora sola. Sus dos compañeros se habían alejado, uno para permanecer en la entrada y el otro a su derecha, acechando a través del laberinto de tragamonedas. Ella pasó junto a las mesas de juego, tratando de aparentar menos ser una agente y más una jugadora experimentada que buscaba el juego correcto, aunque no sabía cómo marcar la diferencia. Mientras mirara los rostros, todo estaba bien. Pero cuando dejaba que su mirada se dirigiera a las mesas para mantener las apariencias, los números la desbordaban, casi al punto de distraerla de su misión.

Un movimiento le llamó la atención y su mirada se dirigió a otra mesa de la ruleta que era manejada por una atractiva crupier rubia. La mujer estaba arrastrando las fichas hacia los ganadores, y arrastraba hacia ella misma las apuestas perdedoras, anunciando el próximo juego. Había un grupo de personas a su alrededor, ocupando cuatro de los cinco lugares de la mesa y todos estaban atentos a la mesa de apuestas.

 

Y allí, en medio de ellos, con el perfil de su cara hacia ella, Jimmy Sikes.

Zoe tomó su radio y la levantó cerca de su rostro, pero él justo estaba bromeando con otro jugador y miró a su lado sonriendo mientras Zoe se aproximaba hacia él. Él percibió que ella tenía una radio en la mano, su mirada quedó clavada allí y la risa se le borró de la cara. Después de un instante que debe haber sido medio segundo, se puso en marcha y salió corriendo.

Zoe maldijo en voz baja, presionando botón de llamada.

–Sospechoso identificado. Va a pie, está intentando escapar desde el área de las mesas de juego. Controlen las salidas.

Ella confiaba en sus propios hombres y en el personal de seguridad del casino para que pudieran manejar esto. Si todos estaban en sus posiciones, no había posibilidad de que se escapara.

Ella corrió tras él, podía ver al policía por el rabillo del ojo, alejándose de las máquinas yendo en su dirección y empezando a acelerar. Sikes estaba sólo a una mesa de distancia, pero tenía la ventaja de que había mucha gente entre ellos, él pasaba empujándolo y eso causaba que la gente se sorprendiera y creara nuevas barreras para cuando Zoe llegaba a ese preciso lugar un momento después.

Él se arriesgó a mirar detrás, vio lo cerca que estaba y abrió grande sus ojos desorbitados.

–¡Deténgase! ¡FBI! ―gritó Zoe, dándole la oportunidad de hacer lo correcto.

Nunca hacían lo correcto.

Ella estaba tratando de desenfundar su arma mientras corría, estabilizándola con la mano que no tenía la radio. Si él estaba armado, no se sabía qué podría hacer. No había forma de saber si se resistiría con violencia.

–¡Deténgase y ponga las manos sobre su cabeza! ―volvió a gritar, logrando que la gente se dispersara delante de ella en respuesta a sus gritos. Sikes se movía en zigzag entre las mesas, mirando por encima de su hombro jadeando, se notaba que había entrado en pánico.

Él se topó con una mesa de blackjack, casi tumbando al crupier al golpearlo con el cuerpo, empujando con los brazos hasta que logró dar vuelta la mesa, haciendo que volaran por el aire fichas y cartas por doquier. Se produjo un alboroto tan cercano a Zoe que casi se da de frente con él, y hubo una pausa minúscula antes de que la gente se precipitara hacia allí, luchando por recoger tantas fichas como pudieran agarrar, bloqueando su camino.

–¡FBI! ¡Quítense del camino! ―gritó Zoe desesperadamente, pero el truco de Sikes había funcionado. Él se estaba escapando, se alejaba mientras ella se abría paso entre la multitud. Él le había sacado demasiada ventaja ahora que ella podía ver que se escapaba, y sería para siempre, si lograba pasar a través de su hombre en la puerta.

Pero ahora ella podía ver que él estaba corriendo de una manera particular. Probablemente él había estado aquí durante horas, yendo de puesto en puesto, jugando diferentes juegos, pasándolo bien. Conocía la disposición de la habitación, al menos mejor que ella. Y había una especie de método en su locura, una serie de ángulos agudos que se movían de un lado a otro a través del piso del casino, ignorando el camino completamente a favor de la ruta más rápida hacia el fondo de la habitación.

Zoe dejó de moverse y lo observó. No tenía sentido tratar de dispararle con tantos civiles en el medio. No había manera de que ella pudiera alcanzarlo ahora. Pero había al menos otras tres personas en este casino que tenían la oportunidad de detenerlo, y ella podía ayudar con eso.

Vio su camino, trazado como una línea con una regla dentro de su mente, era un zigzagueo que era cualquier cosa menos aleatorio. El dobló a izquierda y a la derecha esquivando todas las mesas, encontrando el camino más claro hacia la puerta, incluso si no parecía tener sentido para aquellos que no podían verlo. Las líneas continuaban claramente hasta la parte trasera de la sala, que ahora era visible para Zoe ya que ellos habían entrado por la parte más lejana del casino. Reveladas frente a ella de izquierda a derecha, Zoe vio las líneas superpuestas en su visión de la habitación en un sentido literal, que le mostraban la dirección correcta.

Y pudo ver a Shelley, dirigiéndose hacia él.

–Shelley ―gritó Zoe a la radio―. Al final de la barra, a tu izquierda. Intercéptalo junto a la tercera columna.

Zoe vio a Shelley escuchar el mensaje y girando la cabeza hacia el bar. Se dio cuenta de la columna y se dirigió hacia ella corriendo, incluso cuando la propia Zoe comenzó a moverse de nuevo, siguiéndolo con sus pies así como con sus ojos.

Solo los separaba una última fila de mesas…

Jimmy Sikes corrió hacia un lado, lejos del policía que se le acercaba, y se dirigió hacia la barra, sus pies pasaron junto a la cuarta columna en una larga fila de ellas.

–¡Detente! ―escuchó la voz de Shelley, y luego un crujido, como un cuerpo chocando contra el suelo.

La vista de Zoe estaba bloqueada por la tercera columna, no podía ver a Shelley ni a Jimmy, pero él no había aparecido, y tampoco Shelley. Zoe dio vuelta la esquina, despejando su visión y respiró aliviada al ver a Shelley colocando las esposas en las muñecas de Jimmy con una gran precisión.

Se aproximó casi sin aliento y sintiendo los efectos de la adrenalina que había inundado su cuerpo durante la persecución, mientras Shelley terminaba de leerle a Jimmy sus derechos. Los otros policías se acercaron a ellos, tomando a Jimmy por los hombros para llevarlo de vuelta al estacionamiento. Zoe respiró hondo de nuevo, intercambiando una sonrisa y un choque de manos secreto con Shelley.

–Lo tenemos, Z ―dijo Shelley, riéndose.

Y Zoe se preguntó por qué no se sentía tan segura como antes de que realmente tenían a su hombre.

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